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MONOGRAFIA
PLATÓN Y EL ESCATE DE LA RACIONALIDAD Y ARISTÓTELES Y EL
COMIENZO DE LA METAFÍSICA
ASIGNATURA:
FILOSOFIA GENERAL
DOCENTE:
MANUEL PADILLA GUZMAN
AUTORES
- FASANANDO NOGUEIRA WENDY SOFÍA
-NÚÑEZ VIGO YESSENIA KAROLINE KASSANDRA
INTRODUCCIÓN
El objetivo de nuestro trabajo es dar a conocer los aportes filosoficos de dos grandes
pensadores, los que no solo hicieron un cambio en aquella época si no que de alguna
u otra forma nos brindaron conocimientos e ideas que podemos aplicar en la vida
actual. El presente trabajo esta estructurado a base de dos capítulos.
El capítulo I trata a cerca del gran filósofo Platón, de su vida, sus experiencias, y de
como influyeron éstas en el desarrollo de su pensamiento y en la idea de cambiar el de
las personas de su pequeño entorno.
El capítulo II trata acerca de Aristóteles del gran y primer alumno de Platón este
adquirió las mejores maneras de poder dar a conocer su ideología como pensador.
Cabe recalcar que su idea contrastaba a la de su maestro.
1
RESÚMEN
2
INDICE
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................ 1
RESÚMEN ................................................................................................................................... 2
Capítulo I PLATON ................................................................................................................... 4
1. Introducción sobre Platón ......................................................................................... 4
2. Biografía de Platón ...................................................................................................... 5
2.1. PENSAMIENTO DE PLATÓN ............................................................................. 5
3. EL RESCATE DE LA RACIONALIDAD..................................................................... 7
4. Conclusión del capítulo ............................................................................................ 12
CAPITULO II ARISTÓTELES ................................................................................................ 12
1. BIOGRAFÍA .................................................................................................................. 12
2. La filosofía de Aristóteles ........................................................................................ 13
2.1 La metafísica........................................................................................................ 13
2.2 El hilomorfismo................................................................................................... 14
2.3 Potencia y acto.................................................................................................... 14
2.4 Clases de causas................................................................................................ 15
2.5 Primer motor y acto puro ................................................................................. 16
2.6 Alma y conocimiento ......................................................................................... 17
2.7 Ética ....................................................................................................................... 17
2.8 Política................................................................................................................... 18
2.9 Su influencia ........................................................................................................ 18
2.10 La metafísica aristotélica ................................................................................. 19
2.11 La crítica de la Teoría de las Ideas ................................................................ 19
3. La metafísica aristotélica ......................................................................................... 19
4. El comienzo de la Metafísica de Aristóteles (y el fin de la historia) ............. 20
5. Conclusiones del capítulo ....................................................................................... 29
CONCLUSIONS GENERALES ............................................................................................. 30
ANEXOS .................................................................................................................................... 31
BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................................................ 33
3
Capítulo I PLATON
1. Introducción sobre Platón
Platón (c. 428-c. 347 a.C.), filósofo griego, uno de los pensadores más originales
e influyentes en toda la historia de la filosofía occidental.La figura de Platón
resulta indispensable para la comprensión de la historia del pensamiento
occidental. El objetivo de la filosofía, así como la propia esencia del filósofo en el
sistema platónico, son los temas que aborda Emile Bréhier en el siguiente texto.
Lo que constituye la unidad de todas estas formas, lo que, de algún modo, las
necesita, es el deseo de determinar el puesto del filósofo en la ciudad y su misión
moral y social. En la Grecia de aquel entonces, el filósofo no se definió jamás por
comparación con los demás tipos de especulación, científicos o religiosos, sino
más bien por su relación y sus diferencias con el orador, el sofista y el político.
La filosofía es el descubrimiento de una nueva forma de vida intelectual que, por
lo demás, no puede separarse de la vida social. Los diálogos nos describen esa
vida y, con ella, los dramas y comedias que de ella han surgido. En ciertos
aspectos, esa filosofía chocaba con las costumbres sólidamente implantadas en
la Grecia de la época, y era inevitable que se produjesen conflictos, cuya
consecuencia trágica fue la muerte de Sócrates.
¿Que es el filósofo? Platón ofrece muchas descripciones. En el Fedón (64 e ss.)
es el hombre que se ha purificado de las taras del cuerpo, que no vive más que
para el alma y no teme a la muerte, puesto que, ya en esta vida, su alma está
separada del cuerpo. En el Teeteto (172 c-177 c) es el hombre torpe y poco
diestro en sus relaciones con los hombres, que no encontrará nunca su puesto
en la sociedad humana y carecerá de influencia en la ciudad. En la República,
es el jefe de la ciudad y es precisamente él quien, en las Leyes (X, 909 a), se
convierte en esa especie de inquisidor que, deseando «la salvación del alma»
de los ciudadanos, impone a los habitantes de la ciudad la creencia en los dioses
de la misma bajo la amenaza de prisión perpetua. Es, por fin, el entusiasta e
inspirado del Fedro (224 a ss.) y del Banquete (210 a). En esas descripciones
sucesivas hay dos rasgos dominantes que parecen contradecirse; por una parte,
el filósofo debe «huir de aquí», purificarse, vivir en contacto con realidades que
el sofista o el político ignoran; por otra parte, debe construir la ciudad justa, cuyas
relaciones sociales reflejen las relaciones exactas y rigurosas que constituyen el
objeto de la ciencia. El filósofo es, por una parte, el sabio retirado del mundo y,
por otra, el sabio y justo, el verdadero político que da leyes a la ciudad. El propio
Platón ¿no fue, a la vez, fundador de la Academia, amigo de los matemáticos y
astrónomos y, por otra parte, consejero de Dión y de Dionisio, el tirano? Además,
si como filósofo fue el inventor o promotor de una lógica rigurosa, también fue el
inspirado cuyo espíritu permanecería estéril sin el impulso de Eros, y que no
podría engendrar sino en lo bello; la discusión razonada se desdobla en una
dialéctica del amor que se traduce en efusiones líricas y contemplaciones
místicas. Sabio y místico, filósofo y político, son rasgos generalmente separados
y que no volveremos a encontrar unidos, a través de esta historia, sino en
algunos grandes reformadores del siglo XIX. Por eso es importantísimo
comprender bien lo que constituye su vínculo de unión.
Alfred North Whitehead (1929): Platón (c. 428-c. 347 a.C.), filósofo griego, uno de los pensadores 4
más originales e influyentes en toda la historia de la filosofía occidental.
2. Biografía de Platón
Nació en Atenas probablemente en el año 427 a.C. pertenecía a una familia
noble y eran ilustres tanto los ascendientes de sus padres como los de su madre
recibió la educación física intelectual de los jóvenes de su época; es posible que
haya seguido las lecciones del heraclitano Cratilo. En el año 407 sobrevino el
acontecimiento capital de la vida de Platón: su encuentro con Sócrates. El
maestro tenía entonces 63 y el alumno 20. Platón debió seguir las lecciones de
Sócrates durante ocho años. Poco después de la caída de los Treinta, tres
delatores acusan a Sócrates de corromper a la juventud y de no creer en los
dioses de la ciudad; condenado a muerte, rehúsa evadirse y bebe la cicuta en el
399. Platón no estuvo presente en los últimos momentos de su maestro,
relatados en el Fedón; pero esta escandalosa injusticia debió ser para él el
prototipo del acto inicuo contra cuya repetición debía luchar todo filósofo.
Puesto que corría el riesgo de ser molestado por su condición de alumno de
Sócrates, se refugió Platón enseguida con alumnos, amigos, en Mégara; allí una
célebre escuela los acogió en ella entraron en relación con Euclides el Megálico.
No se sabe con certeza cuál fue la duración de su estada en Atenas pero alcanzó
presumiblemente a tres años. De ahí Platón partió para Africa; se detuvo en
Egipto, luego en Cirenaica, donde frecuentó a Aristipo de Cirene y el matemático
Teodoro. En este lugar los biógrafos de Platón dan diversas versiones de el
orden de sus viajes. Para unos habría regresado directamente a Atenas; para
otros se habría dirigido a Italia meridional con el fin de conocer a los pitagóricos
y en particular a Arquitas de Tarento. Es probable que en este período de la vida
de Platón se sitúa la composición de las siguientes obras: Hippias menor,
Alsibíades, Apología, Eutifrón, Critón, Hippias mayor, Cármides, Laques, Lisis,
Protágoras, Gorgias y Menón.
Alrededor del año 388 abandona Italia (o Atenas según la otra tradición) para
dirigirse a Sicilia. Allí, en Siracusa, reina un Griego de modesto origen, Dionisio
I el Anciano, quien tiene en jaque a los cartagineses y se ha convertido en el amo
absoluto de Sicilia. Su carta es fastuosa; los vicios que en ella reinan,
numerosos; mas Dionisio es célebre. Platón intima con Dion, hermano político
de Dionisio, quien tiene pretenciones de filósofo y admira a los Socráticos.
El filósofo compra un gimnasio y un parque situado en el noroeste de la ciudad
y funda en ese lugar una escuela, la Academia. Se trata de la primera escuela
de filosofía organizada como una universidad, con su estatuto, reglamento,
alojamiento destinado a los estudiantes, sala de conferencias, museo, biblioteca,
etc.
Platón murió en el 347 a. C., a los 80/81 años de edad, dedicándose en sus
últimos años de vida a impartir enseñanzas en la academia de su ciudad natal.
2.1. PENSAMIENTO DE PLATÓN
2.1.1. La teoría de las ideas
Platón representa el dualismo. Según él, existen dos mundos totalmente
contrapuestos: el mundo de las ideas y el mundo sensible. El mundo de las ideas
Alfred North Whitehead (1929): Platón (c. 428-c. 347 a.C.), filósofo griego, uno de los 6
pensadores más originales e influyentes en toda la historia de la filosofía occidental.
Aristocracia, o gobierno de los sabios (filósofos).
Timocracia, o gobierno de la ambición.
Oligarquía, o gobierno del poder del dinero.
Democracia, o gobierno del pueblo.
Tiranía, o degradación de la verdad y la libertad.
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“Los que han de hablar con comprensión es necesario que se afirmen en lo que
es común a todos así como una ciudad en su ley, y mucho más firmemente aún;
todas las leyes humanas, en efecto, se nutren de una sola, la divina; extiende
ésta su poder tanto como quiere y es suficiente para todas y aún excede.”
(Heráclito)
Para Parménides, y es el argumento central de su poema, sólo lo que es en sí
puede ser aprehendido por lo que piensa y expresado en el lenguaje; mientras
que lo que no-es no puede ser pensado ni dicho. Nosotros admitimos sin
dificultad que podemos pensar o decir cosas que no son, que no existen. En el
horizonte del pensamiento de Heráclito o Parménides esto no es posible. El
pensar y el decir son forzosamente un pensar y un decir lo que es.
Un problema que notó Platón es que a partir de esta postura es imposible
concebir que las personas pueden pensar y decir cosas diferentes. En el Sofista,
Platón promoverá la posibilidad de decir otras cosas además de lo que es,
estableciendo la existencia de un noser relativo, que se distingue del no-ser de
Parménides. Al establecer este no-ser que en cierta medida es, lo que hace
Platón es darle un reconocimiento expreso al papel de la diferencia, la alteridad,
en el juego del discurso; esto es, asegura la posibilidad de concebir
pensamientos y discursos que pueden tener sentido pero, a la vez, pueden decir
cosas diferentes.
Con los sofistas aparece un nuevo modo de entender el discurso que se opone
de forma clara a las anteriores concepciones físicas y eleáticas. Para ellos no
hay una realidad autoexistente, un ser que el pensamiento se ocupe de aprender
y el lenguaje, de expresar. Para Protágoras, por ejemplo, no existe una realidad
en sí; todo ser es condicional y relativo a cada persona. Su sentencia más
famosa dice:
“De todas las cosas el hombre es medida, de las que son en cuanto son y de las
que no son en cuanto no son”. La interpretación tradicional de esta frase explica
que para Protágoras el hombre sólo puede pronunciarse acerca de cómo son las
cosas para cada uno, renunciando a saber qué son las cosas en sí mismas. Así,
Protágoras rechazaba expresamente todo conocimiento sobre la cosa
independientemente de su aparecer al sujeto.
Ahora bien, Platón advirtió agudamente que una consecuencia de eliminar la
instancia objetiva, independiente del sujeto, es que desaparece la posibilidad de
que haya desacuerdo sobre algo y, luego, que haya algunas opiniones que son
verdaderas y otras falsas acerca de algo. Como cada cosa es para cada quien,
no existiendo nada en sí mismo, todas las opiniones y pareceres individuales son
válidos y nunca se contradicen. Además, existe el problema de que si cualquier
apreciación es relativa a quien la sostiene, si a cada paso uno tiene que
relativizar cualquier afirmación (diciendo “esto es para mi” y el otro también
aclarando que lo que dice es sólo “para él”), allí no hay diálogo posible, pues el
diálogo implica que dos interlocutores debatan, disientan o coincidan, acerca de
una misma cosa.
9
Para la postura sofista, “ni tú ni yo podemos, comparando y discutiendo nuestras
experiencias, corregirlas y alcanzar el conocimiento de una realidad más
esencial que otra, porque no existe semejante realidad estable para ser
conocida”. Igualmente en moral, no es posible la apelación a ningún bien
objetivo, y la única regla posible es actuar como en cada momento le parezca
más conveniente a cada uno. En suma, la posición clásica inaugurada por las
enseñanzas de Sócrates y consolidada por las obras de Platón y luego de
Aristóteles, argumentará contra — que si es obligatorio pensar y decir sólo lo que
es (en sí), entonces será imposible considerar que alguien piensa o dice algo
diferente. Contra ii.— argumentará que si el objeto del discurso y del
conocimiento es la verdad según nos aparece a cada uno, todas las opiniones y
pareceres individuales serán igualmente válidos. En este sentido, lo que la
tradición clásica sostiene es que se debe reconocer que no todo discurso dice lo
que es, que no es cierto que se dice lo que es o no se habla, pues el discurso,
además de tener sentido, puede decir cosas diferentes; luego, es necesario
también reconocer que no todo discurso es igualmente válido sino que existen
mejores y peores descripciones de la realidad y de lo que hay que hacer: existen
discursos más verdaderos o racionales que otros.
Como bien señala Michel Foucault, la filosofía clásica contiene como
característica fundamental desde su origen la pretensión de discriminar el
discurso verdadero del falso. Si bien veremos que esta pretensión lleva a una
manera particular de ver al lenguaje y sus potencialidades, por ahora basta
adelantar que esta pretensión se relaciona directamente con el fin de proteger y
promover la función crítica y evaluativa del discurso que surge de la participación
en cualquier diálogo pleno que busca la mejor comprensión de cómo son las
cosas.
Las críticas de Platón a Heráclito y a los sofistas., Platón sostiene en varios
pasajes de su obra que las cosas del mundo sensible:
Están cambiando todo el tiempo (microscópicamente si no es
macroscópicamente)
Poseen múltiples propiedades (incluso contradictorias). Ahora bien,
Platón también desarrolla en otros pasajes que estas cosas sensibles no
pueden ser objeto de conocimiento. De hecho, si acordamos en que es
posible el conocimiento, deberemos aceptar que existe algo, lo cual no
está sujeto a cambio y es de una forma.
Por ejemplo, sabemos que Platón recibió a través de Cratilo una interpretación
de la doctrina de Heráclito que sostenía que todas las cosas cambian todo el
tiempo, lo cual explica su caracterización de las cosas sensibles como
cambiantes, perecederas, etc. Sin embargo, Platón nota que algo que no tiene
una cierta permanencia no puede ser objeto de conocimiento porque en cuanto
queremos mínimamente distinguirlo, identificarlo, nombrarlo, comunicarlo, se
escabulle en el seno de aquella corriente cambiante..
El problema de la multiplicidad es diferente y se relaciona mejor con los textos
que desarrollan las discusiones de Sócrates con los sofistas y, por ejemplo, con
10
argumentos como el de la Carta VII acerca del círculo. Estos pasajes explican
que si no hay una realidad que sea de una manera, y las cosas son de múltiples
formas (por ejemplo para Protágoras, según cada quién, o en la Carta VII, en las
cosas sensibles mismas), entonces las diferentes opiniones y pareceres
individuales son igualmente válidos y nunca se pueden evaluar o criticar. Y esto
para Platón es inadmisible pues las cosas no son de cualquier manera según
cada quién. Hay mejores y peores descripciones o explicaciones de las cosas.
Relacionado con esto, Platón distinguirá dos clases de seres: los seres sensibles
y los seres inteligibles, que se captan, unos por medio de los sentidos y otros por
medio de la razón (o el espíritu). Mientras los seres sensibles son cambiantes y
admiten una propiedad tanto como su contraria, los objetos inteligibles, que
Platón postula en su teoría de las Formas o Ideas, son realidades inmutables y
únicas en su especie, que le proporcionan al pensamiento racional objetos
propios de conocimiento. Además, son entidades distintas de las cosas sensibles
que funcionan como principios explicativos del ámbito sensible.
Son las que fundamentan a las cosas captadas mediante los sentidos, el
respaldo de lo que vemos.
Platón y Aristóteles son la cúspide del pensamiento sobre el logos; esto es, son
el punto culminante de la reflexión acerca de la lógica de la palabra-diálogo que
se había desarrollado en el espacio centrado de las asambleas guerreras y luego
ciudadanas hasta el siglo V a.C., en las polis griegas. La característica
fundamental de esta lógica o juego discursivo, que la distinguía radicalmente de
la dinámica de la palabra mítica, era que en ella no había lugar para la pretensión
de un discurso infalible; el logos o palabra-diálogo era, ante todo, algo que tenía
que ser sometido a crítica y discusión por los semejantes. En este sentido, la
principal función de la palabra política había dejado de ser la justificación de un
orden incuestionable que se apoyaba en la efectividad de la fuerza, para pasar
a ser la declaración de una alternativa sobre la manera de realización de las
cosas que buscaba el reconocimiento de los otros como lo mejor o lo más
verdadero. Por ejemplo, antes de llevar a cabo una empresa común, en el
espacio centrado de las asambleas, los aqueos se reunían para deliberar; allí, el
mejor plan, la mejor explicación, era la que lograba el apoyo mayoritario del resto
de los guerreros. En efecto, nos encontramos con la segunda característica
esencial de la palabra racional razonable: apuntar hacia lo común entre los
miembros de la asamblea; apelar a lo que es para cualquiera como criterio para
decidir la descripción o la prescripción más adecuada. Relacionado con esto, las
reflexiones sofistas fueron un eslabón importante para los desarrollos más
elaborados de Platón y Aristóteles. Sin embargo, la excesiva acentuación de la
capacidad persuasiva y efectiva del discurso, por parte de los sofistas, impedían
10 avanzar en la defensa de la ciencia y la ética como conocimientos racionales
(críticos y objetivos). Además, el peligro del recurso fácil al relativismo y al
escepticismo amenazaba romper todo compromiso con la búsqueda de la verdad
y la corrección, las cuales nunca son para uno, sino que son por sí mismas. Los
fundadores de La Tradición comprendieron que defender a la palabra-diálogo
implicaba comprometerse con la idea de que a través de las argumentaciones y
Rodríguez Estacio, Carlos; Lama Suárez, Javier; De Lara Pérez, Antonio (2013). «Platón». Ocho 11
filósofos PAU Andalucía. Editoria Alegoria. p. 9. ISBN 978-84-15380-01-6. «Su nombre verdadero
fue Aristocles».
razones de los distintos participantes se puede llegar a compartir un discurso
como el más adecuado o correcto (según el mundo, la realidad). En palabras de
Ha bermas, la idea de logos se remonta “a la experiencia central de la capacidad
de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla
argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de
sus respectivos puntos de vista y merced a una comunidad de convicciones
racionalmente motivada se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y
de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas”. La reflexión
sobre esta experiencia central, el estudio de sus condiciones de posibilidad, su
postulación como ideal normativo, son algunas de las monedas más valiosas del
tesoro filosófico que nos aseguraron Platón y Aristóteles. Y estas monedas
conservan su valor de cambio aún en nuestro mercado posmoderno que se
pregunta continuamente por el precio de la racionalidad.
4. Conclusión del capítulo
De lo investigado en este capítulo concluimos en lo siguiente:
Las ideas son universales e independientes del mundo de los
fenómenos.
Las ideas para platón, no son espontáneas, son ideas que están en el
subconsciente, dudas existenciales.
CAPITULO II ARISTÓTELES
1. BIOGRAFÍA
Aristóteles nació en 384 a. C. en la ciudad de Estagira (razón por la cual se lo
apodó el Estagirita), no lejos del actual Monte Athos, en la península Calcídica,
entonces perteneciente al Reino de Macedonia (actual región de Macedonia de
Grecia). Su padre, Nicómaco, fue médico del rey Amintas III de Macedonia,
hecho que explica su relación con la corte real de Macedonia, que tendría una
importante influencia en su vida.
En 367 a. C., cuando Aristóteles tenía 17 años, su padre murió y su tutor Proxeno
de Atarneo lo envió a Atenas, por entonces un importante centro intelectual del
mundo griego, para que estudiase en la Academia de Platón. Allí permaneció por
veinte años.Tras la muerte de Platón en 347 a. C., Aristóteles dejó Atenas y viajó
a Atarneo y a Aso, en Asia Menor, donde vivió aproximadamente tres años bajo
la protección de su amigo y antiguo compañero de la Academia, Hermias, quien
era gobernador de la ciudad.
2.1 La metafísica
La metafísica de Aristóteles es por un lado crítica con respecto a la de su maestro
Platón, y por otra constructiva, puesto que se propone llegar a una nueva
sistematización. Hay que notar que ni el maestro ni el discípulo emplearon el
término "metafísica", que fue acuñado por Andrónico de Rodas, editor del legado
aristotélico. Lo que pretende la metafísica es llegar a saber "de los principios y
de las causas primeras", y por ello Aristóteles llamó al estudio de las cuestiones
metafísicas "filosofía primera", ciencia que considera el ser en cuanto ser. Por
Rodríguez Estacio, Carlos; Lama Suárez, Javier; De Lara Pérez, Antonio (2013). «Platón». Ocho
filósofos PAU Andalucía. Editoria Alegoria. p. 9. ISBN 978-84-15380-01-6. «Su nombre
verdadero fue Aristocles». 16
2.6 Alma y conocimiento
Todos los seres vivos se presentan a Aristóteles como poseedores de alma
(psyché), por la cual se distinguen de los seres inanimados o inorgánicos. Según
su conocida definición, el alma es la forma de un cuerpo que tiene la vida en
potencia. La doctrina hile mórfica se aplica también a los seres vivos: se
componen de materia (el cuerpo) y de forma (el alma). El alma es el principio
vital que realiza una potencialidad de la materia: constituir un ser vivo. Aristóteles
distingue tres clases de alma: vegetativa (propia de las plantas, pero presente
también en los animales y en el hombre), sensitiva (propia de los animales y del
hombre) y racional (exclusiva del hombre). Ésta tiene tres características: es
causa del movimiento del cuerpo, conoce y es incorpórea.
De esta concepción se deducen consecuencias inmediatas y contrarias al
pensamiento de Platón y de otros filósofos; por ejemplo, el alma no existe antes
del nacimiento del ser vivo (se niega la preexistencia del alma), ni pasa de un
ser vivo a otro (trasmigración de las almas). El alma no se halla accidentalmente
prisionera en la cárcel del cuerpo; al igual que la materia y la forma, el cuerpo y
el alma son principios constitutivos inseparables e interdependientes que forman
un compuesto sustancial, de modo que ni uno ni otro pueden tener una existencia
propia.
Con la extinción del alma en la muerte, el cuerpo pierde su principio vital y su
materia se descompone. Esto ocurre indudablemente en las plantas y en los
animales; en cambio, la posición de Aristóteles respecto a la posible inmortalidad
del alma humana ha sido objeto de interpretaciones divergentes. Con respecto
al conocimiento, Aristóteles no admite las doctrinas de Platón, ni tampoco el
innatismo. La mente al nacer es "tamquam tabula rasa", en la que nada hay
escrito. El conocimiento comienza en los sentidos, como nos demuestra la
experiencia. Las captaciones de los sentidos son aprehendidas por el intelecto,
generándose así el concepto. De esta forma llegamos al conocimiento
suprasensible.
2.7 Ética
La ética de Aristóteles tiene un fin que se resume en la búsqueda de la felicidad.
Para algunos, la felicidad consiste en los placeres; para otros, en las riquezas;
pero el hombre sabio la busca en el ejercicio de la actividad que le es propia al
hombre, es decir, en la vida intelectiva. Ello no excluye el goce moderado de los
placeres sensibles y de los demás bienes, con tal de que no impida la
contemplación de la verdad.
Sobre esta base desarrolla Aristóteles el concepto de virtud. La virtud consiste
en el justo medio; así, la valentía es la virtud que se sitúa entre dos extremos
igualmente viciosos, la cobardía (carencia de valor) y la temeridad (exceso de
valor que lleva a correr riesgos innecesarios). Lo que quiere dar a entender es
que el actuar del hombre debe estar regido por la prudencia o regla recta. Hay
dos modalidades de virtud: las dianoéticas (que se refieren al ejercicio de la
inteligencia) y las éticas (que se refieren a la sensibilidad y los afectos). Todas
«Aristotelian Deductions and Modern Valid Arguments» en Smith, Robin. «Aristotle's Logic». En 19
Edward N. Zalta. Stanford Encyclopedia of Philosophy (en inglés) (Winter 2009 Edition).
ser también inmóviles e inmutables; pero si cambian ¿de dónde procede ese
cambio?. ("Metafísica", libro 1,7)
Aristóteles considera que la teoría de las Ideas es imposible, ya que establece
una separación entre el mundo visible y el mundo inteligible, es decir, entre la
sustancia y aquello por lo que una sustancia es, su forma o esencia. Las Ideas,
en efecto, representan la esencia de las cosas, es decir, aquello por lo que las
cosas son lo que son. ¿Cómo es posible que aquello por lo que algo es lo que
es no resida en el objeto, sino fuera de él? ¿Cómo es posible que aquello que
hace que el hombre sea hombre, su esencia, la Idea de hombre, no resida en el
hombre, sino que exista independientemente de él? Las formulaciones de Platón
para tratar de explicar la relación entre las Ideas y las cosas, las teorías de la
participación y la imitación, por lo demás, lejos de explicar dicha relación no son
más que metáforas.
Ya el mismo Platón había criticado dichas teorías en el Parménides; Aristóteles
insistirá en sus carencias con el argumento del "tercer hombre": si el hombre es
el resultado de la imitación de la Idea de hombre, y tal Idea es entendida como
una entidad de carácter individual, ¿A qué otra realidad imita la Idea de hombre?
Debe existir un tercer modelo de hombre para explicar la similitud entre el
hombre concreto y la Idea de hombre, del mismo modo que se postula la Idea
de hombre para explicar la similitud entre los hombres concretos. De ese modo
encadenaríamos hasta el infinito la exigencia de un modelo del modelo, lo que
nos llevaría al absurdo. Por otra parte, las cosas no pueden provenir de las Ideas;
sin embargo, es esa una afirmación crucial de la teoría de las Ideas, al concebir
que las Ideas son causa de las cosas; no obstante, es el mismo Platón en el
Timeo quien explica que las ideas son sólo el modelo en el que se inspira el
Demiurgo para modelar las cosas, es decir, las causas ejemplares de las cosas,
pero no sus causas eficientes. ("Metafísica", libro 1,7).
En esta crítica aristotélica a la teoría de las Ideas se vislumbran ya los
fundamentos de su propia metafísica: ante la imposibilidad de que las Ideas
expliquen coherentemente la causa de lo real propondrá la teoría de las cuatro
causas del ser; y ante la irrealidad de las Ideas, propondrá su teoría de la
sustancia. La inconsistencia de la explicación platónica del cambio, por lo demás,
le llevará a proponer la distinción entre ser en acto y ser en potencia.
4. El comienzo de la Metafísica de Aristóteles (y el fin de la historia)
Lo que dice Aristóteles sobre la Sabiduría (sophía) es, desde luego, lo más viejo
y superado que hay, pertenece a la más remota y básica historia. Pero es
también, puede sostenerse, lo más nuevo y subversivo, hoy casi al final de la
historia. ¿Qué dice el comienzo de la Metafísica o búsqueda de la Sabiduría
primera del Filósofo?
Todos los hombres tienen, por naturaleza (por la naturaleza de la cosas, por la
naturaleza de la naturaleza humana) deseo de conocer. Señal de ello es su amor
(agápesis) por las experiencias sensibles, sobre todo las de la vista. Y este deseo
y este gusto no existen sólo en razón de que actuamos (práttoomen) sino que se
20
dan también cuando no pensamos en hacer nada. Amor sin necesidad práctica,
amor sin utilidad, amor desinteresado, este amor por saber tiene su razón solo
en sí mismo, y es el amor propio de o perteneciente a un ser dotado de
conocimiento y destinado a buscar la sabiduría, el humano (ánthropos).
La antropología nacería (es decir, se fundaría en ese nacimiento humano) con el
amor al saber propio de un ser que, a diferencia de los otros animales, es capaz
de saber. Otros animales viven de imágenes y recuerdos (phantasíais kaì
mnéesais) y participan poco de la experiencia (empeiría: el estar experimentado
en algo); la “raza” o género de los humanos, en cambio, no solo es capaz de
mucha y útil experiencia, sino que participa también de la ciencia (tékhne: el
saber, la maestría, acerca de algo) y la racionalidad o las razones (logismoîs).
Experiencia y ciencia. A partir de la memoria nace en él la experiencia, gracias
a una acumulación de lo mismo. La experiencia (en el sentido dicho) parece
semejante al saber y la ciencia, aunque la verdad es solo que esta, la ciencia, le
nace al hombre a través de la experiencia, porque solo llega a haber ciencia
cuando, a partir de muchas experiencias, (en) la inteligencia (se) genera un
concepto de conjunto (kathólou) de lo semejante. El universal, desde luego, es
infinitamente más que recuerdos y fantasías. (Ya sabemos, además, que para
que la inteligencia, esa facultad activa inconfundible con la memoria y aun con la
imaginación, pueda producir ciencia, ella, la propia inteligencia, tiene que ser
ingenerada e ingenerable, a priori, trascendental o quizás incluso trascendente).
Para la práctica o el quehacer de la vida, la experiencia no parece inferior a la
ciencia, y hasta tiene más éxito (por lo menos, de buenas a primeras), porque
conoce lo particular, y la praxis es de lo particular, mientras que la ciencia lo es
de lo universal. Sin embargo, creemos que la sabiduría corresponde a la ciencia
y no al mero estar experimentado en algo, porque la ciencia conoce la causa
(aitía). El experimentado, el “operario”, sabe el qué, pero no el por qué, “hace”
sin saber lo que hace, como los seres inanimados, por costumbre (di’éthos). Y
por eso también el que tiene ciencia puede enseñar. Incluso aunque la
experiencia se las bastara perfectamente, como un autómata, para todas las
“necesidades de la vida” y para toda utilidad, hay algo esencial que la experiencia
no tiene, y que nada tiene que ver con la utilidad y la “necesidad”: saber el por
qué.
No es extraño, entonces, que desde siempre y sobre todo al principio se haya
admirado a quien descubre algo de ciencia, algún conocimiento alejado de las
percepciones comunes, no solo por la utilidad de las técnicas que de ahí se
puedan deducir, sino también y sobre todo como sabio y diferente de los demás;
ni que se considere, en general, sabios a quienes se dedican a eso, a buscar las
causas y principios (aitías kaì arkhàs). Y no porque busquen lo útil, sino pese a
que no o incluso precisamente porque no buscan lo útil. Por eso esta dedicación
surge más tarde, cuando están básicamente satisfechas las necesidades y el
deseo de placer, como ocurrió con la geometría entre la ociosa casta sacerdotal
egipcia.
En Edward N. Zalta. Stanford Encyclopedia of Philosophy (en inglés) (Fall 2008 Edition edición).
21
La sabiduría trata de las causas y principios. Pero ¿de qué causas y principios
trata la sabiduría, la sabiduría sin adjetivos, la sabiduría primera o principal, que
es de la que se quiere hablar en este comienzo del primer libro de sabiduría
primera o “metafísica”? Si atendemos al uso, nos dice o repite el texto, veremos
que llamamos sabio a quien lo sabe todo (pánta) en la medida de lo posible, pero
no en el sentido de que tenga conocimiento de cada cosa en particular
(hékaston), sino porque conoce lo que rige para toda y cada cosa. También
atribuimos al sabio conocer lo más difícil, que es lo que está más apartado de la
sensibilidad, conocer con más exactitud y ser más capaz de enseñar. Y, he aquí
una característica más de lo que llamamos sabiduría, y en la que el texto parece
especialmente empeñado en insistir (no en vano este libro de la Metafísica va a
considerar la causa final, el para qué, la tendencia, el eros…, la principal de las
causas), se considera más principal a aquella ciencia que se elige por y para sí
misma y por y para saber que a aquellas a las que se las elige por sus resultados,
y a la que es superior que a las subordinadas. No debe el sabio ser ordenado,
sino ordenar.
Si no nace de la necesidad, ¿de qué o de dónde nace el afán de la ciencia? Sí,
de sí misma, de su propia “necesidad” o naturaleza, pero ¿cómo nace o qué
“necesidad” es esa en esta raza de los humanos? La ciencia y el saber nacieron
y nacen siempre de la admiración, del asombro (dià tò thaumázein), y del
reconocimiento de la ignorancia y el deseo de conocer la verdad. En este sentido,
repara el Filósofo, el amante de mitos (philómythos) es “como” el filósofo, pues
el mito consta de cosas admirables.
¿En qué sentido no sería como los mitos la sabiduría (porque es obvio que solo
en un sentido el mito es como la sabiduría, pero no es sabiduría ni se le acerca,
sino que quizás es incluso su contrario)? Veamos: si la sabiduría es la ciencia
que es ciencia por sí misma, autónoma y libre, absoluta… ¿no será, acaso,
impropia del hombre, este ser esclavo en tantos sentidos, limitado, relativo, atado
a la necesidad? ¿Y si, como dice Simónides “sólo Dios puede tener ese
privilegio” de la sabiduría, y no es propio de un hombre cuerdo buscar un saber
que no está en proporción con su naturaleza? Si tuviese sentido lo que dice el
poeta, y lo divino fuera de natural envidioso, aquí se aplicaría esa envidia
principalmente, y sería una desgracia para los que sobresalen en esto de la
búsqueda de la sabiduría. Los filósofos serían los más enloquecidos y soberbios
de los hombres. Pero, dice Aristóteles, ni lo divino puede ser envidioso (sino que,
según el dicho, mienten mucho los poetas) ni debemos pensar que haya otra
ciencia más digna de aprecio que esta. Pues la más divina es también la más
digna de aprecio. Y en dos sentidos es divina ella sola, la sabiduría que busca
las causas y principios de todo: en los dos sentidos de. Es la ciencia (propia) de
Dios (la que Dios tiene) y es la ciencia-(acerca)-de Dios (la que versa sobre la
causa y razón de todo).
¿Por qué se puede decir que este entusiasmo del filósofo griego es intempestivo
y hasta subversivo hoy? Hoy este pensamiento está completamente fuera de
lugar (pero, desde luego, el lugar de un pensamiento es allí donde está fuera de
lugar, donde hace pensar y remueve lo sabido) porque, desde el pasado o desde
22
el futuro, se resiste a e incluso se dirige frontalmente contra los dos
pensamientos que pueden reclamarse actuales, “modernos” y vigentes: el
pensamiento de que toda ciencia nace de y acaba en las necesidades prácticas
y lo útil (pragmatismo), y el pensamiento de la imposibilidad para el humano de
una sabiduría primera, de una ciencia de lo divino (antirracionalismo meta
metafísico, sea ateo o fidelista). “Curiosamente”, estas son las dos tesis que
centran la atención dialéctica de Aristóteles en esta su presentación de la
sabiduría, al comienzo de sus escritos de sabiduría primera. Por supuesto,
nuestro postulado solo puede ser que, aunque parezca curioso o asombroso, no
lo es. Pero eso lo veríamos solo al final de la reflexión, porque, como dice
también Aristóteles en esas páginas, nuestro caminar por la ciencia tiene que
arrojar el resultado de que acabe pareciéndonos asombroso lo que no nos
asombraba al principio, y a la inversa (al profano le asombra que la diagonal del
cuadrado no sea reducible a enteros, pero al geómetra le asombraría lo
contrario).
Aristóteles conoce ambas tesis, la pragmatista y la anti metafísica. Y las rechaza
a ambas. Precisamente porque las conocía, en aquel tiempo pragmatista y anti
metafísico de la intelectualidad burguesa de Atenas, y eran ya viejas para él.
Contra los pragmatistas, que no ven más verdad que la que resulta útil (o incluso
que no ven más verdad que la utilidad), el auténtico saber, defiende Aristóteles,
es el saber por el saber mismo. Contra los que quieren negar al hombre el
conocimiento y la ciencia acerca de la causa y principio de Todo, Aristóteles, con
una gran candidez o una cándida grandeza, nos “recuerda” que los poetas y
filómitos mienten, según su costumbre, al pintar a lo divino como envidioso y
celoso de su saber perfecto, y que, al contrario, lo más divino es lo más digno de
indagarse porque es en sí lo más cognoscible.
Así que no es tan curioso que el comienzo de la Metafísica haya sabido tan bien
qué dos pensamientos podían enfrentársele. Y ¿no será, además, que ambos
pensamientos, el de la esencia utilitaria del saber y el de la prohibición de buscar
racionalmente el fundamento y sentido de las cosas, son en el fondo el mismo
pensamiento, o dos caras inseparables del mismo pensamiento? No sería,
entonces, nada casual ya que las primeras líneas de la introducción a la
sabiduría primera de Aristóteles girasen en torno a esas dos cuestiones, que
serían casi una, para reivindicar que el sabio no depende de ninguna utilidad ni
necesidad ajenas al propio saber sino que su acción es la única libre y autónoma,
y que su objeto es precisamente el ser completamente libre y autónomo, quien,
no en vano, es saber de saber, pensamiento del pensamiento. Veamos cómo
esto podría ser así.
¿Quién no sabe hoy (para empezar por lo útil y necesario) que si el hombre se
dedica al conocimiento es por sagacidad, por la urgencia de las necesidades de
la supervivencia, por el deseo de dominar, a la naturaleza y a los otros hombres?
¿Quién no ha oído que el criterio de verdad es la utilidad, o que la verdad misma
no es más que la creencia o incluso la mentira más conveniente? ¿Hay algo más
moderno (más burgués, más mercantil) que el mito que cuenta Protágoras en el
Protágoras, según el cual los dioses nos dieron la ciencia como un arma, contra
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el lobo y contra el mismo hombre, lobo para sí mismo? ¿Quién no sabe que la
“razón práctica”, la voluntad, el deseo, el subconsciente… son el verdadero
motor de ese muñeco de ventriloquia que es el intelecto?, ¿que detrás de todo
presunto pensamiento desinteresado hay un interés muy “bajo”…? Y la propia
filosofía o amor a la sabiduría: ¿no sabemos hoy que es solo una manifestación,
quizás la más sutil, de la voluntad de poder, del deseo sexual insatisfecho, de la
alienación en el trabajo, o, en el mejor de los casos, una terapia contra su propio
embrujo?
Frente a esto la respuesta de Aristóteles, simple y limpia, consiste en mostrar
que la Ciencia es autónoma, que tiene su propia ley; que, más allá de que pueda
producir lo útil, tiene como actividad propia producir la verdad, y que la verdad ni
se deduce de ni se reduce a la utilidad. Esto, pese a lo que se diga, ningún
pragmatismo ha sido capaz de desmentirlo.
Aristóteles empieza por advertir que la Ciencia no es la experiencia, es decir, el
estar experimentado, el conocer cómo suelen ocurrir o funcionan las cosas
particulares, sino que la Ciencia nace cuando y no hay Ciencia hasta que no se
sabe el por qué, es decir, la razón, la causa (en alguna de sus cuatro formas: el
qué o esencia, el de qué, el de dónde y el para qué o hacia dónde). Pero la
búsqueda de la Causa no puede deducirse, de ninguna manera, de su utilidad o
necesidad práctica. La Verdad no lo sería menos porque fuese inútil o incluso
perjudicial, es decir, porque no valiese para otra cosa que para sí misma. Por
supuesto, la verdad produce utilidad (si se hace el camino de aplicar el
conocimiento de las causas…), pero la utilidad no es el criterio de la verdad.
Nadie ha sabido mostrar cómo es determinada por la utilidad la verdad de la
inconmensurabilidad de la diagonal. Ese teorema puede tener aplicación
práctica, pero su corrección no se deduce de ella, ni tiene que esperarla en
ningún momento. Y ¿cuál es la relación de la utilidad con la cuestión, o con
cualquiera de las respuestas a la cuestión: “¿por qué algo en vez de nada?”? Sí,
puede satisfacer los deseos de alguien, pero esto no hace al argumento más
correcto: nadie es tan estúpido como para aceptar la apuesta de Pascal.
Quienes han pretendido una base pragmática subyacente a la lógica y el saber,
una base en términos psicológicos, sociales, utilitarios, han caído siempre en la
trampa de seguir ellos presa de la lógica y la validez de la ciencia en general. El
pragmatismo ha tenido que reformularse:
“Nuestros intereses más queridos pueden determinar qué combinaciones de
propiedades consideramos valiosas para hablar sobre ellas, e incluso pueden
conducirnos a inventar un nombre para cada cosa (…) pero todo esto no cambia
de la manera más nimia el mundo. El mundo es como es con independencia de
los intereses de cualquiera que lo describa. Espero que quede claro que yo no
comparto totalmente la posición de James (…). No me gusta en absoluto la
sugerencia de James de que el mundo que conocemos sea en grado
indeterminado el producto de nuestras mentes”.
Lo que se le olvida quizás a Putnam es que también “nuestros intereses” e
incluso nuestro “nosotros” son parte de la realidad, y podemos equivocarnos al
26
Supongamos que esa sea la diferencia. ¿Qué decir ahora? ¿Por qué escoger la
Metafísica y la desobediencia a la prohibición de la sabiduría? ¿Y si tiene “razón”
Lutero (razón mítica, por supuesto, razón en la locura, es decir, razón fuera de
la razón racional, esa a la que denostó tantas veces) y no hay que andar
buscando razones para lo divino y hay que echar al fuego a Aristóteles e incluso
a Santo Tomás de Aquino? Eso haría comprensible que sus herederos, incluidos
Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein y los suyos, tengan como objetivo echar al
fuego la metafísica. El pecado del hombre, el propio hombre tal como se lo figura
o lo figura la Metafísica, sería la soberbia de pensar el valor de las cosas,
alejándose así de la vida inmediata del jardín.
Pero ¿qué pasa entonces con el hombre, concretamente con el hombre respecto
del animal? Para el Filósofo, la naturaleza del hombre es la de animal que tiene
Logos. Pero, si ese Logos queda reducido a la astucia… ¿Puede que la única
consecuencia coherente de la desmetafisización (y remitificación) del humano
sea su confusión con lo animal?
En Lo abierto, el hombre y el animal, G. Agamben parece creer, efectivamente,
que el final mesiánico de la historia supone un desdibujamiento de la diferencia
entre animal y humano. Usando fraseología heideggeriana, habría que decir que
lo abierto del hombre (eso que se manifiesta, por ejemplo, en el aburrimiento),
es en verdad un abrirse a un velamiento, al velamiento propio del animal:
“La joya engarzada en el centro del mundo humano y de su Lichtung no es otra
cosa que el aturdimiento animal; la maravilla de "que el ente sea" no es sino el
aferramiento del "estremecimiento esencial" que le llega al viviente de su ser
expuesto en una no-develación. La Lichtung es realmente, en este sentido, un
lucus a non lucendo: la apertura que está en juego en ella es esencialmente la
apertura a una clausura; y el que mira en lo abierto sólo ve un cerrarse, sólo ve
un no-ver”.
Aturdimiento animal y Apertura guardarán entre sí una relación similar a la que
guardan la teología negativa y la positiva. El Hombre es un animal “que ha
aprendido a aburrirse”, que “se ha despertado del propio aturdimiento y al propio
aturdimiento”. Este despertarse del viviente a su propio ser aturdido, este abrirse,
angustioso y decidido, a un no abierto, es lo humano.
La historia de la Metafísica, o sea, la Historia, la Metafísica, siempre se ha
construido como la génesis del hombre frente al animal, como hemos visto (en
realidad, Aristóteles, como también Platón, no oponen radicalmente Hombre y
Animal, esto es algo judeo-cristiano y moderno, cartesiano y heideggeriano, pero
hagamos abstracción de ello ahora). Sin embargo ahora estamos ya en el
tránsito a la posthistoria y postmetafísica, y eso tiene que querer decir, también,
en el final del hombre o la máquina antropogénica misma, al menos del hombre
como esencialmente lo conocemos (si, como Nietzsche, pensamos que no hay
nada después del hombre, que este es un fin final). Todavía Heidegger, último
pensador para el que era posible la política, pudo, “extrañamente”, criticar a la
Metafísica de no atender a lo humano y quedarse en lo animal. Hoy, cuando,
dice Agamben, la política (es decir, el juego entre velamiento y desvelamiento)
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no es una opción más que “para quien tenga absoluta mala fe”, el hombre se
vuelve hacia el animal:
“Las potencias históricas tradicionales -poesía, religión, filosofía- que, tanto en la
perspectiva de Hegel-Kojeve como en la de Heidegger, mantenían despierto el
destino históricopolítico de los pueblos, han sido transformadas desde hace
tiempo en espectáculos culturales y en experiencias privadas y han perdido toda
eficacia histórica. Frente a este eclipse, la única tarea que todavía parece
conservar alguna seriedad es el tomar a cargo y realizar la "gestión integral" de
la vida biológica, es decir de la propia animalidad del hombre.” (opus cit.., pg
141)
La humanización integral del animal coincide con una animalización integral del
hombre. Ahora solo dos escenarios son, en la perspectiva de Heidegger,
posibles: gobernar, mediante la técnica, la propia animalidad, o que“el hombre,
el pastor del ser, se apropia de su propia latencia, de su propia animalidad, que
no permanece escondida ni se hace objeto de dominio, sino que es pensada
como tal, como puro abandono”. (opus cit. pg 146)
La segunda opción, “mesiánica”, lleva o devuelve a ese estado anterior a la
escisión del hombre y el animal.
Hay quizá todavía un modo en el cual los vivientes pueden sentarse al banquete
mesiánico de los justos sin asumir una tarea histórica y sin hacer funcionar la
máquina antropológica. (opus cit. pg. 168)
Agamben se equivoca, creo yo, cuando dice que no hay tiempo ya para la
Metafísica y la Política. Como dato histórico, eso parece lejos de ser cierto. Pero,
dejando a un lado las predicciones historiográficas, queda por discutir la
“bondad” (teórica) de ese “mesianismo”. ¿Es él la verdad única, o es solo, en el
mejor de los casos, la única o mejor alternativa a la Metafísica? Para eso hará
falta primero que la Metafísica sea definitivamente, esta vez sí, vieja y sin lugar.
Hará falta que las tesis de Agamben y de los postmetafísicos en general (¿quizás
tesis, ellas mismas, subrepticiamente metafísicas y ontológicas?) sean
incuestionablemente correctas.
Requeriría una atención especial la argumentación (porque es argumentación)
de Agamben respecto de cómo la categoría del “cualquiera” (quodlibet)
deconstruye definitivamente la dualidad universal – particular de la ontología.
Hay, en efecto, una
paradoja o aporía fundamental en el corazón de la sabiduría de Aristóteles.
Según nos dice, la sabiduría lo es de lo universal. Pero, como sabemos, la
realidad no puede ser lo universal. Tampoco puede ser lo particular. Tiene que
ser, como quiere Hegel, lo individual, allí donde se sintetizan lo más universal y
lo más concreto. En el extremo, la esencia o concepto no tiene más objeto que
referirse a lo indivisible e inconceptualizable, a la existencia, a la sustancia e
hipóstasis, y quizás esto no pueda hacerlo nunca el concepto. Todo esto es digno
de diálogo, lo digno de diálogo. Pero este diálogo solo puede hacerse en el
interior de la Metafísica o sabiduría primera buscada, mediante el cultivo de lo
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universal junto a lo más concreto, porque donde lo universal no es atendido, sino
que es sustituido por “recuerdos y fantasías”, como en el mito, o incluso por nada,
por nada inteligible, realmente no se va más allá, sino que se permanece en la
ebriedad y la somnolencia donde está prohibido pensar.
Mientras sigamos, como seguimos, teniendo la tarea de pensar, nadie puede
ahorrarse volver a leer la Metafísica de Aristóteles. El mismo Aristóteles, en los
libros siguientes, se dedica a intentar refutar la deconstrucción sofista de la
Metafísica y la Ontología. Quizás el moderno deconstruccionismo tenga aún algo
que aprender confrontándose con Aristóteles, como ya pasó hace más de dos
mil años. Para eso, insistamos, hay que estar ya embarcado en la filosofía, y
nadie puede hacer un gesto de reuso. La filosofía, y concretamente la metafísica
y la ontología, tienen su pleno lugar hoy, incluso más que nunca.
Sin embargo, el mito, y también esa condición mitoidea de un estado de no-
escisión animal-humano, han abandonado antes el diálogo. En verdad, el mito al
menos nunca ha entrado en él, tiene prohibido entrar en él. Frente al pensar, el
mito, como su otra cara, el pragmatismo materialista, siempre operarán como
fuerza contraria, intentando, como el canto de las sirenas, seducirnos y conseguir
que nos abandonemos a lo inconsciente, no, en verdad -y contra lo que él “cree”
(si es que puede creer algo)-, superando la dualidad de la realidad, sino
negándose a pensarla. Tanto el amor a la sabiduría como el amor al mito, dice
Aristóteles, surgen de algo parecido, en cierto modo igual: la admiración. Los
mitos, y la religión en general, nacen de la conciencia del mysterium tremendum.
Pero, mientras que la actitud metafísica dice que lo más divino es lo más
cognoscible y digno de ser buscado, la actitud religiosa y mítica queda paralizada
por el terror ante la desproporción entre nuestros recursos (recuerdos e
imágenes, sobre todo, y solo tímidamente conceptos e ideas) y lo absoluto. Esa
paralización contrae al hombre hacia la animalidad y la obediencia, y fuerza a
declarar impío todo acercarse al árbol que lo absoluto parece haber puesto justo
en el centro del mundo. Lo bueno y lo malo es aceptado, infantilmente, como
establecido, como derecho positivo de un monarca absoluto de designios
inescrutables. Por eso el mito no es compatible, propiamente, con la ciudadanía,
con la soberanía del Hombre. El mismo hombre que es positivista respecto de
las leyes, es positivista respecto de la ciencia. Por eso pragmatismo y miticismo
son dos caras del mismo “pensamiento”, del pensamiento del no-pensamiento.
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CONCLUSIONS GENERALES
De todo lo investigado concluimos en lo siguiente:
30
ANEXOS
PLATÓN
RESCATE DE LA RACIONALIDAD
MITO DE LA CAVERNA
31
LA METAFÍSICA
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BIBLIOGRAFÍA
Direcciones Web
http://www.webdianoia.com/aristoteles/aristoteles_meta.htm
http://cibernous.com/autores/aristoteles/teoria/metafisica/metaf.html
http://cibernous.com/autores/aristoteles/teoria/metafisica/metaf.html
http://www.apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/gabriel1.pdf
https://es.wikipedia.org/wiki/Metaf%C3%ADsica_(Arist%C3%B3teles)
https://es.wikipedia.org/wiki/Plat%C3%B3n
33