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Introducción
Oscar H. AELO
La poderosa imagen de un movimiento político articulado en la relación
directa entre líder carismático y masas populares dominó durante un largo perío-
do las interpretaciones sobre el peronismo. Partidarios o adversarios, ensayistas o
científicos sociales compartían un tipo de mirada que, independientemente de
sus motivaciones, subrayaba el lazo directo que la retórica del liderazgo nacional
peronista había exaltado como el origen y razón de ser del movimiento. Hasta
mediados de los años setenta, y en rigor hasta bien entrados los años ochenta –en
función del paréntesis que supuso para la producción científica en nuestro país la
última dictadura militar- las principales líneas de investigación sobre el tema se
concentraron en asuntos que, de un modo u otro, abonaban aquella mirada: la
cuestión de los “orígenes” del peronismo, las características o actitudes de las cla-
ses populares urbanas –básicamente la clase obrera- que las llevaron a integrarse
al nuevo movimiento. Los resultados de esas indagaciones fueron ambivalentes:
junto a considerables aportes para la comprensión del peronismo, notorios va-
cíos y evidentes simplificaciones. La complejidad socio-política de la Argentina
quedaba reducida a una limitada contraposición litoral/interior; para peor, el co-
nocimiento sobre este último se reducía al recuento de anécdotas pintorescas de
sabor local. Los dilemas de la organización peronista quedaban subsumidos en
la capacidad o voluntad de un líder omnímodo. Las instituciones políticas o “el
régimen” peronista encontraba en la palabra o la acción de Perón su explicación
última y primera.
En las últimas dos décadas el panorama ha venido cambiando. Probable-
mente en consonancia con un cierto “enfriamiento” de las pasiones que el pero-
nismo supo despertar (enfriamiento por demás relativo, como cualquier argen-
tino puede apreciar al leer un diario o asistir a la televisión) una nueva “camada”
de investigadores se ha aproximado al tema; camada en la que destacan, o acaso
predominan, los historiadores –cuyo aporte en las décadas previas había sido más
bien escaso. La injerencia de los historiadores en el análisis del tema no se en-
cuentra desligada de ciertos cambios ocurridos en las instituciones universitarias,
vinculados con una mayor estabilidad del trabajo académico y a la existencia de
“incentivos” y subsidios para grupos o investigadores. En todo caso, la contra-
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1 Moira Mackinnon, Los años formativos del Partido Peronista, Buenos Aires, Siglo XXI/Instituto Di
Tella, 2002. Raanan Rein, Peronismo, populismo y política: Argentina, 1943-1955, Buenos Aires, Ed.
de Belgrano, 1998. César Tcach, Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba 1943-1955,
Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
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2 Darío Macor y César Tcach (eds.), La invención del peronismo en el interior del país, Santa Fe,
UNL, 2003. Aixa Bona/Juan Vilaboa (coords.), Las formas de la política en la Patagonia. El primer
peronismo en los territorios nacionales, Buenos Aires, Biblos, 2007.
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sino intentando llamar la atención sobre los “aires de familia” en las formas de la
acción política en ambas realidades (y recordando que los territorios nombrados
constituyeron los contornos de dos nuevas provincias en el período). En la sec-
ción siguiente no intentaré sintetizar que dice cada artículo –apartándome de lo
que parece ser la “norma” para introducciones de libros de estas características-,
sino apuntar algunos temas y problemas emergentes en torno a la política en los
años peronistas; temas y problemas que no necesariamente articulan las investi-
gaciones recientes, sino, más sobriamente, los que me han llevado a concentrar
mi práctica historiadora sobre este “enigma” de la política argentina. Pero antes
de pasar a ese desarrollo, quiero dejar consignado mi agradecimiento a todas y
todos los autores cuyos trabajos aquí se publican, por su receptividad, por su
entusiasmo, por su voluntad por participar de esta empresa inacabada que con-
siste en conocer al peronismo: Adriana Kindgard, Aixa Bona, Azucena del Valle
Michel, Fabio Alonso, Florencia Gutiérrez, Gustavo Rubinstein, Javier Tobares,
José Ariza, Juan Vilaboa, María Cecilia Erbetta, Mariana Garzón Rogé y Merce-
des Prol. Y, también, para Claudio Panella, editor de este libro, por confiarme la
responsabilidad de la compilación.
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3 Véase Gino Germani, “Clases populares y democracia representativa en América Latina”, Desarro-
llo Económico, Vol. II, Nº2, 1962, pp. 23-43; o “El surgimiento del peronismo: el rol de los obreros
y de los migrantes internos” [1973], en Torcuato Di Tella, Sociedad y Estado en América Latina,
Buenos Aires, Eudeba, 1985; un trabajo previo del autor aún veía al peronismo como un peculiar
fascismo: “La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo”, Cursos y Conferencias,
Año XXV, Nº 273, 1956, pp. 153-176. Autores simpatizantes con el peronismo también susten-
taban la importancia decisiva de una “nueva clase obrera”, a la que entendían como depositaria de
tradiciones nacional-populares incontaminadas por el cosmopolitismo urbano. Ver, por ejemplo,
Jorge Abelardo Ramos, La era del peronismo 1946-1976, Buenos Aires, Ed. del Mar Dulce, 1982; o
Juan José Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional, Buenos Aires, Plus Ultra, 3ª
ed. 1973 [1ª 1960].
4 Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires,
Siglo XXI, 1972.
5 Hugo del Campo, Sindicalismo y peronismo, Buenos Aires, CLACSO, 1983; Elena Susana Pont,
Partido Laborista: Estado y sindicatos, Buenos Aires, CEAL, 1984; Hiroshi Matsushita, Movimiento
obrero argentino 1930-1945, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986; Juan Carlos Torre, La vieja guardia
sindical y Perón, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
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ello, raramente o nunca se había afirmado que los dirigentes del viejo Partido
Conservador hubieran tenido alguna importancia en la configuración del nuevo
movimiento6. Podía suponerse que el peronismo había tenido una elite dirigente;
pero bastaba con una aproximación genérica, sin mayor precisión, como ésta de
Germani: “La elite política peronista era más amplia que la dirigencia sindical e
incluía no solo un grupo desprendido del radicalismo, sino también fascistas, na-
cionalistas de extrema derecha, católicos, falangistas, viejos comunistas trotskistas
y otros marxistas […]”7.
Sin embargo, a partir de finales de los setenta, trabajos provenientes de la
sociología política se encaminaron a proponer una nueva hipótesis, siendo, un
tanto sorprendentemente, la provincia de Buenos Aires el foco inicial del análisis.
Observadores contemporáneos de la política bonaerense hacia mediados de los
cuarenta habían supuesto que una parte del antiguo caudal electoral conservador
se había “transferido” al peronismo, y sospechaban que algunos dirigentes con-
servadores no habían sido ajenos a ese resultado, “aconsejando” a sus seguidores
el voto por Perón8. Estas impresiones fueron transformadas en hipótesis científica
por I. Llorente, quien propuso la existencia de una “alianza conservadora-laboris-
ta” en la provincia, interpretando que los dirigentes conservadores –que suelen ser
denominados “caudillos”- habían mantenido incólumes las relaciones de patro-
nazgo establecidas con las clases populares en los años treinta y, en la efervescente
campaña electoral de 1946, no sólo habían “indicado” el voto a sus clientes sino
6 Véase, por ejemplo, Félix Luna, El 45, Buenos Aires, Sudamericana, 1972; en este libro, Perón
le dice a Luna que “en la concentración de fuerzas que se nucleó en 1945 había muchos conserva-
dores” (p. 195), además de afirmar que su origen (de Perón) era conservador; pero no parece que
siquiera Luna le haya prestado mayor atención a los dichos del General. En el mismo sentido, Little
insiste en calificar de “oportunistas” a los dirigentes peronistas que no provenían del laborismo;
pero los conservadores no tienen ningún papel en su argumentación. Walter Little, “Party and State
in Peronist Argentina, 1945-1955”, Hispanic American Historical Review, vol. 53, Nº 4, november
1973, pp. 644-662.
7 Gino Germani, Autoritarismo, fascismo y populismo nacional, Buenos Aires, Temas, 2003, p. 213.
8 Torre, La vieja guardia…, op. cit., pp. 216-217, muestra los editoriales del diario La Prensa dedu-
ciendo implícitamente el traspaso de votos conservadores al peronismo. Los socialistas, observando
los datos electorales de Avellaneda, sostenían que los líderes conservadores del distrito habían indi-
cado el voto en Perón; ver El Trabajo, 27/03/1946. Inclusive dirigentes conservadores sostuvieron
que algunos cuadros estuvieron envueltos en esas maniobras; ver El Trabajo, 15/03/1946.
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9 Ver Ignacio Llorente, “Alianzas políticas en el surgimiento del peronismo: el caso de la provincia
de Buenos Aires”, Desarrollo Económico, Vol. 17, N° 65, abril-junio 1977, pp. 61-88. El autor en-
tiende que los “caudillos” conservadores fueron la base humana sobre la que se articuló el Partido
Laborista: “en las zonas periféricas el laborismo se armó sobre la base del viejo Partido Conserva-
dor”.
10 Por ejemplo, Roberto Azaretto, Historia de las Fuerzas Conservadoras, Buenos Aires, CEAL,
1983. Hugo Gambini, Historia del peronismo. El poder total (1943-1951), Buenos Aires, Planeta,
1999.
11 Manuel Mora y Araujo, “Introducción: la sociología electoral y la comprensión del peronismo”,
en M. Mora y Araujo e I. Llorente (comps.), El voto peronista: ensayos de sociología electoral argentina,
Buenos Aires, Sudamericana, 1980.
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14 Ese supuesto no verificado es prístino en el texto de Llorente: “en este tipo de comunidades
bastante inaccesible a las influencias de origen nacional y gobernadas desde adentro, fue crucial para el
peronismo poder contar con los dirigentes conservadores, quienes obraron como correa de transmi-
sión política, posibilitando su triunfo.” Las cursivas son mías.
15 María Moira Mackinnon, “La primavera de los pueblos. La movilización popular en las provin-
cias más tradicionales en los orígenes del peronismo”, Estudios Sociales, Año VI, Nº 10, Santa Fe,
1er. semestre 1996, pp. 87-101.
16 Véase, por ejemplo, Adriana Kindgard, “Procesos sociopolíticos nacionales y conflictividad re-
gional. Una mirada alternativa a las formas de acción colectiva en Jujuy en la transición al pero-
nismo”, Entrepasados, Nº 22, 2002, pp. 67-87; o Adrian Ascolani, “Las organizaciones sindicales
provinciales de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba, y su vinculación con la Confederación General
del Trabajo (1930-1943)”, en Guido Galafassi (comp.), El campo diverso, Bernal, UNQ, 2004, pp.
161-184.
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17 Ver, entre otros, Peter Waldmann, “As quatro fases do governo peronista”, en Fanny Tabak (org.),
Ideologias-Populismo, Rio de Janeiro, Eldorado, 1973, pp. 105-122; Ricardo del Barco, El régimen
peronista 1946-1955, Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1983; Félix Luna, Perón y su tiempo. I. La
Argentina era una fiesta 1946-1949, Buenos Aires, Sudamericana, 1984; y los tomos subsiguientes
Perón y su tiempo. II. La comunidad organizada 1950-1952, Buenos Aires, Sudamericana, 1985, y
Perón y su tiempo. III. El régimen exhausto 1953-1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1987.
18 Mackinnon considera que hacia 1950 el Partido Peronista adoptó una organización “en ramas”:
ver Los años formativos..., pp. 182-183. Juan C. Torre asegura que tal división fue decidida en 1949;
ver, del autor, “Introducción a los años peronistas”, en Juan C. Torre (dir.), Los años peronistas 1943-
1955, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, p. 40.
19 Eva Perón, Historia del peronismo [1951], Buenos Aires, Freeland, 1971, p. 101.
20 Un diario peronista, bien entrado 1951, se refiere a “las dos ramas del partido”, que considera
equivalentes a “ambas ramas del Movimiento”. Ver Democracia, 14/08/1951.
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minuciosamente cuales son las “ramas” del movimiento peronista, sus funciones,
organización interna, articulación y agencias directivas21. Pero en todo caso, esta
organización tripartita es un punto de llegada, o si se quiere, un nuevo punto de
partida: no estaba “grabada” en los orígenes y su emergencia no pudo haber esta-
do desvinculada de las fricciones internas del propio peronismo.
Esta conflictividad interna del peronismo viene siendo subrayada por
aquellos trabajos que enfocan el análisis del Partido (masculino). Vale indicar aquí
que, hasta finales de los años ochenta, la suma del conocimiento acumulado sobre
el tema había sido resumida por F. Luna de este modo: “nadie podrá escribir la
historia del Partido Peronista [...] porque no existió; [...] fueron los suyos lustros
burocráticos y administrativos, chatos, sin alma”.22 Hoy consideramos que tal
partido existió y que su historia merece ser escrita, aunque aún subsisten interpre-
taciones claramente disonantes acerca de tal organización. Mackinnon concentró
su análisis en las cambiantes configuraciones de las “coaliciones dominantes” del
Partido Peronista entre 1946/47 y 1950, en el nivel nacional, destacando las ar-
duas disputas entre sus grupos dirigentes por encontrar una fórmula organizativa
adecuada para encuadrar las indisciplinadas fuerzas peronistas23. Una visión dife-
rente nos ofrecen Macor y Tcach, al sostener que el fuerte peso de políticos de rai-
gambre tradicional (conservadores) en la composición de las dirigencias peronis-
tas habría contribuido decisivamente para “una visión meramente instrumental
de la fórmula organizativa partido, poco propensa a la democracia interna [...]”24.
Nuestra propia interpretación del proceso partidario peronista tiende a destacar
una mayor “propensión” al mantenimiento de pautas formalmente democráticas
21 Véase Partido Peronista, Directivas básicas del Consejo Superior, Buenos Aires, 1952. Es probable
que en este documento (público) se pusieran “en blanco”, por así decir, algunas recomendaciones
secretas elaboradas previamente (pero no antes de 1951).
22 Luna, Perón y su tiempo. I…, op. cit, p. 60.
23 Mackinnon, Los años formativos…; sus argumentos principales habían sido adelantados en “So-
bre los orígenes del Partido Peronista. Notas introductorias”, en Waldo Ansaldi, Alfredo Pucciarelli,
José C. Villarruel (eds.), Representaciones inconclusas. Las clases, los actores y los discursos de la memo-
ria, 1912-1946, Buenos Aires, Biblos, 1995, pp. 223-253.
24 La cita es de Macor y Tcach, La invención del…, op. cit., p. 27; aunque la idea fue sostenida
primeramente por Tcach, tanto en Sabattinismo y peronismo…, como en “Una interpretación del
peronismo periférico: el Partido Peronista de Córdoba (1945-1955)”, Documento CEDES/54, Bue-
nos Aires, CEDES, 1990.
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para regular la competencia intrapartidaria25. Los datos aportados por los traba-
jos provinciales sobre el partido tienden a apoyar esta línea de indagación, en la
medida que pueden ser observados los diversos procesos eleccionarios internos
que se desarrollaron en sus primeros años. Con todo, nuestro conocimiento del
tema es todavía insuficiente. Aún cuando estamos en un momento diferente en
el análisis historiográfico, y difícilmente se negaría –ahora- la existencia partida-
ria del peronismo, precisamos comprender mejor las características de los actos
eleccionarios internos, los tipos de cargos en disputa, los mecanismos utilizados,
la influencia de los mismos en la composición de los grupos dirigentes. Aún más
necesario es vincular los desarrollos provinciales del partido con su trayectoria
“nacional”. Podemos suponer que, desde 1950 o 1951, el partido nacional se
torna más “independiente” de los grupos, facciones o dirigencias locales, y que
consigue “imponer” sus directivas sobre aquellos. Pero no están nada claras las
formas en que tal imposición se hizo presente –si lo hizo-, ni cuales resistencias
pudieron haberse generado. En cualquier caso, y como los estudios locales sobre
el tema vienen alertando, la conflictividad interna en el peronismo estuvo pre-
sente hasta el mismo final en 195526. Al mismo tiempo, los cambios en la cúpula
partidaria nacional en ese mismo año, los cuales fueron considerados por algunos
observadores contemporáneos como un intento por “oxigenar” la vida interna
peronista, no ha recibido la atención necesaria, ni mucho menos observada su
probable vinculación con los dilemas partidarios peronistas en las diversas pro-
vincias y territorios.
Un comentario breve sobre el PPF. El análisis de esta organización ha reci-
bido menor atención que la “rama” masculina, y hasta el momento no se ha des-
ligado –sino intermitentemente- de la sombra proyectada por la figura política de
Eva Perón. En este sentido, caben pocas dudas actualmente que la trayectoria de
la “abanderada de los humildes” pasó de un lugar secundario a convertirse en una
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36 Juan Carlos Torre, “Los desafíos de la oposición en un gobierno peronista”, en Marcos Novaro
(comp.), Entre el abismo y la ilusión, Buenos Aires, Norma, 1999, p. 57.
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Y termino por aquí. Apenas pasé revista a unos pocos tópicos, a las difi-
cultades que ellos imponen a la hora de interpretarlos, y de integrarlos en una
visión nacional –realmente nacional- del peronismo. Existen desde luego muchos
otros temas y asuntos, tratados más o menos intensamente por la historiografía,
o la ciencia social en general. A medida que se avanza en la indagación de algún
problema, la complejidad de la experiencia peronista se hace notoria. Y no podría
ser de otra manera: desde hace más de 60 años el peronismo ha marcado con su
impronta la vida política, social y cultural de la Argentina. Y la obstinación por
comprenderlo, también.
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