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Dulcificar la maldad

Desde principios del año 2011, comenzó a circular en Hollywood la noticia de la intención de los
Estudios Disney de producir una película live action -o de acción en vivo- que volvía a narrar los
eventos de su clásica cinta animada La bella durmiente (Clyde Geronimi, Les Clark, Eric Larson y
Wolfgang Reitherman, 1959), pero desde la óptica de su antagonista, la malvada hada despechada
Maléfica. Tim Burton, a quien todos conocemos, inicialmente recibió la encomienda del proyecto
por su entonces renacida relación con la productora, pero finalmente lo abandonó y cedió el
timón a Robert Stromberg, cuya experiencia como Director de Arte de Alicia en el País de las
Maravillas (Burton, 2010) -que le mereció el prestigiado premio Óscar- y Oz, el Poderoso (Sam
Raimi, 2013), lo hacía ideal -al menos en lo visual- para el reto. Cuando a mediados de 2012 se
confirmó la participación de Angelina Jolie como la protagonista, más de uno quedó satisfecho. Y
es que siendo justo, el papel está hecho a su medida y resulta lo más atractivo de la película.
Aunque Jolie ha participado en productos comerciales como 60 segudos (Dominic Sena, 2000) o el
díptico Lara Croft: Tomb Raider (Simon West en 2001 y Jan de Bont en 2003), ha estelarizado
películas interesantes donde ha demostrado verdadera capacidad actoral, como Inocencia
interrumpida (James Mangold, 1999) o El sustituto (Changeling, Clint Eastwood, 2008), que le han
valido galardones y el reconocimiento de la crítica especializada. Este tipo de decisiones dan
credibilidad a un personaje. Lo fortalecen. Un gran villano merece -debe- ser interpretado por un
gran actor. Cuando en otoño de 2012 fue difundida la primera fotografía de Jolie caracterizada
como la villana, el entusiasmo de todos creció. Incluido el mío, pese a mis enormes reservas. Mi
recelo era justificado: se trataba, después de todo, de una película de Disney.

Ayer que vi la cinta, confirmé todos mis temores. Y no es que sea mala. Es espectacular, un
derroche visual gracias a la sobria fotografía de Dean Semler. Cada dólar que se gastó en su
realización se refleja en la pantalla. La culpa es del guión de Linda Woolverton, quien ya había
hecho de las suyas en la Alicia de Tim Burton. Pero en el último de los casos, el resultado es
responsabilidad de los estudios Disney, quienes históricamente han hecho muy clara su tendencia
a edulcorar historias que conocimos en nuestra más tierna infancia, brutales en el fondo, en aras
de satisfacer a las buenas conciencias y ganar millonadas en el proceso. La pobre Maléfica, la
segunda villana más atractiva de la casa, es despojada de su terrible encanto y se convierte al final
en una de sus princesas.

Visualizo tres errores fundamentales en una película que, siendo abrumadoramente realista,
nunca debió existir. No aporta nada al personaje y, lejos de ello, traiciona su espíritu más
elemental de la forma más infame:

1. Lo dije en el pasado: "El mal existe y a veces sólo necesitamos saber eso [...] Los grandes villanos
no siempre requieren un origen. Los espacios en blanco y las interrogantes hacen trabajar la
imaginación del lector, lo obligan a poner atención a los pequeños detalles que explican la
personalidad del personaje. El exceso de datos no siempre se agradece". Ahora Maléfica (Ella
Purnell) es una pequeña hada bondadosa, virtuosa, fuerte y protectora de las criaturas mágicas
con las que cohabita en el maravilloso reino de Los Páramos, con unas impresionantes y poderosas
alas con las que cruza el firmamento. Sus vecinos, los insidiosos seres humanos, se encuentran en
pugna permanente con ellos. Se enamora del joven Stefan (Michael Higgins), un plebeyo noble en
apariencia pero increíblemente ambicioso. Al crecer, Maléfica (Jolie) derrota aparatosamente las
intenciones invasoras de sus rivales y su moribundo Rey Henry (Kenneth Cranham) ofrece la
sucesión de su corona a quien lo vengue. Así Stefan (Sharlto Copley) comete la traición más
abominable, lo que da el pretexto perfecto para que nuestra heroína descienda a las tinieblas.
Hasta ahí el asunto es tolerable. Insisto que es innecesario, pero es tolerable.

2. Una vez que te vuelves a la oscuridad, no hay marcha atrás. Si logras escapar de sus garras es
por una razón poderosa, como sucedió a Darth Vader (David Prowse), luego de una profunda
reflexión que duró toda la cinta, al ver en peligro de muerte a su hijo Luke (Mark Hamill) en el
desenlace de El regreso del Jedi (Richard Marquand, 1983). La redención nunca se da por razones
sensibleras, poco profundas, coronadas por lágrimas sinceras, que cortan de tajo las motivaciones
de la malvada. La bella Aurora (Elle Fanning, radiante) siempre sería el recordatorio de la infamia y
el mal de los que es capaz el hombre. Jamás podría inspirar la compasión de un personaje como
Maléfica. Mucho menos a salvar su vida en más de una ocasión, desde sus primeros días. Si a esas
vamos, Maléfica merecía su venganza.

3. Los excesos visuales, porque los avances tecnológicos no siempre se agradecen. Esos paisajes de
ensueño y sus criaturas, mostrados hasta el hartazgo, no dejan de recordarme a las imágenes
artificiales y coloridas de El Hobbit o a Las Crónicas de Narnia. Las tres hadas buenas Flora, Faura y
Primavera (Imelda Staunton, Juno Temple y Lesley Manville), con su pequeño tamaño, rostros
digitales y graciosas ocurrencias, tratan de dar momentos hilarantes al relato. Y si Disney es
partidario de los animales parlantes, ¿cuál fue la intención de transformar intermitentemente en
humano al cuervo Diaval (Sam Riley)?

El filme se ha ganado con creces el desprecio de la crítica, incluido el mío. Pero en lo que a los
estudios importa, su éxito comercial, ya ha recuperado su inversión y promete convertirse en un
éxito contundente a nivel mundial. Lo peor de todo es que les impulsará a dar luz verde a una
secuela. Y peor aún, a producciones similares donde harán lo mismo a célebres villanos como la
Malvada Reina de Blanca Nieves o el Capitán Garfio de Peter Pan. Ya comenzaron de hecho, como
lo anticipa ese teaser trailer de Cenicienta. Podemos esperar entonces películas donde la manzana
envenenada inducía un estado letárgico a la pálida jovencita para ser tratada en el futuro por
alguna enfermedad mortal, o a un pirata maltratado en su infancia que perseguía
implacablemente al efebo que se rehusaba a crecer para prevenirlo de la maldad interna de sus
Niños Perdidos. Porque según Disney todos los malos tienen, en lo más íntimo, un corazón de oro.

El futuro no es nada promisorio.

Publicado por Roberto Coria en 10:13 15 comentarios:


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Etiquetas: desilusiones, grandes villanos, infamias, personajes memorables

martes, 27 de mayo de 2014

Sacudir la polilla

Una anécdota digna de la difunta revista Duda, publicación mexicana especializada en el misterio y
la parapsicología, que tenía especial predilección por los Objetos Voladores No Identificados. Esa
fascinación la compartimos muchos. Nuestro compatriota Guillermo del Toro ha confesado la
enorme importancia que tuvo en su formación como explorador del horror y lo fantástico. En la
misma línea vivió el periodista estadounidense John Keel (1930-2009), hombre que se consagró a
investigar fenómenos extraños, inexplicables. Entre ellos se encontraban los avistamientos que
realizó entre 1966 y 1967 en el pueblo de Point Pleasant, Virginia del Oeste. Las apariciones de un
misterioso Hombre Polilla (Mothman) culminaron con el colapso del Puente Silver Bridge el 15 de
diciembre de 1967, donde fallecieron 46 personas que lo recorrían en sus autos. Los cadáveres de
dos de ellas nunca fueron localizados. Aunque investigaciones gubernamentales revelaron
posteriormente que la desgracia se debió a una falla estructural y a falta de mantenimiento, la
sombra de la investigación de Keel pervive, plasmado todo en el libro Las Profecías del Hombre
Polilla (The Mothman Prophecies, Panther books, 1975). Esta curiosa mezcla de teorías vinculan al
funesto ser –visto en la época por muchas personas de la localidad- con conspiraciones
extraterrestres y presagios terribles. Acaso lo que le resta credibilidad es que los lugareños, como
hicieron los pobladores de las Tierras Altas de Escocia, lo adoptaron como una atracción turística,
de forma semejante al muy afamado Monstruo de Loch Ness. En el caso del Hombre Polilla, hay
una celebración anual lo recuerda, estatua y Museo y Centro de Investigaciones (The Mothman
Museum and Research Center) incluidos. Las paranoias de Keel son la base de El mensajero de la
oscuridad (The Mothman Prophecies, Mark Pellington, 2002), cinta poco valorada con Richard
Gere como John Klein (símil de Keel) un columnista que, junto con su esposa Mary (Debra
Messing), se encuentra de frente con algo que no pueden explicar.

Pensé en el Hombre Polilla, quizá como una anunciación que me invitó a escribir esto, anoche que
una versión mínima de estos insectos del orden Lepidoptera se posó en mi hombro. Muchas
personas sienten un temor primitivo por estas criaturas y generalmente las asocian a terribles
acontecimientos. Desde la antigüedad están asociadas a lo perverso por su naturaleza nocturna.
Bram Stoker nos dijo que se encontraban entre las criaturas de la noche que el Conde Drácula
dominaba.
También la nueva encarnación cinematográfica de Godzilla (Gareth Edwards, 2014) te obliga a
recordarlas, sobre todo por esa pesera en el hogar abandonado de la familia Brody. Porque por
más que quieran, ninguno de los contrincantes del lagarto gigante era Mohtra, quizá el segundo
kaiju más popular, presentado en la película homónima de Ishirō Honda de 1961.

Alguna vez escuché decir a una señora, atemorizada, que las polillas provienen de los panteones,
de los muertos. Y se persignó. Si así fuera, lugar más pacífico de procedencia no puede existir.

Publicado por Roberto Coria en 8:34 No hay comentarios:

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Etiquetas: casos de la vida real, criptozoología, EN LA PRENSA NACIONAL, películas


incomprendidas, publicaciones extintas

miércoles, 21 de mayo de 2014

Perder el rumbo

Existe algo que se llama libertad creativa, aunque adaptes material de otro medio. Eso lo entiendo,
defiendo y respeto. Lo que funciona bien en la página impresa no necesariamente lo hace en la
imagen en movimiento. Hay que considerar que hay situaciones o actitudes que son imposibles de
sostener en épocas diferentes a la de su planteamiento original. Por ejemplo, cuando Arthur
Conan Doyle, a finales del siglo XIX, proponía un nuevo misterio a su Sherlock Holmes, éste decía
“es un problema de tres pipas”. Y lo hacía porque fumar era algo socialmente aceptado,
políticamente correcto. Más de un siglo después su gran renovador televisivo, Steven Moffat,
cambia el discurso del detective y lo trae con efectividad a la era de respeto al no fumador: “es un
problema de tres parches (de nicotina). En la muy cuestionada adaptación de las aventuras de
John Constantine (Constantine, Francis Lawrence, 2005), el investigador paranormal creado por
Alan Moore contrae cáncer. No por eso modifica sus hábitos de diletante tabacalero. Al final,
luego de atesorar la segunda oportunidad que recibió, pensamos que va a celebrar con un cigarro.
En su lugar, masca un chicle de nicotina. Pero la esencia está ahí. Fumar forma parte de su
naturaleza.

Licencias como éstas son comprensibles y necesarias. Pero hay otras que contravienen
completamente lo planteado por un autor, que lejos de aportar algo, lo traicionan. En su momento
vencí mi escepticismo y di una oportunidad a Elementary, la teleserie estadounidense de Robert
Doherty que lucraba con la popularidad de Sherlock y la obra de Conan Doyle. Cuando escuché al
protagonista Jonny Lee Miller decir “a veces odio tener razón”, la propuesta me perdió por
completo. Sherlock Holmes nunca diría eso. La razón es su motivo de existir. Es su mayor orgullo.
Se regodea mostrando a los demás sus errores.

Un canon es una regla inviolable, inamovible, que debe respetarse por sobre todas las cosas. Eso
es algo que están perdiendo de vista muchas de las series de nuestros días. Comencemos por
Bates Motel, desarrollada por Carlton Cuse, Kerry Ehrin y Anthony Cipriano a partir de la
inolvidable novela Psicosis de Robert Bloch y de la joya dirigida por Alfred Hitchcock La premisa del
programa es el inicio de la relación enfermiza entre el joven Norman Bates (Freddie Highmore) y
su madre Norma (Vera Farmiga). Por eso las innumerables historias secundarias (una red de
tráfico de personas anunciada a través de un manga oculto, el medio hermano incómodo,
homicidios, el cultivo masivo de mariguana, el comisario corrupto) distraen del objetivo principal,
que es el nacimiento de un asesino en serie. ¿Cuáles son las posibilidades de que un rayo caiga
varias veces en el mismo lugar? Los mejores momentos de Bates Motel, en mi humilde opinión,
son los que se acercan más a lo ya descrito por Bloch.

Algo similar ocurre con Hannibal, la serie creada por Brian Fuller inspirada en las novelas de
Thomas Harris. Siempre le reconoceré incontables méritos, comenzando por su protagonista Mads
Mikkelsen, a quien el más célebre caníbal de la ficción le viene como un traje a la medida. Pero a
mis ojos el programa se ha estancado, instalándose en una fórmula efectista que podríamos
definir como “el asesino de la semana” y situaciones que rayan en lo absurdo –convirtieron a Jack
Crawford (Laurence Fishbourne) en el jefe más crédulo e incompetente-. Pero ahora, lo inofensivo.
Cambiaron el género del prestigiado psiquiatra Alan Bloom y del poco escrupuloso periodista
Freddie Lounds y los hicieron mujeres. La primera se llama Alana Blooom y es el interés amoroso
de Will Graham (Hugh Dancy). La segunda, Fredricka “Freddie” Lounds, es tan odiosa como su par
literario y es un claro símil del bloguero Perez Hilton de la nota roja. Insisto, eso me parece válido.

En el que imagino como un esfuerzo por recuperar el camino, los productores decidieron incluir a
los torcidos hermanos Verger, figuras importantes de la tercera novela de la serie, Hannibal
(1999). A diferencia de lo establecido por Harris, Margot Verger es interpretada por la bella actriz
canadiense Katherine Isabelle, cuya sensual apariencia se aleja completamente de lo planteado
por el escritor: “Vista de cerca, era evidente que se trataba de una mujer. Margot Verger le tendió
la mano con el brazo rígido desde el hombro. Estaba claro que practicaba el culturismo. Bajo el
cuello nervudo, los hombros y los brazos macizos tensaban el tejido de su polo de tenis. Los ojos
tenían un brillo seco y parecían irritados, como si padecieran escasez de lágrimas. Llevaba
pantalones de montar de sarga y botas sin espuelas […] Los enormes muslos de Margot Verger
hacían sisear la sarga de sus pantalones mientras subía la escalera. Su pelo trigueño era lo
bastante ralo como para que Starling se preguntara si tomaría esteroides y tendría que sujetarse el
clítoris con cinta adhesiva”. Como ven, es más semejante a la entrenadora Shannon Beiste (Dot-
Marie Jones) del programa musical Glee.

Una historia que toma como centro lo ya planteado en importantes obras (literarias y fílmicas)
debe ceñirse estrictamente a los eventos que conocemos. Si no quieres hacerlo, es tu potestad
como creador, pero entonces escribe algo completamente nuevo. O debes advertir que tu historia
es una adaptación libre. No mates en una precuela a personajes cruciales en el futuro, porque eso
creará inconsistencias imposibles de resolver. El sabio Emmet L. Brown (Christopher Lloyd) las
llamaba “paradojas en el espacio-tiempo” sobre las que Homero Simpson, aún más sabio, temía.
“Si Marge se casa con él, yo no voy a nacer”.

Publicado por Roberto Coria en 9:04 No hay comentarios:

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Etiquetas: actores indispensables, advertencias, AUTORES INDISPENSABLES, CINEASTAS DE CULTO,


consejos, películas incomprendidas, series de televisión

lunes, 19 de mayo de 2014

Qué verde era mi monstruo

Las últimas semanas que he platicado con distinguidos amigos, cinéfilos irredentos, sobre las
expectativas que les causaba el regreso de Godzilla a la pantalla grande, confirmé algo que
presentía: la emoción que siento es un asunto generacional. Mis interlocutores –el más viejo de
ellos no rebasa los 30 años de edad- no conocieron como yo al coloso verde, que me deslumbraba
en aquellas sesiones televisivas matinales de mi infancia. No son tan cercanos a él. No lo vieron en
esas matinés de películas de los nipones Estudios Toho, ni en la emblemática cinta de 1954 de
Ishirō Honda. La referencia más inmediata para ellos es la versión estadounidense que Roland
Emmerich dirigió en 1998. Y a pesar que a la distancia puedo reconocerle algunos méritos, el
resultado no fue el más afortunado. Fue incapaz de acarrearle nuevos y devotos aficionados al
monstruo. En mi caso concreto, me pregunto si ese encanto era producido por tratarse de una
época más sencilla e ingenua, donde la magia se conseguía gracias a un hombre disfrazado en un
incómodo traje de látex, avanzando con dificultad y destruyendo los edificios de una burda ciudad
en miniatura. Y aunque ahora me encuentro con la versión más realista de ese cuadro, con una
impresionante puesta en escena, con los más notables avances técnicos del séptimo arte, por
alguna razón no logro trasladarme a mi tierna niñez. ¿Es una forma de resistencia a lo nuevo? ¿O
simplemente Godzilla funciona mejor en el esquema en que lo conocí?

Este es quizá el principal obstáculo de este nuevo esfuerzo, dirigido por el británico Gareth
Edwards, responsable de Monstruos, zona infectada (2010), antecedente que lo califica para la
labor. Más que una estricta reelaboración –remake-, el Godzilla de 2014 es el intento de reiniciar
una popular franquicia y presentarla a las nuevas audiencias, las de la era del Internet y los
teléfonos inteligentes. El guión de Max Borenstein –en el que realmente intervinieron más manos-
fue escrito bajo la mirada vigilante de los estudios Toho. Remonta los orígenes del monstruo a las
pruebas nucleares tan populares en los años cincuenta, reforzando la gran metáfora de éste como
una fuerza imparable de la naturaleza y cimentándolo como un hijo distinguido de la Era del
Átomo. La historia tiene el tino de comenzar en Japón, donde Joe Brody (Bryan Cranston) es
supervisor de la planta de energía nuclear de Janjira, cerca de Tokio. Ahí ocurre el primer aviso de
una serie de eventos desafortunados. 15 años después, el vástago de Brody (Aaron Taylor-
Johnson) es un soldado del Ejército de Estados Unidos, especialista en el manejo de artefactos
peligrosos, y se involucra contra su voluntad en el combate a una amenaza que pone en peligro no
sólo a su bella esposa Elle (Elizabeth Olsen) y a su hijito Sam (Carson Bolde), sino a la civilización
como la conocemos. Pronto la Policía del Mundo, la benévola milicia gringa, advierte que se trata
de un MUTO (Organismo Terrestre Masivo No Identificado, por sus siglas en inglés), y toma todas
las medidas para contenerlo. Aunque como, frente a un desastre natural, poco tienen que hacer.

La película, con una poderosa partitura de Alexandre Desplat y una sobria fotografía de Seamus
McGarvey –que en muchos momentos recuerda a Pacific Rim (Guillermo del Toro, 2013)-, no
prescinde de guiños al conocedor, desde esa etiqueta en el contenedor en el hogar abandonado
de los Brody o el sensacional seguimiento de los medios de comunicación televisivos. Lo curioso es
que, como ahí se concluye, la película no retrata al Godzilla de su primera época, al que gustaba
destruir todo a su paso. Lo revela más bien como un salvador encargado de restituir el balance –
aunque no es otra cosa que un macho alfa-. Como un héroe. Lo hace políticamente correcto para
soportar en sus hombros el peso de futuras secuelas.

Sobre el aspecto de Godzilla no polemizaré –es cierto que su estatura, complexión y estridencia
han cambiado en sus sesenta años de vida-. Simplemente diré que se encuentra perfectamente a
la altura de mis recuerdos. Su rugido, majestuoso e imponente, evoca sin el menor reproche esos
tiempos asombrosos de los que hablaba. Verlo escupir su halo radioactivo –su “aliento atómico”- a
sus enemigos, luego de que sus vértebras se iluminen de azul, es espectacular. Demuestra que hay
lagarto gigante para rato.

Publicado por Roberto Coria en 11:35 2 comentarios:

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Etiquetas: de Japón con amor, Ese país llamado infancia, monstruos indispensables, películas de
culto, personajes memorables
lunes, 21 de abril de 2014

Dos veces maníaco

Regreso a ti, adorado blog–e igualmente queridos lectores- luego de casi un mes de ausencia. Y lo
hago con un tema muy en deuda con mi reciente experiencia tapatía.

Son muchos los aciertos de la no suficientemente difundida reelaboración de Maniac (2012),


tercer largometraje del francés Franck Khalfoun. Primeramente cuenta con un respetuoso e
inteligente guión de Alexandre Aja, Grégory Levasseur y C.A. Rosenberg, que parte de la película
de culto del mismo nombre, dirigida en 1980 por William Lustig y escrita y protagonizada por Joe
Spinell, joya prohibida en los estantes de los videoclubes de mi niñez. Ahora el papel del asesino
serial Frank Zito es heredado por Elijah Wood, cuya cara de niño bueno es diametralmente
opuesta a la de su antecesor Spinell. Esa es una cualidad que los realizadores aprovecharon muy
bien, tal como lo anticipó Alfred Hitchcock al elegir a Anthony Perkins para interpretar al
desquiciado Norman Bates en 1960 –ya saben en dónde-. El monstruo más terrible es el que se
parece a nosotros, el que vive en la puerta de al lado, el que no da motivos para desconfiar de sus
intenciones. Al menos así sucedió a muchas de las víctimas de Ted Bundy o Jeffrey Dahmer, con
nefastos resultados. Pero las de ellos son otras historias de horror que he tratado en otros
espacios.

Bajo su máscara de sanidad, Zito esconde un pasado perturbador revelado a través de los ojos del
homicida: la cinta –casi en su totalidad- se nos presenta en cámara subjetiva. La propositiva puesta
en escena permite que los espectadores calcen los zapatos del criminal. Sólo vemos a Elijah
cuando camina frente a ventanales, en espejos retrovisores u otras superficies reflejantes, lo cual
es un alarde de técnica narrativa del cinefotógrafo Maxime Alexandre, cuyo estilo apreciamos
desde su cartel promocional. Luego está la lóbrega partitura del músico francés Robin Coudert,
quien firma sus obras simplemente como Rob. Todo adereza a la perfección secuencias
sanguinolentas, que no escatiman en mostrar a nuestro “héroe” ejerciendo su oficio: rebanar
gargantas y escalpar a inocentes damiselas.

Pero lo mejor, insisto, es Wood, con su aspecto casi frágil, inocente y bondadoso que acotó desde
muy temprana edad en su debut fílmico e ineludiblemente relacionamos con su Frodo Bolzón en la
trilogía El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001-2003) pese a que ya lo vimos como el sádico
Kevin en La ciudad del pecado (Robert Rodríguez y Frank Miller, 2005). Ya desde ahí demostró que
podía dar miedo.

Publicado por Roberto Coria en 10:13 2 comentarios:

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Etiquetas: actores indispensables, ALGO DE SANGRE, asesinos en serie, desde Francia con amor,
películas afortunadas, películas de culto, personajes memorables, sorpresas agradables

martes, 1 de abril de 2014

¡Feliz Día de los Locos!

Hoy celebramos un día más del muy estadounidense April Fool´s Day, símil de nuestro Día de los
Inocentes, fecha en que suelen gastarse todo tipo de bromas y conocida por algunos autores como
el Día de los locos.

La ocasión es atractiva porque fue el día que eligieron el escritor norteamericano Grant Morrison y
el talentoso ilustrador Dave McKean (mejor conocido por sus cubiertas para la serie Sandman)
para ambientar su celebrada novela gráfica Arkham Asylum, a serious house on serious Earth
(1989). La publicación, sin duda beneficiada por la muy reconocida película de Tim Burton, tuvo un
éxito sin precedentes. Es un estudio de los mayores traumas de Batman, presentado por los
autores como una construcción simbólica, vaga y sombría, y una poderosamente macabra
reinterpretación de los personajes clásicos de la historieta. Esta es la trama: en un primero de
abril, el Guasón lidera un motín en el conocido manicomio y obliga a Batman a adentrarse en él
con la amenaza de sacar un ojo a una joven rehén. De forma paralela descubrimos la tortuosa
historia del fundador de la institución, Amadeus Arkham, su descenso a la locura y su intento por
contenerla.

Tal vez el elemento más atractivo de la historia es el Guasón, que sin duda da miedo. Según
testimonios de personas cercanas, fue una de las inspiraciones que el desventurado Heath Ledger
utilizó para construir su papel de Batman, el caballero de la noche.

Sin duda es una novela gráfica que debe estar en el librero de todo diletante de lo truculento.

Publicado por Roberto Coria en 9:42 No hay comentarios:

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Etiquetas: AUTORES INDISPENSABLES, celebraciones, EL SUPERHÉROE MÁS GRANDE, grandes


villanos, novelas gráficas, NOVELAS INDISPENSABLES
viernes, 14 de marzo de 2014

Renuencia a los remakes, capítulo 2, o el extraño caso del nuevo RoboCop

Han pasado cuatro semanas desde su estreno comercial, así que la distancia me permite hablar de
ella con más libertad. Hay que vencer los prejuicios para disfrutar la reelaboración de RoboCop
(José Padilha, 2014). Expresé previamente mis preocupaciones, pero afortunadamente el
resultado rebasó mis expectativas. Me encontré ante un remake que disfruté enormemente y se
ajusta a lo que comenté ayer. Sobre todo respeta elementos que distinguieron a su versión
original, dirigida por el holandés Paul Verhoeven en 1987. Hice en su momento una verdadera
súplica a los Reyes Magos: “lo que más deseo es que el espíritu crítico de su primera versión
prevalezca: la violencia que sobrepasa las capacidades gubernamentales para enfrentarla, la
privatización de las instituciones policíacas, la codicia empresarial, los límites de los avances
científicos, el poder de los medios de comunicación, la cosificación del individuo, la pérdida de la
identidad y, sobre todo, el triunfo de la condición humana”.

En el año 2028, la Policía del Mundo (el gobierno de Estados Unidos) impone la paz con ayuda de
la poco escrupulosa OmniCorp, una transnacional que provee a su ejército de la más
impresionante tecnología armamentística (incluido el monstruoso y brutal ED-209). No puede
hacer esto en su propia casa pese al apoyo de políticos y del incendiario Patrick Novak (Samuel L.
Jackson), conductor de un popular programa de “serio periodismo de investigación”. El propietario
del conglomerado Raymond Sellars (Michael Keaton), una suerte de Steve Jobs, identifica la
tecnofobia de la opinión pública de su país y decide colocar a un humano dentro de sus máquinas.
Entra en escena Alex Murphy (Joel Kinnaman), amoroso esposo y padre de familia quien ostenta
ahora un grado de Detective y presta sus servicios en el muy corrupto Departamento de Policía de
Detroit. Tras un atentado casi fatal, con ayuda del genio Dr. Dennett Norton (Gary Oldman) e
instigado por Sellars, ingresa a un programa que cambiará su vida –o no vida- y lo convertirá en un
instrumento supremo de justicia. Uno “pintado de negro”, como resuelve su creador.

Todo está ahí, insisto. Incluso el ruido se los servomotores del héroe y el retumbar del piso cuando
camina (a pesar de su diseño aerodinámico). El guión de Joshua Zetumer se permite realizar
adiciones notables, como la que tiene que ver con la tecnología de las prótesis ortopédicas en la
era del corredor con piernas de titanio –y presunto homicida- Oscar Pistorius. O qué decir del poco
amable estratega de combate Rick Mattox (Jackie Earle Haley), entrenador y enemigo de nuestro
héroe mecánico. Y ese remate con “I fought the law and the law won”, la pegajosa canción del
grupo de punk británico The Clash. En lo personal adoré la puesta en escena, con una muy buena
fotografía del brasileño Lula Carvalho, que por momentos se acerca al documental, y los
deslumbrantes efectos visuales de Legacy Effects, que dan una nueva dimensión a la tragedia de
Murphy.
Al final, lo más importante para sus distribuidores la Metro-Goldwyn-Mayer y Columbia Pictures:
trae con vigor a una redituable creación a un nuevo público y abre las puertas al renacimiento de
una franquicia. Y no podemos culparlos. El cine de nuestros días es una forma de entretenimiento
–a veces de arte-, pero sobre todo un negocio millonario. Esto hace evidente que los nuevos días
de RoboCop apenas comienza

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