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Renuencia a los remakes

Regreso al viejo tema de los remakes (uso deliberadamente el anglicismo, pues casi todos lo
aceptan). También los llaman, en la era de la corrección política, reelaboraciones. Coloquial y
despectivamente, refritos. Este último calificativo tiene base en nuestra renuencia a aceptarlos,
cosa parcialmente comprensible. Tendemos a formarnos un criterio en base a la experiencia, y de
ésta hemos aprendido que muchos suelen ser malos, terribles e irrespetuosos con la obra que los
origina. Esto es ultrajante. Más cuando se realizan con un propósito meramente comercial. Pero
de eso ya he hablado en el pasado. Quiero defender a las minorías, porque no todos merecen ser
menospreciados simplemente por tratarse de una nueva versión de una historia que conocimos y
admiramos. Tomemos el caso de Drácula. Hacerlo sería descalificar el trabajo que Gary Oldman
hizo en 1992, o la actuación de Sir Christopher Lee en 1957 y colocarlos por debajo de la
interpretación de Bela Lugosi de 1931. Todos son vampiros memorables, con maíces distintos y
que se colocan dignamente en la misma posición en nuestra memoria y afectos.

El tema de los remakes supone un gran dilema. Sigamos con el caso de Drácula. No considero uno
estricto a la versión que Francis Ford Coppola –sobre un libreto de James V. Hart- dirigió en 1992.
Sobre todo si tenemos en cuenta que la de 1931, dirigida por Tod Browning, usa como base un
guión escrito por Garrett Fort que parte –más que de la novela de Bram Stoker- del libreto que
Hamilton Deane escribió para los escenarios ingleses y que –al comprobarse su éxito- John L.
Balderston adaptó para las audiencias estadounidenses.

Algo similar ocurre con la película La mosca (Kurt Neumann, 1958), adaptación escrita por James
Clavell del cuento La mosca de la cabeza blanca de George Langelaan. En 1986 el canadiense David
Cronenberg llevó la historia a su universo. Escrita por el mismo Cronenberg y Charles Edward
Pogue, en lugar de ofrecernos de nuevo la historia clásica, “es el drama de dos amantes, uno de
ellos con una terrible enfermedad degenerativa”, como escuché decir al cineasta hace años en la
Cineteca Nacional. Y nadie puede negar que brilla por méritos propios. Lo mismo sucedió con La
noche de los muertos vivientes, remake que en 1991 Tom Savini hizo de la cinta que valió su pase
a la posteridad a su maestro George Romero en 1968. Ambas son, con la debida distancia,
maravillosas.

Incluso hay algunos remakes que logran superar a su original. Y sé que eso puede sonar a
sacrilegio. Pero los hay, pese a que son escasos. Para mí siempre será más afortunada la versión de
1988 de La mancha voraz, dirigida por Chuck Russell, que la original de 1958 de Irvin Yeaworth,
estelarizada por el entonces debutante Steve McQueen. Las dos son entrañables B movies, cierto,
y quizá tiene mucho que ver que la segunda es parte importante de mi adolescencia.

Lo anterior me permite identificar 3 aspectos que definen a un buen remake:

1. Un buen remake nunca debe realizarse con fines puramente mercantilistas, sólo por
aprovecharse de la fortuna económica o la fama de una película. Ahí están para demostrarlo los
desastrosos remakes de Psicosis (Gus Van Sant, 1998) o La casa de cera (Jaume Collet-Serra, 2005).
2. Un buen remake debe poner al día de forma inteligente, afortunada y respetuosa una idea ya
presentada, incorporando aspectos que demuestren su vigencia.

3. Un buen remake agrega elementos reconocibles por el aficionado –guiños-, sean elementos,
actuaciones especiales, parlamentos o algo que nos permita trazar un vínculo con su original. Todo
usado de forma inteligente que no le reste una identidad propia.

En resumidas cuentas, no debemos generalizar. Dicen que “el que pega primero, pega dos veces”,
cierto. Pero el que disfrutemos un remake bien hecho no es un atentado contra una obra que
siempre será insustituible, ni mucho menos nos convierte en traidores. Esto me será de utilidad
para compartir con ustedes mi visión sobre el nuevo RoboCop. Pero eso será mañana. Espero.

Publicado por Roberto Coria en 12:59 No hay comentarios:

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Etiquetas: actores indispensables, experimentos afortunados, películas afortunadas, películas de


culto, remakes

lunes, 10 de marzo de 2014

De teorías de conspiración y dudas razonables

En este país hay tres prácticas muy arraigadas: ver el fútbol cada domingo, ir a misa –también en
domingo, muy temprano- y elaborar teorías de conspiración.

Desconfiar de cuanto nos enteramos en las noticias tiene raíces muy alarmantes. Es síntoma claro
de la falta de credibilidad de –muchos de- los poderes fácticos, sean los medios de comunicación,
la iniciativa privada y los gobiernos. En la horrible realidad, muchas de estas dudas tienen
cimientos poderosos. En pocas situaciones, no. Lamentablemente las instituciones luchan contra
una mala reputación –muchas veces- ganada a pulso y heredada de tiempos previos a mi
nacimiento. En muchos casos la falta de datos, las prisas, la presión social y la ausencia de cautela
hacen que una autoridad se precipite y haga pública información que el tiempo demuestra que es
inexacta e incongruente, lo que alimenta la incertidumbre y el enojo de la población. Lo que es
imposible negar es que siempre existen intereses oscuros que se afanan en ocultar la verdad a
opinión pública, lo cual alimenta la imaginación y obliga al cuestionamiento. Teorías de
conspiración sobran y se remontan a la antigüedad. ¿El emperador Napoleón Bonaparte
realmente murió envenenado? ¿Tras el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy hubo
una conspiración entre un sector del gobierno estadounidense, la milicia, la mafia italiana e
inmigrantes cubanos? ¿Estados Unidos llegó realmente a la Luna? ¿Cuál es la verdad tras el
homicidio del aspirante a la presidencia mexicana Luis Donaldo Colosio? ¿Quién es el verdadero
asesino del conductor de televisión Paco Staney? ¿La activista Digna Ochoa realmente fue
asesinada? ¿Un artefacto ultrasecreto en la Antártida es el responsable de las recientes tragedias
climáticas? ¿La carne de los productos de hamburgueserías transnacionales realmente es de rata?
Todas estas preguntas acechan el imaginario colectivo.

Recuerdo esto porque ayer pensé en Los Pistoleros Solitarios, el grupo de excéntricos que
asesoraban al agente especial Fox Mulder (David Duchovny) en la desaparecida teleserie Los
Expedientes Secretos X, la cual no requiere más presentaciones. El inusual trío, John Fitzgerald
Byers (Bruce Harwood), Melvin Frohike (Tom Braidwood) y Richard Langly (Dean Haglund),
tuvieron una presencia discreta pero constante en las 9 temporadas de vida del drama y
eventualmente se hicieron merecedores de su propio programa, que tuvo una efímera existencia –
de una temporada-. Ellos tomaron su nombre artístico precisamente de una de las teorías de
conspiración más populares en Estados Unidos: la del pistolero solitario Lee Harvey Oswald que
privó de la vida al presidente Kennedy el 22 de noviembre de 1963, curiosamente la fecha del
nacimiento de Byers.

Sobre el perfil o patologías de los creyentes en conspiraciones –delirios, esquizofrenia paranoide,


histeria, ilusiones- no profundizaré. Cada quien es libre de creer –o no creer- en lo que le plazca,
siempre y cuando no afecte el bienestar de terceros. El Sargento John Munch (Richard Belzer),
recientemente sacado del elenco de La Ley y el Orden, Unidad de Víctimas Especiales, era un
paranoico funcional que desconfiaba del Sistema al cual pertenecía. Yo diré, como sabiamente
responden las abuelas cuando les cuestionan sobre fantasmas, “no creo en esas cosas, pero de
que existen, existen”.

Publicado por Roberto Coria en 11:10 No hay comentarios:

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Etiquetas: crimen y sociedad, infame memoria, series de televisión indispensables, teorías de


conspiración

lunes, 3 de marzo de 2014

Horrible inmortalidad (2)


El sábado pasado, en la trigésima quinta emisión de la fiesta de los libros y la imaginación que se
celebra tradicionalmente en el Palacio de Minería, recinto brillante de mi Universidad Nacional,
tuve el honor de acompañar a Alberto Cué, Bernardo Esquinca y Rafael Aviña en la presentación
de su nuevo libro Orson Welles en Acapulco y el misterio de la Dalia Negra, un texto que converge
tres veces –desde su título- en la mutilación: de la obra del cineasta, el lugar paradisíaco y la
víctima a los que hace referencia. Este es el texto que preparé para la ocasión.

--

Horrible inmortalidad

(Texto para la presentación de “Orson Welles en Acapulco”)

Roberto Coria

El cuerpo sin vida de la joven aspirante a actriz Elizabeth Short, bautizada por los medios de
comunicación de su tiempo y conocida por la posteridad como la Dalia Negra, fue descubierto la
mañana del 15 de enero de 1947 en un lote baldío en la intersección de las avenidas South
Norton, Coliseo y Oeste 39, distrito de Leimert Park, en Los Ángeles, California. Si su cadáver no
hubiera sido dispuesto de una forma tan brutal, posiblemente su caso no habría trascendido en la
Historia del Crimen: desnuda, eviscerada y desangrada, partida en dos por la cintura, mutilada
facialmente para simular una grotesca sonrisa. Omito deliberadamente más detalles. Éstos sólo
nos envilecen como especie. La imagen perturbó la opinión pública de su época e incendió la
imaginación de una innumerable cantidad de personas. Sobra decir que su asesino –o asesinos-
nunca fue identificado.

Este es precisamente el punto del que parte el comunicador y crítico de cine Rafael Aviña en Orson
Welles en Acapulco y el misterio de la Dalia Negra (CONACULTA, 2013), un libro inclasificable que
transita con gracia entre el periodismo de investigación, la llamada non fiction novel, el ensayo, el
guión cinematográfico y la biografía. Todo en su conjunto trata de dar solución al enigma, una
teoría tan válida por los hallazgos que realiza el autor y van más allá de la mera coincidencia.
Todos nos remiten a una de las más prestigiadas figuras del Séptimo Arte: Orson Welles, ese genio
que en 1941 pasó a la historia por escribir, dirigir y protagonizar El ciudadano Kane, una joya
indispensable para todo amante del cine.

Aviña, como el ficticio reportero Jerry Thompson (William Alland) que trata de descubrir el
significado de las últimas palabras del magnate de los medios de comunicación Charles Foster
Kane (Welles), escarba en el tiempo y nos traslada a un lugar inmediato y vinculado al crimen que
a primera vista nos parecería improbable: el paradisíaco puerto de Acapulco de finales de los años
cuarenta, un lugar belleza incomparable. Hace un vivo retrato de su historia –a través de una
profusión de publicaciones y testimonios-, su gente, sus grandes carencias, los afanes de los
políticos por convertirlo en un punto obligado del turismo y la industria cinematográfica extranjera
y nacional. Rafael no pierde a oportunidad de expresar su amor por el sitio, mismo que lo une
irremediablemente con su querido Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo, el mítico Tin
Tán, que hizo de Acapulco su segundo hogar, recorrió sus aguas a bordo de sus Tintaventos y
realizó ahí en 1969 –escrita, dirigida y estelarizada por él- una de sus últimas películas, El capitán
Mantarraya.

Rafael también nos presenta un viaje tras la filmación de una de las cintas más recordadas de
Welles, espécimen fundamental del llamado Cine Noir –sobre el que nos da una verdadera cátedra
en su doceavo capítulo: La dama de Shanghai (1947), escrita, dirigida y protagonizada por él y su
entonces esposa Rita Hayworth. Precisamente su relación intermitente y contradictoria nos
permite formarnos una imagen de Welles, el hombre: un individuo fuerte y corpulento que
rebasaba los 1.85 metros de estatura, violento, irascible, misógino, taurópata, con un bajo umbral
de tolerancia a la frustración, megalómano e increíblemente creativo. Aviña no lo señala
gratuitamente como un sospechoso potencial. Estuvo en la mira del Departamento de Policía de la
Ciudad de los Ángeles y del escrutinio de numerosas investigaciones como la de Mary Pacios,
amiga entrañable de la infancia de Short que ha emprendido una cruzada por vindicar su imagen.
¿Welles pudo encontrarse tras el asesinato de la Dalia? Esa es una teoría más, tan probable como
las muchas otras que a lo largo de los años se han producido. Si quieren corroborarlo, deberán
comprar el libro.

Sólo me resta invitarlos a conocer el texto y agradecer a Rafael Aviña por esta carta de amor al
cine, a uno de sus lugares extraordinarios y a la búsqueda de la verdad para dignificar a una trágica
figura en un país y una época donde nuevas Dalias aparecen todos los días.

Finalizo mi participación dedicándola a la memoria de Elizabeth Short, como hizo Rafael en el


principio de su libro. No imagino qué pasaba por su mente los días previos a ese fatídico 15 de
enero de 1947. Sólo imaginarlo resume la esencia del horror y puede provocarnos las peores
pesadillas. Sin embargo sus sueños –aunque no como los esperaba- se volvieron realidad. Cito a
Aviña: “La figura bellísima de La Dalia Negra se mantiene incorruptible en el deseo, la fantasía y el
tiempo. Su cuerpo, exánime y profanado, se convirtió en un cadáver exquisito en toda la extensión
de la palabra, y su hermoso rostro, fascinante y perturbador, no supo jamás de los estragos de la
vejez. El hecho relevante es que la Dalia no pudo rehuir a su destino. Si Elizabeth Short no hubiera
sido sacrificada, hoy en día sería una respetable anciana de ochenta y nueve años”.

Publicado por Roberto Coria en 9:08 No hay comentarios:

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Etiquetas: arte y crimen, AUTORES INDISPENSABLES, CINEASTAS DE CULTO, crimen y sociedad,
horror de la realidad, lugares extraordinarios, presentaciones editoriales

jueves, 27 de febrero de 2014

El extraño caso del Señor Disney y la Señora Poppins

Lo primero que hay que aclarar es que la película El sueño de Walt Disney (2013), producción
británica-australiana-estadounidense dirigida por John Lee Hancock a partir de un guión de Kelly
Marcel y Sue Smith, se llama originalmente Salvando al Señor Banks. El título por el que la
conocemos en nuestro país se debe sin duda al enorme peso de la figura del animador y
empresario en la historia, aunque no es el protagonista. Esto me da pretexto para hablar del
sentimiento amor-odio que tengo por él. Confieso que jugó un papel decisivo en mi interés por la
fantasía desde temprana edad. Las visitas con mi madre al extinto Cine Continental de esta
gloriosa y decadente Ciudad de México, recinto sagrado que está a meses de ser derrumbado, son
parte de mi formación como amante del Séptimo Arte. Y lo mismo ocurrió a muchos, pese a que
comúnmente se niegue. Gracias a esas películas, de Blanca Nieves (1937) a Bambi (1942), de
Dumbo (1941) a Peter Pan (1953), de 20 mil leguas de viaje submarino (1954) a El gran ratón
detective (1986), me interesé en conocer las versiones originales que las propiciaron. Ahí nació mi
romance con la literatura y la razón que me hizo despreciar sus productos. Basta leer Cenicienta –
en la versión de su preferencia, sea la escrita por Charles Perrault o los Hermanos Grimm- para
darse cuenta de las enormes diferencias respecto a lo que conocimos en la pantalla grande:
adaptaciones edulcoradas de relatos que nos ayudaban a lidiar con los temores de nuestra
infancia en la transición a la adolescencia. En muchos modos no podemos culpar a Disney. Esa fue
la fórmula que le permitió convertirse de un humilde dibujante en un magnate que conquistó
todos los medios de comunicación. Supo beneficiarse de la fantasía de los niños y los bolsillos de
sus padres para construir un gran negocio. Y eso no lo que me disgusta. Ya lo dijo el Guasón del
difunto Heath Ledger: “si eres bueno en algo, nunca lo hagas gratis”. Lo que me causa serios
conflictos es que lo comercial corrompa la esencia de las cosas. De ahí viene mi temor por su
reciente adquisición de Marvel Comics y la franquicia Star Wars. Me indigna profundamente ver al
robot R2-D2 (conocido como Arturito en estos rumbos) con unas orejitas de Mickey Mouse.

Pero regresemos a Salvando al Señor Banks. Es un recuento, que oscila entre el drama y la
comedia, de los hechos que hicieron que la novelista británico-australiana Pamela Lyndon Travers
(Emma Thompson) vendiera a Walt Disney (Tom Hanks) los derechos para trasladar al cine a su
más popular creación –la niñera mágica Mary Poppins-, una negociación que se prolongó por
veinte años y demostró una de dos cosas: el genuino anhelo de Disney por contar la historia (“es
una promesa que hice a mis hijas”) o su convencimiento por su potencial económico. Si toda obra
de arte posee rasgos autobiográficos, la de Travers –nacida como Helen Lyndon Goff- no es la
excepción y relaciona terribles recuerdos de su infancia con el personaje que detona los
acontecimientos de Mary Poppins, el rígido banquero George Banks. Esto la convirtió en una
mujer absurdamente exigente que grababa en audio todas sus sesiones de trabajo de escritorio –
cosa que acompaña los créditos finales- y despreciaba cualquier intento porque su texto –el
primero de una serie- se convirtiera en un musical animado. Al final descubrimos que ambos,
Disney y Travers, son perseguidos por demonios similares. Sólo que eligen exorcizarlos de maneras
diferentes. Y de paso conocemos un poco de Disney, descripción que deliberadamente lo
engrandece (“odia que lo llamen Señor Disney. Prefiere que le digan Walt”) como un individuo
generoso, amable y tenaz pero evade profundizar en la especulación sobre los derechos autorales
de la insignia de su Imperio. “El ratón es mi familia”. Era previsible que la Compañía Disney, parte
obligada del proyecto por razones legales, solicitara que su fundador fuera interpretado por un
actor reconocido, en este caso uno que ha ganado dos veces el codiciado Óscar y, como está más
allá del bien y del mal, ha aparecido en la película de Los Simpson (“Hola, soy Tom Hanks. Como el
Gobierno de Estados Unidos ha perdido su credibilidad, me ha pedido prestada la mía”) o bailando
“El chicharito” en un programa de la cadena de televisión latina Univisión.

Salvando al Señor Banks es una película impecablemente realizada, con una muy competente
fotografía de John Schwartzman, una gran recreación de época de Lauren E. Polizzi y Susan
Benjamin, y una emotiva partitura de Thomas Newman. También cuenta con las actuaciones
secundarias de Paul Giamatti, Bradley Whitford y Collin Farrell. En resumidas cuentas, es una buen
biopic. No más, no menos. Sigo en espera de un filme que profundice en los claroscuros de Disney,
el hombre. Porque en la vida real no todo es hermoso. Pero eso seguramente sería obstruido por
una industria que protege y busca dar un aura de santidad a sus mitos porque, nos guste o no,
Walt Disney lo es.

Publicado por Roberto Coria en 7:55 No hay comentarios:

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Etiquetas: actores indispensables, BIOGRAFÍAS, el beneficio de la duda, empresarios exitosos, Ese


país llamado infancia, lugares extraordinarios, películas afortunadas

martes, 25 de febrero de 2014

Réquiem por Harold Ramis

El guionista, productor, actor y director Harold Allen Raimis dejó de respirar en su casa, la mañana
del pasado lunes, debido a complicaciones de la vasculitis inflamatoria autoinmune con la que
luchó por cuatro años. Acababa de cumplir 69.
En muchos sentidos fue un héroe anónimo. Inició su carrera como escritor en su natal Chicago,
donde descubrió una afinidad natural por la comedia, género en el que se movió cómodamente
por cuatro décadas y le permitió posicionarse en el negocio del espectáculo. Su labor cimentó
populares programas de televisión como el canadiense Second City Television y Saturday Night
Live, verdadera tradición estadounidense, donde se relacionó con celebridades de la comedia de la
época como John Belushi, Rodney Dangerfield, Chevy Chase, John Candy, Rick Mornis, Martin
Short, Dan Aykroyd y, tal vez el más popular de todos, Bill Murray. Sobra decir que Ramis tuvo una
discreta participación actoral en muchos de ellos, pero el campo en el que recibió mayor
reconocimiento fue la escritura y la dirección, que rebasó la televisión y lo instaló sólidamente en
la industria cinematográfica.

Le debemos hilarantes cintas como Caddyshack (creo que aquí la rebautizaron como Los locos del
golf, 1980), los guiones de El pelotón chiflado (Stripes, Ivan Reitman, 1981), las películas
desprendidas de la revista National Lampoon (Sátira nacional), Colegio de animales (National
Lampoon´s Animal House, John Landis, 1978), Vacaciones (National Lampoon´s Vacation, dirigida
también por él en1983), Mis otros yo (Multiplicity, 1996), Analízame (Analyze this, 1999), Al diablo
con el diablo (Bedazzled, 2000) y, la mejor de todas, Hechizo del tiempo (Groundhog day 1993),
aparente comedia romántica que resume la esencia del horror y lo fantástico.

Pero sin duda será mejor recordado por su papel del cerebral parapsicólogo Egon Spengler en Los
Cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984), filme que fusiona exitosamente la comedia y el horror a
partir de un libreto del mismo Ramis y su colega Dan Aykroyd. Su éxito abrumador propició una
dispareja pero entrañable secuela –en 1989- y un colorido serial de dibujos animados. Todos
forman parte indispensable de mi educación sentimental. De ellos disertaré en un futuro no
distante. Es una deuda de honor.

La partida de Ramis deja en la orfandad parcial un proyecto muchas veces aplazado: su idea de
escribir con Aykroyd una tercera aventura de Los Cazafantasmas. Su iniciativa me parecía riesgosa
en muchos sentidos. El propio Bill Murray, cuya carrera se benefició de su socarrón parapsicólogo
Peter Venkman, negó en repetidas ocasiones cualquier vínculo con la producción. Seguramente
advertía el inclemente paso del tiempo. Ramis, por su parte, debió estar convencido de la vigencia
de los clásicos y del potencial económico de la nostalgia –pregunten si sirve a Sylvester Stallone-.
Porque en apariencia su comedia parecería superada por lo escatológico, el cinismo y la vulgaridad
que reina en nuestros días. No sé si veremos cristalizado su anhelo. Una parte de mí, en el fondo,
lo desea.

Ramis fue al encuentro del mundo que exploró su personaje más popular. Su legado pervivirá sin
duda alguna. Debió partir con la satisfacción del que gozó plenamente su oficio y conoció en vida,
más allá de cualquier duda, las risas y la gratitud de su público y generaciones posteriores.
Descanse en paz.

Publicado por Roberto Coria en 9:50 1 comentario:


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Etiquetas: actores indispensables, comedias inteligentes, guionistas indispensables, in memoriam,


miedo y risas, PELÍCULAS INDISPENSABLES

viernes, 14 de febrero de 2014

Tercera caída

"Dígame, Watson: ¿no siente usted una especie de escalofrío o estremecimiento cuando mira las
serpientes en el parque zoológico y ve esos bichos deslizantes, sinuosos, venenosos, con su mirada
asesina y sus rostros malignos y achatados? A lo largo de mi carrera he tenido que vérmelas con
cincuenta asesinos, pero ni el peor de todos ellos me ha inspirado la repulsión que siento por este
individuo".-Sherlock Holmes en La aventura de Charles Augustus Milverton (1904) de Arthur Conn
Doyle.

Han pasado varias semanas desde el final de la tercera temporada de la teleserie británica
Sherlock, así que asumo que todos lo han visto y puedo escribir libremente. Su último voto (His
last vow), cuyo guión es autoría del co creador del programa Steven Moffat, toma como base uno
de los cuentos escritos por Arthur Conan Doyle sobre su personaje más prestigiado, La aventura
de Charles Augustus Milverton, y juega con el título –y hace referencias- de su aparición final, Su
último saludo al escenario (His last bow, 1917).

Para comenzar, muchos podrían cuestionar su desenlace. El mismo Holmes (Benedict


Cumberbatch) aclara su posición. Dice a su enemigo “No soy un héroe. Soy un sociópata altamente
funcional”, antes de hacer lo inesperado. Su decisión, pese a lo que nos aclara, es la de la persona
que está dispuesta a sacrificarse, a mancharse las manos y renunciar a su esencia, en aras de
lograr el bienestar de otros. ¿No es eso ser un héroe? El malo del capítulo es Charles Augustus
Magnussen, encarnado por el actor danés Lars Mikkelsen (muchas seguramente le dirán cuñado,
pues es hermano del muy famado Mads Mikkelsen, mejor conocido por ser el Hannibal Lecter
televisivo). Su apellido original seguramente fue cambiado pues Milverton suena muy semejante a
Middleton, la madre de un potencial heredero al trono de Inglaterra. De ser un tratante de arte –
como lo describe Conan Doyle- se nos presenta como un magnate de los medios de comunicación,
muy en deuda con William Randoph Hearst o Rupert Murdoch. Es un sujeto poderosísimo, frío, sin
escrúpulos y vulgar que usa los secretos de los demás para beneficiarse. Un chantajista de altos
vuelos, que opera ante la mirada impávida del Gobierno Británico. Es justo por ello que una de sus
víctimas decide acudir a la Calle Baker. Conan Doyle seguramente tuvo en cuenta un caso de la
vida real para escribir su historia: el del chantajista Charles Augustus Howell, muerto en
condiciones misteriosas en 1890.

Otras referencias holmesianas no se hacen esperar, desde la adicción del protagonista, Los
irregulares de la Calle Baker o la primera aparición literaria de la Señora Watson, con esas
enigmáticas letras A. G. RA. Luego está la presentación de Holmes como un hombre de familia, la
segunda aparición de sus papás (los veteranos actores Wanda Ventham y Timothy Carlton,
verdaderos progenitores del protagonista) y la muestra del poder de Mycroft Holmes (Mark
Gatiss). Los giros de la historia, que no dejan de recordarme a Señor y Señora Smith (Doug Liman,
2005), no me hacen del todo feliz pero son congruentes con la personalidad de Watson (Martin
Freeman), adicto inconsciente a relacionase con personas conflictivas.

Los momentos finales del capítulo, el regreso inmediato del Viento del Este de su aparente exilio
para enfrentar a su Némesis resucitado, no deja de causarme la más grande emoción y abre las
puertas a un verdadero reto para Moffat y Gatiss: crear una historia completamente nueva, no
basada inmediatamente en un texto de Conan Doyle. Porque desde un principio nunca visualicé a
James Moriarty (Andrew Scott) como un criminal ávido de una presencia mediática. Mucho menos
de intervenir todas las señales de televisión de un país entero para preguntar burlonamente “¿Me
extrañaron?”.

Lo único cierto: “Inglaterra siempre necesitará a Sherlock Holmes” y “el juego nunca termina”.
Pero para cerciorarnos tendrá que pasar –al menos- un largo año. Espero ansioso.

Publicado por Roberto Coria en 10:14 No hay comentarios:

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Etiquetas: actores indispensables, AUTORES INDISPENSABLES, DETECTIVES, grandes esperanzas,


guionistas indispensables, infame espera, series de televisión indispensables, SHERLOCK HOLMES

martes, 11 de febrero de 2014

Feliz primer siglo, Bill Finger


El pasado 8 de febrero, el mismo día que Julio Verne y Charles Dickens celebrarían sus
onomásticos, el escritor estadounidense Milton Finger –quien firmaba sus obras como Bill Finger-
cumplió su primer siglo de vida.

Su nombre ha quedado prácticamente sepultado en los anales de la historieta, más porque el


mérito autoral del más popular de sus personajes –Batman- siempre ha sido atribuido únicamente
al dibujante Bob Kane. Es cierto que allá por 1938 cuando los ejecutivos de National Publications –
hoy DC Comics- se percataron del impresionante éxito económico del recién nacido Supermán,
inmediatamente encargaron a este último la creación de un nuevo héroe que emulara sus pasos. A
cambio de esto, recibió –además de sus honorarios- control y crédito absoluto sobre la historia.
Finger se unió posteriormente al equipo creativo. Y antes de continuar debo que aclarar que no
pretendo minimizar el mérito de Kane. La iniciativa fue suya, cierto, pero él –en palabras de
Finger- visualizó a un justiciero muy diferente al que conocemos, “más semejante a Supermán, con
leotardos rojos, sin guantes, con un pequeño antifaz, balanceándose en una cuerda con dos alas
de murciélago y un gran anuncio que decía The Bat-Man”.

La intervención de Finger modificó dramáticamente la apariencia planeada por el dibujante, con


un disfraz negro y gris, una máscara y unas enormes alas de murciélago, que pendía de una cuerda
amagando a un delincuente, mientras sus cómplices contemplan el momento. Así lo muestra la ya
mítica portada del número 27 de Detective comics, aparecida en mayo de 1939. Finger no sólo dio
nombre a su problemática urbe –Ciudad Gótica-, creó al Comisionado James Gordon y muchos de
sus más importantes aliados y enemigos –la del Guasón es una historia aparte-. Y su más valiosa
aportación –además del nombre de su alter ego Bruce Wayne y decidir cambiar las alas por una
capa-: fue el responsable de darle un trágico origen. Sin su colaboración, el personaje carecería de
una motivación poderosa. Es por ello que se mantiene vigente y que el próximo mes de mayo
cumplirá 75 años de vida.

El mismo Kane dijo en 1989, “Ahora que mi viejo amigo y colaborador se ha ido, tengo que admitir
que Bill nunca recibió la fama y el reconocimiento que merecía. Él era un héroe anónimo. Nunca
pensé en darle crédito y él nunca me lo pidió. A menudo le digo a mi esposa que si pudiera volver
atrás quince años, antes que él muriera, me gustaría decirle voy a poner tu nombre al lado del
mío. Te lo mereces”. No sé si alegrarme por su tardía declaración. Lo cierto es que debió llevarla a
cabo cuando estaba vivo.

El reconocimiento que Finger alcanzó en las redes sociales por su centenario fue avasallador. Me
enorgullece decir que aporté mi granito de arena. Uno de sus más fieros defensores es el Dr. Travis
Langley, profesor de psicología forense en la Universidad Estatal Henderson en Arkadelphia,
Arkansas, gran estudioso del Noveno Arte y autor de Batman and Psychology: A Dark and Stormy
Knigh (Wilety, 2011). Él es parte de un proyecto documental, junto con Athena Finger –su única
nieta-, el veterano editor Dennis O´Neill, el productor ejecutivo Michael Uslan, Marc Tyler
Nobleman –autor de Bill the Boy Wonder: the secret co-creator of Batman- entre muchos otros
por vindicar al escritor, titulado The Cape Creator: A Tribute to Bat-Maker Bill Finger. Y el mismo
Langley es más que convincente:
“Es tiempo de hacer las cosas bien. Si amas a Batman, a las historietas, a las películas pero si sobre
todo amas la verdad, ayúdanos a celebrar la vida y obra de Bill Finger”.

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