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Gonzales, Odi. Elegía Apu Inka Atawallpaman.

Primer documento de la resistencia


inka (Siglo XVI). Lima: Grupo Pakarina, 2014.
Christian Elguera (University of Texa at Austin)
Los estudios sobre la literatura quechua ameritan no solo un conocimiento del runa simi
sino también una comprensión de su historia e ideología, acaso por estos motivos las
investigaciones sobre Katatay de José María Arguedas y Taki Parwa de Kilku Warak’a
aún siguen siendo escasas. En este sentido el trabajo de Odi Gonzales titulado Elegía
Apu Inka Atawallpaman. Primer documento de la resistencia inka (siglo XVI)
representa una colaboración significativa a la literatura e historia quechua, ya que incide
en un texto de importancia para la cultura indígena en Perú: la muerte del inka, que el
autor considera significó la “aniquilación inminente y acabamiento del mundo andino”
(44).
Metodológicamente el estudio se divide en 5 partes que van haciendo un repaso
de la emergencia de este texto, sus traducciones y asociación con otros discursos de la
historiografía andina. Así, tras precisar el lugar de procedencia de la Elegía (Calca,
Cusco, de donde también es Gonzales) comienza un balance detallado acerca del
proceso de traducción (iniciado por José Mario Benigno Farfán en 1942), y su inclusión
en diversas antologías de literatura quechua, (muchas de las cuales serán criticadas por
errores de transcripción). Entre los traductores –con quienes el autor no dejará de
dialogar– destacan el ya mencionado Farfán (quien hiciera una segunda traducción en
1947), José María Arguedas (en 1955), Teodoro Meneses (en 1957) y Mercedes López-
Baralt (1987).
Estos datos no tienen, en absoluto, un matiz de erudición sino que le permitirán a
Gonzales establecer un contrapunto sobre su propia función de traductor. Y este es uno
de los ejes del presente libro: detallar y justificar los criterios de su traducción, método
que no busca una crítica de sus predecesores -ante posibles fallas o ausencias- sino
configurar un sistema de comparaciones que permita comprender las variaciones y
riqueza del quechua. Es así que el autor, en aras de un didactismo del idioma, realiza
una lectura guiada del poema: tras establecer una división en 7 segmentos hace un
recorrido palabra por palabra, incidiendo en los versos y estrofas que fueron más
difíciles de trasladar al castellano, resaltando su originalidad y complejidad a través de
sus métricas y metáforas. En este punto la traducción de Gonzales evidencia un amplio
conocimiento de la lengua indígena, especialmente de las variaciones y localismos
propios de Calca, lugar de su recopilación. Al respecto, entre los varios casos dignos de
destacarse tenemos, por ejemplo, cuando a partir del arcaísmo “seqra” decide por
“granizada incontenible” en lugar de “granizada siniestra”, o cuando comprueba la
procedencia hispánica de “yuraq awqa” (enemigo blanco).
Si con estos argumentos el libro resalta por su valor lingüístico, también tiene un
valor histórico al brindarnos un acercamiento a los movimientos de resistencia andina
que pudieron haber influido en la escritura de esta Elegía. En primer lugar se establece
la conexión con el Taki Onqoy (que Gonzales prefiere traducir como “Coral de agonía”
en vez de “enfermedad del canto”), en segundo lugar se plantean vínculos con la
resistencia de Vilcabamba. Sobre este punto el autor explica que si bien la Elegía hace
referencia a Atawallpa, en realidad configura una mezcla con Tupac Amaru (el último
inca de Vilcabamba –y finalmente el último del Tawantinsuyu–), por lo cual propone el
concepto “inka-símbolo” como amalgama de ambos eventos. Asimismo, considerando
que la muerte de este inka-símbolo significó una tragedia que se extendió por siglos, el
autor encuentra paralelos entre la Elegía y otros registros letrados como el Tratado de
Titu Cusi Yupanqui y Nueva Coronica y Buen Gobierno de Guaman Poma
Otros de los ejes del libro es la pregunta por el posible autor del texto ya que
hasta la fecha se le ha considerado de origen “anónimo”. Se propone a un mestizo
aculturado, cuya lengua materna fuera el quechua y que, posteriormente, aprendiera el
español. Se sostiene así: “la Elegía no es un producto verbal completamente
prehispánico” (54). Este juicio parte de los atributos técnicos del poema: versos largos y
una rima consonante (desconocida para la poesía quechua) y que demostraría un amplio
conocimiento de la tradición poética española. Se plantean así dos posibilidades: un
mestizo educado en el Colegio para nobles del Cusco (posiblemente familiar de Manco
Inka), o que “el autor bien pudo ser el monje Blas Varela” (67). Sin embargo, a pesar de
la investigación sobre la autoría individual el trabajo de Gonzales hace un pesquisa de
los diversos discursos que intervinieron en la escritura y reelaboración de la elegía: las
modificaciones a lo largo del siglo de “mediadores culturales” (recopilares y
traductores), los procesos de resistencia que le fueron contemporáneos, pero sobre todo
la memoria colectiva, la tradición oral del mundo andino.
Estas conexiones propuestas por Gonzales se extienden hasta el siglo XX, así el
último capítulo relaciona la Elegía con otro tipo de performances (el cine, la música, la
plástica), lo cual permite sostener el dinamismo de los discursos indígenas: surgen de la
memoria tradicional, pero van modificándose y produciendo nuevos lazos con otras
praxis culturales. En este sentido el libro, a partir de sus hipótesis, vuelve a poner en el
ruedo conceptos como “resistencia” y “aculturación” en el contexto de la región andina,
dejando abiertas para discusiones venideras preguntas como: ¿la asimilación formal de
la lírica española solo pudo realizarla un mestizo aculturado?, ¿la resistencia estuvo
dirigida por una élite indígena o más bien por un grupo de mestizos letrados?, ¿cómo se
condicen resistencia y aculturación en el periodo colonial andino?

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