Professional Documents
Culture Documents
A. LA DEFINICIÓN DE PECADO
El pecado es no conformarnos a la ley moral de Dios en acciones, actitudes o naturaleza.
La idea básica es la falta de conformidad al carácter de Dios y el obrar por medio de actos ya sea
de omisión o de comisión. El pecado incluye no solo las acciones individuales, sino también las
actitudes que son contrarias a las actitudes que Dios requiere de nosotros (Éx 20:17, Mt 5:22, Mt
5:28, Gál 5:20). Por tanto, una vida que agrada a Dios tiene pureza moral no solo en las acciones,
sino también en los deseos del corazón, pensamientos, intenciones, etc. No podemos olvidar que
pecado es siempre relacional, cuando pecamos, pecamos contra Dios aun cuando pueda ser
dirigido contra seres humanos (Sal 51:4; Lc 15:18).
B. LA NATURALEZA PECAMINOSA
La naturaleza pecadora del hombre (Ro 5:19; Ef 2:3) es otro aspecto importante del
pecado tal como se revela en la Biblia. El pecado inicial de Adán le llevó a la caída, y en la caída
él se volvió un ser completamente diferente, depravado y degenerado y sólo capaz de engendrar
seres caídos como él mismo. Por lo tanto, cada hijo de Adán es nacido con la naturaleza adámica,
siempre está predispuesto a pecar, y aunque su naturaleza fue juzgada por Cristo en la cruz (Ro
6:10), una fuerza vital y activa permanece en cada vida del cristiano. Nunca se dice que será
quitada o erradicada en esta vida, pero para el cristiano hay poder vencedor provisto a través del
Espíritu que mora en él (Ro 8:4; Gál 5:16-17). El concepto de la total depravación no es que cada
hombre es lo más malo posible que él pueda ser, sino más bien que el hombre, a través de su
naturaleza, está corrompido por el pecado (Ro. 1:18 3:20). De acuerdo a ello, el hombre, en su
voluntad (Ro. 1:28), su conciencia (1Ti 4:2) y su intelecto (Ro 1:28; 2Co 4:4), está corrompido y
depravado, y su corazón y entendimiento están cegados (Ef 4:18). Está muerto en delitos y
pecados (Ef 2:1). No es cuestión de que algunas partes de nosotros sean pecaminosas y otras
puras. Más bien, cada parte de nuestro ser está afectado por el pecado: nuestros intelectos,
emociones, deseos, corazones, nuestras metas y motivos e incluso nuestros cuerpos físicos (Ro
7:18, Tit 1:15). En estos pasajes las Escrituras no están negando que los incrédulos puedan hacer
bien a la sociedad en algunos sentidos; pero sí están negando que puedan hacer algún bien
espiritual o ser buenos en términos de relación con Dios (Ef 4:18). Aunque desde un punto de
vista humano las personas pueden ser capaces de hacer mucho bien, Isaías afirma que «todos
nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia» (Is 64:6; Ro 3:9-20).
De modo que como pecadores, carecemos de la capacidad de agradar a Dios y la
posibilidad de acercamos a Dios por nosotros mismos (Ro 8:8). Además, en términos de llevar
fruto para el reino de Dios y hacer lo que le agrada a él, Jesús dice: «Separados de mí no pueden
ustedes hacer nada» Jn 15:5). De hecho, los incrédulos no agradan a Dios, simplemente porque
sus acciones no se deben a que tengan fe en Dios ni a que lo amen, y «sin fe es imposible
agradar a Dios» (He 11:6).