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La Guerra de los colores no solo se vive en los parlantes.

Domingo 09:30.

El frío del otoño sobre la cancha del Estadio Municipal de Graneros. El olor fresco del pasto se mezcla
con los primeros sabores de la leña en el aire.
Las graderías al 5%.
Afuera, la entrada a $1.000.

En los camarines, zapatos de futbol nerviosos esperan la confirmación de la titularidad.


Por equipo, de 20 citados, solo 11 entran a la cancha, 11 afortunados sienten, en sus pulmones, en su
nariz de 10-11 años, el olor que desprende la pelota al primer contacto con el pasto recién cortado.
Salen a la cancha los 22. De amarillo, C.D. Sindicato; de rojo C.D. Graneros. Rivalidad y amistad que
se forjó durante los primeros 50 años del siglo XX.
El profe y su asistente guian el calentamiento de cada equipo.
Desde el centro de la gradería norte, dos parlantes gigantes preguntan en cumbia, “¿Cuál el color de tu
corazón?”, Red, Red, Red, responde algún espectador en su cabeza.
En los oídos del Estadio Municipal comienza la guerra de los colores, movida tropical Argentina del
final de los 90´, que enfrentó y unió al Grupo Red, Grupo Blue, Grupo Green y Contagio.
El Javito, teenager y blondo vocalista de la Red, sueña con “amarte y con besarte”, por favor le pide a
dios, “no le dejes sin tu amor”. Mientras, en algún escalón de las graderías, las mamás de los 22 sueñan
con verlos vestir, algún día, la roja de Chile. Por favor le piden dios que el 9, el 10, el 2 o algún número
<12 meta un gol, 2 goles o quizás 3. Que el profe de la selección de Graneros ande por ahí viendo el
partido, los cite a jugar, y, desde ahí, al azul del cielo y las estrellas.
El pito del árbitro corta en seco la música. Algún jugador lo siente, “Buuu, estaba buena esta canción”
piensa en voz alta y la termina en su cabeza, mientras, levantando las manos, saluda al público y se
despide de la música.
Se juega el primer tiempo y, en la cancha, comienza la otra guerra de los colores, el amarillo contra el
rojo.
Entre patas flacas, camisas grandes y cabros flacos se pasea la pelota de un área a otra. Se patean, se
enojan, se disculpan, se dan la mano. La guerra continua. Llega el gol, el público lo celebra, el resto lo
resiente; y el de los parlantes aprovecha de poner un pedazo de la canción que había quedado pendiente.
Las 2 guerras conviven, al unísono, durante 30 segundos. Se corta la música, pasan 10 minutos, termina
el primer tiempo.
Laten los parlantes de nuevo, 15 minutos de descanso, 15 minutos de cumbia, cumbia del pueblo,
cumbia de pelo largo, cumbia de colores.
Se reanuda el partido, pasan 20 minutos. No hay más goles.
En los oídos del estadio, el grupo Red ganó la batalla de los colores, lo haría en todo Chile. En la
cancha, el amarillo se impuso al rojo.
Pasa el tiempo, los chicos de 10 años crecen. En el estadio ya no suena la cumbia.
El Estadio Municipal de Graneros fue remodelado el 2010. Nunca se terminó. Algunos acusan a la
alcaldía de turno. La verdad nunca se supo. Hoy está habilitado para jugar, ahí hace de local C.D
Independiente Estadio, que viste de azul. El pasto sintético, verde, evita el primer aliento de antaño, la
magia de la cancha. La galería, amarillenta, quedó a medio construir. Los parlantes desaparecieron. La
nostalgia y camiseta de los que hoy vuelven, casi 20 años después, a jugar en este estadio, le susurra a
la cancha, que la guerra de los colores aún está viva.

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