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Martin se levanta todas las mañanas a las 6:30 en cuanto su madre se sienta en
su cama para darle su beso de buenos días. Se estira, se despereza, se lava la
cara, se viste y se peina. Va a la cocina y desayuna tranquilamente, en la mesa
y con la televisión apagada, su vaso de leche con cacao, un panecillo con
mermelada, un yogur y una porción de fruta.
Fuera en la calle está nevando, otro día más: esto es Alemania después de
todo. Martin toma su bicicleta para ir a clase y se encuentra, a unos pocos
metros de su casa, con sus dos mejores amigos y el padre de una de ellos, con
quienes habitualmente pedalea cada mañana al colegio y con los que regresa a
casa unas horas más tarde. Martin ya tiene ganas de que llegue el año que
viene, pues podrá demostrar que ya es mayor: tras pasar un curso con la
policía local, él y sus amigos ya podrán ir solos en bicicleta por las aceras
habilitadas y cruzar la calle sin la ayuda de ningún adulto. Por fin. A fin de
cuentas, Martin ya tiene 6 años.
—En primer lugar, los padres o cuidadores deben asumir que son esos líderes
que sus hijos reflejarán milimétricamente: su comportamiento, por tanto, debe
calcar sus palabras. No tiene sentido adoctrinar a nuestros hijos en las
bondades de nutrirse saludablemente si nuestros propios hábitos son
cuestionables. Los niños aprenden por imitación no por sermón.
—Cuando el pequeño solicite ayuda, si es algo que el niño puede hacer solo,
responder con una sonrisa ‘no te voy a ayudar: lo puedes hacer solo’. Y ser
consistente. Cuando lo logre culminar, eso sí, felicítelo como si no hubiera un
mañana.
—De hecho, ser consistente es crucial: para nuestros hijos, lo que decimos es
la verdad absoluta. Si faltamos a lo que prometemos, enseñamos tácitamente
que no somos íntegros. Algo que, desde luego, no querremos que aprendan.