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AGUSTÍN DE HIPONA

VIDA
Agustín (354-430 A.D.) nació en Tagaste, Numidia (África del Norte)
y es el más grande de los Padres Latinos. Hijo de Patricio, un pagano
irascible e infiel, y de Mónica, una fervorosa cristiana de fuerte
carácter quien ejerció una influencia decisiva en su vida. Tuvo una
esmerada educación: Aprendió latín, rudimentos de griego —idioma
que nunca llegó a dominar—, litera-tura, elocuencia, retórica,
filosofía, derecho, biología, medicina, geometría, entre otras muchas
disciplinas.

Según cuenta en sus Confesiones vivió su juventud en el desenfreno


moral, rechazando la fe de su madre. Más tarde comenzó a buscar el
sentido de la vida a través de la filosofía, la astrología y el
maniqueísmo1 hasta que la inesperada muerte de un íntimo amigo lo
conmocionó de tal forma que lo lleva nuevamente a cuestionarse el
sentido de la existencia.

Por razones laborales debe trasladarse a Milán para ejercer como


profesor. Allí escucha al obispo Ambrosio quien le causa una
profunda impresión, comienza a estudiar seria-mente el cristianismo
y se convierte.

El trabajo intelectual de Agustín opaca a todos los pensadores


anteriores y su sombra se proyecta hasta el presente. Fue un escritor
muy prolífico y entre sus obras se destacan Confesiones, donde
relata su travesía interior y la Ciudad de Dios considerada como la
primera filosofía y teología de la historia. Escribió además infinidad
de tratados filosóficos y teológicos como Contra los académicos, La
inmortalidad del alma, El libre albedrío, entre otros.

LA RAZÓN Y EL CONOCIMIENTO
Agustín creía en la autoridad suprema de las Sagradas Escrituras,
pero estableció un nexo importante entre razón y fe entendiendo que
la filosofía era la profundización y fundamentación racional de la fe
cristiana.

1 Doctrina de los maniqueos, discípulos de Mani, basada en la coexistencia de dos


principios antagónicos: El bien y el mal. Mani tomó elementos de Zoroastro y Buda
sobre un fondo cristiano. Predicaba una moral rigurosa para alcanzar la luz.
Polemizó con los escépticos sobre la posibilidad de conocer la
verdad. Sus adversarios sostenían —como hemos visto
anteriormente— que no existe un fundamento en el cual cimentar el
pensamiento, por lo tanto, la verdad no existe. Agustín replicó que se
puede dudar de todo, menos de la propia duda, por lo tanto, hay una
certeza en la cual afirmar el pensamiento. Por lo tanto, su filosofía
parte y enfatiza la interioridad, buscando la verdad no a través de los
sentidos, sino en el mundo espiritual.

La razón tiene reglas apriorísticas, comunes a todos los seres


humanos. Esto hace que independientemente de su cultura,
nacionalidad o raza todos los seres racionalmente sanos concuerden
en algunos principios básicos, como por ejemplo que dos más dos
son cuatro. Agustín atribuye esto a una iluminación interior. Esta
iluminación nada tiene que ver con la gracia: no es un concepto
teológico sino filosófico. La iluminación proviene del Dios Creador
que echa luz sobre la inteligencia para que alcance las verdades que
están más allá de los sentidos y es común a todos los seres humanos.

Gracias a la teoría de la iluminación supera el problema de la


reminiscencia de Platón: No es necesario que el alma haya
contemplado los universales en su preexistencia, sino que Dios
ilumina nuestra mente para acceder a esos universales.

LA METAFÍSICA AGUSTINIANA
La reflexión de Agustín gira en torno a los temas funda-mentales de
toda la filosofía anterior: Dios, lo material y el hombre:

1. Dios
Para Agustín la existencia de Dios es obvia como la propia
existencia del sujeto pensante. Así como al sujeto que piensa le
resulta imposible comprobar su propia existencia con
argumentos racionales contundentes y sin embargo no duda
que existe, así también es obvio que Dios existe, pero no es
posible demostrarlo en forma contundente y final par quien no
quiere aceptar su existencia.

Por lo tanto, demostrar la existencia de Dios es para Agustín un


problema menor: Parte del alma humana, viviente y personal, que
se eleva sobre las verdades particulares hacia la verdad universal.
Concluye que esta ascensión demuestra la existencia de un Dios
creador que lo abarca todo, sin ser él mismo parte del todo porque
está por encima de todo. Es el Ser de todo ser. El Ser necesario,
inmutable y eterno.

Dios es incomprensible e inefable, supera todas las posibilidades


del conocimiento humano. El hombre es incapaz de concebirlo en
toda su plenitud.

2. El mundo
Todas las cosas fueron creadas de la nada por un acto libre y
voluntario de Dios. Agustín desecha la teoría de la emanación
porque sería atribuir a Dios mutabilidad.

La creación se realizó fuera del tiempo, ya que el tiempo mismo es


parte de la creación. Todo comenzó en un estado de confusión que
se fue ordenando gracias a las razones seminales que Dios había
colocado en la materia. La acción de Dios creó las circunstancias
que permitieron que esas semillas se desarrollaran de acuerdo a
sus designios.
La materia está muy cerca de la nada, solo los arque-tipos eternos
son permanentes. Gracias a ellos todo está ordenado según
número, medida y peso.

3. El hombre
La influencia del platonismo en el pensamiento de Agustín se
evidencia en su concepción antropológica.

El hombre está compuesto de cuerpo y alma. Ambas partes son


esenciales, pero el alma, a la que define como una sustancia
espiritual, tiene primacía sobre el cuerpo: es ella la que dispone
sobre lo corporal.
El origen el pensamiento agustiniano atraviesa dos etapas. En
la primera etapa es traducionista: cree que recibimos el alma de
nuestros padres en el momento de ser engendrados. Luego su
pensamiento evolucionó hacia el creacionismo, pensando que
el alma es creada en el mismo momento de la concepción.

LA ÉTICA AGUSTINIANA
Según Agustín en cada hombre está impresa la ley eterna del bien
colocada por Dios. Esta conciencia moral no anula la libertad
humana. La ley eterna no es otra cosa que la voluntad de Dios
impresa en el hombre que lo ayuda a discernir entre el bien y el mal.

Pero como el hombre es libre, no basta con que tenga impresa la ley:
es necesario que quiera cumplirla. De este modo Agustín se enfrenta
al problema de la voluntad corrompida del hombre.

Agustín cree que el alma es conducida por la gravitación del amor. El


amor activo es quien califica y determina la voluntad. Para eso es
necesario amar rectamente, lo que implica que el amor no es ciego,
sino que posee elementos de conocimiento. Ese amor recto es el
punto central de su ética, porque llevará al hombre a la felicidad, un
estado de reposo y equilibrio. A ese amor recto es al que se refiere en
su famosa frase «Ama y haz lo que quieras».

FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
La Ciudad de Dios es considerada el primer análisis de la historia
universal a la luz del pensamiento cristiano. Los paganos
atribuyeron la caída de Roma en el año 410 a la influencia del
cristianismo. Agustín responde a esa acusación en esta obra
monumental. Sostiene que la historia universal es una lucha entre el
reino de Dios y el reino de la Tierra, entre la civitas Dei y la civitas
terrena, entre la ciudad de Dios y la ciudad terrenal. La primera se
funda en el amor a Dios y la segunda en el egoísmo. Estas dos
ciudades coexisten mezcladas en la historia, oponiéndose entre sí y
librando una batalla sin cuartel.

La victoria final será de la ciudad de Dios, pero mientras tanto


aparecerán ciudades y reinos fundados en el egoísmo que sucumben
y desaparecen. Tal es el caso de Roma, a quien Dios le permitió
crecer, pero recibió el pago de su extravío.

Poniendo ejemplos del Antiguo Testamento, del pasado griego y la


reciente historia de Roma describe como las fuer-zas del bien y del
mal se enfrentan permanentemente. Señala como clave de la historia
a la redención efectuada por Jesucristo que nos permite alcanzar las
altas metas del bien.
El triunfo definitivo y final del reino de Dios pone una nota
optimista sobre el horizonte final de la historia.

CONCLUSIÓN

Agustín de Hipona es un hombre que vivió durante la transición de


dos culturas, entre dos universos diferentes: El mundo antiguo,
presidido por el pensamiento griego, y el mundo medieval que se
gesta bajo la influencia del cristianismo. Formó parte de ambos
mundos. Primero conoció la cultura griega y experimentó la angustia
de la falta de res-puesta. Luego de su conversión al cristianismo
encuentra la llave maestra que responde a sus interrogantes y da
sentido a su existencia. Entonces utilizó sus profundos
conocimientos de filosofía antigua para producir una serie de obras
que cimentarían el pensamiento filosófico cristiano.

Es indudable que admiraba a Platón, pero nunca sucumbió a la


fuerza del pensamiento pagano. Se aferró a la soberanía de la
Palabra de Dios y desde allí se atrevió a pensar, a reflexionar y
analizar al mundo desde la óptica cristiana.

No desechó nada de lo que el Dios de la creación había dado al


hombre y estimó la capacidad de razonar como un don especialísimo
que no se debía menospreciar. Usando la luz de Dios sobre la razón,
exaltó al Dios Redentor en toda su obra, convirtiéndose en el
referente por excelencia de la fe cristiana.

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