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LEGALIDAD Y EXALTACIÓN ESPIRITUAL

"The Bible Treasury", volumen 12, 1878 – 1879

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).

Se puede aceptar que todo el pueblo de Dios — cuyas almas están en Su presencia — desea
la santidad. La época en que vive un creyente no afecta este principio, porque si el Espíritu
Santo no es obstaculizado, Él, sin duda, guía a los que son participantes de la naturaleza
divina de Dios.

La santidad, hablando de manera práctica, resulta de realizar la voluntad de Dios, de


agradar a Dios. La naturaleza de las cosas no se cambia etiquetándolas de manera distinta
a lo que ellas son, y, muy frecuentemente, lo que se supone que es santidad, no es nada
por el estilo. Los que observan de qué manera funciona el alma, saben cuán sutil es el 'yo',
y como reaparece una y otra vez, en diferentes atavíos. Jacob era Jacob pese a los vestidos
de Esaú. Aunque declaró que no era la suya, aun así, la voz era la voz de Jacob. Isaac
estaba ciego a la realidad, pero en la vida cristiana común, ¡es menos difícil engañar a los
demás que engañarnos a nosotros mismos! Efectivamente, es tan sorprendente, como
humillante, descubrir lo que nosotros somos, y vernos a nosotros mismos como los demás
nos ven. Toda soberbia carece de sentido, pero la soberbia espiritual supera a toda otra
soberbia en cuanto a necedad; y el hombre que se gloría en sí mismo, en sus logros, o en
su conocimiento, delante de Dios, es espiritualmente soberbio.

Pues bien, aceptando que los deseos de santidad son comunes a los santos de Dios —
suponiendo que tales santos no están moralmente lejos de Dios — nos vemos confrontados
con extrañas diferencias en la mente de los hombres en cuanto a lo que la santidad es. Sin
duda alguna, si hubiera una obediencia implícita a la Escritura, estas diferencias no
ocurrirían, pero el hecho de que existen es evidente.

La santidad no puede existir en el alma aparte de Cristo. Un hombre que es un Cristiano,


pero que trata de ser santo, es un hombre legal, trabajando en él mismo para obtener algo
de él mismo, y, hasta aquí, dejando a Cristo afuera. No importa a qué escuela de
pensamiento él puede pertenecer, ni cuáles pueden ser sus logros. De nuevo, hasta que no
se dé cuenta de lo que Cristo ha hecho por él, o de lo que él es en Cristo, sus deseos de
santidad irán, hablando generalmente, por la senda equivocada. En otras palabras, el
conocimiento de la posición del Cristiano en Cristo, afecta el estado del Cristiano para Cristo.
Pero la dificultad práctica es esta: cuando una persona se convierte, pasa, por lo general,
algún tiempo aprendiendo cuál es su posición, y antes de que lo haya aprendido, sus
instintos espirituales, tal como podemos expresarlo, anhelan un estado de santidad. Por eso
es que existe un peligro no menor de que estos instintos prosigan en una dirección

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equivocada, y que al final resulte en el 'yo' — en un 'yo' desanimado o exultante, y si es
exultante, produciendo soberbia espiritual.

Tomen como ejemplo el de un hombre que tiene vida divina, pero no tiene paz. Él se da
cuenta que está lejos de la santidad práctica; él trata, resuelve, y se obliga a sí mismo para
alcanzar el ideal de sus deseos. Esto es legalidad. Él está obrando en el 'yo', moldeándolo
a una forma apropiada. Muchos creyentes están, en esta hora, en cruel servidumbre por
causa de tales esfuerzos, hundiéndose, quizás, en la desesperación, temiendo que, después
de todo, ellos no tengan parte o porción en el asunto, pero son engañadores de sus propias
almas. ¡Cuán misteriosamente el ojo del alma de tales personas se esconde de Cristo!

Por otra parte, algunos se imaginan que, al menos en parte, han tenido éxito. Ellos tomaron
también el camino legal, y, aunque legal, se envanecieron con un éxito ficticio. Así, la
legalidad y el envanecimiento se entrelazan alrededor del tronco del orgullo espiritual. Y es
muy humillante cuando el Espíritu de Dios muestra que todo crecimiento semejante debe
ser cortado antes de que cualquier verdadera santidad pueda existir.

La supuesta santidad de muchos, en los monasterios y conventos, ilustra la transición de


las ataduras legales a la santidad ficticia. Es muy cierto: tales creyentes no poseen la noción
de la santidad verdadera. Ellos no tienen ninguna idea justa de Cristo estando en la gloria
de Dios, ni tampoco de que Él magnificó a Dios en la cruz, ninguna idea de la nueva creación;
pero tales creyentes, aunque teniendo falsos principios, pueden tener deseos verdaderos,
a pesar del canal que los deseos desean recorrer. Una persona como esas, para alcanzar el
ideal, desea convertirse en lo que siente que no es. Mediante una extraña perversidad,
dicha persona no lee la totalidad de las Escrituras. Esto es colocarse siempre sobre una
línea peligrosa. Dicha persona selecciona, o más bien su maestro selecciona por ella, partes
de los Evangelios, o quizás porciones del Apocalipsis, que le mantienen ante un Jesús
sufriente, ante el Señor como mártir. Ella trata de llegar a ser como este Jesús para,
eventualmente, conseguir santidad. Este es su ideal, y tal persona determina, digamos en
humillación, alcanzar su meta.

En la obra de cultivarse a sí mismo, esta persona puede ir tan lejos como el monje,
celebrado hasta la admiración, el cual un día, escuchando la lectura de un hermano, sucedió
que alzó sus ojos y miró, como si estuviera soñando, los árboles y el cielo. Cuando se
despertó de su breve ensoñación, ¡sus oídos habían perdido el hilo del libro! Avergonzado
en su mundanalidad, y para abstenerse de tales divagaciones en el futuro, él se había hecho
un collar de hierro para su cuello, y doblando su cabeza hacia la tierra, lo encadenó a su
pie, para nunca más permitir que su ojo tiente a su alma a divagar. Esto fue legalidad, no
santidad. Ello fue quedar aprisionado "en aflicción y en hierros." (Salmo 107:10).Las
cadenas no hacen que un hombre sea santo, sean ellas de acero o de credos.

Pero, hasta aquí, se trata sólo de la mitad del embuste. El espíritu de las cadenas es
atractivo, a menos que se disfrute de la libertad de la presencia de Dios y se conozca el
significado de "Cristo en vosotros." (Colosenses 1:27). Algo mucho peor sigue a
continuación, ya que, unos pasos más adelante, y el hermano de la cadena y el collar no
solamente es enormemente respetado por sus compañeros monjes, sino que ¡él también
se respeta mucho a sí mismo! Esta miserable mortificación, no por el Espíritu, da como
resultado una auto-exaltación. En un par de etapas más adelante, él está exultante viendo

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visiones, ¡y ha llegado a estar en éxtasis! De hecho, ha llegado a ser un santo a los ojos de
miles de personas.

¿Dónde está Cristo en todo esto? ¡Ah! ¿Dónde está? ¿Y dónde está el 'yo'? El 'yo' es tan
grande que el Señor no puede ser visto. Así termina el camino, aunque sobre el poste
señalizador en su comienzo se había escrito — 'A la santidad'.

Ahora bien, los Protestantes pueden sonreír o sentir lástima, y regocijarse porque ellos han
sido libertados de tales ilusiones, pero cualquiera que sea nuestro nombre, nuestras
naturalezas son las mismas; el 'yo' es el mismo, y aquí radica el peligro. ¿Quién se atreve
a decir que su corazón es completamente libre del atractivo de la legalidad, o que en él no
hay tendencia alguna a la exaltación, especialmente cuando el asunto es la santidad?

Existen muchos Protestantes en cuyas almas se combinan la legalidad y la exaltación


espiritual. En el razonamiento de ellos, la primera etapa opera así: «Yo estoy muerto, por
tanto debo llegar a ser lo que soy.» Imponer al alma una condición de muerte como un
logro, es sencillamente legalidad y dejar a Cristo afuera. Es, prácticamente, decir a un alma
que ella debe darse cuenta de su posición antes de creerla. Es esperar algo del 'yo' en lugar
de tener fe en Cristo. Y es una manera sutil y cruel de torturar un alma, aunque la intención
no sea ni lo uno ni lo otro. Cuando el hermano con el collar de acero trató de estar muerto
para el cielo por medio de su collar, él quiso alcanzar una condición de muerte mediante
dicha mortificación.

Esta condición de alma es análoga al primer período del estado ascético, cuando ella está
luchando por su ideal, pero no lo ha alcanzado. A esta condición miserable y contraída,
mórbida y ocupada de sí misma, tratando, mediante el 'yo', de estar muerta para el 'yo', se
la podría etiquetar como 'espiritualidad', pero es una condición "Católico-Romana'.

Algunos alcanzan el estado exaltado mediante esta senda. Ellos no piensan que han pecado
por períodos determinados de tiempo, y otros van tan lejos en su celo monástico, que
ignoran las relaciones de la vida y tratan a sus padres e hijos como muertos. El Católico, o
el Anglicano, se recluye en una celda, y de este modo llega a estar muerto para el deber y
el afecto; los demás llegan a eso ignorando u ofendiendo a los que Dios les ha dado para
ganarlos y amarlos. Se trata del espíritu del monje, pero sin la incomodidad de la celda
monacal.

Un alma completamente libertada andaría como Cristo anduvo. Procuraría fervientemente


el bien de los hombres, usaría el mundo sin abusar de él, agradecería a Dios por todas Sus
criaturas, por la comida y el cielo, y tendría su corazón donde Cristo está.

Podemos seguir el rastro de una serie análoga de funcionamientos mentales, en los que han
obtenido, de manera burda y parcial, el conocimiento de la verdad Efesia, o en los que han
recibido el conocimiento sin que el alma haya sido hecha receptiva por el Espíritu Santo.

Es muy posible asumir, de manera legal, la posición celestial de un santo y requerir que el
alma, por así decirlo, acepte la verdad; y cuando este es el caso, se disocia a Cristo de la
doctrina, y se permite que el 'yo — a pesar de que al 'yo' no se le permite, de palabra, tener
ningún lugar — ejerza influencia. Es imposible conocer a Cristo legalmente; y las doctrinas,

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separadas de Cristo, sólo marchitan la vitalidad del alma. Y mientras más elevada sea la
verdad, más penosos serán los resultados cuando se insiste legalmente en ella. Un hombre,
que tiene la doctrina de la posición celestial de los creyentes, pero que no ha conocido a
Cristo donde Él está, estará en peligro de una mucha mayor exaltación que la persona
simplemente con su propia justicia. ¡Cuán a menudo oímos acerca del lugar celestial que
ocupa el creyente! ¡Cuán rara vez, comparativamente, oímos acerca de que es en Cristo
que estamos nosotros sentados en los lugares celestiales! ("Nos levantó juntamente con él,
y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales en Cristo Jesús" Efesios 2:6 – VM) Se
puede decir, en respuesta, que esto se da por sentado; que así sea, pero no es algo fuera
de lo común que el alma se jacte, o, digamos, se ocupe de la posición en el cielo, aun
dejando fuera de ello lo importante: que dicha posición es "en Cristo." «Yo soy un hombre
celestial», puede significar, «Yo no soy nada, pero estoy en Cristo en el cielo», o puede
significar, «Yo soy uno que ha logrado lo que los demás no han logrado.»

No cabe duda de que a menudo existe una confusión entre la posición celestial del creyente,
y su estado en relación con esa posición. La posición es inmutable, el estado está
precisamente donde el alma está. Pero un hombre que piensa que ha alcanzado un estado
celestial porque se le ha enseñado su posición celestial, comete un grave error. Él está, en
efecto, en un peligro inminente de jactarse en la doctrina, o más bien, en él mismo como
conociéndola. Cuando este es el caso, existe una forma peculiar de despreciar a los demás
creyentes, un tono de alma que parece decir, «Yo soy una persona superior.» Se trata de
una astilla del antiguo bloque del Fariseísmo, «Estas personas que no conocen la ley.»

Hace pocos años, cuando se sacó a la luz el hecho de que el 'yo' está muerto con Cristo,
muchas personas confundieron la paz que daba el conocimiento, con la santidad práctica.
Ellos imaginaron que eran casi perfectos porque habían aprendido, y también por gracia,
que al 'yo' se lo debía considerar muerto. Pero el hecho de ser libres de ocuparse del 'yo',
tiene como resultado ocuparse de Cristo, de lo contrario no habrá santidad. De manera
similar, existen ahora personas que quizás por años han conocido sencillamente el perdón
de sus pecados, han abierto sus ojos a la posición celestial del creyente y, simplemente
porque conocen la posición, se imaginan que ellas son celestiales de manera práctica. Ello
es, ciertamente, un error muy grande; y si a esta confusión entre la posición y el estado se
le permite permanecer en el alma, el resultado será cualquier cosa excepto santidad.

No es infrecuente seguir el rastro de la exaltación espiritual en tales casos. Equivale a una


especie de disfrute extático, de un carácter no muy diferente de aquel del monje o de la
monja, cuando ellos han progresado a la condición de exaltación. Acciones de Cristianismo
práctico tales como visitar a los enfermos, ocuparse del pobre, y en algunos casos, incluso
predicar el evangelio a los pecadores, son consideradas como ocupaciones inferiores
inadecuadas a la atmósfera 'celestial'. Parece que se olvida que hay capítulos como el 4, 5,
y 6 de Efesios, y que ser celestial no es ser un soñador, sino ser francamente práctico en el
hogar, en las relaciones de la vida, y en la contienda cristiana.

La humildad no se publicita a sí misma; las pancartas (los letreros propagandísticos)


espirituales son una abominación. Es sumamente detestable leer una declaración hecha por
un hombre acerca de él mismo, de que no pecó por doce meses, y cosas por el estilo; y es
asimismo melancólico oír a Cristianos diciéndonos cuán muertos para el mundo ellos están,
y lo mucho que ellos están en el cielo, y señalando, quizás, diferentes cosas acerca de ellos,

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como prueba de lo que dicen. No hay prueba más solemne que la del Maestro, "Por sus
frutos los conoceréis" (Mateo 7:16), y la humildad es uno de las primeras flores de la gracia
que florecen en el alma.

El creyente, al que Dios ha concedido a su alma comprender a Cristo donde Él está, y el


conocimiento de que los Cristianos están sentados "en Cristo" en los lugares celestiales
("nos levantó juntamente con él, y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales en
Cristo Jesús" Efesios 2:6 – VM), no deseará imitar a monjes y monjas, y no deseará leer
sólo un conjunto de porciones de la Palabra de Dios. Él ciertamente procurará, desde este
punto de vista, estar familiarizado con todo el consejo de Dios. Es siempre una cosa
peligrosa cuando se lee solamente Escrituras favoritas; ello muestra claramente que una
mente actuando así es una mente sesgada, parcial. Dios nos ha dado la totalidad de Su
Palabra, y nosotros necesitamos cada versículo de ella, y, ciertamente, nadie necesita más
la exhortación de la Escritura que aquellos que se regocijan, y se regocijan delante de Dios,
en las verdades celestiales, como lo vemos evidenciado en los capítulos finales de las
Epístolas a los Colosenses y a los Efesios.

La santidad es el anhelo mismo de la vida divina. Dios ha librado a muchos,


misericordiosamente, de tratar de imitar a Cristo en la carne; Él ha mostrado lo que el 'yo'
es, y su final judicial en la cruz de Cristo, y que los que componen Su pueblo, han de
considerarse muertos al pecado. Dios ha hecho más, Él ha abierto las mentes de muchos al
conocimiento de un Cristo resucitado, y a que todos los Suyos serán conformados a Su
semejanza. La senda de la santidad es andar como Cristo anduvo, ser semejante a Cristo
en esta tierra, y el hombre verdaderamente celestial será conocido por sus caminos.

H. F. Witherby.

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Octubre/Noviembre 2014.-

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