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PARTE I
REVELACIÓN
3. LA SERIE DE ACONTECIMIENTOS
Introducción (3.1 – 3.2)
3.1 Carta olímpica X: Deporte en las universidades
3.2 Carta olímpica XI: El espíritu deportivo de los estudiantes
3.3 Carta olímpica XII: Theodore Roosevelt
Introducción (3.4 – 3.5)
3.4 Carta olímpica XIV: El valor del boxeo (I)
3.5 Carta olímpica XV: El valor del boxeo (II)
1
3.6 Carta olímpica XVI: Hípica
3.7 Carta olímpica XVII: Ejercicio físico y restricción
3.8 Carta olímpica XVIII: Apparatus
3.9 Carta olímpica XIX: El placer del deporte
3.10 Carta olímpica XX: Por qué deberían remar los ciudadanos de Lausana
3.11 El empleo pedagógico de la actividad deportiva
3.12 Fuentes y límites del progreso deportivo
3.13 Entre dos batallas. Del Olimpismo a la Universidad obrera
3.14 El Padre Didon
3.15 Mens fervida in corpore lacertoso (1911)
3.16 Deporte y la cuestión social
3.17 Carta olímpica V: Pedagogía olímpica
3.18 Olimpismo en la escuela: ¡Debe ser fomentado!
3.19 Carta olímpica VI: Panem et circenses
3.20 Carta olímpica VIII: La formación del carácter
3.21 Discurso ofrecido en agosto de 1920 en el ayuntamiento de Amberes:
El deporte es el rey
3.22 Sobre la transformación y difusión de los estudios históricos:
Su carácter y consecuencias
3.23 La verdad sobre el deporte. Las ideas de Pierre de Coubertin
3.24 La Carta para la reforma del deporte
3.25 El deporte contribuye a la paz
3.26 Discurso del barón de Coubertin ofrecido durante la ceremonia de su 70º
aniversario
PARTE II
DIMENSIONES OLÍMPICAS
2
4.2.1/7 Programa del Congreso fundacional del COI (1894)
4.2.1/8 Los Juegos Olímpicos modernos
4.2.1/9 El Congreso de París y el restablecimiento de los Juegos Olímpicos
Introducción (4.2.1/10 – 4.2.1/11)
4.2.1/10 La conquista de Grecia
4.2.1/11 La primera olimpiada (Atenas, 1896)
4.2.2 Acontecimientos olímpicos específicos/ especiales
Introducción (4.2.1/1 – 4.2.2/3)
4.2.2/1 Carta olímpica desde Atenas (26 de marzo de 1896)
4.2.2/2 Carta olímpica desde Atenas (31 de marzo de 1896)
4.2.2/3 Carta olímpica desde Atenas (12 de abril de 1896)
Introducción (4.2.2/4 – 4.2.2/6)
4.2.2/4 La primera Olimpiada
4.2.2/5 Los Juegos Olímpicos de 1896
4.2.2/6 A minutos de Atenas (12 de abril de 1896)
4.2.2/7 Al editor de The Times
4.2.2/8 El congreso de El Havre
4.2.2/9 El congreso olímpico de El Havre (1897)
Introducción (4.2.2/10 – 4.2.2/12)
4.2.2/10 Preparativos para la segunda Olimpiada
4.2.2/11 La reunión de los Juegos Olímpicos (París 1900)
4.2.2/12 La segunda Olimpiada (París 1900)
4.2.2/13 Noticias desde Chicago
4.2.2/14 Trasladando los Juegos Olímpicos de 1904 (Circular a los miembros del COI)
4.2.2/15 Chicago o San Luis
4.2.2/16 La tercera Olimpiada en los Estados Unidos y la reunión del COI en Londres
4.2.2/17 Un congreso exitoso y algunos logros reales (1905)
Introducción (4.2.2/18 – 4.2.2/20)
4.2.2/18 Circular a los miembros del COI (diciembre de 1906)
4.2.2/19 La crónica de los Juegos de 1908
4.2.2/20 La cuarta Olimpiada (Londres 1908)
Introducción (4.2.2/21 – 4.2.2/25)
4.2.2/21 El COI en Berlín (1909)
4.2.2/22 Budapest (1911)
4.2.2/23 La quinta Olimpiada (Estocolmo 1912)
4.2.2/24 Una Olimpiada a vista de pájaro
4.2.2/25 Los orígenes del Pentatlón moderno
4.2.2/26 Palabras de clausura (Estocolmo 1912)
Introducción (4.2.2/27-4.2.2/32)
4.2.2/27 Los congresos olímpicos
4.2.2/28 Programa del congreso olímpico de Lausana de 1913
4.2.2/29 El congreso de psicología deportiva (Lausana 1913)
4.2.2/30 El 20º aniversario de los Juegos Olímpicos
4.2.2/31 Los cuatro años de guerra (1914-1918)
4.2.2/32 Godefroy de Blonay – Presidente interino. Circular a los miembros del COI (enero de 1916)
Introducción (4.2.2/33 – 4.2.2/36)
4.2.2/33 La séptima Olimpiada (Amberes 1920)
4.2.2/34 La contribución de la séptima Olimpiada
4.2.2/35 Los séptimos Juegos Olímpicos
4.2.2/36 La victoria del Olimpismo
Introducción (4.2.2/37 – 4.2.2/39)
4.2.2/37 La maniobra de 1921
4.2.2/38 Seis ministerios para un estadio
4.2.2/39 El capitolio de Roma (1923)
Introducción (4.2.2/39 – 4.2.2/41)
4.2.2/40 La octava Olimpiada (París 1924)
4.2.2/41 Discurso del barón Pierre de Coubertin (París 1924)
3
4.2.2/42 Praga (1925)
4.2.2/43 Circular de despedida (1925)
4.2.2/44 Olimpia (1927)
4.2.2/45 La caballerosidad moderna
Introducción (4.2.2/46 – 4.2.2/47)
4.2.2/46 Aarau, Praga, Los Ángeles
4.2.2/47 La apoteosis del Olimpismo
Introducción (4.2.2/48 – 4.2.2/49)
4.2.2/48 Mensaje en la clausura de los Juegos de Berlín
4.2.2/49 ¿Los Juegos de 1940 en Tokio? Comentarios del Sr. Pierre de Coubertin. Grabados por André
Lang
4.2.3 Aspectos históricos de los Juegos Olímpicos de invierno
4.2.3/1 Discurso durante la ceremonia de clausura de los Juegos de invierno (Chamonix, 5 de febrero
de 1924)
4.2.3/2 Francia y los Juegos Olímpicos de invierno de 1928
4
(23 de mayo de 1906)
5.3/4 Arte, literatura y deporte
5.3/5 Conferencia consultiva. Circular (julio de 1906)
5.3/6 La inclusión de la literatura y las artes
5.3/7 La competición olímpica de las artes de 1908
5.3/8 Programa de la competición internacional de arquitectura
Introducción (5.3/9 – 5.3/10)
5.3/9 Reglas de las competiciones literaria y artística de 1912
5.3/10 Oda al deporte
5.3/11 Un gran matrimonio
5.3/12 Carta olímpica II: La contribución de las artes, humanidades y ciencias para la restauración del
gimnasio griego
5.4 La cuestión del amateurismo
5.4/1 La carta del amateurismo (1902)
5.4/2 Estudio sobre el amateurismo
5.4/3 La posible unificación de la definición amateur
5.4/4 La cuestión Thorpe, otra vez
5.4/5 Nuevos aspectos del problema
5.4/6 Varias soluciones
5.4/7 La cuestión del dinero
5.4/8 El amateurismo en el Congreso de Praga
5.4/9 Amateurismo
6. EL MOVIMIENTO OLÍMPICO
6.1 Estructura y organización
6.1/1 Crónica – El carácter de nuestra iniciativa
6.1/2 La organización olímpica
6.1/3 Unionismo atlético
6.1/4 El papel de las federaciones
6.1/5 Carta a los miembros del Comité Olímpico Internacional (febrero de 1920)
6.1/6 Planificación económica de la IV Olimpiada en Roma
6.1/7 Una organización típica de las olimpiadas
6.1/8 Buenas noticias desde Basilea
6.1/9 La ceremonia de entrega de los diplomas olímpicos
6.1/10 La sesión del 4 de julio de 1912 (discurso en Estocolmo)
6.2 Crecimiento y expansión
6.2/1 Una Olimpiada en Extremo Oriente
6.2/2 Unificación atlética
Introducción (6.2/3 – 6.2/4)
6.2/3 Carta a los miembros del COI (1921): “Mi trabajo está hecho”
6.2/4 El atletismo quiere conquistar África
6.2/5 Colonización atlética
6.2/6 Los próximos Juegos se celebrarán en Tokio
6.3 Los diferentes deportes del programa olímpico
6.3/1 El principio de igualdad
6.3.1/1 Todos los deportes
6.3.1/2 Las mujeres en los Juegos Olímpicos
6.3.1/3 Records olímpicos
6.3.2 Consideraciones relativas a determinados deportes olímpicos
6.3.2/1 Los Juegos Olímpicos y la gimnasia
6.3.2/2 Carta olímpica IX: El pentatlón moderno
6.4 Lausana: ciudad olímpica
6.4/1 La ceremonia en Lausana
6.4/2 Carta olímpica I: Olimpismo y Lausana
6.4/3 Lausana
5
6.5 Retrospectivas olímpicas
Introducción (6.5.1 – 6.5.5)
6.5.1 El trabajo del Comité Olímpico Internacional
6.5.2 Al editor de The Times: Los Juegos Olímpicos (13 de julio de 1908)
6.5.3 Carta a los miembros del Comité Internacional Olímpico (enero de 1919)
6.5.4 Cuarenta años de Olimpismo, 1894-1934
6.5.5 Leyendas
ÍNDICE DE NOMBRES
ÍNDICE DE MATERIAS
ÍNDICE GEOGRÁFICO
PROEMIO
6
internacional bajo sus auspicios, dirigido con dinamismo y experiencia por el profesor
Norbert Müller de la Universidad de Maguncia.
Esto ha sido posible merced al apoyo del Presidente del C.O.I., Jacques Rogge, a
quien hay que agradecer la contribución del C.O.I. al más amplio conocimiento del
gran humanista Pierre de Coubertin.
7
Geoffroy de Navacelle de Coubertin
A los lectores e investigadores del mundo entero interesados por los textos de
Coubertin se les unía, a la frecuente incapacidad para acceder al idioma francés, otro
agravante, debido a que los textos, impresos en un 95 por ciento en su lengua materna
francesa, sólo se encuentran en las bibliotecas de forma esporádica, incluso en Francia.
1
COI (Ed.): Textes choisis de Pierre de Coubertin. Coordinateur de l‟édition et directeur de recherche:
Norbert Müller. 3 tomes et un album. Zürich/Hildesheim/Nueva York, Weidmann, 1986.
Tome I: Revélation. Introduction générale, choix et présentation des textes: Georges Rioux.
Tome II: Olympisme. Préface, choix et présentation des textes: Norbert Müller.
Tome III: Pratique sportive. Préface, choix et présentation des textes: Norbert Müller et Otto Schantz.
Album: Pierre de Coubertin – sa vie par l‟image, par Geoffroy de Navacelle.
2
Müller, N. (ed.): Pierre de Coubertin – Olympism. Selected Writings. Lausanne, COI 2000. Esta edición
incluye la bibliografía con subtítulos en inglés de los textos de Coubertin publicada en 1991 por N.
Müller/O. Schantz.
3
Coubertin, Pierre de: Ideario olímpico. Discursos y ensayos. Traductor: Juan Antonio de Laiglesia.
Madrid, INEF, 1973. (243 pp.)
4
Coubertin, Pierre de: Memorias olímpicas. Traductor: José María Soler. Bureau Internacional de
Pedagogía Deportiva, Lausana, 1965. (232 pp.)
5
Coubertin, Pierre de: Memorias olímpicas. Prólogo de Geoffroy de Navacelle. Lausanne, COI, 1976-
1979-1989-1997.
8
La discusión que se ha ido desarrollando en aumento durante los últimos veinte
años, tanto en la opinión pública como en el ámbito deportivo, sobre el futuro del
Movimiento olímpico y la validez de los valores olímpicos, ha despertado, como no
podía ser de otra manera, el interés por sus orígenes y su integración en la obra del
fundador del COI.
6
Hay que rectificar las estimaciones anteriores que hablan de 60.000 páginas impresas. Numerosos textos
publicados varias veces y a veces con título diferente, han favorecido la confusión.
9
históricos, de crítica social y políticos de Coubertin, sólo ha encontrado sitio en este
libro aquella pequeña parte de ellos relacionada con acontecimientos olímpicos.
7
Rioux, fallecido en 1991, fue compañero de clase en Argel de Albert Camus, que recibió en 1957 el
premio Nobel de Literatura, y pasa por ser el modelo para el personaje del Dr. Réoux en la novela “La
peste”.
8
COI (Ed.): Edition de textes choisis de Pierre de Coubertin. Director de la edición: Norbert Müller.
Tomo I: Revélation.
9
Ver Gafner, R. (Dir.): The IOC. One Hundred Years. The Idea – The Presidents – The Achievements. 3
volúmenes, Lausana, COI, 1994-1996.
10
Para facilitar el acceso a los lectores, todos los capítulos y casi todos los textos
vienen precedidos por comentarios de Norbert Müller. Las introducciones y los
comentarios deben razonar en cada caso la relación con el capítulo respectivo, ofrecer
referencias cruzadas con otros textos y capítulos, establecer relaciones y cerrar huecos
cronológicos. No deben ser entendidos, no obstante, como un “aparato crítico”.
10
Ver Müller, N. (Dir.): L‟actualité de Pierre de Coubertin. The relevance of Pierre de Coubertin today.
Report of the Symposium 18th to 20th March 1986 at the University of Lausanne. Editado por el Comité
Internacional Pierre de Coubertin. Niedernhausen, Schors, 1987.
Ver Müller, N. (Dir.): Coubertin et l‟Olympisme. Questions pour l‟avenir. Coubertin and Olympism.
Questions for the Future. Report of the Congress 17th to 20th September 1997 at the University of Le
Havre. Editado por el Comité Internacional Pierre de Coubertin. Niedernhausen/Estrasburgo/Sydney,
1998.
Ver también MacAloon, J.J.: This Great Symbol. Pierre de Coubertin and the Origins of the Modern
Olympic Games. Chicago/Londres, Chicago Universirty Press, 1981.
Ver Boulongne, Y.P.: Pierre de Coubertin, humanisme et pedagogie: dix leçons sur l‟Olympisme.
Lausana, COI, 1999.
11
Ver Müller, N.: The International Olympic Academy/IOA Through its Lectures 1961-1998. Lausanne,
COI, 1998.
11
La estructura y sistematización de partes de la presente edición se debe a la
fructífera colaboración, a lo largo de varias décadas, del profesor Dr. Otto Schantz,
desde 2004 en la Universidad de Coblenza. La bibliografía anexa la hemos elaborado
conjuntamente. Su aportación debe ser mencionada con agradecimiento llegado este
momento.
Norbert Müller
12
reformador pedagogo francés”, sin que se llegue a mencionar su idea de la renovación
de los Juegos Olímpicos. Al buscar el nombre de Coubertin en enciclopedias
representativas de diferentes países sólo encontramos mencionadas hasta los años
treinta sus producciones pedagógicas, si es que llega a ser mencionado.
Hay que mencionar aquí otra idea: el proceso de reconocimiento de los Juegos
Olímpicos como la cita deportiva más importante a nivel mundial cada cuatro años va
unida a la expansión internacional del deporte en el siglo XX, que tuvo su punto de
partida en Inglaterra a mediados del siglo XIX. Este paralelismo es una de las razones
decisivas de la singular posición de los Juegos Olímpicos y de su importancia hasta
nuestros días. De esta forma, los textos aquí presentes son, al mismo tiempo, un
reflejo del desarrollo del deporte internacional a lo largo del siglo XX.
1. el histórico
2. el filosófico-pedagógico
3. el organizativo-estructural.
13
Que Coubertin financiaba y distribuía casi siempre con sus propios medios.
13
Setenta contribuciones corresponden en total al ámbito de lo histórico,
cuarenta y nueve al de lo filosófico-pedagógico, veintiuno al de lo organizativo-
estructural, tres tratan de Lausana como ciudad olímpica y seis son retrospectivas
generales.
14
Este libro fue editado en 1979 por el COI en francés y en español, de manera que puede ser consultado
en cualquier momento. CF. C.O.I. (Ed.): Memoires Olympiques. Introduit par G. de Navacelle, Lausanne,
1979.
14
especialmente este órgano para dejar claras sus intenciones olímpicas 15. Que al
hacerlo asegurara también la aparición de este importante órgano de su movimiento
demuestra su incansable predisposición al trabajo en el camino correcto, pero también
su talento como publicista.
15
Sólo un pequeño número de los artículos están señalados con su nombre. Hay que partir de la base de
que todos los artículos anónimos son de Coubertin. En algunos se pudo demostrar su autenticidad gracias
a ediciones posteriores con indicación de su nombre, en otros casos fueron el estilo y el conocimiento de
la materia los que hablaron a favor de la autoría de Coubertin. Un indicio lo encontramos en la Circular
de enero de 1919, en la que habla de los “artículos siempre anónimos”, de los cuales habrían sacado
información e inspiración un gran número de publicistas. De esta forma, Coubertin subraya
indirectamente su esfuerzo para la propagación por escrito de sus ideas, de lo cual se puede derivar una
confirmación de su autoría.
15
A pesar de la considerable envergadura de su legado escrito, de unas 14.000
páginas impresas, Coubertin no tomó postura sobre todas las cuestiones que hoy nos
parecen importantes. Alguna cuestión hoy acuciante carecía de relevancia en tiempos
de Coubertin. La situación política mundial tras la Segunda Guerra Mundial trajo
consigo problemas nuevos, de otra índole, que Coubertin, fallecido en 1937, sólo pudo
intuir. Algunos temas, como la inclusión del arte en los Juegos Olímpicos, aparecen con
frecuencia en los escritos de Coubertin. Era su obligación pedagógica remitir una y otra
vez a los principios con la esperanza de que fueran reconocidos y cumplidos.
16
Se remite a dos publicaciones en relación con el historicismo de Coubertin:
BOULONGNE, Y.P.: Pierre de Coubertin et l’Histoire. Stadion VI St. Augustin/Bonn, 1983. pp. 113-
127.
WIRKUS, B. : „Der pragmatische Historismus Pierre de Coubertins‟, en Der Mensch Im Sport.
Schorndorf, 1976, pp. 32-45.
16
206. “Rien sans elle n’est compréhensible ni explicable”).
Desde la Edad Media se mencionaban una y otra vez Olimpia y los Juegos
Olímpicos en numerosos escritos. Hay conocimiento de planes para desenterrar la
Olimpia antigua desde el año 1723 por parte del dominico francés Bernard de
Montfaucon. El inglés Richard Chandler encontró en 1776 restos de un gran templo
dórico en Olimpia, que más tarde fue identificado como el famoso templo de Zeus.
Pero durante ese tiempo aún no se llevaron a cabo excavaciones sistemáticas, sobre
todo por motivos técnicos y financieros.
17
Les Fêtes du Congrès. Bulletin du Comité International des Jeux Olympiques. Paris, 1894, Nº1, p. 3.
18
Comparar al respecto la interesante documentación de LENNARTZ, K.: Vorstellungen von Olimpia
und den Olympischen Spielen in der Zeit von 393-1896. Schorndorf, 1974.
17
trescientos años por parte de los turcos, que comenzó el día de Pascua de 1821 y que
se decidió tras la destrucción de la flota turca por parte de las grandes potencias
europeas en la batalla de Ambarino en 1827, frustró a comienzos del siglo XIX las
previstas excavaciones alemanas. Siguiendo a las tropas francesas de pacificación, en
1829 aparecieron arqueólogos por la costa oeste del Peloponeso, que realizaron
primeras excavaciones en Olimpia. Las piezas encontradas fueron trasladadas al Louvre
en París.
Pasaría otro cuarto de siglo hasta que en enero de 1852 el arqueólogo alemán
Ernst Curtius le diera el impulso decisivo a la nueva excavación en su famosa
conferencia sobre Olimpia en Berlín.19
Aún así, pasaron otros veinte años hasta que se llegó a un acuerdo entre Grecia
y Alemania que regulara la excavación sistemática de Olimpia por parte de
arqueólogos alemanas entre 1875-81. En Alemania hubo entusiasmo por estas
excavaciones, ya que el filohelenismo había producido una profunda unión entre el
espíritu alemán y el helénico en el clasicismo de la arquitectura, en la literatura clásica
y la música y en el neohumanismo. Sin embargo, el filohelenismo había cautivado a
toda Europa y había provocado reacciones similares a las de Alemania en Francia e
Inglaterra. En Francia existía desde el siglo XVIII un estilo orientado a la Antigüedad,
que se manifestó durante las últimas décadas del Ancien Régime en el denominado
estilo Luis XVI. El clasicismo de la época revolucionaria y de la era napoleónica
reforzaron estas tendencias a lo largo el siglo XIX. Los sentimientos filohelenistas de
Coubertin son la prueba, casi un siglo más tarde, de la medida en que se habían
asentado esas ideas en los círculos intelectuales.20
Coubertin era consciente del prestigio del que gozaba la historia griega, y por
consiguiente también la antigua Olimpia, en numerosos sectores de la población
gracias al ideal clásico en la educación del siglo XIX. Observó el reconocimiento del que
disfrutaban dentro del mundo científico los juegos panhelénicos de Olimpia y Delfos a
raíz de las excavaciones de los arqueólogos alemanes y franceses. Al enfocar su
movimiento hacia los objetivos de las antiguas fiestas de la cultura le garantizó
prestigio precisamente en los ambientes que aún se mantenían alejados del deporte.
El acercamiento a la Antigüedad unió en especial a las naciones europeas afectadas
por ello y despertó el interés del Nuevo Mundo. Al evocar las raíces comunes de la
cultura occidental disipaba casi cualquier sospecha de que un francés persiguiera
objetivos nacionalistas a costa de los demás en la época de las suspicacias
nacionalistas del cambio de siglo.
19
CURTIUS, E.: Olimpia. Ein Vortrag im wissenschaftlichen Verein zu Berlin. Berlín, 1852
20
Comparar aquí las explicaciones de MALTER, E.: Der Olympismus Pierre de Coubertins. Beiträge zu
Olympishischen Gedanken. Cuaderno 1. Publicado por el Carl-Diem-Institut, Colonia, 1969, pp. 9-10.
18
También su encuentro en la Universidad de Princeton con el profesor de
Historia William Sloane durante su viaje a América en 1889 podría haber reforzado sus
ideas en ese sentido.21
Otro inglés, John Astley Cooper, propuso en 1891 en la revista Greater Britain
una “Olimpiada anglosajona” regular en los diferentes campos de la ciencia, técnica,
arte y deporte, que podrían haber estimulado asimismo a Coubertin en su idea.24
Lógicamente, cuando Coubertin expresó por primera vez estas ideas, buscaba,
además de una delimitación ideológica, una delimitación pragmática de los objetivos.
De esta forma se le debía devolver la vieja armonía a la idea de cuerpo y mente del
21
Sobre su visita, comparar Les Universités transatlantiques, París, 1890, pág. 17. Además: Silhouettes
disparues. William M. Sloane. En: Gazette de Lausanne, 20 de diciembre de 1928, pág. 1
22
Otro artículo sobre el Dr. Brookes no se pudo incluir en este volumen, ya que está redactado en inglés y
sólo se han tomado en cuenta textos franceses: CF. A typical Englishman: DR. W.P. Brookes of Wenlock
in Shropshire. America Review of Reviews, enero de 1897, pp. 62-65.
23
21 Jahre Sportkampagne, pág. 48.
24
Ver Cooper, J.A.: „Many lands-one people‟, en Greater Britain, 1891, pp. 458-462.
19
sistema occidental de educación, diferenciada desde la Antigüedad. Para ello se
apoyaba en la Historia. La Antigüedad debía ser un indicador del camino, pero sólo en
la medida en que las exigencias del presente dejasen espacio para ello.
Aún así, la empresa salió bien, y los primeros Juegos Olímpicos de la era
moderna de 1896 en Atenas fueron un gran éxito, que llevó incluso a que Grecia
exigiera la celebración permanente de los Juegos Olímpicos en su territorio, ya que
25
La lista de miembros está reproducida en el artículo “L‟oeuvre du C.I.O.” en el próximo capítulo
1.2.4/1.
20
veía los Juegos Olímpicos como su propiedad histórica.
“En Atenas, por decirlo así, no habíamos hecho más que técnica
camuflada de historia; ni congreso, ni conferencias, ninguna preocupación
moral o pedagógica aparente. Apuntar hacia esos objetivos
inmediatamente después de terminados los Juegos, era recordar el carácter
intelectual y filosófico de mi iniciativa y situar sin rodeos la misión del C.O.I.
muy por encima de sus simples agrupaciones deportivas.” (Mémoires
Olympiques, p. 44)
21
Juegos Olímpicos. En vista de ello se retiró ofendido del trabajo de la Unión. Coubertin
únicamente se dio cuenta en 1899 de la falta de perspectivas de su propia empresa y
llegó a un acuerdo con la dirección de la Exposición Universal para convocar algunas
competiciones como “competiciones olímpicas” dentro de su programa deportivo. A
partir de entonces, Coubertin y sus colegas del COI hicieron campaña a favor de la
participación en esas competiciones. Él mismo se dio por satisfecho con un puesto de
responsabilidad en la dirección de las competiciones de atletismo. Sólo aborda por
escrito el poco satisfactorio desarrollo del año 1900 en los dos escritos
autobiográficos, la campaña deportiva y las Memorias Olímpicas.
Finalmente, los III Juegos Olímpicos también tuvieron lugar, tras una disputa
entre Chicago y St. Louis, dentro del marco de la Exposición Universal de 1904 en St.
Louis. Aunque en St. Louis también es complicado establecer una distinción entre el
programa deportivo oficial y los propios Juegos Olímpicos, un reciente análisis
sistemático de las fuentes27 nos permite llegar a la conclusión de que estos Juegos se
perdieron en un grado mucho menor de lo que afirman la mayoría de los historiadores
olímpicos en el jaleo de la Exposición Universal. La participación europea fue escasa,
pero las directrices del COI fueron respetadas: por primera vez se utilizó el sistema
métrico en suelo americano. El propio Coubertin no viajó hasta St. Louis, sino que dejó
que lo representaran sus colegas del COI Kémény y Gebhardt. En aquellos años había
centrado su atención en proyectos escritos y organizativos en pos de un movimiento
deportivo popular en Francia, sobre el que nos ofrece información el volumen III de
esta edición.
El Congreso de Educación Física, que había sido convocado en 1901 por el COI
para Bruselas, no llegó a celebrarse hasta 1905, y no deliberó en torno a la unificación
del programa olímpico, como era su encargo original, sino exclusivamente sobre las
posibilidades de practicar deporte en los diferentes ámbitos de la educación y de la
vida. Desde un punto de vista actual resulta progresivamente sorprendente que se
26
Fueron de interés para la ciencia deportiva las investigaciones fisiológicas en las pruebas de atletismo y
un congreso especializado en educación física en el programa de la Exposición Universal, en el cual
también participó Coubertin. Informa sobre ello en L‟Indépendent Belge el 22 de enero de 1900, en el
artículo reproducido en el capítulo 1.2.2.; Les Jeux Olympiques et le Congrès d‟Education physique de
1900.
27
A cargo del Carl Diem-Institut y por una estancia del autor en St. Louis durante el verano de 1894.
22
discutiera sobre el deporte en la educación asistencial y en las prisiones; pero también
hubo recomendaciones sobre medidas supranacionales para el desarrollo del deporte
automovilístico. En Italia se discutió al mismo sobre una carrera de coches entre Roma
y Milán en el marco de los Juegos de 1908, ideas que hoy nadie relaciona ya con el
movimiento olímpico.
28
Además al investigador polar Fridjhof Nansen y al brasileño Santos-Dumont, un famoso aviador de esa
época..
23
de même dans l'avenir."
(Cité d’après: Une Campagne, P. 12).
Como Roma rechazó los Juegos de 1908 y Londres entró a última hora como
sustituta, las competiciones artísticas se realizaron por primera vez en 1912 en los
Juegos Olímpicos de Estocolmo. Coubertin ganó con el pseudónimo Hohrod/Eschebach
(Alemania/Francia) la medalla olímpica de oro de literatura con una “Oda al deporte”.
Con modestia, no aborda en ninguna parte de su legado literario los detalles de su
participación y obtención del premio
29
Los arquitectos Monod y Laverière ganaron también la medalla de oro en 1912, siendo su modelo de
estadio parte de la “Olimpia moderna”.
24
Lausana recibiera su impulso definitivo.
La importancia que tenía para Coubertin la incorporación del arte a los Juegos
Olímpicos y al día a día deportivo lo demuestra el gran número de sus aportaciones
sobre el tema en el capítulo 2.4 de este libro.
25
Veía al verdadero atleta olímpico en el competidor masculino adulto.30
Esta era la figura simbólica de la generación joven que se renovaba con cada
Olimpiada. En consecuencia, Coubertin entendía los Juegos Olímpicos como “la
máxima fiesta de la primavera humana cada cuatro años”. Los participantes, aunque
también los espectadores, tenían que estar preparados en consonancia. Esto a su vez
sólo podía conseguirse mediante la educación deportiva a largo plazo de la juventud y
de la mayor parte de la población.
Parece que Coubertin no se dio cuenta de que con esta orientación sincretista
exigía demasiado a sus compañeros de batalla, los propios deportistas y, en definitiva,
a su movimiento. Con su idea de una “religio athletae” moderna alejó demasiado a su
movimiento de su objetivo pedagógico original y construyó un edificio filosófico que
para la mayoría ya no era inteligible, máxime cuando faltaba como punto de partida la
percepción trascendental del hombre antiguo o del atleta. Al parecer, su visión del
helenismo y la alterada situación política mundial le habían llevado a ello.
30
Ver discusión en París sobre la admisión de mujeres y juegos en equipo.
31
Coubertin fue admitido en el ejército el 22 de enero de1916, en principio como traductor, aunque poco
después se hizo cargo de la misión formulada por él mismo de reclutar a voluntarios para la guerra entre
26
El posible reproche de que una actividad de Coubertin de este tipo sería
contraria a su propio ideal olímpico es atenuable. Cuando Coubertin había señalado el
“respeto a toda patria” como primer mandamiento de su credo, esto tenía que tener
valor en primer lugar para el respeto a la propia patria. Un nacionalismo de este tipo lo
consideraba inofensivo, siempre y cuando fuera corregido por un internacionalismo
sincero.32
“Face à face avec un monde nouveau qu’il s’agit d’ordonner selon des principes
considérés jusqu’ici comme utopiques et devenus désormais applicables,
l’humanité doit recueillir dans l’héritage du passé toutes les forces susceptibles
d’être employées à construire l’avenir. L’olympisme est du nombre.” (Disours
prononcé par le Président du Comité International Olympique à la Céréemonie
commémorative, Lausanne, avril 1919, p. 72)
Por contra, los Juegos Olímpicos se habían distanciado cada vez más de su
razón de ser original con la creciente popularidad. Durante la guerra había logrado
los escolares mayores, a través de conferencias. Por el mismo motivo le había presentado en 1915 al
“Ministre de l‟Instruction publique” un “Rapport pour Amélioration et développement de l‟éducation
physique” en los colegios de Francia.
32
En el libro “Notes sur l‟éducation publique”, Paris 1901, el extenso informe pedagógico de Coubertin
que fue objeto de amplia consideración en el volumen I, leemos al respecto:
“Il y a deux façons de comprendre l'internationalisme. L'une est celle des socialistes, des
révolutionnaires et en général des théoriciens et des utopistes ... La seconde est celle des hommes
qui observent sans parti pris et tiennent compte de la réalité, plutôt que de leurs idées préférées:
ceux-là ont noté, dés longtemps, que les caractéristiques nationales sont une conditions
indispensable de la vie d'un peuple et que, loin de les affaiblir, le contact avec un autre peuple,
les avive.”
33
Lettre Olympique V. En: Der Olympische Gedanke, pág. 66.
27
convencer a la belga Amberes para los Juegos de 1920, asegurando así el
mantenimiento del ciclo cuatrienal de los Juegos. Pero le disgustaba que los Juegos se
hubieran convertido en un espectáculo seguido internacionalmente sin que la multitud
“hubiera comprendido el sentido y alcance de esta fiesta”. Esperaba en vano que esto
volviera a cambiar con el fin de la intranquilidad mundial causada por la Primera
Guerra Mundial.
Los colegas del COI se sumaron en 1921 a su deseo de celebrar los Juegos de
1924 en París, su ciudad natal, y posteriormente quería retirarse del COI.
“Je n'ai remis la direction effective de l'Olympisme rénové aux mains de mon
successeur que lorsque j'ai jugé l'oeuvre de novation tout à fait au point dans
ses moindres détails, répondant aux nécessités actuelles.”
28
posteriores presidentes del COI, pero al mismo tiempo ha subrayado la especial
cualidad moral de este cargo.
29
del corazón de Coubertin34, transmite desde su creación en 1961 el legado olímpico de
Coubertin.
34
DIEM, C.: Coubertins Herz im Ewigem. Reichssportblatt 5 (1938), pág. 472.
30
1.1 La educación en Inglaterra: Introducción (1888)
Hace mucho tiempo que oigo quejas por la situación en la que se encuentran los
niños franceses. Se les ha quitado, decís, hasta el privilegio de ser niños.
Verba volant. A santa Rutina y a san Pergamino hay que lapidarlos con hechos y no
con palabras; por ello, al desplazarme por Inglaterra, he reunido el mayor número de
hechos posible, visitando los principales centros educativos y haciendo preguntas a un
31
elevado número de profesores y de alumnos. Si no me equivoco, a esto se le llama un
procedimiento de observación, y así se logra esa certeza, por así decirlo material, cuya
superioridad sobre la que se deriva de razonamientos a priori y de teorías
preconcebidas ha demostrado el ilustre Sr. Le Play.
Echad una ojeada a estas notas: en ellas veréis cómo en un país tan cristiano y
civilizado como el nuestro se educa a los niños con procedimientos diametralmente
opuestos a los que empleamos nosotros, lo que por lo menos indica que hay distintos
caminos para alcanzar un mismo objetivo. Esa educación es libre, como conviene a una
nación emancipada; no produce desigualdades de clase, la plaga de nuestro país y la
causa de tantas revoluciones; peca, sin duda, por otras cuestiones, puesto que la
perfección no es cosa de este mundo, pero los logros que consigue hacen que merezca
la pena detenerse en ella.
En esta materia, más que en ninguna otra, los ingleses, en quienes el espíritu de
tradición y el espíritu de novedad se encuentran íntimamente mezclados, injertan el
presente en el pasado, y tras las venerables fachadas religiosamente conservadas, han
edificado según las exigencias modernas; sus colegios son de una arquitectura gótica, y
algo gótica es también su enseñanza, pero en absoluto su educación.
Esto es, lector, lo que pretendo demostrar. Puede que lo consiga o puede que no,
pero hacedme el favor de no empezar echándome en cara el término “anglófilo”, que
sirve de escudo a todos los prejuicios. Se diría, verdaderamente, que resulta imposible
apreciar cualquier cosa del otro lado del canal de La Mancha sin tener la cabeza en su
sano juicio o la mirada extraviada. Pues bien, ¡de acuerdo! nos odiamos mutuamente.
Pero os ruego que dejemos tranquilos a Irlanda y la ley de Malthus, así como a los
innumerables tópicos que coleccionan los anglófonos. Siempre es útil estudiar al
vecino, aunque sea un adversario, pues imitándolo en lo que tiene de bueno, cabe
corregirlo y hacerlo mejor que él. Los menos dispuestos, aunque no me traten de
anglófilo, al menos van a decirme: “¿Para qué estudiarlos? No podemos sacar ningún
provecho... Los caracteres son demasiado distintos.” ¡Mala excusa! La educación es
ante todo el arte de hacer hombres. ¿Y es que los hombres no son en todas partes los
32
mismos? ¿Acaso no tienen todos un cuerpo que hay que fortalecer y un carácter que
es preciso formar?
Es cierto que también admiro en nuestros vecinos que hayan permanecido fieles a
sus tradiciones, que las comprendan y preparen a las generaciones futuras para
respetarlas. Por el contrario, puede suceder que, engañado, extraviado y con una
obediencia ciega a alguna falsa corriente de ideas, un pueblo desconozca su
naturaleza, su destino, sus instintos y sus necesidades, y que eduque a sus hijos en un
camino contrario a su carácter y a las cualidades de su raza. Creo que es en gran
medida lo que nos ocurre a nosotros; la educación francesa no consiste en el arte de
hacer franceses; en cualquier caso no es el arte de hacer hombres, pues los hombres
no se componen sólo de inteligencia, y nosotros actuamos como si eso fuera lo único.
Las líneas que acabo de recordar fueron escritas por Monseñor Dupanloup. Guizot,
que no tiene menos derecho a ser citado cuando se trata de educación, dijo en algún
sitio: “Los niños no pueden tener libertad si no están algo solos y no actúan por su
cuenta”. Montaigne dio este precepto: “Para curtir el alma es preciso endurecer los
músculos”. Y Juan Jacobo Rousseau este axioma: “Mientras más débil es el cuerpo,
más tirano; mientras más fuerte, más obedece”.
33
II.
...Y para hacerme perdonar voy a hacer otro. Los centros de los que quiero hablar
primero son, en efecto, el prólogo de los colegios: una especie de transición llevada
con bastante habilidad, que permite al niño entrar paulatinamente en el mundo
escolar y habituarse a él de forma progresiva.
Los ingleses no tienen nunca prisa por separarse de sus hijos. En primer lugar, no
encuentran en ello ninguna ventaja económica, porque con mucha frecuencia gozan
de bastantes de ellas y, además, muy similares, lo que facilita y simplifica la enseñanza:
las clases colectivas implican siempre un gasto menor que las clases particulares; por
otra parte, en los colegios, el precio de los internados es alto: no cabe, por lo tanto,
hacer economías por ese lado. Este punto de vista tiene su importancia, también para
las clases acomodadas. Un joven matrimonio llamado a disfrutar de una buena
posición puede encontrarse en algún momento en una tesitura en la que, sin estar
absolutamente apurado, tenga que mirar por sus gastos. Esto se debe a la organización
34
de la sociedad inglesa, donde con mucha frecuencia las mujeres se casan sin dote y
donde los repartos de herencia no se hacen bajo la mirada de la ley, de forma regular,
como las porciones de una tarta.
Los padres quieren, por lo tanto, que el período que los hijos pasen en el “home”
sea lo suficientemente largo e importante como para fijar sus recuerdos, y cuando
deciden separarse de ellos es con la condición de que tres veces al año, en Navidad, en
Pascua y en verano, se reúnan todos por una buena temporada hasta que llegue el
momento de que cada uno siga su destino y entre en la vida activa.
“Educaré a mi hijo a la inglesa, decía una joven madre que acababa de tener su
primer niño; es muy sencillo: hace falta un tub y mucha agua”. Reconozco que esas
condiciones son, ciertamente, necesarias, pero no son las únicas; ello hace pensar que
la gente sólo se lava en Inglaterra.
Allí, los muchachos se entregan desde la más tierna infancia a los placeres del aire
libre, y no son importunados demasiado pronto por las clases. Pero, aunque se
35
preocupen menos de adornar su ingenio y de poner su inteligencia en marcha
tempranamente, piensan que nunca es demasiado pronto para empezar a formar su
carácter y a desarrollar sus energías. Nada más comenzar a andar por su cuenta, el
pequeño inglés sabe ya que es un hombre y que los llantos que le están permitidos a
su hermana para él son algo vergonzoso. “Be a man: sé un hombre”, se le repite
continuamente. En varias ocasiones he visto a chicos que aún no sabían leer tener ya el
suficiente poder sobre sí mismos para contener sus lágrimas cuando se habían hecho
daño al caerse... Y conviene observar que esta primera educación no tiene nada de
espartana; las ineptitudes del fallecido licurgo no se repiten en modo alguno. Las
madres tienen gran ternura con sus hijos, los padres son indulgentes, y el régimen de
la nursery carece de toda rudeza; no se desprecian ni los cuidados ni las atenciones
delicadas. Así pues, no se intenta tanto endurecerlos mediante el sufrimiento por sí
mismo, cuanto impedirles traicionarlo mediante signos externos... la distinción es útil,
y quisiera exponerla mejor, porque es muy real.
Tal es la fauna que puebla las private schools; en ellas entran muy jóvenes aquéllos
cuyos padres están obligados a marcharse momentáneamente, o aquéllos que
residiendo en Londres temen su clima..., o también aquéllos cuya precoz inteligencia
merece ser impulsada. Entran más tarde, y con frecuencia para no hacer otra cosa que
pasar, aquéllos que sólo buscan en ellas una transición. Por regla general, las public
schools sólo admiten a niños con doce o trece años lo más pronto, a menos que haya
una escuela preparatoria aneja al centro; tal es el caso de los colegios católicos, en los
que con frecuencia se entra para hacer la primera comunión.
36
tamaños y por doquier: en el mar, en el campo, cerca y lejos de las ciudades. El
número de alumnos es muy variable: de diez a veinte es la media habitual; treinta es
ya demasiado; una cifra superior es excesiva, porque en ese caso el profesor estaría
obligado a compartir su autoridad, a delegar alguna de sus funciones, a tener
vigilantes, maestros inferiores (ushers), a los que en Francia se les califica con el odioso
término de pion35. Esta raza no es menos execrable en Inglaterra; simplemente, está
menos extendida.
¿Quién dará alguna vez al término gentleman su exacto sentido? Es indefinible y, sin
embargo, responde a una idea muy clara. Las madres que confían sus hijos a un
gentleman saben que con él no perderán sus buenas maneras, que no oirán ninguna
palabra fuera de lugar, ni cogerán ningún hábito impropio.
35
Personas contratadas para la vigilancia del alumnado. (N. del T.)
36
El término original es “gentleman”, que aquí traducimos por “caballero” o bien dejamos la voz inglesa
(ibid.)
37
alumnos le describieran la forma de asearse de sus madres y sus hermanas. Aquí las
dos casas están casi separadas, y los chicos pasan con frecuencia de una a otra. Se les
recibe en el salón e incluso ayudan a hacer los honores... Así concebida, la private
school es una familia ampliada...
¿Quiere usted información sobre alguna private school? Diríjase a alguna de las
agencias al respecto en el Times o en el Standard y le suministrará gratuitamente
numerosos prospectos; durante ocho días recibirá una avalancha de cartas y de
folletos: una circular ha dado a conocer a los profesores relacionados con la agencia
vuestro nombre y dirección, y éstos se apresuran a informaros sobre sus condiciones, a
la vez que manifiestan el deseo de ser merecedores de vuestra confianza.
Las private school se dividen en varias categorías: unas son pequeñas escuelas
preparatorias; otras, verdaderos colegios fundados por una sociedad de accionistas o
por un grupo de profesores; otras muchas se sitúan en medio de estos dos tipos, y
otras, por último, son “cramming”, es decir, tratan de poner remedio a una situación
aplicando paños calientes.
De la primera categoría citaré Bowden House school, sita cerca de Harrow; admite
alumnos desde los siete a los quince años. El precio es de 80 a 100 guineas al año (de
2.000 a 2.600 francos). Por supuesto, tiene todas las facilidades necesarias para la
práctica del cricket y de otros deportes: esto figura casi en la primera línea del folleto.
38
y, por la tarde de 3 a 5 o de 2 a 4 según la estación del año. Precio: de 12 a 15 guineas
al año (de 312 a 390 francos)
39
Yo estudiaría primero las publics schools del Reino Unido: Eton, Harrow, Rugby,
Wellington, Winchester, Marlborough, Charter-House, Westminster, etc., y luego las
grandes escuelas católicas. Por último, las Universidades, y de forma especial, Oxford y
Cambridge. Trataría después sobre los problemas escolares que se nos presentan en
Francia y que el sistema inglés, modificado y apropiado a nuestra raza, podría ayudar a
resolver.
Esta vez he terminado todos mis prólogos, y ahora vamos a coger el tren para Eton.
Tan sólo quiero consignar aquí los nombres de los que me han ayudado especialmente
en mi tarea y a quienes me satisface poder enviar desde lejos un agradecido recuerdo.
Son los Srs. Bowen (Harrow), Lee-Warner (Rugby), Cornish, Mitchel (Eton), du Boulay
(Winchester), Thomas (Marlborough), Gunion Rutherford (Westminster), Croslegh
(Cooper’s Hill), R. Lee (Christ’s Hospital), Norris (Edgbaston), Souter (Oscott), O’Hare
(Beaumont), Liddon, Lane-Poole, Wilson-Lynch (Oxford), Sedley-Taylor, Waldstein
(Cambridge) y Arnold (Dublin).
L’Education en Angleterre.
Collèges et Universités.
(La Educación en Inglaterra. Colegios y Universidades)
Paris, Libr. Hachette, 1888, pp. 1-23
40
1.2.1. El remedio contra el surmenage37
37
Conferencia pronunciada el 29 de mayo de 1888 en el Congreso anual de Economía Social, con el
título: “Le remède au surmenage et la transformation des lycées de Paris” (El remedio contra el
surmenage y la transformación de los liceos de París).
El término “surmenage” (agotamiento por cansancio excesivo), cuyo equivalente actual es la palabra
“estrés”, en ocasiones se ha traducido al castellano mediante el galicismo “surmenaje”; aquí hemos
preferido dejarlo en la lengua original. (N. del T.)
41
embotamiento intelectual y de debilidad moral, cuya causa, según parece, radica en
aquél. Lo que personalmente me sorprende no es tanto que los programas estén
sobrecargados, sino, más bien, que alguien pueda sorprenderse por ello. Los
incomparables progresos de la ciencia moderna no han dejado de incrementar la base
de conocimientos adquirida previamente y sobre la que cada generación debe alzar un
monumento que señale su paso; además, este mismo progreso científico ha
disminuido todas las distancias, mezclado todos los rangos, destruido la antigua
organización social y creado una temible competencia en el inicio de todas las
carreras.¡Y se pretende que los programas no estén cargados en un momento
psicológico en el que la especialización de los estudios aún no se ha producido y en el
que todos los jóvenes viajeros entran en la vida activa con la misma preparación!
Hay aquí una injusticia, al igual que resulta injusto el sistemático desconocimiento
de lo que se ha hecho, de forma tal vez algo tímida, para remediar la tediosa
uniformidad de los exámenes: injusticia en no ver los sinceros esfuerzos y las
constantes investigaciones de los cabezas del ejército universitario. ¡Quiera Dios que
no escuchen a quienes les contradicen y que nunca hagan uso del procedimiento
revolucionario, destruyendo con odio lo que hay, sin substituirlo conforme los
materiales van quedando en desuso! Hay que proceder tanteando, y en lo que a mí
respecta no tengo mejor opinión de los proyectos de reforma total de los programas
de enseñanza que de esas elucubraciones constitucionales que sus autores nos
presentan como eterna garantía de la felicidad y la tranquilidad del país. En ambos
casos, el gasto lo hacen el pensamiento puro y, con frecuencia, la imaginación. Esta
observación imparcial de las cosas, que Le Play nos ha enseñado a considerar como la
necesaria base de todo progreso, no se ha tenido para nada en cuenta.
Cuando han terminado con los programas, pasan a combatir la higiene. Ciertos
ciudadanos, algunos de los cuales no se andan con rodeos y cuyos proyectos de ley
resultan notables por no tener nunca más de uno o dos artículos, presentarían
gustosos uno en virtud del cual el artículo primero sería: queda prohibido abrir una
escuela en una ciudad. Y el segundo: todas las escuelas actualmente existentes se
transfieren al campo. Punto; es todo. Y, por favor, nada de objeciones... al campo y con
toda rapidez.
42
En América se desplazan las casas sobre ruedas cuando el lugar en el que se habían
levantado deja de agradar. Pero si se hiciese así con nuestros liceos, se fragmentarían
en multitud de trozos: esas antiguas construcciones no pueden soportar un
tratamiento tan moderno. Bromas aparte, podría hablarles de las numerosas
dificultades que se oponen al establecimiento de los liceos en el campo, al menos hoy
en día, pero, además de que muchas de esas dificultades son evidentes, hay una
cuestión más importante que afecta de forma muy directa a este asunto, y es que ello
no resolvería en absoluto el problema del surmenage. El liceo en el campo no es un
mito: existe. Esta misma mañana muchos de ustedes se han admirado de los
magníficos edificios y de los hermosos jardines del liceo Lakanal. En él se ha tomado un
auténtico lujo de precauciones de gran refinamiento, y lejos de mí la idea de hablar
mal de la higiene. Hace dos días, el Doctor Rochard recordaba aquí mismo de forma
elocuente los maravillosos resultados que cabe obtener mediante la observación de
sus leyes; pero, francamente, cuando veo que se entabla una discusión sobre la
iluminación unilateral o bilateral de las aulas y los estudios, lamento que nuestros hijos
estén tan alicaídos que hay que pensar para ellos en semejantes pormenores.
Señores, acabo de señalar que el régimen actual engendra agotamiento físico, con
frecuencia embotamiento intelectual y siempre debilidad moral. Adivináis, por lo
tanto, lo que pienso del proyecto consistente en militarizar la educación y que los
ejercicios militares sirvan de contrapeso al cansancio que producen los estudios. Quizá
lograríais así unos músculos más sólidos, pero tened también la seguridad de que
conseguiríais unas mentes todavía menos abiertas y unos caracteres cada vez más
43
anodinos; tenemos ya bastantes borregos en nuestro pobre país: que no se nos den
todavía más, cosa que desde luego ocurriría confundiendo dos disciplinas que apenas
se parecen: la disciplina militar y la disciplina escolar, acercando a dos seres que no se
parecen en absoluto: el soldado y el niño.
Para todo ello son necesarios la enseñanza y el entrenamiento. Esto hay mucha
gente que lo entiende, pero hasta ahora pocos se habían atrevido a decirlo, y nadie a
hacerlo.
44
II
Esta escuela fue fundada en 1869 por un grupo de antiguos alumnos de l’Ecole
polytechnique, que ocupa hoy un amplio espacio entre el boulevard Malesherbes y la
avenida de Villiers: pertenece, por lo tanto, a esos nuevos barrios aireados y suntuosos
cuyas avenidas rectas y piedras blancas forman un completo contraste con las calles
tortuosas y paredes ennegrecidas del barrio latino; la diferencia es aún mayor entre el
establecimiento del que os hablo y los liceos que se alzan en la orilla izquierda38.
En el centro hay un patio cubierto que mide ochenta metros de largo por treinta de
ancho: pensad en el vestíbulo de alguna riquísima compañía financiera sin
mostradores ni empleados; el suelo es de asfalto y el tejado de vidrio. En el primer piso
hay una galería sobre la que se abre un rosario de puertas y ventanas; en los dos
extremos, las paredes están llenas de aparatos de gimnasia. Cuando uno se encuentra
allí, comprende que esta escuela no se parece a las demás, que es un campo de
experiencias escolares en el que la rutina produce horror, mientras que las novedades
seducen. En el pasado, las innovaciones han recaído sobre la enseñanza; junto con su
hermana pequeña, la escuela Alsaciana, la escuela Monge ha abierto una vía que la
universidad no ha tardado en seguir: el futuro resulta aún más prometedor: en lo
sucesivo se va a trabajar en el terreno de la educación.
38
Orilla izquierda del Sena. (N. del T.)
45
mano maestra: en ella no aparecían esas inútiles recriminaciones contra las que
protestaba hace unos instantes, sino una visión muy clara de la situación y de los
posibles remedios; pese a ello, nunca hubiera pensado que la ejecución pudiera ser tan
rápida; cabe imaginar la inteligencia y la voluntad necesarias para llevar a bien ese
trabajo cuando se piensa que la escuela tiene 850 alumnos y que se trataba de
hacerles dar un paso hacia lo desconocido, y no sólo a ellos, sino también a sus padres;
que había que prever las objeciones y resolverlas de antemano, contener el
entusiasmo de unos y caldear, a la vez, el ardor de otros... y, sobre todo, no cometer
una equivocación, no producir un desorden, ni causar el menor retraso en los
estudios.- Quisiera poderos repetir pormenorizadamente las peripecias de esta
transformación, pero debo apresurarme a explicaros en qué consiste, para llegar,
después, a lo que constituye el núcleo de mi conferencia, a saber, la forma de procurar
a los liceos los beneficios de un régimen análogo.
46
el Pré Catelan: 10 céntimos diarios por alumno, es decir, 3 francos al mes.- Las clases
de equitación cuestan 1 franco y los paseos a caballo en el bosque, bajo la vigilancia de
un profesor, 2 francos la hora.- Añado que no se ejerce ninguna presión sobre los
padres y que dentro de la escuela se garantiza el trabajo de los alumnos que no toman
parte en los paseos; pero debo decir que estos son muy poco numerosos, y lo serán
cada vez menos.
III
Podéis ver fácilmente, señores, cuáles son los motivos que impiden que las demás
escuelas sigan, lisa y llanamente, el ejemplo dado por la escuela Monge. En lo que
atañe particularmente a los liceos, no cabe pensar en ello: están lejos del bosque de
Bolonia, con la excepción de uno sólo, el liceo Janson de Sailly; tienen un altísimo
número de alumnos; hay que buscar un régimen general, aplicable a todos y, por
último, no gozan de los recursos financieros indispensables: ninguno lleva una
administración especial, en caso de tenerlos, tampoco aprovechan sus beneficios;
pero, en cambio, los liceos tienen el jueves un paseo por el que no siento ninguna
simpatía. En Monge, los paseos del jueves se hacen por el campo, gracias a un ómnibus
que lleva a los alumnos: se ha querido conservarlos, es así de sencillo; en casi todos los
demás sitios, los paseos tienen lugar por París, y yo los vería desaparecer con inmensa
satisfacción por motivos demasiado largos de explicar aquí. Además, habría una
reforma fácil de hacer consistente en no dar fiesta los jueves, desde mediodía hasta la
tarde, sino en hacerlo cinco horas dos veces por semana; en efecto, no hay por qué
pensar que no se pueda reducir, incluso con los programas actuales, la duración de las
horas de trabajo; lo contrario ha sido probado y archiprobado, y debo decir que si no
se ha hecho esa reducción es porque, en el fondo, no se sabía qué poner en su lugar.
47
Si os representáis con exactitud el lugar de los principales centros de enseñanza
secundaria (son los únicos de los que me ocupo) en un plano de París, veréis que
forman más o menos tres grupos: uno desemboca de forma natural en el bosque de
Bolonia, ya sea directamente, tal es el caso del liceo Janson de Sailly y de la escuela
Gerson, sitos en Passy, rue de la Pompe, y también de la escuela Monge; ya sea a
través de la estación de Saint Lazare: son los casos del liceo Condorcet y de sus
dependencias, del colegio Chaptal y del externado de la rue de Madrid.
Los otros dos grupos están en la orilla izquierda; allí hay un liceo en construcción, en
el boulevard de Vaugirard, y el colegio de los Jesuítas; en las puertas de París, el liceo
de Vanves; en la línea férrea que va hacia Sceaux, Lakanal, Arcueil y Sainte-Barbe des
Champs; junto al apeadero, que no tiene, ciertamente, sino un vago parecido con una
línea de ferrocarril, está la escuela Alsaciana; finalmente, el grupo formado por los
liceos Saint Louis, Henry IV, Louis-le-Grand y Sainte-Barbe de Paris, desde donde se
está más o menos a igual distancia de las líneas férreas de Orléans, de Sceaux y de
Montparnasse; el liceo Charlemagne, aislado en lo alto de la rue de Rivoli, no está muy
lejos de la estación de Orléans.
Es preciso que nuestros escolares encuentren en estas tres direcciones lo que les
falta en París, campos para jugar y juegos organizados: se trata, por lo tanto, de crear
parques escolares con vastas praderas divididas y mantenidas de acuerdo con las
necesidades de estos juegos, que posean más de un refugio, una sala de recreo
cubierta y vestuarios. Los alumnos de las distintas escuelas irían alternativamente a
pasar allí la tarde, y así, en pleno campo, cabría proporcionarles los placeres más
variados: paseos, carreras, búsqueda del tesoro39, críquet, tenis, etc.
39
En francés, “la chasse au petit papier”: entretenimiento que consiste en alcanzar un objetivo para cuya
consecución se van dejando pistas escritas en pequeños trozos de papel escondidos. (N. del T.)
48
oír entre nosotros el año pasado, el Sr. Jules Simon; con él están los Sres. Gréard y
Morel, director de enseñanza secundaria, representan a la universidad; el Sr. Picot, al
Instituto; el general Thomassin, al ejército; el Sr. Patinot, a la prensa; los Drs. Rochard,
Brouardel y Labbé, a la Academia de medicina, que dirigió la campaña contra el
surmenage; los directores de las escuelas Monge, Alsaciana y Herson, y el superior de
Juilly, donde los ejercicios corporales ocupan un lugar eminente, y por último, los
presidentes de la Sociedad de Fomento de la esgrima, del Deporte náutico y de la
Unión de las Sociedades de remo y del Racing Club de Francia.
Estos son los nombres, la mayoría conocidos y estimados, bajo cuyos auspicios
vamos a convocar a los suscriptores. Pero la creación de parques no es el objetivo
único; para hacer populares los juegos se necesitan poderosos estímulos, concursos y
premios; todo ello requiere organización. Al principio nos encontraremos muchas
reticencias entre los mismos alumnos, y sólo tras perseverantes esfuerzos podremos
vencer su apatía; no tengo ninguna duda de que lo conseguiremos.
Han venido ustedes a oír hablar de la transformación de los liceos de París: sin duda
esperaban consideraciones más elevadas y visiones de conjunto, y quizá piensen
ustedes que el “plan” que les expongo no tiene la suficiente entidad como para
llamarlo transformación. Cualquiera que fuese la importancia que doy al deporte en sí
mismo y por sí mismo, confieso que lo considero sobre todo un medio y que,
coincidiendo en esto con todos los maestros ingleses y con más de un maestro francés,
espero de él tres cosas: la primera, que restablezca en nuestras jóvenes generaciones
el equilibrio roto desde hace mucho tiempo entre el cuerpo y el espíritu, que les dé no
tanto una fuerza momentánea cuanto una salud duradera y esa prolongación de la
juventud que le permite al hombre dejar tras de sí una obra sólida y acabada. La
segunda que, en la edad crítica, aleje tentaciones contra las que nada en nuestro
régimen actual, opera eficazmente; que proporcione un ámbito de entusiasmo, que
procure un sano cansancio, que apacigüe los sentidos y la imaginación.
Desde hace cien años, toda la atención de nuestros maestros se ha dirigido hacia las
cuestiones relativas a la enseñanza, que se ha confundido y a veces simulado confundir
49
con la educación. Ésta es todavía hoy lo que el Imperio, anclado en el antiguo régimen,
hizo de ella; el niño es un número; se aleja de él todo aquello en lo que podría ejercitar
su iniciativa, se le exime de toda responsabilidad; hacer niños de veintiún años, tal
parece ser el objetivo. El deporte destruirá esto, suavemente y sin sacudidas, porque
implica, efectivamente, una integración social voluntaria, y procura un espíritu de
conducta, sentido común y carácter; jerarquiza y fomenta tipos de personalidad que se
convierten en una ayuda para los maestros, y hace a los niños más similares a los
hombres.
Cuando el deporte haya producido una transformación en este sentido del régimen
tanto de cuartel cuanto de convento que aún sigue vigente, cabe esperar que en las
masas del país haya otra cosa que no sean ni socialistas ni partidarios del general
Boulanger40 No alcanzo a ver si entre ustedes hay claveles rojos, pero no es cosa por la
que me preocupe. Nos hemos reunido aquí bajo los auspicios de un hombre 41 para el
que la ciencia de la grandeza y decadencia de los pueblos no tenía secretos, y que
condenaba esos gobiernos azarosos surgidos de la locura de un día de desorden.
Tengo, por tanto, derecho a decir y a repetir que de una educación transformada
esperamos ciudadanos que no necesiten recurrir a semejantes procedimientos,
ciudadanos activos y determinados que tengan como divisa la del ministro del que os
hablaba hace unos instantes, que amen a Dios, a la patria y a la libertad.
40
Geoges Boulanger (1837-1891), ministro de la Guerra en 1886. Bajo sospecha de preparar un golpe de
Estado, huyó a Bruselas, donde se suicidó. (N.del T.)
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pasaban desapercibidos, pronto detienen y fijan el pensamiento: en lugar de que la
atención se distraiga en un conjunto, uno la concreta en los individuos; se aprende a
unir, a penetrar, a deducir. Así proceden los novelistas modernos en su sed de pintar
bien la realidad; no quieren poner en sus libros sino cosas muy vividas y, en
consecuencia, deben documentarse ampliamente antes de escribirlos.
“Vaya a la cera en el momento en el que salen los externos, me dijo una persona
que daba buenos consejos, y abra usted los ojos y los oídos”. No dejé de hacerle caso,
al igual que seguir sus pasos, anotando los gestos, las miradas, las sonrisas, intentando
incluso recoger palabras aisladas o jirones de conversación, y lográndolo a veces. Tras
ello venía la visita oficial, una carta amablemente escrita a mano por el Sr. Gréard y
ante la que se habrían abierto bodegas y graneros si ése hubiese sido mi deseo. Un
rapidísimo y pequeño gesto de asombro, educadamente disimulado, en la cara del
director, habituado a ver llegar inspectores con gafas y grandes levitas, e
inmediatamente después me encontraba al corriente de lo que quería saber, con
folletos en la mano y un manojo de llaves dispuesto a precederme en el centro....
Todos estos centros son iguales: los refectorios con sus hileras de mesas y el olor
insulso y húmedo que les caracteriza; los dormitorios con sus filas de camas
numeradas y el estrado que parece hecho para que un profesor enseñe en él el arte de
dormir. Por las ventanas se veía con frecuencia a los alumnos en el recreo paseándose
a lo largo y a lo ancho del patio con la seriedad de los pensadores que han alcanzado
las cimas del espíritu humano. Por supuesto, no se olvidaba el gimnasio, siempre vacío,
no de aparatos, sino de jóvenes para usarlos. El Director y el Gerente no podían sino
felicitarse por el estado de las cosas... los alumnos sólo les daban satisfacciones, etc. Y
es cierto que esos hombres dedicados y probos, escasamente retribuidos y justamente
considerados, hacen lo que pueden: no es el obrero, sino la herramienta lo que no vale
nada... Así pues, se declaraban contentos. El Capellán, por su parte, habría expresado
con gusto alguna queja, pero no se atrevía, no queriendo comprometerse inútilmente.
Por interesantes que resulten estas visitas domiciliarias, es ciertamente en la calle
donde está el verdadero estudio, el que resulta instructivo y apasionante.
El tejado y las paredes de una casa no ocultan tanto el interior a las miradas de los
paseantes como la capa del escolar lo que esconde. A primera vista no cabe captar en
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la fisionomía ni los gestos el menor indicio de una personalidad que, por lo demás, con
demasiada frecuencia está ausente. Esa prenda de vestir tiene el don de hacer que la
epidermis amarillee, de apagar la mirada, de embrutecer la sonrisa y de dar a los
movimientos una completa torpeza. Ningún sastre podría, si la sustituyera, lograr un
resultado negativo tan perfecto. La capa quedará como la obra maestra de lo grotesco:
al ser también el invento más ilógico e incómodo que haya existido nunca, no cabe
asombrarse de que haya permanecido tanto tiempo; esas diversas cualidades han
garantizado su mantenimiento. Quizá fuera prudente, para no producir celos, imponer
esta prenda a todos los franceses entre doce y dieciocho años. No se permitiría
entonces a las escuelas libres que pensaran en chaquetas de fantasía ligeras y
elegantes, con todas las ventajas del uniforme y sin sus inconvenientes; tales
innovaciones ofenden la igualdad y hacen pensar a los extranjeros que los pupilos del
Estado son menos robustos, menos espabilados y menos graciosos que los demás... y
todo el mundo sabe que es al contrario.
Pese a este parecido universal que la capa y el kepis dan a los escolares, no se tarda
en ordenarlos en categorías a medida que pasan, ni en comprobar que representan
tres tipos perfectamente característicos. Ese alto, delgado, algo encorvado, que anda
como agobiado por el peso de un destino feroz, es un apocado: da la impresión de una
triste resignación, de haber renunciado a luchar; en ese tipo de cerebros deben
producirse deseos de libertad, veleidades de fuga demasiado débiles e indecisas para
llevarlas a la práctica. Ese otro pertenece a la categoría de los inquietos: su mirada está
agitada, no para de moverse, no se fija nunca; se diría que se siente permanentemente
cogido en falta e intenta evitar la mirada del maestro. Por último, aquél, jactancioso,
fanfarrón, exuberante, algo desaliñado, que habla alto, de aspecto vulgar, chocarrero y
mal educado, ¿no lo reconocéis por haberle visto tragarse con un mueca el humo de
un puro y por haberle oído en el tren hablar de “materias primas” como de una amiga
personal? Unos y otros han sido marcados con una huella indeleble; entre ellos habrá,
sin duda, muchachos valientes y honrados, activos, afectuosos e inteligentes, pero
siempre quedará algo del colegial. El jactancioso preparará las revoluciones; el
inquieto las hará y el apocado las sufrirá.
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¿De qué hablan en sus paseos?... Algo de los exámenes y de los estudios, y mucho
de lo que encuentran por el camino. Pasa una mujer del género horizontal, y toda la
tropa se vuelve con sonrisas y observaciones inequívocas; cada uno se pone entonces
a contar lo que no ha hecho, una antigua historia contada ya muchas veces, a la que
continuamente añade un rasgo nuevo. En resumen, la idea malsana vuelve siempre;
ése es el verdadero recreo, y alterna con las matemáticas, con el latín, con cualquier
trabajo. Pero la idea no deja de tener consecuencias afectivas que la vigilancia no
puede detener; es cierto que hechos muy graves se repiten con frecuencia. Son
causados por el tedio y la anemia los reproduce. Con gusto llegaría a la convicción de
que los liceos son denigrados sistemáticamente por espíritu partidista, y no pensaría
que son inferiores a las escuelas libres desde el punto de vista de las costumbre, pero
lo son. Por lo demás y salvo raras excepciones, la diferencia no es motivo para
enorgullecerse: el aburrimiento y la anemia están en todas partes y en todas partes se
ven sus funestas consecuencias, pero a ello se añade en los liceos la ausencia de
enseñanza moral. Los profesores eclesiásticos mezclan con frecuencia demasiada
religión con su enseñanza, mientras que los profesores laicos no enseñan suficiente
moral: preocupados con toda justicia por la parte científica de su misión, a la que
dedican todos sus esfuerzos, se desinteresan de la conducta de sus alumnos; eso no les
concierne, no es asunto suyo... Y el peso de esa tarea tan delicada, tan importante,
recae enteramente sobre el vigilante42, lo que equivale a decir que no se cumple en
absoluto; en los liceos, el vigilante se preocupa de una sola cosa, que el alumno no le
falte al respeto, respeto al que tiene en tanta más consideración cuanto menos digno
es de él.
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Literalmente, “maître d‟études”, figura existente en los liceos franceses, entonces y ahora, encargado de
velar por la disciplina escolar. N. del T.
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que se le ha quitado la etiqueta, pero sin ella los niños apenas la comprenden y no la
aprenden. No sé donde estaremos dentro de cien años, pero hoy es evidente que no
hay educación sin religión, es decir, sin la idea de Dios y sin la noción de vida futura.
Encuentro lamentables los circunloquios de ciertos profesores que torturan su estilo
para evitar pronunciar el nombre de Dios o para evitar el pensamiento de que a ésta le
seguirá otra vida. De un niño educado en el puro ateismo podéis sacar un talento
logrado, pero si hacéis de él un hombre cabal ello es a pesar vuestro. Ahora bien, ya
sea católico o luterano, o calvinista, u ortodoxo, la religión no es una lección que se
aprenda, sino una atmósfera que se respira. Esta es la razón por la que los centros del
Estado, que forzosamente reciben chicos pertenecientes a distintos cultos, deben ser
externados y no internados; a su alrededor se crearían otros centros laicos, católicos,
protestantes e incluso de pensamiento libre; ¿por qué no? Es preciso la libertad para
todos. En tal caso se vería muy pronto la diferencia entre unos y otros.
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por la policía: es un espectáculo escandaloso y repulsivo. Pero lo hay todavía peor; hay
esa cosa atroz, desgarradora: el colegial de cabaret en cabaret. Se ven en las
cervecerías del barrio latino y en los pequeños entresuelos del barrio de Europa, sin
contar aquéllos que se dejan atrapar en la acera con el corazón latiéndoles
fuertemente y el violento deseo de “saber lo que es”. Calle de Moscú y calle de Turín,
los domingos de invierno, en torno a una mesa y a algunas botellas de cerveza; se
improvisan reuniones con dos o tres mujeres, un colegial, dos alumnos de la
politécnica... ¡Qué excelente reactivo para unos jóvenes inclinados durante toda la
semana sobre las cifras! Se sienten a gusto; pero, ¿qué hacer?... Han estado dando
vueltas como peonzas durante un rato, indecisos, consultándose; empieza a caer una
lluvia fina que les lleva poco a poco, casi inconscientemente, hacia sus amigas del
domingo anterior. En lo que se refiere al colegial, se le festeja porque es muy joven y
porque eso divierte, una vez, al pasar, una ingenuidad... Vuelve tarde, algo aturdido,
con la sensación de haberse “convertido en un hombre” ¡Pobre tonto! Tendrás que
lamentarlo.
¡Y esas caídas prematuras serían tan fáciles de evitar! Repito que no creo en los
peligros de la calle. Enviad a los niños totalmente solos por París, en busca de algo que
desean, que les divierte y les atrae... Nada les desviará de su camino; pero si tienen el
día desocupado, malos camaradas y cierta precocidad malsana, están perdidos.
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sido la misma Fatalidad. Ponerse en cuclillas, levantarse, estirar un brazo, saltar, todo
ello obedeciendo una orden, luego hacer ejercicios de halterofilia, de pesas y, por
último, trepar por los aparatos, no como ardillas sino como títeres mecánicos, siempre
el mismo programa, con una parte aérea terrible”. Después de esto, ¿hay que
asombrarse de que el autor de estas líneas manifieste “una gran frialdad respecto a
esas pruebas de fuerza y otros divertimentos patrióticos”? No deja de ser éste uno de
los rasgos curiosos y característicos de la generación que nos precede: mostrar al niño
el lado brutal y terrible de las cosas viriles. Da la impresión de que durante mucho
tiempo se hayan empeñado en apartarle de los ejercicios físicos, en despojarles a sus
ojos de todo interés. Los niños, grandes y pequeños, necesitan que se les anime:
algunos tienen el suficiente atrevimiento como para empezar por sí mismos, pero son
excepciones; otros miran con un sentimiento de envidia y mezcla de temor un caballo,
una careta de esgrima o un velocípedo; su deseo queda oculto si no se les ayuda a
manifestarlo... y el tiempo pasa. Además, hay que tener precaución: una burla
desacertada, una palabra fuerte, un fracaso cuya causa no ven, les desalienta y les
desconcierta; y si no hay en ellos algo de espontaneidad, un gusto decidido, si, en una
palabra, se les fuerza, el resultado es que conservan un mal recuerdo, un sentimiento
de rencor y de antipatía contra el deporte que se ha querido hacerles apreciar.
Es preciso que uno les guste más que el resto: los novelistas que quieren hacer
seductor a su héroe, lo pintan siempre delgado, bien formado, hábil en todos los
ejercicios corporales. Esto está muy bien en los libros, pero en la práctica no sirve. Es
cierto que hay hombres diestros que parecen mandar sobre su cuerpo y hacer siempre
a la primera los movimientos que quieren ejecutar; pero esa misma facilidad impide
que los ejercicios físicos produzcan en ellos sus beneficiosos efectos, y como los
practican todos, no trabajan ninguno. Ahora bien, de manera general y en forma de
axioma, “todo deporte fácil carece de acción”. No iréis a decirme que mientras más se
practica un deporte, más fácil resulta; la verdad es lo contrario, pues el
perfeccionamiento muscular tiene límites muy lejanos y uno tiende hacia ellos sin
alcanzarlos.
¿Cómo haremos con nuestros colegiales? ¿Les gusta el deporte? ¿Están al menos
dispuestos a que les guste? Todos tienen, sin duda, algún deseo: al pasar junto a
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alguien que monta a caballo, les basta una ojeada para saber quién lo hace bien;
hablan, según el caso, de Mérignac y de Vigeant con la desenvoltura de los finos
conocedores, y sin haber tocado nunca una bicicleta, os explicarán que no es difícil
quedarse casi completamente quieto mediante un pequeño balanceo del pedal... Pero
de aquí a lograr que por sí mismos y por su propio placer monten a caballo, se pongan
en guardia con el florete en la mano o aprendan a montar en bicicleta, hay un gran
paso, o mejor, una gran pared que derribar. La derribaremos, ¿no es cierto, queridos
colegas del Comité? ¡Ah, sí! Golpearemos hasta que no quede nada.
Acabamos de hacer en tres capítulos un corto paseo por los externados, los
internados religiosos y los liceos. He querido demostrar que el ejercicio físico es
indispensable para los externados, que su éxito y su desarrollo tienen un precio, que
un atletismo voluntario y poderoso organizado por los alumnos, que agrupe a la
mayoría y ejerza su influjo en el conjunto del colegio, haría desaparecer los
inconvenientes del sistema. La mayor parte de los internados religiosos se opondrá a
una reforma que va en contra de unas ideas arraigadas y de una regla inmutable,
existente como punto de partida y como centro; tal es, al menos, mi convicción.
Finalmente y a la inversa, en los liceos la oposición procederá de los alumnos mucho
más que de los maestros; pero una lucha tenaz y perseverante no puede dejar de
triunfar sobre su mala voluntad... Así sea.
1.2.3. Carta a los miembros de la Sociedad de economía social y de las Uniones por la
paz social
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París, 1º de agosto de 1888
Señores:
El Comité que acaba de fundarse, con el objetivo de difundir el ejercicio físico en las
escuelas y de procurar, así, una transformación en la educación francesa, ha sido
puesto bajo el patrocinio del Sr. Jules Simon, ilustre orador de vuestro congreso de
1887; tres de sus vicepresidentes, los Srs. G. Picot, el doctor Rochard y el general
Thomassin pertenecen a la Unión; asimismo su secretario tiene el honor de contarse
entre vuestras filas.
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reformador no se necesita un gran talento, ni particulares capacidades, ni un ojo de
lince, ni amplísimos conocimientos: basta con tener sentido común, algo de
moderación en la manera de pensar, algo de tolerancia en la forma de juzgar y no
demasiadas ideas preconcebidas. Estas cualidades son cosa excepcional en los
franceses, que incluso simulan despreciarlas como demasiado burguesas. Os hago la
pregunta sobre si es elegante entrar en una Sociedad que consiente en discutir con sus
adversarios, no sueña con un cambio general y ni siquiera ha pensado aún en elegir un
signo de adhesión. ¡Ah! Si las Uniones tuviesen una flor emblemática, cuán distintos
hubieran sido sus logros; pero no es el caso, y el número de los que se han enrolado
bajo su estandarte es pequeño; aumenta, pero con excesiva lentitud.
Pues bien, hay que hacer la reforma social a través de la educación. No hay que
trabajar con los adultos, sino con los niños; preparar su triunfo proporcionándoles las
cualidades espirituales que les harán aptos para comprender, y las cualidades de
carácter idóneas para ejecutar la transformación en la que vuestro ilustre fundador vio
la salvación del país.
Por esta razón he creído poder pediros a todos vuestro apoyo, feliz por vincular una
obra cuyos destinos se anuncian prósperos a las Uniones que constituyen lo mejor de
la parte de la nación que piensa y actúa. Vuestro apoyo no consiste sólo en las
donaciones que tal vez algunos quieran voluntariamente hacer para la creación de los
parques escolares y la organización de nuestros concursos atléticos; consiste, sobre
todo, en un apoyo moral que resulta una gran fuerza. Hablad de nosotros y dadnos a
conocer; poned interés en todas nuestras innovaciones. Podéis, incluso, hacer algo
más; junto a apreciables facilidades, en París nos encontramos con dificultades sin
número: las distancias son grandes, para disponer de campos de juego hay que ir muy
lejos o pagarlos muy caros; desde otro punto de vista, la libertad que reclamamos para
los niños presenta aquí peligros que en las ciudades de provincia son mucho menores.
Señores, muchos de ustedes viven habitualmente en provincias o pasan en ellas una
buena parte del año; a éstos me dirijo rogándoles que miren a su alrededor y que
examinen la situación de los colegios que tienen cerca. Podrían producir en ellos
considerables y beneficiosas reformas, introducir la nueva disciplina que en la escuela
Monge da en estos momentos resultados tan satisfactorios, favorecer la creación de
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sociedades deportivas y desarrollar la iniciativa individual. Si, para llevar a cabo este
cometido, quisieran agrupar a las personas locales de buena voluntad y formar comités
semejantes al nuestro, estaríamos a su continua disposición para ayudarlos y apoyarles
en esa tarea –tarea restringida, pero ya muy útil si sólo quieren remediar el
surmenage, poniendo el ejercicio físico como contrapeso a la fatiga intelectual, y tarea
mucho más vasta si, como nosotros, intentan que en la educación entren, mediante el
deporte, nuevos principios de disciplina y de responsabilidad. En ese caso, no nos
cansaremos de recomendarles que recurran a los juegos ingleses, maravillosamente
aptos para que esos principios nazcan y se mantengan; es preciso que no nos impida
adoptarlos un patriotismo pueril y mal entendido.
Pierre de Coubertin
Secretario General del Comité
Miembro de la Sociedad de Economía Social
La Réforme sociale
(La Reforma social)
(1º de septiembre de 1888)
vol. 8, série 2, part VI, pp. 249-252
Reimpreso en L’Éducation Anglaise en France (La Educación inglesa en Francia)
Paris, libr. Hachette, 1889. pp. 199-202. Ap. II
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1.3 Universidades transatlánticas (1890)
Los cuatro años de estudios, los “eating clubs”, los “dormitories”, innumerables
asociaciones, de atletismo, literarias, etc., y la excesiva independencia de los jóvenes,
todo esto llama la atención desde el principio, y ello se encuentra prácticamente por
doquier de norte a sur y de este a oeste. Las universidades americanas llevan con
frecuencia el nombre impropio de colegio; por el contrario los colegios son designados
con el nombre de schools. En lo que atañe a las public schools, nombre dado en
Inglaterra a los principales colegios del país, en América se denomina así a las escuelas
primarias. La enseñanza primaria transatlántica es conocida; en Europa se la ha
estudiado mucho estos últimos años; no me ocuparé, por lo tanto, aquí de ella. La
misión que el ministro de Instrucción Pública me había confiado sólo se refería a la
enseñanza secundaria y superior, menos conocida y más digna, quizá, de serlo. Hay, sin
embargo, un punto de unión entre la escuela primaria y las universidades: las high
schools, de las que hablaré; cabría compararlas a los gimnasios alemanes menos
avanzados; de hecho, son escuelas primarias superiores de un género particular. Pero
cuando se considera cuán importante es ese período educativo comprendido entre los
once y los diecisiete años, no deja de lamentarse, junto con la mayor parte de los
pedagogos americanos, que los Estados Unidos sean tan ricos en universidades y, por
el contrario, tengan tan pocos colegios. Las high schools son internados. Su principal
ocupación consiste en preparar a los alumnos para el examen de entrada en la
universidad; esto no puede dar, ni desde el punto de vista moral, ni desde el punto de
vista intelectual, un resultado completo, ni procurar una base claramente sólida.
Sin embargo, existen algunos colegios, se fundan otros y cabe prever la época en
que se colmará esa laguna; el apaciguamiento de los viejos odios angloamericanos
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tiene algo que ver en ello, así como el rápido y casi excesivo desarrollo de los juegos
ingleses. Es cierto que, después de la guerra de Secesión, los Estados Unidos, que
salieron intactos de una espantosa lucha fratricida, adquirieron confianza en sí
mismos; comprobaron que formaban una nación sólida, y el temor a dejarse
menoscabar al adoptar ideas o costumbres extranjeras poco a poco desapareció.
Entonces, el fútbol, el remo y, de forma general, todos los ejercicios al aire libre
irrumpieron en el Nuevo Mundo, a la vez que los pedagogos dirigieron su mirada hacia
Gran Bretaña para tomar de ella principios de reorganización, principios que hubiesen
producido mucho mejores resultados todavía si las ideas alemanas no hubiesen
interferido, produciendo desorden y sembrando gérmenes nocivos. La educación
americana es un campo de batalla en el que la pedagogía alemana y la inglesa están en
lucha; y ello no sólo porque los alemanes formen en la Unión un partido muy
poderoso, sino, sobre todo, porque, desde hace treinta años, la élite de la juventud va
a finalizar sus estudios a las universidades germánicas.
Universités Transatlantiques
(Universidades transatlánticas)
Paris. Libr. Hachette, 1890, pp. 27-30
(paragr. IV, c. II “Autour de New York”.
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tanto saludaremos al famoso árbol al pie del cual tomó Washington en 1775 el mando
del ejército.
Le llaman Hemenway Gymnasium, por el nombre del antiguo estudiante que dio
500.000 francos para construirlo. El interior está abarrotado de cuerdas y aparatos. El
día comenzaba ya a caer y la luz eléctrica aún no se había encendido. En este semi
crepúsculo podía verse a jóvenes vestidos con chalecos haciendo allí mismo
inexplicables contorsiones; al mismo tiempo, chirridos de poleas, ruidos de hierro viejo
y de ruedas insuficientemente engrasadas salían de los rincones. En el centro había
sólo algunos saltadores que intentaban pasar una barra cada vez más alta. ¿Qué hacían
los demás? Resulta imposible decirlo en una primera ojeada. Caí en la cuenta poco a
poco. Tiraban con los brazos o las piernas, levantaban con la cabeza o con los
hombros, empujaban con las rodillas o las ..., con todo lo que queráis, pesas
sabiamente graduadas que se deslizaban por ranuras. Triunfaba la gimnasia local. A
uno se le había señalado un inicio de deformación en su cadera izquierda, otro sabía
desde la víspera que el diámetro del dedo meñique de su mano derecha era medio
milímetro mayor que el meñique de su mano izquierda, y un tercero había recibido
desastrosas revelaciones sobre la dimensión de su antebrazo; se habían puesto
entonces a trabajar concienzudamente, el primero para reformar su cadera, el
segundo para restablecer el equilibrio entre sus dedos meñiques y el tercero para
hacer crecer su antebrazo. Y todo esto, ¿con qué objetivo?... Para llegar, simplemente,
a parecerse a un hombre normal. Pedí, por tanto, ver un hombre normal, y subimos
por una pequeña escalera de caracol que lleva a los despachos del doctor Sargent.
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los brazos cruzados a que se les llamase. El Dr. Sargent se levantó de su mesa y nos
tendió amablemente la mano. Uno de sus ayudantes estaba haciendo un examen; le
interrumpió y le hizo empezar de nuevo para darme una idea exacta de su método y
de sus principios. El estudiante probó primero su fuerza en una especie de
dinamómetro; luego se determinó la potencia de su soplo con ayuda de un
espirómetro, y después le pusieron en el corazón un pequeño instrumento redondo
con un tubo de caucho que llegaba a los oídos del doctor. Se tomaron entonces 58
medidas sobre su altura, desde la planta de los pies hasta lo más alto de la cabeza, y
las 58 cifras anunciadas en voz alta y repetidas por un escriba –igual que si
estuviéramos en el sastre-, ocuparon las 58 casillas de una hoja impresa que me fue
entregada como recuerdo. Esto no fue todo: se preguntó al examinando quiénes eran
su padre y su madre, sus abuelos y abuelas, de qué enfermedades habían muerto, a
cuál de ellos se parecía más. Inscribieron en tablillas unas indicaciones relativas a los
latidos de su corazón, al desarrollo de su hígado, a la duración de la respiración; le
preguntaron si se acatarraba fácilmente y si sangraba por la nariz. Después se vistió y,
antes de marcharse, abonó el montante de los “derechos de examen”.
Tras una nueva visita al gimnasio, uno de cuyos empleados maniobra los aparatos
mientras que el doctor me explica los mecanismos, entramos en la sala de trofeos,
desbordante de banderines, copas y medallas conquistadas en competiciones con
otros colegios. Está también el retrato de los atletas con las fechas de sus triunfos
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¡pero cuán reglamentado está todo esto! Estos juegos se encuentran en manos de
directores que los organizan despóticamente; ... diríase una caballeriza de carreras;
está el ganadero que pasa los hermosos animales al entrenador.
El día que los americanos se dedicaron a los juegos ingleses, lo hicieron con el
excesivo ardor que les caracteriza, e inmediatamente llegó la exageración. No hay
sacrificios que no se acepten por el equipo que debe luchar en tal fecha contra otro
equipo y ante una multitud inmensa y entusiasta; todo se organiza con vistas al
entrenamiento de unos hombres sobre los que New York, Albany, Boston, etc., van a
invertir sumas fabulosas; los demás estudiantes quedan fuera; se les echa del campo
de football, se les echa del boat-house: molestarían a los campeones. De aquí el
desarrollo de los gimnasios: se crearon a modo de compensación para aquéllos que no
podían tener la pretensión de defender el honor de su universidad en los torneos
atléticos; y al mismo tiempo los emplearon para fortalecer sistemáticamente y formar
de modo irreprochable el cuerpo de los campeones. El trabajo de gimnasia y los
exámenes periódicos aquí no son todavía obligatorios, pero sí lo son en un buen
número de otras universidades.
Esa noche, al salir del Hemenway Gymnasium, mis ideas eran muy confusas. Había
visto, ciertamente, cosas curiosas e interesantes, y había visto otras muy ridículas.
Pero la idea final, la cifra total de mis buenas y mis malas impresiones, una vez
restadas éstas de aquéllas, no la conseguía.
Universités Transatlantiques
(Universidades transatlánticas)
Paris. Libr. Hachette, 1890, pp. 84-90
(paragr. III, c. III: “La Nouvelle Angleterre”)
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2. Cuando tengo dos o tres horas libres, cojo el tranvía que lleva a Cambridge y me
voy a ver a los estudiantes, a hablar con los que conozco y a observar su aspecto y sus
miradas. Cuando se trata de chicos de catorce, quince e incluso dieciséis años y queréis
saber cómo están educados, la cosa es muy simple: miradles jugar, escuchadles hablar
con sus maestros y averiguad cómo se lavan. Este triple criterio sigue siendo el mejor
que conozco; apenas engaña. Pero con hombres de la edad de éstos, son precisos más
pormenores y observaciones más amplias.
La umbría alameda es el centro de la vida universitaria. Desde allí se ven casi todos
los “dormitorios”; por las ventanas abiertas se escapan las quejas de pianos
martirizados, y mis recuerdos vuelan hacia los “cuadrángulos” de Oxford y de
Cambridge. ¡Aquí la libertad es mucho mayor! Cuando llegue la noche, los rudos
porteros no andarán al acecho de los retrasados, ni las pesadas verjas encerrarán a los
estudiantes hasta la mañana del día siguiente. ¿Quién se preocupa por ellos? Apenas
se les conoce, y los distintos grupos casi no se conocen entre sí.
Uno de mis amigos, que había salido de Harvard hace ya dos años, me ha
comentado las cantidades que se gastan allí; pertenecía a ese exclusivo núcleo de
aristócratas que no saben muy bien en qué basar sus pretensiones nobiliarias y las
afirman mediante un exclusivismo feroz; si no podéis relacionaros con algún par de
Inglaterra, ni poner en vuestros coches un escudo, tirad, al menos, el dinero por la
ventana: sin eso no contéis con entrar en su círculo. Por lo demás, ese círculo carece
de interés. En él se hacen mil excentricidades y mil estupideces para imponerse de
cualquier forma a un pueblo que no tiene aristocracia y que apenas conoce el
significado de ese término. En Boston, ello todavía tiene cierto interés, pero en
cualquier otro sitio no hay nada que esperar. Los jóvenes señores, obligados a ceder a
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la presión de la opinión pública, se hacen entonces abogados por diversión, como una
forma de presentarse en sociedad.
Harvard me parece un caos, una imitación confusa y algo torpe de las universidades
inglesas. No es verdaderamente americana, ni en su atmósfera ni en sus tendencias;
hay fuerzas vivas perdidas en esa masa arremolinada en la que no se forma ninguna
corriente. En resumen, la Universidad es la imagen de Nueva Inglaterra: un país que no
deja de tener cierta analogía con la Francia de comienzos de Luis XVI; un final de época
con sus incertidumbres, sus inconsecuencias y sus amaneramientos... La gente se
recupera de ese tipo de situaciones, sobre todo en América. Con frecuencia no son
sino épocas de transición, pero quien busque hoy a los Estados Unidos en Nueva
Inglaterra, se expone a volver a Europa sin haber comprendido nada... Después del
almuerzo fuimos a inscribir nuestros nombres en el registro del Hasty Pudding Club.
Esta sociedad toma su extraño apelativo de un compacto pudding que hay que
tragarse en pocos segundos; en ella se dan representaciones y se practica la caricatura
de forma muy animada y no sin talento. Nos encontramos después con el amable
profesor Cohn, que enseña literatura francesa y la hace apreciar. Le abrumo con
preguntas de todo orden y me responde con extrema amabilidad; me hace reparar en
la ausencia de base en los estudios americanos; se conoce un buen número de cosas,
hay ansia por aprender, pero carecen de humanidades que sostengan el edificio.
Quienes entre nosotros las combaten con odio y sarcasmo deberían venir aquí para
darse cuenta del vacío que dejan tras de sí... Los colegas que se basan en el plan de
Lawrenceville remediarán esta situación.
Universités Transatlantiques
(Universidades transatlánticas)
Paris. Libr. Hachette, 1890, pp. 94-98,
(pargr. VI del c. III: “La Nouvelle-Angleterre)
3. Acabo de pasar veinte horas en Lenox, localidad de moda, situada a cuatro horas
de Boston. Tiene montañas bastante pintorescas, muchos y bonitos paseos, y la gente
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rica vive en villas. El menor trozo de terreno se vende muy caro, y no es suficiente con
instalarse: hay que hacerse admitir. Los honrados americanos se permiten el pequeño
placer de jugar con las costumbres aristocráticas; averiguan con toda seriedad la
ascendencia de los recién llegados y de su parentesco y chismorrean para decidir si
conviene o no recibirles. Estas pretensiones desentonan tan completamente en
América que uno no puede evitar echarse a reír. En efecto, en las mejores familias
encontráis un desconocimiento casi absoluto de lo que se refiere a su origen; conocen
a sus padres, saben más o menos quiénes eran sus abuelos, y el resto permanece en
una nebulosa. Esto no impide que la gente de Lenox se tome a sí misma en serio.
¡Cuántos viajeros juzgan América a partir de Lenox, o Inglaterra por la Cámara de los
pares!
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sólo por 2 estudiantes de Virginia. Me entero de estas cosas mientras voy
trastabillando en un minúsculo coche a lo largo de un camino propio para romperse la
cabeza que desciende por el llano, pues Amherst está situado sobre una colina
coronada por esbeltos edificios. Hoy es fiesta deportiva: se corre, se salta, se ganan
premios. Es el Fall Meeting, la reunión de otoño. Pero resulta perceptible que el buen
Dr. Hitchcok tiene menos simpatía por ese tipo de deportes que por los bonitos
ejercicios de brazos y piernas que se llevan a cabo cuatro veces por semana en su
gimnasio, a los sones del piano..., pues es de esas personas que creen en la música. En
Estados Unidos, los profesores de gimnasia creen o no creen en la música. En el primer
caso, se regocijan al ver a sus alumnos ondular como marionetas al compás de la
melodía y al escuchar, en el acorde final, el flac de todos los talones al caer al suelo. El
Dr. Hitchcok es la encarnación del buen humor y de la buena salud. Su profunda fe en
su sistema termina por hacer que su persona resulte simpática. Ahora es un anciano
que ha logrado sus objetivos: ha convencido a numerosos discípulos de que un cuerpo
humano se “construye” como una casa, de que la gimnasia razonada y reglamentada
es el remedio universal contra todas las enfermedades, y de que hay que medirse cada
quince días para “conocerse a sí mismo”. En lo que atañe a la dimensión moral del
atletismo, no cabe decir que la desconozca; la ignora por completo. De las
publicaciones que me ha entregado se escapa, así, un claro aroma materialista. El
nombre de Dios se pasea por ellas en vano y sin motivo; la impresión que producen es
la de un ideal falso, una educación ramplona, un materialismo inconsciente pero
completo.
En el hotel nos sirven a la mesa esas mujeres que Max O’Rell ha denominado
ingeniosamente las “duquesas”, con la diferencia de que no hay en el mundo duquesas
69
tan altaneras, tan descorteses y tan perfectamente insoportables. Su brusquedad, su
semblante disgustado, sus miradas insolentes y sus continuas burlas convierten a esas
camareras americanas en una verdadera pesadilla para el viajero cuando, al salir de las
grandes ciudades, se aventura por burgos de este tipo; entonces invoca con toda su
fuerza el día en que la ciencia moderna permita sustituir a las duquesas por un fluido
silencioso y obediente.
Universités Transatlantiques
(Universidades transatlánticas)
Paris, Libr. Hachette, 1890, pp.117-121
(paragr. XIII del c. III: “La Nouvelle-Angleterre”)
70
encontrasen en un estado de notoria inferioridad en lo más importante en la vida de
los pueblos modernos: la educación.
De ello no hay que concluir que la instrucción en las escuelas esté abandonada. En
concreto, las escuelas de comercio están bien organizadas, y el cuidado que se pone en
ellas para que los niños aprendan inglés les garantiza después una superioridad sobre
sus competidores británicos, que no pueden, o no quieren, aprender una palabra de
francés. Pero dan a las ideas una vuelta de tuerca que tiene la consecuencia de
paralizar su fecundidad, y se habitúa a la inteligencia a moverse en un estrecho círculo
del que no puede surgir nada grande ni original. Falta, sobre todo, la educación; los
ejercicios físicos, los cuidados del aseo, la formación del carácter, el uso de la libertad,
todo ello son pamplinas para los canadienses. A su lado, los jóvenes ingleses juegan a
juegos viriles, entran en la vida activa con iniciativa y voluntad..., y el resultado es que
se quedan con todos los beneficios, que todos los negocios se hacen en su entorno,
que sus ideas dominan y que ganan, así, incluso en Montreal, lo que su inferioridad
numérica les haría perder. Con su robusta salud, el Canadá Francés rotura, se afana y
siembra laboriosamente, mientras que el Canadá Inglés cosecha. Quizá no haya
aparecido nunca la superioridad de la educación inglesa de forma tan patente e
indubitable como ante esta raza que goza de grandes cualidades y que lo tiene todo...
menos la iniciativa y la independencia de carácter. Y en la carrera por el dólar a la que
los canadienses se han aficionado, no son ellos los primeros en llegar.
Universités Transatlantiques
(Universidades transatlánticas)
Paris, Libr. Hachette, 1890, pp. 136-190
(paragr. II, c. IV: “Canada britannique et Canada français”)
1. Las olas del lago Michigan rompen furiosamente contra los diques de madera que
apuntalan sus playas arenosas. El oleaje llena el horizonte; a lo lejos sólo se divisa la
chimenea que señala la entrada del túnel submarino excavado por Chicago para tener
agua, porque esa masa líquida sacudida por la tormenta es agua dulce, y sus
71
formidables olas no son las de un océano. Cuesta trabajo hacerse a la idea y uno se
pregunta si la Reina de las Praderas no ha sido llevada repentinamente a orillas del
mar.
72
con los sentimientos nobles, continúa su perfeccionamiento moral al mismo tiempo
que su enriquecimiento; en una palabra, es una sociedad en ascensión. Leed el libro
del Sr. Varigny sobre las Grandes fortunas en Estados Unidos. Por sus páginas desfilan
los principales millonarios del siglo; describe sus penosos comienzos, su tenacidad, su
vida agitada, y cuando llega el momento del triunfo en el que el hombre afirma su
fortuna, el tipo sigue siendo el mismo: algo escéptico, algo autoritario, algo brusco,
pero alguien que hace generosos donativos, que ayuda a los infelices, funda escuelas,
hospitales o museos; así es el millonario americano.
Llegados a nuestro destino, recorremos los diversos talleres, los de fundición con
sus hornos, el metal incandescente y el ruido de pesados pilones; los de carpintería, en
los que se construyen poco a poco los vagones deslizándolos por raíles, de un obrero a
otro; los talleres de ebanistería, de pintura, de tapicería, de ropa; todo se hace aquí, y
cuando las vagones salen de la fábrica, sólo hay que subirse a ellos. Visitamos luego el
banco, las escuelas, el teatro, las bibliotecas, las iglesias de distintos cultos. En cuanto
a las casas, las hay de todos los tamaños y precios. Los obreros no llega nunca a
poseerlas, combinación claramente mejor a esa otra por la que el trabajador se
convierte poco a poco en propietario de su casa, y cuyos inconvenientes ha reconocido
Europa; pero el precio del alquiler se baja, según creo, cada cinco años, al igual que
73
cuando nace un niño: una prima a la moralidad y a la estabilidad. El Sr. Pullman ha
creado también una asociación atlética cuyas medallas son muy apreciadas. Muchos
obreros forman parte de ella... También en Inglaterra los obreros forman asociaciones
atléticas, montan en canoa y juegan al cricket. Ello demuestra, por lo tanto, que los
más duros oficios no substituyen al deporte, y las personas que sólo ven en el deporte
movimientos físicos pueden, así, darse cuenta de que se les escapa todo un aspecto de
la cuestión.
2. Chicago se ilumina; por todas partes brilla la electricidad, azul o amarilla. Se cena
con música en los hoteles y los teatros abren sus puertas. Es la hora del descanso para
un hombre ocupado al que las entrevistas, las citas y los negocios han mantenido todo
el día encerrado tras un muro de hechos; ha calculado, computado, razonado; helo
aquí ahora saliendo de la nube de polvo en la que ha vivido; echa una última ojeada a
sus papeles, despide una última visita, escucha una última queja y, una vez que
comprueba gozosamente que ha terminado su tarea de veinticuatro horas, se va a
reposar a la lujosa mesa de algún restaurante, a algún alegre espectáculo, a alguna
fiesta brillante. También su mujer ha pasado su jornada en el mundo práctico e
inmediato; se ocupa de los hijos, de la casa, y a las visitas que se presentan manda que
se les responda con esta frase tan sencilla que entre nosotros parece tan incorrecta:
Mrs *** begs to be excused. Ruega que se la excuse; no tiene tiempo para charlar, no
está libre. Y si le queda algo de tiempo, lo empleará en leer revistas, periódicos, en
mantenerse al tanto de acontecimientos e innovaciones. Disfruta de una vida que le
gusta; le sonríe la fortuna, aunque quizá mañana sea la ruina; lo sabe y no se preocupa
por ello. La mujer de servicio es su igual; ni lo pone en duda, ni se asombra por ello. En
sus oraciones, raramente pide algo a Dios; le tributa homenaje porque cree en Él, pero
no se le ocurre interesarle por su felicidad; sabe que tiene una misión que cumplir en
este mundo, y esa misión os la define en tres palabras: ser honesta, caritativa y hacer
negocios, por todo lo cual Dios estará contento.
Después de todo, ¡es un ideal!, sólo que a nosotros, Europeos, nos cuesta trabajo
entenderlo. Grecia buscó la perfección del individuo mediante la armonía de sus
74
distintas facultades. La Edad Media predicó el ascetismo, es decir, la sujeción del
cuerpo al alma, su supuesto enemigo; después apareció el ideal militar, y ahora
domina la actividad. En resumen, ya peleemos contra las cosas, contra los hombres,
contra los acontecimientos o contra nosotros mismos, se trata siempre de una lucha, y
la lucha es noble43.
Universités Transatlantiques
(Universidades transatlánticas)
Paris, Libr. Hachette, 1890, pp. 231-233
(paragr. XIII del c. V: “Du Nord au Sud”)
43
En una ciudad de América en la que pasé dos semanas, tuve como guía durante los primeros días a un
francés cuyo matrimonio le había hecho establecerse en el país. “Almorzaremos en el Union Club, me
dijo una mañana a modo de programa, y luego mi amigo Williams nos llevará a ver sus caballos de
carreras que están en el Pabellón de caza, fuera de la ciudad”. Antes del almuerzo en el Union Club
fuimos a recoger al amigo Williams. Vendía madapolán en una pequeña calle llena de tiendas, de
anuncios y de movimiento. El escaparate se parecía a todos los escaparates; el nombre de Williams and Cº
aparecía en letras de oro; el interior era amplio, en forma de galería, con mostradores muy largos, muchos
empleados, algunos compradores y montañas inverosímiles de todos los madapolanes existentes en la
superficie del globo. A la derecha, al entrar, estaba la caja; sentado en un asiento móvil, muy alto, un
joven sobre los treinta años, elegantemente vestido, de aspecto distinguido, entregaba unos recibos;
levantó la mirada, nos saludó con una sonrisa y continuó su trabajo, no sin decir a mi compañero entre
firma y firma: “¡Soberbia jornada la de ayer! Mi caballo saltó magníficamente”. La imagen de ese costoso
caballo saltando los mostradores y las pilas de madapolán se me ha quedado mucho tiempo en la
memoria.
75
distinciones; pero están desunidos y son despreocupados y muy tímidos. La esclavitud
les ha dejado sometidos a sus antiguos dueños, y sin duda se necesitará tiempo para
que el sentimiento de igualdad llegue a unos y a otros.
Sea de ello lo que fuere, la cuestión negra preocupa con toda razón a los estadistas
americanos, y les da ocasión para sacar de vez en cuando proyectos excéntricos. Un
senador ha propuesto devolverlos a todos a África: “Es su patria de origen, ha dicho;
¡qué misión tan gloriosa para ellos llevar a sus hermanos, que permanecen en la
barbarie, la civilización que han heredado de nosotros!” Espero que haya alguien para
reírse en las narices del gracioso senador; en cualquier caso, los negros lo han hecho a
mandíbula batiente ante el pensamiento de tan “gloriosa misión”. Los blancos piensan
que, con los negros, todo les está permitido; hacen trampas en el recuento de votos de
las elecciones y no les importa jactarse de ello abiertamente. En caso de pelea, el
negro no tiene nunca razón; se le habla como a un perro y cada cual hace lo que quiere
para dejarle muy clara la idea de su inferioridad, lo cual está muy lejos de ser algo
probado. Después de tantos años de esclavitud, no es sorprendente que la inteligencia
se abra con lentitud. En las escuelas, los pequeños negros aprenden maravillosamente
y dan muestras de gran facilidad en el trabajo. Luego esto se para súbitamente; no van
más allá de cierto límite, pero ese límite retrocede poco a poco. Por otra parte, en
Europa tenemos muchos ejemplos de alumnos negros en nuestras escuelas que ganan
primeros premios y que pasan brillantemente sus exámenes. Añadiría que, las más de
las veces, esos alumnos se hacen querer por todos sus camaradas y se convierten en
favoritos por su carácter amable y su jovialidad. En efecto, son simpáticos, mucho más
simpáticos que los seres sucios y borrachos que a veces se sientan a mi lado en los
trenes de América, mientras que hubiera preferido tener como vecinos a negros
vestidos correctamente.
Universités Transatlantiques.
(Universidades transatlánticas)
Paris, Libr. Hachette, 1890, pp. 257-259
(paragr. IV del c. VI: “Louisiane, Floride, Virginia”)
76
2. En el vagón que nos lleva a Jacksonville, hay una mujer en torno a los cuarenta
años, elegantemente vestida; su cara tiene un ligero tinte, tan ligero que al principio
no me he dado cuenta. Pero en el momento en el que el tren va a partir, el conductor
le habla al oído; ella hace signos de que no; él insiste y alza la voz, y pronto todos
comprendemos el motivo de la pelea. La mujer tiene algo de sangre negra en las
venas; ni su fortuna ni su distinción la dejan a salvo de la ley. Tiene que marcharse al
vagón de los negros, que es también el de los fumadores, sucio e incómodo. Protesta;
entonces el conductor llama a su colega y, sin más, la cogen por los brazos y, como
pesa, la arrastran al otro vagón. Ante esta innoble escena, algunos americanos se
contentan con reírse grosera y despectivamente. Si los Estados del Sur son lo
suficientemente estúpidos como para seguir manteniendo esta ingeniosa legislación,
cabe pensar que terminarán por pagarlo caro, excepto que el gobierno federal se
decida a intervenir y les dé unos azotes como se hace con los niños malos.
Universités Transatlantiques.
(Universidades transatlánticas).
Paris, Libr. Hachette, 1890, pp.266-267,
(paragr. VIII del c. VI: “Louisiane, Floride, Virginie”).
Cabría hacer muchos kilómetros alrededor del globo para tener el gusto de
encontrarse con monseñor Keane; todos los que le conocen proclaman unánimemente
el encanto de sus palabras y de sus modales. Pero su modernismo llenaría de espanto
a muchos católicos de Europa. Respeta el pasado, ama el presente y cree en el futuro;
es un sabio. Respeta el pasado porque es, efectivamente, muy sabio y porque sabe
estudiar cada época con las lentes que convienen... ¡y Dios sabe si se ha cambiado de
lentes! Ama el presente porque comprueba con gozo el bien que cada día se hace a su
77
alrededor; tiene fe en el futuro porque es americano hasta la médula de los huesos y
nada le espanta... ¡Dios mío!, la vida actual es una cacería a caballo. Los que no saben
montar bien piensan constantemente que se van a caer; la velocidad les incomoda y
los obstáculos les sacuden rudamente y les desplazan, mientras que los otros,
sentados sólidamente en sus monturas y perfectamente tranquilos, saltan esos
mismos obstáculos con la mayor facilidad. Los católicos estadounidenses parecen
pertenecer a esta última categoría; son buenos jinetes y no temen a nada. En estos
momentos se habla mucho de ellos. Acaban de celebrar el centenario del
establecimiento oficial del culto católico, y de la entronización del obispo Carroll, el
amigo de Washington. Entonces eran cuarenta mil; hoy son diez millones. Las fiestas
de este centenario han coincidido con la inauguración de la universidad de
Washington, y ha tenido lugar en Baltimore una especie de “concilio laico” para
discutir distintos asuntos de prensa y propaganda.
La idea de fundar en este país una universidad católica data de lejos. Los concilios
nacionales44 lo discutieron en distintas ocasiones, y el de 1884 lo decidió. Miss Mary
Gwendoline Caldwell, cuyo abuelo era director de teatro y cuyo padre fabricaba gas en
Nueva Orleáns, donó trescientos mil dólares (un millón quinientos mil francos), y en
poco tiempo pudo reunirse, merced a otras suscripciones, la cifra de cuatro millones.
Se adquirió una vasta propiedad y se puso solemnemente la primera piedra el 24 de
mayo de 1888, en presencia del cardenal Gibbons, del presidente de la República y de
una inmensa multitud. Monseñor Spalding, obispo de Peoría, pronunció en esa ocasión
el más magnífico y, a la vez, el más audaz discurso que haya pronunciado nunca un
sacerdote católico. Permítaseme citar algunos pasajes: “Felicitémonos, exclama el
obispo en una explosión de patriotismo, por haber probado con hechos que el respeto
a la ley es compatible con la libertad civil y religiosa; que un pueblo libre puede
prosperar y crecer sin soberano ni guerra; que la Iglesia y el Estado pueden actuar
separadamente con vistas al bien público; que, cuando los hombres tienen fe en Dios y
en la ciencia, el gobierno de la mayoría es, después de todo, el gobierno más justo y
más sabio. Esta experiencia nos garantiza un lugar de honor entre las naciones que
44
Estos concilios estaban integrados por todos los obispos católicos de Estados Unidos; en este siglo se
han celebrado tres.
78
aspiran a una vida cada vez más libre y más noble”. Y más lejos, a guisa de programa
para el futuro: “Propongámonos hoy preparar el advenimiento de una organización
social que asegure a todos abrigo, alimento y vestido; vivamos conforme a las palabras
divinas: “¡Oh Israel, no tolerarás que dentro de tus fronteras haya un solo mendigo, un
solo miserable!”. Tenemos derecho a aspirar al feliz momento en el que ningún
hombre sea condenado a un trabajo sin piedad ni resultados; a una época en la que no
exista ninguna distinción entre los individuos”. Y también más adelante: “La ciencia
nos permite prolongar la existencia, luchar contra la enfermedad, aliviar el dolor, hacer
fértil la tierra, iluminar nuestras ciudades, sanear nuestras casas. Nos ha abierto, a la
vez, los abismos del firmamento, y los misteriosos pormenores de la creación nos han
sido paulatinamente revelados. Conocemos la historia del globo, hemos averiguado los
secretos de civilizaciones desaparecidas y nuestros descubrimientos aumentan cada
día. Y todo esto sólo es un preludio, el prólogo de una era nueva. Pues pretender que
nuestros progresos son tan sólo materiales, es carecer de buena fe; todo indica lo
contrario. Otras épocas han visto pasar figuras más conmovedoras que las que vemos
hoy en día, pero nunca el mundo había sido gobernado con tanta prudencia y tanta
justicia”. ¡Pocos son allí los que hablan como monseñor Spalding!, pero son muchos los
que piensan igual.
Universités Transatlantiques
(Universidades transatlánticas)
Paris, Libr. Hachette, 1890, pp. 307-311,
(paragr. VI del c. VII: “Washington et Baltimore”)
Señor Ministro:
79
Por un decreto fechado el 17 de julio de 1889, me habéis hecho el honor de
confiarme una misión en Estados Unidos y en Canadá para visitar allí las universidades
y los colegios, y estudiar la organización y funcionamiento de las asociaciones atléticas
fundadas por los jóvenes de estos dos países.
Los informes que he recogido y las observaciones que he hecho durante mi viaje,
me sugieren algunas reflexiones que deseo participaros. Son las conclusiones de este
extraño informe que no se compone sino de partes justificativas y cuyo estilo literario
contrasta con la habitual seriedad de los documentos pedagógicos. He pensado que
mis bosquejos ganarían en fidelidad y que, de esa forma, podría dar una impresión
más clara y viva de las universidades transatlánticas a las que nosotros, europeos,
habíamos prestado poca atención, pero que, sin embargo, son muy dignas tener en
cuenta. En torno a ellas, en su mismo seno, los americanos, personas no menos ávidas
de ciencia que de riqueza, nos preparan rivales para el futuro; sus esfuerzos no
siempre están bien combinados: en su ardor, mezclan el trigo con la harina, pero la
perseverancia y el trabajo les hacen triunfar sobre todas las dificultades, y su progreso
debe ser para nosotros motivo de profunda emulación.
80
higiénico, y otros se han encargado de mostrar su profunda nulidad pedagógicamente
hablando. En Estados Unidos se prepara una reacción contra ella, y cabe prever el
momento en el que los presidentes de las universidades retiren a los directores de los
gimnasios los insensatos poderes que les habían concedido. Estos directores tienen
plenos poderes no sólo sobre los extraños aparatos de los que son –o a veces se creen-
inventores, sino también sobre los juegos, pues, al no poder hacerlos desaparecer de
entrada, los confiscan en provecho suyo, y eligen a los alumnos más fuertes y ágiles, a
cuyo entrenamiento se consagran exclusivamente. De ello se deriva que, durante la
primavera, los equipos universitarios van de competición en competición; la gente se
apretuja para verlos luchar; sumas enormes circulan en manos de los apostadores, y
mientras que los campeones se entregan a un atletismo exagerado, sus camaradas son
mantenidos aparte para que no resulten una molestia en los entrenamientos. Tan
enojoso estado de cosas comienza a preocupar, y es deseable que se produzca una
pronta reforma. En cualquier caso, se trata de una advertencia para nosotros, de
manera que no dejemos que la educación física adquiera el carácter científico y
autoritario que quisieran darle ciertos teóricos, más preocupados por los principios
que por la aplicación, amigos del racionalismo e ignorantes de la pedagogía.
81
En las nuevas escuelas, la libertad está, como en las inglesas, sabiamente
reglamentada, pero, en la mayoría de las universidades lo está, por el contrario,
excesivamente. No obstante, este exceso de independencia no produce malos
resultados; incluso los jesuitas se felicitan por este estado de cosas; y nada prueba
mejor el carácter fecundo de la libertad tanto entre los niños cuanto entre los adultos.
Las restricciones son a veces útiles, pero la libertad debe estar en la base de todas las
instituciones escolares. Los pequeños americanos tienen una necesidad muy particular
de independencia; así, las tendencias que he señalado más arriba a propósito de la
educación física hay que considerarlas como accidentales y pasajeras: se deben a una
excesiva admiración por lo germánico que no puede tener raíces muy profundas
porque es contrario al genio del país.
Las Debating Societies están muy extendidas. No hay que asimilarlas a las antiguas
academias, en las que faltaba, precisamente, la libertad de pensamiento. Al igual que
en Inglaterra, en América el maestro se cuidará de soplar algo al alumno; no se
empeña en hacerle brillar públicamente en un papel de tragedia griega o en la
recitación de versos latinos; pretende que hable él solo sobre cuestiones de “personas
mayores” para que se acostumbre a encontrar las palabras –y sobre todo las ideas, lo
que es aún más difícil-. No puedo dejar de insistir en que se instituyan en nuestros
liceos conferencias análogas; con ello los alumnos mayores perderían poco a poco esa
lamentable timidez que con demasiada frecuencia les paraliza en los exámenes y les
persigue durante toda la carrera. Soy de la opinión de eliminar de las discusiones los
temas religiosos y de política interior, pero partidario de admitir decididamente todo
lo que tenga que ver con política exterior. La prensa escolar es, asimismo, útil; los
pocos intentos hechos en Francia han sido exitosos, pero la mayor parte de los
maestros desconfían aún del cometido que puede desempeñar en un colegio un
periódico, mensual o bimensual, bien redactado. Si pudiesen adivinar cuánto facilitaría
su trabajo, no dudarían en empujar a sus alumnos por esa vía. En América los hay en
todas partes; yo recibo muchos, y todavía más de Inglaterra. Hace años que los leo
atentamente; nunca he encontrado una palabra fuera de lugar, y la mayor parte no
están controlados. Sé perfectamente que todos estos medios son un tanto modernos,
pero imagino que queremos formar hombres para el siglo XX y no para el XVII.
82
II
Por lo general, la cotización es más bien pequeña, ya sea por la generosidad de sus
fundadores, ya por el alto número de miembros honorarios que participan en los
gastos sin que los ocasionen a su vez. Las competiciones de atletismo organizadas por
estas asociaciones durante el invierno en sus gimnasios, y en verano en los terrenos de
juego, despiertan mucha expectación. En los programas figuran carreras con o sin
obstáculos, saltos de longitud, de altura y saltos de pértiga. La esgrima cuenta con
algunos fervientes partidarios; el boxeo está muy extendido. Los gimnasios tienen
siempre suelo de madera, y bajo los distintos aparatos, colchonetas rellenas
substituyen al serrín que nosotros empleamos. El serrín no deja de tener
inconvenientes: produce un polvillo que impregna la atmósfera y la hace irrespirable.
Entre las mejoras que conviene introducir en Francia yo señalaría las pistas de carreras
en caucho; rodean los gimnasios y la mayor parte de las veces están sobre una galería
en el nivel del entresuelo. Los juegos que gozan de mayor favor son el base-ball y el
football; el cricket no está tan en boga como en Inglaterra. Las reglas del base-ball son
extremadamente sencillas, pero su práctica es muy difícil, y nuestros colegiales no son
lo suficientemente perseverantes como para que les guste un ejercicio en el que no
triunfan desde el primer momento. El football, por el contrario, les ha entusiasmado
inmediatamente y su éxito está fundado; divierte a los más novatos y, por otra parte,
83
el perfeccionamiento muscular y el desarrollo de la habilidad de los jugadores no tiene
límites.
La equitación no se enseña en las escuelas; en las ciudades hay picaderos en los que
se monta mucho. También ahí se han formado asociaciones; se reúnen una o dos
tardes por semana, y a veces, para divertir a la concurrencia, una orquesta se instala
en la tribuna; entonces se galopa sobre la música como se hace en el hipódromo. En
otras ocasiones los miembros organizan cabalgadas, torneos o excursiones que duran
una jornada completa e incluso más. Los picaderos tienen vestuarios, salas de lectura y
de descanso. Sería deseable que los nuestros estuviesen igualmente organizados; da la
impresión de que, por el contrario, hubiese un empeño en hacer la equitación algo
poco atractivo.
84
III
IV
El grado de civilización alcanzado por ese país, su corto pero glorioso pasado, su
futuro, que parece tan brillante, y, sobre todo, la participación de Francia en su
emancipación, no nos permiten mantener por más tiempo fuera de las enseñanzas de
historia el relato de los acontecimientos ocurridos en su escenario. En ese estudio los
jóvenes franceses encontrarán, junto a un poderoso interés, grandes lecciones de
patriotismo y admirables ejemplos de virtud y de energía cuya naturaleza les
impresionará y avivará su más generoso entusiasmo.
85
Francia y del Gobierno de la República, y albergo la esperanza de que mi viaje no haya
sido inútil, puesto que vuelvo con la impresión de que no nos equivocaremos
lanzándonos por el camino que nos ha abierto el estudio de las instituciones escolares
inglesas. Continuemos, por lo tanto, con nuestras reformas, sostenidos por el ejemplo
de Inglaterra y de América, e intentemos llevar a cabo el programa contenido en estas
dos palabras: deporte y libertad.
Pierre de Coubertin.
Universités Transatlantiques.
París, Libr. Hachette, 1890, pp.361-379
(parágr. I-IV del c. IX: « Conclusions »).
86
Hoy quiero hablaros de la educación general y secundaria. Pero no llevaré más lejos
la clasificación, ni adoptaré la cuádruple división establecida por Monseñor
Dupanloup: educación religiosa, intelectual, disciplinaria y física. Nada más contrario al
espíritu de la educación inglesa; en ella, la religión ocupa un importante lugar, pero un
lugar aparte; por disciplina se entiende ciertas reglas de orden interno, y eso es todo.
Lo que el eminente obispo de Orleáns encuentra tan necesario en los colegios
franceses, los ingleses lo dejan de lado por considerarlo peligroso y contra natura.
Rechazan esta reglamentación desde el mismo momento en que sólo exige la práctica
de la obediencia, una virtud de la que, en tanto que virtud, nunca han hecho gran caso,
y cuya naturaleza ni siquiera parecen comprender. En concreto, dejan de lado la
disciplina preventiva que su instinto se niega a admitir de forma casi absoluta, tanto en
el gobierno cuanto en los colegios.
45
Monseñor Dupanloup.
87
ambos conceptos; En el pasado se ha podido afirmar, y con mayor razón cabe repetirlo
hoy: “la Instrucción lo es todo; la educación no es nada”.
Tenemos, por tanto, al niño en una public school. ¿Qué viene a buscar? Nos lo dice
Thomas Arnold. Este gran hombre que murió en 1842, head-master de la escuela de
Rugby, a cuya cabeza permaneció durante 14 años, puede ser considerado como el
padre de la educación inglesa actual. Fue el primero en adoptar y aplicar los principios
46
Cf., la Réforme sociale, 1º de noviembre de 1886
88
que la constituyen. Tomo prestadas de la recopilación de su correspondencia las citas
que siguen y que dicen mucho más que cualquier otra explicación. “Quiero, decía,
formar Christian Gentlemen; mi objetivo es enseñar a los niños a gobernarse a sí
mismos, lo cual es mucho mejor que gobernarlos bien yo”. Palabras profundas, dignas
de ser meditadas por los que quieren gobernar los colegios como autócratas, con
mano de hierro. El Dupanloup de Inglaterra les recuerda que se equivocan sobre el
carácter de su misión, que no es formar esclavos, sino señores, señores soberanos que,
mucho antes de lo que les reconoce la ley, sean libres para usar y abusar de aquello
sobre lo que gobiernan. Querer y tratar de sustraerles esta soberanía es peligroso. El
hombre debe estar aislado aquí en la tierra, sentirse solo consigo mismo, conocer sus
fuerzas y afrontar lo más pronto posible la pesada responsabilidad que constituye el
contrapeso de todo poder.
Así pensaba Arnold. Un día en que por una serie de desórdenes fue necesario
expulsar a varios alumnos, lo que produjo malestar entre los alumnos, pronunció ante
toda la escuela estas palabras que se han hecho famosas y que constituyen todo un
programa: “No es necesario que aquí haya 300, 100 y ni siquiera 50 alumnos; pero sí es
necesario que sólo haya Christian Gentlemen”. Este pasaje tiene relación con un error
de la opinión pública extendido entonces en Inglaterra igual que hoy lo está en Francia:
la consideración de los colegios como instituciones destinadas a corregir las malas
naturalezas, odiosa concepción que sólo puede hacer de un colegio una casa de castigo
y, en consecuencia, un foco de podredumbre para los niños buenos que se encuentran
allí. Este sentimiento era tan general que, excepto por faltas capitales, los padres
reconocían a sus hijos una especie de derecho a no ser expulsados de la escuela. Ésta
no era la manera de ver las cosas de Thomas Arnold, el cual dejó escrito en algún sitio
“que el primer, el segundo y el tercer deber de todo director de colegio era librarse
(get rid) de las naturalezas estériles”. Sus expresiones son dignas de observar: no se
trata de expulsar, sino de librarse, y el adjetivo unpromising no restringe la aplicación
de esta medida a aquéllos que se han hecho culpables de algo, sino que se aplica a
todos los que no sacan provecho de su estancia en la escuela, porque, si no lo hacen,
se lo impedirán también a los demás. Por lo tanto, no se trata siempre de un castigo;
con frecuencia es una simple advertencia, un ruego dirigido a los padres para que se
89
lleven al chico. Ello responde a una idea muy británica: la de la selección. Tanto en el
orden físico como en el moral, se tiene siempre como objetivo a una minoría, pues una
falange superior y poco numerosa rinde infinitamente más que una mediocridad muy
extendida; así, todo tiende a dar a los que ya tienen, como en el Evangelio.
Para los ingleses, la vida de colegio sólo es admisible a condición de ser una
continuación de la vida de familia. Para ellos, coger a un niño, encerrarlo con otros,
privarle absolutamente de toda comunicación con los suyos y con el mundo exterior es
una monstruosidad. Hay que rodear a los escolares de todo el bienestar posible, vigilar
para que no pierdan ninguna de las costumbres de la buena sociedad, para que no
descuiden ninguno de los cuidados higiénicos, ni tampoco todos los refinamientos con
los que se les ha rodeado en su infancia. En las public schools, y ésta es la principal
diferencia con las escuelas dirigidas por congregaciones, los alumnos están repartidos
en las casas de sus profesores, cada uno de los cuales tiene entre diez y treinta. Si son
muy numerosos para cenar cada noche con él, les invita al menos a tomar el té. He
podido sentarme en una de esas mesas: el servicio es perfecto, la comida sencilla pero
excelente; no se entra formando fila, no se mira a los extraños con ojos embobados
porque se está acostumbrado a verlos y porque saben ser educados y hacer con gracia
los honores. Recuerdo haber llamado en Eton, en una de las casas llamadas boarding
houses, a la puerta de un chico al que conocía; me condujo la hija del profesor, que
entró conmigo y se quedó un ratito de conversación; mi joven anfitrión volvía de jugar
al cricket y tuvo la peregrina idea de lavarse las manos y la cara dura de pedir, además,
agua caliente. Es algo afeminado, ¿no? ¡Qué quieren ustedes! Los ingleses han caído
en la cuenta de que cuando no se proporciona agua caliente a los chicos, éstos no se
lavan, así de simple.
II
Dos cosas dominan en el sistema inglés, dos cosas que conllevan al mismo tiempo
los medios para cumplir el programa: la libertad y el deporte.
90
El camino que recorre el niño francés para llegar a la emancipación está flanqueado
por muros entre los que la mirada queda prisionera y que luego caen súbitamente. Por
el contrario, los ingleses tratan de quitar todo obstáculo. Nada más llegar el momento
psicológico en el que el adolescente se convierte en un hombre, una pequeña barrera
le indica el peligro del precipicio; pues es un hecho que mientras los escolares son allí
más libres, en cambio los estudiantes lo son menos que entre nosotros. Pero
consideran muy importante no esconder el mundo a los niños; por otra parte, ocultar
el mal es acentuarlo, al igual que cubrir con una tela un desnudo en un cuadro es
inducir a vuestros hijos a levantarla y a darles, así, la noción de lo prohibido.
Repito que la educación debe ser el prólogo de la vida. El hombre será libre y el niño
debe serlo también. Tan solo se trata de enseñarle a emplear su libertad y a
comprender su importancia. A todos los que han visitado los colegios ingleses, no los
que están aislados en pleno campo, sino en pequeñísimas ciudades cuyo centro
constituyen, les ha asombrado un curioso espectáculo, el de todos los niños, grandes y
pequeños, pasando en escuadra, atravesando las calles, entrando en las tiendas, o
corriendo por el campo; y nunca de uniforme, porque eso huele a cuartel, pero, de
hecho, todos van vestidos igual, lo que demuestra cuán poco se preocupan por la
mayor o menor elegancia de su vestimenta.
Al dar aquí una rápida visión de su jornada escolar, preferiría mostrar la libertad que
se les deja y la forma en que la aprovechan. La hora de levantarse es también la de la
primera clase; cabe adelantarla para estudiar, así como para pasearse, y en verano los
jóvenes no dejan de imitar al sol y de correr al alba por el campo. En cualquier caso,
ninguna campana os despierta bruscamente, al igual que tampoco existe ese infame
cuarto de hora irónicamente destinado al aseo, que se lleva a cabo mojándose la punta
de los dedos en un platillo.
A los ingleses no les gustan los dormitorios comunes, no sólo por razones de
higiene, sino porque piensan que la soledad y la limpieza son dos poderosos medios de
educación: la eterna comunidad de camaradas que se impone a los niños bajo el
engañoso pretexto de que eso es la vida –y no hay nada más falso- les pesa más de lo
que cabe decir; allí donde la emulación puede surgir del grupo, se les agrupa para
mejorar: en las clases y en los juegos; en el estudio y en los dormitorios la emulación
91
no significa nada. De aquí que los pequeños ingleses tengan su cuarto propio la mayor
parte de las veces, o al menos un pequeño lugar de retiro en el que trabajan. Los
dormitorios están formados por compartimentos separados que hasta cierto punto
pueden producir la ilusión de la soledad. En el colegio los chicos viven rodeados, así, de
pequeños objetos que les recuerdan su hogar y su familia; les agrada decorar su
pequeño cuarto; en las paredes cabe ver los retratos de sus padres, de sus amigos,
grabados de caza; con frecuencia hay flores, bonitos adornos, panoplias... allí hacen
sus deberes cuando les parece; tienen que acabarlos el día indicado, y eso es todo. Ese
santuario es casi inviolable; el maestro entra en él lo más raramente posible y más
como una visita que como un vigilante.
Las clases son a hora fija, y es cosa de los alumnos presentarse con puntualidad; no
van en fila ni les llama una campana.
¿Es necesario hablar de la libertad en los juegos? ¿Es total? Nunca se les impone el
cricket, el tenis sobre hierba o el fútbol, y los colegiales británicos nunca han tenido
que formular esa extraña reclamación anotada por monseñor Dupanloup: “Si usted
supiese, Sr. director, cómo nos aburre divertirnos así”. No puedo entrar en la
enumeración, por lo demás de escaso interés, de todos los tipos de recreos entre los
que pueden elegir, pero en todas partes he visto, además de juegos al aire libre, piletas
de natación caldeadas, gimnasios, salas de boxeo, frontones y talleres en los que se
pueden iniciar en los misterios de la ebanistería y de otros trabajos manuales. Las
horas no están reglamentadas, y añadiré que las barreras están siempre abiertas y los
paseos por el campo son siempre posibles. Por la noche, cuando vuelven a su cuarto
para disfrutar de un descanso bien ganado, no está prohibido que se sienten a repasar
una lección o escribir una carta a la luz de su bujía, sin estar obligados a apagarla en un
concreto momento en vez de en tal otro.
92
los azotes, el recuerdo de aquellos jóvenes que antaño se rebelaban porque se pensó
en suprimirlos? Lejos de tomarlos como infamantes, se les considera como una prueba
de valor, y muchas veces el que los sufre tiene que esforzarse en aguantar las lágrimas
o los gritos. En ciertas escuelas pertenecientes a congregaciones, han sustituido este
tradicional medio de castigo por férulas, golpes bastante violentos sobre los dedos o
sobre el dorso de la mano. Ello es más cómodo para el verdugo, pero el invento es
desacertado; no son las manos, siempre fáciles de dañar, lo que hay que escoger... No
insisto más, pero hay un castigo de otro tipo: de la misma forma que los premios en las
competiciones conllevan a veces pequeñas sumas de dinero, el sistema de multas es
muy común, sobre todo cuando se trata de algún daño que se puede reparar pagando.
Si algún alumno se endeudase en una pequeña cantidad y sus padres se negasen a
sacarle de ese mal paso, nadie duda de que se le forzará a vender sus adornos y sus
grabados para reunir la suma necesaria. El niño aprende de esta forma a conducirse;
actúa teniendo en cuenta los riesgos y peligros, y debe calcular de antemano el
resultado de sus actos; no le faltarán benévolos consejos a condición de que los pida; a
su lado hay alguien que vigila, pero con la espalda vuelta hacia otra parte, el cual
responderá a la llamada pero no se adelantará.
Por lo que parece, en un colegio no es tan inquietante la falta en sí misma (Dios nos
guarde de los niños impecables, decía Fénélon) cuanto el favor con el que puede ser
tratada por los camaradas. Ahora bien, para que la resistencia a la autoridad no sea un
motivo de gloria, los ingleses han pensado que el mejor medio que cabía emplear era
hacer residir la autoridad, o una parte de ella, en el mismo medio del que podía venir
la resistencia: uno de sus principios favoritos es que la estabilidad no se obtiene sino
interesando al mayor número posible de personas en su mantenimiento. Trasladar la
aplicación de semejante máxima a una sociedad compuesta por niños era, desde
luego, algo muy osado. Ni Arnold ni los demás lo dudaron, y he aquí cómo aprecia él
mismo esa medida: “No puedo, dice, admitir, ni en la teoría ni en la práctica, el sistema
vigente en nuestras publics schools, que tiende a dar tanta importancia a los niños, a
menos que los alumnos de la clase superior sirvan de intermediarios entre los
maestros y el resto de la escuela, y transmitan, así, a los demás, mediante su ejemplo e
influencia, buenos principios de conducta en lugar de los principios, muy imperfectos,
93
que, por lo general, reinan en una sociedad de niños a los que se les deja libres para
apreciar por sí mismos el bien y el mal”. Para él, los alumnos de la Sixth Form (la clase
de los mayores), y más especialmente los proepostors y los monitors, es decir, los 15
primeros, que gozaban de poder, eran como “oficiales del ejército de tierra y de mar”,
y añadía: “Cuando confío en ellos, no aceptaría en Inglaterra ningún otro puesto en
lugar de éste; pero si no me apoyan, debo retirarme”. Uno pensaría oír al jefe de un
Estado constitucional hablando de sus ministros. La autoridad de los monitors ha
sufrido variaciones; se ha hecho mucho para contener los abusos del fagging, especie
de esclavitud que al principio se derivó de aquélla: hoy los mayores comprenden mejor
sus deberes y raramente abusan de su poder. “Su autoridad, me escribía hace poco un
profesor de Harrow, es francamente popular y nuestros muchachos se muestran
orgullosos de estar gobernados por los mayores en lugar de por nosotros”. Ocurría lo
mismo cuando tenían que cumplir ciertos servicios domésticos por los que recogían, al
pasar, un buen número de pescozones.
Hasta ahora sólo he hablado del punto de vista físico, material; está también el
aspecto intelectual y religioso. Junto a la libertad de ir y venir, existe asimismo la
libertad de pensar y la libertad de rezar. No quisiera tratar con detalle un asunto que
he dejado voluntariamente de lado; me limitaré a decir algunas palabras sobre las
principales particularidades concernientes a la instrucción y al método de enseñanza.
Éste no es, como en Francia, una escalera cuyos peldaños sube el alumno año a año;
94
para pasar de una clase a otra se necesita un cierto número de puntos, y los exámenes,
que se celebran dos o tres veces por curso, determinan y regulan ese paso, de suerte
que un chico inteligente y trabajador puede avanzar de forma más rápida que los
demás. Es lo contrario de esa concordancia lo que hace que entre nosotros no se
pueda adelantar en un punto, ni retrasarse en otro; no existe, por poner un ejemplo,
un programa especial de historia para el quinto año distinto al de sexto; la historia
forma un todo y chicos de edades diferentes pueden seguir el mismo curso.
Hoy, en casi todas partes los estudios están divididos de manera que predomine lo
clásico o lo científico; las clases son, más bien, conferencias; los deberes se ponen para
un período de tiempo que permita trabajarlos más y darles un sello personal; por
último, a los profesores les gusta informar a sus alumnos de los libros que están
obligados a leer y sobre los que han de formarse una opinión; la inteligencia es tratada
como el carácter, como el cuerpo, con respeto y seriedad.
Las debating Societies no son una de las menores particularidades de este sistema,
sino, como ustedes saben, asambleas en las que se siguen escrupulosamente las
costumbres parlamentarias y en las que se ejercitan en el uso de la palabra. Las hay a
todo lo largo del Reino Unido, incluso en las ciudades más pequeñas; las hay también
en las colonias, y el Sr. de Hubner cita un colegio hindú en el que encontró a los
estudiantes ocupados discutiendo bajo la dirección de sus maestros ingleses... ¿saben
ustedes de qué? ¡No lo adivinarían nunca!... ¡Si no era preferible para la India
sacudirse el yugo de Inglaterra! Hay que oír esas discusiones para hacerse una idea de
la libertad de opinión que allí se tolera. El mismo Arnold creó en Rugby un magasin,
una revista cuyos artículos estaban redactados por los alumnos del colegio y a veces
por estudiantes del último año que acababan de salir. Este ejemplo fue seguido en
todas partes; no hay un solo colegio que no tenga su fascículo semanal o bimensual.
¿Contemplan ustedes la posibilidad de que a nuestros retóricos se les admita publicar
sus elucubraciones en un periódico? Pues bien, allí la cosa resulta bien simple y, en
efecto, lo es. Muy pocas veces la censura tiene que intervenir. Semejante libertad de
opinión resultaría extraña en Francia porque produciría divergencias en las familias; allí
esas divergencias no turban para nada la paz del hogar; el padre más conservador no
se indignará si escucha a su hijo hacer, al salir de los bancos escolares, una profesión
95
de fe radical. “Mi hijo es home-ruler, me decía un irlandés: adora a Gladstone,
mientras que yo lo aborrezco”.
Junto a las opiniones políticas están las creencias religiosas, las cuales disfrutan,
asimismo, de esta gran tolerancia. Hay que decir que ello se debe principalmente a la
naturaleza del culto protestante, culto muy elástico que se acomoda a las más diversas
actitudes. No todos los niños hacen necesariamente la primera comunión o a un acto
equivalente; el ministro tiene, por lo tanto, que hacer una conquista, lo que Arnold
llamaba “una partida de ajedrez contra Satanás”. La enseñanza religiosa tiene lugar
todos los domingos en presencia de los alumnos, a los cuales se les exige al menos
atención y una actitud respetuosa; por lo general, los disidentes no manifiestan el
deseo de que sus hijos se abstengan de acudir, pero cuando lo hacen, se respeta
fielmente su voluntad. Los católicos no frecuentan estos colegios, y no porque vayan a
encontrar trabas para el ejercicio de su culto (únicamente en las pequeñas ciudades no
suele haber capilla católica) sino, sobre todo, porque temen la influencia del espíritu
protestante que reina a la fuerza allí.
III
96
Pero debo abstenerme de generalidades y acantonarme en el terreno
exclusivamente inglés que he elegido. Pues bien, desde mi punto de vista, nada puede
dar una idea mejor de lo que es el sentir general a este respecto que un pasaje
extraído de una novela que gozó de gran fama y en la que el mundo escolar está muy
bien descrito. Abro un paréntesis para citarla: he hecho el esfuerzo de traducirlo lo
más fielmente que he podido, pero la dificultad era extrema, pues el pensamiento del
autor apenas tiene equivalente en francés y temo que las palabras que emplea no
tengan en nosotros el eco suficiente. El capítulo se titula: Muscular Christianity, lo que
más o menos quiere decir: atletismo cristiano. “Durante las investigaciones que he
hecho, dice el autor, para informarme sobre el atletismo cristiano, su finalidad y los
medios de sus miembros, me he visto obligado a reconocer que, junto a esta sociedad,
existía otra cuyos miembros merecían únicamente el nombre de atletas, y que el punto
de contacto entre ambas es la estimación de que contar con cuerpos vigorosos y ágiles
resulta una gran ventaja. Pero unos no parecen caer en la cuenta de por qué tienen un
cuerpo y lo pasean de un extremo a otro del mundo al servicio de sus intereses o de la
satisfacción de sus caprichos, mientras que los otros han heredado la idea, procedente
de la antigua máxima de caballería, de que el cuerpo humano debe estar bien
ejercitado y desarrollado por su dueño para servir a la protección de los débiles, al
progreso de todas las causas justas y a la conquista del mundo”. Al dirigirse a su héroe,
el autor le increpa de esta forma concisa y significativa: “Joven, pertenece usted a un
ejército cuya contraseña es temer a Dios y hacer 400 kilómetros en 400 horas”.
Ésta es, sin duda, una asociación de ideas en la que el deporte está tratado con
honor porque se pone en el mismo rango que el temor a Dios. Poner unos puños
sólidos al servicio de Dios es condición para servirle bien; tener una salud vigorosa es
una necesidad para tener una existencia plena, pues se pierde tiempo estando
enfermo, y el tiempo es dinero. La recomendación evangélica de ofrecer la mejilla
izquierda cuando os han golpeado en la derecha, es cosa poco practicada y a menudo
sustituida por esta otra, que es la divisa del Reino Unido: “Si tú golpeas, yo golpeo”.
Éstas me parecen ser las ideas habituales sobre el cometido de la fuerza física y del
deporte en este mundo, y aunque estas máximas no estén siempre formuladas con
97
tanta claridad, dormitan en el fondo de la mente de todo buen inglés, que sabe
encontrarlas cuando las necesita. Volvamos a la educación.
Thomas Arnold, al que pido permiso para hacerle entrar de nuevo en escena, se
planteó la pregunta siguiente: “¿Cabe apresurar la transformación por la cual un niño
se convierte en hombre sin correr por ello el riesgo de aplastar sus facultades físicas y
mentales?” Percibía claramente que todo muchacho debe pasar por una época crítica,
y estaba convencido de que las public schools tienen la ventaja de adelantar ese
momento. Para él no hay nada peor que el hecho de que el espíritu tomase la
delantera al cuerpo. Cuando se desarrolla, la inteligencia debe encontrar una amplia
envoltura que tenga la fuerza de contenerla y de resistir a su expansión; es necesario
que el niño siga siendo niño aún cuando tenga un cuerpo de hombre; en una palabra,
hay que darse prisa en hacer moral y físicamente un hombre de ese niño que tiene
bajos instintos y pasiones cuyo asalto padecerá, hay que dotarle de músculos y de una
voluntad prematuros, lo que Arnold llamaba: “trae manliness”; iniciativa, osadía,
decisión, el hábito de contar consigo mismo y de ser responsable cuando uno cae…,
cualidades que no se recuperan y cuyo cultivo desde la infancia importa mucho más
que el esfuerzo por meter en unas jóvenes molleras nociones científicas que
desaparecerán muy pronto, precisamente porque se han metido demasiado
temprano.
98
ocurre así, esos inconvenientes son, por el contrario, menos frecuentes y si su alcance
resulta menor, ello se debe a una poderosa causa general que conviene conocer, y
cabe comprobar un hecho: la práctica, ya larga, del actual sistema educativo sólo ha
dado buenos resultados: las publics schools han poblado las universidades de Oxford y
Cambridge de jóvenes cuyas virtudes son celebradas por M. Taine, lo cual no deja de
ser una prueba en su favor; pero la prueba principal consiste en el testimonio que dan
personas cuya posición en el colegio y una larga experiencia les ponen en situación de
apreciar mejor que nadie la moralidad de los alumnos. Pues bien, todos a los que he
preguntado sobre este asunto han sido unánimes en su respuesta; se felicitan por el
estado de las costumbres y declaran en voz alta que la causa es el deporte, cuya
función consiste en apaciguar los sentidos y en adormecer la imaginación, en cortar de
raíz la corrupción dejándola aislada e impidiendo su desarrollo, en armar, en definitiva,
a la naturaleza para la lucha.
Al igual que los cuerpos, las mentes están permanentemente ocupadas por una
pasión que las arrastra y las subyuga, lo cual, como ya he dicho, se fomenta todo lo
posible. Los ingleses creen en la necesidad del entusiasmo a esa edad, pero también
piensan que no es fácil, y ni siquiera bueno, conducir a los niños a que se entusiasmen
por Alejandro o por César; necesitan algo más vivo, más real. La arena olímpica sigue
siendo lo que mejor y más naturalmente excita su imaginación, y persiguen gustosos
unas distinciones en las que ven a unos hombres hechos y derechos mostrarse
orgullosos por aspirar a ellas. ¿Perjudica todo esto al trabajo no sólo por el tiempo que
hay que dedicarles, sino también por la preocupación, la atención continua que exige
el carácter de torneo que se da a los juegos? Se ha dicho que la vida del pensador y la
del atleta eran totalmente opuestas entre sí. En lo que a mí respecta, con frecuencia
he podido observar que los primeros en los ejercicios físicos lo eran también en los
estudios; la preponderancia en un aspecto fomenta el deseo de serlo en todos; no hay
nada mejor para vencer que el hábito de victoria. Y luego, finalmente, si eso fuera así,
tanto peor para ustedes, dirán muchos ingleses que estiman que cabe rehacerse
intelectualmente, mientras que no cabe hacerlo moralmente, y que, en consecuencia,
la instrucción debe dar paso a la moral. No es éste el parecer de ciertos “modernos”
que reclaman la elevación del nivel de estudios en perjuicio del deporte.
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Para terminar con el asunto de su influencia sobre la moral, el deporte tiene
también como efecto exaltar el valor: hay que darse claramente cuenta de que los
jóvenes no se quedan siempre en esa benéfica y deliciosa fatiga que gustan los
dilettanti del oficio, sino que hay entrenamientos penosos, sufrimientos reales,
peligros afrontados incluso con despreocupación y sangre fría; se trata de una
competición de energías y de una competición constante. No hay nada que temple tan
intensamente las almas; incluso quizá demasiado, porque la energía puede a veces
degenerar en dureza y brutalidad: es el reverso de la medalla.
El presidente de un club tiene como misión regular los partidos y ocuparse de los
brindis; el secretario convoca y el tesorero rinde cuentas a la asamblea general… todo
un embrión de sociedad. No sólo ha de renovarse el material de los juegos y ocuparse
de su mantenimiento, sino que se construyen elegantes edificios con un salón y un
vestuario; todo ello se toma muy en serio, y la manera en que funcionan estas
asociaciones denota en los organizadores un sentido común y una razón de los que
nuestros colegiales no serían capaces. La revista del colegio, publicada por los
alumnos, contiene todas las informaciones deportivas y los pormenores de los
gloriosos combates librados contra los representantes de centros rivales.
IV
100
En primer lugar hay que señalar la ausencia de reacción –todos ustedes han podido
observar muchas veces la explosión exuberante que se produce entre nosotros, los
franceses, a la salida del colegio; diríase la salida de una cárcel, y los fugados que no se
dirigen inmediatamente a las escuelas del gobierno se apresuran a dejar los libros de
lado para saborear mejor la dicha de la libertad; mientras mayor es la obligación,
mayor es también la camaradería… por fin se respira. Cómo se embriagan con esas
bocanadas de aire puro y, exceptuando a los que caen, cuántos buenos alumnos en los
que se habían fundado tantas esperanzas se duermen en un dolce farniente del que
nada puede sacarles: son fracasados, personas inútiles. Si algunos vuelven después a
los libros, ello es tras un intervalo más o menos largo que implica mucho tiempo
perdido y muchas cosas olvidadas.
Todo esto, Señores, es tan cierto que os apresuráis a empujar a vuestros hijos a que
hagan alguna carrera. Y si os responden: “haré una a mi medida”, os quedáis
preocupados porque teméis su reacción. No creéis en las carreras que uno se hace a
medida porque en Francia la buena voluntad se queda en el camino, falta de recursos.
Pero en Inglaterra eso es lo habitual. El ejército, la marina, la diplomacia, la
magistratura sólo escogen a un pequeño número, y además de jóvenes educados en
las publics schools: los demás que salen de la escuela y que abandonan con lágrimas,
trabajan cada vez más; la época del deporte a ultranza, los buenos tiempos han
terminado: ahora es el momento del esfuerzo continuo; hay que llegar. Algunos
buscan durante mucho tiempo su camino y terminan por encontrarlo. Y luego están las
colonias, esa carrera de expatriación que tan bien se ajusta a los ingleses, los cuales,
allá donde van, llevan consigo su old England. Cuando se es squatter en Nueva
Zelanda, o colono en América, se está muy contento de haber recibido en el colegio
una educación física y moral tan fuerte; los músculos y el carácter son entonces
objetos de primera necesidad. Ahora bien, si la causa principal de nuestra incapacidad
colonizadora reside en nuestro lamentable régimen sucesorio, me parece que la
educación desempeña en todo ello un cometido relevante.
El joven inglés que sale de la escuela goza habitualmente de mucho sentido común;
está familiarizado con las grandes leyes sociales de este mundo, cuyo compendio, cuya
miniatura en cierto modo ha visto a su alrededor, y las teorías resbalan sobre él sin
101
alcanzarle: es dueño de sí mismo, dispone de un buen método para aprender lo que
aún no sabe, y tiene en el alma mucha frescura e ingenuidad. Como contrapartida, su
sentido práctico le confina con frecuencia en el egoísmo, pero este defecto es más
achacable a la raza que a la educación, con la salvedad de que el tipo de individuo que
en este momento esbozo hace referencia a una persona de élite. Si conocéis a los
ingleses sabéis que la vida es difícilmente soportable para el tímido, el débil, el
indolente: en el atropello de la existencia, éstos son rechazados, derribados,
pisoteados; se les aparta, no son más que un estorbo. En ninguna parte la selección es
tan despiadada. Hay dos razas distintas: la de los hombres de mirada franca, de
músculos fuertes, de paso firme, y la de los enfermizos de figura resignada y humilde,
de aspecto vencido. ¡Pues bien!, al igual que en el mundo, en los colegios los débiles
son apartados: los beneficios de esta educación sólo se aplican a los fuertes.
Cabe hacer otro reproche: la educación inglesa es muy cara. El Sr. Taine estima el
gasto medio de un escolar en 5.000 francos, lo cual es exagerado. El gasto obligatorio
en Harrow es de 3.500 francos, y hay que contar con 500 francos más el primer años.
Rugby es menos caro (alrededor de 15 libras menos). Los colegios pertenecientes a
congregaciones no llegan a estas cifras. Calculando ampliamente, los jesuítas de
Beaumont apenas llegan a 2.500, lo que empieza a acercarse a nuestras cifras y,
francamente, la diferencia entre ambos sistemas vale, sin duda, la pena. Por otra
parte, la comparación sólo puede ser justa en la medida en que se mencione la
duración de la estancia en los dos casos, y en las publics schools se está 2, 3 años,
4como máximo.
Y para los ingleses eso ya es mucho. En efecto, no hay que perder de vista que allí la
escuela es sólo un remedio; si pudiesen prescindir de ella lo harían sin dudar, y no la
toleran sino con largas vacaciones que permiten que los niños vayan a sus casas en
Navidad, en Pascua y en verano, de forma que se empapen de la vida de familia.
Tienen, como bien sabéis, el culto del home: ese hogar, del que en apariencia se
separan tan fácilmente porque saben que es la ley de este mundo, lo consideran la
mejor escuela a la que cabe asistir. Los hijos lo abandonan lo más tarde posible y
vuelven a él periódicamente; mientras su educación no ha terminado, ¿dónde podrían
estar mejor?
102
Hay en todo esto un buen número de principios que está en claro desacuerdo con
los nuestros. Abrid cualquiera de nuestros tratados educativos y en ellos veréis que los
niños, mientras más crecen, más deben trabajar; que el único medio de preservar en el
colegio su inocencia es no perderles nunca de vista y poner en práctica la famosa
máxima: nunquam duo – raro unus – semper tres; que el reglamento debe parecerse a
una señal de ferrocarril; que todo debe estar previsto sin que haya lugar para la menor
indecisión; que las cartas deben ser siempre abiertas y las más de las veces leídas antes
de dárselas a los alumnos, los cuales tampoco pueden escribir libremente su
correspondencia. Buscad uno solo de nuestros colegios en el que los censores, los
directores, los jefes de estudio, etc., no se hayan multiplicado, en el que no se
necesiten en todo momento permisos por escrito para hacer la menor cosa. Y luego
echad una ojeada a un país vecino, tan cristiano y civilizado como el nuestro: en él, los
niños, mientras más crecen, más juegan. No sólo se les deja mucho tiempo solos, sino
que se considera que ello es necesario para su formación física y moral; tienen como
principio de orden esta fórmula: el menor reglamento posible; no se inspecciona sus
cartas y se les deja abonarse a periódicos ilustrados y a revistas; se considera la
soledad como algo indispensable y todo funciona con algunos maestros que enseñan y
dirigen a la vez. ¿Existe un contraste parecido? ¿Cabe imaginar nada más disímil?
No hay filas, ni campana, ni notas, ni estudios fijos, poco silencio… ¡y ningún lujo! Si
sus hijos, señores, me oyesen enunciar este programa negativo, lo aplaudirían
entusiasmados y os rogarían encarecidamente que les hicieseis cruzar el estrecho.
Estoy, sin embargo, convencido de que su entusiasmo desaparecería rápidamente; se
encontrarían abandonados y notarían un vacío a su alrededor; esa permanente
responsabilidad les parecería una carga demasiado pesada, y para soportarla
necesitarían desplegar una energía dos veces superior a la de sus condiscípulos. En
algunas ocasiones, las publics schools han admitido a alumnos franceses cuyo temple
de carácter les hacía susceptibles de recibir sus beneficios. Salieron de ellas sin haber
perdido ninguna de las incomparables cualidades que constituyen el patrimonio de su
raza, habiendo tomado de los ingleses las cualidades de iniciativa, decisión, audacia y
sentido común que les envidiamos; no les faltó ánimo después para alcanzar, mediante
103
un trabajo asiduo, a sus antiguos compañeros, más adelantados en cuestión de
estudios.
La Réforme Sociale,
(La Reforma Social)
7è année, 2ª série, tome III, 1er juin 1887,
pp. 633-648.
Señores:
104
Ni soy capaz de dejar de reconocer el inmenso honor que me hacéis al admitir que
ocupe esta tarde una tribuna ya ilustrada por tantos oradores distinguidos, ni tampoco
puede ocultárseme cuán apropiado es para este auditorio el tema que voy a tratar.
Elllo me hace confiar en vuestra indulgencia.
Se trata de un saber, uno de los más útiles y, con toda seguridad, de los más
excelsos, puesto que su objetivo consiste en hacer hombres. Por otra parte y en lo que
respecta a nuestro país, esta ciencia acaba de dar, sin duda, un paso adelante. Sin
embargo, hay quienes no están lejos de pensar que ha retrocedido. Voy a intentar
probaros lo contrario. En cualquier caso, habéis constituido una Asociación para
estudiar el movimiento de las ciencias, y todo lo que es nuevo –o se renueva, si es
cierto que no hay nada nuevo a nuestro alrededor- os interesa y os afecta. Con esta
intención he escogido un título amplio y en apariencia algo pretencioso. No he venido
a hablaros sólo de los juegos escolares, de los que tanto se habla desde hace seis
meses, sino de todo el sistema pedagógico del que éstos no son sino el prólogo, de
todo ese conjunto de preceptos y máximas que constituyen la educación atlética.
Cuantos se ocupan de la cuestión educativa han leído las obras en las que el
eminente obispo Monseñor Dupanloup sintetizó las reflexiones que su experiencia
sobre la formación de la juventud le fue sugiriendo. “Cuando, después de largos
estudios y de una laboriosa experiencia, escribe el autor en la cabecera de su primer
capítulo, me pregunté de forma más profunda cuáles eran los dos elementos
fundamentales de la educación, concluí que la autoridad y el respeto”. Entre las
últimas obras que han llegado a las bibliotecas inglesas se encuentra un pequeño libro
escrito por el Doctor Thring, quien durante muchos años fuera director de la escuela
de Uppingham, y fallecido recientemente rodeado de la admiración de sus
conciudadanos, el cual define la educación como “una tarea de observación, de trabajo
y de amor”. En primera instancia no hay ninguna incompatibilidad entre estas dos
definiciones: ambas se complementan entre sí. La observación, el trabajo y el amor son
105
los tres elementos que hacen a un maestro; la autoridad y el respeto son los efectos
que se producen en el discípulo. Pero, en realidad, Monseñor Dupanloup y el Doctor
Thring formulan dos sistemas tan opuestos, incluso diría tan enemigos, como quepa
concebir.
106
señores, y cuánta observación son constantemente necesarios para alcanzar este
resultado! Y si además reparáis en lo que puede haber de apasionante en esta caza de
almas, en esta persecución de una presa inmaterial que a menudo se esconde,
entonces comprenderéis porqué uno de los más ilustres maestros ingleses de la
actualidad ha podido definir su tarea como una obra de observación, de trabajo y de
amor.
Observemos, de pasada, una singular paradoja. Desde hace mucho tiempo los
castigos corporales han desaparecido en nuestros colegios, pero todavía existen,
aunque muy debilitados, en los colegios ingleses y, sin embargo, yo acuso aquí de
autoritarismo a los franceses. La cuestión de los castigos (corporales o de otro tipo) es
algo accesorio, y la paradoja sólo es superficial. En Francia no flagelamos la carne, sino
el espíritu, y lo hacemos hasta domarlo… Sangra por dentro. Al igual que el cuerpo, el
espíritu se ve obligado a llevar un uniforme, mientras que, en el caso de nuestros
vecinos, ambos visten a su guisa; poco importa el matiz si el tejido es de buena calidad
y el corte está bien hecho.
107
maestros y alumnos arrastran una existencia irresistiblemente miserable. Entre estos
últimos, algunos parecen a veces resignarse y tomar partido; se les ve entonces
zambullirse en el estudio; los libros son sus compañeros; una pasión precoz por la
ciencia, la ambición o una energía natural les empujan por este camino. Entonces
ocurre lo siguiente: los maestros, al encontrar por fin algún sujeto interesante en esa
anodina uniformidad escolar, se dedican a él y le dan muestras de benevolencia;
inmediatamente sus compañeros se separan de él y le miran con desconfianza: la masa
no puede admitir que uno se pase al enemigo, ¡y el maestro lo es!
Por lo tanto, los que trabajan, los que son aplicados y se dirigen a él pierden la
simpatía de sus compañeros y son mal mirados, les chinchan, se meten con ellos, y
aquéllos se consuelan redoblando el esfuerzo intelectual y haciendo brillantes
proyectos de futuro. Pero si en la escuela hay algún joven holgazán de sólidos puños,
de palabra acerba y de audacia impropia, se convierte en un ideal, en un modelo y en
un héroe. Le rodean en su atrincheramiento, aplauden su rebelión, y si tuvieran un
escudo lo utilizarían para llevarle triunfalmente por el patio. Y sin embargo, nadie le
aprecia. Ni uno solo de los pequeños que forman su cortejo le confiaría un secreto, ni
le hablaría sinceramente, ni le pediría consejo sobre un asunto honrado y delicado, y
108
nadie querría tenerlo a su lado en caso de peligro o de enfermedad: ven en él al
campeón de la independencia, la encarnación de todos los deseos, de todos los odios,
¡la revancha! ¡Extraña educación la que produce semejantes efectos!
Así pues, el código secreto al que obedecen los colegiales está totalmente
concebido para luchar contra el maestro, y los medios a los que cabe recurrir son
múltiples. Hay uno, sobre todo, que no se practica sin peligro, porque, al igual que la
morfina, se desliza por las venas y envenena la sangre: la mentira. Ustedes saben tan
bien como yo que cuando un niño ha cogido la costumbre de defenderse de sus padres
o de maestros mintiendo, algo queda siempre. La sinceridad sólo vuelve parcialmente
tras muchos esfuerzos, y nunca es del todo franca. Pues bien, compruebo con pena,
pero también con certeza, que en nuestros colegios franceses se miente
espantosamente, y que muchos maestros no dan a esto, lo cual es aún más
incomprensible, sino una importancia muy secundaria: una narración bien compuesta,
un problema bien resuelto enmascaran el valor de una conciencia recta.
109
parte, el mal no ha sido diagnosticado ayer. Quisiera poder leerles un informe del Sr.
Sainte-Clair Deville, fechado hace veinte años, el cual llama la atención sobre este
grave asunto a la Academia de ciencias morales y políticas; en él el autor describe el
eterno peligro de las grandes aglomeraciones de niños, lo explica científicamente,
habla de las precauciones que hay que tomar para expulsar la gangrena y dice que es
necesario cortar, podar y cauterizar constantemente. Pero no se ha querido
profundizar con él en esta cuestión porque es espantosa y porque se presiente la
condena sin paliativos de nuestro sistema. Sin embargo, ¿qué ventajas hay en retrasar
la solución de un problema que se impone y que no cabe eludir? Mejor sería abordarlo
con decisión. Hay quienes reconocen, con aspecto inspirado, que, verdaderamente,
“habría que hacer algo en este orden de ideas”; otros, con aspecto resuelto, declaran
que el mal no es tan grave como se dice. Entonces, ¿por qué esta vigilancia inquieta e
incesante? ¿Por qué se intenta no perder de vista a los alumnos ni un solo momento si
el único peligro es que hagan muecas a los profesores cuando les dan la espalda? ¡Ah!
¡Que no! Todos los maestros conocen bien el verdadero peligro y por ello vigilan. Su
preocupación a este respecto se traduce en el celoso cuidado con el que persiguen y
rompen las amistades nacientes. La amistad de dos muchachos es algo proscrito en el
colegio: no hay ninguna duda de que una amistad sana es uno de los mayores medios
de educación que existe; y si algunos lo dudan, ello no cambia su manera de actuar
porque están aterrorizados por su responsabilidad y porque temen un peligro ante el
que se sienten desarmados al no disponer sino del más débil y del peor de los medios
para defenderse, la vigilancia.
47
Literalmente, “la noce”. “Faire la noce” tiene la acepción de irse de jarana. (N. del T.)
110
de indulgencia, y no porque haya que carecer de ella respecto de faltas aisladas que se
excusan tanto más cuanto que se producen a cierta edad y en unas circunstancias en
las que la tentación resulta casi irresistible; pero es profundamente vergonzoso ver
cómo esas faltas se erigen en actos brillantes y oír a quienes las cometen contarlas con
una satisfacción orgullosa y no disimulada. Lo que en Francia llamamos “irse de
jarana”, no es sólo cumplir actos censurables, sino, sobre todo, jactarse de ellos. Y
mientras esperan poder llevar a cabo, a su vez, ese programa, vuestros hijos, Señores,
tienen conversaciones obscenas; sus pensamientos se dirigen hacia objetos malsanos,
y un cierto número de ellos son presa de vicios abyectos…
Otra cosa es volver a él momentáneamente, que resulte grato ver de nuevo sus
muros sombríos, sus lúgubres corredores, sus patios sofocantes; ello es un sentimiento
muy humano. Las personas conservan el recuerdo del sufrimiento con más avidez que
el de la alegría, y los que lo han compartido permanecen en mayor o menor medida
siendo amigos. Formad una asociación de antiguos reclusos liberados y permitidles dar
un banquete anual en plena cárcel; vendrán de todas partes. Además, la distancia
engaña mucho. Contemplad desde lo alto de una montaña un paisaje lleno de
barrancos, cortado por las hondonadas que acabáis de atravesar. El suelo parece
uniforme; barrancos y hondonadas no son ya visibles. Ocurre lo mismo cuando los
malos momentos en la vida de un niño no han sido muchos, de manera que la
111
impresión se borra paulatinamente. La juventud, una vez pasada, contribuye a atenuar
la amargura; se la añora tan intensamente que ningún dolor puede competir con sus
encantos, y éstos hacen que se olvide el resto. Para nosotros, franceses, queda un
último paliativo. Tal como existe, el internado no es una novedad en Francia. Muy al
contrario, se ha mejorado algo en los últimos años; de aquí que se beneficie del
respeto que nosotros, un pueblo cambiante, tenemos por las cosas inmóviles. Los
niños van al colegio porque sus padres hicieron lo mismo; hay que pasar por ello… y al
mantener ese discurso ante vuestros herederos, no dejan ustedes de notar un
sentimiento indefinible de orgullo; os sentís casi contentos por haber llevado un yugo
tan pesado y estar aún de pie. En fin, no importa. Vuelvo a lo que decía hace unos
instantes; muchos ciudadanos maldicen su debilidad de carácter, su pesimismo y su
reumatismo, y si descubriesen que la educación es la responsable de ello, al instante se
harían con hachas para demoler esa segunda Bastilla. Pero lo descubrirán y la
demolerán. La prudencia nos ordena, por lo tanto, preparar algún recambio.
II
112
de esos soberbios establecimientos antiguos, de majestuoso aspecto, sitos en el
campo y rodeados de verdor y de espacios libres. ¿Es preciso, sin embargo, decir que
los hay en las ciudades, en pleno Londres, y que tanto en un sitio como en otro, entre
la niebla de la gran metrópolis, sin verdor ni amplios espacios, los niños parecen
felices? Ya sean grandes o pequeñas, ricas o pobres, aristocráticas o democráticas, las
escuelas son siempre las mismas; en todas partes reina la felicidad y la confianza. No
hay nada de militar, ni de autoritario, sino algo indefinible que le deja a uno perplejo y
envidioso. Esta es la primera impresión… Y entonces uno se topa con esa prodigiosa e
incomprensible acción que ejerce el deporte. Los juegos atléticos –como se les llama
allí- parecen al principio no tener otra función que divertir a los niños fortaleciéndoles.
Garantizar la alegría y la salud dentro del colegio es ya una inmensa ventaja. Pero hay
además otra cosa: si se quiere estudiar las causas de esa jerarquía social tan
extraordinaria entre niños, descubriréis que el deporte la ha hecho posible
proporcionándoles la materia para entusiasmarse que les falta a los maestros; si
queréis saber cuál es el poderoso contrapeso a esa libertad tan completa y tan
llamativa, comprobaréis que el deporte previene su abuso, y si queréis profundizar en
la cuestión de la moralidad que, según vosotros, semejante régimen debiera poner en
peligro, os daréis cuenta de que el deporte es en este punto el gran moralizador.
Estos resultados son tan considerables que uno tarda en admitirlos. La acción física
es evidente y muy natural; la acción social requiere numerosas observaciones e
investigaciones pormenorizadas; pero la acción moral es muy difícil de captar. Lo que
aún complica más el estudio es la enojosa costumbre de los colegios ingleses de
denigrarse entre sí. En Winchester os dicen pestes de Eton. Venías de allí totalmente
maravillado; te apresuras a volver con la esperanza de encontrar por fin esas famosas
irregularidades, que no existen. Os aconsejan que las busquéis en Harrow, donde
tampoco están; dais, así, varias veces la vuelta a Inglaterra, lo que os da ocasión para
observar también un hecho importante: los alumnos más activos en los juegos son
también los más instruidos y los más adelantados. Preguntáis por el capitán de los
remeros: es el mismo que acaban de presentaros como presidente de la Sociedad
Literaria. En un reciente libro, Paul Bourget ha expresado esto con gran elocuencia: “¡Si
113
supieseis, dice, cuán fecundo en esplendores viriles es el matrimonio de los ejercicios
físicos violentos y la cultura intelectual!”
III
114
la postura no cuentan, que se dedican a un tipo de ejercicio y lo practican durante toda
su vida con entusiasmo. Pero no deja de ser curioso, esas personas sean en su mayor
parte seres ocupados, trabajadores; entre los perezosos a los que la fortuna dispensa,
o a los que su nobleza impide trabajar, apenas hay otra cosa que imitadores.
¿Habéis visto, en el bosque de Bolonia, dos grupos de jóvenes, uno de los cuales se
dedica al tiro de pichón y a patinar, cuando llega el invierno, en un espacio bastante
reducido, mientras que el otro se dedica a correr, como lo hacían aquellos atletas de la
Antigüedad de los que Grecia estaba tan orgullosa? No necesito deciros cuál hace
deporte y cuál no. ¿Habéis visto pasar por nuestros ríos a esos raros equipos de
remeros entrenándose para una regata? ¿Habéis reparado en su obediencia pasiva al
capitán que han elegido? ¿Habéis admirado su lucha contra el cansancio y la expresión
de audacia que expresan sus rasgos contraídos por el esfuerzo? Si habéis observado
todo esto, habréis comprendido que en ello hay un gozo, acre, sin duda, cuyos deleites
no cabe gustar de entrada, pero que resulta muy superior a todos los que aportan los
placeres débiles, los recreos insulsos, los ejercicios que no cansan. Así entendido, el
deporte lleva directamente a ese ideal humano que consiste en el triunfo de la
voluntad. Esto es lo que le hace grande, filosófico, lo que nos lleva a esas doctrinas
estoicas en las que la posteridad ha encontrado muchos errores y exageraciones, pero
cuyo noble carácter y cuya pureza nunca ha discutido. El Manual de Epicteto es,
Señores, un manual de deporte; los Pensamientos de Marco Aurelio son los de un
deportista, es decir, los de un luchador. No niego que el combate moral es
independiente del físico. Algunos seres privilegiados no han necesitado el segundo
para triunfar en el primero, pero son una excepción; hay que estar, en efecto, dotado
de cualidades excepcionales para que la voluntad actúe directamente sin que antes
intervenga la envoltura que la contiene, mientras que el fortalecimiento de la una por
el otro está al alcance de cualquiera.
El deporte se define, así, por sus resultados: el esfuerzo libre, la lucha, la capacidad
de sufrimiento, la cultura muscular del cuerpo y del carácter. No dejaría de
reprocharme terminar sin hablar sobre su acción en la inteligencia, y ello tanto más
cuanto que esa acción, según dicen muchos, es nefasta. También aquí se produce una
confusión entre el deporte propiamente dicho y los ejercicios que habitualmente se
115
incluyen bajo esta denominación. Ya he dicho que no necesitaban de ningún esfuerzo;
son entretenidos y eso es todo. Por consiguiente, desde el punto de vista intelectual,
conllevan un efecto de debilitamiento; adormecen el pensamiento, dan materia para
conversaciones insignificantes, y si a ello se añade que quienes los practican son, por lo
general, gente ociosa y engominada, se comprende que se les juzgue
desfavorablemente. Muy distintos son los efectos de esos ejercicios en los que el
esfuerzo desempeña un cometido preponderante, en los que a veces hay que tomar
decisiones rápidas e incluso correr peligros y compromisos, que necesitan tanta viveza
en la reflexión cuanto sangre fría en su ejecución. Para comprender bien la diferencia,
os pediría que no consideraseis sólo al adolescente, sino también al niño y al hombre
adulto. Esos pequeños audaces que escalan paredes y vadean arroyos, ¿no hacen
deporte a su manera? La caída o el baño forzoso que les amenazan no son para ellos
sino un atractivo más; con frecuencia sus mayores llevan a cabo una alta acción del
mismo tipo, o realizan hasta el final un esfuerzo violento porque hay alguien al que
quieren demostrar su fuerza, mientras que los niños no se preocupan de si les miran:
gozan con un placer extremo venciendo una dificultad natural, y mientras más grande
es el obstáculo, mayor es también su satisfacción por haberlo logrado. Es algo parecido
al sentimiento que guía, en el otro extremo de la escala, a los salvadores, los
exploradores, los misioneros, a todos aquellos que, habiendo partido de muy bajo,
llegan muy alto, a todos los que aprecian el asalto, la refriega, el cuerpo a cuerpo. La
apuesta es humana o divina; el móvil material o moral, según se trate de gloria o de
dinero, ¡qué más da! Todo ello es deporte. Decidme si esos deportistas no son
inteligentes.
116
moderado y bien entendido puede producir excelentes mejoras. En resumen, no es
necesario ser muy fuerte para aficionarse a la lucha, y el niño se deja dirigir con
bastante facilidad por esta vía si no se hace bruscamente, si se le deja proceder con
suavidad y si se le anima. Por lo demás, como interviene el amor propio, se ejercita a
escondidas para ponerse al nivel de sus camaradas más ágiles o más hábiles que él, y
no para hasta haberlos alcanzado. Otras muchas consideraciones secundarias operan
en la misma dirección: el soldado está orgulloso de su uniforme, y el deseo de llevar un
sable o una charretera es algo tan común que resulta vano insistir en ello. No hay nada
asombroso en que los jerseys y la franela blanca exciten la emulación de los niños, los
cuales, una vez que han vestido esos uniformes, son como los soldados y quieren
honrarlos… Desde el pequeño bribón que trepa a un árbol, hasta el ciudadano que
salva a alguien arriesgando su vida, hay una serie de esfuerzos graduales
proporcionados a los medios de cada uno; esta elasticidad del deporte es lo que hace
que convenga a todos.
La segunda objeción tiene más importancia. Es muy cierto que la práctica de los
ejercicios atléticos no funciona sin la intervención moral del educador. La pura y simple
introducción del atletismo en uno de nuestros liceos daría como resultado la
multiplicación de las bromas y de los malos tratos. Dar poder para prohibir después su
uso es cometer una burda falta; es absolutamente preciso encontrar una salida, y aquí
interviene el maestro, que confía al joven una misión importante, y éste se hace de
inmediato una idea más elevada de su propia dignidad. De ser alguien protegido, pasa
a ser un protector, y ello le realza ante sus propios ojos. Helo aquí desarmado: podrá
emplear su fuerza desconsideradamente, pero será, al menos, por una causa justa. Por
otra parte, tampoco se expondrá fácilmente a perder una confianza a la que concede
tanto valor, y no se cansará pronto del placer de ser tratado como un hombre. Sus
puños están en lo sucesivo al servicio de la autoridad y de un orden bueno: apoya al
gobierno porque ya forma parte de él, y la palabra orden, al convertirse en “suavidad y
calma”, aporta al cumplimiento de su tarea tanta suavidad y calma como cabe. Debo
contentarme sólo con rozar un tema que requeriría un largo desarrollo. Os expongo
tan sólo la carcasa del sistema, pero podéis apreciar claramente cuál es el cometido
del maestro, qué tacto, qué habilidad y qué delicadeza exige, y qué dosis de trabajo, de
117
observación y de amor requiere. Cualquier acto excesivamente autoritario por su parte
comprometería las cosas y desorientaría a sus jóvenes lugartenientes, llenos de buena
voluntad, pero también de inexperiencia…
Hay otra objeción que ha sido puesta de relieve más de una vez: se ha dicho que la
educación atlética no era aplicable a la raza francesa. Me niego a discutir semejante
asunto, porque para ello habría que admitir de entrada la inferioridad de nuestra raza,
y ello no desde un punto de vista concreto, sino desde el punto de vista general del
carácter y de la voluntad. Habría que decir que no somos capaces sino de resignación,
ni aptos mas que para convertirnos en administrados; que el atrevimiento, la energía y
la iniciativa no pueden desarrollarse en nosotros. Me asombra que haya franceses que
puedan pensar así y me indigna que se atrevan a decirlo.
IV
118
No sólo hay que preocuparse por quitar los obstáculos y romper las barreras que el
antiguo sistema opone al nuevo, sino también por dignificar la situación de profesores
y educadores. Su situación es absolutamente indigna de la gloriosa tarea que tienen
que cumplir. No hay cometido más noble que el de formar hombres, ciudadanos, y
creo que la fuerza moral de una nación se mide por el respeto con el que rodea a los
maestros de la juventud. Es preciso, por lo tanto, emancipar en Francia a los maestros
al mismo tiempo que a los alumnos, pues unos y otros soportan estrechas obligaciones
impuestas. ¿Quién admitirá que un director bien elegido, persona recomendable por
sus virtudes y su ciencia, no sepa mucho más sobre el gobierno de su liceo que el
rector al que obedece, y que no pueda saberlo todo, conocerlo todo, preverlo todo?
¿O que el ministro de turno se de la extraña satisfacción de que toda Francia haga el
mismo ejercicio en el mismo momento? El hombre que se jactaba de esta bonita
hazaña no hacía en suma otra cosa que llevar al extremo un principio pernicioso, y
quizá penséis que no menos nociva sería una organización que confiere a los directores
un poder absoluto sobre el personal, en lo cual estoy completamente de acuerdo.
Pero, una vez más, tampoco se trata de esto. De la misma manera que el profesor
conoce mejor su liceo que el rector, también conoce mejor su clase que el director.
¿Por qué no ponen su firma sobre el ser que contribuyen a formar todos los que
participan en esa magnífica obra? ¿Por qué no ha de contribuir también a ello el
gobierno de la escuela? ¿Por qué la autoridad del jefe no habría de participar con sus
consejos e inspirar con sus ideas? Y además, ¿qué cosa más natural que convocar a
verdaderos concilios pedagógicos a los gerentes y directores escolares, ya sea en una o
en varias provincias, ya sea en toda Francia?
119
sino en el sentido de que las congregaciones religiosas constreñidas por el estrecho
círculo de una regla inmutable sufren precisamente del mismo mal que la Universidad:
la centralización.
120
¿Es usted uno de esos escépticos que no creen en la mejoría de las relaciones
internacionales, en la “pacificación” del género humano, y que acogen con un
levantamiento de hombros y con sonrisa despectiva las diversas declaraciones de los
miembros de la Liga de París? En tal caso le compadezco, porque esas declaraciones
son una fuente inagotable de continuas esperanzas para el futuro. Aunque algunos
hombres soñaron en el pasado, y todavía sueñan hoy, con la completa desaparición de
esa peste que no carece de cierta utilidad, la guerra, éstos son raros y sus sueños
inofensivos. No es ésa la finalidad perseguida por los eminentes ciudadanos que
trabajan afanosamente por la gran cuestión del arbitraje.
Entre los medios encontrados con el fin de extender en las costumbres el hábito del
arbitraje, hay uno que se refiere a la educación. El congreso de la Liga por la Paz ha
expresado recientemente el siguiente deseo: “Todos los Estados deben poner en
práctica en universidades, gimnasios, liceos, colegios… el método por el cual todas la
cuestiones y diferencias surgidas entre los alumnos se sometan regularmente a un
tribunal de arbitraje compuesto por alumnos libremente elegidos entre sus
compañeros”. Según parece, esta idea ha germinado ya en un Estado de la libre
América. Es una idea ingeniosa y conforme con un gran principio demasiadas veces
olvidado: el hombre sólo cambia en la infancia. Pese a todo, cabe hacer algunas
objeciones. En primer lugar, la aceptación del arbitraje debe ser voluntaria por parte
121
de los alumnos; si es obligatoria, nunca alcanzará su objetivo. Sin embargo, cabe temer
que sólo lo acepten aquéllos que tienen miedo a pegarse, de manera que el tribunal
puede convertirse en refugio de los “gallinas” y desacreditarse en poco tiempo.
Ahora bien, es bueno reparar en que la lucha cuerpo a cuerpo y los puñetazos –
sobre todo estos últimos- no resultan inútiles en los colegios. Los maestros no deben
autorizarlos nunca, pero si son hábiles, sabrán ignorarlos en ciertos casos. Esta forma
de pegarse nada tiene que ver con un armamento ruinoso, con metralletas y torpedos;
por el contrario, hace que la paz sea más duradera y sólida. Los ingleses llaman a los
guantes de boxeo “the beepers of the peace”, “los guardines de la paz”; ahora bien, si
se deja a los chicos practicar con guantes, ello es, aparentemente, con la idea
preconcebida de que se peguen de cuando en cuando sin ellos.
¿Dónde está el mal? ¡Oh! El mal no es mucho si se tiene cuidado. ¿Qué otro medio
hay para que se desarrolle el valor en el niño, para enseñarle el respeto a los demás,
para hacerle comprender la gran ley de “cada uno para sí mismo”, ley a la que es
caritativo y justo buscarle enmiendas, pero cuyo fondo no se podrá cambiar nunca?
Además, ¿tienen verdaderamente esas peleas de colegio una influencia tan grande en
la sociedad? ¿Apuntan verdaderamente a ideas belicosas? No lo creo. Repito que no es
la lucha lo que hay que eliminar, sino, más bien, el cortejo de locuras que acompaña a
la guerra moderna.
Mil veces más lamentables que los puñetazos de los jóvenes son los sablazos de los
hombres. Ahí sí sería inestimable que el arbitraje entrase en las costumbres. Y puesto
que nosotros no admitimos algo que resulta tan simple para nuestros vecinos, a saber,
que las injurias deben ser perseguidas por la ley y han de ser indemnizadas, ¿por qué
un tribunal de honor compuesto por hombres de reconocido valor no tendría derecho
a intervenir en los llamados asuntos de honor, a decidir a este respecto si la sangre es
necesaria? Y añadiré, aún a riesgo de parecer brutal, que cuando la sangre no es
necesaria, es infinitamente preferible el empleo de los puños. Pero, como ha señalado
el Dr. Lagrange, ¡cuantos hombres hay que “temen por su piel” y no temen por su vida!
122
resolución viril, de cualquier acción enérgica. El resultado consistirá en hacer hombres
contrarios a cualquier forma de arbitraje, o bien hombres afeminados. Pese a todo,
repito que el proyecto tiene la suficiente importancia como para que nos preocupemos
por darle continuidad.
Por otra parte, pienso que manifestaciones como las que se han producido en la
inauguración de la Sorbona son especialmente idóneas para propagar las ideas de Paz
y de Concordia universales. Estudiantes con insignias de su universidad y llevando en la
frente “los caracteres de las grandes razas humanas” vinieron de todas partes.
Estandartes enemigos estaban allí, codo con codo, inclinados ante la ciencia. Y en el
banquete de Meudon, en la espléndida alocución que dirigió a los huéspedes de
Francia, el Sr. Lavisse dijo estas hermosas palabras. “Allí donde los hombres quieran
vivir juntos bajo las mismas leyes, con los mismos sentimientos y las mismas pasiones,
su existencia colectiva es legítima, augusta, sagrada e inviolable. Vosotros, jóvenes,
formaréis la opinión del mañana. Al mundo que duda entre las antiguas ideas y las
nuevas, en el que los fenómenos de la antigua barbarie se codean en una extraña
experiencia con los maravillosos progresos de la civilización, dadle el siguiente dogma:
el mayor crimen contra la humanidad es matar a una nación o mutilarla”. Los oyentes
del Sr. Lavisse dieron este dogma al mundo a través de la Federación universal de
estudiantes que fundaron, y que no reposa en el principio utópico de la fusión de los
pueblos, sino en el principio infinitamente justo del respeto a las patrias. Se
mantendrán al corriente de sus respectivos trabajos, intercambiarán ideas y
123
descubrimientos, se reunirán para celebrar grandes aniversarios y creo que así
trabajarán de forma fructífera en la obra de la paz.
La Réforme Sociale
(La Reforma Social)
2e série, tome VII, 16 sept. 1889
pp. 3161-363.
124
2.4. Atletismo y gimnasia
Les doy las gracias por la cordial acogida que me han dispensado con sus aplausos;
no los interpreto como dirigidos a mi desconocida persona, sino a mi país, su república
hermana. El doctor Harris dijo que estarían interesados en lo que les tengo que decir.
No estoy de acuerdo con él, y creo firmemente que el resultado de mi osadía al
responder a la llamada será, más bien, el de darles una pobre impresión de cómo
nosotros, los franceses, hablamos inglés. También puede que ofrezca una impresión
injusta sobre la forma que tenemos de cumplir con nuestras obligaciones. Al estar
encargado por el gobierno francés de visitar las universidades y colegios de este país,
no sólo en relación a la cuestión de la educación física, sino en relación con otras
ramas, mi deber es presentar mi informe antes de hacer cualquier referencia pública
sobre la materia. Pero entiendo, en base a las indagaciones que he llevado a cabo, que
el ministro francés de Instrucción Pública no está hoy aquí, y confío en que serán lo
bastante amables como para no dejarle saber lo que he estado haciendo en Boston.
El otro día me preguntaron cómo era, según mi opinión, el sistema educativo
americano. Respondí que, en algunos aspectos, parecía un campo de batalla en el cual
luchaban las ideas británicas y alemanas. Aunque reconozco que, desde el punto de
vista físico, nada se puede decir en contra del sistema alemán, creo, por otro lado, que
desde el punto de vista moral y social, ningún sistema, si así puede ser llamado, está
por encima del sistema deportivo inglés, tal como lo entiende y explica el más
importante de los profesores modernos, Thomas Arnold, de Rugby. Son sus principios
aquellos sobre los que se fundó el año pasado la Asociación Francesa para la Reforma
Educativa. Desearía poder ofrecerles una relación detallada del trabajo que la
Asociación está llevando a cabo; se trata nada menos que de una reforma de la
educación secundaria. Hemos dejado a un lado la cuestión de la escuela primaria, que
nuestro gobierno ha resuelto últimamente, según creo, de la mejor manera. En estas
escuelas hace falta una clase sistemática de educación física, y los experimentos que se
125
han llevado a cabo en Francia han demostrado tener tanto éxito, que no existe motivo
por el cual debiéramos probar cualquier otra cosa. Ahora, los métodos alemanes
únicamente tienen que desarrollarse en todas nuestras escuelas primarias y
convertirse en la regla general. También hemos dejado a un lado la educación
superior, por la sencilla razón de que, si queremos tener hombres bien entrenados que
disfruten con los juegos y deportes varoniles, la forma mejor y más rápida de hacer
realidad ese deseo, es entrenar a los chicos que han de convertirse en hombres, y
desarrollar en ellos una fuerte atracción hacia los juegos varoniles.
Creemos que el período más importante durante la educación de un niño es el que
se extiende desde su duodécimo a su decimonoveno año. Durante ese período, no sólo
se puede entrenar su cerebro, no sólo su cuerpo, sino, sobre todo, su voluntad. Sus
cualidades como ciudadano dependerán casi por completo de las lecciones que reciba
en la parte temprana de su vida. Tengo que exponer el tipo de ciudadano que
necesitamos en Francia; no sé si nuestro tipo ideal es el mismo que el suyo, aunque me
inclino a pensar que la diferencia no es demasiado grande. Queremos hombres que
piensen por sí mismos e independientes, que no miren al Estado como un bebé que
mira a su madre, que no tengan miedo de tener que labrarse su propio camino en la
vida. Ese es el trabajo que nuestra asociación ha señalado como la parte más
importante de su obligación a los profesores franceses. En la práctica, incluye lo que yo
denomino el entrenamiento para la libertad.
Ahora, ¿cuál es el terreno sobre el que puede llevarse a cabo un entrenamiento así?
¿Cuál es la libertad de la que puede disfrutar un chico de quince años? ¿Es libertad
intelectual? ¿Cómo puede llevarse a cabo esto? Creo que si a un chico se le dejara
seguir así sus propios impulsos, no aprendería nada. Dejaría a un lado el latín, el
griego, la historia y las matemáticas y se contentaría con leer novelas los días de lluvia.
¿Es libertad moral? No necesito decir lo que resultaría de ello. El juego es la única
parte de su vida en la que puede disfrutar de libertad. Déjale gestionar sus propios
juegos y, como resultado, se producirá un hombre perfectamente apropiado para la
vida social, siempre que se considera a la sociedad como una reunión de hombres
libres: algunos no lo consideran, y es bastante natural que tengan otro propósito en la
educación. Nosotros sí lo consideramos, y este es nuestro propósito.
126
Ahora, ¿puede llevarse a cabo el sistema inglés de deportes atléticos libres junto a
un curso sistemático de gimnasia? Pienso que, hasta cierto punto, se puede, siempre
que el curso no se haga obligatorio y no interfiera con la gestión de los clubes y
sociedades atléticas.
Tengo que llevar su atención una vez más al hecho de que no estoy hablando de los
colegios privados o de las universidades. No tengo que decir que me ha interesado
mucho lo que he visto en este país, en Amherst, Harvard, Cornell y otros sitios. El
trabajo hecho ahí ha de ser bueno. Su utilidad queda demostrada con el hecho de que
hombres como el doctor Hitchcock de Amherst, el doctor Sargent de Harvard y el
doctor Hartwell de la John Hopkins, creen en ello y lo llevan a cabo ellos mismos. Sólo
hablo de las escuelas en las que son educados chicos de entre doce y dieciocho años.
Son los mismos que nuestros liceos franceses, colegios ingleses, y algunas escuelas
recientemente fundadas en este país, por ejemplo, Groton School, Lawrenceville,
Berkeley y otras, en las que se siguen los preceptos de Arnold. Cualquiera que haya
leído “Life and Correspondence of Arnold”, o ese encantador libro “Tom Brown’s
School-days”, sabe el bien que ha hecho Arnold a su país. Pero no me dí cuenta de lo
grande que había sido el cambio hasta el año pasado, cuando el señor Gladstone me
habló sobre el estado de las cosas cuando él mismo era un chico de Eton, hace sesenta
y cinco años. El nivel moral era entonces muy bajo. Los chicos hacían deporte, pero lo
convertían en brutalidad, novatadas, servidumbre, y todos los días se daban travesuras
de todo tipo. Los maestros y los pupilos se veían los unos a los otros como extraños,
cuando no como enemigos. Entonces llegó Arnold; en cinco años, Rugby quedó
totalmente transformado y la reforma se extendió por Inglaterra. Eso fue hace unos
cincuenta años; y si se estudia con detenimiento los acontecimientos políticos, sociales
y morales de los últimos cincuenta años, se descubrirá, como hice yo con no poco
desconcierto, que el cambio fue repentino y general, tanto en la política como en la
sociedad. Desearía poder ofrecerles más detalles; estoy escribiendo un libro sobre el
tema, pero lo único que diré es que la reforma educativa llevada a cabo por Arnold y
sus seguidores ha sido uno de los acontecimientos más importantes de la vida del
pueblo inglés y que ha preparado el camino para el brillante período llamado era
victoriana, en la cual la característica principal es la maravillosa influencia de los
deportes atléticos sobre las cualidades morales y sociales de los chicos.
127
Este verano hemos tenido un gran número de congresos en París relacionados con
la Exposición, tantos, de hecho, que el “Figaro” propuso ofrecer un premio a la
persona que no fuera miembro de ningún congreso, si es que esa persona se podía
encontrar. Tuvimos, entre otros, uno sobre educación, del cual tuve el honor de ser
secretario. A comienzos de enero publicamos una circular y la enviamos a los
directores de colegios ingleses de todo el mundo. Se enviaron seis mil copias, y
recibimos muchas respuestas – de la colonia del Cabo, de Australia, de América, de
asentamientos ingleses en China y de Canadá – a las siguientes preguntas: ¿Cuáles son
los juegos que se practican en su escuela o universidad? Si hay juegos locales, dé las
reglas más importantes. ¿Cuántas horas juegan los chicos? ¿Al día? ¿A la semana?
¿Qué sucede con montar a caballo, la esgrima, los ejercicios militares, el remo? ¿Se les
permite formar asociaciones atléticas? ¿Tienen sociedades de debate? ¿Cree que el
deporte mejora el compañerismo? ¿La moralidad? ¿El trabajo? ¿El carácter? Añadí que
se aceptarían con gratitud relatos detallados, libros, panfletos y memorias escolares y
artículos, y recibimos tantos que nos vimos obligados a abrir una biblioteca para
ponerlos en ella.
Esta solicitud nos ha demostrado que ingleses de todo el mundo, que tal vez sepan
muy poco acerca del propio Arnold, siguen pensando que sus puntos de mira e ideas
son las mejores. Ahora estamos intentando introducir una reforma del mismo tipo en
Francia, de acuerdo con un principio posiblemente no cristiano, pero muy práctico:
cuando veas que tu vecino tiene algo bueno, aprovéchalo.
Athletics and Gymnastics. Lectura of the Physical Training Congress in Boston, en:
Barrows, Isabel (Ed.): Physical Training: A Full Report of the Papers and Discussions of
the Conference Held in Boston, in November 1889.
Boston, Press of George H. Ellis, 1890, pp. 115-115.
128
2.5 La psicología del deporte
¿QUIÉNES SON, EN EL MUNDO MODERNO, LOS QUE HACEN DEPORTE Y POR QUÉ LO HACEN?
129
algo más? Restituir a los músculos, en el equilibrio humano, una función demasiado
tiempo desconocida no es ponerlos en una situación igual a la del pensamiento, del
que han de ser humildes servidores. Como respuesta a las exageraciones de un
publicista que se preocupaba hace tiempo por devolver “al músculo los honores
soberanos”, tal vez no sea malo recordar de pasada que los hombres soberanos sólo
son producto del Espíritu.
Pero la comprobación del hecho de que los deportistas son habitualmente personas
ocupadas es cosa que no nos lleva tan lejos. Aquí se trata de empleados, de personas
que tienen una carrera, una profesión, e incluso, a veces, que ejercen un oficio manual,
y estos últimos no son los menos fervorosos. En Inglaterra, los soldados dedican
voluntariamente al deporte sus horas libres; numerosos obreros, mineros o de otra
profesión, hacen lo mismo: no cabe pretender que el género de existencia de unos y
otros les impulse a ello, pues esa existencia no es ni sedentaria ni está exenta de fatiga
muscular. Por otra parte, tampoco es un asunto de raza, pues cabe hacer las mismas
observaciones respecto de Estados Unidos, donde los distintos medios están muy
mezclados desde el punto de vista racial. Parece, por último, que, en este sentido,
Europa continental debe confirmar, más que desmentir, la experiencia anglosajona: en
Francia, en Bélgica y en Alemania cabe reparar en hechos que llevan a pensar así. En
tal caso, ¿no podemos concluir que el deporte es una de las formas de la actividad,
cualidad que no depende ni de la inteligencia ni de la salud, y que está lejos de ser
universal, pero a la que la civilización moderna sirve de aguijón, procurándole
múltiples ocasiones de emplearla?
***
Sin embargo, para delimitar con mayor exactitud la naturaleza de la atracción que el
deporte ejerce en esta categoría de personas activas, conviene revisar sus distintas
formas e intentar distinguirlas desde el punto de vista psicológico, pues con demasiada
frecuencia se olvida que el término general de “deporte” engloba ejercicios muy
distintos, e incluso se ha llegado a extender al hecho de amarlo con un amor
130
enteramente platónico; y así, se ha calificado con la expresión “hombres del deporte”
a dueños de cuadras de caballos de carreras o a expertos en caballos, sin que por ello
se dediquen en absoluto a la equitación. Psicológicamente hablando, los deportes se
reparten en dos grupos principales: unos son deportes de equilibrio y otros deportes
de combate. El término equilibrio está tomado aquí en su sentido de entendimiento,
de armonía. El remo, el patinaje, la equitación, el ciclismo, el tenis y la gimnasia son
deportes de equilibrio, mientras que la esgrima, el boxeo, la lucha, la natación, el
alpinismo, el fútbol, el automovilismo y la navegación aérea son deportes de combate.
Un breve análisis legitimará esta clasificación tal vez inesperada.
Tomemos el caso del remo. En su yola de bancos fijos, el remero novel puede
experimentar la satisfacción de vencer la doble resistencia que le oponen el elemento
líquido y su propia torpeza, pero desde el momento en que consigue la suficiente
experiencia como para poder subirse a un bote de competición de bancos móviles,
tendrá una impresión nueva. Su estado fisiológico cambia, y se opera una especie de
clasificación de los músculos: los que desempeñan una determinada función
permanecen activos; los demás, inútiles y que, debido a su celo ignorante, no hacían al
principio otra cosa que estorbar la maniobra, permanecen en reposo; la resistencia del
agua se debilita gradualmente, y el entrenamiento pronto la reducirá al mínimo. ¿Cuál
es, entonces, “el estado de alma” del remero? ¿Cuál el origen del placer que siente?
Este reside casi exclusivamente en la armonía mecánica que se produce entre aquél y
el bote, en el ritmo que regula la navegación, en la absoluta regularidad del esfuerzo,
en la proporcionalidad feliz entre el gasto de fuerzas y el efecto conseguido. El hombre
se convierte en una máquina, pero en una máquina que sigue pensando y queriendo y
que siente cómo se produce en ella el vigor, cómo se condensa y se escapa con la
misma precisión matemática que si se tratase de vapor o de electricidad. Hay, desde
luego, en ello una sana sensación de extraordinaria potencia que a veces embriaga.
Todo remero lo ha experimentado, y recuerda como si fuesen desagradables
despertares leves desgarrones que interrumpen el ritmo y turban la armonía de la
carrera: la pala de un remo rota entre las hierbas, una torpe sacudida dada por un
compañero distraído, una falsa maniobra del timonel; la embarcación no se detiene
131
por tan poco, pero el que va en ella pierde de golpe el sentido del equilibrio que le
entusiasmaba.
***
132
en armonía con el hielo y realizar, así, esa perfección rítmica que hace del patinaje,
según una expresión llena de encanto, “la melodía del movimiento”. Casi me atrevería
a decir que en él es una necesidad aún mayor, y que, para ser total, su felicidad exige
un íntimo acuerdo con el paisaje. Los grandes bosques solitarios, la nieve de reflejos
azules, el sol rojo entre la bruma y el silencio de la naturaleza dormida le resultan
necesarios. Pero estas son sutilezas septentrionales que quizá los parisinos habituales
del “Palacio de hielo” o del “Polo Norte” nunca han sentido, hipnotizados por el deseo
de trazar su inicial o su rúbrica en la superficie lisa. En el patinaje resulta conveniente
asimilar las carreras rápidas en la nieve, los pies armados con esas largas raquetas
canadienses denominadas snow-shoes, o bien con los esquíes, largos patines de
madera, caros a los escandinavos. Por otra parte, ni Canadá ni Escandinavia detentan
ya su monopolio. Los “deportes de hielo” progresan y se perfeccionan continuamente;
hoy tienen un cuartel general en Saint Moritz, en la Engadine, y hacen sus conquistas
incluso en Transilvania.
El equilibrio está también en la base del ciclismo, donde se matiza hasta el infinito,
desde la buena bicicleta en la que monta el honesto burgués tripudo inclinándola,
hasta el monociclo que un solo payaso sabe maniobrar. Como su hermano el
patinador, el ciclista copia inconscientemente a las aves. Su ideal es suprimir la
pesadez, y para ello necesita dejar de sentir el frotamiento de la máquina y los
desplazamientos de su propio centro de gravedad. La industria moderna le
proporciona monturas tan perfectas que tienen, de alguna forma, una individualidad,
un temperamento; a él le toca desarrollar, utilizándolas, su agilidad y alcanzar, así, el
máximo equilibrio que puede lograr. En el gimnasio, un buen número de ejercicios
reúnen los mismos elementos psicológicos: entre el hombre y el trapecio volante hay
también una íntima armonía…
***
133
adversario es una cosa. Del hombre se dice que nada como un pez, pero no hay nada
menos exacto. El pez se mueve normalmente en el agua como el ser humano en la
tierra. La natación no es algo normal. Es un combate contra un elemento hostil que
resulta el más fuerte y que tendría la última palabra si en un determinado momento
no nos sustrajésemos a su abrazo. La fuerza de las olas hace, sin duda, el espectáculo
más emocionante, pero la ola más suave y más tranquila no quita al deporte ese
carácter combativo que constituye su esencia y su encanto.
La batalla que el nadador mantiene con las olas, el alpinista la libra con la montaña.
Uno se percibe de ello simplemente con observar la mirada con que éste la mide desde
abajo antes de comenzar a escalar sus pendientes. Bajo su máscara impasible, va,
efectivamente, a defenderse de él como un adversario vivo, extraviándole,
mistificándole, oponiéndole una desconcertante serie de obstáculos: enormes rocas
para escalar, interminables pendientes nevadas que hay que recorrer. Y esto no son
sino los preliminares. Para perderle, tiene en reserva espesas nubes que le envolverán,
profundas grietas que se abrirán bajo sus pasos, pesadas avalanchas que intentarán
arrastrarle en su fulminante carrera. Intentará abatirle mediante el vértigo, el viento y
el frío; y él sólo vencerá merced a una viril combinación de energías bien distribuidas,
de deliberada sangre fría y de firme prudencia. Esta es, ciertamente, una batalla, y de
la categoría más moderna, de las que se ganan con estrategia y no con impetuosidad.
Señalo también el instinto combativo de ciertos deportes que tienen, sin embargo,
de particular el hecho de que el hombre parece quedarse más o menos pasivo frente a
la fuerza que ha desencadenado y que a veces no puede dominar. Ejemplos: las
competiciones a vela, el tobogganing, el ice yachting, la navegación aérea y, al menos
provisionalmente, las carreras de automóviles. El toboggan es un trineo empleado por
los Indios para apilar en él los productos de la caza y que arrastraban por los bosques
del Nuevo Mundo. Los “Rostros Pálidos” han hecho de él un vertiginoso instrumento
de locomoción para el que preparan en las laderas de colinas nevadas largas pistas de
hielo. Una vez que se lanza por las pistas, es evidente que nada en el mundo puede
pararlo. En lo que atañe al ice-yacht, al que cabría llamar con mayor exactitud “patín a
vela”, está formado por dos planchas de madera dispuestas en ángulo recto. En los
extremos de la pieza transversal, dos láminas de metal muerden el hielo; en el extremo
134
posterior de la otra pieza, una tercera lámina, que se inclina según se desee, sirve de
timón. Junto a la intersección de ambas piezas se alza el mástil con la vela. Los
pasajeros se arriman lo mejor que pueden al mástil, se alza la vela y la máquina se
pone en movimiento. Es tal su ligereza que la velocidad se acelera hasta convertirse en
una loca carrera, inverosímil, cortada por zigzags y fantásticos saltos durante los que se
pierde, naturalmente, todo control del timón. Estos deportes implican casi todos una
lucha contra la naturaleza, un desafío. De la navegación aérea, todavía llena de
situaciones desconocidas y de peligros, apenas cabe hablar. Lo que Horacio decía de
los primeros navegantes
** *
Los juegos ofrecen, asimismo, distintos contrastes. En general, los juegos de pelota
entran en la categoría de los deportes de equilibrio; primero, por la actitud misma –
esto lo expresaba muy bien el consejo de un jugador de frontón a su alumno: “Apóyate
en la pelota”, le decía; después, por la sucesión rápida e imprevista de los
movimientos. No se trata de repetir los mismos gestos, sino de estar presto para
ejecutar el que se indicará y para hacerlo con precisión y, en consecuencia, de manera
135
contenida*. El fútbol es, por el contrario, un deporte de combate; la batalla es incluso
colectiva, lo que basta para comprender por qué los americanos han podido hacer de
este admirable juego una aplicación de un principio de estrategia napoleónica y por
qué un general inglés pudo decirme que en todo buen capitán de fútbol había madera
para un futuro jefe del ejército. Por lo demás, su entusiasmo le engañaba y
acontecimientos recientes habrán contribuido sin duda a hacérselo ver. El polo, que se
juega a caballo, el hockey, que con frecuencia se practica sobre hielo, y el water-polo,
una especie de pelota acuática, participan de las características que he atribuido a la
equitación, al patinaje y a la natación. En la caza, hay que distinguir el disparo, que es
un asunto de equilibrio, y la persecución de la presa, que es lucha… Por lo demás, no
quiero continuar indefinidamente con este análisis, dándole más importancia de la que
tiene. No he insistido en esta clasificación psicológica de los deportes sino porque me
ha parecido hacer más interesante y comprensible este asunto, hasta ahora poco
estudiado, así como porque anula la distinción, un tanto trivial, entre fuerza y
habilidad habitualmente mencionada en los discursos de concesión de premios. A los
“jóvenes alumnos” se les recomienda el cultivo de ambas. En realidad, no hay ningún
ejercicio en el que no se combinen las dos, y a veces, pese a las apariencias, en el
mismo grado. Habitualmente, la habilidad consiste incluso en distribuir bien la fuerza y
ello es lo que hace que unas veces el público sólo se fije en ella, y otras que no la vea
en absoluto. En el trabajo con las pesas, por ejemplo, el espectador no puede captar el
instante en que interviene el “truco”, así como tampoco se da cuenta en la lucha de las
ingeniosas aplicaciones de las leyes de la mecánica que hace el luchador. Tampoco
existen buenos boxeadores sin habilidad, ni patinadores sin fuerza. Una y otra no son,
en definitiva, sino apariencias. Equilibrio y combate son instintos.
*
A mi parecer, es esta “contención” lo que produce en los juegos de pelota un cansancio con frecuencia
desproporcionado respecto de la fuerza muscular empleada, porque implica un gasto bastante grande de
fuerza nerviosa. El efecto se produce con mucha más intensidad aún en la esgrima. Mi sabio amigo el Dr.
Fernand Lagrange atribuye al cometido que desempeña el cerebro en la combinación de los golpes, una
especie de depresión nerviosa, de carácter cerebral, que ha observado, después del combate, en muchos
practicantes de esgrima y que ha podido controlar en sí mismo. Desde entonces, he creído darme cuenta
que esa depresión, algo menor con la espada, desaparecía casi completamente con el sable, los puños
(boxeo) o el bastón. De todas las armas, el florete exige precisamente la mayor “contención” en los
brazos, en la mano e incluso en las piernas.
136
** *
Quisiera indicar ahora cuáles son, a mi parecer, los efectos psicológicos del deporte
sobre quienes se dedican a él. Actualmente se estudia con gran atención los efectos
fisiológicos. Y hay experiencias curiosas que esclarecerán totalmente el asunto. Pero el
lado psicológico permanece a oscuras. Lejos de mi intención pretender esclarecer por
entero un asunto tan delicado. En todo esto me limito a exponer, a título documental,
el resultado de observaciones personales.
En primer lugar, hay que recordar que la fisiología y la psicología tienen fronteras
comunes no completamente delimitadas. Uno de los principales efectos fisiológicos del
deporte estriba en disciplinar, en clasificar los músculos. Cuando un principiante los
convoca, un gran número de músculos entra en acción, músculos que no tienen nada
que ver con la maniobra exigida. Debido a un ardor torpe, la estorban y la hacen
fracasar. Sólo poco a poco se les persuade para que se mantengan tranquilos. En
materia de ejercicios físicos, la torpeza procede, ocho de cada diez veces, de un exceso
de acción muscular, y no de una insuficiencia. Esta desaparece conforme se completa
la educación de los músculos. Entonces, los movimientos resultan firmes, el gesto
seguro y la mirada se habitúa a una evaluación de las distancias exacta y rápida. Algo
de la seguridad y algo también de la perseverancia necesarias para lograr todo esto,
proceden del alma. Pienso que, de forma general, el deporte da a quienes lo practican,
suponiendo que los demás elementos de la situación sigan siendo los mismos, algo
más de claridad en el juicio y algo más de tenacidad en la acción. Pero, ¿consigue
fortalecer el carácter y desarrollar lo que podríamos denominar la musculatura moral
de la persona? Esta es, sin duda, la cuestión fundamental.
137
peligro. Aunque al embotonarla se ha convertido en algo inofensivo, apartáis el arma
que os amenaza con tanta presteza como la verdadera punta que simula. Tales
ejercicios parecen estar hechos para incidir sobre la dimensión moral con una
intensidad muy distinta a la de aquellos a los que uno se entrega sin correr el menor
riesgo y sin tener siquiera la noción de un riesgo posible.
Es cierto que implican valor y sangre fría, pero un valor y una sangre fría
circunstanciales. Reflexionar sobre ello no es algo sorprendente, pues ocurre lo mismo
en muchos oficios manuales. El pizarrero parisino desarrolla en el ejercicio de su
profesión una notable sangre fría, y un mozo de cuerda necesita mucho valor para
llevar sus pesados fardos. ¿Quiere ello decir que estas cualidades seguirán
manifestándose en ellos después de que el primero haya bajado del tejado y el
segundo depositado su saco? Es imposible afirmarlo. La vida está llena de ejemplos
análogos. Adquirimos con relativa facilidad las cualidades necesarias para llevar a cabo
una concreta acción. La necesidad o la imaginación las originan, y la costumbre las fija;
pero permanecen en cierto modo localizadas, o mejor, especializadas. Se manifiestan
en determinadas circunstancias, para un concreto fin, y siempre son las mismas. Lo
difícil es extenderlas a todas las circunstancias y a todos los objetivos. Para ello es
preciso que la voluntad sustituya a la costumbre.
***
138
abusar de sus fuerzas. Puede, así, cultivar el esfuerzo por el esfuerzo, buscar
obstáculos, ponérselos él mismo en el camino, mirar siempre un poco más lejos del
punto que quiere alcanzar. Esto lo expresa muy bien la divisa elegida por el Padre
Didon para sus alumnos de Arcueil reunidos en una asociación atlética. “Esta es, les
dijo el día de su primera reunión, vuestra contraseña: Citius, altius, fortius. ¡Más
rápido, más alto, más fuerte!”
Con ello nos salimos casi del deporte para alcanzar las regiones filosóficas. Este
lenguaje no es nuevo. Es el de los estoicos de todas las épocas. Los gimnastas griegos
oyeron, sin duda, con frecuencia palabras análogas dichas por oscuros discípulos de los
grandes pensadores y repetidas por sencillos maestros de gimnasia que no pensaban
que esta fórmula viril pudiese perderse alguna vez en los pueblos civilizados.
Es cierto que la antigüedad hizo de ella un uso frecuente. Pero, ¿la empleamos hoy
en día? ¿Cabe incluso aplicarla a nuestra civilización actual, hecha de una prisa febril y
de una acre competencia? El mismo deporte, que nos viene de tan lejos, ¿no ha
cambiado completamente de carácter después de un eclipse tan largo y absoluto? ¿No
tiende a confundirse con el empleo de instrumentos de locomoción cada vez más
perfeccionados? ¿Se trata del mismo atletismo cuyo alcance moral era
constantemente proclamado y cuya fórmula quería restablecer la divisa del Padre
Didon?
El tiempo dará una respuesta definitiva a estas cuestiones; pero cabe comprobar
que, aunque las formas son en parte nuevas, el espíritu sigue siendo el mismo. El
instinto deportivo está siempre repartido de forma desigual: no lo tiene quien quiere.
Y entre los que lo tienen, no todos van hasta el final de lo que éste puede dar. No
todos buscan el miedo para dominarlo, ni el cansancio para triunfar sobre él, ni la
dificultad para vencerla. Sin embargo, éstos me parecen más numerosos de los que
pudiera pensarse en primera instancia, de manera que cabe sacar la conclusión de que
hoy, como ayer, la tendencia del deporte se encamina hacia el exceso; quiere más
velocidad, más altura, más fuerza… siempre más.
139
Notes sur l’Éducation publique
(Notas sobre la Educación pública)
Paris, Libr. Hachette, 1901
pp. 152-173 (c. X)
Pero hay una sociología con la que el adolescente debe familiarizarse porque las
costumbres que le hará contraer, las nociones que fijará contribuirán en gran medida
al bien de la colectividad de la que forma parte, a la vez que mejorarán y facilitarán su
existencia individual. Las dos bases de esta rama nueva de la pedagogía democrática
son la higiene y la cooperación.
140
***
No cabe llegar a estos felices resultados sino mediante una enseñanza sistemática,
sólo que es evidente que esta enseñanza debe venir de arriba y no de abajo. Mientras
no se organice seriamente en los colegios, será inútil crearla en las escuelas
elementales. ¿Cómo haríais para convencer al hijo de un campesino o de un obrero de
que admitiese la necesidad de prácticas descuidadas por el hijo de un rico propietario
agrícola o de un jefe de taller? Pues bien, no sólo las clases medias y superiores se
preocupan insuficientemente por la salubridad de sus casas y muestran, por lo general,
una lamentable ignorancia de las leyes higiénicas, sino que la limpieza corporal, la más
fácil de seguir de todas estas leyes, a la vez que la más importante, no progresa sino
muy lentamente. Con la excepción de anglosajones y escandinavos, no puede decirse
que el lavado cotidiano forme parte de las costumbres de ningún pueblo; y, al igual
que ocurre en el seno de las aristocracias europeas aparentemente más refinadas,
¿cuántos son todavía rebeldes al saludable influjo de la hidroterapia entre los mismos
141
escandinavos y anglosajones? Sólo la enseñanza de la higiene evitará esa apatía y esa
indiferencia.
***
142
prohibiéndoselas a sí mismo, pero esos peligros sólo serán reales a sus ojos si se le
explican científicamente; en forma de recomendaciones o de prescripciones no
prestará atención, no hará ningún caso, al no ver en ello sino la expresión de una
solicitud excesiva. Por el contrario, en cuanto conozca el funcionamiento de la piel, el
mecanismo de la digestión, el efecto del trabajo en los músculos, en cuanto sepa que
él mismo puede controlar su propio entrenamiento y que, por ejemplo, el simple
examen de la orina después de un ejercicio es indicativo de si se ha superado la dosis
permitida por el entrenamiento, en cuanto sepa por qué el trastorno que produce en
el organismo un ejercicio violento hecho después de comer puede producir ataques de
apendicitis y de peritonitis, caerá en la cuenta del interés directo que estas cosas
tienen en su vida, y existirán realmente a sus ojos.
***
143
principal del siglo XIX es la puesta en marcha de las democracias. Sus diversos ropajes y
sus distintos aspectos nos despistaban. Podíamos ver, a la cabeza de los pueblos, ora
un emperador con la espada en la mano, ora una poderosa aristocracia produciendo el
cambio; pero, si se miran las cosas de cerca, se ve que son claramente las democracias
las que están en marcha, y su marcha es, por lo general, pesada e irregular, como si les
faltase un miembro, o como si uno de sus órganos estuviese dañado; si se me perdona
la expresión, diría que se mueven un poco a culetazos.
Se dice que falta libertad. Pero los más ágiles no son, precisamente, los más libres, y
la prueba de que la libertad no basta es que en, ciertos casos, los poderes públicos, no
contentos con autorizar, animan inútilmente a los ciudadanos a que se asocien. Por lo
tanto, es preciso reconocer la necesidad de un aprendizaje, y la cuestión estriba ahora
en saber si éste ha de comenzar desde el colegio. Si sólo se tratase de los mecanismos
externos de la asociación, no habría ninguna ventaja en darse tanta prisa; bastaría con
el voto, la autoridad de las personas electas, el orden de las sesiones, el presupuesto,
las actas, todo un mecanismo fácilmente asimilable por un hombre de espíritu abierto,
incluso aún cuando sólo tuviese una instrucción un tanto rudimentaria. Pero, para que
el mecanismo funcione, hay que echarle gasolina. Una asociación, sea cual fuere, sólo
puede hacerlo bien alimentada por una mezcla de actividad personal, tolerancia
recíproca y buen entendimiento entre los intereses comunes, cualidades que no sólo
no nacen espontáneamente, sino que se resisten a fijarse en el hombre maduro.
Mientras más pronto se trabaje en ello, más posibilidades hay de inculcarlas con fuerza
en el carácter.
El ciudadano más útil para la democracia no será, así, aquél al que se haya hecho
estudiar sociología, al que se haya explicado la teoría de la solidaridad y
responsabilidad mutua, sino el que entre en la vida activa entrenado ya en el esfuerzo
colectivo, acostumbrado inconscientemente a los movimientos, al ritmo y a la
contención que este esfuerzo exige; y esta persona no quiere tener una formación
teórica, sino sólo práctica.
***
144
Esta idea tampoco era absolutamente nueva cuando Arnold decidió hacerla suya.
Aunque inciertos, cabe encontrar vestigios de ella en algunos pedagogos del siglo
pasado. Pero es dudoso que el Headmaster de Rugby, que no había hecho estudios
especializados, ni tampoco profesaba una alta estima por el siglo XVIII, bucease en esas
fuentes. Miró a su alrededor, comprendió inmediatamente las necesidades nuevas y
utilizó, para satisfacerlas, las instituciones rudimentarias que encontró a su alcance y
que perfeccionó. Entre los escolares ingleses se habían mantenido algunas
agrupaciones tradicionales que se convirtieron en el germen de asociaciones regulares.
Éstos aprendieron a gobernarlas con prudencia y medida. Este tipo de vida social les
resultó incluso tan familiar que, fuera de ellos, la gente pensó –como ocurre con la
vida deportiva- que había existido siempre y que era fruto de una tendencia de la raza,
de una inclinación atávica. Ciertamente, las peripecias de su historia interna han
preparado concretamente al pueblo inglés para el self-government, pero es cierto que
aquél se hizo mucho más hábil y más experto cuando el principio de cooperación se
introdujo en los centros educativos. Por otra parte, nada hace pensar que las demás
razas sean rebeldes por naturaleza a este principio, ni que una experiencia del mismo
tipo esté en el extranjero necesariamente condenada al fracaso. Por lo demás, es
evidente que las formas eran muy distintas en Alemania de lo que lo son en Inglaterra,
o en Italia respecto de Suecia. Cada pueblo las modelará según su genio propio, según
sus particulares ideas y costumbres. El asunto debe ser abordado desde más arriba.
Cualesquiera que sean los gobiernos de una democracia, sus instituciones políticas, sus
aspiraciones y sus dimensiones sociales, ésta necesita la cooperación para vivir y
prosperar: cooperación enteramente libre o dirigida, o patrocinada por el Estado, da lo
mismo. Necesita ser aprendida, y se lleva mucho ganado si se aprende desde la
juventud. Esta verdad se impondrá en la democracia, la cual se verá obligada a
introducir la cooperación en la vida escolar para preparar a los futuros ciudadanos con
vistas a la vida activa. ¿Cómo puede hacerse esta preparación?...
Apenas resulta útil mencionar aquí algunas peculiaridades cuyos ecos nos vienen
más allá del canal de la Mancha y del Atlántico. Hubo una vez en Inglaterra un Colegio-
República cuyos alumnos se gobernaban a sí mismos, y creo que también gobernaban
145
a sus maestros. Me aseguran que las reglas no eran en absoluto desatinadas, ni
cambiaban con frecuencia. En mis encuestas pasadas me faltó tiempo para verificar la
cosa, y no lo lamento. Se trataba, en suma, de una fantasía pedagógica cuyo interés no
podía ser en ningún caso generalizado. Otro tanto puede decirse de esa “Escuela-
Ciudad” que, según parece, acaba de crearse en algún sitio de América y que presenta
todo el aspecto de un municipio bien ordenado. El alcalde, los adjuntos y los
consejeros municipales son alumnos; éstos se reparten la administración de la escuela
como si fuesen otros tantos servicios públicos. El reportero que descubrió esa pequeña
maravilla exalta sus méritos y la propone como modelo a los pedagogos de ambos
mundos. Y éstos tienen derecho a considerar tales fundaciones con mirada irónica o
distraída, pero cometerían un grave error si confundieran estas exageraciones con
unas razonables aplicaciones procedentes, por lo demás, del principio que las inspira.
***
146
administración la acogió de mala gana, cuando no de forma francamente hostil. Cabe,
por lo tanto, pensar que el resultado obtenido se debe casi completamente a los
propios alumnos; los iniciadores no pudieron hacer mucho por ayudarles, y los
maestros no quisieron, en líneas generales, apoyar nada.
Fuera de las Public Schools inglesas y de los centros que, tanto en Estados Unidos
como en las colonias británicas, se inspiran en su ejemplo, existen pocas agrupaciones
escolares con un carácter claramente literario o científico. Los Jesuitas han conservado
la institución de las “academias”, que tienen un buen rendimiento; pero, aunque los
jóvenes académicos gozan, en general, de una gran libertad en la elección de los temas
de comunicaciones y discusiones, no por ello el maestro deja de estar presente para
intervenir, llegado el caso, en los debates y, sobre todo, para dirigir a quién se recluta
en la Asamblea y para limitarla a los buenos alumnos. No hay, además, cotizaciones, ni,
por lo tanto, presupuesto, ni gestión económica: la educación social se reduce al
*
Se han publicado dos informes sobre la organización y funcionamiento de las Asociaciones atléticas en
los Liceos y Colegios franceses; la primera, firmada por mí, apareció en la Revue Universitaire con fecha
de 15 de mayo de 1892, y la segunda, redactada por el Sr. Maneuvrier, se publicó en la Revue
Internationale de l’Enseignement de 15 de diciembre de 1894.
147
mínimo, a la cortesía entre compañeros y a elegir bien a los jefes; eso es todo lo que se
aprende, lo cual ya es algo, aunque no sea suficiente. No es difícil concebir –sobre todo
en correlación con una enseñanza secundaria transformada según los principios
anteriormente expuestos- agrupaciones literarias verdaderamente libres, con el
objetivo de lograr cierta cultura suplementaria, por ejemplo el estudio pormenorizado
de una literatura extranjera, antigua o moderna. Las ciencias podrían dar lugar a
creaciones análogas. ¿Por qué unos químicos, botánicos o fotógrafos en ciernes no
podrían disponer libremente de un pequeño laboratorio o de un pequeño museo en el
que su vocación se afirmara y se precisara? La cooperación –indispensable para hacer
posibles tales novedades- no sería la única en salir ganando; también lo serían las
relaciones de entendimiento y la moral.
Más adelante hablaré del cometido del arte en la educación. En lo que atañe al arte
de la oratoria, apenas es preciso insistir sobre la necesidad de que los futuros
ciudadanos la practiquen pronto. A menos de contar con disposiciones naturales, las
cualidades útiles no se adquieren pasado cierto tiempo. Y éstas son de dos tipos. Para
expresarse bien, aunque no sea en una tribuna, pero sí, al menos, en el seno de una
reunión cualquiera, es necesario primero ordenar el pensamiento con prontitud y
claridad y, después, adecuarlo en los términos apropiados a las circunstancias y al
efecto que se quiere producir. Boileau pretendía que bastaba con “concebir bien” para
“enunciar con claridad”, pero la democracia nos ha hecho ver claramente que este
precepto no era del todo exacto. Resulta claro que el discurso democrático es lo
contrario de la declamación, y las representaciones dramáticas no pueden suplir los
entrenamientos que se producen en una Debating Society. Por otra parte, tales
representaciones tienen tantos inconvenientes, especialmente los de costar caro y
ocupar mucho tiempo, que no hay lugar para lamentar su decadencia ni desear que
vuelvan a estar de moda: desde el punto de vista cooperativo no tienen, en cualquier
caso, ningún efecto. Los “Debating” ingleses giran habitualmente en torno a las
grandes cuestiones del momento y son un eco de lo que se dice en la Cámara de los
Comunes. Este carácter de actualidad puede desagradar, pero, fuera de la política, hay
muchos problemas del mayor interés susceptibles de interesar a la juventud, de
manera que no cabría argumentar en contra de la institución en sí misma.
148
Queda la caridad. De nuevo Inglaterra nos da la fórmula verdadera. Por atractiva
que resulte la idea de organizar en los colegios pequeñas sociedades de San Vicente de
Paúl, ello presenta más inconvenientes que ventajas. Nada sería peor que poner a la
juventud en contacto con unos pobres de elección –me atrevo a emplear esta fórmula
cruel-, con una miseria medio simulada y revestida de hipocresía que se amontona
voluntariamente en las ciudades a las puertas de las obras de caridad. Pero el contacto
con la verdadera miseria, la que colinda con el vicio, es algo que cabe realizar sin
peligro. ¿No exige ya de suyo la higiene que la miseria se mantenga alejada de los
colegios? Las iniciativas británicas se han producido en un orden de ideas totalmente
distinto. Para chicos de quince años resulta, ciertamente, una hermosa tarea,
profundamente saludable y admirablemente educativa, recoger entre los compañeros
y profesores la mayor cantidad de dinero posible, obtener de una municipalidad
generosa un amplio prado cerca del mar o de un río, alquilar material de campamento,
negociar con las compañías de ferrocarril billetes reducidos y, al inicio de las
vacaciones, llevar al campo, durante una o dos semanas, a toda una colonia de niños
recogidos de la población escolar más pobre y benemérita. Así entendida, la caridad –o
más bien, la solidaridad- puede dar lugar a agrupaciones de un elevado alcance
pedagógico.
De esta forma, cabe apreciar distintos aspectos de jalones ya existentes para una
educación social en la cual la democracia encontrará satisfacción y un instinto legítimo.
149
Si hubiese que definir el arte desde el exclusivo punto de vista de su cometido en la
educación, yo diría que es ante todo el sentido de la belleza. Así lo entendía Ruskin.
Pero la aplicación que hizo de su doctrina fue hasta tal punto británica que la convirtió
en algo casi incomprensible para los demás pueblos; sin embargo, no por ello es
menos justa ni menos aplicable. Despertar en las almas juveniles el sentido de la
belleza es trabajar por el embellecimiento de la vida individual y por el
perfeccionamiento de la vida social. Pero, ¿cómo abordar esta tarea? La cuestión debe
ser enojosa, pues observo que la mayor parte de las soluciones que se han dado son
torpes e ineficaces. En esta relación no son siempre las naciones más artistas las que
resultan más inspiradas. Grecia e Italia no han hecho casi nada, y en Alemania y en
Francia se han intentado algunos esfuerzos torpes. En América es, con toda
probabilidad, donde se encuentran las iniciativas más felices, iniciativas privadas
naturalmente, y a veces difíciles de descubrir. Recuerdo haber visitado hace diez años,
en San Luis en Missouri, una modesta escuela de Bellas Artes que conocí por azar, y
haberme llamado vivamente la atención la genial sencillez de sus procedimientos de
enseñanza. Había allí algunas telas antiguas, algunos grupos escultóricos en mármol,
objetos de arte de valor secundario, pero que indicaban la juiciosa elección del
maestro, bien escogidos para despertar en los alumnos la comprensión de la línea, del
relieve y del color: bosquejos carentes todavía de experiencia y modelados arcaicos
colindaban alegremente con aquellos cuadros y estatuas. Una de las dos salas servía de
taller; la segunda parecía de entrada un lugar lleno de objetos amontonados en
desorden. Una gran chimenea medieval, una puerta monumental de estilo
renacimiento, frescos polícromos en las paredes, una mesa y unos preciosos sillones
Luis XVI, vidrieras llameantes, una araña en hierro forjado, todo ello componía un
conjunto cuya utilidad no comprendí al principio. Pero mayor fue mi estupefacción al
saber que, con excepción de un tapiz que decoraba el fondo de la sala, todo lo que veía
allí era obra de los alumnos. El profesor me explicó en pocas palabras su método: “Es
nuestro laboratorio”, me dijo. Este hombre, que no era ningún un artista consumado,
había abordado el estudio del arte con toda sencillez, sin preocuparse por la rutina y
los convencionalismos que nos inundan a nosotros, gente del viejo mundo. Con un
escaso presupuesto, no podía adquirir, en sus frecuentes viajes a ultramar, objetos
muy preciosos, pero tomaba notas y hacía croquis, conseguía fotografías y
150
reproducciones de todo tipo. Con su libro de historia en la mano, buscaba en los
museos de Europa aquello que sintetiza una época y evoca sus íntimas aspiraciones en
su mejor momento de desarrollo, y a su vuelta los alumnos se aplicaban para
reproducir bajo su dirección –y cabe adivinar con qué apasionado interés- aquella
lejana belleza cuya imagen les traía.
***
151
conocer las notas, cantar y solfear, se pone a disposición de eventuales facultades los
instrumentos necesarios en todos los casos para su desarrollo. Si entre aquéllos hay
naturalezas en las que las facultades artísticas no han de manifestarse en absoluto, el
tiempo así empleado no será tiempo perdido. La educación de la mirada, del oído y de
los dedos no le es inútil a nadie. Por el contrario, si el sentido de la acción artística
existe actualmente o en el futuro, ya no podrá perderse. Todos los impulsos interiores
que provoque saldrán al exterior mediante el gesto aprendido. El adolescente no
estará, sin duda, en posesión del mecanismo total, pero tendrá el alfabeto, la clave;
detentará los instrumentos embrionarios de la creación o de la interpretación artística.
***
152
Esta enseñanza no conlleva excepciones. Los mismos a los que un destino cruel
condena a permanecer insensibles ante el Hermes de Praxíteles o la “Ronda nocturna”
de Rembrandt, ante San Pedro de Roma o Notre Dame de París, deben, sin embargo,
conocer por qué conmovieron al mundo. Pero, además, hay seres privilegiados a los
que la pedagogía debe tener en cuenta: aquéllos que pueden sentir el arte. La
pedagogía intenta hacérselo comprender a todos, pero hay algunos a los que tiene que
dar la ocasión de sentirlo, y es preciso, además, que fomente los tímidos ensayos de
los que actúan, de los que intentan ya expresar lo que sienten. El solo término
“privilegiados” indica de dónde proceden los obstáculos que se oponen a este
proyecto. En todos los pueblos que han invitado solemnemente a la democracia a
tomar asiento en su hogar en vez de darse cuenta de que ésta se había instalado
repentinamente sin que ellos lo supieran, la idea de igualdad se ha convertido en una
de las piedras angulares de la vida pública y, especialmente, de la educación. Sin
embargo, aunque no sea obligado aceptar desde la época del colegio las prerrogativas
creadas por el hombre, sí es obligado admitir al menos las que instituye la naturaleza.
El hecho de que un adolescente muy aplicado llegue a dibujar un ojo o a descifrar:
“¡Ah! ¿Te diré, mamá?”48, no es una razón para que su vecino, que llena los márgenes
del diccionario con rápidas y vivas siluetas, o que toca de oído fragmentos de una
sinfonía de Beethoven, no pueda seguir su instinto. Al no tener en cuenta estas
disposiciones, no sólo retrasáis gratuitamente su desarrollo artístico, sino que da toda
la impresión de que obstaculizaréis su desarrollo general. El arte no es en absoluto un
barniz que se aplica a un objeto terminado; forma parte de la esencia misma del
individuo, cuyos impulsos experimenta; puede guiarlo de forma útil en todo su
desarrollo.
48
Canción popular infantil (N. del T.)
153
honor algún mármol elocuente; que en los días de fiesta, el concierto que organiza la
Dirección con el concurso de artistas distinguidos produzca un hermoso efecto y una
feliz inspiración. El primer inconveniente de todo ello es que cuesta muy caro, y el
segundo, más grave aún, es que resulta insuficiente. La mirada del hombre y, con
mayor razón, la del adolescente, vaga sin posarse entre objetos familiares. ¿Qué
colegial piensa en observar lo que le rodea cotidianamente? A fuerza de verlo, ya no
sabe si hay profundidad en el paisaje de aquel cuadro o gracia en el gesto de esa
estatua; y en lo que atañe a la ducha musical que cae sobre él de improviso, el efecto
producido, si nada lo prolonga, carece de consistencia y de duración. Las visitas a
monumentos, las estancias en museos se hacen con la misma ingenuidad
administrativa; habría que reservar esos gozos estéticos a los que pueden
aprovecharlos, e intentar que los otros los deseen, único medio para que al menos
estén atentos al valor del arte. Entre los profesores cabrá encontrar, ciertamente,
personas que compongan una pequeña comisión artística que tome, según los casos,
la iniciativa de medidas deseables o que ejerza el control sobre las empresas de los
alumnos. Desearía que éstos dispusieran de sociedades corales e instrumentales y de
un taller libre para el dibujo, la acuarela y el modelado, y que sesiones musicales
regulares y una exposición anual diesen a esos grupos el ánimo necesario… Pero me
diréis que todo ello fomenta la vanidad. ¡Bonita respuesta! ¿De dónde sacáis la idea de
que cabe educar sin recurrir a ella?
***
154
ni la conciencia se hace más sólida, ni la resistencia al mal más frecuente. El Bien, lo
Bello y lo Verdadero forman una trinidad laica que el mundo moderno tiende
excesivamente a asimilar a la trinidad teológica, cuyas tres personas son un solo Dios.
En el caso anterior, la unidad es ficticia; cada uno de los términos no contiene los otros
dos. La noción de la Belleza, en especial, puede ser independiente de las del Bien y lo
Verdadero; pero la Belleza relativa, tal como la humanidad la crea y la contempla, no
es siempre un bien, ni siempre verdad. Ocurre que en una época en la que el hombre
es llevado por la organización social a multiplicar las contorsiones de la verdad y en la
que el desorden al que le lanza su joven saber le vuelve confusos los contornos del
Bien, es natural que se apoye deliberadamente en la Belleza. Precisamente, un
eclecticismo sabio y a veces demasiado liberal gana terreno cada día; su influencia
desborda sobre todos los temas, y muchos titubeos e incertidumbres encuentran
refugio en él. De aquí esta inclinación a pensar que el arte moraliza, en el sentido más
absoluto, más cabal del término. El educador no debe aceptar esa fórmula, pero ello
no es razón para descuidar el arte, como ha ocurrido hasta ahora, sin duda por la
molestia que suponía alojar, dentro de sus rígidas murallas, a un huésped fantástico y
suntuoso. Hemos dicho hace unos instantes, junto con Ruskin, que el sentido de la
belleza embellece la vida individual y perfecciona la vida social. ¿No es ello suficiente
para legitimar todos los esfuerzos cuya finalidad sea hacerlo nacer y progresar?
Y puesto que el nombre de Ruskin ha venido por segunda vez a mi pluma, no resulta
nocivo mencionar esa encantadora forma de propaganda artística que él sembró a
través de las sociedades anglosajonas. ¿Quién supo antes que él dar al cuarto más
vulgar, al más humilde reducto, un aspecto agradable y coqueto? Artesanos
especialistas decoraban los apartamentos predestinados a obtener ese favor por sus
dimensiones y la riqueza de sus habitantes, pero nadie había pensado en hacerse de
improviso decorador y tapicero para poner en su propio hogar una nota de búsqueda y
de elegancia. Que yo sepa, en las ciudades inglesas obreras esa búsqueda y esa
elegancia, por doquier visibles hoy, no han supuesto ningún perjuicio ni para el trabajo
ni para la previsión. Tampoco he observado que, en los internados, los adolescentes
que adornan sus cuartos o sus cubículos sean menos viriles, ni que, en las
universidades, los apartamentos más bonitos pertenezcan a los estudiantes menos
155
trabajadores o a los que dispongan de mayor fortuna. En ello no hay nada indigno de
un muchacho, pero es evidente que la cosa es ante todo cuestión de mujeres. Ellas son
la pasarela por la que el arte se introduce en la economía doméstica, y quizá un curso
sobre la historia del mobiliario sustituya ventajosamente unas lecciones consistentes
en nombrar distintos ácidos o algunos faraones.
***
156
2.8 La educación física en el siglo XX : el récord
Pero no todo el mundo aprecia, por ejemplo, su valor educativo, y acercar ambas
ideas –educación y récord- resultará, sin lugar a dudas, un atrevido delito. En efecto, el
récord es considerado como la quintaesencia del esfuerzo y, por lo tanto, como algo
eminentemente perjudicial en una época en donde la búsqueda de la perfección
tiende a desaparecer ante la preocupación por el término medio. Se trata de un error.
Cabe hacer del récord algo exagerado, pero, en sí mismo, conlleva menos tendencia a
la exageración que las competiciones. La razón es sencilla. La competición lleva a la
lucha, a la competencia, con un ser animado; el récord sólo nos pone ante un hecho
49
Sobre la condecoración deportiva sueca, ver Coubertin: “La chevalerie du sport” en Almanach
Olympique
pour 1919. Lausana, Impr. Reúnes, 1918, pp. 20-24.
157
inerte, una cifra, una medida de espacio o de tiempo; sólo se lucha, propiamente
hablando, con uno mismo.
Vuestra ambición y vuestra voluntad son el único motor que os pone en acción. Si
perdéis un instante el control que ejercéis sobre ellas, si logran que os dejéis llevar,
ello será debido a una rápida embriaguez que no anulará las advertencias dadas por el
organismo. En resumen, estáis enteramente en vuestras manos. Qué distinto será
vuestro estado de espíritu si delante, detrás, o a vuestro lado trabajan otros músculos
y otros cerebros cuya presencia inquieta y sobreexcita vuestros nervios. Aunque los
hayáis estudiado y medido sus fuerzas, y aunque conozcáis sus hábitos, sus ventajas y
sus debilidades, no dejaréis de estar a su merced. La aceleración a la que entonces os
entregáis está en gran parte inspirada y dirigida no ya por vuestros músculos y vuestro
cerebro, sino por los músculos y los cerebros de unos competidores cuya victoria
amenaza la vuestra.
158
hubiera podido llevar a cabo en las condiciones establecidas, es decir, sin dejar huellas
apreciables de fatiga, si se hubiera tratado de una serie de competiciones. En aquella
prueba pude economizar esfuerzos y hacerlo lo mejor que pude desde el punto de
vista de la fuerza y la velocidad; pero si hubiese tenido competidores a mis espaldas
durante seis horas, me habría sido imposible salir libre de perjuicios. Pues bien, lo
importante –cosa en la que estará de acuerdo cualquiera que haya tenido la gentileza
de seguir la exposición de mis ideas al respecto- no es que los jóvenes ganen trofeos
en todos los deportes, sino que puedan practicarlos todos y, llegado el caso, gasten
indistintamente las fuerzas de las que disponen.
¿Qué clase de récord? Los suecos, que no son, ni con mucho, tan exclusivistas
como sus discípulos del continente, responden: “el vuestro; medíos con vosotros
mismos, intentando ganar cada día una pulgada o un segundo; avanzad
prudentemente sin faltar a las prescripciones de la ciencia ni inquietaros por los logros
de vuestro vecino”. El consejo es excelente, pero no pienso que puedan aplicárselo
quienes no sean profesionales, porque exige diariamente mucha tenacidad y mucha
decisión. Por lo demás, “los logros del vecino” son para todos una notable ayuda, y no
veo cómo los aficionados podrían prescindir de ellos. Se debe, por el contrario,
conocer esos máximos que constituyen “los récords mundiales” y que detentan los
grandes campeones; y me gustaría que en un pequeño manual de bolsillo figurasen,
junto a las cifras alcanzadas por ellos, lo que personalmente llamaría los récords
medios, es decir, los resultados que puede obtener un hombre de fuerza media con un
entrenamiento medio. Os dais claramente cuenta de que empleo aquí el término
159
récord en su sentido más amplio, que engloba tanto las ascensiones de un alpinista y la
marcha de un globo durante veinticuatro horas, cuanto los kilómetros recorridos a pie
por carretera. Todas las manifestaciones de la vida deportiva, todas las formas de
ejercicio deben caber en ese librito que se convertirá en vuestro examen de conciencia
muscular y en cuyas páginas en blanco escribiréis vuestras propias cifras, las que
impremeditadamente podáis lograr. ¡Qué buen cuaderno de notas! Intentadlo y no
maldeciréis los récords.
Le Figaro, año 49
10 de enero. 1903, pp-1-2.
160
Prometí el mes pasado, de forma algo imprudente, exponer los principios en los
que podría fundamentarse lo que he llamado la filosofía de la cultura física. La
promesa era, en efecto, imprudente por tratarse de un asunto muy amplio y
significativo, y ante el que uno siente verdadera vergüenza por abordarlo así, de
pasada y en el marco de un artículo de periódico. Pero, por otra parte, nuestra crítica
de los distintos sistemas, a los que precisamente reprochamos su ignorancia y su
desprecio de la psicología, perdería todo valor si no estuviese acompañada de precisas
indicaciones al respecto. Hace mucho tiempo que se dijo: “fácil es la crítica y difícil el
arte”. Nadie tiene derecho a destruir si al mismo tiempo no esboza la necesaria
reconstrucción”.
CONÓCETE A TI MISMO
161
ambicioso, y no tememos afirmar que sin esta ambición no hay nada que hacer en el
ámbito de la cultura física, ni siquiera disponiendo de los consejos y de la dirección del
maestro más cualificado y más convencido. La ambición de la que se trata puede
originarse bien en un instinto, bien en un hecho exterior; puede, asimismo, ser el
resultado del atavismo, del gusto personal, de una disposición particular, de un cálculo
interesado o de un saludable celo. Su origen es una cuestión secundaria; lo importante
es que exista y que se traduzca en actos. Hay deseos imprecisos, intenciones vagas que
permanecen eternamente en el horizonte sin concretarse nunca en alguna realidad, y
no hablamos sino de deseos e intenciones susceptibles de producir efectos ciertos, con
el suficiente vigor como para desembocar en el gesto necesario.
Una vez fijadas las ambiciones, queda por saber cómo satisfacerlas lo mejor
posible. También en este punto interviene la ley del “mínimo esfuerzo”. Las fuerzas
provechosas para la cultura corporal se dividen en tres categorías: primero, las fuerzas
físicas, cosa evidente; éstas son las principales, las esenciales; fuerzas morales
después, y fuerzas sociales por último. Apenas es necesario recordar que los músculos
no son el único factor que interviene en materia de fuerza física. Además del sistema
muscular, hay que considerar también los sistemas nervioso, respiratorio, digestivo,
etc. Ello lo ha expresado muy bien el Doctor Ph. Tissié al decir que el dinamismo del
músculo, secundado por su capacidad elástica, su tono y su dimensión contráctil,
procede tanto “del sistema nervioso por la influencia neuronal, cuanto de la
respiración por oxigenación de la sangre, de la circulación por el aporte de plasma
sanguíneo, de la digestión por la contribución de los materiales nutritivos o
combustibles, por el ázoe y los hidrocarbonos, del sistema articulatorio y óseo, y
finalmente, de los puntos de apoyo entre las palancas y articulaciones, y de la rigidez
ósea de los brazos de las palancas mismas”: toda una serie de aspectos distintos,
aunque interrelacionados, de la cuestión y en los que no insistiremos aquí. Este punto
de vista comienza a ser aceptado de forma general, y no es precisamente el aspecto
fisiológico lo que se tiende a descuidar en materia de cultura corporal, sino, más bien,
el lado psicológico.
Las fuerzas morales e intelectuales que contribuyen a la mejora del cuerpo humano
son múltiples. La reflexión y la observación desempeñan un cometido casi tan precioso
162
como la voluntad, la audacia y la perseverancia. La voluntad y sus dos acompañantes,
audacia y perseverancia, constituyen una trinidad con un poder de perfeccionamiento
inigualable. Pero también se progresa enormemente observando en uno mismo y en
los demás los efectos del ejercicio físico, y sabiendo reflexionar sobre ellos con método
y continuidad. Ahora bien, esta aplicación de las facultades intelectuales a la cultura
corporal no surge de una relación innata. Hay que aprender a producirla y a ejercitarse
en ella.
Todo esto en lo que respecta a las fuerzas. También las taras son de orden triple.
Las hay físicas, morales y sociales. La debilidad de un determinado órgano, la pereza
muscular general, la excitación nerviosa… por lo que se refiere a las taras físicas,
hereditarias o adquiridas. Dudas, miedo a los movimientos, todas las formas de
desfallecimiento… en lo que respecta a las morales. Y por último, hay que incluir entre
las taras sociales la timidez que paraliza ante la presencia de otro, la susceptibilidad
enfermiza y ese conjunto de defectos que hacen, por ejemplo, de alguien, un jugador
de mal carácter. Resulta del todo evidente que la naturaleza psicológica de cada uno,
determinada por estos presupuestos u otros parecidos, variará enormemente de un
individuo a otro. Pero, con ellos,
163
Pues bien, una vez que se ha reparado en ellos y que han sido cuidadosamente
controlados, bien sea por el interesado, él solo si se trata de un adulto instruido y ágil,
bien bajo la dirección de un profesor si el interesado no es en absoluto capaz de
hacerlo por sí mismo, es preciso que estos datos se agrupen en una ficha, tal como se
empieza a hacer, aunque únicamente desde un punto de vista fisiológico, en cierto
número de establecimientos de educación física. Así configurada, la ficha se convertirá
en “la ley y los profetas” del alumno y del maestro. ¿Podéis concebir que quepa
orientar del mismo modo el perfeccionamiento corporal de un bilioso que el de un
linfático, el de alguien con determinación que el de alguien que titubea, el de un osado
y el de un tímido, el de un presuntuoso y el de alguien discreto?... Esta forzosa
medición por el mismo rasero de tantos seres disímiles o contradictorios os parecerá
algo insensato, medición que consideramos actualmente, por influjo de una larga
rutina, la cosa más normal del mundo.
Esto es, en pocas palabras, lo que entiendo por filosofía de la cultura física. Más
que seguir hablando, quedo a la espera de objeciones y críticas, dispuesto a responder,
discusión que contribuirá, mejor que con prematuros desarrollos, a esclarecer
cabalmente este asunto.
Sobre este asunto que tanto se presta a nobles razonamientos, los fautores de
discursos han utilizado abundantemente sus talentos en circunstancias apropiadas
tales como distribución de premios, congresos, etc. Sin embargo, sus presupuestos
continúan siendo imprecisos. Hay que agradecer mucho a un oficial de la marina
164
francesa, el teniente de navío Hébert, haber escrito un interesante opúsculo sobre la
educación viril y los “deberes físicos”, en donde da una definición muy clara de los
mismos.
Estos se resumen, según él, en dos reglas fundamentales: emplear todos los medios
aptos para el desarrollo de las cualidades físicas; conservar esas cualidades
absteniéndose de todo lo que pudiera degradarlas. Nunca se había tendido, con toda
probabilidad, un puente tan directo de una orilla a otra, de la orilla del deporte a la de
la moral. Abstenerse de “todo lo que puede degradar las cualidades físicas” es
abstenerse de cualquier tipo de exceso; y aquí tenemos –en apariencia al menos, pues
más adelante podremos ver las restricciones que conlleva este texto- una ley moral en
estado puro.
165
causa de la virtud; pero, fuera de algún breve período de entrenamiento, o debido a
obligaciones dictadas por un interés profesional, todavía está por ver que los hombres
se abstengan voluntariamente, por simple culto de su perfección corporal, de todo
acto susceptible de lograr o de disminuir esa perfección.
Del hecho de que ese espectáculo no nos haya sido ofrecido no hay que concluir
que no pueda serlo. Sólo hay que preguntarse si resulta deseable que lo sea. Es esta
una cuestión previa que es preciso resolver.
Toda obligación supone un punto de apoyo. ¿Cuál sería aquí? Puede haber
muchos: el utilitarismo, por ejemplo, el altruismo e incluso el egotismo. Cabe imaginar
que un hombre “emplee todos los medios aptos para desarrollar sus cualidades físicas”
por el sentimiento de las ventajas que para él pudieran derivarse de ello y por la
superioridad sobre sus semejantes que éstas han de procurarle; este es un punto de
vista legítimo y eficaz. Cabe también pensar que se proponga este objetivo por el
nobilísimo deseo de resultar útil y de servir, así, a los intereses de la colectividad. Pero
en ambos casos, para conservar las cualidades conseguidas, el ser humano no se
abstendrá necesariamente, de todo exceso. El arrivista, al igual que el abnegado,
cometerán excesos, porque gastarán fuerzas: excesos de energía cerebral, incluso
excesos de solidaridad y de celo fraterno. El único en no cometerlos será aquel en
quien el culto del yo sea lo suficientemente fuerte como para dominar
deliberadamente cualquier movimiento apasionado, para reprimir todo impulso
imprudente. Pero, un ser así, ¿no resultaría un monstruo? Llevado al ámbito de la
cultura física, sería el superhombre de Nietzsche. Al adorar su propio cuerpo,
convertido en un ídolo, debería subordinar paulatinamente todo a la preocupación por
construir y preservar su perfección. Uno se estremece al pensar en las reservas de
refinada crueldad y, por lo tanto, de eventual barbarie de las que dispone la naturaleza
humana bajo este influjo. Bastaría que surgiese de la multitud un pequeño número de
ejemplares de este tipo para que influyesen enormemente en su entorno y dejasen
una temible huella en la sociedad de su época.
Como decíamos hace unos instantes, este tipo no tiene nada de irrealizable.
Aunque hasta ahora no ha existido de forma absoluta, cabe, sin embargo, distinguir en
el pasado precursores evidentes, y en la actualidad hay circunstancias favorables para
166
su eclosión definitiva. En efecto, los progresos de la ciencia facilitan al hombre de hoy
un profundo conocimiento de su cuerpo y ponen a su disposición procedimientos de
cultura física tan variados como seductores. Por otro lado, la incertidumbre y la
relativa desaparición de las ideas religiosas dejan espacio libre para cultos nuevos o
renovados. ¿No es lo más natural en el hombre, cuando se aleja de Dios, el culto de sí
mismo? Los creyentes en la “bondadosa naturaleza”, discípulos de Jean-Jacques
Rousseau, carecen por completo de estos temores. Confunden la cultura física con la
cultura moral, y se dejan llevar por la ilusión de que aunque la segunda no engendre la
primera, la primera implica la segunda. Les parece que el hombre educado físicamente
ha adquirido infaliblemente la virtud, de manera que el culto de su propio cuerpo
carece para él de todo peligro, puesto que ese culto encuentra en sí mismo su propio
correctivo.
En la base de todo ello hay una confusión entre el carácter y la virtud. Las
cualidades del carácter no proceden de la moral, ni radican en el ámbito de la
conciencia. Esas cualidades son el valor, la energía, la voluntad, la perseverancia y la
capacidad de aguante. Grandes criminales y declarados canallas las han poseído.
Pueden emplearse tanto para el mal cuanto para el bien, de aquí que la doctrina de la
moralización directa por el desarrollo físico sea falsa y preocupante. Procede de la
creencia en el hombre “normal”, cuyos peligros ya hemos mencionado y combatido. El
hombre es un compuesto cuyos elementos actúan unos sobre otros, pero que no
pueden ser sustituidos entre sí: el perfeccionamiento muscular no garantiza por sí solo
ni el perfeccionamiento cerebral ni el perfeccionamiento moral.
Esta es la razón por la que la fórmula de los deberes físicos que comentábamos
hace un momento resulta incompleta y debe ser modificada. “Emplear todos los
medios aptos para desarrollar nuestras cualidades físicas y emplearlos para el bien
colectivo, y conservar esas cualidades absteniéndonos de todo lo que puede
degradarlas inútilmente”: esta es la buena fórmula. Estos sencillos términos añadidos
al texto primitivo ponen cada cosa en su lugar y encadenan en su cuna al molesto
“superhombre” que amenazaba con nacer. El principio altruista así proclamado puede
parecer platónico, y hasta cierto punto lo es, cosa que, por lo demás, no tiene mucha
importancia. Si la opinión se habitúa a considerar este correctivo como algo que forma
167
parte de la ley individual de la cultura física, entonces también se producirá una
tendencia a reprobar a aquel que transgreda demasiado abiertamente esa ley al
rechazar todo altruismo y no pensar sino en su propia elevación. El término
“inútilmente” subraya con claridad la dependencia en la que siempre debe
mantenerse lo muscular respecto del pensamiento y los sentimientos, y respecto
también de la utilidad social.
En resumen, el deporte sólo ayuda indirectamente a la moral. Para que esa ayuda
sea directa es preciso asignarle un objetivo reflejo de carácter solidario que lo eleve
por encima de sí mismo. Ello es una condición sine qua non para la colaboración entre
el deporte y la moral.
Una última observación: cabe reparar en que a lo largo de este estudio hemos
empleado indistintamente los términos deportes y cultura física. Y es que, desde
nuestro punto de vista, las diferencias entre ambos son sólo teóricas. En teoría, la
cultura física se distingue del deporte; en la práctica, nunca habrá cultura física
voluntaria (de carácter intensivo, por supuesto, la única de la que tratamos aquí y la
única que responde al pensamiento del Sr. Hébert) sin intervención del elemento
deportivo.
3. LA SERIE DE ACONTECIMIENTOS
Se trata de dos de los escasos textos en los que Coubertin se ocupa del
168
deporte en las universidades.50 Con el trasfondo de los triunfantes soldados
americanos durante la Primera Guerra Mundial, ve el obligatorio deporte
universitario americano como fundamento de una generación superior de hombres
jóvenes. Entre la total desatención a la educación física de los estudiantes europeos
y el sistema profesional de Estados Unidos también existen otros modelos
aceptables.
50
Ver también: Coubertin: “Les universités, le sport et le devoir social”, en Revue universitaire
Suisse/Schweizer Hochschulzeitung, nº 10, diciembre 1936, pp. 45-47. Reproducido en Coubertin : Textes
choisis, vol. III, pp. 620-622.
169
envió un texto autobiográfico al Congreso olímpico de 1913 en Lausana51, que
Coubertin menciona especialmente en la siguiente Carta olímpica. 52
Coubertin habla en este artículo sobre los debates del Congreso olímpico de
Lausana de 1913 de psicología deportiva. El instinto deportivo, que Coubertin había
tratado con detalle en su libro L’education physique. La gymnastique utilitaire (París,
Alcan, 1905), debe ir unido al “deseo deportivo”. Sólo de esta manera mantendrá el
deporte su carácter.
51
Ver Roosevelt, Th.: “Ma philosophie”, en Congrès International de Psychologie et Physiologue
sportives. Rapport. Lausana, COI, 1913, pp. 37-38. Ver Roosevelt, Th.: “The Vigor Of Life”, en
Roosevelt, Th.: An Autobiography. Nueva York, Scribner‟s, 1926, pp. 30-56.
52
Ver Lucas, J.A.: “Coubertin and Roosevelt”, en Festschrift für Horst Ueberhorst. Bochum, 1992.
170
3.10 Carta olímpica XX: Por qué deberían remar los ciudadanos de
Lausana
DEMASIADOS ESTADIOS
171
facilita la corrupción externa del atleta, sino que se olvida provocar en él fuerza de
resistencia, crear el punto de apoyo personal para un perfeccionamiento moral”.
“Si ha habido fallos –y acabo de señalar en que sentido muy restrictivo admito el
empleo de esa expresión-, los responsables son los educadores, los cuales se engloban
en tres categorías: los padres, los maestros y aquellos a los que la civilización moderna
otorga, a pesar de ellos, una delicada tarea, los periodistas. En sus manos y en distintos
grados y de formas muy diferentes, el instrumento pedagógico deportivo es una
poderosa herramienta de perfeccionamiento humano. Y, sin embargo, no han sabido
emplearlo. Los más culpables han sido los maestros, pues a ellos les correspondían
actuar sobre los padres y la prensa. Lo hicieron al principio; lo hicieron antaño en
Inglaterra cuando la doctrina del gran Thomas Arnold les inspiró y se empaparon de
ella. Lo hicieron en Francia hace cuarenta años cuando los colegiales, incitados por mis
palabras contra una existencia morosa y deprimente, abrieron las puertas de sus
cárceles para que entrase aire fresco (cito las palabras de uno de ellos que ha quedado
como prototípico, Frantz Reichel). Entonces, una serie de directores y de profesores
imaginativos, un Frignet, un Morlet, un Adam… conspiraron con aquel huracán de
jóvenes y se emplearon valientemente y sin desmayo en utilizar su fuerza. A pesar de
cierto rector que se empeñaba en no ver en el deporte sino un “entretenimiento”, lo
utilizaron para crear cultura moral, y uno de sus alumnos, que luego se convirtió, a su
vez, en jefe, Louis Dedet, hoy director del Colegio de Normandía, no ha dejado de
tratar a sus alumnos como antaño lo hacía con sus capitanes de fútbol. Me atrevo a
afirmar - mi amigo el mariscal Lyautey me ha concedido el derecho a ser el primero en
decirlo- que fue sobre todo esa generación la que ganó la guerra y dio a nuestro país
no un valor que no necesitaba, sino la resistencia fisio-psicológica de la que carecía
medio siglo antes”.
172
si me comprenderían. ¿Están dispuestos los historiadores, que tan sólo empiezan a
dejar sitio a las cuestiones económicas entre batallas y cronologías, a admitir la
influencia de las grandes corrientes pedagógicas en los acontecimientos que
relatan?...”
En la medalla para hacer entrar en África el deporte instituida por instigación mía
hace cuatro años, hice grabar esta inscripción tan concisa como permite la lengua
latina: Athletae proprium est se ipsum noscere, ducere et vincere, lo propio del atleta
es conocerse, gobernarse y vencerse. He aquí un texto que puede parecer pretencioso
por reflejar a la vez a Sócrates y a San Pablo. En cualquier caso, expresa una completa
verdad. El atleta que, merced a un entrenamiento perseverante, quiere conquistar un
trofeo que no le garantizan unas excepcionales cualidades naturales, ha de llegar a
cumplir la triple obligación de aprender a conocerse, a gobernarse y a vencerse. ¿De
ello hay que concluir que todo atleta se dedica, así, a una tarea de perfección moral?
En absoluto, pues esas cualidades permanecerán encerradas en el estrecho ámbito de
una ambición localizada. Al educador le corresponde hacerlas extensivas a toda la
persona; a él le toca transportarlas en cierta forma desde el terreno puramente
técnico al ámbito general. Para ello no es indispensable que él mismo practique
deporte, aunque, desde luego, sería mejor, y lograría el prestigio de ser considerado
como alguien de ley. Hace cuarenta años vi cómo los alumnos de una de las principales
public schools inglesas, el colegio de Clifton, cerca de Bristol, estaban sumamente
alegres por la noticia de que el “headmastaer” que los “trastees” acaban de darles,
había saltado, siendo estudiante, seis pies. La posesión de aquel récord de entonces
incrementaba singularmente a sus ojos la autoridad profesional de aquél.”
173
de interesarse por los triunfos de sus alumnos, se mezclaban con ellos, presidían sus
reuniones, y cuantas veces, a ejemplo de mi lustre amigo Padre Didon en su colegio de
Acueil, les he oído desarrollar el tema, a la vez antiguo y siempre nuevo, de la
transposición de las cualidades atléticas del plano deportivo al plano moral, y alabar
ese carácter muscular del alma cuyos valientes propagandistas fueron cuarenta años
antes Arnold y Kingsley. Sabían muy bien que si el conocimiento del latín embellece el
espíritu (preocupación que nos resulta cada vez más ajena), el deporte, sus rudos
contactos, sus alternativas, sus oportunidades preparan (perdón, pueden preparar) el
cuerpo y el carácter para las batallas de la vida. Notaban que en ello existía la
combinación de dos elementos cuya unión fraternal es lo único capaz de garantizar la
paz social, a saber, la ayuda mutua y la competencia, que en ello hay la tendencia, con
vistas al éxito, a que se produzca una mezcla de confianza y desconfianza, de audacia y
de prudencia, de impulso y de contención, que constituye la base del buen equilibrio
humano”.
“Hay que restablecer, Señores, en aquellos lugares en los que existió, esta forma
deportiva de entender la educación, y crearla donde no se produjo. También hay que
empeñarse, por último, en hacer atrevidamente las indispensable reformas
relacionadas con ella; es decir, la autonomía de los deportes escolares e incluso
universitarios, su separación de las federaciones actuales (cuya organización, por otra
parte, es precaria y está destinada a desaparecer, según creo, ante el ascenso del
corporativismo), la prohibición a todo colegial de participar en competiciones públicas
cuya entrada haya que pagar y que no participe sin autorización de su universidad, la
supresión de esas idas y venidas a causa de campeonatos y subcampeonatos que
obstaculizan los estudios, entrañan costosos gastos y son, por lo demás, la peor
manera de conocer un país, a la vez que producen muchos más prejuicios que esos
“viajes que no producen sino ojeras”. Así, desde mi punto de vista, es preciso que en
todo colegio exista una asociación deportiva escolar en la que se cultiven no sólo uno o
dos deportes, sino, en la medida de lo posible, todos (y ustedes saben que, para mí, la
gimnasia ocupa el primer lugar); que se estimule la emulación en esas asociaciones
mediante encuentros interescolares simplemente regionales; que la asociación esté en
parte regida por los mismos alumnos bajo el control de los maestros y la presidencia
174
del director del centro; que un pequeño periódico deportivo sin anuncios y
parcialmente redactado por los mismos alumnos les mantenga al corriente de las cosas
que tienen interés en conocer, sin olvidar los acontecimientos mundiales, ni los
principales hechos de la evolución contemporánea”.
DESCONFIANZA FEMINISTA
Aunque sobre todo corresponda a los padres apoyar al colegio en esta tarea,
también atañe a los poderes públicos. Pero, ¿lo harán? Me dirijo a ellos para
animarles, pero no me rebajaré a intentarlo halagándoles. Me atrevo, por el contrario,
a decir a muchos de ellos que su actual apatía es penosa. ¿Cómo educan a sus hijos y,
sobre todo, a sus hijas? En muchos países, la joven es hoy la que corrompe al
muchacho, pero los padres animan a su hijo a mostrarse precozmente coqueto, pillo y
tunante; ello les divierte y les regocija. Lo que así se prepara no es sólo una generación
de neuróticos, sino de seres hastiados, la peor calaña que haya en el mundo. Así pues,
tenga cuidado esta sociedad que se abandona a los países próximos, a un Asia
rejuvenecida, a un África enteramente nueva, al igual que a esa población obrera que
en todas partes es la más numerosa y fuerte y que, a falta de la cultura que se le ha
negado imprudentemente, empieza a dedicarse al deporte y da pruebas de una
atención pedagógica digna de ser señalada”.
“¿No cabe moralizar mediante el deporte a esa juventud femenina de la que acabo
de hablar con justificada crueldad? No lo creo en absoluto. Cultura física, y cultura
física deportiva: sí. Ello es excelente para la joven y para la mujer. Pero, en lo que
atañe a la naturaleza femenina, hay que tener muchísimo cuidado con esa rudeza del
esfuerzo masculino, cuyo principio aplicado con prudencia, pero de forma decidida,
está en la base de la pedagogía deportiva. Sólo se logrará físicamente merced a la
ayuda de unos nervios que cumplen un cometido mayor del que les corresponde, y
moralmente por una neutralización de las cualidades femeninas más preciosas. El
heroísmo femenino no es en absoluto una quimera. Yo diría que, aunque menos
brillante, es tan habitual, y quizá más admirable, que el heroísmo masculino. Mujeres
como Edith Cavell y Gabrielle Petit, veneradas en Bélgica, no tuvieron necesidad de ser
175
atletas y, aún a riesgo de contristar a los literatos que intentan verla bajo este ángulo,
diré que, a mi parecer, Juana de Arco tampoco lo fue”.
LA HORA “FIJA”
“Por el contrario, la pedagogía deportiva tiene de particular que supera los límites
de la adolescencia e invade la edad adulta. Su objetivo, una vez que ha moldeado al
efebo, sigue siendo mantener ese modelado en el hombre ya hecho. Su aplicación
tiene un límite inferior: no corresponde a la infancia. Un temible error que cometemos
actualmente estriba en poner demasiado pronto en contacto al niño con el deporte
organizado. Esta incomparable palanca se embota al hacer de ella un uso prematuro,
de lo cual se deriva un nuevo incentivo para la precocidad, tara general de la
educación actual. Nuestros contemporáneos parecen querer apresurar la estación
primera, y piensan que, suprimiendo casi del todo la primavera, alargan el verano, es
decir, el período de plena producción. Pero la naturaleza se ríe de semejantes cálculos
y recupera pronto sus derechos. Cuidado con los otoños y con los inviernos precoces,
no sea que al impulsar la flor no hagáis, sencillamente, caer demasiado pronto la hoja.
176
que actúe verdaderamente sobre la ciudad, sobre la nación, sobre la raza, debe ante
todo ser individual y prolongarse lo más lejos posible. Un gran jefe del ejército decía
que un soldado de veintiocho a treinta años sin cicatrices no valía nada como
productor de energía. Asimismo, nada brilla tanto en la vida civil como lo que llamaré
la hora fija”.
“Hay que haber vivido en costas con mares de profundas mareas para apreciar
cuánta potencia y majestad hay en esta expresión de “hora fija” para designar el
momento en el que la ola llega a su plenitud y parece querer reposar unos instantes
antes de empezar a bajar. En ocasiones, también el viento parece sosegarse, y diríase
que la tierra se une a esta calma de los demás elementos. Y si la llama se alza entonces
desde una de esas hogueras campestres que evocan los cultos primitivos, se la ve
renunciar a sus habituales espirales y subir recta hacia la nube”.
“Existe una hora similar en la vida humana, una hora en la que la marea cerebral y
muscular llega a su punto álgido, y el individuo puede tener la fortuna de ser
consciente de ello. Pero esa fortuna no les es concedida a todos. Hay muchas
circunstancias que la alejan: accidentes de salud, insuficientes posibilidades de cultura,
preocupaciones agobiantes… Pues la suerte es desigual y tiene maneras injustas… Sin
embargo, cuántos dejan pasar esa hora magnífica simplemente por no caer en la
cuenta, cuando hubieran podido vivirla apasionadamente; cuántos otros hubieran
podido hacer un esfuerzo previo en el tiempo oportuno que les hubiese garantizado el
valioso dominio de ella”.
“El hombre puede hacer mucho para tener la alegría de la hora fija. La dificultad
estriba en que, para lograrlo, necesita a la vez prolongar la juventud de los músculos y
apresurar la madurez del cerebro con el fin de dar al cuerpo y al espíritu una plenitud
concordante. Tengo grandes esperanzas en que los trabajos de la Unión Pedagógica,
una vez concluidos y asimilados, aportarán una ayuda propicia al espíritu. En lo que
atañe a los músculos, mientras que no se haya restablecido el gimnasio antiguo –por
supuesto, antiguo en su principio, pero moderno en su forma- y mientras que cada
ciudad no se preocupe por crear uno o varios en lugar de construir esos estadios sobre
los cuales lanzaba hace unos instantes un anatema, ¿cómo queréis que el adulto se
177
mantenga individualmente en buena forma deportiva? ¿Dónde practicará cuando
pueda encontrar una fugaz ocasión para ello en medio de sus tareas profesionales?”
“Me doy cuenta de que os asombra que haga entrar en el radio de acción de la
pedagogía deportiva a un adulto al que algunos pensarán que le doy una importancia
exagerada, pero sobre el que no dejaré de pensar, en el momento social actual, que es
el ser más interesante. Y sin embargo, éste escapa, según piensan ellos, a la acción del
educador. En absoluto. Si ha sido bien orientado durante su educación, será un
educador de sí mismo. Cuando se trata de un adulto, existen dos puntos de vista que
señalé hace ya mucho tiempo, pero que no han llamado suficientemente la atención
de los pedagogos.”
SATISFACCIONES PASIONALES
178
decepción. Apacigua los sentidos no sólo por el cansancio, sino por la satisfacción. No
se limita a neutralizarlos, sino que los contenta”.
“Hay otra pasión del hombre adulto que, aunque en menor medida, también es
preciso dándole alguna satisfacción: la cólera. El término es, sin retruécano, demasiado
colorista. En francés evoca inmediatamente el desencadenamiento de una riada de
violencia, y excluye erróneamente las cóleras frías o diluidas, mucho más perniciosas
para el que las siente o se entrega a ellas. Los moralistas responden que basta con
aprender a resistirse a uno mismo: muy bonito, pero demasiado simplista. Ese
simplismo se deriva de la eterna confusión entre el carácter y la virtud. Las cualidades
del carácter no proceden de la moral, ni pertenecen al ámbito de la conciencia. Esas
cualidades son: el valor, la voluntad, la perseverancia, la sangre fría, el aguante… Y son
físicas en sus tres cuartas partes. Os ruego que me digáis si la persona que rompe una
silla o un vaso para apaciguar su cólera no haría mejor en coger un aparato deportivo
cualquiera y utilizarlo, aunque fuese brutalmente. ¿Pensáis que es utópico? Por el
contrario, en ello no hay más que sentido práctico, y la experiencia lo demuestra. Ya
he contado cómo antaño, cuando estuvo encargado de dirigir la policía de Nueva York,
y preocupado por las sangrientas riñas que se repetían constantemente en lo que se
denominaban “los bajos fondos de la ciudad” (down town), Teodoro Roosevelt abrió
en aquellos barrios de mala fama cierto número de salas de boxeo gratuitas y cómo
disminuyó de inmediato y en una proporción asombrosa el número de combates
callejeros”.
179
ámbito de la pedagogía deportiva, títulos confirmados por la acción del Instituto
olímpico durante los años de guerra en los que funcionó en beneficio de internos
franceses y belgas. Expuso después cómo había nacido el B.I.P.S., debido a la presión
de la opinión pública, la cual, exagerando, por otra parte, los actuales abusos,
reclamaba una intervención y un enderezamiento.
180
deportes, el farol es inútil, porque los resultados deportivos se inscriben en cifras o en
hechos; no permiten mentir ni a los demás ni a uno mismo. El entrenamiento está en
la base, si no de todo logro, sí al menos de muchos. Procede de una decisión cotidiana,
de una escalada hecha paso a paso, cortada por detenciones y retrocesos, que se
apoya en un sólido bastón llamado voluntad”.
“Nuestro B.I.P.S. tiene como trabajo difundir ese evangelio, pero, según parece, le
corresponden también otras tareas. Desde el Congreso de Bruselas de 1905, cuyo
programa ha sido recientemente revisado por nuestros colegas, les pareció que
muchos de los problemas que figuraban en él no fueron en aquellos momentos
suficientemente apreciados y que, en cualquier caso, seguían sin elucidarse; que sería
muy ventajoso volver a estudiarlos de forma más rigurosa con ayuda de las
experiencias adquiridas desde hace 25 años. Quiero citar algunos de ellos. En el Estado
de Nueva York, se aplicaban ya, a finales del siglo XIX, con vistas a la rehabilitación
moral de los huéspedes de la gran penitenciaría de Elmira, ejercicios deportivos con
notables resultados. Últimamente he tenido la curiosidad de informarme sobre qué
había ocurrido con aquellos métodos desconocidos por el Viejo Mundo. Allí, muy lejos
de haberlos abandonado, se los ha desarrollado considerablemente. En el grueso
volumen que me han enviado y que cuenta cómo han ido las cosas en la penitenciaría
el año pasado, el deporte ocupa un lugar enorme e inusitado. Lo que ocurre en Elmira
ocurre también fuera. Sería útil e interesante reunir información y estudiar cómo
opera el deporte en esos medios. No estamos del todo seguros. Sabemos que vuelve a
dar al individuo defectuoso o degenerado una especie de orgullo humano que no se
produce sin una tendencia al culto del honor, pero hay matices, matices sutiles y
huidizos que es preciso captar y fijar. Sigue valiendo la pena empezar a cultivar ese
campo psicológico susceptible de ser muy fértil”.
181
entre el deporte y el servicio militar no ha sido establecida o, al menos, lo ha sido mal.
En este punto se han producido constantes acciones y reacciones. Los oficiales de
mayor graduación, al igual que los de menor rango, que están en contacto directo con
la tropa no han podido ponerse de acuerdo ni sobre límites ni sobre precisiones.
Aunque no sea muy tentador aventurarse en ese avispero, diré que las conocidas
peleas sobre el “amateurismo” no dejan de tener todo un aspecto psicológico sutil y
complejo que le sitúa en el ámbito de observaciones de una institución como el
B.I.P.S.”
182
DEL JUEGO AL HEROÍSMO
“En este lugar, los recuerdos del Congreso de 1913 me resultan, Señores, muy
vivos. Me acuerdo de las palabras del profesor Millioud, que seguía las discusiones con
un vivo interés: “en definitiva, el deporte es una forma de actividad que va del juego al
heroísmo, susceptible de colmar todos los grados intermedios”.
183
El duelo eterno contaba con una víctima nueva y la sublime doma del cuerpo por el
alma brillaba una vez más sobre la humanidad”.
Le Sport Suisse,
(El deporte suizo)
21 nov. 1928, nº 1074, p. 1 (I)
28 nov. 1928, nº 1075, p. 1 (II)
Brochure spéciale, Genève,
Sport Suisse, 1928, 8 pages.
184
3.12 Fuentes y límites del progreso deportivo
El progreso deportivo del adolescente y del joven adulto puede proceder de una
triple fuente. Por una parte, del perfeccionamiento muscular de su cuerpo. El cuerpo
es, en efecto, susceptible de ser en buena medida mejorado. Cabe fortalecerlo, darle
mayor agilidad, más resistencia y habilidad, más equilibrio, y ello puede lograrse
merced un ejercicio perseverante y un entrenamiento bien entendido, sobre todo si a
la acción de éste se le añaden circunstancias propicias.
Pero en el perfeccionamiento del cuerpo humano con vistas al éxito deportivo, las
cualidades psíquicas desempeñan un gran cometido, que a veces es incluso
preponderante. No olvidemos que el ciclo olímpico moderno se inauguró con el triunfo
en la “carrera de Maratón” de un campesino griego, cuya fortaleza era natural y no
había disfrutado, ni con mucho, de una preparación científica; se había preparado
ayunando y rezando a las Santas Imágenes de acuerdo con su culto. Puedo añadir que,
desde entonces, he venido continuamente observando en cada Olimpiada cómo la
voluntad y sangre fría conseguían de alguna forma “forzar” el triunfo, y ello de manera
que los participantes físicamente mejor dotados quedaban a veces eliminados por
otros que, aunque menos favorecidos desde este punto de vista, alcanzaban el triunfo
por su mayor energía y voluntad. Ello constituye, por lo tanto, una segunda fuente de
progreso de orden psíquico, pues cabe entrenar la voluntad y la perseverancia tanto
como la capacidad muscular. Existe, por último, una tercera. Las dos primeras se dan
en el interior del individuo. La tercera le es exterior. Está representada por el
perfeccionamiento de los aparatos deportivos o de las condiciones en las que se
practica cada deporte, ya se trate de aparatos nuevos o simplemente renovados
merced a algún descubrimiento o a una mejor adaptación de los elementos utilizados.
Ved, por ejemplo, el caso del remero moderno: su embarcación no sólo ha adquirido
185
una asombrosa ligereza, sino que la movilidad del asiento que se desplaza sobre
ruedas y la lejanía del punto de sujeción de los remos aportan una ayuda mecánica
inmensa. Comparadlo con el remero de antaño, que manejaba en su pesada barca
unos remos excesivamente cortos. Verdaderamente, no hay un ejercicio que haya
sufrido una transformación tan completa gracias al ingenio humano; así, el remo es el
conjunto gimnástico más perfecto que existe.
¿Qué decir de la bicicleta, que surge de una idea genial consistente en la aplicación
mecánica de la rueda dentada y del empleo de la cadena de transmisión unida al
pedal?... En esgrima, el pesado e incómodo pertrecho de hace cincuenta años ha sido
sustituido por vestidos y máscaras ligeros y por armas fáciles de manejar. El juego del
practicante de esgrima no sólo se facilita, sino que su táctica cambia por ello, y todavía
más la del boxeador desde la mejora producida en la fabricación de los guantes de
boxeo. En estos casos, el progreso muscular aparece, por lo tanto, en correlación
directa con el perfeccionamiento de la herramienta y produce incluso cambios en los
movimientos y actitudes de la persona. Los beneficios cosechados por el corredor o el
gimnasta que proceden de la pista de ceniza o de los nuevos aparatos gimnásticos,
aunque son menos directos y menos aparentes, pertenecen al mismo orden. Por el
contrario, el escalador o el lanzador de disco y de jabalina no están, a este respecto, en
una situación muy distinta a la de sus camaradas de la antigüedad…
II
186
la teoría que afirmaba una pretendida oposición de los deportes entre sí, hoy está
condenada. Aunque el fútbol no prepara para la equitación, tampoco la perjudica en
absoluto, al igual que la carrera y el salto tampoco perjudican al boxeo. Recuerdo
haber visto hace 47 años a un joven canadiense lograr un segundo premio en saltos de
equitación la primera vez que montaba. Era un futbolista. Algo más tarde, durante los
juegos de la Iª Olimpiada en Atenas, un estudiante americano se clasificó en
lanzamiento de disco, deporte que no había practicado hasta entonces. Este tipo de
incidentes me convencieron del valor del eclecticismo deportivo, cuya teoría sirvió de
base para el sistema de la “Gimnasia utilitaria” tal como tuve ocasión de exponerla,
especialmente en la Revue des Deux Mondes de febrero de 1902.
187
tarea exija un esfuerzo muy largo y continuo. Sin llegar tan lejos como los japoneses,
sería conveniente que los métodos europeos se inspirasen en su ejemplo y otorgasen
al elemento “equilibrio” un lugar más importante del que se le da en educación física.
188
ejercicios y sugerí a una gran casa cinematográfica el establecimiento de pequeños
aparatos de fácil manejo y no muy caros susceptibles de dar una visión lo
suficientemente clara del deportista en movimiento, lo bastante nítida como para que
éste pueda darse cuenta, viéndose a sí mismo, de las torpezas que comete y trabaje,
así, para corregirlas. Aunque el maestro critique las actitudes de sus alumnos, nada
será tan útil para ellos como el testimonio irrecusable de la imagen. Y esto no vale sólo
para el jinete, el practicante de esgrima y el remero, sino también, en mayor o menor
medida, para todos los deportes.
III
189
Estos son, claramente, distintos puntos de vista en los que cabe ponerse para
determinar las fuentes del progreso deportivo. El tema podría ser largamente
desarrollado si no se tratase de dar aquí algunas breves notas destinadas a hacer un
simple análisis de conjunto, a tener una rápida visión general.
Ahora toca preguntarse por los límites de ese progreso. ¿Cabe que se consuman,
que se agoten esas fuentes que acabamos de revisar? Todo cambia, y ello todavía más
en nuestra época debido a la premura general, al gusto por la velocidad y a los medios
para satisfacerlo. La “moda”, que no es, en definitiva, sino la emanación del espíritu
mimético combinado con el espíritu de novedad, ha desempeñado en el progreso
deportivo un considerable papel. Si desde el principio, hace ya más de cuarenta años,
he pretendido que la restauración del olimpismo se extendiese a todo el globo, ello se
debe a que veía ahí una especie de garantía, de seguro contra abandonos u
hostilidades puestos repentinamente de moda. Cuando una moda ha dado la vuelta al
mundo resulta muy difícil de quitar. Por otra parte, a medida que el tiempo transcurre,
la moda resulta un elemento cada vez menos importante en el progreso deportivo,
porque el deporte tiende a transformarse en un hábito para el individuo, mientras
espera convertirse en una necesidad.
190
asistir a un gran partido de fútbol, mientras que forma con frecuencia claros ante los
más bellos logros de un equipo de gimnastas en la modalidad de aparatos?
IV
191
¿Qué ocurre con el perfeccionamiento en el caso de los aparatos deportivos?
¿Existen límites?... En principio no. Pero hay, sin duda, que señalar la existencia de
unos límites más allá de los cuales el aparato deportivo podría llegar a sustituir en
cierta forma al hombre a fuerza de facilitar su esfuerzo. Ello conllevaría el riesgo de
traspasar la frontera del deporte mismo. Veamos un ejemplo. Los corredores de la
antigüedad cogían impulso directamente en la arena para aumentar la dificultad e
incrementar, así, su mérito. En los modernos domina la preocupación inversa: quieren
facilitar la carrera para conseguir mayor velocidad. De aquí las pistas de ceniza y el
calzado de clavos. Pero imaginemos que se hacen calzados, e incluso pistas, con unos
resortes que de alguna manera dan impulso al corredor en cada zancada: con ello no
sólo se facilita el movimiento, sino que una parte del esfuerzo del deportista lo llevaría
a cabo el instrumento que emplea. La velocidad así lograda no sería enteramente
suya…
Si me preguntaran qué se necesita hoy para conseguir una hermosa raza deportiva,
respondería: menos nervios y más cultura cerebral; y como ambiente, calma y
proporción. Ésta es la significación que pretendí dar cuando intenté definir, al crearlo,
el olimpismo moderno. Durante mucho tiempo no me comprendieron, y luego
terminaron por hacerlo. Más vale tarde que nunca. En este asunto ha habido miles de
periodistas e incluso de profesores que han gastado sus talentos; unos sin la suficiente
192
reflexión, y otros sin tener los datos experimentales deportivos indispensables para sus
razonamientos. De aquí que el progreso haya sido tan lento.
193
floración deportiva. Hace ya mucho tiempo, un novelista francés amigo mío, Paul
Bourget, exclamaba: “¡Si supieseis cuán fecundo en esplendores viriles puede ser el
matrimonio entre la alta cultura intelectual y los violentos ejercicios físicos!” El mundo
apenas ha empezado a darse cuenta de ello. Sin embargo, el porvenir está ahí.
Hace unos instantes decía que para que pueda desarrollarse una hermosa raza
deportiva hay que suministrarle un ambiente de calma y de proporción. La calma social
no es la tranquilidad burguesa, sino el orden. Éste puede reinar en regímenes políticos
muy distintos, pero no reinará en las instituciones hasta que lo haga primero en los
cerebros. De aquí que el progreso moderno sea ante todo pedagógico.
¡El helenismo! Siempre él. Hemos pensado que era algo del pasado, una
concepción muerta, imposible de resucitar, sin aplicación en las condiciones actuales,
lo cual es un error. Es un elemento de futuro. Sus principios vitales convienen y se
adaptan a la existencia moderna. De aquí que el deporte resulte un elemento esencial
del progreso moderno.
194
3.13 Entre dos batallas. Del Olimpismo a la Universidad obrera
195
poder absorber el espíritu humano la inmensa mayoría de las conquistas, tampoco
podrá generalizar, es decir, extenderse y desarrollarse”. Palabras inquietantes de
aspecto fatal. ¿Cómo sustraerse a esta ineluctable consecuencia del progreso
científico? Nos lo dice Leibnitz. También él profetizó cuando dijo en su Discurso sobre
el método de la certeza y del arte de inventar: “Cabe decir que las ciencias se abrevian
al aumentar, pues mientras más verdades se descubren, mejor situado se está para
observar en ellas unas secuencias regladas y para establecer proposiciones cada vez
más universales respecto de las cuales las otras no son sino ejemplos o corolarios, de
manera que un gran volumen de las que nos han precedido podrá reducirse con el
tiempo a dos o tres tesis generales”.
Estas dos ideas, luminosamente expresadas por dos grandes hombres en unas
fórmulas agudas, no han dejado de conducir mis esfuerzos a la manera de dos globos
luminosos que mantiene en sus manos, alzadas hacia el cielo, la inmortal figura
dibujada por Puvis de Chavanne.
El núcleo del mal estaba en la enseñanza llamada secundaria, y era ahí donde había
que aplicar el remedio. A la escuela primaria le tocaba poner las bases técnicas de la
cultura, y a la escuela superior o universitaria enseñar la especialidad práctica o
científica. Entre ambas había que hacer de la enseñanza secundaria “una era de ideas
generales”. Este era el principio fundamental de la reforma, que suponía la sustitución
del análisis por la síntesis como método de enseñanza. En efecto, ¿qué ha sido hasta
ahora la enseñanza secundaria, no sólo en Francia, sino en la mayor parte de los
países? Una vasta tentativa de síntesis operada en el cerebro del adolescente con
ayuda de distintos elementos llamados física, química, literatura, historia, botánica…
que debía suministrarle una concepción homogénea del mundo y de la vida. Ahora
bien, la síntesis ya no se practica. Los elementos que la procuran se han hecho
excesivamente numerosos. Ha habido que quitar algunos esenciales; otros no se
utilizan sino en formas difícilmente asimilables. Con un adelanto inútil en ciertos
puntos y con total ignorancia de otros, el adolescente se encuentra desorientado por
el forzoso desmenuzamiento de su preparación, la abundancia de fórmulas y de ideas
hechas y la impotencia para sacar conclusiones vivas de todo lo que ha aprendido.
196
Sin embargo, la existencia humana está dominada enteramente por dos realidades:
por un lado, el hombre depende del planeta en el que está radicado, de sus
movimientos, de las leyes mecánicas, físicas y químicas que lo rigen; por otro lado,
tiene tras de sí sesenta siglos de historia durante los cuales se ha constituido un
patrimonio “del cual es, a la vez, beneficiario y responsable”. Tomemos, por lo tanto,
estas dos realidades de nuestra vida y emprendamos la tarea de analizarlas yendo de
lo general a lo particular, del conjunto al pormenor, del cuadro formado por las
apariencias a la explicación más o menos profunda según el tiempo del que se
disponga. De esta forma se creará esa “era de ideas generales” que, encastrada entre
la escuela y la universidad, debe constituir la nueva enseñanza secundaria, de manera
que distribuya a todos una beneficiosa luz inicial.
Estas nociones, que indiqué por primera vez en 190053, no fueron comprendidas y
dejaron indiferente a la opinión. Expuestas de forma más precisa siete años después 54,
fueron tachadas de utópicas y produjeron en algunos lugares cierta indignación. Sin
embargo, en torno a ellas se formó un pequeño núcleo de partidarios. Con la preciosa
ayuda de mi añorado amigo Gabriel Lippmann, establecí una serie de programas
pormenorizados, uno de ciencias y otro de “humanidades”. El ilustre físico no dudó en
aceptar un “sabotaje” de la física y de la química como elementos autónomos de la
enseñanza secundaria, ni en adherirse plenamente a la idea de que no conviene
mantener esa autonomía en perjuicio de otros conocimientos y que, del mismo modo,
tampoco hay ningún interés pedagógico o social en que el colegial aprenda los tanteos
y experiencias a través de los cuales se ha llegado a descubrir una determinada ley o a
aislar un determinado cuerpo. Para el alumno, afirmábamos, no existe ni la física ni la
química propiamente dichas, así como tampoco la astronomía o la geología; sólo hay
fenómenos de orden físico, químico, astronómico, geológico, etc., con los que se
encuentra y que deben explicársele a lo largo de su “excursión planetaria”. Y en lo que
se refiere a su “excursión histórica”, ésta debe conducirle de la misma forma a través
de todos los siglos y todos los continentes. El recorte de la historia en distintos trozos
por épocas o por países sólo era excusable en una época en la que los historiadores
aún no habían “cerrado el círculo” de las épocas, al igual que los geógrafos tampoco lo
53
Notes sur l’Education Publique (Notas sobre la Educación Pública) (Hachette y Cíe)
54
L’Analyse universelle (El Análisis universal) (Alcan)
197
habían hecho con el de los océanos o el del relieve. Hoy se han tendido puentes sobre
la ignorancia de ayer. Las palabras de Leibnitz adquieren todo su valor.
Aprovechémoslas para establecer, en el centro de los cerebros jóvenes, las bases
inquebrantables sobre las que podrá construirse con total seguridad el edificio de unos
conocimientos especiales necesarios para el buen funcionamiento de la sociedad
moderna.
198
hilo conductor era la historia, salió transformado. Yo había trazado el boceto de la
historia universal en cuarenta capítulos que apenas dejaban huecos, pero cuyo
ordenamiento no terminaba de satisfacerme. Faltaba una división superior más
sencilla, más chocante, en una palabra, más educativa. La que finalmente se me
impuso agrupaba los anales de los pueblos en cuatro partes: I. Los imperios de Asia.- II.
El drama mediterráneo.- III. Los Celtas, los germanos y los Eslavos.- IV. La formación y
desarrollo de las democracias modernas. No me paré a considerar que los dos
primeros términos de esta clasificación eran de orden geográfico, el tercero de orden
étnico y el cuarto de orden político. Lo que me importaba era que todos los elementos
de la historia fuesen susceptibles de encontrar un lugar en aquel marco y que éste
pudiera ser utilizado (perdóneseme la vulgaridad de la imagen) como un acordeón, es
decir, emplearlo tanto para un rápido resumen cuanto para largos desarrollos. Los
sucesivos auditorios que a partir de ese momento pudieron comprobar en Lausana, en
Luxemburgo, en Mulhouse… que el marco era efectivamente elástico, me llevaron a
considerarlo como definitivo y conforme a lo que había estado buscando.
***
Las antiguas crónicas cuentan que los Bárbaros atravesaron el Rin la noche del 31
de diciembre del año 406 y que, una vez derrotados quienes lo guardaban, se
extendieron por las Galias.
199
desde su advenimiento, los rencores acumulados y los apetitos contenidos chocaron
en un conflicto gigantesco por la conquista del poder. Pretender que la clase obrera
retrocediese, sin más, a su antiguo destino, era algo con lo que no se podía contar.
Trabajar con ella o someterse a ella era la única alternativa que cabía discutir.
200
logradas por la civilización fuese confiado a su custodia, ese templo sea respetado y
mantenido.
¡Cómo! Me dirán. ¿Quiere usted enseñar todo esto a trabajadores manuales? ¡Qué
tontería! No tienen ni tiempo ni ganas para semejantes estudios.
Ya sé; conozco esos reproches y esas ironías. Cuando quise restablecer los Juegos
Olímpicos me tomaron por loco.
201
***
Pues bien, ese internacionalismo es hoy en día el mejor, o por ser más exacto, el
único garante de la duración del movimiento de renovación deportiva tan necesario
para la salud de las sociedades modernas. Porque, no nos engañemos, el deporte no es
connatural al hombre, y la deportividad de un pueblo es una planta artificial y delicada.
Sin la religión, los espectáculos, el comercio y el reclamo que prolongaron su
existencia, Olimpia no hubiera pervivido tantos siglos. El atletismo medieval, poco
conocido, pero muy digno de serlo, no pudo, pese a todos los elementos que lo hacían
pervivir, mantenerse por mucho tiempo. Por su parte, el movimiento moderno no
procede en absoluto de una corriente espontánea. Surgió de las iniciativas pertinaces
de algunos individuos, Jahn en Alemania, Arnold y Kignsley en Inglaterra, los cuales
triunfaron donde Amoros acababa de fracasar. Cuando, en 1886, mis colaboradores y
yo, forzando la puerta de los liceos, emprendimos la tarea de “volver a broncear a
Francia” mediante el deporte, ésta estaba menos que dispuesta. Una pluma amiga
202
contó hace tiempo las etapas de nuestra campaña55. Ahora bien, la causa no está
ganada, y hay que ser desconfiados. En la Historia, los siglos deportivos han sido
breves y raros. Y ocurre que en este terreno, al igual que en otros, pronto se doblegan.
Entre nosotros se alza una suntuosa fachada; detrás hay mucho vacío. En ninguna
parte el deporte está todavía seguro del futuro. Alrededor de la tierra la llama olímpica
corre, al menos, de ciudad en ciudad, y prosigue su carrera hasta Extremo Oriente. Si
en algún sitio se produce un desfallecimiento, jóvenes naciones se presentarán para
recogerla de las negligentes manos dispuestas a dejarla caer.
La llama deportiva será, así, salvada de la extinción. Esta es la causa por la que
restablecí los Juegos Olímpicos, y no por la vanagloria de restaurar pórticos
desaparecidos.
Pero aquí no se habla de eso, sino que se honra a Didon como gran predicador,
incansable escritor, convincente pedagogo y también como nacionalista francés.
FEHLT EIN SATZ
55
El Neo-Olimpismo y la guerra, Revue Hebdomadaire, 10 de mayo de 1917.
203
llevado prematuramente a la tumba a un monje que en Francia se iba a convertir en el
Lavigerie de la educación.
Quien ha estado con el Padre Didon ha visto su alma, pues ésta aparecía siempre
en el frente de batalla, en la cima de las colinas, mirando derecha ante sí, con la
preocupación fundamental de no ocultarse. La lucha era su primera pasión; la buscaba
incluso en la cátedra desde la que predicaba: “Es gracioso, me decía un día; cuando mi
auditorio no me aguanta, me siento paralizado: de aquí que a veces traspase los
límites de mi pensamiento para obligarle a revolverse”. El trabajo era su segunda
pasión; el modernismo la tercera. Recuerdo un discurso de entrega de premios en el
que, con inigualable audacia, cogió sin miramientos ante mis alumnos cautivados y sus
padres incómodos a la bestia negra del momento, el antisemitismo, y le dio su
verdadero nombre: la pereza. Con qué poderosa ironía removió aquella sociedad sin
resortes que se quejaba de estar dominada y conducida por una hornada de israelitas.
Con amplio ademán, mostró a los jóvenes franceses que le escuchaban las carreras
productivas, el comercio, la industria, las finanzas, las colonias, carreras tan viriles y
nobles como la carrera de las armas. El apreciaba, ciertamente, al ejército nacional, y
en el último discurso que pronunció en su honor fue acusado de halagar a los militares
que se encontraban allí. Los periódicos dieron la noticia: al leerla, yo no encontré
personalmente sino una visión filosófica quizá algo exagerada, pero grandiosa, del
papel de la fuerza en el mundo.
204
No puedo decir aquí, en el breve marco de estas cartas, toda la belleza y la fuerza
moral que me ha dejado entrever su persona, cuya fiel amistad para conmigo databa
de diez años atrás. Quizá más tarde tenga ocasión de decirlo.
Ahora que ya no está, ¿quién podrá ocupar su sitio?... En Francia no hay educación:
no se sabe preparar sino pequeños sacristanes melosos o pequeños lógicos totalmente
secos, y yo admiro verdaderamente la reserva de vigor y de inteligencia que ha
permitido a nuestra raza poder resistir durante tanto tiempo a la inepta deformación
que le han hecho padecer.
Todo pasa. Las revoluciones no sólo derriban los gobiernos, sino también las
fórmulas. La pobre y antigua mens sana, que sirvió de tema a la oratoria de tantos
hacedores de discursos ha sido relegada al Museo de Antigüedades. Nadie se atreverá
ya a comentarla en las entregas de premios ni a encontrar en esas cinco palabras una
fórmula de indiscutible sabiduría. Será sustituida por nuevas palabras. Nuestro agitado
siglo ha caído repentinamente en la cuenta de que predicaba una fórmula transmisora
de mediocridad y de inercia. Estar sano: ¡bonito asunto! ¿Se conquista el mundo con
cualidades negativas? Conviene, pese a todo, distinguir. El cuerpo sano no es aún la
regla general y, lamentablemente, el espíritu sano es algo igualmente raro, si no lo es
más. Desear al prójimo este doble beneficio no es, por lo tanto, apetecer para él un
deseo superfluo. Y ese deseo contiene una feliz llamada al esfuerzo individual con el fin
de adquirir, en la medida de lo posible, la preciosa “salud”, fuente de equilibrio y, por
205
lo tanto, de comodidad; casi cabría decir: de felicidad. Pero es cierto que semejante
ideal tiene algo excesivamente médico como para ser propuesto al carácter ambicioso
de los “sportsmen”. El Mens sana in corpore sano es algo excelentemente higiénico y
en absoluto atlético. Esto apenaba al Sr. de Coubertin. Tampoco le bastaba algo
claramente atlético. Quería lo olímpico. Había decidido que el espíritu fuese ardiente y
que el cuerpo estuviese en forma. ¡Háblenos de eso! Con jóvenes así cabe dar
hermosas “fiestas de la Sorbona”, jóvenes que fingían de forma muy literaria y que en
medio de un diálogo introducían con la mayor facilidad una finta digna de los mejore
luchadores. Llamó en su ayuda a un perfecto latinista, el Sr. Morlet, antiguo director
del liceo Michelet, y este literato amigo de los deportes encontró en seguida los
términos más apropiados para traducir en el lenguaje de Cicerón el nuevo
pensamiento. La deseable fórmula había nacido. Fue proclamada en otra ocasión en
Budapest, con la inmediata aprobación del auditorio. El húngaro es, justamente, un
poco así. Basta de “fervidus”; mejor “lacertosus”. Se aplaudió fervorosamente. La
fórmula partió para dar la vuelta al mundo. Hela aquí grabada en bronce en la
conmemoración de las últimas manifestaciones olímpicas. Queda muy bien. Los
señores partidarios de la higiene siguen con su Mens sana bajo el brazo y su corpore
sano; si saben emplear esta fórmula, sacarán de ella un excelente partido. A los
señores atletas les corresponde mantener un bonito equilibrio entre el ardor petulante
del espíritu y la atrevida agilidad del cuerpo. Ello será casi como ir en aeroplano. Puede
caerse: uno puede incluso morir en las alas de ese balanceo, pero el final es glorioso;
los que no caen tienen la posibilidad de alcanzar las más altas cimas del perfecto
olimpismo.
206
La violencia con que se ha atacado el Congreso de Lausana en una hoja socialista-
revolucionaria helvética no merecería prestarle más atención si no se hubiesen hecho
en otro lugar y casi en el mismo momento otros intentos para crear agrupaciones
deportivas socialistas. Esta conexión responde sin duda a la doble corriente que se
manifiesta en esos medios sobre el cometido social que puede desempeñar el deporte
en nuestros días. Cometido importante, aunque claramente pacificador, razón por la
que su progreso interesa precisamente a ciertos socialistas e irrita a otros. El progreso
del deporte molesta a los partidarios de la guerra de clases y es visto con simpatía por
los que confían en medios más suaves para producir los cambios que desean en la
organización de la sociedad.
207
O Sport, du bist die Gerechtigkeit!
Vergeblich ringt der Mensch nach Billigkeit und Recht
In allen sozialen Einrichtungen;
Er findet beide nur bei Dir.
Um keinen Zoll vermag der Springer seinen Sprung zu höhen.
Nicht um Minuten die Dauer seines Laufs.
Die Kraft des Leibes und des Willens Spannung ganz allein
Bestimmen die Grenzen seiner Leistung.56
En este breve análisis acabamos de tocar dos puntos sobre los que resulta útil
insistir porque permiten elevar la cuestión a un nivel algo más alto. Acabamos de ver
dos características del deporte que son otras tantas bases necesarias para cualquier
agrupación deportiva que quiera prosperar. Estas características son la ayuda mutua y
la competencia. A primera vista se pensará que tienen un valor desigual. Teóricamente
es así, pero en la práctica hay que reconocer que ambas valen lo mismo. La
competencia sola no crea en absoluto el espíritu deportivo sin el cual ese grupo tiene
la certeza de desaparecer, incluso aunque llegue a formarse. El deporte exige a su
alrededor una intensa emulación y una sólida camaradería. Todos los que tienen
alguna experiencia a este respecto confirmarán lo que acabo de decir. El deporte se
basa, por lo tanto, en la ayuda mutua y en la competencia.
56
¡Oh Deporte, tú eres la Justicia! La perfecta equidad en vano perseguida por los hombres en sus
instituciones sociales se establece por sí misma en torno a ti. Nadie podría superar en un centímetro la
altura que cabe saltar, ni en un minuto el tiempo en el que puede correr. Sólo la combinación de las
fuerzas físicas y morales determinan el límite de sus logros.
208
Ahora bien, estos mismos principios son los cimientos del democratismo moderno.
Las condiciones étnicas, económicas, industriales y científicas en las que se desarrollan
y evolucionan las naciones actuales imponen la práctica de una competencia individual
acre y continua. Nada indica que el rigor de este régimen vaya a debilitarse. La ayuda
mutua suministra una atenuación indispensable sin la cual cabría temer no ya la vuelta
a la barbarie de antaño, sino a cierta barbarie que quizá no sea mucho mejor que la
antigua. Felizmente, la ayuda mutua aparece por doquier; diríase una hierba que crece
totalmente sola al lado del veneno para el que servirá de antídoto. El sentimiento de
solidaridad se extiende en una sociedad que presiente en él una condición vital para el
equilibrio y la salud. Es algo inconsciente y general.
El deporte aparece, por lo tanto, como una escuela que prepara excelentemente
para la vida actual –y que también de forma excelente produce paz-. Observemos que
los principios de competencia y de ayuda mutua están unidos por un vínculo muy
íntimo con el igualitarismo del que hablábamos hace unos instantes, no el de las
condiciones, sino el de las relaciones; no el de los “recursos”, sino al que cabría llamar
el igualitarismo de las “formas”. Así, todo funciona, y se concibe perfectamente que el
deporte actúe en un sentido inverso al que fomenta la guerra de clases. Destruye la
envidia por el hecho de la justicia absoluta y casi matemática al que apela. Expulsa el
mal humor trocándolo por la alegría de vivir. Rebaja las distancias, llegando incluso en
ocasiones a anularlas; invierte el ordenamiento social poniendo a un modesto
artesano por encima de un príncipe. Da vida al espíritu de lucha, al espíritu de
esfuerzo, al espíritu de riesgo y atenúa la enojosa brutalidad y la excesiva rudeza que
pudiera engendrar el gusto por la lucha, por el esfuerzo y por el riesgo… ¿Qué otro
factor cabe encontrar tan capaz de ejercer semejante influencia en las relaciones
sociales? No cabe dejar de insistir en que esta influencia se ejerce enteramente en el
sentido de la paz. Sin embargo, hay socialistas que la temen porque sus concepciones
mediocres y en gran medida inconfesadas son contrarias a ella y la comprometen. Hay
otros que no buscan, ciertamente, sino el bien público del modo en que ellos lo
conciben, y se muestran dispuestos a aprovechar el refuerzo inesperado, vigoroso y
aceptable por todos que el deporte trae consigo.
209
Revue Olympique,
(Revista olímpica)
août 1913, pp. 120-123
Coubertin habla por primera vez en este importante artículo para los lectores de
la Gazette de Lausanne de una “pedagogía olímpica”, la cual necesita de “factorías
permanentes” para su realización. Coubertin se refiere con ello a la libertad
individual de cada uno a la hora de poder practicar deporte, de derivar de ello la
igualdad y la fraternidad y de involucrarse en la reconstrucción del estado
democrático tras el colapso de la Primera Guerra Mundial. Coubertin reclama la
participación del Olimpismo en la obtención de los Derechos Humanos. De esta
forma se anticipa de manera casi profética a los acontecimientos modernos. La
pedagogía olímpica es por ello un principio de vida fundado en la práctica deportiva.
Olimpismo”echa abajo una puerta que, pese a las apariencias, todavía no estaba
amplia. Un auditorio juvenil se reiría de ella. Pero de aquí a admitir que la tesis de que
trecho que recorrer, y más que un paso, exigía una gran zancada. Hay que dar las
210
gracias al Sr. de Monzie por su ayuda. El Sr. de Monzie aprecia las novedades, sobre
todo cuando están adornadas con túnicas clásicas. Y éste es uno de esos casos.
supuesto, en Cartago; ni entre los ligures, ni, desde luego, entre los cretenses; es total
cuenta. Por otra parte, ¿qué piensa Asia al respecto? ¿Qué tienen que decirnos los
y los germanos, y los quechua o los mayas?... Cabe fácilmente probar que el instinto
deportivo aparece en una gran cantidad de pueblos –no en todos-, incluso desde sus
preocupaciones morales, que invite a la filosofía a que arbitre sus competiciones y que
Todo esto estaba en germen, lo que no deja de ser singular, en ese Olimpismo
inconsciente que estuvo a punto de producirse en la Edad Media, cuyo ascenso fue
rápido porque estaba lleno de savia y que se marchitó también muy rápidamente por
dispersó y desapareció. ¿Brillaban algunas facetas de este ideal, dos veces consagrado
211
Todo esto no es sólo historia; es también biología considerada bajo un punto de
vista psíquico, que tan obstinadamente y durante tanto tiempo se ha descuidado como
ángulo de visión. Solamente con hacer el más sumario de los esquemas, la enseñanza
cuando le servía de órgano de expresión la Revue Olympique y, sobre todo, durante los
primeros quince años del siglo, más o menos desde el Congreso del Havre (1897) hasta
que una iniciativa como la que se ha indicado al principio de este artículo es de tal
naturaleza que les permitirá imponerse pronto a una opinión que hasta ahora ha
objetivo, tal cual lo había definido, hace veinte años, el Congreso de Lausana.
212
país la fe en el futuro.
El alfa y el omega de todo lo que hemos dicho hasta ahora es la distinción sobre la
que hay que hacer énfasis repetidamente entre el ejercicio físico como mero agente de
compensación orgánica y el ejercicio físico como creador de fuerza moral y fuerza
nacional. En el primer caso, simplemente aporta el equilibrio del movimiento
moderado y bien dosificado a un adolescente u hombre joven cuya existencia es
demasiado sedentaria o demasiado cerebral; juega entonces el mismo papel con
respecto a la salud del individuo que el que juega el policía con respecto a la seguridad
pública. En el segundo caso, el ejercicio físico – si se concibe y aplica de cierto modo –
puede ayudar a forjar el carácter, volver a pulir una comunidad, e, incluso, en tiempos
de democracia, a ofrecer un nexo de unión entre clases sociales diferentes. Escapa
entonces de sus estrechas fronteras fisiológicas, y se establece en el epicentro de la
educación entre la psicología, por un lado, y el arte, por otro lado, y se convierte en
factor principal del progreso general. Así fue en la Grecia antigua; así casi fue en la
Edad Media; así ha vuelto a resurgir en el mundo moderno, primero de forma
inconsciente entre los anglosajones en los tiempos de Kingsley y Thomas Arnold, y
después de forma mundial y definitiva tras el restablecimiento de los Juegos Olímpicos
proclamados en París en 1894.
El error consiste en pensar que estas dos concepciones del ejercicio físico son
paralelas y deben estar regidas por normas comunes. En realidad, son divergentes,
tanto en objetivos como en métodos. Una exalta el esfuerzo, mientras que la otra lo
teme; una busca el peligro, mientras que la otra lo proscribe. Esto explica la diversidad
de sus funciones. El ejercicio físico siempre es adecuado para poner en equilibrio un
213
organismo. Si los hombres no se preocupan de tener esto en mente, será en
detrimento de la salud de la próxima generación, si no de la suya propia. Pero, por otro
lado, sólo se da en ciertas épocas históricas que se apele al ejercicio físico por
consentimiento general para cumplir con una tarea de renovación, de restauración, de
rigor general. Vivimos en una de esas épocas.
214
fundamento de toda filosofía, puesto que es, a la vez, fermento y salvaguarda de la
razón humana.
215
contrario, que el interés por vivir se incrementará intensamente merced a la esperanza
de establecer al fin, sobre cimientos de sólidas realidades, una organización humana
tal vez menos pintoresca, pero más digna y estable.
La verdad no habita en un pozo del cual, según la fábula, haya que sacarla. Reside
en el centro del prisma. Los hombres se creen muy sabios cuando, al tratar ideas y
hechos al modo de superficies planas, consideran sólo su anverso y su reverso o, como
ellos dicen, el pro y el contra. Pero, en realidad, la visión que debe adoptarse es
prismática, y ésta sólo se consigue girando alrededor de lo que se quiere juzgar, y
completando, mediante un trabajo reflexivo y libre, las insuficientes informaciones que
la visión nos suministra.
Cuando se debilitó entre los hombres la idea de la sucesión de los imperios por
decretos específicos de la Providencia –tesis que nos valió el admirable discurso de
Bossuet-, la ciencia fue convocada para administrar un dominio cuya extensión y cuyos
recursos sólo conocía hasta ese momento de forma imperfecta. Instaló en él el
216
principio de causalidad y le hizo su intendente general. Hubo que dirigirse a él en
cualquier circunstancia y, en efecto, respondió a toda pregunta por medio de facturas
separadas en las que se registraban los hechos según rigurosas reglas de
compatibilidad histórica. Esta doctrina implantó al menos la costumbre de la
investigación de los pormenores y del control concienzudo, pero es, si podemos hablar
así, radicalmente antiuniversal. Sus cualidades la condenan a servir a la miopía y a
desarrollarla al hacerlo. La idea de función procede de forma muy distinta; de origen
matemático, contiene en sí la suficiente fuerza como para invadirlo y fecundarlo todo.
En el orden natural, los fenómenos se revelan cada vez más como series de funciones,
y no es algo sorprendente que ocurra lo mismo en historia. A decir verdad, lo que falta
aquí es la ventaja de poder emplear anotaciones y gráficos. En historia, la función no
se deja perseguir en campo abierto; se interrumpe, se camufla; hay que exhumarla
como si se tratase de una investigación arqueológica, pero no por ello suministra
menos luz, ni menos control. Mediante ella se afirma el paralelismo y la
interdependencia de los acontecimientos, sin que sea necesario distinguir las causas
“primeras” de las causas “segundas”, fijación cuya rigidez y carácter absoluto no se
adapta mejor a la vida colectiva de los pueblos que al movimiento de los océanos. ¿No
se parecen las acciones humanas a las olas, distintas y, sin embargo, solidarias, sin
comienzo ni fin apreciables?
II
En todo estudio histórico, las divisiones sirven al hilo de Ariadna. Apenas cabe
prescindir de ellas. Incluso aquellos que, como reacción contra los abusos de la división
y de la subdivisión que a veces llegan hasta la pedantería, afectan tratar su tema al hilo
del pensamiento, se han limitado muy a menudo a disimular bajo una aparente
indiferencia la clasificación previa a la que habían recurrido. Cuando se trata de
historia universal, no cabe siquiera emplear semejante artificio. El caso de un novelista
que se ha aventurado recientemente en este terreno, nos ha hecho apreciar cuán
grande era el riesgo de caer en la fantasía cinematográfica. En materia de historia
universal, las divisiones no sólo tienen como finalidad una mejor distinción de las
217
principales peripecias de un período, una mejor enumeración de los estadios de la
evolución de una colectividad. Antes de señalarlo a los demás, hay que buscar un
camino propio a través de seis mil años llenos de callejones sin salida y de
encrucijadas, ricos en dramas y en anécdotas, bañados por luces desiguales y falaces
claroscuros. ¡Todo es proporción, todo es conciencia! La menor inflación del
conocimiento especializado, de la pasión étnica, de la forma misma de la creencia,
provocará errores de considerable alcance. Además, mientras más amplia es la
extensión que hay que dividir, más se imponen divisiones claras, concisas, poco
numerosas y susceptibles de englobar la totalidad del asunto sin por ello
sobrecargarlas. No se evitará, sin embargo, el hecho de tener que dar en ocasiones
marcha atrás y atravesar claros ya visitados: hacer un catastro por siglos o medios
siglos no sería sino una forma de nivelación; hacerlo por razas o por naciones
desembocaría en interminables repeticiones y en un desfile carente de relieve y de
color. Tales son, entre otras muchas, las principales dificultades que hay que vencer.
No me jacto de haberlo logrado. Sin embargo, las cálidas adhesiones al plan que he
seguido me hacen tener la esperanza de haber logrado un progreso real. Ese plan
conlleva cuatro partes entre las que cabe distribuir de forma indiscutible, pero
justificable, los sesenta siglos debidamente registrados que forman nuestro patrimonio
inmediato: los imperios de Asia; el drama mediterráneo; los Celtas, los Germanos y los
Eslavos; la formación y desarrollo de las democracias modernas.
218
Hay otro conjunto en cuyo seno la configuración geográfica ha dirigido y dominado
la historia constantemente: el mundo mediterráneo, donde todo converge, a
diferencia del mundo asiático, donde todo diverge desde el centro continental hacia la
periferia. Es evidente que el Mediterráneo no ha sido descuidado por la enseñanza. Sin
embargo, es necesario que su autonomía histórica sea convenientemente respetada. Y
el solo hecho de que los programas no sepan donde poner la epopeya normanda
subraya el carácter defectuoso de las exposiciones actuales.
Conviene buscar el origen de las democracias modernas a comienzos del siglo XVI,
cuando la imprenta acaba de poner en el mundo la semilla inicial de toda divulgación.
La lucha que éstas han mantenido contra las distintas formas de imperialismo, que se
renuevan constantemente, aún no ha terminado. América desempeñó en ello el
cometido principal. A su llamada respondieron todas las formas de actividad, y el
continente americano ocupó su puesto en la historia universal. Al igual que ocurriera
con la antigua Asia, tampoco se le había encontrado un lugar; a una se la consideraba
como dormida en su sueño opiáceo, y a la otra como únicamente ocupada en contar
sus dólares. Los malentendidos procedentes de esta última concepción han estado
singularmente cargados de onerosas consecuencias. Sólo el hecho de haber creído
durante mucho tiempo que las comunidades urbanas, fuertemente estructuradas, se
contentarían al desarrollarse con semejante ideal, implica una ausencia de sentido
histórico capaz de hacer dudar de los métodos por los que en Europa se jactaban de
saber cultivarlo.
219
dimensión: la dimensión europea. Habrá que renunciar a ello y aprender a emplear en
lo sucesivo medidas comunes a todos los hombres.
III
Así pues, a la vez que resultaba posible redactar la historia universal, también se
hacía indispensable enseñarla. Contra la afirmación de esta necesidad se alza la
borrachera modernista que alimenta el carácter verdaderamente prestigioso del
perfeccionamiento técnico y el ingenuo orgullo de las jóvenes generaciones ante los
resultados obtenidos por esta vía. Despegadas, como consecuencia de ello, del pasado,
éstas ya no quieren ver en él sino materia para investigaciones documentales, y les
repugna buscar ahí una reserva de saludables experiencias de las que el presente
pueda sacar inspiraciones provechosas. Su entusiasmo científico resulta favorecido por
el cálculo de los que dominan. Una especie de pacto reúne a unos y a otros al pie de la
estatua del productivismo, diosa del momento. En la indefinida extensión de su culto
sus fieles ven la orientación definitiva de la civilización: ideal algo frágil y limitado por
parte de una sociedad que se cree innovadora y que, en efecto, en cierto sentido lo es,
pues parece buscar la aurora del lado de poniente. Se han dado reiterados
desmentidos a los pronósticos de sus dirigentes, y el armazón de sus combinaciones
tiembla continuamente.
Observemos que la historia preside esta revancha, pues, por una especie de ironía,
precisamente en el momento en que se preparaba la reducción de su imperio
pedagógico, su acción política parece producirse cada vez con mayor intensidad. Está
en la base de toda agitación contemporánea. Las guerras de las que salimos tuvieron
claros orígenes históricos; las que nos amenazan los tendrán todavía más, y la
posibilidad de que estallen reside en el prolongado desconocimiento de la opinión
entre un país y otro, el mismo desconocimiento que provocó o facilitó tantas
catástrofes anteriores. En las dos orillas del Pacífico se producen dramas –el chino y el
mexicano- en los que, bajo un disfraz económico, entran en disputa antiguas pasiones
históricas. Mañana, el destino del África blanca estará dirigido por el pasado del África
220
negra, cuya existencia antes de nuestra intervención todavía no logramos concebir.
¿Es, pues, el momento de renunciar a la historia, de rebajar su papel y de disminuir su
prestigio, de mantenerla cortada en secciones regionales o nacionales? Habría, por el
contrario que darle el cometido más importante, la dirección de la meteorología
política; en tal caso caso, a ella le correspondería sondear la atmósfera, señalar cuando
se levanta un huracán y predecir su eventual camino entre los hombres. Sería, así, de
gran utilidad para salvaguardar la paz internacional.
Pero la historia es todavía capaz de hacer mucho más por la paz social. Desde el
punto vista psíquico (del que hoy se habla mucho más de lo que se reflexiona)
conviene clasificar la enseñanza en dos categorías, ya sean o no capaces de producir
actitudes de modestia. Hay algunas cuya misma naturaleza produce fenómenos de
aislamiento en locales de paredes estancas; en ellos la luz cae del techo. Estos son un
peligro para la democracia, porque ésta necesita, más que cualquier otro régimen, aire
libre y horizontes abiertos; para orientarse, no le basta con una brújula encima de la
mesa. En esos laboratorios, la especialización engendra gustosamente inocentes
vanidades de las que sólo escapa el espíritu lo suficientemente fuerte como para
hacerse a sí mismo resistencia.
221
esfuerzos de una generación a otra es lo único capaz de consolidarlos. ¿Fue siempre
así? ¿Han sido siempre la continuidad y la coordinación condiciones expresas del
progreso? No cabría asegurarlo. Ha habido choques, conmociones, destrucciones…
menos como consecuencia de la imperfección de los individuos que de la situación
inferior en la que se encontraban respecto del planeta que los regía y que ahora son
incluso capaces de regir. Llego, así, a lo que señalaba hace unos instantes como el
fenómeno esencial de la época presente: la unificación histórica y geográfica merced a
nuestros conocimientos, a lo que sin duda se añade los efectos del descubrimiento
capaz del mayor número de transformaciones posibles: la libre circulación del
pensamiento a través de la atmósfera.
IV
222
pensando, Señores, en una sencilla hija de Atenas cuya estudiosa adolescencia
transcurrió junto a su padre, modesto profesor, en íntimo comercio con las Letras, las
Ciencias y la Filosofía, y cuya radiante belleza la elevó un día al rango supremo. Pienso
en la emperatriz Eudoxia, esposa de Teodosio II. No la veo en el palacio de Bizancio
disputando con su autoritaria cuñada, la cual, por haber gobernado ya en nombre de
su hermano, pretendía seguir haciéndolo hasta el final. Tampoco la veo en las
novelescas etapas del incidente que destruyó la paz de su hogar conyugal. Conocéis la
anécdota y recordáis cómo el maravilloso fruto enviado por el emperador pasó de
mano en mano en una mañana hasta volver a su donante, odisea que produjo la
desconfianza de aquél, el cual, sospechando una traición próxima allí donde sólo había
un inocente coqueteo, empezó a alejarse de su mujer. ¡Qué maravillosa película podría
hacerse con los pormenores de esta ligera aventura que en seguida resultó dramática!
El drama debía terminar mucho tiempo después en el sombrío decorado de Jerusalem,
donde Eudoxia, abandonada y desencantada, se había retirado para envejecer y morir.
Sin duda buscaba el consuelo de la religión, sin haber por ello renunciado a los que
otorga el cultivo del espíritu, puesto que, entre otras obras, dejó una especie de
poema oneroso y desordenado, reflejo de la agitación de su alma, pero del que brotan
fulgores que se han comparado a ciertos rasgos de Dante y de Shakespeare. No son
todas estas circunstancias las que me ocupan. La escena que evoco data del año 438.
Siendo entonces emperatriz, viajaba entonces por sus Estados en la época más feliz de
su reinado. Recibida solemnemente en Antioquia, prenunció ante el Senado de la
ciudad una ardorosa arenga por la gloria del helenismo. ¡Cuán cercana la vemos y cuán
próxima nos resulta al repentino contacto de nuestras actividades contemporáneas!
Quizá ello ocurriera en un recinto parecido a este; y seguramente hubo entre el
auditorio más de un senador que, al verle tomar la palabra, condenó a la impulsiva
soberana, la cual faltaba doblemente a las costumbres, pues rompía a la vez con el
hieratismo imperial y con las tradiciones del gineceo. Pero imagino que su voz cálida e
inspirada despejó pronto los escrúpulos y les hizo primero atender y luego
entusiasmarse. ¿Acaso no era la viva estampa del helenismo lo que se alzaba así ante
ellos?
223
Para nosotros, la figura de Eudoxia hablando al Senado de Antioquia encarna la
trinidad griega, una en tres personas: clásica, bizantina y moderna. ¿No tenía razón al
querer saludar en la hermosa y sabia princesa ese helenismo imperecedero cuyos
méritos ella supo exaltar? Han transcurrido quince siglos y hela aquí siempre joven, en
el confín de los nuevos destinos.
En este libro, el capítulo que he dedicado a la antigua Grecia termina con unas
líneas que me permito leeros porque siento dentro de mí como un eco lejano de la
arenga que acabo de recordaros: “Ciertamente, en ese mundo mediterráneo en el que
Grecia iba a eclipsarse para varios siglos, todo era heleno, pues el genio griego lo había
tocado todo, e inventado o modelado todas las cosas. En todos los terrenos, en el
sideral y el agrícola, en el gubernamental y el pedagógico, en el médico y el artístico, en
el literario y el jurídico, los helenos eran quienes habían innovado, perfeccionado,
dirigido… Pitágoras pensaba que la figura esférica es la más perfecta. Cabe decir que el
Helenismo había progresado esféricamente, como en ondas concéntricas, hacia el
horizonte total, combinando siempre los mismos ritmos de impulso y de medida, de
saber y de intuición”.
224
veinte del siglo XX, por ejemplo a través del movimiento de las universidades
populares. Ya que no se hacía ilusiones sobre su puesta en práctica, intentó que sus
antiguos compañeros de batallas le ayudaran también aquí. Entre ellos figuraba en
Francia su compañero de clase Frantz Reichel, que había organizado en calidad de
secretario general los Juegos Olímpicos de 1924. Le pide apoyo para desarrollar en
Francia su idea de gimnasios comunitarios, a través de la cual se le debe facilitar de
una vez a la clase obrera el acceso al deporte en el sentido de buen estado físico y de
bienestar.
La Revue Sportive Illustrée, una antigua y fiel amiga, me raclama “algunas líneas”
para su primer número de 1935. ¿Cómo negarme? No obstante, muchos lectores
saben que es bastante más dificultoso dar un sentido y un giro apreciables a “algunas
líneas” que a un opúsculo –y a veces a un opúsculo más que a un pequeño volumen-.
Ello tanto más cuanto que entre los temas deportivos de actualidad (en este
momento hay pocos), el que elijo exigiría un largo desarrollo. Pero, por otra parte,
resulta importante responder sin tardanza a la alarma expresada sobre el empleo de la
fuerza deportiva en servicio de la guerra y de la revolución. Las “naciones belicosas”
por un lado, y la “tercera Internacional” por otro son acusadas diariamente de
fomentar los peores deseos poniendo bajo sus auspicios cohortes de atletas
enardecidos por la pasión de sangrantes revanchas o de un odio social exasperado.
225
colores del club al que pertenece, unas obligaciones que pueden llevarle hasta la
abnegación; todo ello con la condición de seguir siendo dueño de su persona y de no
sacrificar en aras de la colectividad sino aquello que le agrada entregar. Siendo esto
así, si la juventud nacionalista o la juventud revolucionaria se entrenan con ardor y
continuidad, resulta claro que su agrupación será beneficiosa, y ello en virtud del viejo
adagio civium vires, civitatis vis, pero en absoluto está dicho que por ello las personas
se hagan más intransigentes, ni más excluyentes, ni, sobre todo, obedientes y crueles.
El deportista es con frecuencia y felizmente una persona más silenciosa que sus
camaradas no deportistas; pero continúa siendo un ser observador y un crítico, y no le
gusta que le “calienten la cabeza”.
En tal caso, creedme, vuestra preocupación debe desaparecer. Los deportes viriles
son buenos para todo el mundo y en todas las circunstancias. No harán del animal un
ángel, pero siempre hay posibilidades de que atenúen su brutalidad y le otorguen algo
más de control sobre sí mismo. ¡Y ello ya es algo!
226
El siguiente capítulo contiene un total de 70 textos sobre la historia del
Olimpismo. La preferencia de Coubertin por la historia ya ha quedado señalada en la
introducción. Su dedicación a Olimpia y a los Juegos Olímpicos sirve de lógica
introducción a su historiografía olímpica. En los textos seleccionados al respecto
parece suficiente limitarse a descripciones generales.59 No es este el sitio para honrar
a Coubertin como historiador por el conjunto de su obra, aunque cinco de sus cerca
de veinte libros sean de contenido puramente histórico, y en una historia mundial en
cuatro tomos sea presentado como “profesor de historia”. De sus alrededor de mil
publicaciones restantes, cerca de trescientas son de contenido histórico.
59
Sobre el historicismo pragmático de Coubertin, ver observación en la introducción de esta parte.
60
La referencia bibliográfica de Coubertin presenta más de la mitad como trabajos históricos, de los
cuales 29 son libros sobre la historia griega y romana, doce volúmenes sobre la historia del arte y treinta
biografías, en parte historiográficas. Entre ellas no hay escritos de historia deportiva en un sentido
estricto, en aquella época estos todavía son bastante infrecuentes. Llama la atención el entusiasmo de
Coubertin por el estilo de narración historiográfica, en ocasiones novelada. Es un reflejo de su entusiasmo
por la historia, pero también por la literatura secundaria.
227
4.1 Helenismo y filohelenismo
El punto de vista de Coubertin de su influencia en el Olimpismo
Pueden verse como acotación a la recopilación cerrada de artículos del año 1906
que se recogen en el presente capítulo introductivo, con excepción de las
recomendaciones de visitas y de libros, la descripción resumida de toda la atlética
griega en la parte de la historia del deporte de su Pedagogía deportiva (1921), y una
exposición algo más detallada de los Juegos Olímpicos de 1906.63 FEHLT EIN SATZ
228
“Una Olimpia moderna”. Coubertin desarrolla en él la idea de una sede olímpica
permanente tras un análisis de argumentos ideológicos y organizativos.64
FEHLT ETWAS
64
Otras afirmaciones sobre este concurso se reproducen en los capítulos 2.4 “La aportación de las Bellas
Artes” y 3.4 “Lausana, ciudad olímpica”.
229
Si usted no es todavía un “filoheleno” y hubiera resuelto ser uno de ellos mientras
permanece al pie de la Acrópolis, permítame decirle cuál sería su tarea; actualmente,
los mandamientos de un buen filoheleno se resumen en uno solo: trabajar para que
Europa no obstaculice por más tiempo el progreso del Helenismo. Como ya hemos
señalado, eso es precisamente lo que Europa ha hecho en los últimos ochenta años. Es
imposible echar una ojeada imparcial a la historia de este período sin reparar en que la
“asistencia” militar, diplomática y financiera a Grecia era algo necesario debido a
acontecimientos en los que Europa tenía una directa responsabilidad. El Helenismo ha
demostrado su fortaleza al avanzar -y ello a prodigiosa velocidad-, pese a
interminables bloqueos. En lo sucesivo, dejemos que el Helenismo haga lo que quiera.
Tiene a su favor el número, el prestigio del pasado y la excelencia de la fórmula
biológica. Ningún otro pueblo de Oriente está en posesión de tantos títulos como para
que el mundo confíe en él.
Así pues, vuestro filohelenismo debe dirigirse hacia el mañana, y no hacia el ayer.
No debe consistir en una piedad enternecida por los pobres herederos de una noble
raza, sino en una decidida y perseverante simpatía por los soldados que trabajan cara a
un gran futuro. Entonces podréis uniros incondicionalmente al grito de adhesión con el
que sin duda se celebrará la clausura de los Juegos: Zito Hellas! ¡Viva Grecia!
4.1/2 Olimpia
230
nuevamente hacia Atenas a una multitud de participantes y de espectadores, nos ha
parecido oportuno recordar en pocas páginas lo que debiéramos saber sobre tan
curioso y original capítulo de la historia griega65.
Debía hacer calor, porque los juegos se celebraban en el plenilunio que sigue al
solsticio de verano (finales de junio o comienzos de julio). Esta fecha tan avanzada no
espantaba a nadie. Pronto llegaban las embajadas de las ciudades griegas, los invitados
importantes y sus séquitos; luego los artistas, los hombres de letras, los comerciantes
en busca de fructíferos encargos o de ventajosos negocios, y también los que querían
dejarse ver. Una enorme feria tenía lugar en las riberas del Alfeo, pero fuera del
recinto o Altis: Olimpia propiamente dicha conservaba, así, durante las fiestas, su
serena belleza y su tranquila majestad.
65
Remitimos a los lectores que quieran profundizar más al notable libro de Ch. Diehl titulado
Promenades archéologiques en Grèce, París, A. Colin, 1890.
231
la noche y, desde entonces, la duración reglamentaria pasó a ser de cinco días. El
primer día transcurría entre ceremonias y sacrificios; ricas ofrendas eran presentadas
en todos los altares; se procedía también al sorteo del orden de las competiciones y los
atletas prestaban juramento ante la estatua de Zeus. En el segundo y tercer día tenían
lugar las carreras a pie (fondo y velocidad), la lucha, el cesto, el pugilato y el
pancracio66; primero competían los efebos y luego los adultos. Para evitar el calor, se
empezaba al alba. Mucho antes de la salida del sol, el estado de Olimpia, con
doscientos once metros de largo, treinta y dos de ancho y una capacidad de cuarenta
mil espectadores, se encontraba ya lleno de gente. Tan pronto como los primeros
rayos del astro asomaban por la cima de las montañas de Arcadia e iluminaban la
llanura, las fanfarrias resonaban y el cortejo oficial, los jueces vestidos de púrpura, los
embajadores y los invitados ocupaban su lugar en las gradas. En seguida se procedía a
la llamada de los participantes. La primera parte del cuarto día se reservaba al deporte
hípico, que era, naturalmente, el más elegante. Los ricos aparentaban cierto
menosprecio por las demás pruebas, orgullosos de que sus fortunas les permitiesen
llevar caballos y carros cuyo transporte era muy costoso. Del hipódromo se volvía al
estadio para asistir al pentatlón (premio de conjunto que comprendía el salto, el
lanzamiento de disco y de jabalina, la carrera y la lucha); finalmente, tenía lugar la
carrera con armas, que clausuraba las pruebas. El quinto día se dedicaba a la
distribución de premios. Ante el templo de Zeus, en una mesa de oro y de marfil,
estaban la rama de olivo silvestre cortada del árbol santo y plantada antaño por
Heracles, y el ramo de palma, símbolo de fuerza y de inmortalidad, que recibía cada
atleta mientras el heraldo proclamaba su nombre y su patria. Es sabido que este
desinterés era sólo aparente. El vencedor, cuyos gastos corrían con frecuencia a cargo
de su ciudad natal, recibía en ella a su vuelta todo tipo de honores y de ventajas. No
era raro que se le concediese una renta vitalicia o que se le exonerara del pago de
impuestos. Tras haber recibido unas recompensas simbólicas, los triunfadores se
dirigían al pritaneo, donde se celebraba un solemne banquete al que asistían todas las
personas notorias, oficiales o no, aquellos a los que en la jerga actual se llamaría los
“peces gordos”, y seguramente se brindaría… Cuán curioso resulta este ordenamiento
66
“Cesto”: correas de cuero guarnecidas de plomo que se empleaban en los ejercicios de pugilato;
“pancracio”: ejercicios combinados de lucha y pugilato. (N.del T.)
232
de las fiestas olímpicas, tan lejanas a nosotros y, sin embargo, tan parecidas a lo que
serían actualmente, aunque con menos sacrificios y más orfeones.
Olimpia es hoy un lugar visitado por numerosos turistas. El ferrocarril que lleva
hasta ella desde Patrás se detiene directamente en un valle lateral. Asimismo,
albergues y el museo se mantienen a respetuosa distancia de unas ruinas cuya
impresionante y grandiosa soledad nadie quiere turbar. No queda en pie ningún
edificio, ni total ni parcialmente, pero los cimientos están lo suficientemente intactos
como para que el turista perciba con toda exactitud, guía en mano, el plano y el
aspecto exterior de cada uno. Antes de entrar en el Altis (el recinto sagrado) por la
233
puerta del sur, la misma por la que entraban antiguamente los cortejos, está el
Leonidaion, amplia caravanera donde se hospedaban los huéspedes distinguidos y,
más tarde, el gobernador romano de Acaya: a la izquierda, el pretendido “taller de
Fidias” y el Theokoleion, habitación de los sacerdotes vinculados al servicio de los
santuarios; luego, a la derecha, detrás del Leonidaion, está el Buleuterion, sede,
durante los Juegos, de los magistrados directores, los cuales formaban una especie de
senado olímpico. Nada más salir del recinto se encuentra el templo de Zeus. Este era
un edificio de 64 metros de largo (los templos griegos no eran nunca tan grandes), con
una fachada adornada por seis columnas. El templo encerraba la estatua de Júpiter, en
oro y marfil, cuya odisea y desaparición hemos recordado más arriba.
234
Eleanos en conmemoración de la campaña de Arcadia, y un grupo de 35 niños en
bronce ofrecido por la ciudad de Mesina; más tarde, el magnífico exaedro de Herodes
de Atticus dominó el conjunto. El agua faltaba, en efecto, en el Altis. Este riquísimo
mecenas desvió un afluente del Alfeo que vertía allí en un estanque semicircular
rodeado por veintiún estatuas… Un poco más allá se alzaba el Pritaneo, donde tenía
lugar el banquete de clausura; luego, fuera del recinto y protegido por poderosos
diques contra las inundaciones del Cladeos, estaba el gran gimnasio rodeado de
pórticos de 200 metros de largo, y la palestra, donde los participantes concluían su
entrenamiento la víspera de la apertura de los Juegos.
Así era Olimpia: belleza del paisaje que la rodeaba, riqueza de objetos artísticos,
sorprendente amontonamiento de edificios, gran influencia de la institución, nobleza y
armonía de los espectáculos, intensidad en las rivalidades patrióticas, todo concurría
para hacer de ella uno de los centros más conmovedores y grandiosos de la civilización
antigua.
Abril de 1934
Queridos Amigos:
235
hacerme el Presidente de la República y el Presidente del Consejo escribiendome
personalmente para invitarme.
Acto de gratitud, y acto de esperanza también, pues a la vuelta del frenesí moderno
y sin renegar para nada de todo el bien y el provecho que le asegura el progreso
científico, la sociedad moderna volverá, llevada por las fuerza misma de las ideas y de
las cosas, al ideal helénico, el más sensato y profundo de cuantos hayan llevado a cabo
hombres.
No tengo nada que cambiar en estas líneas escritas hace veintiocho años. Hoy como
entonces añado este consejo: “Extranjeros que vais a reuniros al pie de la Acrópolis:
cuando hayáis hecho sobre la roca sagrada la peregrinación tradicional que la
236
humanidad debe a los muertos ilustres que crearon para ella un patrimonio sin igual,
no olvidéis a los vivos. En las calles de la blanca Atenas inclinaos respetuosamente ante
el pope y ante el mercader cuyo tenaz patriotismo alimentó durante siglos de
esclavitud y de miseria, en el santuario pobre y en el puesto, sagrada la llama del
Helenismo necesaria para el Universo”.
¡ZITO ELLAS!
PIERRE DE COUBERTIN
Hay que reconocer que algo faltaba en la celebración de las modernas Olimpiadas.
En vano he intentado preservar en ellas el sello de la antigüedad de esa institución,
aunque adaptándolo a los requerimientos de los tiempos modernos. Pero el estadio de
Atenas ha permanecido durante demasiado tiempo en el silencio de la muerte. Ahora
el glorioso monumento parecía haber vuelto a la vida sólo para perderla de nuevo.
Celebrar aquí otra vez los Juegos Olímpicos restaurados no hubiera sido posible antes
de un largo lapso de tiempo. Además, ello hubiera supuesto correr el riesgo de una
instalación muy imperfecta, pues, como es sabido, el radio de curvatura de las pistas es
demasiado corto para los corredores modernos. Su velocidad es tan grande que se
requieren curvas mucho más anchas y fáciles. Tal como están las cosas, éstos se
sienten constreñidos e incluso corren el riesgo de llegar a lastimarse. El disgusto que se
produjo al caer en la cuenta originó en Atenas a un proyecto algo bárbaro. En ciertos
círculos deportivos se habló de subir el nivel del estadio para dar así suficiente anchura
a la pista....Desde luego, el sentido común de los Atenienses se rebeló contra
semejante tratamiento del sagrado lugar dos veces consagrados a la eterna juventud. Y
sin embargo, los Griegos se alarmaron al pensar que su participación en la celebración
de las Olimpiadas renovadas no sería lo que podría ser. Cuando se restableció la paz y
237
se hizo posible un trabajo normal, esos sentimientos se agudizaron. Se encontró una
solución, y me alegra haber contribuido a ella con el mismo espíritu de piedad
ancestral y de debida consideración de las necesidades actuales que me ha guiado
durante los últimos treinta y tres años y que sigue guiando a mi amigo y sucesor el
conde de Baillet-Latour. Esta solución consistió en la restauración del famoso
“Panatenea”, en su amplificación y transformación. Fue el alcalde de Atenas quien en
el curso de una recepción oficial dada a mi en el Ayuntamiento el 7 de abril último,
expresó al mencionar ese célebre nombre, los deseos de la ciudad. Se elaboraron
inmediatamente planois a tal efecto, con el consentimiento del Gobierno, por el
Comité Olímpico Helénico. Celebrado por primera vez en 1930, se conocerán como los
“Panathenea de la 9ª Olimpiada” y se celebrarán en el futuro cada cuatro años.
Constarán de tres partes: pruebas atléticas en el estadio, una marcha hist´rtica desde
el estadio al pie de la Acrópolis, y finalmente un festival musical en el teatro de
Herodes Atticus. En lo que respecta al tecer punto, yo propuse y obtuve que tuviera
lugar una “Ciclo de Gluck”. La divina tensión que vuelve a nosotros, como si fuera la
melodiosa presencia del alma de la antigüedad, no recibe en la actualidad el honor
debido. Los numerosos admiradores de Gluck han expresado frecuentemente el deseo
de que se ejecutara un ciclo de sus grandes obras; en lo que a mí respecta, la
proposición no era nueva. Pero, ¿dónde se podría encontrar un marco más
perfectamente apropiado, una atmósfera más favorable, alrededores más apropiados?
Las competiciones atléticas no deben durar más de dos o tres días como máximo,
porque se deben limitar estrictamente a las antiguas pruebas de fuerza y habilidad:
carreras sobre las distancias clásicas, saltos, lanzamiento de pesos y lucha, - todo de
acuerdo con los métodos antiguos que difieren ampliamente de los nuestros. Difieren
principalmente en un ounto de capital importancia. Para el atleta de hoy, todo se hace
suave y fácil. Se preparan para él pistas altamente perfeccionadas, elásticas,
habiéndose calculado todos los detalles con el fin de ayudarle en su esfuerzo y
permitirle mejorar los recordos. Pero eso no es el “curso de la vida”. Ese mismo
cuidado se tomaba en los tiempos antiguos para hacer las cosas tan difíciles para él
como fuera posible ppara así aumentar el mérito de la victoria y su resistencia durante
la prueba. Aquí hay dos filosofías del deporte opuestas la una a la otra y casi
238
contradictorias. Cada una tiene sus opropios adeptos, pero los de la última discuten a
la primera sólo en teoría. De ahora en adelante tendrán ante sí argumentos vivientes y
será posible hacer interesantes comparaciones. Desde luego, la mayoría permanecerán
fieles seguidores del punto de vista modernista, pero ya hay algunos países en los que
la antigua concepción se está desarrollando otra vez y se formarán una legión de
atletas cuyas marcas (¿resultados?) se seguirán con no poco interés.
Es un deber de todos el acoger con buena voluntad el homenaje que así se rinde al
antiguo ayletismo y la inmortal Hellas. Además, por este medio se fortalecerá la
unidad Olímpica. En vano se ha intentado destruirls o l menos debilitarla. Ella responde
a un profundo sentimiento basado en podrosas realidades: Por esto es por lo que
siempre ha emergido a los sutiles ataques lanzados contra ella. Nunca será derrotada.
4.2.1/1 Los Juegos Olímpicos de Much Wenlock – Una página de la historia del
atletismo
Coubertin explica en otro sitio que ya por entonces el nombre “Juegos Olímpicos
(había infundido) mucho respeto y que era casi imposible encontrar otro”. (Informe
239
oficial 1896, pág. 5)67
Adivino vuestra dificultad ante la pareja de palabras que forman este nombre
bárbaro y los antiguos recuerdos que evoca. Much Wenlock es un burgo del
Shropshire, un condado sito en los confines del País de Gales, y si los Juegos Olímpicos
que la Grecia moderna no ha podido resucitar reviven hoy, ello no se debe a un
heleno, sino, ciertamente, al Dr. W.P. Brookes. Él fue quien los inauguró hace 40 años,
y sigue siendo él, con 82 años, pero siempre alerta y vigoroso, quien los organiza y los
anima.
En aquella época, el atletismo, al que una opinión errónea aunque muy extendida
representa como el pasatiempo natural de los anglosajones, siendo así que no es ni
pasatiempo, ni natural, ni antiguo, no contaba con muchos partidarios tan convencidos
como W.P. Brookes. La gente de su entorno se asombraba de la importancia que éste
daba a la cuestión de la educación física, aún incomprendida, y sin duda se
preguntaban qué influjo podía tener, fuera del distrito en el que ejercía la medicina, la
obra propagandística emprendida por aquel hombre tenaz. Pienso incluso que algunos
de sus conciudadanos hicieron como los habitantes de Limoges, los cuales, cuando
vieron a mi amigo Lagrange dedicarse a unas experiencias atléticas de las que debía
nacer la Fisiología de los ejercicios corporales, se decían unos a otros con cara de pena:
“¡El pobre Lagrange! ¡Se muda!”. Y en efecto se mudaba para venir a París, donde le
aguardaban los laureles del Instituto. Por su parte, el Dr. Brookes nunca dejó Much
Wenlock, donde ocupa el primer lugar, lo cual, según César, vale más que el segundo
en Londres.
Escribir la historia del Renacimiento físico en Inglaterra será algo curioso. Fuera cual
fuese el gusto y el entusiasmo de los ingleses de antaño por los deportes viriles, resulta
innegable que en el siglo XVIII se hizo tabla rasa de ellos. Los colegiales sólo
frecuentaban tabernas y garitos donde jugaban a las cartas. En Eton, ciertos ejercicios
67
Al parecer, Coubertin no sabía que en el ámbito de habla alemana y sueca existían desde finales del
siglo XVIII, la época de los filántropos, un gran número de “Juegos Olímpicos” locales. Vid. Lennartz,
Karl: Kenntnisse von…
240
reunían a algunos fervorosos partidarios, de modo que Wellington pudo decir que la
batalla de Waterloo había sido ganada “en los campos de juego de Eton”… Pero ello no
era sino un hecho aislado, y además, ¿cabe comparar esas groseras diversiones teñidas
de brutalidad con el moderno atletismo que es –y lamento ir de nuevo en contra de
prejuicios muy acendrados- una escuela de saber vivir y de refinamiento social? Abrid
el diccionario del Dr. Johnston y, en el término Athletic, encontrareis una definición
que muestra cómo se había perdido el sentido mismo del cultivo de las fuerzas físicas a
través del ejercicio. Entre las filas de quienes lo han recuperado, el historiador pondrá
en primer rango al canónigo Kingsley, junto con su grupo de “atletas cristianos”, los
cuales profesaban y ponían en práctica la fórmula mens sana in corpore sano. Al
mismo tiempo, en un Rugby regenerado, el gran Arnold pedía ayuda al atletismo y lo
convertía en su más poderoso colaborador moral. Al cabo de algunos años, en Exeter-
College, Oxford (1850), se fundo el primer atlétic-club. Cinco años después tomó el
relevo Saint-John’s College en Cambridge. En 1857, Cambridge contaba con una
federación atlética y sus estudiantes organizaban competiciones. En 1864 tuvo lugar la
primera de aquellas famosas reuniones interescolares cuyos resultados envía hoy el
telégrafo de un extremo a otro del mundo. El Times los anunciaba con un par de líneas
en un rincón oculto del periódico, totalmente lleno de los sombríos pormenores de la
guerra germano-danesa.
¡Los tiempos han cambiado! “Desde el fondo de los finos pastos de Australia a los
ranchos de Texas, de la Pampa sudamericana a las llanuras del Himalaya, desde los
Kraals de África meridional a los mercados de negocios de China o de Japón, se forman
grupos para escuchar el relato de las luchas de fuerza y de aguante que se celebran en
el Isis y el Cam, con un interés mucho más vivo que el que suscitaban las batallas del
Viejo Mundo por la supremacía del poder. En la isla donde nació el atletismo, al igual
que en sus patrias de adopción, no hay noticias esperadas con mayor ansiedad,
recogidas de forma más regular, difundidas con más rapidez y comentadas más
universalmente que los resultados de la competición interuniversitaria de ocho
remeros, las reuniones de deportes atléticos del Queen’s Club, e incluso los partidos
de béisbol de Nueva Cork y de Chicago”68. ¡Ah! No han faltado ataques ni adversarios.
68
C. Turner, The Progress of Athletism.
241
Se han proferido gritos y condenas; el desarrollo del atletismo se ha combatido, pero
los contradictores han quedado ahogados por una marea ascendente, y nosotros, que
creemos en esa marea salutífera y fecunda, haremos todo por incrementar su fuerza y
sofocar los obstáculos que en Francia se le oponen hoy al igual que antes se le
opusieron en Inglaterra.
Este es el motivo por el que el Dr. Brookes inscribió en la cabecera de los estatutos
de la Olympian Society estas palabras que contienen todo su programa: “El objetivo de
la Asociación estriba en contribuir al desarrollo de las cualidades físicas, morales e
intelectuales de los habitantes de Wenlock mediante el estímulo de los ejercicios al
aire libre y la entrega anual de premios y medallas destinados a recompensar las
mejores producciones literarias y artísticas, así como las hazañas de fuerza y habilidad
más notables”. Este programa se encuentra resumido en la hermosa divisa Civium vires
civitatis vis: las fuerzas de los ciudadanos son la fuerza de la ciudad, interpretado no en
242
el sentido espartano, sino en el ateniense. No obstante, en ciertos puntos la
antigüedad no era suficiente para el Dr. Brookes, porque ignoraba la galantería. Así
pues, tomó de la Edad Media algunas costumbres caballerescas y quiso que el
vencedor de su torneo doblase la rodilla para recibir de manos de una dama el
simbólico laurel.
Los días de fiesta, largas procesiones recorren las calles de la pequeña ciudad; los
niños de los colegios cantan himnos y lanzan flores. Se llevan estandartes; guirnaldas
de verdura adornan las casas; en la cabecera está el heraldo de armas magníficamente
ataviado; cerrando la marcha van a caballo los tilters, los que compiten por los anillos,
un ejercicio muy popular en Wenlock. En su mayoría son jóvenes granjeros de la
vecindad que no siempre tienen la mano muy ágil, pero que sí son, en cambio, sólidos
caballeros carentes de temor. Wenlock está en el fondo de un valle atravesado por el
ferrocarril que va de Wellington a Craven Arms. Las casas rodean las grandiosas ruinas
de una abadía fundada por los benedictinos de la Charité-sur-Loire; en sus alrededores
hay tierras de pastos y colinas sembradas de bosques. El terreno de juego de la
Olympian Society comprende una pista de carreras, emplazamientos para el cricket y el
tenis sobre hierba, otra pista para ejercicios de equitación, grandes tribunas para los
espectadores, una piscina que se utiliza al llegar el buen tiempo y una zona de césped
cuidadosamente mantenido en el que se celebran bailes al aire libre. Pero lo que
embellece de forma excepcional este lugar son las sabias plantaciones que lo
circundan formando un cinturón de verdor. Hay ejemplares de las más preciosas y
variadas especies, y todos estos árboles conmemoran algún acontecimiento
importante, algún triunfo, alguna visita. Con motivo del jubileo de la reina Victoria se
plantó una encina a la que un poeta dirigió versos inspirados y cuya raíz, siguiendo la
costumbre, fue regada con champaña. Otros llevan los nombres del rey de Grecia, de
la emperatriz de Alemania, de príncipe de Gales, de lord Charles Beresford, de lord
Wolseley, de Herbert Gladston, etc. Como veis, el mío no está en mala compañía; tiene
hojas de un amarillo dorado y un gran deseo de crecer; puesto que en las ceremonias
lucirá los tres colores de Francia, espero que lo haga muy alto.
El 22 de octubre último estos tres colores brillaban por doquier, y la lluvia, que caía
de forma rabiosa y solapada, no impidió que la procesión fuera solemne, tal como
243
conviene a toda procesión que se precie. Un arco de triunfo decoraba la entrada del
terreno de juego; estaba hecho con flores y verde, así como con una gran banderola en
la que se me daba la bienvenida y se hacían votos por la prosperidad de mi país.
Procedimos después al acto de plantar, y el vino de champaña cayó sobre el arbusto
desde una gran copa de plata; luego, ésta circuló a la inglesa, mojando cada cual los
labios en ella, mientras el Dr. Brookes me dirigía unas amables palabras que la
modestia me impide repetir y de las que sólo quiero retener una cosa: que conoce
Francia, que comprende y que quiere a mi país.
244
Para terminar con mis recuerdos personales, os diré que la fiesta acaba con un
banquete al que asisten alrededor de 60 personas, seguido de un baile que no puede
ser campestre porque la estación no lo permite; durante la cena se pronunciaron
numerosos brindis acompañados de canciones. Cuando allí se quiere honrar a un
visitante, se dice de él a coro que es jolly good fellow, un alegre y buen muchacho. El
mismo Sr. Gladston aceptó este homenaje, y si la memoria no me falla, la víspera, los
electores del Sr. John Morley le hicieron, justamente, lo que se llama “los honores
musicales”. El baile se celebraba en la gran sala de lectura contigua a la biblioteca
pública; ésta también forma parte de los dominios de la Olympian Society, la cual se
ocupa del cerebro, conviene no olvidarlo, tanto como de los músculos.
Verdaderamente, Wenlock es un lugar feliz. Ignoro si existe en otra parte un burgo tan
bien provisto de todo lo que una municipalidad progresista y generosa puede poner a
disposición de sus administrados. En cuanto uno pone el pie allí se da cuenta de que se
trata de un lugar privilegiado. La estación es una deliciosa casita rodeada de flores y de
macizos de verdor. La Alcaldía reúne todas la curiosidades que se han podido recoger
en los alrededores, y pienso que pocas Asociaciones atléticas poseen un terreno de
juego más hermoso que el de la Olympia Society.
Todos estos progresos materiales y morales, toda esta cultura física e intelectual
implica un largo período de tiempo durante el cual el atletismo se extendió por
Inglaterra, pasó a América, a Australia, a la India y llegó a Holanda, Bélgica, Francia,
Italia, América del Sur, etc. No tiene la forma que el Dr. Brookes le dio en Wenlock.
Reposa en los principios del pasado, tan verdaderos y tan nobles hoy como lo fueron
antaño en los gimnasios de Atenas, pero su forma es moderna. Se trata del cricket, el
fútbol, las pruebas de remo, la gimnasia, la esgrima; en una palabra, de los ejercicios
apropiados a nuestras costumbres y a nuestros hábitos de 1890. En 1866 se intentó
extender y generalizar los juegos olímpicos. Ese mismo año tuvo lugar un festival en el
Palacio de Cristal que, si recuerdo bien, se repitió al año siguiente en Birmingham y
luego en Shrewsbury. Este movimiento no fue inútil: dio ocasión para que se reunieran
los partidarios del atletismo y supieran su número. El fervor por el ejercicio físico se
manifestó pronto con un poder irresistible; no hubo necesidad de invocar el recuerdo
de Grecia ni de buscar aliento en el pasado. El deporte era querido por sí mismo.
245
Una tentativa todavía más audaz tuvo a Grecia como teatro. El Dr. Brookes, cuya
actividad y energía no tienen otro parangón que la limpieza de sus concepciones y la
rectitud de sus procedimientos, mantuvo una voluminosa correspondencia con
cuantos consideró favorables a su causa; escribió al rey de los Helenos, y lo hizo tan
bien que Su Majestad regaló una magnífica copa para la competición de Wenlock y
favoreció el restablecimiento de los juegos olímpicos en Atenas. Pero el patrocinio no
fue todo. Los helenos tomaron parte en una competición y luego descansaron. Yo he
visto en los anales de Wenlock los resultados de aquel concurso y los nombres de los
laureados. Desde entonces, ¿quién no ha oído hablar de los Juegos Olímpicos en
Atenas?
La Revue Athlétique,
(La Revista atlética)
1e année, 25 déc. 1890, nº 12,
pp. 705-713.
246
Los ejercicios físicos cuentan en el mundo moderno con tres ciudades que les sirven
de metrópolis: Berlín, Estocolmo y Londres - desde donde tres sistemas se han
esparcido subsiguientemente a otras regiones, cada uno basado en ideas bien
conocidas por el mundo antiguo, incompleta o inconscientemente adoptadas por la
edad media y el renacimiento y que se pueden resumir en tres palabras: guerra,
higiene y deporte. Quisiera describir muy rapidamente los rasgos característicos de
cada uno, indicar su progreso a lo largo de la edad actual y finalmente describir el
papel de Francia en este gran movimiento que ha sido llamado tan adecuadamente el
renacimineto físico.
El siglo que comenzó tan tragicamente y que está llegando a un fin en turbada e
inicerta pazsigue a uno de gran actividad intelectual y verdadera inercia física. Quiza
pueda haber motivo para buscar en este en este super-sutil contraste las causas
iniciales de alguno de los desequilibrios por los que todavía hoy sufrimos. Pero no es
este nuestro campo. Permítasenos meramente hacer notar que en todas partes al final
del siglo décimo octavo el ejercicio violento y los juegos viriles no estaban de moda, y
los hombres iban en busca de diversión y placer a otra parte. En este aspecto, incluso
el Inglés del momento estaba en la más sorprendente condición. Ya no era el Inglés de
los Tudor viviendo al aire libre y disfrutando con todos los placeres asociados, ni era el
Inglés de Thomas Arnold y los creadopres de la educación atlética: Era un pueblo
irresoluto enttre los que la nativa brutalidad estaba mezclada con un debilitamiento de
intenciones, que podía haber anunciado la decadencia si no hubiera llegado Napoleón
a fortalecer a Gran Bretaña, como el viento del norte interrumpe un deshielo. En
Francia los campos de tenis estaban desiertos; eran el lugar donde se intercambiaban
reniegos, pero nadie jugaba allí. Muy lejanos eran los días en que Sire de Gouberville
manejaba a su antojo la pelotasn las bahías de Cotentin los domingos por la tarde
rodeado por la valerosa juventud de los pueblos vecinos; cuando aquellos combates
Homéricos que Mr. Simeon Luce encuentra narrados en los pergaminos que consulta
se disputaban de parroquia a parroquia; y cuando los mismos clérigos de Avranches,
247
en ciertas festividades del año litúrgico, bajaban en procesión a la ribera del río para
disfrutar de un alegre partido de hockey. Todo aquello había muerto, y cuando el
Directorio, empapado en recuerdos de la Antigua Grecia, quiso erigir en el Champ de
Mars de París algo semejante a los Juegos Olímpicos , faltaba un elemento
indispensable: competidores. Había indudablemente muchachos que vinvieron, como
hacen los muchachos en las ferias, a intentar trepar por el poste engrasado y ganar la
tradicional pata de cordero o botella de Benedictino. Pero esto no es suficiente para
conseguir encuentros atléticos, y bo habiendo un Club de Carreras y un Stade Francais
para oganizarlas y mantenerlas, las competiciones del Directorio se marchitaron y
murieron como las rosas.
¡Oh! ¡qué gran necesidad tenía Francia después de este largo arrebato de valor y de
grandes esfuerzos! muy bien entiende uno que Francia se fuera a jugar al dominó en
lugar de ejercitar sus cansados músculos. Saciada de victoria, Francia gradualmente
cayó dormida mientras, junto a su negra, total, horrible derrota se habían despertado
energías que trabajaban inexorablemente en la tarea que ustedes saben: el imperio
Alemán. Así fue como el atletismo militar bació en Berlín.
Se ha dicho con frecuencia en Francia que en los campos de batalla de 1866 y 1870,
el vencedor real fue el maestro de escuela; si es a esta creencia a la que debemos la
vista de escuelas abiertas en todo nuestro país y de la educación popular
extendiéndose tan rapidamente, entonces gracias al cielo por ello. Pero yo creo que, al
248
creer esto, estamos dando la amestro de escuela más de lo debido y más bien
olvidando a su colega, el maestro de gimnasia.
He dicho que la gimnasia Alemana era enérgica en sus movimientos. Por esa sola
condición, es efectiva. Ahora bien, para que se mantenga esa energía, los gimnastas
deben permanecer comtinuamente bajo una influencia belicosa. La idea de guerra no
debe cesar de inspirarles. Si Alemania se libera a sí misma de tal idea, sus
innumerables clubs gimnásticos cambiarán rapidamente. Ya en aalgunas partes de su
territorio, el deporte ha hecho su aparición: el resultado de veinte años de paz interior
y exterior. Los jóvenes atletas están empezando a pensar en el esfuerzo físico por sí
mismo y no por sus consecuencias a más o menos largo plazo. Si quiere saltar una
valla, se hará a sí mismo tan ligero (liviano) como pueda con el fin de salvarla tan alta
como le sea posible. Ahora, en el país, uno no lleva brazos o piernas desnudos o un
249
fino jerseys como única vestimente sobre el cuerpo,. Por su parte, el gimnasta está
menos preocupado por logar proezas atléticas que por moverse agilmente con brazos
y bagaje (¿con armas y bagaje? o ¿con todo el equipo?) De la misma manera, si ya no
están inspirados por la perspectiva del servicio militar, los movimientos en conjunto
resultan tediosos, los gestos se hacen débiles; se amagan simplemente; no hay alma
en ellos. Igualmente las carreras en grupo se rompen; los corredores reganan su
individualidad; ya no se preocupan de si van bien juntos, marcando el paso; se trata de
quién va más deprisa, de quién llega el primero.
250
Me dirán ustedes que a esta gimnasia le falta aquello a lo que me refería
anteriormente como condición esencial para su éxito: la idea militar y la perspectiva de
un campo de batalla. No lo crean, señores: Les llevan a ustedes a ver sólo
comerciantes, traficantes y hombres de negocios en esos 69 millones de hsabitantes.
Hay una América pensante, una América científica y también una América militar.
Mientras que, materialmente, las trazas de la Guerra de Secesión han desaparecido,
todavía son visibles las trazas morales: el impacto (choque) producido en los corazones
Americanos por esta Hercúlea pelea ha pasado totalmente hasta hoy, y declaro que el
patriotismo del ciudadano de los Estados Unidos es uno delos más fuertes y más
formidables que conozvo; todo puede esperarse de ello.
Mientras en West Point, donde las tradiciones militares Francesas son todavçia
honradas, se entrena un cuerpo selecto, el de los oficiales del ejército federal, cada
estado posee ahora una milicia a la que uno estaría completamente equivocado si la
considerase como una guardia nacional sin valor (en el sentido de precio, no de
valentía). Me faltan tiempo y competencia para estudiar el funcionamiento de la
misma, pero puedo llamar su atención respecto de tres hechos: el número de hombres
enrolados, la perfección de sus armas y equipo y finalmente la notable experiencia de
movilización que se acaba de efectuar en Pensilvania, en condiciones muy lejos de ser
favorables. La movilización fue inesperada y no era una cuestión de luchar contra
enemigos del exterior sino de mantener el orden en medio de una huelga sangrienta.
En 24 horas, esos comerciantes y hombres de negocios lo dejaron todo; la hora 25 los
encontró armados y en el puesto asignado.
251
retoñar donde haya gran ambición que satisfacer, venganza que tomar o esclavitud
que romper.
II
252
Esto no quiere decir que esta gimnasia Sueca que está comenzando timidamente a
establecer algunas colonias en Alemania,, Londres y Nueva York carezca de mérito.
Nuestro amigo , debería decir nuestro ilustre amigo, Dr. Lagrange, miembro del
Consejo de nuestra Unión, fue a estudiarla en su entorno nativo, y los lectores de la
“Revista de los Dos Mundos” conocen la impresión que le causaron los Institutos de
Estocolmo . “La gimnasia Sueca”, decía, “Es la gimnasia de los débiles”. Realmente, y
por eso no la queremos. Por lo moderado de sus movimientos, es adecuada para los
niños así como para los de edad avanzada. Por se carácter científico, ees aplicable a los
enfermos. Fue su faceta médica lo que principalmente interesó y cautivó a Lagrange.
“El doctor Francés que va a estudiar en Estocolmo”, escribe, “se encuentra en
presencia de cosas que le resultan tan nuevas que inicialmente le resulta difícil abrirse
camino entre tal cantidad de movimientos como ve ejecutar en los “Institutos”
privados o públicos. Pero gradualmente se va haciendo luz en su mente y acaba por
clasificar todos aquellos ingeniosos procedimientos y ver que están buscando, en
resumen, dos resultados: medir el ejercicio y localizarlo”. Para darles una idea de la
audacia de esta gimnasia médica basada en un estudio particularmente profundo del
sistema muscular. diré a ustedes que por medio de ejercicios y de los diferentes
masajes quye son sus corolarios, tratan incluso enfermedades del corazón. Los
resultados parecen ser excelentes , y a lo largo de más de medio siglo, los Suecos no se
han cansado de acudir a los Institutos en busca de salud.Esto sólo hace que valga la
pena acudir a ellos, pero los amantes del ejercicio físico generalmente no se reclutan
entre enfermos. Es la fortaleza del cuerpo lo que estamos buscando. Está bien que la
gimnasia Sueca se ocupe de los niños pequeños, especialmente en una edad en que
corren el riesgo de desviaciones y deformaciones ; que se debe aconsejar a los
enfermos; y que se deben ofrecer a los mayores ejercicios para que mantengan lo que
les resta de su fortaleza. Pero no se debe intentar presionar al imperio de los jóvenes;
éstos necesitan precisamente lo que el sistema repudia: esfuerzo y emulación. Del
sistema se consigue el esfuerzo sólo por la amplitud, nunca por la energía de los
movimientos; y se consiguelentamente, nunca bruscamente. En cuanto a la emulación,
es un dogma de esta gimnasia que los hombres nunca deben medirse con otro, sólo
contra sí mismos.
253
Para conseguir que nuestros jóvenes atletas renuncien al esfuerzo y a la emulación,
trendráimos antes que extraerles toda la sangre de sus venas . Mientras les quede una
sola gota de sangre, ellos no renunciarán, lo garantizo. Realmente, darles tales
preceptos sería burlarse de ellos, se parece demasiado a la caricatura de Cham en la
que la madre dice a su hijita en los Jardines de las Tullerías: “Vete y diviértete, querida,
pero ten cuidado de no enfriarte o sofocarte demasiado, o de romperte el vestido o
ensuciarte los zapatos, enredarte el pelo o deshacer el nudo de la corbata”.
III
Señores, hemos visto al comienzo de esta discusión cuán equivocados estaban los
que creían que el gusto por el ejercicio físico está tan profundamente anclado en el
Inglés que nunca se puede extinguir. Este pueblo cree aleremente que lo que elloa ven
ha existido siempre; para ellos un Inglés sin deporte es una tontería. Sin embargo, esta
tontería ha marcado toto el final del último siglo y el comienzo del actual. Los juegos
populares han caíso en desuso; el monopolio del derecho de caza ocasionado por la
creación de grandes propiedades ha privado a la pequeña burguesía del país de su
pasatiempo favorito, y si aquí y allá se están matando entre sí dos boxeadores, o se
celebra una competición de remo en el Támesis, es entre profesionales para que los
espectadores tengan el placer de perder su dinero en apuestas exageradamente
grandes. No había nada deportivo o atlético en ello. La Inglaterra de aquel tiempo sólo
conocía dos distracciones: hacer negocios más o menos honestamente y
emborracharse más o menos comppletamente. Los colegios eran una versión en
miniatura de la sociedad: ningún espíritu de solidaridad; indiferencia en los maestros;
254
la ley de la jungla entre los alumnos. Cuando se estudia este organismo informe y
vulgar, no se puede prever todo lo que el genio de un educador puede sacar en el
campo del refinamiento y de la delicadez. Porque, -y en esto yo estoy en contra de un
prejuicio común en Francia- no hay en todo el mundo un sistema más refinado, más
delicado o más sensible para la juventud que el actual sistema Inglés; las apariencias
engañan.
255
congresos agrupados alrededor de la Exposición del Centenario en 1889, distribuimos
entre todas las colonias Británicas y angloparlantes 7000 copias de un cuestionario
sobre juegos, su influencia sobre la educación y su progreso. Este progreso es
constante, y las respuestas fueron de una unanimidad que nos probaba que el
movimiento ascendente del atletismo podría alcanzar proporciones gigantescas y que
la experiencia de cincuenta años simplemente ha confirmado en todas partes las
doctrinas de Arnold y Kingsley. En los Estados Unidos , para citar este país de
estadísticas, el Dr. Sargent, (una autoridad en el tema) estima que entre 1860 y 1870, 1
millón de dólares, de 1870 a 1880, 2,5 millones de dólares, y de 1880 a 1890, 25
millones de dólares se gastaron en establecer campos de juego y pabellones de
ejercicios, con un total de 28,5 millones de dólares.
En Australia, el Cabo, Jamaica, Hong Kong o la India los anuarios de los clubs y las
memorias de competiciones atléticas dan la impresión de una verdadera marea
creciente que en la actualidad la estimo -y quiero decir que mi estimación se basa en
datos muy imcompletos- en unos seis millones de individuos, contando sólo los adultos
registrados como miembros activos en los libros de los clubs adecuadamente
constituidos. En mis datos no he incluido ni a Bélgica ni a Holanda donde a diario el
deporte hace grandes progresos, ni los países donde puede haber grupos aislados de
aficionados.
Ha nacido una prensa especial que cubre los intereses del mundo atlético. Han
aparecido innumerables periódicos. Los resultados de un partido de beisbol jugado en
Chicago o de una competición remo en el Paramatta viajajn por todo el mundo y
encuentran un espacio en el Times que, hace cuarenta años, timidamente dedicaba un
rinconcito para anunciar las primeras carreras pedestres entre Oxford y Cambridge.
Los días de los principales encuentros se paralizan los negopcios, las oficinas están
vacías, y hay una tregua como en la antigua Grecia para aplaudir a los jóvenes cuando
pasan.
Pasan, señores, con el mérito de buscar el esfuerzo sólo por el esfuerzo en sí, de
imponerse a sí mismos molestias a las quie nadie les fuerza, de someterse a sí mismos
a una disciplina que es doblemente efectiva porque libremente consienten en ella. Es
muy noble y admirable pensar en la guerra; es laudable pensar en la higiene; pero es
256
más perfectramente humano rendir culto al esfuerzo de un dodo desinteresado y amar
las cosas difíciles sencillamente porque son difíciles.
IV
En 1886, señores, Francia no estaba tan mal dotada en términos de ejercico físico
como algunos parecen creer. No mencionaré al bravo Coronel Amorós quiien
ciertamente fue un converso , pero que compuso una colección de canciones religiosas
y morales que sus discípulos cantaban mientras estampaban sus pies, lo que significa
que el Ejército de Salvación tiene tanto derecho a considerarlo un antepasado como lo
hace la gimnasia.
257
fuertemente contra la fatiga mental. Le parecía al autor del plan en cuestion que se
estaba hallando una salida donde sólo había un muro. La Academia de Medicina
insistía tozudamente en que quería una reducción de los programas tanto para reducir
la cantidad de esfuerzo mental como para hacer hueco para los Juegos. No tenemos
tiempo para jugar, decía. Esto era una seria equivocación; había tiempo, había
suficiente tiempo, y nosotros no queríamos que se nos diese más, pero hacemos un
mal uso de él. Según la opinión pública , se estaba perdiendo en otra dirección. ¡Por
qué nadie juega en vuestra institución?: decía a la Universidad. Adelante, siga adelante
Juegue y deje jugar. Esto era fácil de decir e impracticable para hacerlo. La cosa tenía
que venir del exterior, una iniciativa privada. Era necesario que un clubo con base en
ambas orillas emprendiese la tarea de lanzar un puente de una parte a la otra del río.
La Sorbona era una de las bases; el Racing Club y el Stade Francais podía ser la otra -
estos dos clubs, uno fundado en 1882, el otro en 1883 se habían ignorado el uno al
otro durante algún tiempo. Un hombre que ha hecho más que cualquier otro por los
Deportes de Atletismo, Mr. G. de Saint-Clair, los reunió el 18 de enero de 1887 .
Después de una reunión aquel día en el bosque de Ville d’Avray, se fundó la Union de
los Deportes Atléticos; se estableció definitivamente y recibió sus primeros estatutos el
siguiente 29 de noviembre. Los primeros meses de 1888 pasaron en discusiones y
etapas hacia la constitución de un Comité para la Propagación de Ejercicios Físicos. Mr.
Jules Simon y Mor. Gréard fueron los primeros en alsitarse. Se mantuvieron
encuentros los siguientes 31 de mayo y 5 de julio; tuvo lugar una carrera campo a
través interescolar en los alrededores de París. Ustedes conocen el resto: la fundación
de la Liga de Educación Fídica, la Liga Girondina que agrupa los institutos de la
Academia de Burdeos, le celebración de competiciones por toda Francia, a veces con
demasiado ruido y no suficiente competición, en resumen este gran movimiento con
los que hemos logrado los resultados que ustedes , Señores, conocen y de los que
están satisfechos: su presencia aquí lo confirma.
258
No se lo diré, porque el papel de profeta está lleno de peligros, y también porque ya
es tiempo de que concluya esta breve revista de historia universal que les he
presentado esta noche. La Unión tiene grandes tareas que cumplir respecto a ambos,
la Universidad y sus propios miembros; y no fracasará en esto.
Esto es suficiente para animar a este vuestro servidor a que sueñe ahora sobre la
segunda parte de este programa; él espera que ustedes le ayudarán como le han
ayudado hasta ahora, y que con ustedes él será capaz de continuar y completar, sobre
una base adecuada a las condiciones de la vida moderan, esta grandiosa y saludable
tarea, la restauración de los Juegos Olímpicos.
259
4.2.1/3 – 4.2.1/8 Introducción
260
propuesta de renovación de los Juegos, sino también las cuestiones concretas de los
posibles deportes y de las condiciones de participación y de organización. Además,
recogía la propuesta de puesta en marcha de un comité internacional para la
preparación de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
El Congreso ha sido convocado por decisión del Consejo de la Union des Sociétés
fraçaises des Sports athlétiques en la primavera de 1893, a petición de los Srs. Ad.
Pallisaux y de Coubertin. Tres comisarios se han encargado de organizarlo: el Sr. barón
Pierre de Coubertin, secretario general de la Unión, por Europa occidental; el Sr. C.
Herbert, secretario del Amateur Athletic Association, por Inglaterra y las colonias; el Sr.
W.M. Sloane, Profesor de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), por el
continente americano.
261
de compromisos y de contradicciones; además, con demasiada frecuencia, se respeta
más la letra que el espíritu.
Se impone una reforma, y antes de emprenderla hay que discutirla. Las cuestiones
incluidas en el orden del día atañen a esos compromisos y contradicciones que
subsisten en los reglamentos de los aficionados. El proyecto mencionado en el último
párrafo se refiere a la feliz sanción de un entendimiento internacional que todavía no
pretendemos lograr, sino sólo preparar. El restablecimiento de los Juegos Olímpicos
sobre bases y en condiciones conformes con las necesidades de la vida moderna haría
comparecer cada cuatro años a los representantes de las distintas naciones del
mundo, y cabe pensar que esa lucha pacífica y cortés constituye el mejor
internacionalismo.
Al tomar una iniciativa cuyos resultados pueden ser tan considerables, la Unión no
pretende usurpar una precedencia que, en la república de los músculos, no pertenece
a ningún país ni a ninguna sociedad. Tan sólo ha pensado que la claridad de sus
principios y de su actitud, así como las elevadas amistades de las que se honra tanto en
Francia como en el extranjero, le autorizaban a dar la señal de partida a un
movimiento de reforma cuya necesidad se hace sentir más intensamente cada día.
Actúa, así, en favor del interés general y sin ninguna oculta y mezquina ambición.
262
4.2.1/4 Circular, 15 de enero de 1894
Su objetivo es doble.
Se impone una reforma; y antes de abordarla hay que pensarla. Las cuestiones que
figuran en el orden del día del congreso hacen referencia esos compromisos y esas
contradicciones que subsisten en los reglamentos de los aficionados. El proyecto al que
alude el último párrafo sería el feliz refrendo del acuerdo internacional que buscamos,
no tanto para ponerlo en práctica cuanto sólo para prepararlo. El restablecimiento de
los Juegos Olímpicos, sobre bases y condiciones conformes con las necesidades de la
vida moderna, reuniría cada cuatro años a los representantes de las naciones del
mundo, y cabe pensar que esas luchas pacíficas y corteses constituirán el mejor
Internacionalismo.
263
Al tomar una iniciativa cuyos resultados pueden ser considerables, la Union des
Sociétés de Sports Athlétiques no ha pretendido usurpar una preeminencia que, en la
república de los músculos, no pertenece a ningún país ni a ninguna sociedad. Tan sólo
ha pensado que la claridad de sus principios y de su actitud, así como las altas
amistades con las que se honra tanto en Francia cuanto en el extranjero, le
autorizaban a dar la señal de partida para un movimiento de reforma cuya necesidad
se deja sentir cada día más. Actúa, así, en pro del interés general, y sin ningún
transfondo de mezquina ambición.
Las memorias escritas en francés serán admitidas por la Secretaría general hasta el
10 de junio. Las memorias escritas en lenguas extranjeras sólo hasta el 1 de junio.
Serán clasificadas en dos categorías, según procedan de personalidades individuales o
de Sociedades. El envío de memorias o de comunicaciones es libre: no se exige ninguna
condición, pero, en cualquier caso, las Sociedades deberán adjuntar el texto de los
reglamentos que las rigen. Toda memoria que no trate alguna de las cuestiones
señaladas en el programa adjunto será rigurosamente excluida.
Habrá cartas que permitan la entrada a la sala de sesiones para todas aquellas
personas que las soliciten antes del 10 de junio, justificando su deseo de participar en
el Congreso. Las Sociedades de aficionados podrán ser representadas por Delegados.
En tal caso, deberán avisarlo antes del 10 de junio.
Atentamente,
Secretario general.
264
Circular from Pierre de Coubertin, Secretary General of the USFSA,
announcing the International Athletic Congreso (J. Kössl Collection)
____________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________
JUNIO 1894
COMISARIOS
PROGRAMA PREPARATORIO
265
I.- Definición del aficionado: bases. Posibilidad y utilidad de una definición
internacional.
II.- Suspensión, descalificación y recalificación – Sobre los hechos que los motivan y los
medios para verificarlos.
III.- ¿Es justo mantener una distinción entre los distintos deportes desde el punto de
vista del aficionado, especialmente en lo que atañe a las carreras de caballos
(gentlemen) y el tiro de pichón? ¿Cabe ser profesional en un deporte y aficionado
en otro?
IV.- Sobre el valor de las obras de arte como entrega de premios. ¿Es necesario limitar
su valor? ¿Qué medidas deben tomarse contra el que vende la obra de arte que ha
ganado?
VI.- ¿Cabe aplicar en la misma medida a todos los deportes la definición general de
aficionado? ¿Conlleva especiales restricciones en lo que atañe al ciclismo, el remo,
el atletismo, etc?...
VII.- Sobre las apuestas. ¿Son compatibles con el carácter no profesional del deporte?
Sobre los medios para parar su avance.
VIII.- Sobre la posibilidad de restablecer los juegos olímpicos. ¿En qué condiciones
cabría hacerlo?
______________________
266
El orden de las sesiones y el programa de festejos que se celebrarán en París con
ocasión del congreso se comunicará posteriormente.
BILDMATERIAL
Habitualmente es bastante difícil saber por qué y cómo nace una idea, la cual se
desprende de la ola de las demás ideas que esperan su realización, toma cuerpo y se
convierte en un hecho. No es este el caso de los Juegos Olímpicos. La idea de su
restauración no era una fantasía, sino la conclusión lógica de un gran movimiento.
Durante el siglo XIX se vio como renacía en todas partes el gusto por los ejercicios
físicos: al alba del siglo, en Alemania y en Suecia; en su apogeo, en Inglaterra; en su
declinar, en los Estados Unidos y en Francia. Junto a ello, los grandes inventos, el
ferrocarril y el telégrafo, acortaron las distancias y los hombres empezaron a vivir una
existencia nueva; las razas se interpenetraron, aprendieron a conocerse mejor y
enseguida les gustó compararse. Lo que una realizaba, la otra quería intentarlo: las
exposiciones universales llevaron a un mismo punto del globo productos de los países
más lejanos; los congresos literarios o científicos pusieron en contacto las más diversas
capacidades cerebrales. ¿Cómo no habrían intentado encontrarse los atletas cuando la
emulación es la base misma del atletismo y casi su razón de ser? Ello, efectivamente,
se produjo: Suiza invitó a sus competiciones federales a los tiradores extranjeros; los
ciclistas rodaron por todos los velódromos de Europa; Inglaterra y Estados Unidos se
desafiaron en el agua y en la hierba; los practicantes de esgrima de Roma y París
267
cruzaron sus aceros. Poco a poco el internacionalismo se introdujo en el deporte,
avivando su interés y ampliando su radio de acción. El restablecimiento de los Juegos
Olímpicos resultaba posible.
268
estudiar lo que se hacía fuera para trabajar más eficazmente dentro en la consecución
de la empresa, me habían procurado relaciones con aquellas personas que en los
demás países prestaban también atención a los ejercicios físicos. Además, con motivo
de la exposición universal de 1889, el gobierno francés había convocado en París la
celebración de congresos internacionales de muy diverso orden; entre éstos, uno de
educación física. Encargado de organizarlo, envié a todas partes en el extranjero una
circular y un cuestionario sobre la forma en que se practicaban los ejercicios físicos en
colegios y universidades. Fundé, por último, un periódico mensual, la Revue Atléthique,
con el objetivo de crear un movimiento en favor de los deportes viriles y de comparar
los resultados obtenidos en distintos lugares. La misión de la que me encargó el
ministerio de Instrucción Pública en 1889 con objeto de visitar los centros de
Instrucción Pública de América del norte me permitió añadir nuevos documentos a mi
expediente internacional. Todo ello me puso en condiciones de comprobar que, en el
atardecer del siglo que lo había visto renacer, el atletismo corría ya grandes peligros, y
que sus progresos quedarían comprometidos si no se producía una pronta y enérgica
intervención. En todas partes me había encontrado con discordias, guerras civiles
entre partidarios y adversarios de una u otra forma de ejercicio. Este estado de cosas
me pareció proceder de una especialización excesiva. Los gimnastas no tenían muy
buena disposición hacia los remeros, los practicantes de esgrima hacia los ciclistas, los
tiradores hacia los jugadores de tenis sobre hierba. Tampoco reinaba la paz entre los
adeptos a un mismo deporte; los amigos de la gimnasia alemana negaban cualquier
mérito al método sueco, y las reglas americanas de fútbol les parecían a los jugadores
ingleses contrarias al sentido común. Además, el espíritu mercantil amenazaba con
invadir los círculos deportivos; donde no se corría o no se luchaba abiertamente por
dinero, existía, sin embargo, la tendencia a crear lamentables compromisos, y en el
deseo de vencer con frecuencia había algo muy distinto a la ambición y al sentido del
honor. Si no se quería ver degenerar y morir por segunda vez al atletismo, había que
unificarlo y purificarlo.
269
de grandeza y de gloria: el patrocinio de la Antigüedad clásica. Hacer esto equivalía a
restaurar los Juegos Olímpicos. El nombre se imponía por sí solo; ni siquiera era posible
encontrar otro.
A decir verdad, éste no había caído en desuso: se había empleado con frecuencia
bien para designar competiciones locales como las que el Directorio intentó establecer
antaño en el campo de Marte parisino, o como las que se celebran todavía en algunos
pueblos de Grecia, bien para designar alguna restitución prematura o desacertada
como la que se produjo en Atenas bajo el rey Otón; pero esta vez ya no se trataba del
nombre, sino de la cosa. No había que hacer un trabajo local y pasajero, sino una obra
universal y duradera. Se me ocurrió la idea de celebrar en París un congreso atlético
internacional, y casi al mismo tiempo me di cuenta que ello no era posible sin un
trabajo preliminar, al que me dediqué de inmediato. Acercar las grandes Sociedades
Francesas de Deporte y establecer relaciones entre ellas y las Sociedades análogas de
los demás países era lo primero que había que hacer para no ofrecer a los extranjeros
que viniesen el espectáculo de nuestras discordias y para conseguir numerosas
adhesiones de fuera.
270
Londres, el Sr. Waddington, para lograr que sus remeros aceptasen participar en las
famosas regatas de Henley, que se celebran con nuestras reglas.
271
heleno, el Sr. Bikelas, que ya era presidente en París, había compartido nuestros
temores y esperanzas. Además, llegaron adhesiones con las que apenas contábamos;
la misma Australia envió su más caluroso apoyo. La sesión de apertura, que tuvo lugar
con gran solemnidad el sábado 16 de junio ante un auditorio de casi dos mil personas
con la interpretación del Himno a Apolo, dio al Congreso su verdadera dimensión: los
Juegos Olímpicos pasaban a primer plano.
272
también llama la atención su distanciamiento de la cuestión amateur, aunque ésta
tuvo que estar marcada considerablemente por las experiencias negativas a la hora
de ocuparse de este tema.
273
Francaises de Courses a pied». Esto era ya un gran gesto de audacia por parte de
Georges de Saint-Clair puesto que el Stade Francais no tenía más que la posibilidad de
correr el domingo por la mañana en el terrado de la Orangerie, en las Tullerías y la
concesión del Racing-Club en la Croix-Catelan era bastante precaria. Poco después tuve
que intervenir en el Ayuntamiento para intentar asegurarla. Cuál no sería nuestra
sorpresa, para mí y Saint-Clair, cuando recibimos la respuesta donde se decía que la
sociedad sería admitida a establecer pistas sobre este bello terreno, pero que «al
primer aviso, debía estar preparada a enrollarlas y llevárselas». Tales eran los
«chupatintas» de la época. Para aquellos señores, los miembros del Instituto que
patrocinaban nuestra obra debían estar evidentemente un poco chiflados.
Así fue, utilizando un acta de bautismo, rectificada después y cuya copia oficial no
cesaba de reclamarme un publicista adverso, como habíamos conseguido la ocasión de
organizar estas fiestas con toda la suntuosidad permitida por unos cortos
presupuestos. La tarde de la Sorbona, que constituía la parte intelectual, comprendía,
con la Marsellesa, el himno ruso y una de circunstancia, una conferencia en tríptico
sobre la historia de los ejercicios físicos: Georges Bourdon hablaría de la antigüedad;
J.J. Jusserand, futuro embajador de Francia en Washington, hablaría de la edad media;
y yo de los tiempos modernos.
274
lejanos tiempos, esto es lo que obstinadamente iba a levantarse entre mis auditores
de 1892 y yo. Llenos de buena voluntad, no llegaban a comprender mi pensamiento, a
interpretar esta cosa olvidada: el Olimpismo, ni captar su espíritu, la esencia, el
principio... de las formas antiguas que lo envolvían y que habían muerto hacía mil
quinientos años.
275
sorpresa digna de risa. Pero todo esto no era sino con colegiales. Sólo se trataba de
ambientes pedagógicos. Muy diferente era la situación con los Juegos Olímpicos. Era
necesario ahora tratar con adultos.
276
tenía, antes de nada, la importancia de proveer un precioso parapeto. Así redacté un
programa preliminar y lo hice aprobar para el Congreso de la USFSA, transformada
desde el principio de 1890. Tenía en adelante un Consejo y un Comité uno dentro del
otro y dividido con la misma posibilidad. Era una especie de Jano con una cara sobre el
Jockey-Club, en cuyos rangos se reclutaban nuestros miembros honorarios a veinte
francos por año y otra sobre la pequeña burguesía, una fracción de ella, llena de
entusiasmo, nos proporcionaba celosos trabajadores y nos confiaba voluntariamente
los músculos de sus hijos. Esta fusión de clases, no siempre cómoda de mantener pero
menos aún de provocar, me agradaba, y creo que observándome cómo me adaptaba
para conseguirla un publicista joven me había descubierto «curiosos rincones de
apóstol desentendido». En la Francia de entonces, era necesario saber tomar a broma -
o al menos, aparentarlo- los proyectos graves que se querían realizar.
El programa del Congreso de 1894, lo tengo presente en dos fórmulas entre las que
existe un espacio de unos diez meses. Primero, una trinidad inmutable compuesta de
los tres comisarios: C. Herbert, secretario de la Internacional Athletic Association
(Londres) por Inglaterra y el Imperio Británico; W. M. Sloane, profesor de la
Universidad de Princeton para el continente americano y yo, para Francia y Europa
continental. Esta geografía inhabitual estaba destinada a proporcionarme la
propaganda. Mis dos colegas habían aceptado primero por agradarme. Herbert,
bastante taciturno, mucho más comprensivo de lo que parecía al primer contacto,
tenía a su disposición, como jefe administrativo de la AAA, una red de propaganda
organizada. Sloane debía a su situación y a su reputación ya grande, los medios para
llegar al mundo universitario trasatlántico, el cual, como yo había comprobado en
1889, dominaba el atletismo americano, y sin él no se podía hacer nada.
Después de los nombres de los comisarios venían los ocho artículos siguientes que
creo no han sido reproducidos más desde entonces:
I.- Definición del amateur: bases de esta definición. – Posbilidad y utilidad de una
definición internacional.
277
II- Suspensión, descalificación y recalificación. – Hechos que lo motivan y medios de
verificarlos.
III.- ¿Es justo mantener una distinción entre los diferentes deportes desde el punto de
vista del amateurismo, especialmente para las carreras de caballos (Gentlemen) y el
tiro de pichón? –¿Se puede ser profesional en un deporte y amateur en otro?
IV.- El valor de los objetos de arte dados en los premios. – ¿Es necesario limitar este
valor? – ¿Qué medidas pueden tomarse contra el que vende el objeto de arte ganado
por él?
VI.- La definición general de amateur ¿Se puede aplicar igualmente a todos los
deportes? –¿Tiene restricciones especíales en lo concerniente a la bicicleta, el remo, los
deportes atléticos, etc?
278
sueco y un húngaro; algunos comisarios-adjuntos, entre ellos Frantz-Reichel, «para la
prensa», y el anuncio de algunas fiestas aún un poco inciertas. El programa estaba
aumentado con dos nuevos párrafos. Sobre todo estaba dividido en dos partes: la
primera, bajo el título «Amateurismo y profesionalismo», comprendía los siete
artículos arriba mencionados; la segunda, bajo el nombre «Juegos Olímpicos», se
componía del VIII y de los dos artículos siguientes:
IX.- Condiciones a imponer a los concurrentes. – Deportes representados –
Organización material,periodicidad, etc.
En otoño de 1893, volví por cuatro meses a los Estados Unidos. Había visitado
largamente la Exposición de Chicago, vivido en California, y había vuelto a Washington
y New York por Tejas y Luisiana. En Chicago, había estado en el lujoso Athletic Club y
en San Francisco frecuenté el Olympic Club de nombre predestinado. En todas las
universidades nuevas o visitadas anteriormente en 1889 encontré una acogida solícita,
a pesar de que mi libro Universités Transatlantiques, aparecido en 1890, no fue del
agrado de los profesores que habían encontrado la forma un poco ligera y el contenido
insuficientemente elogioso. En ninguna parte, en todo caso, la idea de la restauración
de los Juegos Olímpicos no despertaba la simpatía que hubiera hecho falta. Sólo mi
querido amigo William Sloane vibraba con esta idea. En la víspera de mi embarque, dio
una cena en el University Club de New York cuyos invitados había escogido con gran
cuidado entre las gentes más abiertas a la vez al sentido deportivo y al sentido
histórico. Conversación muy calurosa, interés sincero, pero segunda intención evidente
de un fracaso cierto.
279
Igual impresión, más acentuada, en Londres en febrero de 1894. Sir John Astley
reunió en el Sports Club amigos para hablar de mis proyectos, pero el número de los
que aceptaban se redujo poco a poco a un puñado más bien inerte. Así se acercaba la
primavera sin traer promesas reconfortantes. No pensaba aplazar, además era difícil,
porque sin ser numerosas, ni bastante firmes, de todas partes un poco, llegaban
adhesiones, de Nueva Zelanda o de Jamaica, así como de Amiens o de Burdeos.
280
concepción falsa y mezquina del patriotismo imponía a mi generación. Aunque he
crecido a la sombra de Sedán, nunca me sentí con alma de vencido. El despertar de
1878 me iluminó y el magnífico cambio de 1889 me liberó devolviéndome el concepto
de las capacidades nacionales y la fe en un futuro, diferente del pasado, pero no
indigno de él.
En las proximidades del Congreso, todo estaba, si es que se puede decir, en rayos
de luz sobre fondo gris. Había reunido a mi alrededor una pequeña orquesta que con
los ojos fijos en mi pupitre, esperada la señal de la batuta, sin saber bien qué aire se
iba a pedir para tocar. Puse todo mi esfuerzo en la sesión de apertura y la primera
audición del Himno a Apolo descubierto en las ruinas de Delfos. Gabriel Fauré se
prestó a ello de muy buena gana.
Esto fue en efecto proclamado sin oposición el 23 de junio, en la última sesión. Los
congresistas habían hecho una honrada tarea. Divididos en dos grupos, uno para el
amateurismo, y el otro para el Olimpismo. Habían tenido para presidir los trabajos, de
un lado Michel Gondinet, presidente del Racing Club de Francia, del otro D. Vikelas,
delegado de la Sociedad Panhelénica de Gimnasia. Los vicepresidentes eran el profesor
W. M. Sloane y R. Todd (delegado de la National Cyclist's Union, para uno, y para el
281
otro los secretarios-informadores, Sres. A. Mangeot, delegado del Stade Bordelais, y
Maurice Borel, secretario de embajada, delegado de la Sociedad de la Isla de Puteaux.
Muy buen nivel de las sesiones. Sobre las cuestiones técnicas y el amateurismo,
interesantes discusiones a las que le rector descendió de su apartamento para asistir.
Para los Juegos Olímpicos, se me seguía sin discutir apenas. Hice votar
sucesivamente los principios fundamentales previamente dictados en mi espíritu: el
intervalo de cuatro años, el carácter exclusivamente moderno de las competiciones, la
exclusión de los escolares (Vikelas y el sueco Bergh hubieran querido competiciones
para los niños, lo que estimé impracticable y peligroso), en fin la designación de un
Comité Internacional permanente en su principio y estable en su composición, y cuyos
miembros serían los representantes del Olimpismo en sus países respectivos.
En los dos siguientes capítulos de sus Memorias olímpicas nos daremos cuenta de
282
las dificultades que tuvo Coubertin para convencer a Grecia para la celebración de
los primeros Juegos Olímpicos. Recientes investigaciones histórico-deportivas69
ofrecen una explicación totalmente nueva en base al legado de Bikelas, aunque
también de protocolos y libros de correspondencia del Comité organizador de 1896
encontrados por K. Georgiadis. Según ellos, es comprensible que Coubertin no
pudiera ser el motor desde el lejano París, sino que lo fueron en Atenas, sobre el
terreno, Bikelas y el príncipe heredero Constantino. FEHLT EIN SATZ En los dos
siguientes textos sobrevalora en el recuerdo histórico su aportación real. Su mérito
como iniciador y aportador de ideas queda intacto. La persona de Bikelas, primer
presidente del COI fundado en 1894, sólo alcanzó el lugar que merecía cien años más
tarde gracias a la investigación.
Así lo hice con la USFSA para transformarla y hacer de ella una piedra angular de la
renovación agonística en Francia. Confié la tesorería a Ernest Callot, hombre maduro
que rendía culto simultáneo a las Letras y al Deporte, y compartía nuestras vastas
69
Ver Georgiadis, Kostas: Die ideengeschichtliche Grundlage der Erneuerung der Olympischen Ópiele
im 19. Jahrhundert in Griechenland und ihre Umsetzung 1896 in Athen. Dissertation. Facultad de
Deporte de la Universidad de Maguncia, Maguncia, 1999.
Morbach, Andreas: Dimitrios Vikélas. Patriotischer Literat und Kosmopolit. Leben und Wirken des resten
Präsidenten des Internationalen Olympischen Komitees. Würzburgo, Ergon, 1998.
Young, David C.: The Modern Olympics. A Struggle for Revival. Baltimore/Londres, The John Hopkins
University Press, 1996.
283
esperanzas. Luego expuse mi plan, que consistía en completar sin prisa, pero también
sin retraso, la fachada del COI e imponer a sus miembros la armadura de una
independencia absoluta, rehusando la admisión de cualquier tipo de «delegado»,
fuese cual fuese su procedencia, y aceptar subvenciones de ninguna clase. «La
armadura del pobre», murmuró Vikelas. Pero comprendía perfectamente la necesidad
de obrar así si queríamos asegurar el futuro de una institución bautizada, desde luego,
con un nombre ilustre, pero que carecía de cimientos prácticos y, de hecho, era aún
desconocida por parte de la opinión pública. Entre los dos mil auditores del Himno a
Apolo, había, sin duda, muchos más artistas que deportistas, y la fase final de Congreso
quedó difuminada en la emoción general causada por el asesinato del presidente
Carnot.
El atletismo puede poner en juego las pasiones, tanto las más nobles como las más
viles; puede desarrollar et desinterés y el sentimiento del honor, pero también el
egoísmo del lucro y la ganancia; puede ser caballeresco o corrompido, viril o bestial;
284
puede, en fin, emplearse tanto para consolidar la paz como para preparar la guerra. Y
he aquí que la nobleza de sentimientos, el culto del desinterés y del honor, el espíritu
caballeresco, la energía viril y la paz, constituyen los más caros postulados de las
modernas democracias, sean monárquicas o republicanas...».
A mediados del verano, el COI se encontraba ya, de hecho, constituido por las
aceptaciones de quienes habían sido designados, lo cual me sorprendió
agradablemente. El 4 de septiembre llegó de Christchurch la de Cuff y el 15 la del
duque de Andria, de Napóles. Doce nacionalidades se hallaban así representadas ya al
principio, y el Comité tenía la misión de completarse. Era un «self-recruiting body» en
línea de los cuadros rectores de las regatas de Henley. Pero apuntaba ya lo que sería
durante treinta años -y lo que es todavía- es decir, un compuesto de tres círculos
concéntricos: un pequeño núcleo de miembros trabajadores y convencidos; un
semillero de miembros de buena voluntad susceptibles de ser educados; y, finalmente,
una fachada de gente más o menos utilizable, cuya presencia halagaría las
pretensiones nacionales, dando prestigio al conjunto.
En otoño, Vikelas partió para Atenas, precedido por algunas cartas personales
acompañadas de los primeros números del Boletín. El 4 de octubre, me escribía a la
llegada: «Desde Brindisi hasta aquí, todos mis compatriotas me hablan de los Juegos
Olímpicos con alegría». También el corresponsal de Le Temps en Grecia experimentaba
idénticos sentimientos. Al día siguiente, nueva carta: Vikelas ha visto al presidente del
Consejo, Tricoupis, y lo ha hallado «bien dispuesto» a pesar de que hubiese
«preferido» no enfrentarse con tal asunto. Vikelas había pensado en provocar una
reunión de la Comisión del Zappeion, que tiene bajo su jurisdicción no sólo el
monumento de este nombre, sino también las ruinas muy cercanas del Estadio.
285
buena. Y, sin embargo, hoy, transcurridos 35 años, estoy luchando todavía para
imponerla. Después, Herbert había enviado desde Londres las distancias a adoptar
para las carreras pedestres.
286
convencerme esgrimiendo argumentos de tipo exclusivamente financiero, aunque a mí
se me antojaba que había otros de por medio.
Existía un hecho, sin embargo, y era que por aquel entonces, Grecia se hallaba en
incómoda postura económica. El ministro se alarmaba temiendo que las potencias
acreedoras pudiesen inquietarse ante aquellos «gastos suntuarios», cuando se
imponía una estricta economía a fin de hacer honor a su vencimiento a los créditos
impagados. Objeté que se trataba de sumas poco elevadas. «Observe usted, examine -
me dijo Tricoupis retirándose. Estoy convencido de que se dará cuenta que
actualmente Grecia carece de los recursos necesarios para aceptar la misión que
desean confiarle».
Pasé muchos días sin poder subir a la Acrópolis ni ver nada de Atenas. Me había
convertido en un balón de juego entre dos equipos políticos. La oposición, dirigida por
Teodoro Delyannis, tomó partido resueltamente en favor de los Juegos Olímpicos.
287
Sin embargo, no hallaba la persona a propósito para mover el asunto. Vikelas,
durante su estancia, negoció, gracias a sus dotes personales y su celo, pero me dejó la
misión de montar todo aquel andamiaje. El rey, que estaba en Rusia, había dejado al
príncipe heredero como regente, lo cual le hacía un poco más tímido frente a un
gabinete hostil. Pero en el transcurso de dos largas conversaciones, adquirí la plena
convicción de que estaba resueltamente a nuestro lado. Después de informarme sobre
los recursos deportivos de Atenas, los terrenos, la mano de obra, redacté un proyecto
de presupuesto harto modesto, pero que estimaba suficiente. Aunque no tengo los
datos a la vista, creo que ascendía a 250.000 dracmas. En el Estadio, por supuesto, sólo
estaban previstos graderíos de madera.
Con mis amigos, cuya falange engrosaba, confeccionamos convocatorias para una
reunión señalada para el 12 de noviembre, cuya asistencia fue bastante numerosa.
Afortunadamente, estaba acostumbrado a esta clase de asambleas imprecisas que, de
vez en cuando, hay que sacarse de la manga y montar sobre la marcha, para
desvanecerse más tarde sin dejar el menor rastro. De allí salió un Comité, patrocinado
ya de antemano por el príncipe, lo cual evitaba cualquier discusión de principio. El
coronel Mano; el diputado y ex ministro Scoulodis; el comandante Soutzo, jefe de
escuadrón de caballería, y el alcalde del Pireo, Retzinas, fueron elegidos
vicepresidentes; Paul Slousés, tesorero; Mercati y Melas, secretarios. La fecha de los
Juegos fue fijada del 5 al 15 de abril de 1896. En aquel año se producía la feliz
coincidencia de la Pascua griega con la Pascua occidental. El programa que había traído
de París fue aprobado.
288
oposición tampoco daba su brazo a torcer, ni mucho menos. Aún conservo un ejemplar
de Romos, el agudo diario satírico redactado en verso, con una divertida caricatura
representando a los honorables Tricoupis y Delyannis, equipados con grandes guantes
de boxeo, peleando a propósito de los Juegos Olímpicos. Desde luego, no fue sin
inquietud que abandoné Atenas tras un mes de estancia, esta vez por vía terrestre. La
«Société Panachaique de Gymnastique» me reservó una entusiasta acogida en Patras.
Uno de sus directivos fue designado para acompañarme a Olimpia. Llegamos allí
entrada la noche y me vi obligado a aguardar hasta el alba para conocer el panorama
del paisaje sagrado, que tantas veces había soñado. Toda la mañana vagué entre las
minas. No debía ver de nuevo Olimpia hasta 31 años más tarde, cuando la solemne
inauguración del monumento que allí se erigió para conmemorar la reinstauración de
los Juegos. Vuelto a Patras, y tras una breve escala en Corfú, llegué a Brindisi y en
seguida a Ñapóles, donde fui recibido por mi nuevo colega, el Duque de Andría. El 7 de
diciembre di en el Círculo Filológico -que presidía Borghi, un diputado de gran
prestigio- una conferencia que me dejó impresión de haber hendido el aire a ciegas
con una espada. Evidentemente, lejos de las armonías del Himno a Apolo y de la
silueta del Partenón, la evocación de los Juegos Olímpicos carecía de fuerza.
Tan pronto hube abandonado Grecia, Scoulodis se dedicó a socavar los cimientos
recién fijados. Convocó tres veces en su casa a los otros tres vicepresidentes. Les
persuadió que mi presupuesto nada valía, que los gastos serían enormes y los
beneficios nulos... Y habiendo quebrantado así su confianza, anunció al resto del
Comité que la disolución se imponía y sólo faltaba someterla a la decisión de Su Alteza
Real.
Creíase seguro de esa decisión, pero las cosas tomaron un cariz muy distinto a
cuanto había previsto. El príncipe recibió la delegación, dejó el informe sobre la mesa,
diciendo que lo estudiaría, y despidióse cortésmente de aquellos señores después de
hablarles del tiempo. Creo que no dudó ni un momento. Su decisión estaba tomada.
289
Ignoro con exactitud -aunque estaba secretamente al corriente de cada detállelo que
ocurrió entre el príncipe y el Rey al regreso de Su Majestad, pero es evidente que éste
debió apreciar que el heredero del trono se hallaba situado en cabeza de una obra de
puro y gran sabor helénico, puesto que seis meses más tarde, cuando le visité en París
-donde se encontraba de paso- el rey me habló con visible orgullo de las cualidades
evidenciadas por el príncipe heredero en la organización de los Juegos.
290
El programa de los Juegos de 1896 es desconocido para la mayoría de los
deportistas de hoy, lo cual no es de extrañar después de 37 años. Era así, tal como
apareció encabezando el número del Boletín trimestral del COI:
A. Deportes atléticos: Carreras a pie: 100 m., 400 m., 800 m. y 1.500 m. lisos; 110
mi. vallas (Reglamento de la Union Frangaise des Sports Athlétiques).
Carrera de maratón.
B. Gimnasia: Individual. Cuerda lisa tracción. Barra fija. Anillas. Barras paralelas
profundas. Salto de caballo. Pesas.
Remo: Un remero, 2.000 m. sin viraje, skiffs; dos remeros, pareja, sin viraje, yolas y
outriggers; cuatro remeros de punta sin viraje, yolas (Reglamentos del Rowing Club
291
Italiano).
He tenido verdadero interés en reprodurcir este texto. Puede verse lo que hay de
verdad en esa leyenda repetida hasta el infinito, de que los Juegos modernos
consistieron, al principio, en simples concursos de atletismo, a los que se añadieron
otros varios deportes. ¿Qué hay de verdad en todo ello?... Ni una sola palabra.
292
El programa que acabo de reproducir publicose con la aprobación de la directiva
del COI, es decir, Vikelas, Callot y yo. Vikelas se sintió horrorizado al verse coaccionado
a avalar un documento «emanando de su futuro soberano». Se lo exigí por completo.
Tratábase de una encrucijada decisiva, y estaba resuelto, por mi parte, a no
desperdiciar ninguna ocasión de afirmar la preponderancia del COI, a pesar de ser tan
frágil y poco prestigioso todavía.
Durante los meses de enero y febrero de 1895. las cartas de Vikelas, que había
regresado a Atenas, fueron trisemanales. Su celo y su actividad prodigábanse
incesantemente. Obraba como agente de enlace. Un día me envía la traducción de un
discurso inaugural pronunciado por el príncipe. «Léalo, por favor, con la pluma en la
mano». Al día siguiente me anuncia las primeras suscripciones importantes. Luego, los
engranajes, hasta entonces atascados, solicitaron apoyo: planos para el velódromo, la
distribución de plazas en el Estadio, fórmulas de invitación, consejos para instalar la
pista...
Balck escribía desde Estocolmo que había «trabajado bien» y que el príncipe
heredero (el rey actual), se interesaba. «Existe alguna inquietud, pero se hará lo
posible». Asimismo, el general Butowsky informaba, desde Rusia, de sus esfuerzos.
Hallaba «mucha indiferencia». «Nuestra prensa -decía (2 de febrero de 1895)-
considera el asunto de la Educación Física poco digno de tener cabida en un periódico
de cierta autoridad».
293
Las noticias de Inglaterra eran alentadoras. Dos entusiastas: Romanos, encargado
de negocios de Grecia, y Constantin Manos, estudiante en Oxford, despertaban
simpatías y recaudaban fondos entre la colonia helénica. De hecho, no existía ningún
país con el que no se estableciera una correspondencia, a menudo tímida o mal
orientada, pero dejando un resquicio a la esperanza. Todo esto, en general, pasaba por
mis manos antes de llegar a Atenas, lo cual irritaba a Philemon. Era un hombre activo,
capacitado, buen administrador en mi opinión, pero de carácter envidioso y orgulloso.
Sentíase todavía incompetente, y esto le irritaba. También acogió con satisfacción mal
reprimida los sinsabores que debía experimentar en Francia y, sobre todo, la tormenta
que, por un momento, sopló desde las riberas del Spree.
Los franceses sabían que debían encontrar allí a los alemanes, y no se indignaban
por ello, ni mucho menos. Un grupo creado en Berlín por el Dr. W. Gebhardt -con
quien manteníamos correspondencia regular- trabajaba para interesar a los alemanes,
y estaba a punto de lograrlo cuando, hacia el fin del año 1895, se recibió en Atenas una
294
carta de una importante entidad gimnástica de Alemania, declinando la invitación
previamente aceptada. La renuncia tenía como base una fantástica entrevista
publicada en un periódico francés, a la que no presté la menor atención. Los
propósitos que se me atribuían eran fantásticos e irreales por completo y, desde luego,
la protesta alemana me pareció incluso moderada y la estimé justa bajo todos los
conceptos. En cuanto tuve noticia de ella, previne a Gebhart, pero ya el Nationale
Zeitung había reproducido la carta de los gimnastas, lo cual levantó en Alemania una
polvareda verdaderamente sensacional. Sin pérdida de tiempo envié un mentís
comunicándolo al ministro de Grecia en Berlín, Rangabé, quien me dio las gracias,
informándome de las medidas que iba a tomar para dar a aquel mentís «la mayor
publicidad». Me decía, además, que se había preparado «para que se remitiese una
copia al canciller, quien la haría llegar al propio emperador», medidas necesarias
«porque en Alemania la irritación había alcanzado proporciones inquietantes... Ayer
mismo -añadía-recibí unos cincuentas artículos de prensa de todos los puntos del
imperio». Sin embargo, la irritación se calmó pronto y Gebhardt, que había intervenido
por su parte con firmeza, reunió en Berlín una asemblea que, informada por él con
claridad, le encargó por unanimidad me expresara, por medio de un mensaje, «sus
simpatías y votos para el éxito del esfuerzo común». Y tuvo, además, la cortesía de
enviar una copia de este mensaje al embajador de Francia, Jules Herbette.
295
Finalmente, llegó la hora tan deseada. La multitud irrumpió en el estadio
restaurado y resplandeciente de blancura en una jornada inolvidable, inaugurada por
el rey Jorge, que selló la restauración de los Juegos Olímpicos pronunciando la fórmula
sacramental: «Declaro abiertos los Juegos de la primera Olimpíada de la era
moderna». En seguida tronó el cañón, miles de palomas cubrieron el recinto con su
vuelo alegre, los coros entonaron la bella cantata, original del compositor griego
Samara, y empezaron las competiciones. La obra entraba en la historia. «All that is
your work» me dijo Gebhardt, con el que siempre hablábamos en inglés... El grupo
formado por el COI junto al príncipe heredero, representaba la perennidad de la
empresa y el carácter internacional que yo estaba resuelto a mantener sin
desfallecimientos. Frente a él erguíase el nacionalismo popular, alentado por la idea de
ver Atenas convertida en su sede permanente y recibir así, cada cuatro años, este
aluvión de visitantes beneficioso y halagador al mismo tiempo.
296
los Juegos de haber contribuido decisivamente al conflicto sirviéndose de ellos como
mampara para la preparación de aquella belicosa iniciativa, agrupando en Atenas a las
delegaciones de las colonias del exterior, donde sostuvieron exaltados conciliábulos.
Estas acusaciones tenían escaso fundamento. A lo sumo puede afirmarse que las
fiestas aceleraron un poco un movimiento preparado de antemano por la misma
fuerza de las cosas. No era la primera vez que los cretenses reivindicaban su libertad
con las armas en la mano. Y su causa tenía, por sí misma, toda la fuerza que aporta la
justicia, ya que, a pesar de la aplastante derrota que sufrieron esta vez las armas
griegas, derivose de ella una mejora de la situación cretense y la instauración de un
régimen que prepararía la autonomía completa y la futura reincorporación a Grecia.
Conste que estaba decidido a no hacer ni una cosa ni la otra, pero la resistencia en
aquellas circunstancias no era nada agradable. Decidí hacer el papel de imbécil, de
hombre que nada entiende. Simulé ignorar el discurso real bajo el pretexto de una
variante: pronunciado mitad en griego, mitad en francés, no repetía, en los mismos
términos, la proposición de fijar en Atenas la sede permanente de los Juegos. Ignoré,
asimismo, la solicitud que habían hecho firmar a la delegación norteamericana en este
mismo sentido, apoyando la iniciativa del soberano. La prensa se hizo eco de todo esto
armando gran revuelo, pero yo era el sordo que nada desea y, por lo tanto, nada
puede oír. Y la misma noche de la clausura de los Juegos dirigí al rey una carta abierta
para agradecer públicamente, tanto a él como a la ciudad de Atenas y al pueblo griego,
la energía y magnificencia con que gracias a su protección y su acción, habíase
297
respondido a la llamada de 1894. En ella especificaba además con toda claridad la
continuación de la obra y la perennidad del COI, aludiendo a los Juegos de segunda
Olimpíada, que se celebrarían en París... La carta era breve. Como su publicación en
alemán y en inglés estaba asegurada simultáneamente con el texto francés, me tenía
sin cuidado que se publicase o no en griego. Quede bien claro que las formas eran
almibaradas, según las exigencias del protocolo, pero el acto en sí evidenciaba
insolencia. Entre los miembros del Comité, donde predominaban los monárquicos,
cundió la alarma, puesto que nada había solicitado ni sometido de antemano a mis
colegas. Philemon se echó las manos a la cabeza. ¿Qué iba a suceder?... Yo no estaba
muy seguro. Sin embargo, no ocurrió nada. El COI salvó la prueba sin dimisiones ni
fisuras. El príncipe heredero, que veía perfectamente clara la imposibilidad de
monopolizar los Juegos en provecho de Atenas, salvó cortésmente su cometido,
aunque se veía claramente que no se solidarizaba con el rey a quien Philemon había,
en suma, hecho tomar una iniciativa desorbitada. Así pasó la crisis, y la II Olimpíada, la
olimpíada parisiense, instalose en el horizonte. Desgraciadamente, si existía un
determinado lugar en el mundo, indiferente a la misma, era el propio París...
298
falda popular griega, e ignorante de todas las prácticas del científico. Se preparó con el
ayuno y la oración, y según se afirmaba, pasó la última noche frente a los iconos, entre
la luz mortecina de los cirios. Su victoria fue magnífica de fuerza y simplicidad. A la
entrada del estadio, donde se apiñaban más de sesenta mil espectadores, presentóse
sin agotamiento, y cuando los príncipes Constantino y Jorge, en un gesto espontáneo,
le tomaron en sus brazos para llevarle hasta el rey, de pie en su trono de mármol,
pareció que toda la antigüedad helénica entraba con él. Se elevó del recinto un rugido
indescriptible de aclamaciones. Fue uno de los espectáculos más extraordinarios que
recuerdo, y conservaré su impronta porque desde entonces estoy persuadido de que
las fuerzas psíquicas juegan en el deporte un papel mucho más efectivo del que se les
atribuye. Otras experiencias me han confirmado esta convicción después de 1896, y
confío en la ayuda de la ciencia médica para que se haga mayor luz sobre esta verdad,
de la que no se deducen todavía sus consecuencias prácticas.
Entre tanto, a lo largo y a lo ancho de las provincias e islas griegas, los muchachos
se divertían a la salida de la escuela «jugando a los Juegos Olímpicos». Después de
haber corrido, saltado o lanzado tal vez unos guijarros, formaban en procesión, y el
mayor de entre ellos, con aire de gravedad, coronaba a los demás con ramas de olivo.
299
Este gesto simbólico, realizado de nuevo en Atenas después de transcurridos tantos
siglos, les ponía en contacto inconsciente con su glorioso pasado, vagamente
presentido. Este juego poético en los campos divinos de Corfú fue mi postrera visión
de la primera Olimpíada. Ahora había que trabajar para asegurarle una progenitura.
300
desplazo a otro lugar, a las orillas, antes olvidadas, del Illisius. Todos los días, hacia las
cinco de la tarde, los ciudadanos se acercan, formando una larga procesión, para echar
una ojeada de entendidos a los trabajos del Estadio. Como es habitual, el Illisius va sin
agua, pero nadie repara en ello. Un monumental puente cruza ahora el célebre río y
permite acceder al terraplén que hace de pórtico del Estadio renovado.
Su recinto produce una fuerte impresión, impresión que se hace aún más viva al
reflexionar. ¡Este es, pues, el cuadro que tantas veces contemplaron los grandes
ancestros! Estaba fuera de nuestra mirada. Nos habíamos desacostumbrado a verlo, y
sus líneas nos resultan tan poco familiares que primero nos sorprenden y luego nos
desconciertan. La silueta del templo griego no se había perdido nunca; pórticos y
columnatas han conocido multitud de renacimientos, pero los estadio habían muerto
junto con el atletismo. Se conocían sus particularidades arquitectónicas, pero nunca se
habían restituido. Un estadio vivo era algo que no se había visto desde hacía muchos
siglos. Dentro de algunas horas éste vivirá esa vida colectiva que llena de multitudes
los monumentos. Podrá verse cómo sube de nuevo las escaleras, cómo se extiende a lo
largo de los graderíos, cómo se amontona en los pasillos una multitud sin duda muy
distinta a la que entró por última vez en un estadio similar, animada, pese a ello, por
sentimientos análogos, con una misma simpatía por la juventud y una misma solicitud
por la grandeza nacional.
Hay lugar para alrededor de 50.000 espectadores, pero una parte de los graderíos
es de madera, pues no ha habido tiempo suficiente para tallar y colocar suficientes
bloques de mármol. La construcción terminará después de los Juegos gracias a la
inagotable generosidad del Sr. Averoff, y cuadrigas de bronce, trofeos y columnatas
cortarán la monotonía algo adusta de las líneas. La pista central ya no levanta polvo
como antaño; se le ha echado ceniza y ha sido hecha siguiendo los últimos
presupuestos del arte moderno por un técnico venido de Inglaterra. Todo hace pensar
que en lo sucesivo será cuidadosamente mantenida por los helenos. Pues en este país,
y ello es un hecho interesante, en el que los ejercicios corporales no contaban con
ningún adepto, en el que a algunas Sociedades de esgrima formadas recientemente les
costaba mucho reclutar afiliados, ha bastado con hablar de los Juegos Olímpicos para
crear atletas. Los jóvenes han caído repentinamente en la cuenta del vigor y agilidad
301
de su raza; su entusiasmo ha sido tan generoso, y tan perseverante su entrenamiento,
que los participantes extranjeros se encontrarán con rivales improvisados tan temibles
como si fuesen veteranos.
Por lo general, el público acepta con mucha galantería el triunfo de los “bárbaros”
en las pruebas olímpicas. En la entrada del Estadio, muy a la vista, hay un mástil en
cuya base se pone, después de cada prueba, por número de orden, el nombre del
vencedor, mientras que arriba ondea la bandera de su país. Es una idea ingeniosa que
compendia y subraya el carácter internacional de los Juegos. En ese lugar de honor se
han visto ondear por turno los colores de las grandes naciones europeas; pero la que
más ha aparecido es la alegre bandera estrellada de los Estados Unidos. Era de justicia,
pues los americanos fueron los primeros en encariñarse con nuestra obra y los únicos
que no dudaron nunca de su buen éxito. Los dos equipos que enviaron han
demostrado desde el principio su valía y, sobre todo, la superioridad de su
entrenamiento. Los atenienses, maravillados, decían que eran profesionales; no
302
podían creer que aquellos hermosos jóvenes, de músculos disciplinados, fuesen
estudiantes, con prisa por volver a sus estudios y encantados, con actitud modesta, de
haber aumentado el prestigio de sus Universidades.
Los Juegos Olímpicos no son en absoluto el primer punto de contacto entre América
y Grecia; entre las dos naciones hay otros vínculos que los del pasaje Cook, otras
relaciones que las de los “globe-trotters” con las tierras lejanas. Quizá aún más que los
europeos, los americanos cultos consideran que el peregrinaje a la Acrópolis es la
satisfacción suprema de todo espíritu ilustrado, la fuente más abundante de
perfeccionamiento interior. Ellos no están aprisionados por las ruinas del imperio
romano, tan pesado y complejo; comprenden más fácilmente que nosotros la
organización aérea de esta antigua democracia con la que la suya presenta más de una
similitud. Bajo el imperio de esta impresión han fundado en Atenas una escuela de
arqueología. Ello no es muy conocido, y nadie parece darse cuenta de su alcance, que
es, sin embargo, considerable. Esta colonia americana establecida en las laderas del
Licabeto y mantenida por los donativos voluntarios de los ciudadanos, entregada
únicamente al cultivo de la ciencia, abre infinitas perspectivas de futuro a los Estados
Unidos.
Los griegos, que aprecian a los americanos y se saben queridos por ellos, han
aplaudido con ganas sus triunfos; incluso han sonreído a ese estudiante de Princeton,
303
improvisado discóbolo, que se ha adjudicado un premio sobre el que creían tener
derechos hereditarios. Pero su decepción hubiera sido inmensa si la copa entregada
por el Sr. Michel Bréal al “corredor del Maratón” se les hubiera escapado de las manos.
No han sufrido ese fracaso. El primero en entrar en el Estadio ha sido un griego, que ha
empleado dos horas cuarenta y cinco minutos en recorrer los 42 kilómetros que
separan Atenas de Maratón. La llegada ha sido emocionante. El Estadio estaba
abarrotado. Incluso la pintoresca colina que sobresale por el lado del mar estaba llena
de gente; había, por lo menos, 60.000 espectadores. En el hemiciclo estaban el rey de
Grecia, el rey de Serbia, el gran duque Jorge, la archiduquesa Teresa, la princesa real
de Grecia, los ministros y el cuerpo diplomático. Cuando se ha anunciado la llegada del
vencedor, toda la multitud se ha puesto de pie en un abrir y cerrar de ojos, como
movida por una descarga eléctrica. El estruendo formado por las aclamaciones ha
debido llegar, atravesando el llano, hasta el pie del Parnes, y despertado en sus
moradas subterráneas a los manes de los antepasados. No era sólo la hazaña lo que
provocaba aquel entusiasmo, sino, sobre todo, la evocación de los recuerdos; toda la
gloriosa historia de Grecia pasaba con aquel corredor ante los ojos de los griegos.
Entonces, para evitarle las peligrosas efusiones de un pueblo en delirio, el príncipe real
y su hermano el príncipe Jorge le han levantado y le han llevado en brazos, mientras
que el entusiasmo se desbordaba como una ola irresistible ante aquel soberbio
cuadro.
304
Cuando los griegos se reunían antaño en alguno de sus famosos santuarios para
asistir a aquellas grandiosas fiestas cuya periodicidad embellecía las etapas de su
existencia, sin duda ocurrió que la muerte golpeara inopinadamente entre sus filas.
Quizá aquel al que los dioses sacaban, así, de este mundo en pleno período de paz y de
alegría fuese algún gran ciudadano al que no le habían faltado las satisfacciones de la
popularidad ni las amarguras del exilio. Imagino que, entonces, en aquellos lugares
sagrados en los que sobre las mismas cosas pasaba un reflejo de inmortalidad, para el
muerto llegaba la hora de la justicia. Se manifestaba la unidad de su existencia y se
esbozaban los móviles de sus actos y los motivos de sus errores; sus amigos se
alegraban por haberle comprendido y sus enemigos temían haberse equivocado.
Pensaba en todo esto la otra noche, al contemplar por la ventana una Atenas
iluminada y despreocupada por el prematuro final de Ch. Tricoupis. La gente, al
retirarse, daba la vuelta a la plaza de la Constitución, maravillosamente iluminada por
antorchas. Sonaban las fanfarrias y las banderas de las naciones extranjeras levantaban
a aclamaciones su paso; llamas verdes y rojas ardían por doquier e incendiaban la
severa fachada del palacio real ante el que danzaba un fantástico cortejo de linternas
venecianas. Detrás de esta plaza invadida, más allá de aquellas calles bulliciosas, se
encontraba una casa llena hace dieciocho meses por una multitud de pedigüeños, cuya
fachada permanecía silenciosa y de cuyo balcón colgaba un crespón negro. Cuando los
visitantes hayan partido y las lamparillas estén apagadas, el vacío que se ha producido
en esta casa se extenderá paulatinamente y llegará hasta las fronteras… Por una ironía
del destino, el recuerdo del difunto permanecerá unido al de estos Juegos Olímpicos,
de los que fue un adversario irreconciliable…
305
obra de Chaplain. El famoso artista grabó en una cara la silueta de la Acrópolis, con los
Propíleos y el Partenón, y en la otra a Júpiter Olímpico llevando en la mano la imagen
de la Victoria. Del dios sólo se ve la cabeza, enorme y lejana, entre la doble distancia
del tiempo y del espacio; ante ella se destaca, totalmente en relieve y muy próxima, la
Victoria, que no tiene edad y vive siempre entre los humanos… Se trata del premio
“objeto de arte” por excelencia, opuesto al premio “venal”, caro a muchos sportsmen.
Nunca había tenido lugar una manifestación más grandiosa en favor del Amateurismo.
Por otra parte, los que aceptan sin empacho las monedas ganadas en las
competiciones por su aguante o su agilidad, aquí se ruborizarían al tocar ésta. En este
inolvidable marco y ante glorias aplastantes que caen por doquier, ese pago les
produciría horror. Nada prueba mejor que están equivocados.
El éxito definitivo tiene un precio: para que sus nuevos destinos igualen a los
pasados, es preciso que los Juegos Olímpicos sean profundamente democráticos –y
rigurosamente internacionales-.
306
en vista del entusiasmo de toda la nación griega y de una repercusión destacable
para aquellos tiempos en la prensa, especialmente en la de los países que lograron
victorias en Atenas.
El miembro alemán del COI, Dr. Willibald Gebhardt, le dijo a Coubertin durante la
ceremonia inaugural, en vista de la brillante fiesta y del entusiasmo de los casi cien
mil espectadores: “¡Todo esto es obra suya!” En adelante, muchos iban a repetirlo.
70
Entre ellos Père Didon.
307
En total se determinaron 43 ganadores de competiciones en nueve disciplinas
deportivas. El último día se repartieron los premios a todos los ganadores, entre ellas
la copa de plata para el ganador en la carrera de maratón del arqueólogo francés y
amigo de Coubertin M. Bréal, que había tenido la idea en 1894. La prensa convirtió a
Louis en el héroe de Grecia y en su gesta se identificó como pueblo libre con su
pasado glorioso.
71
Este protocolo fue redactado por Coubertin como secretario general del COI. Ha sido descubierto por
en el marco de nuestras investigaciones y tiene importancia como documento histórico, aunque menos
como texto de Coubertin.
72
FEHLT FUßNOTE
308
Casi todo lo que desde entonces se hizo de bueno en Atenas fue obra del príncipe
real, quien demostró una voluntad perseverante y una atención cotidiana. Por
desgracia, su principal colaborador no estaba a la altura de una tarea para la que no
había tenido, es justo reconocerlo, ninguna preparación anterior. El Sr. Philemon
constituyó un verdadero ministerio olímpico. Resulta increíble el embrollo producido
por los múltiples mecanismos burocráticos que se formaron a su alrededor. De ello se
derivó un abundante y estéril papeleo, así como un enorme dispendio. El trabajo de
conjunto, presidido por el príncipe, fue excelente; los esfuerzos en los pormenores que
él no podía vigilar se perdieron en el dédalo administrativo creado de forma
imprudente. Es cierto que, al estar los Juegos a partir de entonces garantizados por los
poderes públicos, todo el mundo pretendía tener un papel secundario y participar en
su preparación; todos querían entrar en el “ministerio Philemon”. Por otra parte, se
produjo una cierta borrachera ante el éxito económico que se avecinaba. El 19 de
febrero de 1895, el Sr. Philemon me informó que existía ya una contribución de
130.000 dracmas. Yo había solicitado por instancia al Sr. Syngros, un riquísimo
ateniense, que iniciase los donativos, pero se le adelantó el Sr. Schilizzi de
Constantinopla, quien dio 10.000 dracmas; al día siguiente el Sr. Syngros me escribió
diciéndome que contribuía con la misma cantidad. Los donativos se multiplicaron con
gran rapidez. Las colonias griegas de Marsella, de Alejandría y de Londres consideraron
un honor, tal como yo había previsto, poder dar testimonio de su patriotismo en
semejante ocasión. Por otra parte, el gobierno heleno (que estaba transitoriamente en
manos del Sr. N. Delyanni, antiguo y futuro ministro en París, y que iba a volver al Sr.
Th. Delyanni, jefe de uno de los grandes partidos políticos) estaba dispuesto a
autorizar una emisión postal olímpica cuyos beneficios fuesen a parar a la caja de los
Juegos; esto era mejor, desde todos los puntos de vista, que la lotería que se había
negado a emitir el gabinete Tricoupis.
309
lado, frente a una tribuna de honor, y el hemiciclo reservado al público que no pagaba.
El 24 de enero, el Sr. Bikelas me anunció que un ingeniero al que conocía se
comprometía a ahorrar algunos miles de dracmas de mi presupuesto no construyendo
sino una única gran tribuna al fondo que enmarcara el palco real. Me pedía mi parecer
al respecto, pero me parecía que yo no podía decir nada, pues yo había diseñado los
primeros planos y hecho lo mejor que pude el primer presupuesto porque no había
nadie más para hacerlo. Cuando se supo el regalo principesco del Sr. Averof, el
entusiasmo no tuvo límites.
Tuve después que ocuparme del velódromo. Me reclamaron con insistencia planos
y presupuestos, trabajo que superaba con creces mi competencia. Escribí a distinta
gente y, al no conseguir sino respuestas poco claras o insuficientes, me decidí a
estudiar sobre el lugar el velódromo de Arcachon, donde me encontraba entonces.
Quienes lo habían construido me hicieron de guías, y pude enviar a Atenas un primer
proyecto. Entre tanto, la comisión ciclista había decidido copiar el velódromo de
Copenhague. De vuelta a París, visité de parte de su Alteza Real a dos grandes artistas,
Chaplain y Puvis de Chabanne, para pedirles a uno la medalla y al otro el diploma que
en lo sucesivo serían concedidos a los vencedores de los Juegos. Chaplain aceptó sin
más y grabó una espléndida composición, una de las más perfectas que hiciera, en una
de cuyas caras estaba representada la cabeza de Júpiter Olímpico y en la otra la
Acrópolis. Puvis de Chabanne estuvo dudando mucho tiempo; vino a mi casa para ver
las fotografías y dibujos que yo había traído de Grecia; me hizo preguntas que me
dejaron estupefacto porque demostraban una acusada ignorancia de las “líneas
griegas”, esas líneas que él tan bien había captado y cuya pureza había devuelto.
Finalmente, renunció a hacerse cargo del diploma, aunque lamentándolo mucho,
según me escribió, pues le hubiese gustado hacerlo, ¡pero le resultaba imposible
helenizarlo suficientemente! El diploma fue, por tanto, dibujado por un artista griego,
el cual temía, por su parte, caer en lo clásico, e hizo algo de un extraño modernismo.
310
texto, éste es el que propuse y el que fue adoptado: “Reunido en el Palacio de la
Sorbona, en París, el 16 de junio de 1894, bajo la presidencia del Sr. barón de Courcel,
senador de la República francesa, el Congreso internacional Atlético ha decidido
restablecer los Juegos Olímpicos y celebrarlos por vez primera en 1896 en Atenas.
Como resultado de esta decisión aceptada por Grecia con prontitud, el Comité
helénico, instituido en Atenas bajo la presidencia de Su Alteza Real Monseñor el
Príncipe Real de Grecia, tiene el honor de invitarle a participar en los Juegos Olímpicos
de 1896, que se celebrarán en Atenas del 5 al 15 de abril de 1896 y cuyo programa y
condiciones encontrará en documento adjunto. Le rogamos tenga la amabilidad de
contestar a esta invitación cursada tras acuerdo previo con el Comité Internacional de
los Juegos Olímpicos con sede en París”. Las invitaciones iban firmadas por el
secretario general del Comité heleno, el Sr. Philemon, e iban acompañadas del
programa de los Juegos, el mismo que yo había redactado y agregado a la sesión del
Zappeion, excepto la prueba de equitación que fue suprimida sin que nunca supiera
bien por qué.
Al tener constantemente presente los esfuerzos que llevaban a cabo, los helenos
pensaban que el mundo entero debía ser consciente de ello, sentimiento, por lo
demás, bastante natural, y se asombraban de que yo no pudiese fijar de forma
inmediata el número aproximado de participantes y de visitantes. A partir del 28 de
febrero de 1895, el Sr. Baltazzi, presidente de la comisión de ciclismo, insistió en tener
la seguridad de “la llegada, al menos, de una treintena de corredores”; y el 17 de
marzo, el Sr. Damala, secretario del Comité de Deportes náuticos, me rogaba que le
dijera por escrito “cuales eran las naciones y clubes que habían comunicado ya su
participación”. ¡Esto ocurría catorce meses antes de la apertura de los Juegos! Todo lo
que yo podía hacer era apremiar a los miembros del Comité Internacional para que
cada de uno de ellos constituyese en su país los grupos necesarios y darles yo mismo
ejemplo haciéndolo en Francia. En el otoño de 1894 yo había creado un Comité
Olímpico francés, cuya presidencia de honor aceptó el Presidente de la República, el
Sr. Félix Faure. Formaban parte de él los Srs. De Courcel, Spuller, Gréard, Michel Bréal,
Mézières, Paul Bourget, Paul Lebaudy y d’Estournelles, así como los vicepresidentes de
la Unión Ciclista, los representantes de las sociedades de esgrima, de deportes
311
atléticos, de polo, de vela y de remo, y por último el presidente de la Unión de
Sociedades de Tiro, el Sr. Mérillon, el cual no tardó en dimitir tras haber hecho que la
Unión votase una resolución por la que ésta se abstenía de participar en los Juegos
Olímpicos: exactamente el mismo procedimiento que debía de aplicarse nuevamente
doce años después. Por lo demás, el Sr. Mérillon se excusaba en una carta en la que
decía: “Del programa y de los medios puestos a disposición del Comité (heleno) se
deriva que en los Juegos el tiro se convierte en una rama incorporada a un conjunto de
deportes en los cuales se encastra”. Y se indignaba enormemente porque “los
creadores de los Juegos Olímpicos” hubieran podido pensar que la Unión Nacional de
Sociedades de Tiro de Francia fuera a consentir en ser “¡un anexo de su Comité!”. No
teníamos nosotros tan siniestros proyectos y, con el tiempo, la objeción no se ha
hecho ni más clara ni más justa. El Secretario del Comité francés fue el Sr. Raoul
Fabens, el cual trabajó con mucho celo e inteligencia. El Comité celebró sus sesiones
en la Sorbona.
312
Suecia y en Hungría las cosas fueron más fáciles; nuestros colegas Kemény y Balck no
tuvieron ningún problema; lo mismo ocurrió con el profesor Sloane, el cual llevó desde
América a dos poderosos equipos. En Bélgica la campaña hecha contra nosotros por la
Federación de gimnasia había dado sus frutos, y el conde de Bousies me escribió que
había chocado con la hostilidad de unos y con la frialdad de otros; sólo habían
anunciado su participación algunos ciclistas belgas. La actividad de nuestros colegas
ingleses, redoblada por la del Sr. Mano que vivía entonces en Oxford, no produjo
grandes resultados. Por mi parte, yo había dirigido a los principales periódicos
británicos cartas apremiantes apelando a la ayuda de las principales sociedades
inglesas. Por lo general, los periódicos publicaron este documento acompañándolo con
reflexiones simpáticas en las que había una pizca de ironía: no creían en los Juegos
Olímpicos; por el contrario, preconizaban unos juegos panbritánicos periódicos y
aconsejaban organizarlos sin tardanza. En mi fuero interno yo pensaba que irían a
Atenas un centenar de participantes y algunos miles de espectadores extranjeros, y me
parecía que para ser los comienzos del atletismo internacional la cifra estaba muy
bien, pero no me atrevía a decir nada a mis amigos helenos, pues notaba que las
ambiciones atenienses crecían de día en día y no coincidían en absoluto con el
diapasón de la realidad.
313
de 1894 y deseado ardientemente que no fuesen a Atenas. La afirmación carecía
totalmente de fundamento. Y desde luego, ¿merecía la pena haberme expuesto a
quedarme sin la participación de los gimnastas franceses por exigir que los alemanes
fuesen invitados, para que luego se me hiciese responsable de su ausencia? El
movimiento se extendió en un abrir y cerrar de ojos; en Alemania se convirtió en un
concierto de maldiciones del que se hizo eco con gran ardor la prensa griega. “Las
palabras atribuidas al Sr. de Coubertin, escribía el corresponsal del Temps en Atenas el
4 de enero, han producido una verdadera tormenta en Grecia y en Alemania”. Escribí
inmediatamente al Príncipe Real, al doctor Gebhardt, al Sr. Rangabé y, sobre todo, al
National-Zeitung. El barón von Reiffenstein, el cual había asistido a título individual al
congreso de París, donde había sido muy bien tratado, acudió lealmente en mi ayuda,
así como el director del Spiel und Sport, quien había recibido y publicado todos los
comunicados relativos al congreso. El Sr. Rangabé me escribió desde Berlín el 5 de
enero: “El desmentido era muy necesario, pues en Alemania la irritación había
adquirido dimensiones preocupantes y llegado incluso a Grecia. Todavía ayer recibí
una cincuentena de artículos de todas partes del imperio redactados en el mismo tono,
lo cual no tiene nada de insólito, pues, una vez emitida por los grandes periódicos, una
noticia de este tipo es comentada siempre por los demás órganos de prensa. Así,
espero que, gracias a las eficaces medidas que ha tomado usted, la conmoción se
calmará pronto. Ha de saber, antes de nada, que el National-Zeitung ha publicado su
comunicación, excelente desde todos los puntos de vista. Es cierto que todavía va
acompañada de ciertas observaciones descorteses, pero sin importancia en sí mismas,
destinadas a disimular su retirada. Por otra parte, he tomado también, conforme a su
deseo, medidas para dar la mayor publicidad a la carta que tuvo usted a bien dirigirme.
A estos efectos, he enviado una traducción de ella con el ruego de que aparezca en los
principales periódicos y le he pedido al doctor Gebhart que solicite audiencia con el
canciller para entregarle una copia y darle además todas las informaciones que estime
pertinentes. Pienso que, de este modo, el príncipe Hohenlohe seguramente
comunicará su carta al emperador, y nadie ignora cuánto desea Su Majestad que las
buenas relaciones con Francia se mantengan”. Pocos días después, el Comité alemán
se reunía en asamblea general, tras lo cual me enviaba un despacho en el que me
expresaba “su unánime simpatía y sus deseos de que el esfuerzo común tuviera éxito”.
314
Todavía no había recibido nada de Grecia. Hasta el 7 de febrero de 1896, el Sr.
Philemon no se decidió a telegrafiarme: “El Comité heleno nunca ha dado crédito a las
palabras que le han atribuido a usted, el iniciador de la restauración de los juegos
olímpicos”, telegrama al que apoyaba unos días después una calurosa carta.
315
heleno no sólo era, en suma, mayoritario, sino que dominaba de forma aplastante. Los
griegos habían venido de todas partes. Por el contrario, los extranjeros se encontraban
desperdigados; había muchas naciones representadas, pero con un pequeño número
de individuos. Calculé el dinero que habían tenido que gastar, la duración de su
ausencia, incrementada por el hecho de que ninguna línea férrea une Atenas con el
resto de Europa y por el hecho de que los barcos que llegan al Pireo lo hacen de forma
muy espaciada. Intenté evaluar el beneficio crematístico que aportaría a Grecia la
celebración de cada Olimpiada y las cantidades que para ello debía gastar. Consideré,
por último, las dificultades políticas que pudieran surgir con motivo de estas mismas
Olimpiadas y que obstaculizasen su sucesión regular. No tardé en convencerme de que
fijar de forma definitiva y exclusiva la sede del olimpismo restaurado en Grecia
equivalía al suicidio de mi obra. Decidí, por lo tanto, luchar con todos los medios a mi
alcance contra los obstáculos acumulados en pocos días en el camino. La prensa de
Atenas se deshacía en esfuerzos para vincular la restauración de los Juegos Olímpicos a
la fundación de los hermanos Zappas y para reclamar al Parlamento que votase una ley
que asegurase el carácter regular de su celebración futura. La cuestión más delicada
consistía en que en el brindis hecho en la clausura del almuerzo ofrecido por el rey a
cuatrocientas personas en el gran salón de su palacio, Su Majestad había aludido
directamente a la posibilidad de elegir Atenas como “terreno estable y permanente”
de las futuras competiciones. Las palabras del rey habían desconcertado a los
miembros del Comité Internacional. Al mismo tiempo, circulaba una especie de
petición firmada por los capitanes americanos en la misma dirección. ¿Qué hacer?
Muchos de mis colegas se preguntaban si no cabía hacer otra cosa que aceptar y
disolvernos. Temían que si no lo hacíamos así de forma espontánea, se verían
obligados a ello de alguna u otra forma por la opinión universal. Ahora bien, ésta
apenas se ocupaba de lo que ocurría en Atenas. El brillo de los Juegos, realzado por la
presencia del rey de Serbia, del gran duque Jorge y del archiduque Carlos Luis, nos
hacía pasar desapercibida la relativa falta de atención con la que desde lejos se seguía
el acontecimiento, es decir, como un hecho distinto y brillantísimo, pero en absoluto
como una institución cuyas condiciones de futuro resultara interesante discutir. De
todos los temores que yo sentía al avanzar, éste, el de una hostilidad y una presión por
parte de la opinión universal, era el más vivo. Decidí no hacer ningún caso, e hice bien.
316
Una vez que, concluidos los juegos, el Sr. Bikelas me devolvió la presidencia del
Comité Internacional73, dirigí a Su Majestad la siguiente carta, que envié después a
todos los periódicos:
Hace dos años, cuando se inauguró el congreso de París, Vuestra Majestad se dignó
dirigirme un telegrama de aliento. Hoy me permito recordarle que mis deseos se han
cumplido y que los Juegos Olímpicos se han restablecido. Al presidir este
restablecimiento, Vuestra Majestad nos ha permitido, a mis colegas y a mí, seguir
contando con su benevolencia en el futuro.
Dirigí una nota de rectificación al Times, que había publicado un despacho erróneo
concerniente a la renuncia del Comité Internacional para la prosecución de su
empresa. Por último, en una larga entrevista con su Alteza Real el príncipe heredero, le
expuse mis motivos para preservar los Juegos y sugerí el establecimiento de unas
competiciones panhelénicas intercaladas entre las sucesivas Olimpiadas
internacionales. El príncipe había tenido ya esta idea y se mostró claramente partidario
de esta solución, la cual pareció agradar igualmente a Su Majestad, quien me recibió
de la forma más benévola cuando fui a despedirme y darle las gracias por haberme
nombrado comendador de la orden del Salvador.
La prensa ateniense y una parte del público tomaron, por el contrario, muy a mal mi
atrevimiento. Recibí cartas injustas en las que se me trataba de “ladrón que quería
robar a Grecia una de las joyas históricas de su corona”, lo cual no me impidió, de
73
El reglamento del Comité Internacional, que yo mismo propuse en 1894, daba la presidencia al país en
el que debían celebrarse los siguientes Juegos. De acuerdo con él, el Sr. Bikelas había asumido la
presidencia desde 1894 a 1896, cosa que debía hacer yo mismo desde 1896 a 1900; más adelante diré
cómo se modificó el reglamento.
317
vuelta a Francia, gozar en Corfú de la tranquilidad de un encantador descanso sin que
la sombra de ningún remordimiento turbase mi conciencia de filoheleno.
Los Juegos Olímpicos que se han celebrado recientemente en Atenas han tenido un
carácter moderno, no sólo por sus programas, en los que las carreras de bicicleta
sustituyeron a las de carruajes y la esgrima a la brutalidad del pugilismo, sino porque
han sido internacionales y universales en su origen y reglamentación, y se han
adaptado, consecuentemente, a las condiciones en las que se han desarrollado los
deportes hasta el día de hoy. Los juegos antiguos tenían un carácter helénico exclusivo;
se celebraban siempre en el mismo lugar, y la condición necesaria para ser admitido en
ellos era tener sangre griega. Es cierto que, a veces, se toleraba la presencia de
extranjeros; pero su presencia en Olimpia era más un tributo que se pagaba a la
superioridad de la civilización griega que un derecho ejercido en nombre de la igualdad
de razas. En los Juegos modernos esto es bastante diferente. Su creación es la obra de
unos “bárbaros”. Se debe al trabajo de los delegados de las asociaciones atléticas de
todos los países, reunidas en congreso en París en 1894. Ahí se acordó que cada país
debería celebrar los Juegos por turnos. El derecho a los primeros pertenecía a Grecia,
según se decidió por voto unánime; y con el fin de enfatizar la permanencia de la
institución, sus extensas relaciones y su carácter esencialmente cosmopolita, se
instauró un comité internacional. Los miembros europeos y americanos debían
representar a las diferentes naciones en las que se trataba con honor a las pruebas
atléticas. La presidencia de este comité recae en el país en el que se vayan a celebrar
318
los próximos Juegos. Un griego, el señor Bikelas, lo ha presidido durante los dos
últimos años. Ahora lo preside un francés, y lo seguirá haciendo hasta 1900, ya que los
próximos Juegos van a celebrarse en París durante la Exposición. ¿Dónde tendrán lugar
los Juegos de 1904? Tal vez en Nueva York, quizás en Berlín, o en Estocolmo. La
cuestión se decidirá pronto.
Fue durante el transcurso de estas resoluciones, aprobadas durante el Congreso de
París de 1894, cuando se organizaron los recientes festivales. Su exitosa celebración se
debe, en gran medida, a la activa y enérgica cooperación del príncipe heredero griego,
Constantino. Los atenienses se desanimaron cuando se enteraron de lo que se
esperaba de ellos. Sintieron que los recursos de la ciudad no estaban a la altura de las
exigencias que se les plantearían; y el gobierno (el señor Tricoupis era entonces primer
ministro) no iba a permitir aumentar las facilidades. El señor Tricoupis no creía en el
éxito de los Juegos. Argumentaba que los atenienses no sabían nada de deportes; que
no tenían ni los terrenos adecuados para las competiciones, ni atletas propios para
ponerlos en liza; y que, más allá, la situación económica de Grecia impedía al país
invitar al mundo entero a un acontecimiento que iba a exigir unos desembolsos tan
grandes para sus preparativos. Estas objeciones estaban justificadas; pero, por un lado,
el primer ministro exageró en gran medida la importancia de los desembolsos, y, por
otro lado, no era necesario que el gobierno tuviera que hacerse cargo de ellos. La
Atenas moderna, que recuerda en muchos aspectos a la Atenas de la Antigüedad, ha
heredado el privilegio de ser embellecida y enriquecida por sus hijos. En aquellos
tiempos, y no más que hoy día, las arcas públicas no estaban siempre bien cubiertas,
pero a los ciudadanos pudientes que habían hecho fortuna en el extranjero, les
gustaba coronar su carrera comercial con algún acto de liberalidad con su patria.
Dotaban el terreno con espléndidos edificios de uso general – teatros, gimnasios y
templos –. La ciudad moderna está llena de monumentos debidos a tamaña
generosidad. Era fácil obtener de personas privadas lo que el estado no podía ofrecer.
Los Juegos Olímpicos habían brillado en el pasado de los griegos con una luz propia tan
resplandeciente, que no podían sino albergar en sus corazones su restablecimiento.
Además, los beneficios morales compensarían de largo cualquier sacrificio pecuniario.
El príncipe heredero asimiló esto desde el primer momento y decidió prestar su
autoridad a la organización de los primeros. Designó una comisión con sede en su
319
propio palacio; nombró secretario general al señor Philemon, ex alcalde de Atenas y un
hombre de gran celo y entusiasmo; y apeló a la nación para que aportase los fondos
necesarios. Las suscripciones empezaron a llegar de Grecia, pero, en especial, de
Londres, Marsella y Constantinopla, donde hay colonias griegas ricas e influyentes. El
regalo principal llegó de Alejandría. Fue el regalo que hizo posible devolver el estadio
al estado de los tiempos de Herodes Atticus. Desde el principio, la intención había sido
la de disputar las competiciones en este lugar tan justamente célebre. Sin embargo,
nadie había soñado que sería posible restaurar a su antiguo esplendor los asientos de
mármol, que, según se decía, podían acomodar a cuarenta mil personas. El gran
recinto se habría utilizado y se habrían colocado asientos provisionales de madera en
las laderas cubiertas de hierba que lo rodean. Gracias a la generosidad del señor
Averoff, ahora Grecia es más rica con este un monumento único.
Hace dos años, el estadio parecía una herida profunda hecha por algún gigante de
fábula en la ladera de la colina que se eleva abruptamente junto al Ilissos, enfrente del
Licabeto y de la Acrópolis, en un barrio retirado y pintoresco de Atenas. Todo lo que
entonces se podía ver, eran los dos elevados terraplenes, situados uno frente al otro,
en los lados opuestos de la larga y estrecha pista. Se unían al final formando un
hemiciclo imponente. La hierba crecía entre los adoquines. Durante siglos, los
espectadores de la Antigüedad se habían sentado en el suelo de estos terraplenes.
Entonces, un buen día, un ejército de trabajadores tomó posesión del estadio y lo
cubrió con piedras y mármol. Este es el trabajo que se ha vuelto a repetir ahora. La
primera cubierta sirvió como cantera durante la dominación turca; no quedó ni rastro
de ella. Con sus innumerables filas de asientos, y los tramos de escalera que la dividen
en secciones y conducen hasta las filas superiores, el estadio ya no parece como si
hubiera sido cortado en la colina. Es la colina la que parece que ha sido situada ahí por
la mano del hombre con el fin de apoyar el enorme montón de mampostería. Sólo un
detalle es moderno. Uno no se da cuenta al principio. La polvorienta pista es ahora un
camino de ceniza, preparada según las últimas reglas del atletismo moderno por un
experto traído desde Londres para este propósito. En el centro se ha erigido una
especie de explanada para exhibiciones gimnásticas. Al final, a ambos lados de la
curva, está representada la Antigüedad a través de dos grandes mojones que forman
dos figuras humanas, excavados mientras se removían los cimientos. Estos fueron los
320
únicos hallazgos; no son de gran importancia arqueológica. El trabajo en el estadio
dista de estar terminado, y dieciocho meses son del todo insuficientes para la
empresa. Donde no se pudo colocar el mármol, se utilizó apresuradamente madera
pintada para esa función. El inteligente arquitecto Metaxas alberga la esperanza, no
obstante, de ver restauradas todas las decoraciones antiguas, estatuas, columnas,
cuádrigas de bronce y, en la entrada, la mayestática propylaea.
Cuando esto esté terminado, Atenas tendrá realmente el templo de los deportes.
Pero es dudoso si un santuario así es el más adecuado para el culto al vigor y a la
belleza humana en estos tiempos modernos. Los anglosajones, a los que debemos el
resurgimiento de los deportes, enmarcan sus competiciones encantadoramente en
hierba y en verde. Nada podría diferir más del estadio ateniense que Travers Island, la
sede de verano del New York Athletic Club, en el que se disputan las competiciones. En
este recinto verde, en el que se permite que la naturaleza siga su curso, los
espectadores se sientan bajo los árboles en las pendientes inclinadas, a pocos metros
del Sound, que murmura contra las rocas. Se encuentra algo parecido en París, y en
San Francisco, bajo esos cielos californianos que recuerdan a los cielos de Grecia, a los
pies de esas montañas que tienen las siluetas puras y los reflejos iridiscentes de
Himeto. Si el anfiteatro antiguo era más grandioso y más solemne, el dibujo moderno
es más íntimo y agradable. La música que flota bajo los árboles supone un
acompañamiento más suave para los ejercicios; los espectadores se mueven con
afable comodidad, mientras que los de la Antigüedad, apiñados en líneas rígidas en sus
bancos de mármol, hervían sentados al sol o se helaban a la sombra.
El estadio no es el único símbolo duradero que servirá a Atenas como recordatorio
de la inauguración de las nuevas Olimpiadas; también lo son el velódromo y un foso de
tiro. El primero está en la llanura de la moderna Falero, junto al ferrocarril que conecta
Atenas con El Pireo. Es una copia del modelo del de Copenhague, donde el príncipe
heredero de Grecia y sus hermanos tuvieron ocasión de apreciar sus ventajas durante
una visita a su abuelo, el rey de Dinamarca. Los ciclistas, es cierto, se han quejado de
que la pista no es lo suficientemente larga, y de que las curvas son demasiado
cerradas; pero, ¿cuándo han estado satisfechos alguna vez los ciclistas? Las pistas de
tenis están en el centro del velódromo. El foso de tiro tiene buen aspecto, con sus
almenas medievales parecidas a las de una casa señorial. Los competidores están
321
situados confortablemente debajo de monumentales arcos. También hay grandes
pabellones para los remeros, construidos en madera, pero decorados de forma bonita,
con varaderos y vestuarios.
Mientras que el Comité Helénico trabajó con respecto de los requerimientos
escénicos, el comité internacional y los comités nacionales estuvieron ocupados
reclutando competidores. La cuestión no fue tan fácil como se podría pensar. No sólo
había que vencer la indiferencia y la desconfianza, sino que el restablecimiento de los
Juegos Olímpicos había hecho surgir cierta hostilidad. A pesar de que el Congreso de
París tuvo cuidado en declarar que todo tipo de ejercicio físico practicado en el mundo
debía tener cabida en el programa, los gimnastas se sintieron ofendidos. Se quejaron
de que no se les había otorgado suficiente importancia. La mayor parte de las
asociaciones gimnásticas de Alemania, Francia y Bélgica se guían por un espíritu
rigurosamente exclusivo; no tienden a tolerar la presencia de aquellas formas de
deporte que ellas mismas no practican. Los que han designado con desdén “deportes
ingleses” son especialmente odiosos para ellas. Estas asociaciones no estaban
satisfechas con declinar la invitación que le fue enviada para regresar a Atenas. La
federación belga escribió a las demás federaciones sugiriendo una postura conjunta en
contra del trabajo del Congreso de París. Estos incidentes confirmaron las opiniones de
los pesimistas, que habían vaticinado el fracaso de los festejos, o su probable
aplazamiento. Atenas está lejos, el viaje es caro, y las vacaciones de Semana Santa son
breves. Los participantes no estaban dispuestos a emprender el viaje a menos que
tuvieran la certeza de que la ocasión valdría la pena. Las distintas asociaciones no
estaban dispuestas a enviar a sus representantes, a menos que se les pudiera informar
del nivel de interés que iban a crear las competiciones. Casi al mismo tiempo tuvo
lugar un desafortunado suceso. La prensa alemana, comentando un artículo que había
aparecido en un periódico de París, declaró que se trataba de un asunto
exclusivamente franco-heleno; que se estaba intentando excluir a otras naciones; y,
más allá, que las asociaciones alemanas habían sido apartadas intencionadamente del
Congreso de París de 1894. Se demostró que la afirmación era incorrecta, y no fue
capaz de detener los esfuerzos del comité alemán, bajo la dirección del doctor
Gebhardt. Mientras tanto, el señor Kémény en Hungría, el comandante Balck en
Suecia, el general de Boutowski en Rusia, el profesor W. M. Sloane en Estados Unidos,
322
Lord Ampthill en Inglaterra y el doctor Jiri Guth en Bohemia, estaban haciendo lo que
podían para despertar interés por el acontecimiento y por despejar las dudas. No
siempre tuvieron éxito. Mucha gente adoptó una postura sarcástica, y los periódicos se
despacharon a gusto con el tema de los Juegos Olímpicos.
El lunes de Pascua, el 6 de abril, las calles de Atenas presentaban una imagen de
extraordinaria animación. Todos los edificios públicos estaban decorados con
banderas; serpentinas multicolores flotaban al viento; coronas verdes de flores
adornaban las fachadas. Las dos letras “O.A.”, las iniciales en griego de Juegos
Olímpicos, y las dos fechas 776 a.C. y 1896, que indicaban su pasado más antiguo y su
renacimiento presente, se encontraban por todas partes. A las dos de la tarde, la
muchedumbre comenzó a entrar en el estadio para tomar posesión de sus asientos.
Era un gentío alegre y variopinto. Las faldas y las chaquetas trenzadas de los palicares
contrastaban con las sombrías y feas vestimentas europeas. Las mujeres usaban
grandes abanicos de papel para protegerse del sol; las sombrillas, que hubieran
obstaculizado la vista, estaban prohibidas. El rey y la reina llegaron en coche un poco
antes de las tres, seguidos por la princesa María, su hija, y su prometido, el gran duque
de Rusia, Jorge. Fueron recibidos por el príncipe heredero y sus hermanos, por el señor
Delyannis, presidente del consejo de ministros, y por los miembros del Comité
Helénico y del Comité Internacional. A la reina y la princesa le entregaron unas flores, y
el cortejo hizo su entrada en el hemiciclo bajo los acordes del himno nacional griego y
los vítores del público. En el interior, las damas de la corte y los funcionarios, el cuerpo
diplomático y los diputados esperaban a los soberanos, a quienes aguardaban dos
sillones de mármol. El príncipe heredero, que ocupó su asiento en la arena orientado
hacia el rey, ofreció entonces un pequeño discurso, en el que re refirió al origen de la
iniciativa y a los obstáculos que hubo que superar para llevarla a cabo. Dirigiéndose al
rey, le pidió que proclamara la inauguración de los Juegos Olímpicos, y el rey, puesto
en pie, los declaró inaugurados. Fue un momento emocionante. Mil quinientos dos
años antes, el emperador Teodosio había suprimido los Juegos Olímpicos, pensando
que, al abolir ese odiado vestigio del paganismo, ayudaba a la causa del progreso; y
aquí estaba un monarca cristiano, en medio del aplauso de una congregación formada
casi exclusivamente por cristianos, anunciando la anulación formal del decreto
imperial, mientras que, a unos metros de distancia, se encontraban el arzobispo de
323
Atenas y el padre Didon, el célebre predicador dominico. El día anterior, durante su
sermón de Pascua en la catedral católica, Didon había pagado un elocuente tributo a la
Grecia pagana. Cuando el rey volvió a tomar asiento, un coro de ciento cincuenta
voces cantó la oda olímpica, compuesta para la ocasión por el compositor griego
Samsara. La música ya se había asociado en una ocasión con el restablecimiento de los
Juegos Olímpicos. La primera sesión del Congreso de París se celebró el 16 de junio de
1894 en el gran anfiteatro de la Sorbona, decorado por Puvis de Chavannes; y, después
de la alocución del presidente del Congreso, el barón de Coubertin, el numeroso
público escuchó ese fragmento de la música de la Antigüedad, el himno de Apolo,
descubierto en las ruinas de Delfos. Pero, en esta ocasión, la conexión entre el arte y el
deporte fue más directa. Los Juegos comenzaron con los últimos acordes de la oda
olímpica. Ese primer día certificó el éxito de los Juegos más allá de toda duda. Los días
siguientes lo confirmaron, a pesar del mal tiempo. La familia real asistió de forma
asidua. En la competición de tiro, la reina hizo el primer disparo con un rifle decorado
con flores. Las competiciones de esgrima se disputaron en la rotonda de mármol del
Palacio de la Exposición, donado por los señores Zappas y conocido como Zappeion.
Después, el público regresaba al estadio para las carreras a pie, el lanzamiento de peso
y de disco, los saltos de altura, de longitud y con pértiga, y las exhibiciones gimnásticas.
Un estudiante de Princeton, Robert Garrett, obtuvo la mejor marca en el lanzamiento
de disco. Su victoria fue inesperada. ¡El día anterior me había preguntado si sería
ridículo tomar parte en una competición para la cual se había entrenado tan poco! Las
barras y estrellas parecían destinadas a llevarse todos los laureles. Cuando se izó el
“mástil del ganador”, los marineros del San Francisco, que formaban un grupo en lo
alto del estadio, ondearon sus gorras, y los miembros de la Boston Athletic Association,
que se encontraban debajo, gritaron con frenesí, “¡B.A.A., ra, ra, ra!”. Aquellos gritos
divirtieron mucho a los griegos. Estos aplaudieron el triunfo de los americanos,
demostrando que existe un cálido sentimiento de buena voluntad entre estas dos
naciones.
Los griegos son novatos en la cuestión de los deportes y no esperaban demasiados
éxitos para su propio país. Sólo una prueba parecía probable que fuera suya debido a
su propia naturaleza – la carrera de gran fondo desde Maratón, un premio que había
sido instaurado recientemente por el señor Michel Bréal, un miembro del Instituto
324
Francés, en conmemoración de aquel soldado de la Antigüedad que corrió todo el
trayecto hasta Atenas para comunicarle a sus conciudadanos la feliz noticia de la
batalla. La distancia desde Maratón hasta Atenas es de 42 kilómetros. La carretera
estaba en mal estado y llena de piedras. Los griegos se habían entrenado para esta
carrera durante el último año. Hasta en los remotos distritos de Thesali, jóvenes
campesinos se preparaban para presentarse a concurso. En tres casos, según se dice,
el entusiasmo y la inexperiencia de estos jóvenes les costaron la vida. Así de
exagerados eran sus esfuerzos preparativos. ¡Según se iba acercando el gran día, las
mujeres rezaron y encendieron velas en las iglesias para que el ganador fuese griego!
El deseo se cumplió. Un joven campesino de la localidad de Marousi llamado Loues
fue el vencedor en dos horas y cincuenta y cinco minutos. Llegó a la meta fresco y en
buen estado. Fue seguido por otros dos griegos. El excelente velocista australiano
Flack, y el francés Lermusiaux, que habían estado en cabeza durante los primeros 35
kilómetros, se habían retirado por el camino. Cuando Loues entró en el Estadio, el
público, que ascendía a sesenta mil personas, se puso en pie al unísono, movido por
una emoción extraordinaria. El rey de Serbia, que estaba presente, probablemente no
olvide lo que vio aquel día. Se liberó un grupo de palomas blancas, las mujeres
ondearon abanicos y pañuelos, y algunos de los espectadores que estaban más
próximos a Loues, abandonaron sus asientos y trataron de llegar hasta él para llevarlo
a hombros. Lo habrían asfixiado si el príncipe heredero y el príncipe Jorge no se lo
hubieran llevado por la fuerza. Una señora que estaba próxima a mí, se desabrochó el
reloj, que era de oro decorado con perlas, y lo lanzó hacia él; un mesonero le obsequió
con un vale para trescientas sesenta y cinco comidas gratis; y un ciudadano rico tuvo
que ser disuadido de firmar un cheque por diez mil francos a cuenta suya. No obstante,
cuando al propio Loues se le comentó esta generosa oferta, la rechazó. El sentido del
honor, que es muy marcado en el campesino griego, salvó así al espíritu no profesional
de un gran peligro.
No hace falta decir que las diferentes competiciones se disputaron con
reglamentación amateur. Si hizo una excepción en las pruebas de esgrima, ya que en
numerosos países hay profesores de esgrima militar que tienen rango de oficiales. Se
organizó una competición especial para ellos. En todas las otras especialidades
deportivas únicamente fueron admitidos amateurs. Resulta imposible concebir los
325
Juegos Olímpicos con premios en metálico. Pero esas reglas, que parecen bastante
sencillas, son más complicadas en su aplicación práctica debido al hecho de que la
definición de lo que constituye amateur difiere de un país al otro, a veces, incluso, de
un club a otro. Varias definiciones son habituales en Inglaterra; los italianos y
holandeses admiten una que parece demasiado rígida en un punto y demasiado laxa
en otro. ¿Cómo pueden conciliarse estas expresiones divergentes o contradictorias? El
congreso de París hizo un intento en esa dirección, pero sus decisiones no son
aceptadas en todas partes como legales, ni se ha adoptado en todas partes su
definición de amateur como la mejor. Las reglas y reglamentos ya no tienen
uniformidad. Esto y lo otro está prohibido en un país y autorizado en otro. Lo único
que se puede hacer hasta que se formule un código olímpico de acuerdo con las ideas
y las costumbres de la mayoría de los atletas, es elegir entre los códigos existentes. Por
ello, se decidió que las carreras a pie deberían celebrarse según las reglas de la Union
Francaise des Sports Athlétiques; los saltos, el lanzamiento de peso, etc., según las de
la Amateur Athletic Association of England; las carreras de bicicleta según las de la
International Cyclists’ Association, etc. Esto nos ha parecido la mejor manera de salir al
paso del problema, pero habríamos tenido muchas disputas si los jueces (a los que se
les dio el nombre griego de éforos) no hubieran estado dirigidos por el príncipe Jorge,
que actuó como árbitro definitivo. Su presencia sirvió para darle peso y autoridad a las
decisiones de los éforos, que estaban compuestos por representantes de diferentes
países. El príncipe se tomó en serio sus funciones y las llevó a cabo consecuentemente.
Siempre estaba en la pista, supervisando en persona cada detalle, siendo una figura
reconocible a causa de su altura y complexión atlética. Se recordará que el príncipe
Jorge, mientras viajaba por Japón con su primo, el zarévich (ahora emperador Nicolás
II), derribó al rufián que intentó asesinar a este último con su puño. Durante el
levantamiento de peso en el Estadio, el príncipe Jorge levantó con facilidad una
enorme pesa, y la quitó de en medio. El público rompió a aplaudir, como si le hubiera
gustado hacerle ganador de una prueba.
Cada noche mientras se desarrollaban los Juegos, las calles de Atenas estaban
iluminadas. Había procesiones con antorchas, bandas que tocaban los diferentes
himnos nacionales, y los estudiantes de la universidad provocaban ovaciones bajo las
ventanas de los equipos deportivos extranjeros y los arengaban en la noble lengua de
326
Demóstenes. Es posible que se abusara un tanto de esta lengua. Ya que los americanos
puede que no estén obligados a comprender el francés, ni los húngaros obligados a
hablar en alemán, los programas diarios de los Juegos, incluso las invitaciones a las
comidas, estaban escritas en griego. Al recibir estas tarjetas, repletas con fórmulas
misteriosas en las que ni siquiera la fecha quedaba clara (el calendario griego va doce
días por detrás del nuestro) todo el mundo las llevaba al recepcionista de su hotel para
ser aclaradas.
Se ofrecieron muchos banquetes. El alcalde de Atenas ofreció uno en Cephissisa,
una pequeña y sombreada población al pie del Pentélico. El señor Bikelas, el
presidente saliente del comité internacional, ofreció otro en Falero. El mismo rey
recibió a todos los competidores y a los miembros de los comités, trescientos invitados
en total, en una comida en el salón de bailes de palacio. El exterior de este edificio,
que fue construido por el rey Otho, es pesado y desangelado; pero el centro del
interior lo ocupan un número de grandes salas de techos muy altos, abriéndose la una
a la otra a través de columnatas. La decoración es sencilla e imponente. Las mesas
estaban dispuestas en la mayor de estas salas. En la mesa de honor se sentaban el rey,
la princesa y los ministros, y los miembros de los comités también estaban ahí. A los
competidores se les sentó en otras mesas según su nacionalidad. Durante el postre, el
rey dio las gracias y felicitó a sus huéspedes, primero en francés, a continuación en
griego. Los americanos gritaron “¡Hurra!”, los alemanes “¡Hoch!”, los húngaros
“¡Eljen!”, los griegos “¡Zito!”, los franceses “¡Vive le roi!” Tras el ágape, el rey y sus
hijos charlaron larga y amigablemente con los atletas. La sencillez republicana fue una
escena realmente encantadora y un motivo de asombro en particular para los
austriacos y los rusos, poco acostumbrados como están al espectáculo de la monarquía
reuniéndose con la democracia al mismo nivel.
Después hubo festejos nocturnos en la Acrópolis, en los que el Partenón quedó
iluminado con luces de colores, y en El Pireo, donde los barcos fueron adornados con
linternas japonesas. Desafortunadamente, el tiempo cambió, y el día señalado para las
pruebas de barcos, que debían haberse celebrado en el muelle de Falero, el mar
estaba tan agitado, que el proyecto se abandonó. La entrega de premios también se
pospuso veinticuatro horas. Tuvo lugar en el Estadio, durante la mañana del 15 de
327
abril, con gran solemnidad. El sol brillaba otra vez y centelleaba en los uniformes de los
oficiales.
Cuando se pasó lista a los vencedores, quedó claro que, después de todo, el
carácter internacional de la institución estaba a salvo gracias a los resultados de las
competiciones. América ganó nueve premios exclusivamente en los deportes atléticos
(carreras lisas sobre 100 y 400 metros; la carrera de 110 metros vallas; salto de altura;
salto de longitud; salto con pértiga; triple salto; lanzamiento de peso; lanzamiento de
disco), y dos premios en tiro (revólver, 25 y 30 metros). Pero Francia obtuvo los
premios en esgrima con florete y en cuatro carreras de bicicleta; Inglaterra consiguió la
puntuación más alta en el concurso de levantamiento de peso a una mano y en tenis
individual; Grecia ganó la carrera de Maratón, dos concursos de gimnasia (aros,
escalada de cuerda lisa), tres premios en tiro (carabina, 200 y 300 metros; pistola, 25
metros), un premio en esgrima con sable, y una carrera en bicicleta; Alemania ganó en
lucha, en gimnasia (barras paralelas, barra fija, salto de potro) y en dobles en tenis;
Australia, las carreras de 800 metros y 1.500 metros lisos a pie; Hungría, las
competiciones de natación de 100 y 1.200 metros; Austria, la competición de 500
metros de natación y la carrera de bicicleta de 12 horas; Suiza un premio en gimnasia;
y Dinamarca la competición de levantamiento de peso a dos manos. Los premios eran
una rama de olivo del mismo lugar en Olimpia en el que se encontraba el antiguo Altis,
un diploma dibujado por un artista griego, y una medalla de plata tallada por el célebre
grabador francés Chaplain. En una cara de la medalla pueden verse la Acrópolis, el
Partenón y la Propylea; en la otra, una colosal cabeza del Zeus de Olimpia, según el
modelo creado por Fidias. La cabeza del dios está borrosa, como si fuera por la
distancia y el lapso de los siglos, mientras que en primer plano, en claro relieve, se
puede ver la Victoria que Zeus tiene en sus manos. Tras la entrega de premios, los
atletas ocuparon sus puestos para la tradicional procesión en torno al Estadio. Loues,
el ganador del maratón, fue primero, portando la bandera griega; después, los
americanos, los húngaros, los franceses, los alemanes. La ceremonia fue aún más
memorable a causa de un incidente encantador. Uno de los competidores, el señor
Robertson, un estudiante de Oxford, recitó una oda que había compuesto en griego
antiguo y al estilo pindárico en honor de los Juegos. La música los había inaugurado, y
la poesía estuvo presente en su clausura; y así se volvió a renovar el vínculo que en el
328
pasado había unido a las musas con las proezas de la fuerza física, la mente con el
cuerpo bien entrenado. El rey anunció que la primera Olimpiada había llegado a su fin
y abandonó el Estadio, mientras la banda tocaba el himno griego y el público
vitoreaba. Unos días después, los invitados habían abandonado Atenas. Coronas rotas
ensuciaban las plazas públicas; las banderas que habían ondeado alegremente en las
calles, desaparecieron; el sol y el viento tomaron posesión en solitario de las aceras de
mármol de la calle del Estadio.
Resulta interesante preguntarse cuáles van a ser los resultados de los Juegos
Olímpicos de 1896, teniendo en cuenta tanto a Grecia como al resto del mundo. En el
caso de Grecia, se verá que los Juegos habrán tenido un efecto doble, uno atlético y el
otro político. Es sabido que los griegos habían perdido el gusto por los deportes físicos
durante los siglos de opresión. Había buenos marchadores entre los montañeros y
buenos nadadores en las dispersas poblaciones a lo largo de la costa. Era una cuestión
de orgullo entre los jóvenes palicar luchar y bailar bien, pero eso era debido a que el
valor y un porte galante eran admirados por quienes les rodeaban. Los bailes griegos
distan mucho de ser atléticos, y las competiciones de lucha de los campesinos no
tienen ninguna de las características del verdadero deporte. Los hombres de las
ciudades no conocían otra diversión más allá de leer los periódicos y discutir
violentamente sobre política en las mesas de los cafés. La raza griega, sin embargo,
está libre de la indolencia natural de la oriental, y quedó de manifiesto que, el hábito
atlético, si se le ofrecía la oportunidad, volvería a echar raíces con facilidad entre sus
hombres. De hecho, en años recientes se habían formado varias asociaciones
gimnásticas en Atenas y Patras, y un club de remo en El Pireo, y el público estaba
mostrando un interés creciente en sus hazañas. Era por ello un momento favorable
para pronunciar las palabras “Juegos Olímpicos”. En cuanto se aclaró que Atenas iba a
ayudar al renacimiento de las Olimpiadas, se propagó por todo el reino una fiebre
perfecta de actividad muscular. Y esto no era nada comparado con lo que siguió a los
Juegos. He visto chicos pequeños, que apenas han dejado de usar ropa de niño,
lanzando piedras grandes o saltando vallas improvisadas en pequeños pueblos lejanos
de la capital, y no hay dos granujas que se encuentren en las calles de Atenas sin
disputar carreras. Nada podía sobrepasar el entusiasmo con que fueron recibidos por
sus conciudadanos los vencedores de las competiciones al regresar a sus ciudades de
329
origen. Fueron recibidos por el alcalde y las autoridades municipales y vitoreados por
una multitud que portaba ramas de olivo y laurel. En tiempos antiguos, el vencedor
entraba en la ciudad a través de una brecha hecha expresamente en sus murallas. Las
ciudades griegas ya no están rodeadas por murallas, pero se podría decir que el
deporte ha hecho una brecha en el corazón de la nación. Cuando uno se da cuenta de
la influencia que la práctica del ejercicio físico podría tener en el futuro de un país, y en
la fuerza de toda una raza, se está tentado a preguntarse si no es probable que Grecia
comience una nueva era a partir del año 1896. ¡Sería curioso, de hecho, si el deporte
fuese a convertirse en un factor de la cuestión oriental! ¿Quién puede decir si no
precipitaría la solución de esta espinosa cuestión al producir un notable aumento del
vigor de los habitantes del país? Estas son hipótesis y las circunstancias muestran estos
cálculos a largo plazo. Pero una consecuencia local e inmediata de los juegos podría
encontrarse ya en la política interna de Grecia. He hablado del papel activo jugado por
el príncipe heredero y sus hermanos, el príncipe Jorge y el príncipe Nicolás, en las
labores del comité organizador. Fue la primera vez que su heredero tuvo ocasión de
entrar en contacto con sus futuros súbditos. Estos sabían que era patriota y un hombre
de principios, pero no conocían sus otras y admirables cualidades. El príncipe
Constantino hereda sus finos ojos azules y el color rubio de sus ancestros daneses, y su
estilo franco y abierto, su equilibrio y su lucidez mental provienen de la misma fuente;
pero Grecia le ha dado entusiasmo y ardor, y esta alegre combinación de prudencia y
orgullo le hacen especialmente apto para gobernar a los helenos. La autoridad,
combinada con una liberalidad perfecta, con la que gestionó el comité, su exactitud en
el detalle, y, más en particular, su discreta perseverancia cuando aquellos a su
alrededor tendían a dudar y a perder el valor, dejan claro que su reinado será de
trabajo fructífero, lo que sólo puede fortalecer y enriquecer su país. El pueblo griego
tiene ahora una idea mejor sobre el valor de su futuro soberano; lo ha visto trabajando
y ha desarrollado respeto y confianza en él.
Esto en cuanto a Grecia. En el resto del mundo, está claro que los Juegos Olímpicos
todavía no han ejercido influencia; pero estoy profundamente convencido de que así
será. ¿Se me permite decir que ésta fue la razón para fundarlos? El deporte moderno
necesita ser unificado y purificado. Los que han seguido el renacimiento durante este
siglo de los deportes físicos, saben que reina en ellos la discordia de cabo a rabo. Cada
330
país tiene sus propias reglas; ni siquiera es posible alcanzar un acuerdo sobre quién es
amateur y quién no. En todo el mundo existe una perpetua disputa, alimentada por
innumerables semanarios, e incluso diarios. Con este deplorable estado de cosas, el
profesionalismo tiende a crecer rápidamente. Los hombres sacrifican toda su
existencia a un deporte en particular, se hacen ricos practicándolo, y, así, lo privan de
toda nobleza y destruyen el justo equilibrio del hombre, al hacer que los músculos
predominen sobre la mente. Creo que ninguna educación, en particular en tiempos de
democracia, puede ser buena y completa sin la ayuda del deporte; pero los deportes,
para cumplir con su verdadero papel educativo, deben basarse en un perfecto
desinterés y en el sentimiento de honor.
Si queremos protegerlos ante estos males amenazantes, tenemos que poner fin a
las disputas de los amateurs, que estén unidos entre ellos y dispuestos a medir su
destreza en encuentros internacionales frecuentes. Pero, ¿qué país va a imponer sus
reglas y costumbres a los demás? Los suecos no van a rendirse a los alemanes, ni los
ingleses a los franceses. Para ello, no se puede concebir nada mejor que los Juegos
Olímpicos internacionales. Cada país tendrá su turno para organizarlos. Cuando vengan
a reunirse cada cuatro años en estas competiciones, ennoblecidas por los recuerdos
del pasado, los atletas de todo el mundo aprenderán a conocerse mejor unos a otros, a
hacer concesiones mutuas y a no buscar en la competición otra recompensa que el
honor de la victoria. Puede que uno tenga el deseo de ver triunfando los colores de su
club o universidad en una reunión nacional, pero, ¡los sentimientos son mucho más
fuertes cuando se trata de los colores de su país! Estoy seguro de que los ganadores en
el Estadio de Atenas no deseaban otra recompensa cuando escucharon a la gente
aclamar la bandera de su país en honor a su hazaña.
Fue con estas ideas en la cabeza con las que intenté revivir los Juegos Olímpicos.
He tenido éxito después de muchos esfuerzos. Si la institución prospera – como estoy
convencido de que va a ser si todas las naciones civilizadas ayudan – será un factor
potente, si bien indirecto, para asegurar la paz universal. Las guerras estallan porque
las naciones tienen malentendidos entre ellas. No habrá paz, hasta que los prejuicios
que separan ahora a las diferentes razas hayan sido superados. Para alcanzar esta
meta, ¿qué mejor medio existe que reunir periódicamente a la juventud de todos los
países para competiciones amistosas de fuerza y agilidad muscular? Los Juegos
331
Olímpicos, durante la Antigüedad, controlaban los deportes y promovían la paz. No es
una ilusión buscar en el futuro en ellos beneficios parecidos.
QUELLENANGABE FEHLT
Señor Director,
332
30 de abril de 1896, p. 12
74
Cf. “Silhouettes disparues: Rev. De Courcy-Laffan”: Gazette de Lausanne, 20 de diciembre de 1928,
pág. 2
333
quedó estabilizado gracias a su actividad.
Al congreso de Le Havre le siguieron a lo largo de la historia olímpica otros
congresos olímpicos, de forma que se incidirá sobre su importancia en otro lugar de
esta obra.
334
había apresurado, para halagar al sentimiento popular, a adoptar la solución más
radical, es decir, prescindir de las conveniencias y de los compromisos.
Nuestro colega, el Sr. Bikelas, dirigió inmediatamente una carta circular a todos los
miembros del Comité Internacional pidiendo la reunión de un segundo congreso que
“completase la obra del Congreso de París” registrando la creación de las Olimpiadas
griegas y dándoles el mismo carácter y los mismos privilegios que a las Olimpiadas
internacionales. Se celebrarían en el intervalo de las últimas, de manera que, en lo
sucesivo, habría Juegos Olímpicos cada dos años. La mayoría de los miembros del
Comité me consultaron antes de pronunciarse. Yo no quería de ninguna forma
oponerme al deseo del Sr. Bikelas, aunque lo consideraba prematuro. Unos Juegos
Olímpicos cada dos años me parecía algo indicado para el futuro, pero excesivo para el
presente. De todas formas, la convocatoria del Congreso sólo me parecía admisible
con dos condiciones:
2º Que fuese más allá de las cuestiones técnicas y se discutiesen también asuntos
teóricos y pedagógicos. Esta doble reserva era legítima y razonable. Desde su inicio, yo
había hecho bastantes sacrificios por el Comité Internacional y no estaba dispuesto a
dejar que se destruyese un mecanismo capaz de producir ulteriormente grandes
servicios, así como tampoco a dejarlo caer en una especie de vasallaje respecto de la
organización helena. En lo que se refería al Congreso mismo, era necesario dotarle de
una base sólida. Limitando el programa a la revisión de los reglamentos olímpicos
hubiéramos corrido el riesgo de que sus trabajos careciesen de interés y de
desembocar en un completo fiasco. En la medida en que el horizonte político se
oscurecía en Oriente, ¿quién sabe si un año después todavía seguiría Grecia hablando
de organizar unos juegos a la más breve ocasión?
Desde luego, yo estaba muy lejos de saber los acontecimientos que se preparaban,
y no pensaba que las reivindicaciones sobre Creta pudiesen llevar tan rápidamente a la
guerra. Se ha dicho a este respecto que los Juegos Olímpicos de 1896 contribuyeron a
empujar a los griegos por ese camino extremo y que habían permitido a los jefes del
panhelenismo reunirse en Atenas bajo el amparo del deporte, tomando allí unas
335
disposiciones preliminares. Nunca he dado crédito a esta última afirmación, y
desconozco la existencia de verdaderas pruebas que la apoyen. Por el contrario, me
parece que el movimiento en favor de Creta fue algo bastante espontáneo. Pero
considero fuera de toda duda que el éxito de los Juegos emborrachó algo a la opinión y
dio a los helenos una peligrosa confianza tanto en sus propias fuerzas cuanto en la
benevolencia de las naciones extranjeras. Sea lo que fuere, la guerra estalló y se
convirtió en seguida en un semi desastre. El sentimiento público en Europa fue, por lo
general, hostil a Grecia; los franceses, sobre todo, juzgaron con severidad su
imprudente iniciativa. Aquello era una novedad. Desde Navarin, Francia había
permanecido constantemente fiel, y yo lamentaba aquella manifestación de
sentimientos contrarios. Junto con algunos filohelenos y ante la convocatoria de la
Asociación de Estudiantes griegos de París, recuerdo haber organizado, a comienzos de
1897, en la gran sala del hotel de Sociedades doctas, una conferencia que resultó algo
tumultuosa al ser perturbada por la expresión de las simpatías otomanas de una parte
de la asamblea, pero que, no obstante, concluyó con la votación de un orden del día
calurosamente favorable hacia la Hélade. Mi amigo, el Sr. d’Estournelles, presidía
aquella sesión junto con el Sr. Michel Bréal, el cual respondió a nuestra invitación
escribiéndome lo siguiente: “Está verdaderamente bien lo que ustedes hacen, pues
nuestros buenos amigos griegos parecen haberse olvidado un tanto de todo cuanto le
deben”. Como acabo de decir, esto ocurría a comienzos del año 1897, y cuando se
produjo la apertura del Congreso ya no había, efectivamente, lugar para celebrar unos
Juegos en Atenas. Ni siquiera nos hubiese parecido conveniente discutir su
oportunidad el día después de una paz tan onerosa y en la tristeza del luto nacional. Yo
me encontraba muy feliz por haber redactado el programa del Congreso de manera
que los acontecimientos exteriores no tuviesen ninguna repercusión en él.
336
entonces headmaster del colegio de Cheltenham y delegado en el Congreso por la
Asociación de headmasters de Inglaterra. Como bien puede suponerse, aquel día la
gran sala de fiestas del Ayuntamiento del Havre retumbó por los aplausos entusiastas.
Y grande fue la sorpresa al oír al delegado británico, tras el admirable discurso del
Padre Didon, improvisar en el más perfecto estilo una alocución en lengua francesa.
Desde el mes de julio de 1896, una vez que hubo deliberado, el Consejo municipal
puso el Ayuntamiento a disposición del Comité internacional para que tuviese allí un
despacho y celebrase las sesiones del Congreso. Los organizadores fueron los Sres. W.
Langstaff, el Dr. Robert Sorel, Maurice Taconet, Ch. Jacquemin, Henrotin y Georges
Lafaurie; todos eran del Havre. Los tres primeros, sobre todo, se tomaron mucho
trabajo para llenar, merced a una suscripción, las arcas de la tesorería, de la que se
ocupaba el Sr. Lafaurie, y aunque no se necesitaban grandes sumas, el interés pareció
por unos momentos decaer, hasta el punto de que nos vimos obligados a considerar la
oportunidad de un cambio. ¿Serían distintas las cosas en otra ciudad? Dejaron la
decisión en mis manos. Yo estaba entonces en Luchon. Triunfó la opinión favorable a
dar un voto de confianza al proyecto inicial y yo telegrafié unas líneas diciendo que
había que adelantarse a los acontecimientos. Ahora bien, nada más llegar a
Normandia, caí enfermo y salí de la cama justo a tiempo para presidir las sesiones,
esfuerzo que, por lo demás, estuvo a punto de perjudicar seriamente mi
337
convalecencia. Las sesiones duraron seis días. No pude asistir a ninguna de las fiestas,
de cuyos pormenores me había gustado mucho ocuparme. Supe que fueron un gran
éxito. La fiesta de la gimnasia, iluminada por hachones en la hermosa plaza Gambetta,
sita entre el teatro y la dársena del Commerce y, sobre todo, la puesta de sol en los
acantilados de la Hève, transcurrieron con buen tiempo y fueron muy aplaudidas. Los
congresistas se habían reunido en Rouen y habían llegado al Havre en barco bajando
por el Sena. El 30 de julio hicieron una excursión a Etretat y el 1º de agosto
presenciaron las regatas del Havre. La sesión de apertura tuvo lugar el 26 de julio y el
banquete de clausura se celebró el 31 en el hostel Frascati. Asistieron las autoridades.
En definitiva, gracias a la cuidadosa e inteligente dedicación del Sr. Langstaff, todo
transcurrió muy bien.
Como ya he señalado, éste no abordó el asunto de los Juegos Olímpicos. Las cosas
se quedaron como estaban. Vinieron, sobre todo, pedagogos e higienistas y algunos
técnicos. Por otra parte, desde el momento en que los acontecimientos habían quitado
toda actualidad al problema principal, el relativo al establecimiento de un modus
vivendi entre el Comité Internacional y el Comité heleno, no había ninguna razón para
cambiar nada del régimen inaugurado por el Congreso de París. Los resultados que yo
había querido conseguir se habían alcanzado plenamente. Los miembros del Comité
Internacional se habían reunido en unas condiciones propicias para que tuvieran la
sensación de ser estables y útiles. El jefe del Estado francés había patrocinado sus
reuniones y mostrado su interés por ellas. El camino se les abría de nuevo y nadie tuvo
338
dudas en ponerse en marcha. A partir de ese día nadie pensó ya más en abandonar y
en dejar en otras manos la prosecución de nuestra empresa. Sin embargo, otra crisis
iba a producirse, esta vez más larga de solventar y más temible que la anterior.
Ese mismo año de 1897 hubiera debido dar lugar a una interesante conmemoración
por parte de la Unión de Deportes atléticos. Se cumplía su décimo aniversario, pero
nadie pensó en ocuparse de ello. La Unión había caído en un relativo marasmo y el Sr.
Janzé, al igual que me ocurría a mí, quería retirarse. Como no encontraban sucesores,
preferían que nuestros nombres, cuya presencia no respondía a realidad alguna,
siguieran figurando. Me resultó imposible conseguir que la Unión festejase su décimo
aniversario en la fecha debida, pero sí logré, al menos, que lo hiciera en la primavera
de 1898, a la vez que se celebraba el aniversario del Comité para la difusión de los
ejercicios físicos. Ello se hizo con un alegre banquete, seguido de una representación
teatral organizada por el conde Albert de Bertier, el cual escribió para la ocasión un
texto extraordinariamente ingenioso que fue representado por excelentes artistas.
75
Ver Müller, Norbert: “The 1897 Congress of Le Havre alter a Century of Olympism” en Coubertin and
Olympism. Questions for the Future. Report of the Congress, 17 th to 20th September 1997 at the
University of Le Havre. Niederhausen/Strasbourg/Sydney, Schors, 1998, pp. 44-53.
Ver Boulongne, Y.-P.: “Pierre de Coubertin, his roots and the Congreso of Le Havre 1897”, en Coubertin
and Olympism. Questions for the Future. Report of the Congress, 17 th to 20th Spetember 1997 at the
University of Le Havre. Niedernhausen/Strasbourg/Sydney, Schors, 1998, pp. 34-43.
339
¿Por qué El Havre? Nadie lo entendía. ¿Qué relación tenía el gran puerto
normando con el Olimpismo?
Hasta entonces, había residido siempre una buena parte del año en Normandía.
Parentesco, hogar, intereses políticos eventuales, todo me atraía hacia la patria chica
de mi familia, por lo cual me resultaría fácil encontrar allí mucho más apoyo que en
otra parte. El Jefe del Estado francés, elegido el año anterior, después de la inesperada
dimisión del presidente Casimir-Périer, era oriundo del Havre, y allí tenía su residencia
veraniega. Por todo ello, estaba convencido de que se tomaría interés en mi asunto.
En Atenas, por decirlo así, no habíamos hecho más que técnica camuflada de
historia; ni congreso, ni conferencias, ninguna preocupación moral o pedagógica
aparente. Apuntar hacia estos objetivos inmediatamente después de terminados los
Juegos, era recordar el carácter intelectual y filosófico de mi iniciativa y situar sin
340
rodeos la misión del COI muy por encima de las simples agrupaciones deportivas. Sin
tener, pues, en cuenta las objeciones que se me hacían, persistí en mi proyecto sobre
El Havre, asegurándome ante todo la hospitalidad del Ayuntamiento y la colaboración
de dos grandes amigos: el padre Didon, prior del Colegio de Arcueil, y Gabriel Bonvalot,
célebre por su travesía del Asia Central. Ambos figuraban por aquel entonces entre los
más famosos oradores del momento. Elaboramos un programa elástico, que permitía
tratar un poco todos los problemas. He aquí dicho programa:
Pedagogía
Sicología de los ejercicios físicos; particularidades propias de cada uno de ellos.
Distinción entre juegos libres y ejercicios dirigidos; ventajas e inconvenientes de unos y
otros.
Acción moral de los ejercicios físicos sobre el niño, sobre el adolescente; influencia del
esfuerzo sobre la formación del carácter y el desarrollo de la personalidad.
Organización de los ejercicios físicos en escuelas y colegios.
¿Pueden los alumnos organizarlos y dirigirlos ellos mismos?
¿Y de qué manera? Consecuencias de la independencia otorgada a los alumnos. Misión
de la autoridad.
Higiene
Fisiología de los ejercicios físicos; reglas propias para cada clase de ejercicio.
Enseñanza de la higiene en las escuelas y colegios; programa de esta enseñanza.
Indumentaria.
La hidroterapia, complemento del ejercicio físico; cómo debe emplearse.
Deporte
Premios en especies y definición del aficionado. Organización de concursos
internacionales; periodicidad y condiciones generales.
Creación de una «Unión Olímpica Universal» y de un «Boletín Olímpico Universal».
Restablecimiento y desarrollo de los ejercicios físicos en el siglo XIX; historial de este
movimiento en los distintos países del mundo.
341
La parte deportiva apenas fue esbozada, puesto que estaba allí por pura fórmula. Sí
se incluyeron, por ejemplo, los proyectos de una Unión Olímpica Universal, y la edición
de un boletín en varios idiomas fue para complacer a nuestro colega húngaro, F.
Kemény, que todo lo quería a lo grande. La participación del rector de la Academia de
Caen, del prefecto del Sena, del subprefecto del Havre, y de un gran número de
delegados extranjeros, realzó el prestigio de las discusiones. El Jefe del Estado recibió
durante dos jornadas, en su villa de la costa, a los miembros del congreso, en cuyo
honor se celebraron festejos muy brillantes.
342
mística, me confesó posteriormente que, desde aquel primer día, sintiose «llamado» a
servir la causa olímpica con todas sus fuerzas. En efecto, debía serle fiel hasta el fin de
su vida. Y la amistad que nos unió fue profunda y duradera.
El Congreso del Havre tuvo a Grecia como gran ausente. En Grecia se luchaba por la
emancipación cretense y las legítimas reivindicaciones fronterizas, pero el destino
mostrábase hostil. Amigos y enemigos, absorbidos en el servicio de la patria, no podían
dirigir su mirada hacia Normandía. También aquí el helenismo, que había penetrado la
atmósfera del Congreso inicial de 1894, quedaba diluido ante la influencia británica,
más cercana, y nos apoyábamos sobre Arnold con toda evidencia, más o menos
conscientemente. En realidad, hacía ya diez años que intentaba implantar en Francia
sus doctrinas, porque descubrí en sus principios una claridad y una fuerza tan grandes,
que me maravillaba la lentitud del mundo moderno para asimilarlas. Incluso esta vez
no parecían apreciarse grandes progresos sobre este punto, a pesar del triple apoyo
del Padre Didon, de Laffan y de Bonvalot. En el mismo seno del Comité, no todos
estaban satisfechos. Balck confesó abiertamente que estábamos perdiendo el tiempo,
y que los temas tratados «nada tenían que ver con nuestros trabajos». En un momento
hasta quiso dimitir. Fue el único y pasajero desfallecimiento de su fidelidad a toda
prueba. Otros pensaban, como él, que al paso que íbamos, se corría el riesgo de
desperdigar nuestras fuerzas. Pero yo opinaba exactamente lo contrario, y que
haciendo el camaleón -y valga la frase- el COI era cada día más activo y hasta cierto
punto más inasequible, es decir, menos vulnerable a cualquier ataque. Precisamente
se barruntaba una batalla mucho más temible que la precedente, de maniobra más
imprecisa y de un desenlace más incierto todavía.
343
Al haber sido incluidos los ejercicios físicos en la Exposición de 1889, resultaba muy
sencillo encontrarle otro hueco mayor en la Exposición de 1900. La cosa se admitió
desde el principio, y recuerdo haber hablado de ello, casi al día siguiente de la clausura
de la primera de aquellas Exposiciones, con uno de los comisarios, el Sr. Georges
Berger, un miembro del Instituto al que todo parecía designarle para presidir los
destinos de la siguiente. Pero, sin embargo, se prefirió al Sr. Alfred Picard, el cual, a
falta de otros méritos mayores que los del Sr. Georges Berger, tenía al menos una gran
confianza en su omnisciencia.
El 30 de enero de 1894, el Sr. Alfred Picard, que acaba de hacerse cargo de sus
funciones, nos recibió al Sr. Strehley y a mí en el Consejo de Estado. El eminente
profesor había estampado su firma junto a la mía al pie de un documento que
remitimos al comisario general y cuya copia he conservado. Se trataba de incluir una
Exposición atlética en una reproducción lo más fiel posible del Altis de Olimpia. La
Exposición debía contar con tres secciones: período antiguo, Egipto, India, Grecia y
Roma; Edad Media: la caballería y los juegos populares; época moderna: la gimnasia
alemana y sueca, el renacimiento del atletismo en Inglaterra y el atletismo en los dos
mundos. La esgrima, la caza y los deportes de hielo constituían una sección aneja.
Además del Altis, debían reproducirse las Termas romanas y un Athletic-Club
americano, el de Chicago. El proyecto preveía la organización, en el estadio y en el
gimnasio, de carreras, de juegos y de combates a la antigua usanza. Se especificaba
muy claramente que no habría en el recinto ningún café, ni tiendas, ni espectáculos de
pago; que no se admitiría ninguna concesión y que la Olimpia de 1900 tendría un
carácter claramente pedagógico. No puedo entrar aquí en los pormenores del
proyecto, pero ésas eran sus bases. Aproveché la ocasión para hablar con el Sr. Alfred
Picard del Congreso internacional convocado en la Sorbona para el mes de junio de ese
mismo año de 1894 y sobre el restablecimiento eventual de los Juegos Olímpicos
(modernos en esta ocasión), los cuales serían, presumiblemente, su consecuencia. Le
dije que propondríamos la fecha de 1900 para inaugurarlo y que la primera Olimpiada
coincidiría, por tanto, con la Exposición76.
76
Ya he contado en otro lugar cómo al Congreso de 1984 la fecha le pareció muy lejana y cómo
consideramos más conveniente proponer la de 1896, así como la elección de Atenas para la inauguración
de las nuevas Olimpiadas.
344
El Sr. Picard escuchó mis explicaciones y las del Sr. Strehley sin emitir la menor
opinión. Nos dijo que iba a “clasificar” el proyecto y que nos convocaría en el
momento oportuno, cosa que, dicho entre paréntesis, no se produjo. Ni el Sr. Strehly
ni yo volvimos a oír hablar del asunto. El Sr. Picard hizo caso omiso de los Juegos
Olímpicos, pues el 2 de septiembre siguiente (el Congreso de la Sorbona había tenido
lugar en el interludio y los juegos olímpicos habían sido restablecidos) y a propuesta
suya el Ministro de Comercio nombró una comisión de ochenta miembros encargados
de estudiar “un programa de pruebas relacionadas con los ejercicios físicos”
susceptibles de ser organizadas “en la región de Vincennes durante la Exposición
universal de 1900”. La fórmula no era muy feliz. La composición de la comisión,
presidida por el general Baillod, lo era algo más. No pude participar en sus trabajos por
encontrarme en Grecia atendiendo la preparación de los Juegos de 1896 y, cuando
volví a París, el informe estaba a punto de entregarse. Por lo demás, 1896 concentraba
todos nuestros esfuerzos; lo que hacía referencia a 1900 ya se vería más tarde.
Una vez terminado el congreso del Havre (1897), llegó el momento de pensar en la
segunda Olimpiada. Pero, ¿en qué punto estaban las pruebas organizadas para la
Exposición? ¿Cuáles eran los proyectos del comisario general? Era muy importante
saberlo. Desde hacía algo más de dos años, la comisión de la que acabo de hablar no
había vuelto a ser convocada, y nadie hablaba de hacerlo. Existía el vago acuerdo de
que habría “ejercicios físicos en Vincennes”. Ahora bien, Vincennes tenía muy mala
fama: el anexo que se instalaría allí era habitualmente designado con el nombre
“vertedero de la Exposición”; se decía que la comisaría general mandaba
deliberadamente allí todos los proyectos que consideraba carentes de interés, o
aquellos que cabría desechar en el último momento si las circunstancias así lo exigían.
Por otra parte, la clasificación general de la Exposición, que además se hizo esperar
mucho, había producido una viva decepción en los futuros expositores deportivos.
Muchos me hicieron llegar sus quejas y me expresaron su vivo deseo de lograr que los
objetos y aparatos deportivos estuviesen bajo una sola clasificación. Aunque
convencido de que su deseo era irrealizable, escribí al ministro de Comercio, el Sr.
Henry Boucher, una carta cuyos términos reprodujeron y aprobaron muchos
periódicos. El párrafo principal era este: “Al público ciertamente le sorprenderá
345
encontrar que, en el ordenamiento general, los ejercicios físicos se encuentren
desperdigados de la forma más extraña. Con los términos: gimnasia, esgrima, juegos
escolares, se termina humildemente la larga enumeración de objetos incluidos en la
clase 2 bajo el epígrafe “enseñanza secundaria”. Las bicicletas aparecen junto con los
coches. La clase 33, “material de navegación comercial”, incluiría todo lo referente a la
natación y al remo. Imagino que el patinaje está en la cuchillería. En cualquier caso, las
“sociedades deportivas” son mencionadas en la clase 107, de la que me ha hecho
usted el honor de nombrarme miembro y que debe ocuparse de las “instituciones para
el desarrollo intelectual y moral de los obreros”. De esta forma, si los visitantes de la
Exposición quieren, por ejemplo, admirar los planos del hermoso gimnasio del Athletic-
Club de Chicago, un club apara adultos, deberán buscarlos en el material de los liceos y
colegios, y si la sociedad deportiva de la isla de Puteaux o el Club de Polo de París
quieren exponer, estarán entre las instituciones obreras”. Tras lamentar que no se
hubiera intentado nada desde el punto de vista retrospectivo para evidenciar los
progresos llevados a cabo en el deporte, terminaba preguntando al ministro por la
famosa comisión y por las pruebas de Vincennes. Tal como pensaba, la respuesta del
Sr. Boucher no fue en absoluto satisfactoria respecto de la clasificación, ni dio ninguna
seguridad formal sobre las pruebas. El ministro anunciaba, desde luego, “una serie de
pruebas que se celebrarían cerca del lago Daumesnil, en el Bois de Vincennes”, pero
consideraba “prematura” la constitución de “comités especiales” encargados de
organizarlas.
Tras una última gestión con el Sr. Picard, de la que tuvo a bien encargarse el Sr.
Ribot, para saber si aquél estaría dispuesto, llegado el caso, a garantizar la celebración
de los Juegos Olímpicos en el recinto de la Exposición, gestión que terminó en un no ha
lugar por parte del comisario general, me sentí enteramente libre de escrúpulos y
ofrecí al vizconde de La Rochefoucauld la presidencia de la organización de los Juegos
Olímpicos de 1900. Aunque varios colaboradores me lo reprocharan, encuentro
todavía hoy plenamente justificada esa elección, y desde luego creo que si tuviese que
empezar de nuevo, actuaría de la misma manera. Para mí, Charles de La
Rochefoucauld era un amigo de infancia y un compañero del colegio; yo había
admirado siempre su energía, rayana a veces, ciertamente, en la brutalidad, pero su
346
elevada posición social paliaba ese inconveniente. Tenía una gran y obstinada
capacidad de perseverancia, como había demostrado en la creación del Club de Polo
de Bagatelle. Sportsman apasionado, se interesaba por todas las manifestaciones
deportivas sin entregarse a ninguna de aquellas “pequeñas” capillas cuya influencia
temía yo. Por lo demás, nadie podía presidir con tanta suntuosidad la Olimpiada
francesa. Un simple banquete dado por él pocos años antes con ocasión de un partido
internacional de polo se había convertido, merced al marco en el que tuvo lugar, en
una fiesta principesca. Con su patio de honor, su escalera de mármol, sus dos salas de
baile, sus salones corridos, las verdes perspectivas de los parterres, la mansión de la
calle de Varennes no necesitaba ningún adorno especial para cautivar a los invitados.
Un festival celebrado allí sería un espectáculo que ningún comisario general de
ninguna Exposición podría igualar. Bastaría con añadir una jornada en los jardines del
palacio de Bonnétable, admirablemente restaurado y bastante cerca de París, con
objeto de que la gente pudiera pasar allí el día, para que la segunda Olimpiada
adquiriese inmediatamente un sello particular y muy francés. El hecho de que la
antigua Francia abriese, así, sus moradas a la juventud deportista con motivo de la más
democrática de las manifestaciones internacionales, ¿no era algo excitante y sabroso a
un tiempo?
347
Lejeune para el polo, O’Connor y Ch. Richefeu para el juego de pelota en espacio
cerrado y abierto, el conde Jacques de Pourtalès para el golf, el conde Bertier para el
tiro con arco, el conde F. de Maillé para el ciclismo. Ulteriormente habría otros
comisarios y debía también nombrarse comisarios adjuntos. El comité comprendía,
además, a los Srs. conde Philippe d’Alsace, Baugrand, Boussod, el duque de Brissac,
Cambefort, el barón de Carayon La Tour, el conde Chandon de Briailles, el marqués de
Chasseloup-Laubat, Dupuytrem, el conde d’Esterno, el barón André de Fleury, Alfred
Gallard, Gordon Bennett, Jusserand, el conde de Lorge, Frédéric Mayet y André
Toutain. La mayoría de las veces dejé a La Rochefoucauld totalmente libre para elegir
y, por lo general, no pude sino aprobar sus decisiones. Pienso que era imposible
constituir un comité de personas a la vez tan aficionadas a los deportes, tan imbuidas
de espíritu deportivo y tan desinteresadas.
77
La vida al aire libre.
348
de París. Nuestro delegado australiano, el Sr. Cuff, me informó de ello el dieciocho de
septiembre.
Aún no he dicho cuál era el programa de los Juegos. En lo referente a los deportes
atléticos contaba con las clásicas carreras de 100, 400, 800, 1.500 metros y 110 metros
vallas, los distintos saltos y lanzamientos y una prueba general curiosamente bautizada
con el nombre de pentatlón, aunque se compusiese de cuatro pruebas. En gimnasia:
ejercicios en la cuerda, en la barra fija, anillas, barras paralelas, salto del potro y pesas.
En esgrima, florete, sable y espada para aficionados y (excepcionalmente, a causa de
Suecia) para profesores; boxeo inglés y francés, cañas, bastón, lucha suiza y romana.
Como deportes náuticos, pruebas de vela en ríos para yates de menos de cinco
toneladas y en el mar para yates de veinte toneladas; pruebas de remo de uno, dos,
cuatro y ocho remeros; pruebas de natación de 100, 500 y 1.000 metros, junto con
pruebas de salto, salvamento y water-polo; en ciclismo, una carrera de velocidad de
2.000 metros, otra de fondo de 100 kilómetros persecución y otra de tándems de
3.000 metros en pista. Los “eventos ciclistas” eran los que había escogido, a petición
mía, la Unión Ciclista de Francia para Atenas en 1896; la parte relativa a la gimnasia era
obra del Sr. Strehly.
¿Cómo llevar a cabo este programa? El plan era muy sencillo. Las circunstancias nos
obligaban a dar a la segunda Olimpiada un tratamiento muy distinto a la primera. Era
absolutamente necesario dispersar las pruebas, y ello tanto en lo que se refería a los
lugares cuanto a las fechas. Era inútil esforzarse por agrupar deportes y fechas en una
“quincena olímpica” cuyo esplendor quedaría siempre empañado por la cercanía de la
Exposición. No habíamos pensado ni de lejos en lo molesto que resultaba la fecha de
1900 justo desde ese punto de vista. La cosa tenía, por lo menos, un lado bueno; la
“dispersión” hacía que la organización fuese mucho menos costosa y más fácil. Las
pruebas de vela tendrían lugar en el Havre y en Meulan, ocupándose de ellas la Unión
de Yates franceses y el Círculo de vela de París; también en el Sena, las pruebas de
remo; el Vélo se ocupaba de la natación. La isla de Puteaux se quedaba con el tenis
sobre hierba; el golf y el tiro con arco irían a Compiègne; las pruebas de pelota en el
Luxemburgo, y el polo en Bagatelle. Se confiaba a la Sociedad de Fomento de la
Esgrima los campeonatos de espada, de sable y de florete; para el ciclismo iría muy
349
bien el velódromo del Parque de los Príncipes, sin hablar del de Buffalo, que también
se ofrecía. Varios colegas nuestros, encantados con la propuesta de Henri Desgrange,
pensaron en concentrar en su terreno otras pruebas, como, por ejemplo, los deportes
atléticos y el fútbol. Yo me opuse, porque, en un acto de agradecimiento por el que
debía ser singularmente recompensado, había reservado los primeros para el Racing-
club, y el segundo para el Stade français, clubes fundadores de la Unión de Deportes
atléticos, clubes decanos, como se les llamaba. Puesto que habían sido los primeros en
trabajar, ahora era también justo que se les reconociese su mérito.
¿Cuál era el plan financiero…? También muy sencillo. Yo me encargaba, como había
hecho hasta ahora, de toda la publicidad, el envío de telegramas, la correspondencia,
etc. Al dirigirnos a cada una de las sociedades cuyo apoyo solicitábamos, les decíamos
lo siguiente: “Organizan ustedes anualmente una gran reunión deportiva. Para 1900,
¿quieren ustedes simplemente dar a esa reunión un carácter internacional y hacerla
más solemne que de costumbre? Les exoneramos, en cambio, de los premios, lo que
tiene como consecuencia un sensible ahorro para ustedes”. La cuestión de los premios
se solucionaba, a su vez, de la manera siguiente: se había pedido y obtenido la
desinteresada ayuda de tres de los más ilustres artistas franceses. Uno nos cincelaba
una estatuilla, el segundo una medalla y el tercero un diploma. Moldes y planchas
debían romperse una vez que se tuviera el número necesario de ejemplares. Gracias a
estas combinaciones, una cifra total de algunos miles de francos bastaba para cubrir
los gastos de la segunda Olimpiada, y teníamos ya casi seguro el doble de esta suma.
Como he dado ya a entender, no debía haber fiestas en el sentido habitual del
término. La verdadera fiesta estaría, cada tarde, en el espectáculo de la Exposición.
Hubiese sido absurdo querer competir con algo que contaba con semejante atractivo.
Las recepciones dadas por Charles de La Rochefoucauld en los admirables escenarios
de los que disponía serían las únicas fiestas procedentes de la organización olímpica.
Se había pensado en casi todas las sociedades interesadas, y éstas habían acogido
con simpatía nuestras gestiones; sin embargo, el problema se presentó donde menos
se pensaba. Ya se había dado un singular signo de alarma procedente de América.
Algunos de los “leaders” de la Amateur Athletic Union se las habían ingeniado para
hacerse con los Juegos. Uno de ellos, sobre todo, había puesto en marcha, con ayuda
350
del comisario americano de la Exposición, el proyecto de un gigantesco club que quería
levantar en el recinto de aquélla, y que quería también que estuviese rodeado de
campos de deporte en los que se organizasen pruebas varias controladas por la ya
mencionada Amateur Athletic Union. Pese al apoyo casi oficial de su gobierno, el
ingenioso promotor hubo de batirse en retirada. Estaba, por otra parte, desautorizado
por algunos compatriotas suyos, y Caspar Whitney, entonces miembro del Comité
Internacional por Estados Unidos y cuyas opiniones deportivas tenían mucho peso, me
escribió el 29 de junio de 1898 diciéndome que desconfiara del personaje; algo más
tarde, me señalaba: “sobre todo, no tenga usted nada que ver con la Amateur Athletic
Union y sus huestes; esta federación no ha hecho nada por el bien del deporte, y sus
dirigentes sólo piensan en su promoción personal; son una especie de políticos, etc.”
Su indignación al escribirme iba en aumento. Durante algún tiempo existió la idea de
organizar en París la Exposición con la sola participación de los americanos, so pretexto
“de mostrar a los franceses cómo hay que entrenarse para vencer en los deportes”;
luego desapareció por sí misma.
351
ningún honor ser presidente de la Unión y que sólo había aceptado por mi insistente
petición”, y decidió marcharse también.
Al ser sólo una maniobra, el orden del día votado por la Unión no tenía, de suyo,
mucha importancia. En la carta citada más arriba, el Sr. de Janzé lo declaraba
inaplicable. Se habían apoyado en una hostilidad contra la Exposición que no existía.
Cuando organizamos los Juegos Olímpicos de 1900, cosa a la que teníamos pleno
derecho, estábamos totalmente decididos a no poner en el extranjero ningún
obstáculo a las iniciativas oficiales en caso de producirse ulteriormente, eventualidad
que, por lo demás, resultaba cada vez más incierta. Pero en este incidente concurrió la
agitación producida por muchas y pequeñas ambiciones personales decepcionadas, de
muchos y pequeños celos airados. Diversos instigadores trataron de hinchar el asunto.
Se puso en marcha toda una conspiración que terminó por alcanzar al Comité
organizador de los Juegos. Charles de La Rochefoucauld tuvo miedo, y en un momento
en el que perdió la cabeza, cosa que lamentó después, presentó su dimisión en los
primeros meses de 1899. Yo, por mi parte, me desanimé ante lo que acababa de
ocurrir. Además, me acosaban, apelando al “patriotismo”, para que el atletismo
francés pudiera presentarse en 1900 “unido y sin fisuras”. Cedí y me equivoqué.
Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad reunían al mundo griego cada cuatro años
en el bello valle de Olimpia para contemplar un espectáculo, cuya uniformidad parece
haber constituido un encanto adicional a ojos de los espectadores.
Desde el comienzo, sabían casi con exactitud lo que iban a ver, y estaban
encantados de saberlo. En este sentido, la tendencia del mundo moderno es
completamente diferente: nuestros contemporáneos disfrutan con la variedad y la
novedad por dos motivos – primero, porque la facilidad y la rapidez de nuestros
352
medios de transporte han intensificado su curiosidad; y, segundo, porque, como la
duración de su existencia no se ha prolongado en proporción al número de objetivos
que requieren su atención, no disponen de tiempo para ver dos veces lo mismo.
Cuando hace casi diez años concebí el plan de resucitar los Juegos Olímpicos en
versión moderna, me fue necesario observar esta tendencia y tenerla en cuenta. Hoy,
como en tiempos pasados, los Juegos Olímpicos responden a una tendencia natural y
saludable de la humanidad en todas las épocas y en todos los países. Si los hombres
jóvenes están activos y gozan de buena salud, sentirán pasión por los juegos y
competiciones viriles en que muestran su fuerza y agilidad, e incitados por el instinto
de emulación, desearán competir en nombre de su país contra jóvenes de otros países.
Pero, en lo que respecta a la preparación de estos festivales periódicos, la situación ha
cambiado, y el único medio de asegurar su éxito y de presentarlos lo más espléndida y
brillantemente posible consiste en darles una gran variedad de aspecto.
Esta es la razón por la cual el Congreso Internacional, que se reunió en París en
junio de 1894, decidió, a petición mía, que cada una de las nuevas Olimpiadas debería
celebrarse en una ciudad del mundo diferente, y Atenas fue elegida escenario de la
primera reunión olímpica en 1896, como París sería la segunda, cuatro años después.
Personalmente, no puedo reprimir un fuerte deseo de que los terceros Juegos
Olímpicos, los de 1904, deban llevarse a cabo en Nueva York. Al elegir a Nueva York,
quedará claramente demostrado el carácter claramente cosmopolita de mi empresa.
En lo que concierne a la variedad, tengo un buen motivo para alegrarme, porque
nada se asemejará más a los festivales de Atenas en 1896 que los de París en 1900. No
nos hemos dejado llevar a cometer el error de construir un estadio de cartón-piedra
para reproducir el de Pericles, con la colina de Montmartre al fondo para sustituir a la
Acrópolis sobre su roca. Esto hubiera sido ridículo e irrisorio. Empezamos
considerando, con razón, que no había necesidad de preocuparnos con la preparación
de divertimentos y festividades especiales, porque la Exposición en si misma iba a
suponer un festival permanente lleno de atracciones, y de ahí que el comité
organizador sólo tuviera que ocuparse de la parte técnica del deporte en cuestión.
Parece que este punto fue bastante abandonado en Atenas, porque el comité también
se ocupó de los intereses de los espectadores, y tuvo que tomar medidas para su
diversión, para la decoración de las sedes y monumentos, y para la preparación de
353
atracciones de todo tipo, con el fin de llevar el mayor número de espectadores y de
retenerlos. Esa misma ansiedad no existe ahora, y los intereses de los atletas
predominan sobre cualesquiera otros.
354
organice algún día Juegos Olímpicos de invierno entre la nieve y el hielo, incluirán
tobogganing, raquetas de nieve y esquís, pero se verán obligados a excluir cricket,
fútbol y carreras a pie. Es una paradoja divertida considerar que, para llevar a cabo
completamente los Juegos Olímpicos, habría que ir a St. Moritz en la Engadín suiza,
donde el sol y la nieve son abundantes todo el invierno de forma que los hombres
patinan en zapatillas de franela y las mujeres abren sus parasoles cuando pasean en
trineo. Allí, de hecho, se podría, de ser necesario, combinar los deportes de verano con
los de invierno.
La cuestión de la primavera en París y las restricciones impuestas por el lugar y el
clima no deben olvidadarse. Por otro lado, el programa actual es lo suficientemente
completo como para ofrecer competiciones de máximo interés. Así, la primera sección
incluye deportes atléticos, carreras a pie, saltos, etc., y juegos. Las distancias de las
carreras a pie son las de los campeonatos franceses, en los que los mejores corredores
ingleses han tomado parte en numerosas ocasiones durante los últimos diez años. Esto
quiere decir que las distancias son casi las mismas. Si las 100 yardas se han convertido
en 100 metros, y “la milla” de 1.500 (en lugar de los 1.609, el equivalente exacto de la
milla), la carrera de vallas equivale exactamente a la distancia inglesa; las vallas tienen
la misma altura y están colocadas de la misma manera. En cuanto a las competiciones
de carrera, los saltos de longitud y de altura, el salto con pértiga y el lanzamiento de
peso, se disputan de la misma manera. Los juegos admitidos como internacionales son
fútbol (rugby y asociación), hockey, cricket, tenis, croquet y golf; también habrá bolos.
Todas estas especialidades se juegan en Francia. Hay otros, como el béisbol, La Crosse,
etc., de los que únicamente se podrán ofrecer exhibiciones, ya que no se juegan en
Francia. Por ejemplo, si los residentes americanos en París logran formar un equipo de
béisbol para jugar contra otro equipo de América, ese encuentro recibirá el patrocinio
y apoyo del Comité de la Exposición, que podría otorgar un premio; pero tendrá que
conservar necesariamente un carácter americano, esto es, puramente nacional.
La gimnasia sólo está abierta a gimnastas extranjeros como individuos. Las
sociedades gimnásticas no serán invitadas para competir en grupos, sino que enviarán
a sus mejores gimnastas para participar en el campeonato internacional, que será
individual. Diversos festivales gimnásticos reservados para las sociedades francesas
únicamente se llevaran a cabo durante la Exposición. Esta es una decisión prudente; al
355
adherirse a ella, no se ha hecho ningún intento de excluir a ciertas naciones mientras
se admite a otras, sino que la intención ha sido la de evitar problemas y disputas. Las
sociedades gimnásticas, sean del país que sean, siempre se comportan de una manera
más o menos marcial; marchan en orden militar, precedidas por su bandera nacional.
Después de las agitadas circunstancias de los últimos años, sería una cuestión delicada
reunir las banderas de oponentes recientes sobre el terreno de competición deportiva.
La esgrima incluye, desde luego, combates con floretes, con sables y con espadas.
Se puede prever una buena competición, en la que las escuelas francesa e italiana se
enfrentarán y establecerán sus respectivos méritos de forma sensacional. El boxeo
estará dividido, claro está, en boxeo inglés y francés. Es imposible combinar los dos
métodos, lo que ha quedado suficientemente demostrado por el reciente combate
que se disputó en París entre Charlemont, nuestro mejor campeón francés de boxeo, y
Driscoll, un boxeador inglés de segunda fila. Sin duda que la competición ofrecerá
alguna dificultad con respecto a las reglas que habrán de observarse, ya que éstas aún
no están definidas con toda la claridad deseable.
Luego siguen los deportes ecuestres y acuáticos, por ejemplo las competiciones de
polo, remo, vela y natación. Ha habido algún debate acerca de tener una competición
ecuestre en el verdadero sentido de la palabra, pero las dificultades para transportar
caballos valiosos, especialmente durante el tiempo de la Exposición, son tan grandes,
que la idea ha sido abandonada. Habrá tiro al blanco, tiro de pichón, tiro con arco, y
tiro con ballesta y con armas de fuego. Habrá toda una semana de de carreras en pista,
precedida de una sensacional carrera de ciclistas de veinticuatro horas. Finalmente, las
secciones séptima, novena y décima incluirán carreras de vehículos a motor,
competiciones de pioneros y bomberos, carreras de globos y pruebas de palomas
mensajeras. Todo esto es indudablemente interesante; pero no es deporte puro, y por
ese motivo, pasaré de largo sobre ello en este artículo.
II
A juzgar por el número de cartas que he recibido desde hace muchos meses, los
atletas americanos parece que están deseosos de participar en gran número en los
Juegos Olímpicos a orillas del Sena, y como la NORTH AMERICAN REVIEW me brinda la
356
oportunidad de impartir información, desearía aprovecharla para contestar, en la
medida de lo posible, a todas las preguntas que me han sido planteadas. Estas
preguntas son, por lo general, las siguientes: ¿En qué consistirán las competiciones?
¿Quién las organizará? ¿Cuándo y dónde tendrán lugar? ¿Estarán reservadas a
amateurs? En cuanto a la primera pregunta, ya he dado una explicación. Sobre la
segunda, sólo queda por añadir una palabra, la empresa de organizar las
competiciones de 1900 ha sido asignada a las personas y sociedades más competentes.
Durante un tiempo, los organizadores de la Exposición parecían tener interés por el
deporte. En consecuencia, se formó un comité privado con objeto de organizar los
Juegos Olímpicos, ya que la Exposición parecía a punto de renunciar a ellos. La pasada
primavera, o quizá más tarde, la postura fue reconsiderada y se decidió que las
competiciones deportivas debían ser, de una u otra forma, parte de la Exposición.
Pero los directores, al no tener la competencia necesaria, apelaron a las
sociedades. Esta llamada quedó sin respuesta, y con unanimidad llamativa se hicieron
ofertas para ayudar al Comité Organizativo Oficial presidido por M. Merillon. De este
modo, el Club de Polo de París ha llevado a cabo la preparación de los partidos de
polo; la Sociedad de Fomento de la Esgrima, de la cual M. de Villeneuve es su leal
director, ha recibido los poderes para organizar los concursos de esgrima; los deportes
atléticos han sido encargados al cuidado de la Unión Atlética Francesa, que no es sólo
la más importante de Francia, sino que también está conectada por tratado con la
célebre Asociación Atlética Amateur de Inglaterra. El tenis está dirigido por la Sociedad
de l’Ile de Puteaux, fundada por M. de Janzé. Esto basta para demostrar que, en todas
las ramas del deporte, se ha tenido cuidado de reclutar ayuda competente, y este no
es, ciertamente, un detalle insignificante. ¿En cuántas circunstancias han fallado estas
mismas competiciones atléticas por falta de competencia de aquellos que las
organizaban?
A petición de mis amigos americanos, insistí en que el atletismo debía llevarse a
cabo a mediados de julio. De esta forma, los atletas de las universidades americanas, al
llegar a Europa, podrán participar en los campeonatos ingleses, que se celebran el
primer sábado de julio, y de ahí viajar al continente para tomar parte en los de París. El
campeonato de gimnasia también se llevará a cabo en julio. Para la esgrima, el período
elegido es entre el 15 de mayo y el 15 de junio. Los partidos de polo tendrán lugar
357
sucesivamente entre el 1 y el 20 de junio. El ciclismo tendrá lugar en septiembre, en
torno al día 8; las competiciones de remo en junio, la natación en julio. En general, las
competiciones, con la excepción del fútbol, que es un juego de invierno, se celebrarán
entre el 15 de mayo y el 15 de septiembre. Este es, sin duda, un período demasiado
largo; habría sido mejor que todo hubiera tenido lugar durante el período de seis
semanas, pero el comisario general de la Exposición insistió en que se prolongara la
duración todo lo que fuera posible, y se accedió a su deseo.
Del mismo modo que las competiciones no tendrán lugar todas al mismo tiempo,
no todas se llevaran a cabo en el mismo sitio. Vincennes fue elegido inicialmente como
lugar capaz de unirlas todas; pero, aunque posee un bosque que casi rivaliza con el de
Boulogne situado en la otra parte de París, justo en el otro extremo, Vincennes no
ofrece las condiciones indispensables para ciertos deportes. Está perfectamente
adaptado para el atletismo, la gimnasia, el ciclismo y el tenis; una pista de ciclismo de
excelentes dimensiones ya está siendo construida; habrá pistas para las carreras a pie
y buenas pistas de tenis. Pero falta el espacio para el golf, el tiro y el polo; en cuanto a
los lagos, no hay lugar a la duda en cuanto a poder disputar en ellos las competiciones
de remo, mucho menos las de vela. Por ello casi está decidido que el tiro tendrá lugar
en Satory, cerca de Versalles, en el terreno de prácticas ordinario de las tropas
estacionadas en París; que los partidos de polo se jugarán en el campo del Club de Polo
en el bosque de Boulogne; que las competiciones de remo tendrán lugar en
Courbevoie, y las competiciones de vela en Meulan, dos bellos lugares en los
alrededores de París, donde el Sena es amplio y recto. En cuanto a los encuentros de
golf, para encontrar buenos campos, habrá que ir a Compiègne, a una hora en tren de
París. La Sociedad Deportiva de Compiègne ha hecho campos que satisfarían los
deseos de los más exigentes jugadores.
La cuestión más importante, la del amateurismo, sigue pendiente. Debido a que en
diferentes países no existe la misma definición de amateur, se pueden imaginar las
dificultades que surgen cuando se propone incluir a representantes de todas las
naciones en la misma competición. En relación a este punto, las condiciones no son las
mismas para todos los tipos de deporte. Los caballeros que tiran al pichón o que
toman parte en una carrera de yates buscan obtener premios en metálico y no son
descalificados por ello. En la esgrima no hay profesionales en sentido estricto, pero,
358
por otro lado, los profesores se enfrentan a amateurs; y sólo recientemente se ha
demostrado que en todas las competiciones ambos participan en números iguales, y
nunca se han dado premios de ningún tipo, lucharon sólo por el honor. Personalmente,
convencido como estoy de que el amateurismo es una de las primeras condiciones
para el progreso y la prosperidad del deporte, nunca he dejado de trabajar por ello; y
cuando, en 1894, propuse revivir los Juegos Olímpicos, fue con la idea de que estarían
siempre reservados únicamente a amateurs. Esta vez, sin embargo, ha prevalecido una
idea ligeramente diferente. Se decidió que, si era necesario reservar la primera
categoría a amateurs puros y protegerse en todo caso contra cualquier persona
sospechosa de que la mínima contaminación de profesionalismo se infiltrase entre
ellos, sería correcto tener también categorías para profesionales. Por tanto, habrá
competiciones especiales, pero la línea de demarcación entre amateurs y
profesionales se establecerá estrictamente y se será fiel a ella.
El motivo que, tal vez, haya influido esta decisión es el siguiente: nos encontramos
al comienzo de un nuevo siglo, y la Exposición de París es ciertamente única, una
ocasión casi excepcional para atraer y reunir a representantes de naciones extranjeras
de todas las clases. Por tanto, es una cuestión de importancia el establecer récords que
sean una especie de punto de partida atlético para el siglo veinte. Los amateurs y
profesionales, sin entremezclarse lo más mínimo, podrán verse en acción los unos y los
otros, y las comparaciones, una ventaja para el deporte, serán el resultado. No digo
que sea un converso a esta forma de pensar; no me resulta propio, y haré todo lo que
esté a mi alcance para que los próximos Juegos Olímpicos vuelvan a la verdadera teoría
del amateurismo, que declara la inutilidad del profesional y desea su desaparición.
Pero ahora estoy explicando otra visión de la cuestión, que no carece de interés, y que
puede ser aceptada, porque al mantenerse una separación absoluta entre amateurs y
profesionales, se previene a aquellos de perder su calidad de amateurs al mezclarse
con los últimos. Los intereses directos y personales de los amateurs quedarán así
protegidos y salvaguardados en 1900, y eso es lo importante.
III
359
Espero haber caracterizado suficientemente las competiciones de la Exposición de
1900 ofreciendo estos detalles. Podrá verse que, sobre todo, será una manifestación
deportiva de gran interés. El hecho de la coincidencia de la Exposición tiene la ventaja
de aliviar a los organizadores de toda otra ansiedad. Es cierto que no habrá escasez de
espectadores, y también es cierto que los atletas extranjeros no percibirán como
tediosa su estancia en París y que se llevarán un agradable recuerdo de ella. Puede
que, a este respecto, valga la pena subrayar que las exageradas afirmaciones sobre los
gastos en los que van a incurrir los visitantes no tienen fundamento. París es una de
esas ciudades que poseen el mayor número de hoteles, incluso en proporción al
enorme número de extranjeros que la visitan en este tipo de ocasiones. Son de todas
las clases; hay muchos de esos hoteles modestos, pintorescos y confortables que
nunca se ven en el Nuevo Mundo; en vista de la Exposición, se sumarán otros a los que
ya existen. Todo esto constituye una garantía de que la competencia evitará que los
precios se alcen más allá de los límites razonables. Pero no podría recomendar con
suficiente fuerza a los equipos que deseen participar en las competiciones atléticas,
que confíen el cuidado de la preparación y contratación de alojamientos y el llevar a
cabo los necesarios preparativos para la comida, etc., únicamente a encargados que
hablen bien francés y estén acostumbrados a la vida en París o a la vida francesa en
general. Al actuar así, el equipo no sólo obtendrá un gran ahorro de gastos, sino que
tendrá la oportunidad de ser hospedado más confortablemente y mucho mejor
atendido. Es innecesario mencionar que las sociedades deportivas, en especial la
Unión Atlética Francesa, que tiene sus oficinas en París, en la rue St. Honoré 229,
tendrá mucho gusto en atender lo mejor que puedan a los extranjeros que vengan de
todo el mundo.
Vienen en gran número. Durante el último verano, visité varias ciudades europeas
con el fin de hacer preparativos con los miembros de nuestro Comité Olímpico
Internacional, y encontré en todos los sitios un fuerte deseo de convencer a
representantes de todos los tipos de deporte para que compitan en París. Lo que me
llamó la atención durante este viaje fue el asombroso progreso llevado a cabo por el
deporte en los diez últimos años. Los anglosajones tienen algunos problemas en
hacerse a la idea de que otras naciones pueden dedicarse con éxito al atletismo. Puedo
entenderlo, y el sentimiento puede ser ciertamente excusado, porque ellos son los
360
que, en especial durante los últimos cincuenta años, han comprendido y practicado
mejor los ejercicios físicos. Pero si este honor es incontestablemente suyo, no significa
que jóvenes de otras razas, con sangre y músculos como los suyos, no sean
merecedores de seguir sus pasos.
Los países que más me han sorprendido en este rápido avance han sido Alemania y
Suecia. Berlín está realmente en camino de convertirse en un gran centro deportivo.
Visité con interés los clubes de remo, que se suceden uno al otro a orillas del Spree, a
las puertas de la capital; son ricos y prósperos. Hay que apuntar que el Emperador
siente un gran interés por el remo; ha construido de su bolsillo privado un club para los
estudiantes de las universidades de Berlín, y ha fundado regatas imperiales, a las que
concede importantes premios cada año y que preside a menudo en persona. Después
de lo que he visto, me sorprendería mucho si Alemania no tuviera un gran futuro
deportivo ante sí. Ya construye y fabrica barcos y todo tipo de artículos deportivos, y
esta industria parece muy próspera, prueba de que existe un mercado.
Ni los ingleses ni los franceses adquieren instrumentos deportivos de Alemania. En
cuanto a Suecia, el progreso del deporte fue impedido durante mucho tiempo por las
desmesuradas pretensiones de la famosa gimnasia sueca, que, al haber curado a
numerosos inválidos y fortalecido a innumerables niños, también reivindicaba ser
suficiente para los jóvenes y ocupar el puesto de los juegos para adultos y los ejercicios
de fuerza para ellos. Esto, claro está, no es así, y el hecho de que, por la acción del
príncipe heredero y representantes de la gimnasia, con el mayor Balck a su cabeza,
todo tipo de deportes se practiquen más y más, indica claramente que ningún sistema
de gimnasia, por muy completo y científico que sea, puede ocupar el lugar de su
beneficiosa acción. Existen notablemente dos establecimientos en Estocolmo,
Tattersall e Idrottspacken, que abarcan todo tipo de deportes, desde la equitación al
patinaje, en condiciones absolutamente dignas de los mejores clubes americanos de
Nueva York, Chicago o Boston.
En Viena, en Austria, se ha abierto recientemente un club atlético en el célebre
Prater. El edificio, que es muy elegante, está rodeado por campos de fútbol y de tenis,
y por pistas para ciclismo y carreras a pie. Finalmente, incluso en San Petersburgo,
donde están atrasados al respecto, es perceptible un movimiento a favor de los
ejercicios físicos. Está claro, por tanto, que el deporte se está expandiendo
361
gradualmente por todo el mundo y ocupando el lugar de las distracciones malsanas y
placeres nocivos de las vidas de los jóvenes. Este hecho gustará a todos los verdaderos
amigos de la juventud y del progreso. Que duda cabe que pueden discernirse y
lamentarse ciertos abusos. Estos pueden encontrarse en cualquier cosa; pero cuando
se comparan los abusos que causa el deporte con aquellos a los que pone fin, uno no
puede abstenerse de cantar sus alabanzas y trabajar por su propagación.
Es por este mismo motivo por el que he revivido los Juegos Olímpicos, y todo lo
que he dicho aquí me anima en esta tarea. Tiene enemigos, como cualquier otro
trabajo libre y vivo, pero también tiene amigos leales que son de gran ayuda. Es a estos
a los que apelo para preparar desde este momento en adelante la celebración en
América de los Juegos Olímpicos de 1904, en la creencia de que serán un gran éxito y
de que atraerán atravesando el océano a cualificados representantes de todas las
sociedades deportivas del mundo, para una manifestación que será digna del noble y
antiguo pasado olímpico y del glorioso futuro de la gran república americana.
En: The North American Review, Vol. CLXX, junio de 1900, pp. 802-811.
362
incluir la segunda Olimpíada en la Exposición Universal de París no le había gustado, ni
tampoco la idea, derivada del mismo, de organizar allí una sección deportiva distinta, a
la vez actual y retrospectiva. Este último proyecto se lo comuniqué el mismo día y
llevaba mi firma y la de G. Strehly, profesor del «Lycée Montaigne», helenista y
gimnasta renombrado. El proyecto consistía en edificar dentro del recinto de la
Exposición, o sus anexos, una fiel reproducción del Altis de Olimpia. En el interior de
los monumentos se agruparían todos los objetos y documentación sobre deportes,
tanto los de la antigüedad como los de la Edad Media y los de los tiempos modernos.
Picard, mientras nos aseguraba su simpatía, había «clasificado» el proyecto dentro de
su cerebro, esperando hacerlo en sus carpetas. Jamás recibimos la convocatoria
anunciada, y cuando, tres años más tarde, apareció el esquema oficial de la Exposición,
los deportistas se apercibieron con verdadero estupor que el patinaje habíase
encuadrado en la cuchillería, el remo en el salvamento, las sociedades deportivas en la
previsión social, etc. Mucho antes de todo esto, comprendí que, de cara a los Juegos
Olímpicos, nada podíamos esperar de Alfred Picard, a pesar de la gestión llevada a
cabo ante él por nuestro amigo A. Ribot, un ex presidente del Consejo de Ministros.
363
cuadros más selectos y refinados. La masa tendrá los concursos y fiestas de la
Exposición y, en cuanto a nosotros, organizaremos juegos para la minoría: selección de
participantes, poco numerosos, pero que abarca los mejores campeones del mundo;
selección de espectadores, gente de alcurnia, diplomáticos, profesores, generales,
miembros del Instituto. Para ellos, ¿qué más primoroso y delicado que un garden-party
en Dampierre, una fiesta nocturna en la rué de Varennes y excursiones a Esclimont o
Bonnelles?
Sin embargo, nuestros recursos no iban a limitarse a este solo aspecto. Había que
designar un comisario general que moviese toda la organización, y logré que Robert
Fournier-Sarlovéze, cuya energía e inteligencia dúctil y práctica a la vez me eran bien
conocidas, aceptase el puesto. Con él venían la «Société de Sport de Compiégne», sus
bellos campos de juego, su grupo de socios amables y bien dispuestos. Los deportes
atléticos, carrera a pie y concursos, se confiarían al Racing Club en homenaje de
gratitud por el apoyo prestado por esa entidad cuando la eclosión de los deportes
escolares. Por la misma razón, el fútbol pertenecía de derecho al Stade Francais. Así,
los dos clubs fundadores de la USFSA cosecharían los honores, después de haber
sufrido las penas. La «Société d'Encouragement a l'Escrime» prometía apoyo; otras
entidades ofrecían también el suyo...
Para percatarse de que este plan nada tenía de irrealizable, el lector deberá hacer
un esfuerzo de imaginación y representarse el estado de cosas hace 30 años. En aquel
tiempo, nada había más penoso que agrupar numerosos espectadores alrededor de
una reunión deportiva. El atractivo era insuficiente. Sólo los velódromos atraían de vez
en cuando las multitudes. Cuando, algunos años antes, el Racing Club recibió la visita
del estupendo equipo del Manhattan Athletic Club, de Nueva York, las entradas
cubrieron escasamente dos tercios del presupuesto. El año siguiente, el primer
encuentro anglo-francés de fútbol jugado en Francia originó un déficit considerable, a
pesar de que estuvo presidido por el nuevo embajador en Francia, el célebre lord
Dufferin. Y cuando, poco después, la primera regata a ocho celebrada en Andrésy
contra el London Rowing Club, hubo terminado, ante la más profunda y cortés
estupefacción de nuestros huéspedes con una victoria francesa, no se concedió al
364
hecho la menor importancia. ¿Qué tenía de particular? El deporte, según definición de
un universitario, era un «recreo» y no debía ser nada más. La opinión seguía inmersa
en una profunda rutina...
365
recibirían con ello satisfacción suficiente para interesarlas en la empresa. Pero, ¿y las
condecoraciones? ¡Santo cielo! Había olvidado las condecoraciones. En Francia, ¡qué
locura!, a menos de crear por nuestra parte una «orden internacional», no teníamos
siquiera una cinta verde, amarilla o violeta para distribuir. Por otra parte, era imposible
integrar una a modo de «promoción» olímpica encuadrada dentro de la distribución
general de recompensas de la Exposición.
366
famosos concursos. No era, ni mucho menos, el hombre más indicado, pero era
«alguien». Los pequeños roces relatados antes no atenuaron para nada la cordialidad
de nuestras relaciones. Estimaba que con él podíamos entendernos y, sin fusionar los
dos grupos, asociarles para sacar de todo ello una celebración decente de la II
Olimpíada. Hubo una nueva gestión a cargo de Ribot, pero estrellose contra la
irreductible oposición de Alfred Picard hacia los Juegos Olímpicos, que tildaba de
«anacronismo».
367
conde Brunetta d'Usseaux, que había entrado en el COI el año anterior, y yo. Mérillon
estaba mayormente preocupado por el extranjero, donde los comités constituidos
para la Exposición no podían ayudarle en nada, mientras por otra parte se daba cuenta
de que sólo nuestros colegas le sacarían de apuros. Me suplicó les enviase una circular,
lo cual hice inmediatamente. También le propuse aprovechar un próximo viaje a los
países centrales y septentrionales para activar los esfuerzos de los miembros del COI.
Este viaje tenía por objeto recoger documentación de cara a una serie de estudios
sobre «El porvenir de Europa», prometidos a L Indépendance Belge, y que se
publicaron, en efecto, a partir del otoño. Mérillon habría deseado que prolongase mi
viaje a fin de incluir en él el mayor número de países, lo cual beneficiaría ampliamente
la empresa cuya responsabilidad le incumbía, pero Picare! rehusó darle crédito alguno
para tal fin. Aseguré a Mérillon que, por donde yo pasara, serviría su causa con todo
entusiasmo, porque, en definitiva, era también la mía desde el momento en que se
acordó que «los Concursos de la Exposición tenían carácter de Juegos Olímpicos»,
fórmula pobre y abstracta que aceptamos como mal menor, esperando poder
sustituirla poco a poco con algo más elegante y razonable.
368
estaba claro que la idea de participar no era muy entusiasta. Si comparamos aquellos
tiempos con las confrontaciones franco-alemanas de años recientes, próximas, sin
embargo, a otros acontecimientos trágicos y sangrientos, podrán apreciarse los
estupendos progresos del espíritu deportivo.
Sin embargo, en 1900 este espíritu no existía más que instintivamente entre los
verdaderos deportistas. La masa no tenía la menor idea y, como es natural, la
Administración menos todavía. Por otra parte, si el espíritu deportivo fallaba entre
estos señores del Campo de Marte, su técnica no era mucho mejor. Gracias a sus
desvelos, pasaban de vez en cuando notas circulares, vacías de información y carentes
de utilidad. Como muestra de paradoja, era el comité difunto, o sea, el Comité La
Rochefoucauld, el que seguía investido de la confianza extranjera, y como nada más se
recibía, todos se dirigían al Presidente del COI. Las reclamaciones se multiplicaban. El
11 de octubre - seis meses antes de la apertura - Caspar Whitney manifiesta el
descontento de los americanos. El 23, es Jiri Guth quien declara que en Praga cunde el
desánimo ante la falta de noticias, pues nadie sabe qué pensar ni qué hacer. Poco
después, la misma campanada procedente de Copenhague. En todas partes se
manifiesta la desconfianza de cara a los Juegos «organizados por todos estos
incompetentes», según escribe Sloane. Continuamente se pide mi intervención.
Whitney reclama ingenuamente a su embajada de París que obtenga de la Exposición
la renuncia al plan oficial y que se otorgue simplemente «el dinero y la libertad» a las
personas elegidas por el COI. Y el 14 de abril de 1900, el conde Thun Valsessina,
chambelán de Francisco-José, reclama «que ante los Juegos de París» se incluya en el
COI un miembro austríaco; igual proposición del Canadá.
369
Las competiciones atléticas - carreras, saltos y lanzamientos - se celebraron, pues,
en el Bois de Boulogne el 19 de julio de 1900, bajo mi presidencia y la presidencia de
honor del ministro de Comercio, Alexandre Millerand, que pasó toda la tarde con
nosotros y hasta pareció interesarse por las gestas de algunos atletas, aunque, por mi
parte, me abstuve de tenerle al corriente, viendo la poca atención que prestaba a las
pruebas. La mayoría de los hombres políticos compartían la opinión de los medios
universitarios de la época, que consideraban el deporte, a lo sumo, como un aperitivo,
que debía apreciarse a título secundario, como toda sana diversión. No distinguían, por
ejemplo, diferencia alguna entre el juego de bolos y el fútbol. En cuanto al Olimpismo,
no veían en él más que un neologismo excéntrico y superfluo. Seis años más tarde, en
el transcurso de un banquete, esta palabra originaba todavía una sonrisa desdeñosa e
incrédula en los labios del ministro... que seguía siéndolo recientemente, aunque
supongo debe haber mudado de opinión.
De los demás concursos de 1900, nada tengo que decir aquí. Se les dedicó una gran
dosis de buena voluntad. Los deportistas hicieron cuanto estaba en sus manos para
salir airosos. Se registraron resultados interesantes, aunque nada tenían de olímpicos.
Según frase de uno de nuestros colegas, habían «utilizado nuestra obra para
triturarla». Frase feliz que caracteriza la experiencia de 1900 y que probaba que en el
futuro había que guardarse muy mucho de anexionar jamás los Juegos a ninguna de
estas grandes ferias, dentro de las cuales su valor filosófico se evapora y su mensaje
pedagógico resulta inoperante. Desgraciadamente, el matrimonio recién concertado
era más sólido de lo que pensábamos. Dos veces más, en 1904 y 1908, y debido a
razones presupuestarias, nos veríamos obligados a establecer contacto con
exposiciones. No fue hasta 1912 que, gracias al esfuerzo sueco, se consumó el divorcio.
De aquella unión engorrosa, como mínimo se derivó para el Olimpismo una situación
cada vez más independiente y, finalmente, la certeza de no verse jamás reducido al
humillante vasallaje a que se le sometió en París.
4.2.2/13-4.2.2/15 Introducción
370
Tampoco el período que va desde París 1900 hasta los primeros Juegos Olímpicos
en suelo americano en el año 1904 es prolijo en actividades olímpicas. Después de
1896, el COI se reunió en sesión por segunda vez en París en 1901 con el fin de
valorar los acontecimientos pasados, en especial los Juegos de 1900, y para
determinar la sede de 1904. Los Juegos fueron concedidos a Chicago, pero muy
pronto comenzó una batalla con San Luis, que quería adornar la Exposición Universal
de 1904, que iba a tener lugar ahí, con los Juegos Olímpicos. El siguiente extracto de
la Campaña deportiva de Coubertin describe los preparativos para 1904 desde una
perspectiva europea y los problemas a los que se vio expuesta.
Con la concesión de los Juegos a una ciudad americana, la presidencia del COI
debía haber pasado según los estatutos durante cuatro años al representante de
Estados Unidos en el COI. Pero el profesor Sloan insistió en que Coubertin siguiera
dirigiendo el COI. En París se decidió además la convocatoria de un Congreso
olímpico en Bruselas sobre las cuestiones de la unificación del programa de
competición y del reglamento. Pero éste no se celebró hasta 1905. En su lugar,
Coubertin se ocupó del asunto del sitio de celebración de los IV Juegos Olímpicos de
1908. Al quedar San Luis demasiado lejos como punto de reunión, convocó al COI en
Londres para su tercera sesión en 1904. Ahí debía recibir Roma los Juegos de 1908.
Después de “tres silenciosos años, en los que el COI apenas se había reunido y que
estuvieron repletos de abundante correspondencia”, Coubertin creía que “era la
hora de volver a sacar a la palestra (al COI)” (Memorias olímpicas, pág. 70). La
reunión de Londres se afrontó por ello con grandes fastos.
371
Recibimos de Ultramar excelentes noticias sobre los preparativos que se hacen en
Chicago cara a la próxima Olimpiada. Nuestros amigos americanos no han tardado en
ponerse manos a la obra. Tan pronto como se conozca la decisión del Comité
Internacional de celebrar los Juegos Olímpicos de 1904 en Chicago, el Comité local
interino se convertirá en una Sociedad definitiva. Hay que recordar que este comité
estaba integrado por los ciudadanos más conocidos e influyentes de la ciudad, los
cuales se habían comprometido, en caso de resultar elegida su ciudad, a tomar las
medidas necesarias para garantizar la celebración de los Juegos de 1904 en las
condiciones requeridas para su buen éxito. Una primera reunión, celebrada el 5 de
junio último, concluyó con el nombramiento de cinco comisarios, los Srs. H.-J- Furber,
el Dr. W. Harper, Presidente de la Universidad de Chicago, Volney Foster, Presidente
de la Union League Club, J.-B. Payne, ex-juez del Tribunal supremo de los Estados
Unidos, E.-A. Potter, Presidente del American Trust and Saving Bank Cº.
Committees
372
General Committee
373
1. Legal
2. Finance
3. Publicity
4. Auditing
5. Administration
6. Athletic
7. Program
8. Concessions
9. Music
10. Spectacular display
11. Decoration and Illuminations
12. Prizes
13. Public order
14. Invitations
15. Transportation
16. Ceremonial
17. Reception
18. Banquets
19. Site
20. Preliminary athletics
21. Construction
Commissions
Las dos primeras subcomisiones creadas han sido las de Finanzas y Publicidad. La primera
tiene como presidente al Sr. B.-G. Rosenthal; forman también parte de ella los Srs. H.-W.
Hingbothen, que presidió la organización de la Exposición universal de 1893, Ch.-L.
Hutchinson, director del Art Institute y tesorero de la Universidad. La subcomisión de
Publicidad está presidida por el Sr. Adisson C. Thomas, director de la Asociación de la Prensa
374
del Oeste, el cual aporta de forma enteramente natural el valioso concurso de esta poderosa
asociación.
La opinión pública sigue siendo adicta a nuestra causa y apoya calurosamente a los que
trabajan por ella. Si algo puede incrementar sus simpatías y excitar el celo de los habitantes
de Chicago, ello es, sin duda, los torpes ataques como los de la prensa griega hechos
últimamente por ciertos periódicos (no los más leídos, ciertamente) que han hablado de los
Juegos Olímpicos en términos despectivos e incluso se han atrevido a sugerir que existía una
coalición europea firmada por diversas sociedades deportivas para hacerlos fracasar. Estos
ataques han sido ignorados; si se reanudasen, producirían, sin duda, un efecto justamente
contrario al pretendido, pero hay quien piensa que los periódicos griegos volverán a mirar
las cosas de forma bastante más favorable, ello tanto más cuanto que, a fin de cuentas, la
civilización helénica sólo puede beneficiarse de la celebración en países extranjeros de unas
olimpiadas que rememoran una institución de su glorioso pasado, del que el pueblo griego
está justamente orgulloso. Por lo demás, sea cual fuere la actitud de los demás países en
este asunto, sería conocer muy mal a los americanos pensar que se les puede hacer
retroceder levantando ante ellos el espectro de una oposición por parte de esa vieja dama
llamada Europa.
El Sr. Henry Bréal, que ha pasado una parte del verano en Chicago, ha tenido una
excelente acogida y ha podido ver con sus propios ojos que la empresa por la que había
abogado con gran habilidad en la sesión del Comité Internacional en París durante el mes de
mayo último tiene asegurado desde ahora un completo y brillante éxito.
375
4.2.2/14 Trasladando los Juegos Olímpicos de 1904 (Circular a los miembros del COI) / El
cambio de los Juegos Olímpicos de 1904
El cambio de los Juegos Olímpicos de 1904 de Chicago a San Luis ha sido acogido con gran
entusiasmo en los Estados Unidos. Tenemos motivos para pensar que la celebración de la
olimpiada revestirá todo el esplendor deseable. El Presidente Francis me ha prometido que
la dirección de la Exposición sería muy diligente a la hora de determinar fechas y condiciones
de las pruebas. Por lo demás, le he pedido al Comité de la Amateur Athletic Union, la más
poderosa organización deportiva estadounidense, que esté atenta a ello.
Por otra parte, la apertura de la tercera olimpiada, coincidiendo con el décimo aniversario
del congreso de 1894, dará lugar a una fiesta cuya fecha y programa se fijará posteriormente
y que se celebrará en París. Allí podrá admirarse la maqueta del monumento que el ilustre
escultor Bartholdi ha aceptado hacer para conmemorar la restauración de los Juegos
Olímpicos. A partir de hoy abrimos una suscripción para llevar a cabo ese monumento que se
alzará en algún lugar de los alrededores de París. Esperamos su gustosa participación; las
suscripciones deben dirigirse a mi nombre; serán depositadas en el Crédit Lyonnais.
Le ruego que acepte, querido Señor y colega, mis mejores y más sinceros deseos.
Circular del presidente del C.O.I. París, 30 de abril de 1903 (Archivos del C.O.I.)
377
situation can only be fully appreciated when it is seen that M. J.-E. Sullivan is not on the
committee. El Sr. Sloane y yo nos informamos. Éste me escribió el 12 de diciembre de 1900:
“Parece cierto que se trabaja para constituir una comisión internacional con vistas a
organizar unos Juegos en Búfalo el año próximo, pero no consigo saber nada más porque los
que conocen la cosa se callan prudentemente o están llenos de reticencias”.
Aquella Unión Internacional de la que yo oía hablar por primera vez se había intentado
formar a nuestras espaldas durante la Exposición de París, con idea de monopolizar en su
provecho los Juegos Olímpicos del futuro, pero el proyecto había fracasado. La entrevista del
Sr. Sullivan le asestó el golpe de gracia. El Sr. Bergh declaró a un periodista del Chicago
Record que no sólo no había participado nunca en una fundación de ese tipo, sino también
que desaprobaba todo intento dirigido contra el Comité Internacional, declaración a la que
siguieron otros desmentidos. El Sr. Sullivan se quedó un tanto aturdido ante este resultado
y, por lo demás, el efecto que todo aquello produjo en Chicago fue el que era de prever.
Desde el momento en que aparecía un movimiento hostil procedente de Nueva York, el
patriotismo local hizo suyo el proyecto, que a partir de ese momento cobró para él un
enorme interés. Por lo demás, Chicago celebraba en 1904 su centenario –el centenario de
algunas chozas plantadas en su suelo por iniciativa de audaces traperos-. ¿Qué mejor medio
de llamar la atención del mundo sobre aquel aniversario que celebrar en el mismo lugar los
Juegos Olímpicos? La agrupación que inmediatamente se formó era muy representativa de
las energías yanquis; comprendía a los cabezas de los tres principales bancos de Chicago, al
presidente del Art Institute, al de la Universidad, a un representante cualificado de la prensa
y, finalmente, a cinco o seis ciudadanos “preeminentes”. Como he dicho, esto ocurría el 13
de febrero. El 10 de mayo yo estaba en posesión de un completísimo informe para ser
sometido a mis colegas del Comité Internacional.
Este informe comprendía la petición oficial firmada por catorce miembros del Comité de
Chicago, una carta de su “chairman”, el Sr. H.J. Furber, una declaración del presidente de la
Universidad de Chicago, el Dr. Harper, estipulando que los campos de juego de la
Universidad eran ofrecidos gratuitamente para la celebración de la tercera Olimpiada y, por
último, una carta del ministro de Asuntos Exteriores de Francia en la que se transmitía al
Comité Internacional las copias de estos documentos legalizadas por el Cónsul de Francia en
378
Chicago78. Otros documentos menos oficiales exponían el plan financiero (se contaba ya de
antemano con doscientos mil francos) y el programa eventual de los Juegos, congreso y
manifestaciones artísticas cuyo teatro podía ser Chicago en 1904; programa admirablemente
concebido y en el que cabía inspirarse ventajosamente en el futuro. Pero no se detenía aquí
el trabajo de los ciudadanos de Chicago. Para estar más seguros del triunfo, habían elegido a
un abogado: el Sr. Henry Bréal recibió de ellos el encargo de defender su causa, y lo hizo con
tanta habilidad como ardor. Por lo demás, nuestros colegas americanos se mostraban
favorables: el Sr. Stanton preconizaba claramente la candidatura de Chicago, y el profesor
Sloane y el Sr. Whitney, que no habían podido venir, lo defendieron sin reservas. Sólo podía
aparecer un punto negro. Empezaba a hablarse de la más que probable celebración en 1904
de la Exposición universal que hubiera debido celebrarse en San Luis en 1903. El destino de
las exposiciones americanas es, claramente, el de sufrir retrasos. Cristóbal Colón, en lugar
de ser festejado en 1892, había tenido que esperar a 1893. Lo mismo iba a ocurrir con el
centenario de la adquisición de Luisiana. Desde San Luis nos habían anunciado la visita de un
delegado con el encargo de pedirnos, en previsión de ese cambio, que escogiésemos
eventualmente San Luis, pero no había ningún documento apoyando aquella petición. El
enviado no apareció; se limitó a escribir. Urgido por nuestras preguntas, me respondió en el
último momento que en San Luis “no estaban aún en situación de hacer una propuesta
oficial”. Ante la enorme delantera que había tomado Chicago y la falta de seguridad que
seguía planeando sobre la fecha definitiva de la World’s Fair, ¿podíamos dudar? Después de
todo, siempre habría tiempo para autorizar un cambio ulterior si los acontecimientos
obligaban a ello. Mientras tanto, el excelente ejemplo dado por Chicago, donde se había
constituido un comité competente y poderoso con tiempo sobrado y con todas las garantías
deseables, merecía ser alentado.
78
Al haber sido publicado este documento en la Revue Olympique de julio de 1901, me abstengo de reproducirlo
aquí
379
vecinas. Al día siguiente de esta manifestación, los iniciadores del proyecto se pusieron
afanosamente a trabajar. Su primer acto consistió en transformar una organización
embrionaria en una sociedad permanente en seguida incorporada, es decir, reconocida
legalmente; su duración era de diez años y su capital inicial de doscientos mil dólares. Los
administradores fueron los Sres. Furber, el Dr. Harper, J.B. Payne, ex juez de la corte
suprema de los Estados Unidos, Volney Foster, presidente de la Union League club y E.A.
Posser, presidente del American Trust and Saving Bank Co. Se nombraron comisiones
competentes que empezaron a funcionar. Naturalmente, la prensa creó perspectivas
ilusorias lo mejor que pudo, abriendo secciones olímpicas en las que amontonaba visiones
sensacionalistas. Se llegó incluso a anunciar como segura la presencia en Chicago del rey de
Grecia. Es cierto que el cónsul heleno, un tal Sr. Salopoulo, había dado pie a ello sugiriendo a
los organizadores, en una carta que hizo pública, ofrecer al monarca la presidencia de los
Juegos. Este torpe exceso de celo no dejó de provocar fuertes protestas, pues la opinión
pública no admitía que un soberano extranjero pudiera ser llamado a ejercer semejante
función, que correspondía por derecho al presidente de los Estados Unidos. El Sr. Mc Kinley,
al que yo había escrito el 28 de mayo de 1901, se mostraba dispuesto a aceptarla. Tras el
asesinato del infortunado Presidente, las disposiciones de su sucesor, el Sr. Roosevelt, no
podían dejar lugar a dudas: el más deportista de los jefes de Estado tenía, naturalmente,
todas las simpatías por los Juegos Olímpicos. Así, cuando fue allí, el Sr. Furber encontró en
Washington la más favorable acogida. El 6 de mayo de 1902, me escribió encantado por el
giro que tomaban las cosas. Además de los muy considerables recursos locales, se contaba
también con una fuerte subvención del gobierno federal, y el 28 de mayo, el Sr. Roosevelt se
comprometía a inaugurar personalmente la olimpiada americana y a hacer que participasen
en ella el ejército y la marina79. Así pues, todo marchaba a la perfección. Sin embargo,
cuando ese mismo verano de 1902, el Sr. Furber, que no ahorraba esfuerzos y hacía una gira
buscando adhesiones en Europa, vino a verme a Alsacia, le comenté algunas preocupaciones
que me rondaban por la cabeza. No me sorprendió recibir de él, el 26 de noviembre una
larga misiva oficial acompañada por una no menos larga misiva explicativa. Esto era lo que
había pasado. Desde hacía algún tiempo, el cambio de fechas de la Exposición de San Luis a
1904 era algo definitivo; aquel enorme retraso hacía temer que tampoco en 1904 pudiera
celebrarse. Pues bien, las “ambiciones atléticas” germinaban en la mente de los
79
La Revue Olympique de julio de 1902 publicó la carta presidencial.
380
organizadores. Se les había visto proclives a un entendimiento con el Comité de Chicago para
que participantes y espectadores en los Juegos Olímpicos fuesen a visitar San Luis. Pero
querían claramente más. Querían los Juegos. Las autoridades de la Exposición esperaban que
el Sr. Furber desembarcase para pedirle que se renunciase a Chicago y para darle a entender
que, en caso de necesidad, San Luis sabría hacer la competencia a Chicago y le opondría toda
una serie de pruebas dotadas con enormes premios. Aquella manera de actuar era muy poco
deportiva, pero, después de todo, bastante yanqui. Como cabía esperar, el Sr. Furber
respondió que la cosa dependía del Comité Internacional, pero que el Comité de Chicago,
llevado por un espíritu amistoso, no se negaba de entrada a deliberar. Esta respuesta era
prudente, pues el Sr. Furber, que había pasado varios meses en Europa, desconocía si la
opinión de sus propios conciudadanos había cambiado. Se preguntaba, sobre todo, si los
nuevos dirigentes de la Amateur Athletic Union, cuya dirección se elige anualmente, estarían
a favor de Chicago o, por el contrario, de San Luis. El presidente de la Exposición, el Sr. Dr.
Francis, marchó, por lo tanto, a Chicago, acompañado por sus más eminentes colaboradores,
para conferenciar con el Comité de los Juegos, a la vez que mandaba hacer las más urgentes
gestiones ante mí al Comisariado francés, entonces dirigido por el Sr. Michel Lagrave.
Pronto resultó evidente que el Comité de Chicago estaba algo asustado por la fuerza de
las reivindicaciones de San Luis. Por otra parte, el cambio resultaba una humillación. Los
periódicos tronaban y, el 5 de diciembre, una colosal manifestación de estudiantes, a la que
se unieron los profesores, votó una vehemente convocatoria al Comité Internacional
invitándole a que no cediera. Las elecciones de la A.A.U. habían sido favorables a Chicago. El
Sr. Furber preconizó una solución a la que se sumó San Luis. Las dos ciudades rogarían al
presidente de los Estados Unidos que pidiese al Comité Internacional el retraso de los Juegos
a 1905, los cuales se celebrarían ese año en Chicago. Sin embargo, y leales hasta el final, los
miembros del Comité de Chicago decidieron proseguir con la ejecución del plan primitivo,
pese a la hostilidad de San Luis, a poco que el Comité Internacional se lo pidiera.
381
autorización del cambio, tras haber pedido previamente y de manera oficiosa la opinión del
presidente Roosevelt. Éstos fueron los resultados de la votación. Se emitieron veintiún votos
de un total de veintiséis. Catorce autorizaron el cambio; dos se opusieron; cinco se
abstuvieron. El 10 de febrero de 1903 telegrafié el resultado al Sr. Furber y lo confirmé al día
siguiente en una carta colectiva dirigida a los miembros de su Comité. Inmediatamente
después rogué al presidente de la Amateur Athletic Union de los Estados Unidos, a la sazón
el Sr. Walter H. Liginger, y a sus colegas en la dirección que se entendiesen directamente con
los dirigentes de la Exposición de San Luis con vistas a un nuevo programa de los Juegos. Lo
más sencillo hubiera sido, sin duda, ejecutar sin tocar nada el admirable programa
confeccionado por el Comité de Chicago. Pero pedir a la gente de San Luis que aceptase, así,
la tutela de la gente de Chicago hubiese sido demasiado atrevido. Ante aquella coyuntura,
me pareció que el procedimiento más seguro y más rápido a la vez era provocar la
intervención de la Amateur Athletic Union. Los días 10, 11 y 12 de agosto de 1903, una
delegación de la A.A.U. se entrevistó en San Luis con el nuevo director del “Physical Culture
Department” de la World’s Fair, quien no era otro que el Sr. James E. Sullivan, el cual
demostraba ahora un gran celo por nuestros Juegos y se daba mucha prisa en trabajar por el
éxito de la Tercera Olimpiada.
Por lo demás, he de decir que su trabajo fue inmenso y que el éxito que obtuvo fue
considerable. Lamentablemente, sólo un número relativamente pequeño de atletas
europeos atravesaron el océano. Los elevados gastos del viaje y de la estancia no permitían
en ningún caso contar con equipos muy fuertes. Pero es cierto que la pelea Chicago-San Luis
y los titubeos que se derivaron de ella disminuyeron todavía más la cifra de las buenas
voluntades.
Los Juegos de San Luis no carecieron de originalidad. El “colmo” del espectáculo, si cabe
hablar así, fue sin lugar a dudas lo que los americanos llamaron en su pintoresco lenguaje el
“anthropological day”, día que duró alrededor de cuarenta y ocho horas. Durante aquellas
reuniones deportivas inéditas, se vio medirse en el Estadio a indios Sioux y Patagones, a
Cocopas mejicanos, a Moros de Filipinas y a Ainus de Japón, a Pigmeos de África, a Sirios y a
Turcos, estos últimos un tanto halagados por la compañía. Todos ellos participaron en las
pruebas habituales de las naciones civilizadas: carreras a pie, lucha, lanzamiento de peso y
de jabalina, saltos, tiro con arco. En ninguna otra parte fuera de América se hubiesen
atrevido a incluir en el programa de una olimpiada semejantes números, pero a los
382
americanos les está permitido todo; su ardor juvenil hizo que las sombras de los grandes
antepasados helenos se inclinasen a la indulgencia, si por ventura hubiesen vagado en
aquellos momentos entre la divertida multitud.
4.2.2/16 La tercera Olimpiada en los Estados Unidos y la reunión del COI en Londres
De la aventura de 1900, el COI no salió nada debilitado. Los tres círculos concéntricos:
Base-Plantel-Fachada, se habían enriquecido con algunos excelentes reclutas: Godefroy de
Blonay (Suiza), el coronel Holbeck (Dinamarca), Clarence de Rosen (Suecia), Sir Howard
Vincent (Inglaterra), eran ya convencidos y gente dispuesta. El príncipe Georges Bibesco
(Rumania), y los miembros Reyntiens (Bélgica), De Beistegui (Méjico), De Ribeaupierre
(Rusia), Hébrard de Villeneuve (Francia), podían considerarse simpatizantes, aunque tibios
todavía. Finalmente, los príncipes de Salm-Hortsmar (Alemania) y Sergio Beliosselsky (Rusia)
doraban nuestros galones. La idea olímpica había ganado más que perdido, puesto que aún
no había terminado el año 1900 y ya nos preocupábamos del lugar dónde debían celebrarse
los Juegos de la III Olimpíada. Desde 1894 habíase acordado tácitamente que sería en los
Estados Unidos. Grecia, Francia, Estados Unidos: trinidad de principio muy propicia para
acentuar el carácter mundial de la institución y establecerla sobre bases indiscutibles.
383
profunda amistad. ¡Chicago! creía ver nuevamente, como en 1889, sentado detrás de sus
papeles, a Pullman, el millonario-filántropo de carrera tan representativa en la América de
entonces, y luego a este mismo doctor Harper, explicándome con frío énfasis que la
superioridad de su Universidad radicaba en el hecho de que «funcionaba como una
compañía de ferrocarriles». Pero a esa primera visión de la ciudad de los mataderos,
ahumada y ruidosa, se superponía otra radiante. Ante la grandiosidad y la auténtica belleza
de la Feria Mundial de 1893 me sentía penetrado de admiración por la brusca subida de tal
savia.
384
celebraron ruidosamente cuando recibieron por cable el resultado de la votación. Poco antes
había escrito al Presidente de Estados Unidos para exponerle, con el historial de su
renovación, la necesidad que tenía él mismo de patrocinar los Juegos y de proclamar
personalmente su apertura. Pero MacKinley fue asesinado. Este crimen abrió
automáticamente el acceso al poder supremo al vicepresidente Th. Roosevelt. Éste era un
convencido, un amigo, y desde entonces se iluminaron los horizontes de la III Olimpíada.
385
presidente de la Exposición de San Luis, nos transmitió por cable su profundo
agradecimiento. En cuanto a Sullivan, entusiasmado y adicto, me aseguró que aquello sería
«el conjunto más espléndido de hazañas deportivas que el mundo habría visto».
Todo sucedió conforme a este plan. La sesión fue un éxito bajo todos los aspectos,
menos uno, puesto que yo habría querido asociar en cierta manera al Movimiento Olímpico
las universidades de Cambridge y Oxford y también el viejo colegio de Rugby, esa Meca de la
386
pedagogía deportiva. Pero mis queridos amigos R. S. Laffan y Sir Howard Vincent habían
planeado tan bien las cosas que, aparte del trabajo, toda la semana del 19 al 27 junio estuvo
ocupada por gran variedad de festivales: Almuerzo en Mansion House, ágapes en
Westminster y en la célebre y lujosa corporación de los Fishmongers, excursiones a Windsor
y Hurlingham, etc. Además, todos mis colegas no comprendían probablemente como yo el
deseo de asociar el mundo universitario al renacimiento olímpico. En América, donde, según
dije antes, las universidades dominaban entonces el atletismo, era cosa hecha. En Europa,
por el contrario, ello no se vislumbraba en parte alguna. No voy a someter aquí a proceso a
los estudiantes o más acusadamente a su mentalidad, asociándola con la mentalidad de sus
profesores. Esta digresión estaría fuera de lugar, pero es demasiado evidente que bajo
múltiples aspectos (el Olimpismo es sólo uno de ellos) la colaboración con los elementos
universitarios entre 1890 y 1930 ha fallado de manera constante y engorrosa en
manifestaciones públicas. A menudo, aparecieron dispersos y, con harta frecuencia,
desparramados sobre encrucijadas intrascendentes o metidos en estériles empresas, pero
casi nunca trabajando con empeño y continuidad junto al vasto complejo de las grandes vías
de comunicación mundial. Cuando, muy tardíamente los estudiantes han venido al deporte,
han reclamado incluso unos Juegos Olímpicos especiales para ellos. Es cierto que los obreros
hicieron lo mismo y se me ha reprochado haber tenido, frente a uno y otro caso, una actitud
contradictoria. La explicaré a su debido tiempo.
387
ella sólo surgían las tendencias regionalistas, mucho más acentuadas entonces que ahora.
No todos aceptaban la primacía de Roma. Milán se consideraba como la única metrópoli
deportiva de la península. Tras ella, Turín hacía prevalecer sus títulos.
Rodeamos el acuerdo con el empaque de gran solemnidad, gracias a la cual mis colegas
alemanes retiraron su proposición de designar Berlín. Presenté cuidadosamente la
resolución como un homenaje internacional a la antigüedad romana, lo cual permitiría
también luchar eficazmente en el futuro contra toda tendencia a desmenuzar los Juegos
entre muchas ciudades. Hasta aquel entonces, no cabía ningún mal entendido sobre este
punto: Atenas, París, Chicago, San Luis, habíanse presentado como centros únicos en todos
los aspectos. Esta vez, diarios y comités hablaban de la otorgación de los Juegos de 1908 a
Italia, dejando traslucir su segunda intención de dividir los concursos entre varias ciudades
italianas. Peligro grave que debía descartarse a cualquier precio, y que explica el por qué de
nuestra machacona insistencia en hablar de Roma y sólo de Roma con tenacidad incansable.
Hecho público el acuerdo, llevose el comunicado a la embajada de Italia. El embajador lo
telegrafió al soberano con nuestros saludos, e hizo lo propio con el alcalde de Roma, el
príncipe Colonna. Ya el 27 de febrero, la Junta Communale, reunida en el Capitolio, se había
ocupado del asunto acordando un patronazgo eventual efectivo. La contestación del
príncipe Colonna fue calurosa. El ministro de la Casa Real telegrafió no menos explícitamente
que el rey le encargaba agradecer vivamente al Comité Internacional que «proclamando a
Roma sede de la IV Olimpíada» daba a Italia «un tan eficaz testimonio de cordial simpatía».
Poco después, nuestros colegas Gebhart y Kemény embarcaban para Estados Unidos,
llevando nuestros mejores mensajes -aunque discretos- para los organizadores de los
Juegos. Mientras acababa de afianzarse en Europa, el COI tenía interés en no ver disminuida
su posición en América. Los puntos esenciales indicados más arriba, se habían alcanzado, y
sería una auténtica imprudencia el quemar etapas: «Saber esperar» era nuestro santo y
388
seña.
Desde luego, estos Juegos de San Luis carecían de atractivo. Personalmente, yo no tenía
ningún deseo de asistir, e incluso experimentaba cierta antipatía hacia esa ciudad llena de
desilusiones, relacionada con la confluencia del Misuri y el Misisipí que la sitúan así sobre el
mapa. ¡Que Fennimore Cooper me perdone, pero conste que jamás me había imaginado un
paisaje de tal naturaleza, en el que se encuentran estos ríos, de nombres extraños y sonoros!
Ninguna belleza, ninguna originalidad. Por mi parte, presentía que la Olimpíada uniría su
suerte a la de la ciudad. En cuanto a originalidad, el programa ofrecía sólo una y, por cierto,
muy chocante. Eran los dos días bautizados extrañamente como «anthropological days», con
competiciones reservadas a los negros, indios, filipinos, ainos, a los que se añadieron
osadamente turcos y sirios. De esto hace ahora veinticinco años. ¿Quién se atreverá a
afirmar que el mundo no ha andado desde entonces, y que no ha progresado la idea
deportiva?
El objeto original de discusión del congreso, la unificación de las reglas deportivas para
los Juegos Olímpicos, había caído en el olvido desde su convocatoria en 1901. Así,
Coubertin volvió a aprovechar la oportunidad y sustituyó la temática prevista en un
principio por un análisis del estado de la educación física en los distintos ámbitos de la vida
y de los diversos países.81 El Congreso aprobó 63 recomendaciones.
80
Conocemos algunos detalles al respecto gracias a la correspondencia de Jiri Guth, puesta a disposición por el
investigador olímpico Jiri Kössl, como por ejemplo la decisión sobre el nombre de los Juegos intermedios de
1906 en Atenas.
81
En el anuncio oficial del programa que había redactado Coubertin se ofrecía una detallada descripción de cada
ámbito. Vid. Revue Olympique 1905, nº 1, pp. 9-15. Junto a las deliberaciones de la comisión se celebraron seis
conferencias principales, que están reproducidas en el informe y a las que Coubertin se refirió con asiduidad, en
especial el estudio de G. Stréhly “Gimnasia en la antigüedad”.
389
Se subrayó la incorporación de Juegos escolares a la educación física escolar y la
equiparación de las corrientes gimnásticas de la época. Se pidió la puesta en marcha de
espacios para la práctica deportiva, la formación de profesores, el apoyo al esquí y de
asociaciones de defensa de los intereses de los clubes deportivos.
Para él fue decisivo el hecho de que en Bruselas se produjera por primera vez la
colaboración de numerosos círculos de personas que hasta ese momento no habían
entrado en contacto con el deporte.
El segundo texto sobre 1905 es igualmente interesante, ya que nos describe con detalle
las actividades de Coubertin en este año de tanta importancia para el Movimiento
olímpico. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, su primera visita a un Papa en el
Vaticano, en este caso a Pío X.
Dentro del panorama de los «años olímpicos» según discurren en mi memoria, el año
1905 no se me presenta muy brillante, pero sí como uno de los más laboriosos y fecundos en
sólidos resultados.
Aquel año comenzó para mí con una estancia bastante prolongada en Roma que tenía
doble objetivo: asegurar la celebración romana de la IV Olimpíada para 1908, y obtener del
Vaticano el mitigar una especie de prohibición que imperaba en muchos medios clericales en
lo tocante a la pedagogía deportiva. El primer punto no fue alcanzado; el segundo lo fue
plenamente.
Todo parecía conjugarse para contribuir al éxito de los próximos Juegos. Roma disponía
de todos los recursos que en un principio habían faltado a Atenas. En cuanto al factor
humano, desde el rey hasta el más modesto funcionario parecían favorablemente
dispuestos. A decir verdad, esta simpatía no se reflejaba en la celeridad del trabajo, pero ¿es
que en realidad hacía falta para continuar la obra, como lo fue el entusiasmo helénico para
fundarla? Desde luego, no existía un engranje de propulsión. El que había formado el conde
Brunetta d'Usseaux en el año anterior, carecía de jefe, puesto que Brunetta no tenía tal
condición y, desde entonces, las tendencias regionalistas de las que ya hice mención, no
390
pudieron neutralizarse. Cuando hablo de regionalismo, no quiero decir por ello que la Italia
de entonces no estuviese unida, y es completamente seguro que entre piamonteses,
venecianos, romanos, napolitanos o sicilianos, no existía ninguna de las veleidades de
antaño. Pero los caracteres, los temperamentos, las maneras de concebir y ejecutar seguían
siendo tan distintas que, aparte los asuntos de interés, verdaderamente nacional, la
colaboración era harto engorrosa y los malentendidos, frecuentes y duraderos. No voy a
entrar aquí en detalles sobre las negociaciones y conflictos ambiciosos que ocurrieron. Sobre
este particular dejé ya algo escrito en un libro de recuerdos, publicado en 1908, que se cierra
en aquella fecha. Tal como sucedió en Atenas once años antes, me vi obligado a sustituir con
mi acción personal la de tantos remolones que tardaban en manifestarse, y montar yo
mismo los planos y presupuestos de los Juegos. El rey y la reina me indicaron amablemente
la Piazza di Siena, en Ville Borghese, estadio natural de perfecta belleza que iría a las mil
maravillas para los deportes atléticos. Elegí la plaza de Armas para las competiciones de
gimnasia y las termas de Caracalla para los deportes de combate. ¡Qué maravillosos
escenarios y de qué fácil adaptación! Tor di Quinto se ofrecía para la hípica, el Tiber, entre
Ponte Molle y Ponte Margherita, para remo y natación; el Capitolio para las ceremonias y
recepciones. El presupuesto inicial, abarcando todos los datos conocidos, se dividió en doce
capítulos, y su importe total ascendía a 303.000 liras. ¡Felices tiempos! Debo subrayar que,
igual que en 1896 y que en 1900, yo concebía los Juegos como destinados a una selección:
Quinientos participantes y alrededor de quince a veinte mil espectadores. En el presupuesto
estaban incluidos los premios, estatuillas, cuyos moldes, destruidos la jornada de clausura,
aumentarían singularmente de valor (siempre reclamé en vano que así se efectuase en cada
Olimpíada) y el nombramiento de un director general, para cuyo puesto propuse, de
acuerdo con él, al secretario general del Racing Club de Francia Gaston Raymond.
La negociación con el Vaticano exigió menos esfuerzos. En Venecia, el Papa Pío X dotaba
de premios las regatas de sus queridos gondoleros y el cardenal Merry del Val, secretario de
Estado, que había sido educado en Eton, no compartían en nada los prejuicios que, contra el
deporte, tenían la mayoría de directores de instituciones y establecimientos religiosos. Me
refiero a deportes y competiciones deportivas, y no a los juegos recreativos y anodinos muy
en boga hasta entonces en tales establecimientos. El Soberano Pontífice, interesado por el
proyecto de Olimpíada romana, habló de ello con extrema benevolencia, prometiendo
391
darnos además una prueba próxima y tangible de sus sentimientos. Y el año siguiente se
celebró un festival gimnástico durante una peregrinación de los patronatos católicos
franceses, belgas y de otros países, presidido personalmente por el Papa en el famoso patio
de San Dámaso; espectáculo bien sintomático del que quedó constancia en fotografías y que
tiene siempre un gran éxito dentro de la serie de nuestras proyecciones documentales
olímpicas.
Sólo podía recomendarse la tercera. Sheldon, delegado al efecto por la American Athletic
392
Union, fue admitido para que la defendiese él mismo ante el COI. Lo hizo con talento y
moderación. Solicitaba convocar un intercambio de puntos de vista entre todos los que se
interesaban por lo que se refería a reglamentación de concursos, sancionando luego los
acuerdos con el apoyo de nuestra autoridad. ¿Por qué no? Ello encajaba por completo
dentro del espíritu y los medios del COI.
El Congreso previsto para 1904 fue aplazado hasta 1905. Habíamos añadido un triunfo a
nuestra baraja en la persona de un nuevo colega belga, el conde Henri de Baillet-Latour
quien, antes de sucederme veinte años después en la jefatura del COI, debía jugar entre
nosotros durante mucho tiempo un papel de primer plano, rindiendo a la causa olímpica
destacados servicios. Su predecesor, alarmado ante la responsabilidad del congreso, se había
retirado bruscamente, tan bruscamente que su proceder nos puso al borde de un grave
incidente que evitó la intervención espontánea de un diplomático francés amigo del COI.
El 7 de octubre de 1904, el primer ministro de Bélgica, conde de Smet, a quien conocía
personalmente, me informó que su colega de Asuntos Exteriores aceptaba remitir las
invitaciones por medio de las legaciones belgas, lo cual era muy importante. Deploraba, por
393
otra parte, que el burgomaestre de Bruselas, De Max, rehusara ofrecernos la hospitalidad de
su famoso Ayuntamiento. Pero Baillet-Latour nos procuró el «Palais des Académies», incluso
mejor situado y más cómodo.
Allí se inauguró el Congreso (junio 1905) con una solemne sesión prestigiada por un
discurso de Marcel Prévost, presidente de la «Société des Gens de lettres», venido de París
para hablar sobre El espíritu en la escuela del deporte, apropiadísima contribución a unas
sesiones que, aparte este discurso, sólo se consagraron a la técnica. Era su momento
oportuno como había sido en El Havre el de la pedagogía. El programa era inmenso.
Pretendía cubrir todos los asuntos a pesar de su complejidad y de sus aspectos tan diversos.
Ocupaba cinco o seis folios, formando un repertorio completo. Ni que decir tiene, tratábase
de un formulario que no podía profundizarse, sino que íbamos a desarrollar únicamente en
sus aspectos más importantes. Un punto de discusión interesante para recordar aquí es el
papel del deporte en el ejército. Los representantes franceses empezaban entonces a
mostrarse favorables al mismo. Por el contrario, los alemanes y toda su escuela le eran
vivamente hostiles. Según ellos, en orden a la formación del soldado, el deporte no sería más
que tiempo perdido y ocasión de relajamiento de la disciplina. Diez años más tarde, todos
sabemos con qué energía fueron barridas tales prevenciones por la fuerza de los hechos y
cómo el valor de la preparación deportiva alcanzó de pronto una importancia de primer
orden.
La sesión del COI celebrada en el transcurso del Congreso, resultó fecunda en felices
resultados. El comité alemán había designado su nuevo presidente, el general conde Von der
Asseburg, para sustituir al príncipe de Salm-Horstmar, que se había retirado. Ello era
contrarío a la misma esencia del COI. No hubo manera de ceder. Pero cuando el general
tomó contacto individualmente con mis colegas en calidad de delegado para el Congreso,
declaró que era su Comité el que se había equivocado, y que él creía su deber presentarse
libremente a nuestros sufragios. Entonces le elegimos encantados. Era un hombre
encantador y en el que podíamos confiar. El Olimpismo le había entusiasmado desde el
primer momento. Nos ayudó mucho a mantener, en Bruselas una atmósfera agradable,
puesto que las circunstancias eran difíciles. Delcassé acababa de dimitir como consecuencia
del desembarco de Guillermo II en Tánger y de los acontecimientos que siguieron. Se
394
hablaba de una guerra próxima. Los belgas desconfiaban; los escandinavos se mostraban
nerviosos porque la brusca separación de Suecia, exigida por los noruegos, no se había
producido sin fricciones. Pero todo ello diluyose dentro de la buena atmósfera deportiva.
Esta reunión de más de doscientos miembros, ora divididos en comisiones, ora agrapados en
sesión plenaria, deliberó con excelente espíritu y preocupación única por el bien público.
Todos los acuerdos se tomaron por votación; pero en aquel tiempo en que aún no se
había abusado de los congresos, los «votos» tenían auténtico valor. Sobre todo la
manifestación, por su amplitud, hacía gran honor al COI. La reciente creación de la British
Olympic Association, íntimamente unida con el Deutscher Reichsausschuss für Olympische
Spiele, nos dotaba de dos poderosos aliados. Londres y Berlín poseían de ahora en adelante,
centros olímpicos permanentes trabajando con nosotros y, en cierto modo, bajo nuestra
égida. Ello nos colocaba, respecto a Atenas, en una situación mucho más fuerte. Nuestro
colega Mercati supo aprovecharla en seguida para establecer un acercamiento que el
príncipe heredero, siempre había apoyado con el mayor interés. En Grecia se anunciaron
unos Juegos fuera del ciclo normal, para 1906, conmemorativos del décimo aniversario de la
restauración del Olimpismo, a los que el COI acordó prestar su apoyo y el de los organismos
ya constituidos en diferentes países por sus miembros. Así, mientras el Congreso de Bruselas
habíase celebrado durante el período de tensión política más peligroso que conoció Europa
occidental desde 1887, estábamos viviendo la fehaciente realidad de haber obtenido la
máxima paz olímpica. Sin embargo, ello no quería decir, ni mucho menos, que nuestros
adversarios hubiesen renunciado a la lucha.
Con la concesión de los Juegos Olímpicos de 1908 a Roma se habían creado grandes
expectativas. La ciudad de Roma, con sus antiguos tesoros artísticos, debía ennoblecer el
Movimiento olímpico y darle un empuje definitivo al internacionalismo deportivo. La
quinta sesión del COI en Atenas con motivo de los Juegos intermedios de 1906 decidió, en
ausencia de Coubertin, el traslado de los Juegos a Londres. La “circular” aquí reproducida
puso en conocimiento de ello a los miembros del COI.
395
Más allá del número especial de la Revue Olympique sobre el helenismo, Coubertin no
se ocupó de los Juegos intermedios de 1906 en Atenas. Admite en sus Memorias olímpicas
que los Juegos estuvieron mejor organizados, con más brillantez que los primeros. Pero lo
que le disgustó fue la falta de un principio sólido, a pesar de haber ofrecido en Atenas en
1896 el compromiso de celebración de juegos panhelénicos cada segundo año después de
los Juegos Olímpicos.
Otro problema residía en la exigencia por parte del COI de la adopción del sistema
decimal. Esta fue aceptada sin discusión en 1904 en San Luis, pero en Inglaterra chocó con
una fuerte oposición.
Los dos únicos escritos de Coubertin sobre los Juegos de 1908, una crónica 82 y algunas
informaciones de trasfondo sobre el aspecto organizativo en la Campaña deportiva, no son
demasiado esclarecedores. Un apéndice interesante es el capítulo “La cuarta Olimpiada”
de sus Memorias olímpicas (pp. 83-93).
82
la cual supongo que es de Coubertin.
396
singularidad: en octubre de 1908 se celebraron competiciones autónomas de boxeo,
patinaje artístico, fútbol y hockey bajo la denominación de “deporte de invierno”. Así se
creaba el precursor de los Juegos Olímpicos de Invierno, sobre lo que se volverá con mayor
detalle en el apartado 4.2.3.
Tengo el honor de proponeros la admisión en nuestro Comité, como sustituto del Sr.
Coronel Holbeck que se retira, al Sr. Capitán Grut, representante de Dinamarca. El Capitán
Grut, antiguo Ayuda de Campo de S.M. el Rey Christian IX, es actualmente Jefe de Estado
Mayor del cuerpo de Ingenieros, y tendremos en él un colega tan competente como afable.
En segundo lugar, le propongo, de acuerdo con los deseos de nuestros colegas británicos,
la atribución para el año 1907 de la Copa olímpica al “Henly Royal Regatta Committee”,
como testimonio de los largos y preciosos servicios hechos por este Comité a la causa de los
Deportes. La Copa olímpica, que tuve el placer de crear el año pasado y cuya reproducción
figura en página adjunta, fue entregada por usted al Touring Club de Francia para el año
1906.
Con motivo de una serie de dificultades de orden particular que se han producido en
Roma y que hemos debido mantener en secreto, el Comité Internacional, en su reunión de
Atenas, ofreció a la “British Olympic Association” la organización de los juegos de 1908. La
invitación fue aceptada y el éxito de la IV Olimpiada parece seguro.
397
El Presidente del Comité Olímpico Internacional
FEHLT ETWAS
Ahora que los Juegos Olímpicos de Londres están casi concluidos (queda todavía el fútbol,
el hockey, el patinaje…) se ve claramente su colosal estructura. Perdónesenos el neologismo;
con él sólo queremos expresar la impresión de conjunto que deja tras de sí la IVª Olimpiada,
con esa enorme masa de atletas venidos de todos los países. Desde luego, los escasos
incidentes habidos durante las fiestas se difuminan y queda muy clara la desproporción
entre el ruido que se ha pretendido meter con ellos y la realidad de los mismos. Es cierto que
la cosa era algo buscado y querido. A nadie se le oculta que se habían puesto en marcha
distintas conspiraciones para hacer fracasar los Juegos o, al menos, boicotear su éxito en
caso de no poder impedirlos. Ingenuo esfuerzo del que no queda casi nada, excepto la
comprobación de que ningún grupo nacional por poderoso que sea, o que crea serlo, puede
contrarrestar sin motivo la acción combinada de los otros.
Entre los incidentes que se pretendió explotar hay algunos indiscutibles. Entre ellos está
la cuestión del límite de tiempo impuesto a los ciclistas. La Unión ciclista internacional se
apresuró algunos días después, durante su Congreso de Leipzig, a suprimir esta regla:
decisión apresurada y totalmente circunstancial sobre la que quizá haya que volver pronto y
que, en cualquier caso, sólo tiene una importancia muy secundaria. La descalificación de
Dorando Pietri, el vencedor del maratón, ha apasionado a la opinión pública. Nadie puede
argüir, en definitiva, que Dorando no sea moralmente el ganador de la prueba, ni que fuera
posible, desde un punto de vista técnico, evitar su descalificación. Llegó al Estadio, pero no a
la meta. Hubo que sostenerle porque desfallecía, y fuera cual fuese la causa de su
desvanecimiento –alimentación defectuosa o emoción causada por la acogida de la
multitud-, el desvanecimiento, que se repitió varias veces, le dejó sin fuerzas para llegar solo
hasta la meta. Ahora bien, ¿quién podrá negar que, en una carrera de más de 40 kilómetros,
398
fracasar en la llegada no equivale casi a una victoria? Así lo han comprendido claramente los
ingleses, y el exquisito gesto de su graciosa soberana no ha hecho sino interpretar el sentir
unánime de la nación. Cabe discutir cuanto se quiera sobre la oportunidad de las “carreras
de Maratón”. No faltan buenos argumentos en apoyo de la tesis de que un maratón sólo es
excusable en Grecia como recuerdo histórico, pero que, de suyo, no es una prueba muy
razonable. Una vez admitido este principio, no pensamos que una carrera semejante pueda
ser organizada de forma más notable de lo que lo ha sido la de 1908. Desde Windsor, donde
S.A.R. la princesa de Gales presidía la salida, hasta el Stadium, todo había sido previsto:
automóviles, médicos, transporte del material, paradas posibles y refrescos deseables. Las
reglas que se adoptaron, tanto deportivas cuanto de prudencia, quedarán como un modelo
en su género.
En la llegada, la pista fue invadida por algunas personas, no muchas. Hay la queja de que
eso ocurrió diariamente, y tienen razón. Hubo demasiada gente con acceso a ella; y hay que
decir también que todos lo extranjeros reclamaban entrar y que más de uno organizó un
buen jaleo en cuanto parecía que iban a cerrarle la barrera. No importa, pero fue un gran
error autorizar semejante trasiego; en ciertos momentos parecía que el césped central se
hubiera convertido en un verdadero lugar de acampada.
Una crítica muy extendida, con todos los visos de ser justa, atañe al número de puntos
logrados hasta ahora por el Reino Unido. A primera vista parece que los ingleses hayan
tomado una delantera en el terreno deportivo que desanima a las demás naciones. Han
logrado un total enorme. Pero no se debe olvidar que los coeficientes con los que calculan
los totales apenas responden a la realidad; al menos, no responden más que en caso de
admitir el valor desigual de los diferentes grupos de deportes. El Congreso de París los puso
todos en el mismo nivel, y la tradición olímpica está de acuerdo con el sentido común en
exigir que ello sea así. La esgrima y los deportes náuticos son tan “olímpicos” como las
carreras a pie. Sin embargo, en Londres, el coeficiente de la esgrima era 4, puesto que había
399
cuatro pruebas, mientras que las carreras a pie, al haber un gran número de ellas, contaban
un coeficiente tres veces superior. Esta peculiaridad deberá ser tenida en cuenta por el
Comité Internacional en su próxima reunión. Mientras tanto, es justo señalar que la ridícula
supremacía otorgada a las carreras a pie resulta muy perjudicial. La natación, la lucha y la
gimnasia han entrado en el Estadio, por no hablar del ciclismo, y ello es una lección
sumamente provechosa frente a la opinión, errónea, de los especialistas en carreras a pie.
Pero aunque moralmente se haya restablecido la igualdad, aún no lo está numéricamente.
En las pruebas individuales de gimnasia (el famoso heptatlón, tan digno de admirar y que
esperemos se perpetúe), los cinco primeros puestos han sido para un italiano, un inglés, un
francés y dos alemanes. Las pruebas colectivas han tenido los siguientes resultados: Suecia,
438 puntos; Noruega, 425; Finlandia, 405; Dinamarca, 378; Francia, 319; Italia, 316; Holanda,
297; Inglaterra, 196. Se ha lamentado la ausencia de un equipo alemán, cuya asistencia ha
sido imposible por coincidir con las fiestas de Francfort, así como la mala suerte del bellísimo
equipo de exhibición, cuyos ejercicios tuvieron lamentablemente lugar a una hora
demasiado tardía para poder apreciarlos bien. En esgrima, Francia y Hungría se han llevado
todos los laureles, quitándoselos a ingleses, belgas, italianos y holandeses. En tiro, Bélgica,
Suecia, Noruega y Canadá se han repartido la victoria junto con Estados Unidos e Inglaterra.
Las pruebas de salto de trampolín han sido ganadas por un alemán y un sueco.
Particularmente notables han sido las pruebas de lucha, que, en estilo greco-romano, han
reunido a no menos de 68 participantes, repartidos en cuatro categorías, de diez países
distintos. Hungría, Finlandia, Suecia e Italia se han llevado los trofeos, mientras que en lucha
libre se los han adjudicado Inglaterra y Estados Unidos. Estos pormenores son prueba
suficiente para demostrar que la IVª Olimpiada no ha sido sólo internacional por la
participación, sino también por los resultados.
¿Ha sido “pura” en el sentido “amateur” del término? Así lo esperamos de todo corazón.
No obstante, basta con que planee la sombra de una duda sobre algunos atletas para que se
lleve a cabo una investigación seria. Al igual que la mujer del César, los atletas olímpicos no
deben ser sospechosos. A decir verdad, no se trata tanto de individualidades, cuanto de un
“sistema” que parece aclimatarse en ciertos medios debido a hábitos deportivos perniciosos.
En este caso, la gran culpable es la opinión pública, la cual, en su sed de victorias nacionales,
se ha dejado arrastrar en ciertos países por un camino execrable y ya no sabe donde están
los justos límites entre aficionados y profesionales. Como se señaló hace mucho, los
400
aficionados corren el riesgo de tener entre sus filas a más de un profesional probado y, a la
inversa, entre los profesionales hay a veces verdaderos aficionados. Si la calificación de los
segundos está prohibida, al menos hay que descalificar sin miramientos a los primeros, lo
cual exige empezar por desenmascararlos. Parece que la cuestión ha entrado en una fase
crítica, y tal vez sea uno de los beneficios de la IVª Olimpiada haber planteado esta cuestión
con tanta claridad que ahora resulta imposible eludirla.
Revue Olympique
(Revista Olímpica)
agosto de 1908, pp. 115-118
En vano buscaríamos en esta misma Revue Olympique, algún rastro o señal del paso de
los Juegos Olímpicos de Roma a Londres. Esta nueva dificultad nos recordaba otras que nos
incitaban a un prudente silencio. Por ello, las decisiones tomadas cuando la British Olympic
Association tuvo la certeza de un éxito más que probable, no se comunicaron oficialmente a
ningún periódico. El telón descendió discretamente sobre el decorado del Tiber, para
elevarse en seguida sobre el del Támesis. Todo se había preparado durante los Juegos de
Atenas, más brillantes y mejor organizados que los primeros, pero que, al no apoyarse en
ningún principio estable, dejaron una secuela de incertidumbre y desconcierto. Esta
incertidumbre y este desconcierto habían penetrado hasta las propias filas del COI. Reunidos
en asamblea, los nueve o diez colegas desplazados a Atenas habían perdido por un
momento la brújula y Brunetta d'Usseaux se vio impotente para dominarles. Votaron una
especie de resolución que implicaba la próxima reorganización del COI, hasta el punto de
ofrecer la presidencia de honor al príncipe heredero. Éste se encontró un poco incómodo
con el regalo. Regalo absurdo, puesto que helenizando de tal suerte el comité, se le
arrebataba su independencia internacional. Menos mal que todo aquello, salvo la última
resolución, debía someterse a la aprobación del presidente. Y el presidente desautorizó
todos los acuerdos, incluyendo el honor conferido a su Alteza Real. Poco tiempo después, el
príncipe tuvo conmigo en París una larga entrevista al respecto. No resultaba desde luego
agradable para él ni para mí, pero la situación era tan grotesca, que al final ambos nos
401
reímos de buena gana. Por mi parte había determinado expresar mi opinión con toda
libertad y franqueza, y la entrevista conservó ese carácter hasta el final. En cuanto a la
«sesión» de Atenas, a la que no asistieron Laffan, ni Baillet-Latour, ni Blonay, ni Sloane, no
podía considerarse representativa de la doctrina olímpica de manera integral.
Pero había allí un «observador», como se dice ahora, que iba a trocarse en actor. Era W.
H. Grenfell, recién convertido en Lord Desborough, quien, en contacto con el COI desde
hacía un año, habíase dejado conquistar por el Olimpismo. Laffan y él (sucedió poco después
a Herbert, enfermo y dimisionario) integraban con sir Howard Vincent, una magnífica trilogía
de espíritu práctico, de voluntad viril y de impulso maravilloso y entusiasta. En las manos de
hombres de esta catadura, la celebración de la IV Olimpíada debía resultar verdaderamente
brillante. Había de por medio una nueva Exposición, pero su cometido reducíase a
proporcionar los fondos. Revancha divertida de las precedentes experiencias.
Y así fue, en efecto, en casi todos los aspectos. A pesar de ello, se escribieron verdaderas
enormidades como por ejemplo la que se publicó con ocasión de la ceremonia inaugural de
los Juegos de Londres con la firma de un periodista francés, buen deportista por cierto, F.
Frank-Puaux, y reproducida con complacencia y comentarios favorables en otros países: «Los
Juegos han dado el golpe de gracia a la reputación de deportividad de Inglaterra: los ingleses
nos han demostrado que al surgir ahora auténticos rivales en otros países, pasaron a la
402
historia la altura de miras, la imparcialidad y la independencia, virtudes cuyo patrimonio
habían persuadido al mundo era de su exclusiva pertenencia». Si sacara de mi archivo
material americano, cartas particulares, folletos, artículos, etc., hallaríamos acusaciones más
insidiosas todavía.
403
ambas partes. Era la primera vez que las doctrinas gimnásticas sueca y alemana se
enfrentaban en el mismo escenario; también las regatas internacionales de remo en el
Támesis, debían ser accesibles a todas las naciones. En Atenas, los jurados internacionales
dejaron mucho que desear. Todos se inclinaban en 1908 para que actuasen jueces ingleses,
bajo la supervisión de adjuntos de los «comisarios», mediocre combinación que no facilitó ni
mucho menos la buena marcha de las pruebas. Por el contrario, no habían nacido todavía las
dificultades diplomáticas y étnicas que en la siguiente Olimpíada nos resultarían tan
familiares. De todas formas, el asunto de los Dominios no se presentaba muy claro. Desde la
renovación de los Juegos, la Australasia (como se denominaba entonces) había tenido un
representante en el seno del COI. A causa de la enorme distancia, nadie lo había extrañado,
pero ni el Canadá ni Sudáfrica se diferenciaban en nada del imperio británico y sin embargo
era un hecho cierto que en Londres, sus equipos querían a la vez integrarse en el imperio y
figurar como naciones distintas. De ahí se derivaba la obligación de definir las jurisdicciones
territoriales aparte del derecho, pero sin contradecir excesivamente los principios y teniendo
sobre todo en cuenta la realidad deportiva. El problema era muy complejo, y no se resolvió
de una sola vez. Había que proceder con mucha cautela. Las consideraciones que siguen
darán una idea de su complejidad: ¿Cuál sería en Londres el estatuto de un canadiense
residente en Inglaterra? ¿Podía, a su antojo, formar parte del equipo canadiense o del
inglés? ¿Qué decidir sobre los «nativos», subditos ingleses en esta o aquella colonia
británica? Y la regla adoptada para Inglaterra, ¿cómo se aplicaría en Alemania, por ejemplo,
si en Baviera o Sajonia tomaba cuerpo la idea de reclamar una representación separada? Al
fundar el COI hice entrar en él de oficio un húngaro y un checo, basándome en la
importancia y la autonomía deportivas de esos países.
Pero Hungría constituía un Estado con prerrogativas propias; Bohemia, no. La tormenta
vendría en 1912, puesto que en 1908 sólo hubo algún gruñido desde Viena. En cuanto a
Alemania, el general von der Asseburg había sido consultado por mí confidencialmente. Creo
que habló de ello al emperador, por lo menos al canciller.
La respuesta fue que el Reich prefería por encima de todo, y bajo el punto de vista
olímpico, una representación única, en bloque, aun teniendo muy en cuenta que la especial
constitución del imperio británico exigía representaciones separadas. No había, pues,
404
dificultades del lado alemán. En Estados Unidos no opinaban lo mismo: Sullivan y su grupo,
muy poderoso, estaban indignados de los «privilegios» británicos.
Pero dice la Revue Olympique de julio de 1908, «... cuánto más perfecto habría resultado
todavía el conjunto si, en lugar de las tonadillas de hipódromo lanzadas al aire por las bandas
militares, hubiese actuado cualquiera de esas masas corales que tanto abundan en
Inglaterra, ejecutando los admirables coros de Haendel». No fue posible, y desde luego una
405
de las cosas más extrañas con que me encontré fue esta resistencia apática, durante tantos
años, al conjunto de los espectáculos deportivos y el canto coral al aire libre. Que escultores
y pintores hayan dudado en franquear un umbral olvidado, tiene su escusa, pero que el
público tarde tanto en paladear una conjugación en que dos bellezas se completan tan
armoniosamente es algo incomprensible. Existe, sin embargo, una explicación y es que la
deformación del gusto y el hábito del virtuosismo, al desarrollarse paralelamente en
nuestros días, debiliten el sentido eurítmico de conjunto, lo cual, junto al desarrollo del
virtuosismo, nos habitúa a la separación de las impresiones sensoriales. La educación
artística popular debe rehacerse. Volveré a insistir sobre este punto y sobre mis esfuerzos
olímpicos relacionados con el mismo.
Desde el punto de vista artístico, Londres aportó otras decepciones. Los concursos de
arte, cuya dirección tomó la Royal Academy, al final no pudieron celebrarse. En vez de dejar
a los eventuales concursantes la libre elección de motivos, se pretendió imponérselos.
Añádase a ello las auténticas dificultades sobre el transporte y la exposición de maquetas de
esculturas. Y fue verdaderamente lamentable porque los escultores parecían, en esta
primera oportunidad, los más dispuestos a responder a la llamada.
Nueva decepción en los deportes ecuestres. En fin, todo quedaría superado cuatro años
más tarde, en Estocolmo. No obstante, tuvimos satisfacciones en muchísimos aspectos. En
ninguna agrupación de los distintos deportes fue tan evidente: la piscina de natación ubicose
en el mismo estadio, en el que se instalaron igualmente las plataformas de la lucha. La
piscina, con su lindo borde de piedras talladas como una pileta de Versalles, poseía un
ingenioso dispositivo gracias al cual la torre metálica de saltos se elevaba mecánicamente
desde el fondo
para volver a replegarse durante los concursos a fin de no estorbar la visibilidad en las
carreras pedestres.
Las pruebas gimnásticas ocuparon en Londres un lugar de honor, siendo muy aplaudidas
por los espectadores. Para muchos constituyeron una revelación. Los gimnastas
escandinavos fueron aclamados. «Birds, they are like birdsU (¡Son como los pájaros!) gritaba
el público. La esgrima se instaló en tiendas gigantescas, frente al estadio, muy bien
406
decoradas y perfectamente equipadas desde el punto de vista técnico. Todos estos
concursos subrayaron, por sus resultados, el carácter internacional de la competición. Los
premios individuales de gimnasia fueron para un italiano, un inglés, un francés y dos
alemanes. Los cuatro países escandinavos se adjudicaron la gimnasia colectiva. Francia y
Hungría se repartieron los laureles en esgrima. Los luchadores, en número de 68
participantes, pertenecían a diez nacionalidades. Resultaron vencedores un húngaro, un
finlandés, un sueco y un italiano.
El COI nada tenía que temer de tales maniobras. Su constitución habíase afirmado
entonces plenamente. En el gran banquete ofrecido por el gobierno británico y presidido por
407
Sir Edward Grey, pude exponer netamente su política, sus proyectos y los límites dentro de
los cuales nos proponíamos encerrar nuestros propios poderes y nuestras ambiciones. Todo
quedaba claro como la luz del día, y el éxito de los próximos Juegos estaba ya asegurado.
Las fiestas en Londres fueron numerosas. Sólo para los atletas hubo seis banquetes de
250 a 300 cubiertos, un gran baile, recepciones por todas partes. Al comienzo de los Juegos,
se celebró una función religiosa en San Pablo, en la que el obispo de Pensylvania pronunció
un sermón de altos vuelos filosóficos.
Los Juegos tuvieron un anexo bajo el título de «Winter Sports», que se celebraron en
octubre y comprendían boxeo, patinaje sobre hielo artificial, fútbol, hockey... No fue
precisamente una solución feliz, pero no hubo más remedio que organizarlos debido a los
prejuicios imperantes en Inglaterra sobre las temporadas deportivas. En cuanto a la
Olimpíada náutica (vela y remo) se celebró en la isla de Wight y en Henley. La semana de
Henley tuvo escaso interés técnico, pero constituyó el más sugestivo espectáculo que podía
imaginarse. Esas pequeñas «mutilaciones» del programa general no tuvieron importancia.
Trataríamos de evitarlas en el futuro.
Las sesiones del COI de Berlín (1909), Luxemburgo (1910) y Budapest (1911) fueron de
gran importancia para el futuro desarrollo de los Juegos Olímpicos; los distintos miembros
del COI tuvieron, al mismo tiempo, una mayor responsabilidad. En el año 1911 el COI tenía
43 miembros que representaban a 41 nacionalidades.
408
FEHLT EIN ABSATZ
Coubertin escribió sobre los Juegos Olímpicos de 1912 en sus Memorias olímpicas:
“Nunca se ha organizado una Olimpiada con más sentido común, cuidado y esmero. (Pág.
103) FEHLEN 2 SÄTZE
La organización por parte sueca estaba en manos de Victor Balck, miembro del COI
desde 1894. En opinión de Coubertin, los Juegos Olímpicos de Estocolmo fueron
básicamente un triunfo suyo. Mientras que los anteriores Juegos de 1908 se habían
perdido en el barullo de la gran ciudad que es Londres, todo Estocolmo quedó atrapado
por su encanto. (Memorias olímpicas, pág. 127)
Coubertin defendió con vehemencia la idea de una “geografía deportiva” propia, que
quería ver claramente diferenciada de los avatares de la política de estado. Para ello pensó
especialmente en los servicios del miembro fundador del COI Jiri Guth, que había puesto
en marcha un movimiento olímpico en Chequia mucho antes que Austria y que tuvo que
aceptar, ante las presiones de Viena, que únicamente se pudiese hacer referencia al
equipo de Bohemia añadiendo las iniciales de su comité (C.O.T.) al nombre de Austria. La
cuestión de las banderas se resolvió de forma que, en caso de victoria, se enarbolaría un
banderín de la nacionalidad sobre la bandera del estado, lo que en el caso de Finlandia
tuvo su trascendencia, ya que los finlandeses lograron nueve victorias en Estocolmo.
En Estocolmo también se celebró por primera vez un Concurso olímpico de arte, que
será abordado en el capítulo 5.3 de este tomo.
Entre las disciplinas deportivas se había introducido una nueva, el pentatlón moderno,
409
que respondía a un deseo personal de Coubertin y al que se habían opuesto durante
mucho tiempo los miembros del COI. Este pentatlón guardaba estrecha relación con el
deporte utilitarista (“gymastique utilitaire”) propagado por Coubertin desde el cambio de
siglo.
Había llegado el momento de celebrar en Berlín esta sesión del COI de la que se hablaba
desde hacía tiempo. Después de los Juegos de Londres, donde los alemanes habían sido muy
bien recibidos, y en la antevíspera de los Juegos de Estocolmo, a cuyo éxito iban a
encaminarse todos los esfuerzos, la ocasión se presentaba más que propicia. La delegación
alemana, formada por el general conde von der Asseburg, el conde C. Wartensleben y el
Doctor W. Gebhardt, era más olímpica» que nunca. El general sobre todo, muy querido de
sus amigos del COI, gozaba por su parte en Berlín de una situación que le permitía asegurar
el máximo prestigio de cara a la reunión. En diciembre de 1908 habían entrado nuevos
miembros en el Comité Internacioanl, elegidos todos ellos en un mismo escrutinio: por los
Estados Unidos, substituyendo a James Hyde que había pasado entre nosotros como una
exhalación, Allison V. Armoir, «yachtman» muy conocido en las regatas de Kiel y amigo
personal del emperador Guillermo; por Rumania, George A. Plagino, estupendo atleta, muy
francófilo aunque había servido bajo las órdenes de instructores germánicos. Estos recién
llegados verían con sumo placer que nuestra reunión de 1909 se celebrase en la capital del
Imperio Alemán. En cuanto al esquema de nuestros trabajos, en aquel año no despertó
ningún reparo siquiera de tipo político. De una parte el programa de los Juegos de Estocolmo
de 1912, y de otra el informe sobre el amateurismo, dábanle un carácter casi exclusivamente
técnico. Todas estas condiciones, en suma, constituían un conjunto favorable, y ya a finales
de 1908 la sesión se anunciaba muy brillante: patronazgo del soberano, participación
personal del príncipe heredero, celebración de las sesiones en la Cámara de los Caballeros,
todo presagiaba un éxito completo.
Este éxito estuvo a punto de fallar completamente por la muerte del general von der
Asseburg, fallecido el 31 de marzo tras dos días de enfermedad. Esta grave complicación, del
todo imprevista, me sumió en el desamparo en los primeros días. Wartensleben, muy joven
410
y no berlinés por cierto, tuvo bastante entereza para no solicitar nuestra renuncia y se puso
valientemente a disposición de sus colegas, lo cual me alegró sobremanera. Después de
todo, ésta era la mejor solución, y a fe que supo cumplir a maravilla. Todo se organizó tal
como lo había preparado el general. Wartensleben le substituyó como anfitrión. Del 27 de
mayo al 2 de junio se sucedieron las sesiones y recepciones. El Kronprinz, el canciller
Bethmann-Hollveg, el ministro de Asuntos Exteriores, entonces von Schoen, colmaron al
Comité de atenciones y delicadezas a las que el emperador unió las suyas el día de clausura.
Esta estancia en Berlín en circunstancias harto especiales me permitió ver de cerca cosas en
verdad muy interesantes, cuya descripción carece de espacio en estas memorias
«olímpicas», que debo reservar al comentario de los principales resultados técnicos de la
sesión. A lo largo de seis reuniones bien aprovechadas, acordose un voto unánime en favor
de Estocolmo y se inició» el estudio del programa de los Juegos de 1912. Desde luego, la
elección de la capital sueca fue decidida prácticamente en Londres el año anterior. Nuestros
colegas alemanes retiraron la candidatura de Berlín, lo cual sabíamos ya por adelantado,
aplazándola desde entonces oficiosamente para 1916. Los suecos, que tienen como norma
no fiar nada a la improvisación y a quienes nada les pilla nunca por sorpresa, habían
preparado y presentaron un anteproyecto bastante completo, pero que se prestaba a
discusión en muchos puntos de importancia.
Tal vez no sea inútil explicar los procedimientos que regían en aquel tiempo la
preparación del programa de los Juegos Olímpicos, puesto que muchos deportistas no
tienen de ello la menor idea y han aparecido además en letra impresa muchas falsedades al
respecto.
411
comités olímpicos nacionales. Pero estos comités nacionales estaban en 1909 en período de
formación, y en muchas partes ni existían. Sólo Hungría, Suecia, Alemania, Bohemia e
Inglaterra los tenían organizados en regla. En gran número de países, los comités olímpicos
existían desde luego, pero debido a que su existencia era precaria o su autoridad harto
discutible, no presentaban suficientes garantías. En cuanto a las federaciones, unas
internacionales, eran aún poco numerosas y se enfrentaban con auténticas dificultades
financieras careciendo también, en su mayoría, de autoridad para hacerse obedecer. Las
otras, nacionales, mostrábanse en general anti-olímpicas, estimando erróneamente que los
comités olímpicos nacionales eran organismos antagónicos para ellas, por lo que pretendían
tratar directamente con el Comité Organizador de los Juegos sin comprender las
complicaciones que debía acarrearles la práctica de tal procedimiento. En definitiva: los
Juegos Olímpicos constituían un mosaico que abarcaba todos los deportes, por lo que los
organizadores podían entablar contactos no solamente con cada país, sino dentro de cada
país con cada grupo deportivo por separado.
El asunto de los comités nacionales era muy complejo y su manera de constituirse del todo
libre. En un momento determinado teníamos un comité americano de cien miembros y un
comité japonés de sólo cuatro. Por nuestra parte no interveníamos para nada ni en su
formación ni en su funcionamiento. Otra complicación a tener en cuenta era la creación de
muchos comités que se oponían o se interferían dentro de un mismo país, lo cual había ya
ocurrido en América del Sur. ¿Cómo reconocer entonces el bueno? En previsión de
incidentes, siempre posibles, hice aprobar un texto muy dictatorial en la confianza de que no
deberíamos recurrir a su puesta en práctica pero que, llegado el caso, podía ser invocado por
los organizadores y sacarlos del atolladero. Según aquel texto, el «reconocimiento» de un
comité nacional dependía del miembro o de los miembros del COI para el país en cuestión, a
quienes se facultaba para disolverlo mediante una simple declaración al respecto. Provistos
de tal recurso draconiano evitaríamos utilizarlo en lo posible, recurriendo antes a todos los
procedimientos del oportunismo diplomático. En muchas ocasiones la situación parecía
inextricable, pero según se acercaban los Juegos, todo se aclaraba gracias al deseo de los
seleccionados que temían perderse el desplazamiento y a la presión ejercida sobre sus
dirigentes hasta obligarles a ceder.
412
Todo esto explica por qué, contrariamente a mis puntos de vista iniciales, el COT veíase
obligado a jugar un papel activo en la preparación de los Juegos desde el punto de vista
técnico. A lo largo de todo este período, que duró desde 1896 hasta 1914, incitamos
continuamente al Comité Organizador a presentar su programa (inspirado por nosotros
mismos en 1896 y en 1900; de su propia iniciativa en 1904, 1908 y 1912) y este programa lo
discutíamos en seguida, aprobándolo de común acuerdo. Por regla general se le dedicaban
de 18 meses a dos años, y teníamos muy en cuenta la opinión de las federaciones y
organismos competentes. Estos últimos, aunque fuese indirectamente, se consultaban con
verdadero interés y tenían múltiples maneras de hacernos llegar sus reparos, que siempre
tomábamos en consideración en la medida de lo posible, a condición de formularlos «dentro
del marco de la institución» y dejando a un lado cualquier amago de quebrantar la
integridad de sus principios.
Así se preparó en 1909 en Berlín y en 1910 en Luxemburgo, hasta sus más mínimos
detalles, el programa de los Juegos de la V Olimpíada, al que dimos los últimos toques en
Budapest en 1911. Jamás Olimpíada alguna se preparó con mayor minuciosidad, atención y
cuidados. Para la de Londres el tiempo había sido escaso, y sin embargo se acusaron
idénticas inquietudes de cara a la preparación. Pero ante Estocolmo todo estaba maduro,
aunque de una y otra parte hubo que realizar sacrificios. No olvidemos que nuestra situación
era más o menos la de quienes se dirigen a una tercera persona y le dicen: «Usted tiene muy
bellos salones. Permítanos, por favor, que organicemos en ellos una magnífica fiesta, cuyos
gastos irán por supuesto a cargo de usted». Esta fórmula humorística que muchos me
oyeron pronunciar sonriente, era y sigue siendo todavía una verdad como un templo. Más
adelante veremos cómo en 1920 y 1924 seguía vigente. En la V Olimpíada, por ejemplo, se
nos obligó a aceptar la supresión del boxeo porque en Suecia no sólo la opinión pública
estaba en contra de este deporte, sino que la misma ley prohibía los combates. Y puesto que
el boxeo no estaba debidamente orientado por los cauces de la moderación y de la
«pedagogía», a los que intentábamos conducirle y tenía taras evidentes, hubo que ceder.
Suecia, por su parte hizo enormes concesiones, muy particularmente en el terreno de la
gimnasia. Cuando visité aquel país por vez primera en 1899, no habría creído jamás que la
intransigencia de los discípulos de Ling se doblegaría doce años más tarde, hasta el punto de
tolerar la glorificación de todos los deportes en pleno Estocolmo, enalteciendo incluso los
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aparatos, por ellos tan vilipendiados, en el mismísimo centro del estadio. Es que a lo largo de
estos doce años, la evolución sueca en el ámbito deportivo, estancada desde hacía mucho
tiempo, habíase acentuado enormemente gracias a la acción bienhechora del rey y de los
príncipes, y sobre todo de nuestro querido y entusiasta colega Balck.
El Comité Sueco quería, además del boxeo, suprimir el ciclismo, lo cual sólo se aceptó
para las pruebas en pista, por cierto con gran satisfacción mía, pero dejando en programa las
de ruta. Se discutió una vez más el principio de la carrera de Marathon, pero se reconoció la
inoportunidad de suprimirla. Los deportes ecuestres y los concursos de arte ocuparon
nuevamente su lugar protocolario, que en Londres debió relegarse. La mayor parte del
tiempo de las sesiones estuvo consagrada a discusiones sobre el amateurismo, de lo que me
ocuparé en el capítulo siguiente.
Poco después de la sesión de Berlín, el Dr. W. Gebhardt, que había aguardado hasta
entonces para retirarse, presentó su dimisión, que fue cubierta por el barón de Venningen,
un atleta total que en poco tiempo debía alcanzar gran popularidad entre nosotros.
Gebhardt, ingresado en 1895, permaneció catorce años y había hecho realmente una buena
labor. Principal fundador del Comité Olímpico Alemán se desplazó a Atenas y París con los
equipos de 1896 y 1900, y había representado al COI, con Fr. Kemény, en San Luis. Poco
después fue elegido, como segundo miembro por Italia, el consejero de Estado Attilio
Brunialti, diputado y vicepresidente del Instituto de Educación Física.
Fue una excelente doble adquisición. Los dos recién llegados debutaron en muchas
tareas en la reunión siguiente, o sea en la primavera de 1910. Esta reunión debía celebrarse
en Budapest, pero acepté enseguida la petición de nuestros colegas húngaros, motivada por
conveniencias locales, de aplazarla para 1911. Sabía que la sesión de Budapest sería muy
mundana y deseaba intercalar entre Berlín y Budapest una reunión de trabajo en una ciudad
más neutral. Luxemburgo estaba ya prevista para el caso. El gobierno del Gran Ducado y su
Ayuntamiento aceptaban recibirnos. La gran duquesa regente, ausente a la sazón, mandó
ofrecernos en su nombre un espléndido banquete. Una fiesta dada en el castillo de
Septfontaines por los señores de Pescatore nos valió un colega más, puesto que elegimos
poco después, como miembro para Luxemburgo, en la persona del diputado Maurice
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Pescatore, al más deportista y al propio tiempo el más encantador de nuestros
colaboradores. Sólo una muerte muy prematura debía arrebatárnoslo diecinueve años más
tarde, cuando aquel caballero y cazador indomable acababa de reeditar por última vez,
cruzando África de Este a Oeste, sus hazañas cinegéticas. Quedé realmente sorprendido
cuando el ministro de Estado y jefe del Gobierno, Eyschen, pronunció su alocución de
bienvenida, oyéndole ensalzar con plena convicción la constitución del COI. Hasta entonces
al poner a raya su ambición, sólo había sido objeto de críticas por parte de los dirigentes de
las federaciones. Pero Eyschen, cuyo sentido político era muy estimado en Europa, al verse
en cierto modo obligado a echar un vistazo sobre los artículos que resumían aquella
constitución, había percibido y apreciado la originalidad de su mecanismo, tan apropiado
para asegurar la completa independencia del Comité y la defensa del Olimpismo renovado
hacia y contra todos. Aquella actitud fue para mí una preciosa inyección de ánimo para
resistir ciertas veleidades de inquieta timidez que asomaban a veces en nuestras filas.
Como 1905, fue 1911 uno de nuestros años más fructíferos. La reunión de Budapest jugó
el papel central, pero nuestra actividad, ya sea por concentrarse allí o porque de allí
desbordaba, se extendió a múltiples dominios. Al recordarlo, me es sumamente grato rendir
homenaje a Hungría, que desde el primer momento se mostró altamente comprensiva y
que, hasta los actuales momentos, ha permanecido como una de las naciones más fieles en
materia olímpica. Para mí, Polonia era un país amigo que había dejado una impronta en mi
infancia, fruto de la camaradería juvenil. Hungría fue el país de la adolescencia y la primera
juventud, como Inglaterra y Estados Unidos los países de mi iniciación en la edad viril, y más
tarde Grecia y Suiza los de mi apego definitivo. Debo muchísimo a tantas amistades
cosmopolitas, que, por cierto, jamás perjudicaron para nada al culto de mi propio país. Pero,
así como creo en el valor de esta clase de cosmopolitismo, también estimo que debe
desconfiarse del que nace del simple viaje, y, por esta razón, abre la puerta a peligrosas
incomprensiones e ilusiones.
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fastuosa. Se habían preparado varias salas en el Palacio de la Academia de Ciencas, y allí el
archiduque José, representando al soberano ausente, nos dirigió el 23 de mayo su alocución
de bienvenida después de la del primer ministro, el conde Khuen-Hedervary. Recepción en la
Corte, almuerzos ofrecidos por el gobierno y por la ciudad, festejos de todas clases, se
combinan en mi memoria con las armonías zíngaras que, durante aquellos días nos
impregnaban con su extraño elixir, mezcla de melancolía intensa y endiablada energía.
Se ha creído y afirmado - era una calumnia fácil - que todos habían sido «nombrados»
por mí. Nada más falso. Entre todos los que acabo de citar, uno solo había sido mi candidato
personal. Las elecciones se han celebrado siempre regularmente, pero las designaciones van
precedidas de amplias consultas y en muchos casos de correspondencia directa con el
mismo interesado o con quienes lo patrocinan.
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asemeja a ningún otro, y quizá por ello parecía misterioso a algunos; cuando la gente se
enteraba de que la cotización de los miembros era sólo de veinticinco francos anuales, no
querían creerlo. Sin embargo, era la pura verdad. Y fue así hasta la guerra. De estos
veinticinco francos, veinte se destinaban a la Revue Olympique y cinco a la caja del COI. El
presupuesto de la Revue, cuyas suscripciones apenas contaban y que se enviaba a entidades
y particulares cuyo apoyo interesaba, completábase con publicidad encartada. Los gastos de
oficina del COI, aunque «mundiales», eran relativamente modestos, puesto que iban por
cuenta mía de manera personal. Quede bien entendido que cada miembro pagaba sus
propios gastos anuales y también los extraordinarios que le ocasionaba la sesión cuando se
celebraba en su país. Estas condiciones decepcionaban alejando a muchos candidatos más o
menos indeseables. En cuanto a subvenciones, no entraba en nuestras arcas ni un céntimo
por tal concepto. ¡Cuántas cosas pueden hacerse con recursos incluso mediocres, cuando se
ha prescindido deliberadamente del manto absurdo y pesado de las rutinas administrativas,
del papeleo, de los documentos inútiles y del yugo insoportable de la pedantería
dactilográfica!
Esta reunión de Budapest no brilló únicamente por su esplendor mundano. Sus ocho
sesiones de trabajo resultaron muy repletas y apretadas. Allí se perfiló la puesta a punto del
programa de Estocolmo y si, por las razones que ya he apuntado antes, debimos abandonar
provisionalmente el boxeo, se registraron tres realizaciones técnicas que hasta entonces no
habían podido conseguirse. En primer lugar, los deportes ecuestres, que desde el principio
estaban inscritos, pero debieron suprimirse del programa de Atenas ante la imposibilidad
material de procurarse caballos con tiempo oportuno. Ni París, ni San Luis estaban maduros
para incluir la equitación al resto de los deportes. En Londres, a pesar de la buena voluntad
de los organizadores, también faltó el tiempo necesario, además de otros obstáculos
insalvables. Nada de esto sucedió en Estocolmo. Pero faltaba un esfuerzo decidido y
constante, que llevó a cabo nuestro segundo colega sueco, el conde Clarence de Rosen, con
un celo y una dedicación formidables. En el transcurso de un viaje de propaganda por
Europa, ganó para su causa a gobiernos y ejércitos. Y fruto del mismo derivose, aunque algo
camuflado, un carácter exclusivamente militar para estos primeros «juegos ecuestres», que
incluso debía prolongarse en sucesivas Olimpíadas. Pero esto no podía evitarse, por lo
menos al principio.
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Otra novedad fue la creación del «Pentathlon moderno», que yo había presentado ya al
COI por dos veces y fue acogido con incomprensión, casi con hostilidad, por lo cual me
abstuve de insistir. Pero esta vez la gracia del Espíritu Santo deportivo iluminó a mis colegas
y aceptaron una prueba a la que yo daba un gran valor: auténtica consagración del atleta
completo, el Pentathlon moderno debía estar integrado por una carrera pedestre, una
carrera ecuestre, una carrera de natación, un asalto de espada y finalmente una prueba de
tiro, que yo hubiera prefirido substituir por una regata de remo, pero la organización ya un
poco difícil, habría resultado aún más complicada. El Pentathlon moderno ha conocido desde
su implantación un éxito creciente, a pesar de que no se ajustó jamás a mis reales
intenciones: recorrido desconocido por cada participante, sucesión de pruebas sin apenas
intervalo, caballos facilitados por el país organizador y sorteados en el último instante. He
aquí lo que, en mi opinión, debía dar al conjunto un carácter pedagógico de primer orden.
Sin embargo, siempre ha surgido una perpetua oposición de casta contra este concepto,
hasta el punto de que modernamente han quedado relegados a un total olvido los principios
establecidos por el creador del Pentathlon.
La puesta en marcha de los concursos de arte se efectuó igualmente cinco años después
de haber sido suspendidos en el programa de la Conferencia de París. Sus reglas y
prescripciones, muy simples por cierto, se publicaron en alemán, inglés y francés (Revue
418
Olympique de septiembre de 1911), aunque no sin reticencias del Comité Sueco, al que el
«burean» del COI debió prometer su concurso directo para la difusión de las invitaciones.
Después he sabido que los artistas y escritores suecos habían manifestado una violenta
oposición, y tendré ocasión de explicar la singular situación a que nos llevó su actitud.
Cuando el jurado del Concurso de «Olimpia moderna» presidido por Th. Homolle,
antiguo director de la Escuela de Atenas y director actual de los museos nacionales
franceses, otorgó el premio al bellísimo proyecto de dos arquitectos suizos, Eugéne Monod y
A. Laverriére, el COI dio una fiesta en honor de los laureados. Fiesta original y puedo
afirmarlo, la más estupenda a la que jamás asistí, desde el punto de vista eurítmico.
Se celebró por la noche en el patio de la Sorbona, que llenaban hasta los topes, a pesar
de la amenaza de mal tiempo, dos mil invitados. Tras los bosquecillos artificiales
disimulábanse una orquesta y varios coros. El patio se encontraba sumido en la oscuridad.
419
Juegos de luz muy estudiados permitían, bajo el peristilo, distintos cambios y coloraciones. El
programa musical, los movimientos de cien gimnastas, que actuaban como comparsas,
portadores de antorchas y palmas, y dieciséis efebos semidesnudos, cuyos ejercicios
silenciosos ocupaban la explananda que se extiende frente a la capilla de Richelieu, todo
estaba debidamente planeado para mantener una armonía constante de sonidos, luz,
silencios y siluetas. La belleza arquitectónica del decorado contribuía decisivamente al
espectáculo. El intermedio de esgrima medieval y moderna a la vez, el pequeño cortejo de
gaitas y cornamusas acompañando el «Paso de armas del rey Juan» de Saint-Saéns, las
danzas femeninas helénicas y, finalmente, la representación del delicioso ensayo escrito ex-
profeso por Maurice Pottecher, «El filósofo y los atletas», que ofrecía incluso un paso de
lucha verdadera. Todos estos números iban sucediéndose hasta el momento en que, en las
bóvedas del monumento, al pie de la cúpula, se iluminaron las bengalas, mientras los coros
de Rameau y Palestrina recreaban con sus magníficas armonías los oídos de una multitud
entusiasmada y recogida al mismo tiempo. Para todo este conjunto, sólo hubo que echar
mano de una sociedad gimnástica, una sala de armas y algunos conjuntos musicales de un
distrito de París. En lo que a mí respecta, el espectáculo no fue solamente la realización de
un sueño maravilloso, sino el convencimiento del valor del arte popular. En este aspecto, la
civilización había equivocado el camino, y sólo el «retorno de la euritmia» la situaría de
nuevo en la buena dirección: ¡la euritmia, una cosa periclitada, de la que se habla sin
profunizar apenas en qué consistía en el pasado!
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corpore sano, cuyo ideal desde luego muy higiénico, quedaba «excesivamente medicinal
para las ambiciones de los jóvenes. En definitiva, el «Mensférvida in corpore lacertoso»
partía de allí. Un periódico publicó este jocoso comentario al respecto: «Los señores atletas
deberán mantener un risueño equilibrio entre el ardor petulante del espíritu y la grácil
sutileza del cuerpo. Será algo parecido a un aeroplano con el que uno se estrella e incluso
muere, pero el final es glorioso. Y sobre las alas de este biplano, los que no mueren tienen la
fortuna de alcanzar tal vez las más altas cumbres del perfecto Olimpismo».
Para finalizar el año 1911, debo mencionar mi visita a Holanda. Después de haber
visitado Bruselas, Amberes y, un poco más detenidamente, La Haya y la Universidad de
Leyde, asistí en Amsterdam a una reunión de presidentes y sociedades deportivas
holandesas, y al final de la cena ofrecida por nuestro querido colega De Tuyll, puse, de
acuerdo con él, un primer jalón con vistas a una futura celebración de los Juegos Olímpicos
en Holanda. Esta experiencia se me antojaba repleta de enseñanzas, ya que las grandes
metrópolis no eran apropiadas para tales manifestaciones. La Haya y Amsterdam estarían
mucho más indicadas. Sin embargo, los holandeses parecían deseosos de ver elegidas sus
ciudades, aunque, intimidados al propio tiempo ante las responsabilidades que acarreaba la
demanda. El asunto se planteó en un pequeño artículo escrito en lengua holandesa en
nuestra Revue. A partir de aquel momento, la eventualidad quedó flotando en el aire, y para
sostenerla teníamos en la persona de F.W. de Tuyll al más convencido y convincente de los
apóstoles. Dieciocho años más tarde, la eventualidad se convertía, por fin, en realidad
fehaciente. Pero, desgraciadamente, él no estaría ya allí para disfrutarla.
Ya no quedaban apenas trazas de las tentativas llevadas a cabo para suplantar al COI con
la creación de un nuevo organismo internacional. Sloane me escribió el 27 febrero de 1911
que no sólo Sullivan se había percatado plenamente de la inutilidad de tal esfuerzo sino que,
invitado a reunirse con un grupo de obstinados rebeldes que aún mantenían aquel sueño, no
sólo había rechazado, sino que ahora empleaba además todos sus esfuerzos para
convencerles de su error. Pero las federaciones, por su parte, eran más reacias a resignarse
ante la fuerza de los hechos. La Unión Ciclista Internacional había proclamado en 1909 su
421
resolución de rehusar toda participación en los «Juegos Olímpicos del Comité Internacional»,
reservando sus sonrisas eventuales «a los que se celebrarían en Atenas». Sin embargo, el
Comité Heleno, que había proyectado celebrar en 1910, al pie de la Acrópolis, unos Juegos
intermedios, en los que estábamos dispuestos a colaborar tan lealmente como en 1906, se
vio obligado a renunciar a los mismos. Cuestión de dinero. Crisis económica. Recibimos de
Atenas la proposición oficiosa de integrar la serie ateniense en nuestro propio ciclo, en el
sentido de que los Juegos se celebrasen cada ocho años en Grecia y cada ocho años en otro
país, pero era imposible acceder a tal deseo, que equivaldría a torpedear nosotros mismos
nuestra obra sin provecho para nadie. La política internacional era harto inestable para fijar
con excesiva antelación la ciudad sede de los Juegos. También en este aspecto había que
salvaguardar la entera libertad del COI.
Con los ciclistas, también los remeros intentaron una maniobra poco limpia contra el COI
en un Congreso celebrado en Lucerna a fin del año 1908. Fracaso absoluto. Mientras las
federaciones experimentaban la inutilidad de sus ataques, los comités olímpicos nacionales
consolidaban sus poderes. Bolanaki y el conde Gautier-Vignal los habían fundado en Egipto y
Mónaco, donde el Khedive reinante y el príncipe monegasco aceptaron respectivamente la
presidencia de honor. Los comités inglés y alemán permanecían sólidamente asentados, lo
mismo que en Hungría. El Comité americano, bajo la presidencia del coronel Thompson y
Sullivan como secretario, tomaban configuración definitiva. Los comités belga, danés y
español (este último de reciente constitución gracias a nuestro colega el marqués de
Villamejor, hermano del conde de Romanones) funcionaban bien. El coronel S.W. Djukitch
acababa de fundarlo en Serbia. Los había en Australia, Canadá, Holanda, Italia, Japón,
Noruega, Portugal y Rumania. Sólo las versiones francesa y suiza dejaban bastante que
desear, pero se encaminaban hacia soluciones satisfactorias orillando aquí las
susceptibilidades de ciertas federaciones locales, y allí las originadas por independencias
cantonales.
Pero temamos también un comité checo y un comité finlandés. El primero incluso era de
los más antiguos. Esbozado en 1899, formose definitivamente en 1903- El doctor Jiri Guth-
Jarkovsky aportó para constituirlo toda la perseverancia y tenacidad de que era capaz su
patriotismo checo. No sólo había obtenido la presidencia honoraria del alcalde de Praga, Sr.
422
Srb, sino también la protección del príncipe Lobkowitz, Statthalter. En cuanto a Finlandia, no
por más reciente su comité estaba menos vinculado a la independencia nacional, y en 1908
habíamos elegido un colega finlandés en la persona del barón de Willebrand. Pero había
pasado el tiempo y los Juegos Olímpicos se convertían un asunto de Estado. Las familias
reales intervenían y los gobiernos también; de tal modo, que en San Petersburgo y Viena la
marea empezaba a subir.
Afortunadamente, en Austria se enfocó mal el asunto, y en lugar de meterse sólo con los
checos lo hicieron también con los húngaros. Cuestión de alfabeto. Los suecos, para no ser
tachados de favorecer el idioma inglés o el alemán más que el francés, intentaron aducir
razones para utilizar la lengua sueca, que nadie entendía fuera de su reino. Y ello motivó que
los periódicos se ocuparan con mucha anticipación del orden alfabético por el que debían
desfilar los participantes en la jomada inaugural. Como sea que alguien llamó
prematuramente la atención del ministro de Austria en Estocolmo sobre este punto
secundario, éste hizo observar en Viena que, a fin de hacer las cosas bien, los atletas
austríacos y los húngaros debían desfilar conjuntamente. La Cancillería imperial tomó cartas
en el asunto e informó a Estocolmo que, en efecto, debía ser así. Pero los húngaros
reaccionaron ante lo que consideraban un atropello a sus derechos olímpicos y con fecha de
19 de enero de 1912, el Sr. de Muzsa hizo saber en Suecia, de parte del Comité nacional, que
sus hombres se abstendrían de participar en los Juegos si se mantenía la exigencia. Emoción,
correspondencia diplomática, y, finalmente, retirada tácita de la Cancillería.
Por aquel entonces hacía ya varios meses que los futbolistas austríacos habían
reclamado la exclusión de los equipos checos, e intentaban además mezclar a los alemanes
en su querella. Pero lo que hacía más delicada la situación era que nuestro nuevo colega, el
príncipe Windischgraetz, por su matrimonio con la archiduquesa Elisabeth se había
convertido nada menos que en nieto del emperador Francisco-Jósé y cualesquiera que
fuesen sus puntos de vista e incluso sus tendencias conciliadoras, no podía, en esta
circunstancia, ponerse en contra de su Cancillería, que reclamaba la desaparición del
nombre de Bohemia de la lista de Estados olímpicos. Entre tanto, me llegó una carta en la
que el embajador de Rusia en París, Sr. Iswolsky, reclamaba la exclusión de Finlandia de
parte del «Ministerio imperial de Asuntos Exteriores».
423
El asunto presentaba tres aspectos: la composición del Comité Olímpico Internacional se
hallaba, en cierta manera, en entredicho; luego, la formación y el orden de desfile de los
participantes en los Juegos y, finalmente, el color de la bandera que debía izarse en caso de
victoria de un atleta checo o finlandés. El comité sueco, puesto sobre aviso por las primeras
protestas, había contestado muy correctamente que incumbía al COI decidir, y que su
decisión sería respetada. Mis colegas no habrían admitido que nadie pretendiese forzar la
dimisión de dos de ellos, pero no era éste el caso. Ni el doctor Jirí Guth, ni el barón de
Willibrand veíanse personalmente obligados a llegar a tal extremo. Se pedía, simplemente,
que detrás de sus nombres en la lista del COI, figurasen las palabras: Austria, en lugar de
Bohemia, y Rusia en lugar de Finlandia. Esperábase, pues, la decisión del COI, y los miembros
del COI esperaban la de su Presidente.
Yo estaba perplejo, puesto que de una parte existía un hecho político cierto, y de otra
una causa justa y la gratitud que debíamos testimoniar a unos países que nos habían
apoyado fielmente. Mis sentimientos personales debían refrenarse en la medida que
requerían mis funciones. De ser posible, hubiese otorgado un lugar propio no sólo a
Bohemia y Finlandia, sino también a Polonia e Irlanda. Habiendo colocado a Finlandia
espontáneamente, antes de la llegada de la carta rusa, detrás de Rusia, y a Bohemia entre
Austria y Bélgica, iniciaba una larga controversia de tipo diplomático, es decir, empleaba
fórmulas matizadas. Así, puesto a hacer concesiones, hice observar que el zar ostentaba el
título de gran duque de Finlandia, y el emperador de Austria, el de rey de Bohemia, por lo
cual tenían estos dos Estados un estatuto que les diferenciaba de otros territorios de menor
autonomía. A este respecto, insistí una y otra vez sobre la innegable existencia de una
«geografía deportiva», distinta de la geografía política, contrastando, por ejemplo, las
razones que nos habían inducido a reconocer los derechos de Bohemia y Finlandia, con la
negativa dada el año anterior a los Sokols croatas, cuya demanda no se apoyaba sobre
títulos indiscutibles. Todo mi esfuerzo tendía a ganar tiempo, y por ello embrollaba cuanto
podía la correspondencia escribiendo ya a San Petersburgo o Viena directamente, o a
Estocolmo, o bien a los comités nacionales. No tardé mucho en constatar que todo esto
fatigaba en gran manera no sólo al embajador Iswolsky, sino también al ministerio ruso y, en
efecto, San Petersburgo acabó dejándonos tranquilos. Pero Viena fue más testaruda y hubo
424
que ceder al fin, de acuerdo con el propio comité checo, cuyas iniciales (COT) continuaron,
sin embargo, figurando solitarias en la lista como un recuerdo y una esperanza. El asunto de
las banderas nacionales se solucionó de la manera siguiente: En caso de victoria, se colocaría
sobre la bandera austríaca o rusa una banda con los colores checos o finlandeses ¡y gracias a
ello los colores risos subieron el mástil! Así tuve el placer de hacerlo observar al general
Woyeikof al final de los Juegos. Este famoso general de la corte, cuyo papel en la revolución
rusa debía ser objeto de tantas discusiones, presentose a la cabeza de una nutrida
delegación de jóvenes oficiales, embarcados en un navio de guerra y acompañados incluso
de una orquesta militar de balalaikas, lo cual hizo las delicias de la gran duquesa María,
esposa y luego divorciada, del príncipe Guillermo de Suecia, pero siempre rusa en el fondo
de su alma.
Estos detalles, cuya descripción no voy a prolongar más, bastan para indicar claramente
que la V Olimpíada tuvo, como los rosales más bellos, sus ramas cuajadas de espinas. En
efecto, ¡cuánta maraña de dificultades diplomáticas, de pequeñas intrigas personales, de
susceptilidades a atender, de vanidades heridas, de cepos tendidos bajo la maleza!
Debíamos vivir en continuo estado de alerta y adivinar por adelantado los incidentes para
atajarlos e impedir su eclosión. Estas fueron las espinas. Pero, ¿qué diremos de las rosas?
¡Qué bellísima floración! Jamás el verano sueco había desplegado sus magnificencias con
tanto esplendor. Fueron cinco semanas ininterrumpidas de un desbordarse la naturaleza
toda, el sol resplandeciente a través de la brisa marina, las noches radiantes, con hermosas
alfombras multicolores, guirnaldas floridas e iluminaciones matizadas por el esplendor de
una luz que no moría jamás. Dentro del cuadro admirable de la ciudad, el regocijo general de
la juventud desbordada por doquier. No se dormía apenas, pero nadie deseaba dormir. Las
fiestas sucedían a las fiestas sin minimizar las hazañas del músculo. El estadio gótico, con sus
ojivas y sus torres, su perfección técnica, el buen orden y el método de sus reglamentos,
constituía un modelo en su género. Le vimos transformado en comedor gigantesco, en sala
de concierto, en salón de baile, y siempre dispuesto a la mañana siguiente para la
competición deportiva. En una noche cubriose de tupido césped a base de paneles
yuxtapuestos, y encima los obstáculos y macizos de arbustos para el concurso hípico. Todo
se hacía sin ruido, sin retrasos, sin ningún fallo. Mientras, en Londres, la vida de la enorme
metrópoli permaneció ajena por completo a la influencia del Olimpismo, todo Estocolmo
425
estaba impregando del mismo. La ciudad entera participaba en el esfuerzo en honor de los
extranjeros, presentando como una visión de lo que debió ser, en los tiempos antiguos, la
atmósfera de Olimpia, pero una visión agrandada y embellecida por la presencia de todas las
facilidades y adelantos modernos, que aquí no sólo no chocaban entre sí, sino que se
conjugaban, de suerte que Helenismo y Progreso parecían asociarse ahora para recibir
conjuntamente aquel homenaje.
El príncipe heredero estaba en todas partes, infatigable, atento a lo que pasaba, práctico,
sonriente y el comité parecía su reflejo. Balck dominaba el conjunto con su silueta popular.
Ocupábase de todos los detalles, aún los más insignificantes,. De hecho, esta Olimpíada era
su triunfo, el coronamiento de tantas luchas pasadas para llevar a su país el himeneo del
deporte bajo todas sus formas, sin repudiar por ello la gimnasia tradicional. Y si existían
todavía algunos pontífices austeros de este culto exclusivo que, según se afirmaba, habían
abandonado Estocolmo para no ser testigos de la exaltación de aquel nuevo culto más
completo y sublimado, la opinión estaba con Balck en su inmensa mayoría.
Vuelvo a tomar la Revue Olympique, que en 1912 había entrado ya en el séptimo año de
su aparición semanal, y enfocada más que nunca a su misión educativa. El número de junio
está dedicado por completo a Suecia, a su historia a vuelo de pájaro, a su equilibrio actual,
con reproducción de algunos fragmentos del delicioso ensayo recién publicado por André
Bellessort, muy apropiados para darla a conocer. Contiene, asimismo, un resumen de la
organización deportiva sueca. El país se apresta para recibir a la juventud de ambos mundos,
aunque ésta no se preocupe mayormente de documentarse sobre Suecia. Este punto de
vista se comenta en cabeza del número siguiente en inglés, bajo el título «Pax olímpica»; un
estupendo artículo alado, juvenil, salido de la pluma de Laffan, clásico y al mismo tiempo
evocador del gran legado de tolerancia y respeto mutuo nos ofreció el Olimpismo de la
Antigüedad: un sermón -y valga la frase-, que dará sus frutos, puesto que jamás había
reinado tan buena armonía entre tantos deportistas. Luego viene un reportaje sobre los
concursos artísticos y literarios, de resultados poco brillantes y debilitados para colmo por la
pretensión de los artistas suecos de hacer capítulo aparte, organizando un segundo pequeño
concurso entre ellos, pretensión a la que tuvimos la debilidad de ceder, cuya incorrección
debió descartarse a rajatabla. Pero lo importante era convocar los primeros concursos, dar
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los primeros galardones, exponer las obras premiadas. Éste era el primer paso, el esencial.
El número de julio publica los resultados de los Juegos. Estados Unidos consigue 26
primeros puestos, Suecia 23, Inglaterra 10, Finlandia 9, Francia 7, Alemania 5. Siguen a
continuación Italia, Hungría, Noruega, Sudáfrica, Canadá, Bélgica, Grecia, Holanda, etc.
Hubo dos pentathlon: el «moderno» -el mío- cuyo debut resultó muy brillante y el
clásico, cuyo vencedor cubrió los 200 metros en 22,9 y los 1.500 en 4,44; saltó 7,60 y lanzó el
disco a 33,57 y la jabalina a 46,71. En cuanto a las actuaciones de cada vencedor de estos
concursos por separado, fueron las siguientes: 21,7, 3,56, 7,60, 45 y 60 metros. Comparación
entre el «all round» y el especialista.
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Un récord: una sueca, la señora Versâll, tenía seis hijos participantes en los Juegos, los
benjamines en calidad de «boy-scouts" enrolados para cuidar del orden y trasladar los
mensajes. ¿No es esto pura antigualla? Sin embargo, el COI le otorgó una medalla olímpica
especial.
Dos innovaciones. En Londres había San Pablo. En Estocolmo, ninguna catedral digna de
tal nombre, y en vista de ello, se celebró una breve ceremonia religiosa en la jornada
inaugural: un simple salmo, una plegaria en sueco por el arzobispo de Upsala, seguida por
otra en inglés, compuesta y recitada por el P. Laffan, diez minutos en total. Y, en medio del
gran silencio de tantos miles de espectadores y participantes, aquello fue algo sublime. Pero
tuve la sensación de que nos extralimitábamos en nuestros derechos.
Para evitar las condecoraciones, el rey creó una especial: una medalla de plata con una
cinta azul pálido que debía prodigarse con esplendidez. Sobre el papel, era una solución
perfecta, pero los cazadores de distinciones operaron entre bastidores, y al final de los
Juegos apareció de nuevo el enojoso asunto de la adjudicación de títulos, las diferencias de
trato entre lo establecido para el país anfitrión y los países visitantes, los cambalaches, las
jerarquías a quienes se debía atender...
El esplendor de los Juegos Ecuestres fue el último acto. Rosen quiso que fuesen
magníficos y no reparó en gastos. Lo fueron. Después de esta apoteosis, cayó el telón. Luego,
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la marcha de las delegaciones. Llegó la hora de las despedidas, y mientras agonizaba el
rápido verano del Norte y la luz empezaba a hacerse oblicua, el último visitante marchose
lleno de gratitud hacia sus amigos escandinavos, y de esperanza en el futuro olímpico...
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429
seriamente unos beneficios que, por lo demás, han debido ser notables. De ello habrá que
sacar lecciones útiles para otras ciudades, pues es importante que no se tomen los Juegos
Olímpicos por la gallina de los huevos de oro. No se asombren nuestros lectores al ver que
nos ocupamos de la cuestión mercantil. ¡Sería un tanto pueril pensar que los Antiguos no se
ocupaban de la prosperidad que engendraban los Juegos, ni les interesaba el movimiento de
negocios en torno a Olimpia!
***
***
430
antideportiva. No era raro en el Estadio que una brillante victoria extrajera fuese acogida
con escasos aplausos, mientras que los vencidos, si eran suecos, recibían prolongadas
ovacionados. Nadie se ha enfadado seriamente por estas torpes manifestaciones, en
absoluto malintencionadas. Suecia ha carecido hasta ahora de una vida deportiva
internacional, y es cosa muy natural que el punto de vista patriótico haya triunfado sobre el
deportivo. Por otra parte, los gimnastas continentales, que han visto cómo se levantaban en
ese mismo Estadio las barras fijas y las paralelas tan severamente boicoteadas hasta ese
momento por los exclusivos métodos suecos, deben hacer justicia a la gran tolerancia con la
que han sido recibidos. El espíritu deportivo de los distintos grupos de atletas ha sido
claramente mayor que en 1908. En unos medios numerosos y sobrecargados no cabe,
evidentemente, esperar que se produzca una descalificación sin que ello suscite críticas y
polémica. Podemos, sin embargo, esperar que decepciones y celos no produzcan nunca
efervescencias más o menos ruidosas. No dejaremos de repetir que los atletas antiguos no
eran más angelicales a este respecto que los de hoy. ¡Si hubiesen sido angelicales no
hubieran sido atletas! Basta con poder observar que los incidentes desagradables no han
sido muy frecuentes y tampoco han durado mucho, y que la llamada que formulamos aquí
mismo83 parece haber sido oída y haber producido sus frutos. Aunque la “Pax olímpica”
todavía no reine de forma absoluta, sin embargo reina, lo cual significa mucho.
***
Se cuenta que cuando el arquitecto del Estadio de Berlín visitó el de Estocolmo, se quitó
el sombrero y dijo: “Saludo a mi colega sueco. No cabe hacerlo mejor”. Es este un halagador
elogio procedente de un hombre cuyo proyecto ha sido justamente admirado. El Sr. Gurben
Grut es, sin duda, merecedor de ello, y su obra ha concitado todas las aprobaciones. Persona
tan modesta como artista, el S. Grut se declara discípulo del maestro francés Viollet le Duc, y
ha querido unir a su triunfo este nombre ilustre, pero la originalidad de sus ideas y su
habilidad de ejecución permanecen íntegras. Cuando las esculturas adecuadas adornen el
83
Véase la Revista Olímpica de julio de 1912.
431
Estadio y atenúen un aspecto todavía algo rudo, se recibirá una impresión muy profunda.
Por otra parte, las instalaciones son perfectas. Pasillos, vestuarios, duchas, servicios de
prensa, cabinas telegráficas y telefónicas, tribunas, salidas, todo ha sido pensado de la forma
más práctica. Durante los Juegos, el Estadio ha sufrido transformaciones que parecían un
prodigio. Unas veces sala de conciertos para cuatro mil cantantes, otras restaurante para
tres mil invitados, al día siguiente estaba en perfecto orden para las pruebas. La hierba
dejaba su sitio a la tierra batida y al contrario. La tarde del 15 de julio se hubiera podido
jugar al fútbol; al amanecer del día siguiente habían surgido veinte obstáculos, y las pistas de
equitación jalonaban el terreno separadas por dos amplios macizos de hortensias. Una sabia
preparación del subsuelo y la yuxtaposición de grandes trozos de césped tallados en
escuadra formando un perfecto mosaico permitían estos rápidos cambios.
***
Por primera vez desde el restablecimiento de los Juegos el luto ha venido a entristecer la
celebración. Un portugués, el corredor Lazaro, que corría el maratón, sufrió una insolación y
murió al día siguiente por la mañana. Entre tantos miles de atletas, una muerte en dieciséis
años no es mucho, y nada demuestra mejor que el programa olímpico no excede en
absoluto las fuerzas de aquellos a los que se les propone. Pese a que el maratón se haya
celebrado una vez más y por motivos ajenos al deporte durante las horas más calurosas del
día, no cabe echar toda la culpa a la temperatura ambiente. La víctima debía de encontrar
fácil de soportar el ligero calor de Suecia en comparación con su clima natal. Es más
probable que el accidente se haya debido a una causa intestinal. En cualquier caso, es
preciso que, en lo sucesivo, el maratón se celebre por la mañana y, sobre todo, que se
adopten severas medidas para impedir que los participantes tomen durante la carrera
alimentos perjudiciales. Lazaro deja una viuda que había dado a luz recientemente. Un
unánime movimiento de simpatía ha permitido organizar en el Estadio al final de los Juegos
una fiesta deportiva en la que se ha recaudado una considerable suma que se destinará en
beneficio suyo.
432
***
O Lord, God of all the nations of the earth in Whom we live and move and have our
being, Our Father!
Thou hast called Thy children hither from all quarters of the Earth, from the East and
from the West, from the North and from the South to show forth in frank and chivalrous
contests Thy sacred gifts of manly prowess and to teach and learn by turns the secrets of
manly strength and manly endurance.
Pour out, o Lord, the fullness of Thy Holy Spirit on all who take part in these Olympic
Games.
Fill them with the spirit of friendship, the spirit of brotherhood, the spirit of International
unity and concord.
Set far from us all misunderstanding, all bitterness, all jealousy, all illwill.
433
Give to those who conquer the temper of generous sympathy, give to those who are
conquered the temper of generous admiration.
And so bless this gathering of the chosen youth of all nations that our Olympiad main be
an instrument in The Hand for the peace of the world, for the goodwill of all peoples, for the
building of Thy kingdom on Earth as it is in Heaven.
For thine, o Father, is the kingdom, the Power and the Glory for ever and ever. Amen.
Revue Olympique
(Revista Olímpica)
agosto de 1912, pp. 115-119
Una de las innovaciones más interesantes de los Juegos Olímpicos de 1912 ha sido la
institución del Pentatlón moderno, prueba que perdurará no tanto por contar con un trofeo
que en esta ocasión se ha llevado Suecia, sino por la adhesión universal que ha suscitado.
Cabía temer que semejante innovación no se impusiera de entrada, y ello tanto más cuanto
que, cuando la anunció su creador, el barón Pierre de Coubertin, levantó numerosas
objeciones. Pero, de entonces acá, el movimiento en favor del all-round athletism ha
tomado mucha fuerza, tanta que el anuncio definitivo del nuevo Pentatlón suscitó enseguida
numerosas adhesiones. Se inscribieron cuarenta y dos atletas de doce países diferentes.
Hubo treinta y dos participantes, daneses, franceses, americanos, holandeses, noruegos,
rusos, ingleses, suecos, alemanes y austriacos. De estos treinta y dos, nueve abandonaron
durante las pruebas y veintitrés llegaron hasta el final. Cabe decir que se trata de un
resultado magnífico, teniendo, además, en cuenta que las pruebas formaban un conjunto
extremadamente duro y que se celebraron sin pompa, lejos de las tribunas y de los aplausos.
Desde el puro punto de vista deportivo, el Pentatlón moderno representa la cumbre de la
434
Olimpiada. En ninguna otra prueba el esfuerzo muscular ha sido tan intenso, ni tan completo
el desinterés de los participantes.
435
que el número de participantes varía de una prueba a otra a causa de los abandonos, en esa
manera de hacer hay una relativa injusticia. Por otra parte, en lo que se refiere a la prueba
de equitación, cada participante contaba de entrada con 100 puntos, de los que se iban
descontando 2 por el primero obstáculo evitado o fallido, 5 cada vez que esto se repetía, 5
por la caída del caballo, 10 por cada caída del jinete y 2 por cada bloque de 5 segundos fuera
del tiempo máximo establecido. Todo ello supone cálculos complejos y posiblemente
inútiles.
Este entusiasmo ha tenido eco en ultramar. En efecto, el Sr. V. Skiff, quien desempeñó
un importante cometido en la organización de la IIIª Olimpiada como Director de la gran
Exposición de San Luis y que volverá a ejercer funciones análogas en San Francisco en 1915,
acaba de ofrecer al Sr. de Coubertin, en nombre de los “Trustees” de esta última Exposición,
un objeto de arte de gran valor para conmemorar la creación del moderno Pentatlón. Y se ha
convenido de común acuerdo que ese objeto seguiría el destino del trofeo donado por el
mismo Sr. de Coubertin para el Pentatlón. Se trata de una placa de oro macizo adornada con
bajorrelieves hechos por el conocido escultor sueco Lindberg, en una de cuyas caras figura la
inscripción siguiente: Donada por la Panama Pacific Internacional Exposition a Pierre de
Coubertin, restaurador de las Olimpiadas, con ocasión de la creación del Pentatlón moderno,
para ser entregada por él en cada Olimpiada al vencedor de la prueba, el cual la conservará
hasta la Olimpiada siguiente. Otro ejemplar de esta placa quedará en manos del presidente
del Comité Internacional.
Así, doblemente dotado, el Pentatlón moderno inicia su vida con todas las garantías de
un largo y gran éxito. Como sucede con el “Maratón”, cabe esperar que nazcan “Pentatlones
modernos” en todas partes; la diferencia está en que la organización de estos últimos es más
delicada y costosa…, pero su resultado también es más satisfactorio e interesante.
436
Revue Olympique
(Revista Olímpica)
octubre de 1912, pp.151-154
El equipo de redacción ha reconocido la autoría de Coubertin en este texto sin firmar.
El COI organizó en 1913 un Congreso olímpico en Lausana, y un año más tarde otro en
París sobre cuestiones técnicas del deporte. Coubertin opina en el siguiente artículo “Les
Congrès olympiques” (1913) sobre la función de los congresos olímpicos dentro del
Movimiento olímpico. La gran relevancia que para él estos congresos tenían la demuestra
la extensión con que los ha tenido en cuenta en sus Memorias olímpicas.84
Resulta complicado determinar con exactitud qué congresos pueden ser denominados
congresos olímpicos. Ni en 1897 ni en 1905 hubo una separación clara entre congresos
olímpicos y las citas del COI, inicialmente denominadas “reunión” y más tarde “sesión”.
Hasta es de suponer que Coubertin únicamente pudiera permitirse regular y fijar
estatutariamente las competencias, y de esta forma el procedimiento, con el paulatino
éxito de su movimiento.
84
De los 24 capítulos, ocho están dedicados a los Juegos Olímpicos, ocho a los congresos olímpicos y otros ocho
a otros temas olímpicos.
437
había traído consigo un montón de nuevos problemas. 85
Coubertin vio una amenaza para el deporte moderno en su conjunto en las críticas del
estamento médico a los métodos exagerados de entrenamiento. Por eso intentó dirigir la
atención de la Medicina hacia cuestiones psicológicas del ejercicio físico. El Congreso de Le
Havre de 1897 ya se había dedicado inicialmente a esta cuestión.
El Congreso olímpico de París, celebrado en 1914, un año más tarde, con motivo del
vigésimo aniversario del COI, se celebró con la participación de los 32 comités olímpicos
existentes. El aniversario debía tener lugar de forma especialmente festiva, como le
85
Coubertin ya había advertido y descrito esto en 1900 en su artículo “La Psychologie du Sport”. Ver este
artículo en el Volumen I.
86
Gran parte de las contribuciones de este volumen están reproducidas en el tomo I, algunas también en el tomo
III.
87
Comparar con “La reprise des Travaux du Congrès de Lausanne”, en : B.I.P.S., nº 1 (1929), pp. 6-14.
438
correspondía a un movimiento que ya había alcanzado fama mundial. Al mismo tiempo
debía convertirse en un triunfo silencioso para un Pierre de Coubertin que seguía siendo
ignorado en su patria.
El COI, junto a los representantes de los CON, dieron forma en este congreso al
programa unificado de los Juegos Olímpicos venideros, una necesidad desde hacía tiempo.
Para ello se analizaron todos los deportes en relación a su “madurez olímpica”, pero ya
entonces resultó imposible llegar a un acuerdo sobre los descartes.
Coubertin nunca ocultó que los Juegos Olímpicos debían quedar reservados a
participantes masculinos, y el COI apoyó fielmente este deseo. Es por ello que el congreso
rechazó una petición para aceptar a mujeres en las competiciones de atletismo, por lo que
éstas siguieron siendo aceptadas únicamente en natación y tenis. Por otra parte, hubo una
mayoría que se pronunció a favor de los deportes de equipo.
Coubertin sólo entra en más detalles sobre el Congreso de París en sus Memorias
olímpicas, por lo que parece que en aquel instante ya no mostraba interés por cuestiones
técnico-organizativas.
439
FEHLT EIN SATZ
Coubertin abandonó durante casi tres años su cargo de presidente para no perjudicar
innecesariamente al COI a causa de su ingreso en el ejército francés. La circular 4.2.2/32
aquí reproducida comunica esta decisión a los miembros del COI.
Los juegos Olímpicos se celebran cada cuatro años. Todos los años el Comité
Internacional celebra una sesión solemne con ocasión de la cual se da una fiesta. Las
sesiones de La Haya en 1907, de Berlín en 1909, de Luxemburgo en 1910, de Budapest en
1911, por no mencionar sino éstas, han sido muy brillantes. A veces y de manera impropia,
estas reuniones fueron llamadas Congresos. Ahora bien, en ellas únicamente participan los
miembros del Comité Internacional, de forma que en este caso no cabe emplear el término
Congreso.
Estos son los motivos por los que se convocaron los Congresos de 1897, 1905, 1906 y
1913. El primero, celebrado en el Ayuntamiento de la ciudad del Havre bajo la presidencia
honorífica del presidente de la República Francesa el Sr. Félix Faure, proclamó los estrechos
vínculos entre el deporte y la moral, tema entonces muy novedoso y sobre el que no se
había discutido en público. Distintos oradores como el explorador Bonvalot y el ilustre
predicador de la orden de los Dominicos, el Padre Didon, aportaron a esta fecunda tesis el
refuerzo de su elocuencia.
440
ejercicios físicos, y el volumen que contiene las discusiones y los trabajos de este Congreso,
en el que participaron personas muy distintas y de indiscutible capacidad, muestra un
movimiento de un valor verdaderamente excepcional. Sea cual fuere el punto de vista que
se adopte, esta enciclopedia lo menciona y el cuadro de problemas deportivos que en ella
figura es el más claro y el mejor que se haya hecho nunca.
Revue Olympique,
(Revista olímpica)
févr. 1913, pp. 19-20
La Suiza de final del siglo XIX era muy poco deportiva, o, por lo menos, podía decirse
sobre ella «que lo era a pesar suyo», a la manera de Toepffer, nada desdeñable, pero
insularista y apenas internacional. Suiza tenía sus gimnastas, sus tiradores, sus luchadores
alpestres, y pare usted de contar. No aspiraba a laureles exteriores, y utilizaba sus montañas
para la marcha, pero en cuanto a deportes de invierno, ni hablar. Políticamente era muy
cantonalista y desconfiaba a sabiendas de sus poderes federales. Por todas estas razones no
manifestó ningún interés por el restablecimiento de los Juegos Olímpicos y su abstención no
me afligió mayormente, puesto que, en realidad, apenas conocía el país. Tal como lo veía, de
lejos, así me imaginaba que debía ser en realidad. Los turistas que la visitaban no percibían
ninguna evolución interna, y a mí me ocurría lo mismo. Sin embargo, en 1903 debí
trasladarme allí, por circunstancias puramente fortuitas, para estudiar sus instituciones, y
puesto en contacto con su nueva organización militar, gracias a uno de sus oficiales más
reputados, el coronel De Loys, descubrí en seguida que existía en el centro de Europa un
pequeño estado cuyos destinos, lejos de haberse cumplido, asomábanse a un futuro
trascendente; un país, en fin, que jugaba en silencio el papel de laboratorio experimental de
las naciones civilizadas. Desde entonces, Suiza me interesó infinitamente.
Bajo el aspecto deportivo, aparecía tan favorecida por la naturaleza, las circunstancias
atávicas y otras, que no se concebía su lentitud en aprovecharlas. «La Suisse, reine des
sports» es el título de un artículo aparecido en la Revue Olympique de noviembre de 1906 y
que, retrospectivamente, tiene incluso carácter profético, aunque la profecía no se haya
cumplido todavía por completo.
442
que no se alcanza fácilmente lo que ellos están incluso dispuestos a dar. Nuestro colega
suizo Godefroy de Blonay conocía bastante el paño y debió cargarse de paciencia para
edificar un comité olímpico nacional superando los complejos cantonales, casi siempre
rebeldes a esta clase de construcciones.
Pero no voy a escribir aquí un estudio sobre Suiza. Redactando mi Historia universal he
podido dejar constancia con toda sinceridad de mi admiración hacia ella. Quisiera sólo
recordar cómo, deseando iniciar la conquista de Suiza, empecé por Lausana y por qué,
intentando conquistar Lausana, recurrí a la estratagema de un congreso científico.
Lausana fue muchas veces, en el pasado, ciudad internacional desde el día en que el
Papa vino a ella para colocar la corona imperial sobre las sienes de Rodolfo de Habsburgo,
pero a principios del siglo XIX aparecía, bajo este aspecto, completamente aletargada. Desde
luego, los pacientes iban a consultar a sus médicos eminentes, los turistas la incluían en sus
itinerarios para detenerse en ella con sumo placer, e incluso algunos permanecían en la
ciudad para prolongar deliciosamente sus ocios, pero carecía de una misión concreta y
definida. Su Universidad, recientemente instalada en un palacio cuya arquitectura tenía, por
lo menos, la lozanía y esplendor de la juventud, ocupaba un lugar muy honorable en el
mundo de los estudios, aun sin ejercer en el mismo ningún papel preponderante.
Deliciosamente asentada al borde del lago, coronada de bosques, y siendo un potencial de
todas las posibilidades deportivas imaginarias, Lausana era la ciudad más indicada para
establecer (en su recinto o en las cercanías) la sede administrativa del Olimpismo. Pero para
ello, ante todo, había que introducirse.
Por mi parte, abrigaba desde hacía tiempo el deseo de derivar, hacia la sicología una
atención médica que se acentuaba por momentos, aunque su carácter, casi exclusivamente
fisiológico, no me satisfacía en absoluto. Pero como tenía muchos amigos doctores,
empezando por el deportivo y simpático Fernand Lagrange, autor de la Fisiología de los
Ejercicios del Cuerpo, podía permitirme el lujo de hablar mal de ellos. No hace mucho
tiempo, colaboré en Praxis, el periódico bilingüe de los médicos suizos, a propósito del «caso
mórbido» que, en lugar de ser considerado una excepción como es en realidad, tendía a
imponerse cada vez más como norma en infinidad de dominios, y particularmente en el
443
deportivo. Sin embargo, no es éste el lugar apropiado para divulgar ni siquiera un resumen
de un asunto tan delicado. Pero lo dicho basta para conocer la génesis del Congreso de
Lausana, del que hablé a mis colegas a partir de 1909, ofreciéndoles dos años más tarde, en
la reunión de Budapest, un programa que acogieron por cierto con marcado interés y que se
publicó poco después en alemán, inglés, francés e italiano. Es corto, y estimo interesante
reproducir aquí el texto en cuestión:
Continuidad y modalidades
Sólo la continuidad, es decir, el hábito del ejercicio, hace al verdadero deportista, y no se
asegura hasta crear la necesidad del mismo. Esta necesidad deportiva no puede crearse
físicamente por una simple costumbre derivada del automatismo muscular, o por el mero
placer del aire puro originado por un intenso ejercicio o incluso moralmente por la ambición,
tanto si esta ambición procede del deseo de ser aplaudiolo, como si aspira a algo más noble,
por ejemplo, la belleza, la fuerza o la salud.
Resultados
Carácter rigurosamente exacto de los resultados deportivos. Entrenamiento: diferencia
sobre el hábito del mismo. El entrenamiento normal puede ser únicamente físico, con el solo
objeto de lograr la resistencia, pero puede contribuir también al proceso moral mediante la
444
educación de la voluntad, de la entereza y de la confianza en sí mismo, y más aún: al
progreso intelectual por la producción de calma y orden mental. ¿En qué condiciones?
Finalmente, ¿no contiene la actividad deportiva el germen de una filosofía práctica de la
vida?
Este programa había que defenderlo por un lado contra la ciencia médica -si se me permite
tal expresión- y, por otra parte, atraer hacia él a filósofos y pedagogos, y hacer además tocio
lo posible para que se interesasen los propios deportistas. Y paradójicamente fue un médico
quien más me ayudó, un viejo amigo de mis suegros, el doctor Morax, director a la sazón del
Servicio Sanitario del Vaud, cuyos tres hijos han destacado por méritos propios en las artes,
las letras y las ciencias. Llevaba en Morges una existencia patriarcal adornada con todos los
reflejos de una vida ejemplar. Nada de lo que ocurría en Europa o fuera de ella dejaba de
tener un eco simpático, juicioso y equilibrado en el ambiente de este anciano rodeado de
juventud y amigo de las empresas más arriesgadas. El Congreso despertó en él auténtico
interés desde un principio, captando con sorprendente rapidez de reflejos mis proyectos, de
los que extraía su oportunismo olímpico y helvético al mismo tiempo. Gracias a él obtuve la
colaboración del profesor universitario Millioud -de quien Benito Mussolini, entonces en la
penumbra donde luchaba valientemente contra el destino adverso, se enorgullece de haber
sido su discípulo—, la del rector, De Felice; la del director de una famosa escuela privada,
Auckenthaler. Así se creó el equipo inicial. Para pronunciar el discurso de apertura me
aseguré el concurso de un historiador, filósofo de campanillas, Guglielmo Ferrero, aparte del
envío de un mensaje escrito de Teodoro Roosevelt. Después de aquello, no me hacía
grandes ilusiones sobre los debates de la asamblea. El temario resultaba demasiado
novedoso, y las materias eran harto extrañas a la mayoría de congresistas para que el
conjunto no zozobrase en plena singladura. Pero el programa quedaría, el prestigio de
ciertos, nombres también, y la originalidad de la experiencia llamaría finalmente la atención.
El Congreso abrió sus puertas en la mañana del jueves 8 de mayo de 1913- En la antevíspera
y la víspera habíase celebrado en la sala del Senado Universitario, la Sesión del COI con la
entrada de tres nuevos miembros: el duque de Somerset por Inglaterra; el conde de Penha-
García por Portugal, y el barón de Laveleye por Bélgica. La sesión inaugural se celebró en el
Aula. La ciudad estaba engalanada. Los pequeños -boy-scouts" hacían barrera sobre la
445
escalinata. Los famosos coros de la «Union Chórale et du Choeur d'Hommes» de Lausana
cosecharon grandes aplausos, y seguidamente el consejero federal Decoppet tomó la
palabra en nombre del Consejo Supremo de la Confederación. En mi discurso de
contestación me vi obligado, con pena, a pronunciar el elogio fúnebre del doctor Morax,
recientemente fallecido. Luego escuchamos un discurso de Perrero, original y de altos vuelos
filosóficos. Finalizados los parlamentos, el Congreso me confió la presidencia de sus trabajos,
designándose como vicepresidentes a los delegados de los gobiernos belga y austríaco, y
también al profesor Millioud y a Auckenthaler. Se ha publicado un volumen con todos los
esquemas presentados; muchos de ellos son interesantes, pero muestran, como dije antes,
grandes dificultades para mantenerse en el terreno de lo concreto. La autobiografía de
Roosevelt constituía una elocuente lección de cosas: cabe destacar, asimismo, un profundo
ensayo de Luis Dedet, antiguo atleta, hoy director del célebre -Collége de Normandie», sobre
el equipo, su formación, su vida orgánica, su disolución...
Las consecuencias de orden práctico que aquel congreso podía aportar al COI eran nulas. Su
cometido habíase limitado a patrocinar un orden nuevo sobre temas de estudios científicos,
446
y en honor a la verdad, aquel bautismo celebrose en condiciones muy satisfactorias. Durante
su transcurso, y después de haber zanjado bastante bien gran cantidad de «asuntos
corrientes» -según la expresión consagrada para designar aquéllos que, precisamente,
quedan un tiempo estancados porque nada tienen de corrientes- se discutieron y fueron
sometidos a votación los programas y reglamentos del Congreso de París convocado para el
año siguiente y, finalmente, el COI se enfrentó con el affaire Thorpe.
Los Juegos de la V Olimpíada habían concluido cuando James Thorpe, vencedor del
Pentathlón clásico y el Decathlón, vióse acusado de flagrante profesionalismo. El informe lo
transmitieron el Comité sueco y el Comité americano al COI, que se veía requerido por vez
primera a ejercer un arbitraje de tal naturaleza en un caso tan comprometido. Dicho informe
estaba integrado por cuatro piezas: una carta de James Thorpe a Sullivan; una carta del
director del Colegio de Carlisle, Pennsylvani, al propio Sullivan; una nota de Sullivan al
Presidente de COI y, finalmente, una «declaración» del presidente y del secretario de la
«Amateur Ahtletic Union» de los Estados Unidos y del Comité Olímpico, quienes, tras haber
examinado el caso, daban por escrito su razonada opinión. Han transcurrido veinte años, y la
lectura de estos documentos me ha producido la misma impresión de dignidad y lealtad
perfectas, originada en el primer momento, y no solamente para mí, sino para todos mis
colegas, de tal modo, que el COI falló el asunto de acuerdo con la proposición de los
miembros ingleses presentes en 1913, el duque de Somerset y el Rvdo. Laffan, felicitando
luego a los dirigentes americanos por su actitud «tan netamente deportiva» en aquella
circunstancia. No faltó quien insinuase que Thorpe era un ciudadano americano de origen
indio y que debido a ello nos habíamos cebado con él más encarnizadamente. Esto es una
calumnia. Este «cebarse» obligaba a los Estados Unidos a retroceder en el cuadro de honor
de 1912, lastimando su orgullo nacional. Sobre los hechos atribuidos a Thorpe, nada tengo
que decir. En aquel tiempo exitían en el país del Tío Sam gran número de estudiantes faltos
de recursos y apasionados deportistas que, en verano, enrolábanse en los equipos
profesionales de béisbol, a menudo bajo nombres supuestos. Thorpe, en 1909 y 1910 lo hizo
con su propio apellido, sin calcular las consecuencias de su ligereza. Nadie lo sabía, y
reintegrado al Colegio Carlisle, siguió siendo considerado como amateur. Leyendo su carta
tan sincera, y la del director del colegio también muy emocionante, por cierto, ¿cómo no
evocar ciertos jugadores de tenis que habían procedido igual o peor sin ser inquietados por
447
ello? Pero no cabía la menor duda sobre el caso, y Thorpe, descalificado, debió restituir los
premios que se le habían otorgado en Estocolmo.
En principio, sólo existía un verdadero obstáculo, pues había que forzar en cierta manera
al gobierno e imponerle el alto patrocinio de la celebración, en vez de solicitarla de acuerdo
con la mecánica de costumbre, lo cual habría originado los correspondientes informes,
contra-informes, anuncios y toda la serie de papeleos normales para nuestra sacrosanta
administración. El COI iba a reunirse en Budapest (mayo de 1911). El presidente del Consejo
y ministro del Interior, Monis, estaba hospitalizado debido a un accidente, por lo que dirigí
mis pasos hacia la plaza Beauveau e hice pasar mi tarjeta al jefe o subjefe de su gabinete
que, si mal no recuerdo, tenía idéntico apellido que el ministro y debía ser pariente suyo. Era
un joven elegante, hombre de mundo y que en seguida se hizo cargo de la situación. He aquí
lo que le dije, poco más o menos: «un Comité del que forman parte cuatro franceses entre
cuarenta extranjeros pertenecientes a treinta países distintos', va a tomar un importante
acuerdo. Este acuerdo decidirá la celebración en París, en junio de 1914, del XX Aniversario
del restablecimiento de los fuegos Olímpicos, y ofrecerá el patrocinio de esta celebración a la
República Francesa. ¡Qué mal efecto causaría el hecho de que este patrocinio no se aceptara
448
en seguida, o bien que la respuesta se retrasara excesivamente porque deben discutirla las
derechas y las izquierdas! Desde luego, sé perfectamente que nuestros sistemas
administrativos y políticos imponen ese circuito. Ahí va el texto de la carta que voy a dirigir al
presidente del Consejo en cuanto se haya tomado el acuerdo. ¿Qué le parece una respuesta
concebida más o menos en estos términos?"... Y entonces leí mi carta y la contestación,
cuyos textos se encuentran en la Revue Olympique de julio de 1911: «Acuso recibo de su
atenta en que tiene la amabilidad de comunicarme el acuerdo del COI, que en su reunión de
Budapest, etcétera (siguen los detalles)... Tengo el honor de agradecerle tan interesante
comunicación y le suplico se sirva transmitir a los señores miembros del COI los sentimientos
de viva gratitud y simpatía del Gobierno francés».
449
con deportistas de aquellos países, lo cual procuró abundante documentación sobre los
problemas e inquietudes de los medios técnicos. Por mi parte, remití a todos los Comités la
invitación oficial para París. La Comisión reuniose nuevamente en Lausana en vísperas del
Congreso de 1913 y, tras la aprobación definitiva de sus proposiciones por el COI, se
publicaron en la Revue Olympique de junio de 1913 el programa y los reglamentos del
Congreso de París, en francés, inglés y alemán.
Los Comités reconocidos por el COI tenían derecho al número máximo de delegados que
se cita: Alemania, Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Italia y Rusia, 10; Austria, Bélgica,
España, Grecia, Holanda, Hungría y Suecia, 6; resto de países, 5, excepto los comités de
Finlandia, Luxemburgo, Mónaco y Checoslovaquia, con 2 solamente. Los miembros del COI
por tener voto en calidad de tales, no podían ser delegados de su Comité Nacional. Los
países sin Comité Olímpico Nacional podrían enviar tres delegados presentados por su
ministro de Asuntos Exteriores, que a su vez tendrían solamente voto consultivo. Seguía a
continuación la presentación de credenciales, la mesa del Congreso, las deliberaciones y
discusiones, los idiomas autorizados (francés, inglés, alemán), las sugerencias planteadas
(calificación: sexo, edad, nacionalidad, condición de aficionado de los participantes en los
Juegos - número de inscritos por deporte - lista de pruebas obligatorias, deportes
facultativos - reglamentos técnicos -jurados y premios). Conste que doy solamente los títulos
de cada apartado. Todo ello estaba muy detallado y, como se ha visto, fruto de unas
deliberaciones que habían durado casi dos años y se apoyaban en informes competentes y
profundas experiencias.
Antes de poner en marcha el programa de festejos, quise esperar que cesara el mandato
del presidente Fallieres porque, de todos los jefes del Estado francés, y después de la
dimisión de Jules Grévy, era el menos olímpico, sin duda alguna. En cuanto se designara su
sucesor pondríamos manos a la obra, aunque algunas gestiones «mundanas» habían
empezado a dar sus frutos. En la primavera de 1913 me trasladé a París y el nuevo
presidente Raymond Poincaré me dispensó una gratísima acogida. Visité, asimismo, al
ministro de Asuntos Exteriores, Pichon, a quien ya conocía de residente general en Túnez, y
al alcalde de París. Todo se arregló rápidamente. Recién clausurados el Congreso y sesión de
Lausana, volví a París para entregar al jefe de Estado un programa detallado de catorce días
450
de duración, que comprendía no menos de diecisiete ceremonias o fiestas. El mismo
figuraba allí en tres ocasiones: Sorbona, Trocadero y... Elíseo. El presidente se sonrió. Faltaba
exactamente un año. «¿Esto es definitivo?» -preguntó. «En absoluto» -le contesté...
«Entonces, tomo buena nota» -dijo simplemente-, y transcribió las fechas que le interesaban
en una agenda. Y como le insinuara algunas explicaciones sobre el carácter que queríamos
dar a aquellos actos, me atajó rápido: -Lo comprendo perfectamente. Toute la France!». Y
una sonrisa de satisfacción indicó que su patriotismo lo aprobaba por completo.
Toute la France? Hay palabras que constituyen por sí mismas una recompensa. Y en
efecto, en el programa que acababa de aprobar el Presidente, una fiesta en el Hotel La
Rochefoucauld, ofrecida por los duques de Doudeauville, un «garden-party» en el Castillo
Maintenon, residencia de los duques de Noailles, y un «manége-paré» ofrecido por el conde
Potocki, se engarzaban con las recepciones del Elíseo, del ministerio de Asuntos Exteriores y
del Municipio. Estaban prevista además unas tiradas de esgrima en Cercle Hoche,
organizadas por su presidente, el duque de Decazes; una fiesta nocturna en el Bois de
Boulogne y regatas de remo en el Sena, a cargo de nuestros colegas franceses el conde
Bertier y Albert Glandaz; una velada en la embajada de Alemania; otra ofrecida por el conde
Brunetta y un original banquete en el restaurante Ambassadeurs, gentileza del presidente
del Comité americano, el coronel Thompson.
Todos los programas o menús los imprimió Stern de acuerdo con los estilos de las
distintas épocas. La Revue Olympique dedicó un número con abundante información
anecdótica sobre los parajes y monumentos parisinos que visitarían los congresistas, del Bois
de Boulogne a la Sorbona, pasando por Sainte Clotilde, el Panteón, el Elíseo, el Trocadero, las
mansiones particulares, el Ayuntamiento, etc. Asimismo envió a cada congresista un folleto
lujosamente editado bajo el título: Notes sur la France contemporaine, en el que habían
colaborado una docena de prestigiosas firmas, entre las que figuraban A. Ribot, Léon
Bourgeois, Edm. Perrier, etc. Quizá alguien se pregunte qué es lo que me proponía con todo
451
esto. Confieso que en aquel momento no sospechaba la proximidad ni la fatalidad de la
guerra. Probablemente algún día tendré ocasión de exponer los motivos de este
convencimiento, pero entonces estimaba que nada había más indicado para provocar la
guerra que el denigrarse a sí mismo, pasión que entre mis compatriotas había alcanzado el
grado más absurdo. Pero me preocupaba muy poco en combatir aquel morbo porque, a mi
entender, carecía de objeto, puesto que no estaba justificado por ninguna realidad concreta.
Dos años antes, charlando en Estocolmo con un alto oficial alemán, que ocultaba bajo su
cortesía un imperceptible desdén para la Francia republicana, le dije que, en mi opinión, en
ningún período de su historia contemporánea había contado Francia con un tesoro tan
valioso de fuerzas latentes y dispersas a las que bastaría una conmoción para constituir un
bloque invencible. Me acuerdo del estupor reflejado en su cara al escuchar esta opinión de
boca del jefe de un grupo ultra-aristocrático. Me vio perfectamente convencido. Por ello, en
junio de 1914, no debí realizar ningún esfuerzo para reiterarme en mi convicción, formulada
con toda sinceridad en 1912.
Pero como la suerte tiene a menudo sus ironías, nos hizo en el momento más inoportuno
una jugarreta típicamente francesa: una doble crisis ministerial que batió todos los récords
anteriores de inestabilidad política. A su llegada a París, los congresistas vieron cómo al día
siguiente de haberse constituido, caía el gabinete Ribot, de cuya cartera de Asuntos
Exteriores era titular Léon Bourgeois. Dos días después estaba prevista la recepción en el
Quai d'Orsay. «¿No se celebrará, verdad?» - me preguntaban voces maliciosas, encubriendo
su aviesa intención. «¿Por qué?» «Porque no hay ministro». «Mañana habrá otro». Y,
efectivamente, los esposos Viviani, instalados aquella misma mañana, se presentaron a la
hora señalada a la entrada de los salones, compuestos y sonrientes como si ellos mismos
hubiesen dispuesto hasta el mínimo detalle de la recepción. En aquel numeroso equipo
internacional, integrado por los miembros del Congreso (unos ciento cuarenta), había
hombres experimentados, curtidos por la vida, en la que desempeñaron cargos de
importancia. Sin embargo, más de uno sorprendiose viendo de cerca la forma en que se
derribaban y rehacían los gabinetes en París y, sobre todo, el poco caso que hacían los
franceses a una crisis ministerial.
452
todos los embajadores, y en cuyo transcurso se leyeron más de cien notas y telegramas de
adhesión procedentes de soberanos, príncipes herederos, gobiernos, universidades y
sociedades, fue enaltecida por la audición de los famosos cantores suecos, desplazados a
París con ocasión de las fiestas. Por vez primera, apareció en público la bandera olímpica,
que habíamos confeccionado en grandes cantidades, y tuvo un gran éxito. Toda blanca, con
los cinco aros entrelazados: azul, amarillo, negro, verde, rojo, simbolizaba las cinco partes
del mundo unidas por el Olimpismo y reproducía los colores de todas las naciones.
El Festival del Trocadero tuvo algunos fallos. La presentación se había proyectado sobre
un plano de gradación rítmica. Después de un preámbulo ejecutado por un septimino de
arpas en la penumbra azulada, el coro de la Iglesia Griega interpretó los Ecos del pasado,
himnos antiguos y bizantinos. Luego, y mientras la luz renacía lentamente, las «Voces del
Norte», o sea, las de los cantores suecos, evocaban la esperanza del despertar olímpico,
cuya resurrección celebrábamos con aquella actuación de masas compactas de la Escuela de
Cantos Corales combinados con fragmentos de órgano, que acentuaban su sintonía y
jugaban con nuevos cuadros reflejando la idea directriz hasta la apoteosis final: un cortejo de
muchachas
ataviadas a la antigua, coronando las banderas de las naciones organizadoras de las cinco
primeras Olimpíadas: Grecia, Francia, Estados Unidos, Inglaterra y Suecia. Entonces sonaron
majestuosos los acordes de la Marsellesa, armonizada por Gossec y acompañada por el
tañido de campanas. La parte musical fue perfecta, pero los juegos de luz dejaron mucho
que desear y el cortejo estuvo un poco desunido.
Para respetar la euritmia, el Presidente - que llegó un poco tarde - se avino a entrar en el
recinto a oscuras y silenciosamente ¡con gran escándalo del protocolo!
Estas fiestas de 1914, terminadas en Reims con una espléndida representación, gentileza
del Marqués de Polignac en el «College d'Athlétes», no perjudicaron en absoluto los trabajos
del Congreso. Salvo el día de excursión a Maintenon, siempre hubo dos sesiones diarias, una
por la mañana y otra por la tarde, de 2 a 4 horas en total, quince sesiones, y así se llevó a
cabo una labor considerable. La buena voluntad de los delegados fue incansable, y se
esforzaron hasta el final. Presidí todas la reuniones excepto una, y no tuve ningún problema.
453
Las intervenciones oratorias fueron siempre discretas y medidas, y los extractos en francés o
en inglés facilitaron el rápido entendimiento, mejor que las traducciones. Por mi parte, traté
principalmente de mantener la diversidad en los debates y animarlos desde el principio,
aparte de recortarlos en lo posible. Es así que, a pesar de su extensión, pudo desarrollarse
todo el programa. En cuanto a las actas del Congreso, nadie dudaba que no se publicarían
jamás. Se nombró una comisión para comparar los textos, redactados en tres idiomas, a fin
de evitar cualquier error. Esta comisión debía reunirse el mes de agosto y publicar el folleto
en otoño. Sin embargo, transcurrieron cinco años, hasta noviembre de 1919, y fue entonces
cuando el COI publicó los acuerdos sobre las pruebas, jurados, reglamentos especiales,
inscripciones y clasificaciones, etc. Todo quedó paralizado ante los Juegos de la VI Olimpíada,
para los cuales Berlín preparábase con el deseo evidente de superar todo lo visto hasta
entonces. La participación sería algo sin precedentes y estaban previstos casi todos los
deportes en el programa general de los Juegos de 1916, que una tragedia mundial iba a
suprimir bruscamente.
En efecto, y aunque no había tomado ninguna decisión concreta, mi deseo era renunciar
a las funciones que venía ejerciendo durante veinte años, y más de una vez había
manifestado esta eventualidad a muchos de mis colegas. Pero ahora no podía hablar de
dimisión antes de 1917, fecha de expiración de mi mandato decenal. Un capitán no
abandona el puente del navio durante la tempestad.
Dos problemas surgieron inmediatamente: uno referente a los próximos Juegos, y otro
sobre la posición misma del COI.
Por lo que respecta al primero, no habían transcurrido aún dos semanas de la invasión de
454
Bélgica, cuando recibí varias proposiciones de «traspaso». Primeramente fueron vagos
proyectos, pero luego tomaron consistencia por una intervención favorable de Sullivan, que
había sido, por cierto, uno de los hombres clave del último Congreso, y cuya lealtad
afirmábase ahora inquebrantable. Solicitaba "directrices». No había la menor duda: Una
Olimpíada puede no celebrarse, su cifra permanece. Ésta es la antigua tradición. Los
alemanes, que entonces creían en una guerra rápida y en la victoria segura, no podían ser
relevados del mandato olímpico. Tomar una iniciativa sobre este punto en favor de los
Estados Unidos o Escandinavia era meterse por adelantado en aventuras difíciles de prever y
exponerse a fisuras ulteriores en el bloque olímpico, sin ventaja alguna para nadie. Rechacé
de plano cualquier acción en este sentido.
La composición del Comité no debía presentar ningún problema, pero aquí chocamos
con la opinión británica que, por vez primera, carecía de lógica y ponderación, exigiendo la
expulsión de los alemanes que figuraban en determinadas asociaciones internacionales de
carácter académico y científico. Ni Francia, ni Bélgica, ni Rusia, estaban dispuestas a
secundar esta posición. Por ello me pareció que también aquí el tomar decisiones era
sembrar la cizaña en terreno desconocido. La situación podía haber sido embarazosa en el
caso de figurar un alemán o un austríaco en el COI, pero no teníamos ninguno. Podíamos
seguir tal cual con una simple suspensión de las sesiones. Más adelante ya se vería. Pero
todo lo que fuese anticiparse al futuro con decisiones precipitadas, era una torpeza inútil.
Con la aprobación de mis colegas belga y francés, rechacé, pues, la requisitoria de Mister
Cook, que presentó su dimisión.
Solucionados estos dos puntos, surgieron otros dos que, por el contrario, requerían a mi
juicio una solución inmediata. La sede social del COI no estaba bien definida. Muchos la
creían en París, asociándola con mi domicilio particular. Pero existía un acuerdo desde
nuestros orígenes según el cual dicha sede se trasladaría cada cuatro años al país de la
próxima Olimpíada; privilegio ficticio, desde luego, pero que Berlín podía reclamar con toda
razón. Además, ante el estado actual de Europa, hacíase indispensable una estabilidad
administrativa para el Olimpismo.
De ello habíamos ya hablado en el COI y mis colegas no parecían aprobar mis proyectos
455
con excesivo entusiasmo. Pero ante la gravedad de las circunstancias, habiendo convocado a
los miembros disponibles, decidí prescindir de objeciones, y el 10 de abril de 1915, en el
salón de sesiones del Ayuntamiento de Lausana, estampáronse las firmas que establecían en
aquella ciudad el centro administrativo mundial y los archivos del renovado Olimpismo. De
Blonay, miembro por Suiza, colaboró conmigo en este asunto. El alcalde, Maillefer, y los
concejales, recibieron el depósito en nombre de la ciudad. El Consejo de Estado del Cantón
de Vaud asociose a tan importante acto, al que se adhirió asimismo con un sentido
telegrama el presidente - entonces como ahora - de la Confederación, Motta, en nombre del
Consejo Federal.
456
1924, firmes jalones en sitios diferentes. Por ello, no contento de tener en cartera Amberes y
Lyon, tomé en cuenta poco después las proposiciones de América.
Poco después, Cuba entró en escena. Nos habíamos hecho a la idea de que la VI
Olimpíada pasaría sin celebrarse, aunque constando en la lista, a la antigua usanza. Nos
ocupábamos exclusivamente de 1920. Atlanta, Cleveland, Filadelfia, ofrecían el oro y el
moro. El comité constituido en La Habana era menos ambicioso, más consciente de las
dificultades y al propio tiempo se había asegurado el apoyo de los poderes públicos,
incluyendo el del jefe de la República, presidente Menocal.
Tanto si el proyecto se realizaba como si se esfumaba, no cabe duda que iba a contribuir
a la conquista de Sudamérica, en cuyos servicios de propaganda me hallaba mezclado, y me
servía de precioso apoyo para los mismos. Hasta aquel entonces, los sudamericanos nos
habían proporcionado muchos sinsabores: los miembros argentinos fallaron lastimosamente
uno tras otro, y así demostraban una total incomprensión o bien veleidades de
independencia llevadas hasta el último extremo y muy molestas. Hubo un momento en que
los clubes chilenos hicieron la vida imposible a nuestro colega el profesor García, que había
sido elegido nada menos que por recomendación ele su gobierno, y lo menos que puedo
decir de la delegación militar chilena que acudió a los Juegos de Estocolmo es que estuvo
457
incorrecta respecto al COI. Después de aquello, quisieron montar en Buenos Aires una
«Olimpíada» independiente. En el Brasil, la organización deportiva se desarrollaba
lentamente, aunque teníamos en la persona de De Rio Branco, antiguo capitán de fútbol y
actual ministro en Berna, un colaborador firme y seguro. En 1916 pude crear, en París, un
Comité provisional del cual fue gran animador el cónsul general de El Salvador, de Matheu, y
gracias a su dedicación se organizó una propaganda bastante activa. Un folleto muy bien
impreso, titulado «¿Qué es el Olimpismo?», se repartió profusamente en los países
sudamericanos, adelantándose en esto a la acción del Comité español, al que, por cierto, el
celo y la generosidad del Marqués de Villamejor habían insuflado nueva vida.
En Madrid tuve ocasión de presidir, en 1916, una reunión de dicho Comité, y también de
allí surgió un esfuerzo propagandístico con la difusión de otro estupendo folleto sobre el
Olimpismo. El resonante homenaje rendido al COI, en San Francisco tuvo, asimismo, una
repercusión muy acusada en Filipinas, en cuyo territorio los americanos preocupábanse de
implantar el deporte desde los inicios de su penetración. Ya antes de la guerra, me puse en
relación con la Far Eastern Athletic Associatíon, con sede en Manila, y cuyo presidente era,
en 1915, el doctor Wu Ting Fang, de Shangai, rodeado de excelentes consejeros americanos.
Con el decidido apoyo de gentes de la YMCA, hacían muy buena labor, y ahora que el
prestigio del COI había llegado hasta sus costas, deseaban incluso organizar los llamados
«Juegos de Extremo Oriente» bajo su égida. Se creían llamados a regenerar China, Japón,
Siam, y a tal fin complacíanse en barajar cifras de población. Sin admitir en tal materia las
progresiones estrictamente matemáticas de la evaluación americana cara al futuro,
estábamos dispuestos, sin embargo, a captarnos su confianza. Según me comunicaban por
carta, «tenían establecido un Kindergarten Olímpico". Así lo entendíamos también por
nuestra parte, y lo que se perdía por un lado para nosotros, se recuperaba sin duda por otro,
de tal modo que no tuve inconveniente en escribir en uno de los últimos números de la
Revue Olympique que si algún día la guerra impedía la celebración de una Olimpíada en
Europa, la siguiente se celebraría sin falta y que si la juventud de nuestro viejo continente
dejaba de enarbolar la llama olímpica, encontraríamos en la otra parte del mundo una nueva
juventud presta a relevarla.
La Revue Olympique fue una de las primeras víctimas del huracán. Su último número
458
apareció en julio 1914. Imposible continuarla. A decir verdad, había decidido suspender su
publicación a partir de diciembre, invitando a mis colegas a sustituirla por un boletín en tres
idiomas de carácter más técnico, porque estimaba que, tras la reciente apoteosis, su misión
estaba cumplida y, por otra parte, deseaba dedicar más horas libres a mis trabajos
históricos. Sin embargo, de julio a diciembre publicaría comentarios y aclaraciones sobre los
documentos y actas del Congreso. Pero la suerte decidió de modo muy distinto. Imprimíase
en Gante, y en la tormenta quedaron destruidas buen número de colecciones
cuidadosamente conservadas hasta entonces.
4.2.2/32 Godefroy de Blonay – Presidente interino. Circular a los miembros del COI (enero
de 1916)
Los próximos cuatro textos seleccionados guardan relación con los VII Juegos Olímpicos de
Amberes en 1920. En ellos Coubertin no sólo describe la preparación y el desarrollo de
esos Juegos, sino que ofrece un esbozo de la situación del Movimiento olímpico al final de
la Primera Guerra Mundial.
459
En el segundo texto, “La séptima Olimpiada” define los Juegos de Amberes como “en
quelque sorte l’Olympiade de la résurrection”. Después de las enormes pérdidas de Bélgica
durante la guerra, resultaba casi milagroso que la ciudad de Amberes se sintiera obligada
por su oferta previa al conflicto.88 Coubertin se lo había pedido al gobierno belga el 18/30
de noviembre de 1918 y propuso un programa adaptado a las condiciones de la posguerra;
estaba en contra de un aplazamiento excepcional hasta 1921.89
FEHLEN 2 ABSÄTZE
88
El gobierno belga había aprobado la candidatura de Amberes para 1920 en junio de 1914. Lyon, la ciudad
competidora, había renunciado el 6 de septiembre de 1915 en favor de Amberes mediante en un contrato oficial.
89
El autor analizó al respecto en agosto de 1984 material conservado en el Archivo municipal de Lausana.
460
advertida, la conciencia del mundo habríase manifestado con entusiasmo en su favor. En
Bélgica, por lo menos, estaban pendientes de nuestra reunión, y el gobierno real, consciente
de la carga que representaba la adjudicación de los Juegos, declarose presto a aceptarla.
Al conde de Baillet-Latour le faltó tiempo para entrevistarse con el rey Alberto y los
ministros. Con su idealismo realista, había examinado a fondo todas las posibilidades y
estaba dispuesto a seguir hasta el fin. Y aunque en su camino alguien se empeñó en
disuadirle, prometió con firmeza, confortado también por el apoyo que desde Inglaterra le
enviaba el P. Laffan, que en Amberes todo estaría dispuesto a la hora prevista. Y así fue en
efecto.
Cuba habíase difuminado poco a poco. Frente a la candidatura belga, las demás no
podían sostenerse. Pero surgía un grave problema: la participación de los «imperios
centrales» como se les llamaba todavía, puesto que de hecho habían transcurrido escasos
meses desde que el último soldado alemán había abandonado el suelo belga y que el cañón
había enmudecido en los frentes de guerra. El buen sentido aconsejaba que los alemanes no
podían, sin imprudencia, pretender presentarse en el estadio olímpico antes de 1924. Por
otra parte, proclamar un ostracismo cualquiera, aunque fuese al día siguiente de terminado
el conflicto que acababa de ensangrentar Europa, significaría un resquebrajamiento en esta
constitución olímpica, tan resistente hasta entonces, aparte de ser un precedente harto
peligroso. Pero la solución era muy sencilla: según la fórmula empleada desde 1896, el
Comité Organizador de cada Olimpíada transmite las invitaciones. Esta distribución es de su
total incumbencia, sin que el principio fundamental de la universalidad sufra menoscabo por
ello. Y en este caso, el COI no se veía obligado a tomar ningún nuevo acuerdo. Sin embargo,
y desoyendo el consejo de muchos de nosotros, adoptose un término medio que consistía
en designar los países que debían ser invitados, bajo el pretexto de que los restantes no
estaban representados en el COI, lo cual constituía una doble falta, porque si la muerte en
Alemania y las dimisiones en otros países causaron estragos en nuestras filas, quedaban los
húngaros, que no habían muerto ni dimitido.
461
del Presidente del Consejo y ministro de la Guerra me comunicaba que, enviando la
escuadrilla con autorización del Gobierno Federal y «en ocasión del XXV Aniversario del
restablecimiento de los Juegos Olímpicos», el Sr. Clemenceau deseaba poner de manifiesto
la «alta estima» que le merecía el COI y su obra. Esto hizo enmudecer a ciertos
descontentos, pero continuaron refunfuñando durante mucho tiempo, y aprovechaban
cualquier coyuntura para manifestar su despecho.
¿Qué se proponían? Nada concreto, hasta que al fin derrumbose el tinglado al fallarles
incluso los periódicos que sostenían su causa, y por fin la participación francesa pudo
organizarse debidamente.
462
muscular y el empuje deportivo no habían retrocedido un ápice.
463
Durante los Juegos, todas las autoridades políticas, civiles y militares de la ciudad, de la
provincia, del Estado, rivalizaron en su noble empeño de testimoniar un vivísimo interés por
lograr el mayor de los éxitos; en este aspecto llevose la palma el gobernador de Amberes,
barón Gaston de Shcilde, persona queridísima de cuantos le trataban. Amberes presentaba
una decoración multicolor. Del centro urbano al estadio, el camino hallábase jalonado de
banderas olímpicas, y los cinco aros con la divisa Citius, Altius, Fortius, aparecían por
doquier. Las fiestas fueron numerosas y muy logradas, e incluso los «bagpipers» de un
regimiento escocés daban a menudo una nota pintoresca.
Los más antiguos del COI, el general Balck, el profesor Sloane, el Reverendo Laffan, el
doctor Guth-Jarkovsky, el barón de Blonay, el barón de Tully, el Conde Rosen, hallábanse de
nuevo reunidos, como antes, en un ideal común y, a su alrededor, un gran número de
noveles formaban los cuadros cada día más numerosos que recogerían su herencia y a
quienes ellos, los antiguos, debían pasar la Llama Sagrada. Había en esos nuevos cuadros
lejanos colegas: japoneses, hindúes, sudafricanos, brasileños; colegas eventuales de
naciones emancipadas, Irlanda, Polonia... que presentaban sus candidaturas; un delegado de
la ciudad de Los Ángeles, con el encargo de solicitar para ella los Juegos futuros;
representantes del YMCA, ahora atraídos por la potente irradiación del Olimpismo, que
tantas veces habían desconocido voluntariamente en el pasado. Entre estos últimos, un
entusiasta, Elwood Brown, se convertiría dentro de pocos años en ardiente abanderado de
las doctrinas olímpicas para Oriente y Extremo-Oriente. ¿Dónde se celebrarían los Juegos de
1924? Todo el mundo hacía sus cábalas sin cesar. De hecho, reinaba una auténtica
incoherencia entre los rectores del deporte. Todos tenían grandes ideas, pero no sabían
dónde iban... reformas, novedades, cambios. En el discurso que dirigí al rey el día que honró
con su presencia la sesión de apertura de la reunión del COI, indiqué que las perspectivas
futuras debían tender hacia la extensión democrática. El soberano era de los que
escuchaban con interés y ante él podía expresar libremente mi pensamiento. Pero no
podíamos apuntar nada concreto todavía, y era aconsejable no apresurarse. Propuse aplazar
las decisiones y convocar al mismo tiempo un Congreso en Lausana para 1921, que revisaría,
de acuerdo con la nueva situación, las decisiones técnicas acordadas en París el año 1914, y
al que se convocaría, esta vez, a los delegados de las Federaciones Internacionales junto con
los de los Comités Olímpicos Nacionales. Simultáneamente, tenía previsto un segundo
464
Congreso, de carácter pedagógico y social, dedicado a estudiar las medidas oportunas para
organizar los deportes populares. Este movimiento es el que había soñado para Francia en
1906, y ahora por fin tendría carácter mundial gracias al COI.
Los atletas no han decepcionado y la opinión está en alza: doble prueba que resume el
efecto que me dejan los Juegos Olímpicos de 1920. El último punto se impone de forma
particularmente sensible. Por primera vez, al tomar la pluma al día siguiente de una
manifestación parecida, no me siento obligado a recordar en un largo preámbulo lo que es el
neo-olimpismo, por qué y cómo se han restablecido los Juegos y cuáles son las
características esenciales de su celebración cuatrienal. A pesar de los silencios y las sucesivas
mentiras con los que cierta prensa al servicio de intereses personales ha rodeado
465
astutamente a la institución, ésta ha terminado por encontrarse en el centro de la vida
internacional debido a sus repetidos triunfos y a una importancia creciente.
Los Juegos Olímpicos, cuyo programa, con algunos pormenores todavía algo en el aire,
comenzó a fijarse en el congreso de París de 1914 y que se terminará completamente en el
de Lausana en 1921, comprenden obligatoriamente cinco categorías distintas de deportes:
los deportes atléticos, los deportes gimnásticos, los deportes de defensa, los deportes
ecuestres y los deportes náuticos. A ello se añaden los deportes combinados (el Pentatlón
antiguo y moderno), el ciclismo y distintos juegos; luego, por último, los concursos artísticos.
Ésta es su estructura.
***
Los deportes atléticos (carreras a pie, saltos, lanzamiento de disco, de jabalina...) tienen la
particularidad de que quienes los practican se consideran los reyes de la arena olímpica y los
únicos herederos de la época clásica. Sin embargo, incluso en la época en que la indiscutible
supremacía británica se extendía en el terreno deportivo, el remo y el cricket, se repartían,
junto con las carreras a pie, el favor popular. El restablecimiento de los Juegos Olímpicos se
hizo sobre la base de la completa igualdad entre las cinco categorías de deportes, y contra
esa igualdad no han dejado de sublevarse gente interesada, particularmente en Francia.
Todavía queda algo de eso en las relaciones entre los “atléticos” y sus compañeros
gimnastas, practicantes de esgrima, boxeadores o remeros. No se deja de tener la sensación
de que están siempre dispuestos a creerse lesionados y a restablecer coaliciones defensivas
de un país a otro contra una persecución imaginaria.
466
capaz de renovar la hazaña clásica... sin morir. Ya sabemos cómo se desarrolló la primera
carrera de Maratón en Atenas en 1896, cómo se entrenó durante dos días el ganador, un
pastor llamado Spiridion Louys, y cómo pasó la noche en oración ante las sagradas imágenes.
Desde entonces no hemos vuelto a ver entrar en los estadios olímpicos a ningún corredor
tan fresco como los del 22 de agosto de 1920. El primero era un finlandés, y el segundo un
estonio: las dos jóvenes repúblicas lograron, así, los deseados laureles. El tercero, un
italiano, tras haber llegado a la meta, dio en la misma pista y ante las tribunas estupefactas
un doble y peligroso salto con objeto de mostrar que no estaba en absoluto despeado; vino
después un belga que dio una vuelta suplementaria a la pista llevando una especie de
escudo con los colores nacionales; estas bonitas hazañas fueron objeto de entusiastas
ovaciones.
***
Estas cualidades, tan indispensables, están más extendidas en los gimnastas. Los deportes
gimnásticos figuran en los Juegos Olímpicos con tres formas diferentes; ejercicios
individuales de aparatos, ejercicios de conjunto por equipos, y trabajo con las pesas. La
primera y tercera categorías padecen un inmerecido descrédito según las fluctuaciones de la
moda. No es éste el lugar para analizar sus méritos y sus defectos. Pese a la falta de atención
de la multitud, los gimnastas han sabido mostrarse en Anvers a la altura de su tradición. Las
hazañas conseguidas merced a su agilidad, a la soberbia obediencia de sus músculos y
467
nervios han llenado de gozo a los presentes. Cuando las fluctuaciones de la moda devuelvan
el favor a estos jóvenes y se reconozca su justo derecho a la existencia deportiva, el público
se dará cuenta de que se ha privado por esnobismo de un espectáculo singularmente
atractivo por su osadía y su belleza.
Las producciones de conjunto se han hecho, según lo habitual, en dos series: de un lado,
el “método sueco” y, del otro, los “métodos europeos”, división enojosa no sólo por su
inexactitud geográfica, sino también porque otorga al factor “método” una acción
preponderante que no debería tener. Poco importan los procedimientos con los que se
forma a un gimnasta; sólo hay que ver de lo que es capaz y cómo lo hace. La tarea del jurado
es, ciertamente, complicada, pero allí donde interviene la cuota de afición, ocurre así.
***
La esgrima con florete –por pasar ahora a los deportes de defensa- ha supuesto una
penosa sorpresa para sus adeptos. Está en una decadencia evidente. Por lo que a mí
concierne, no dudo en hacer responsable de ello a los reglamentos actuales. La Federación
Internacional de Esgrima prestaría un gran servicio a la causa que defiende haciendo una
completa reforma de los mismos. Devolver sus plenos derechos y tradiciones a la esgrima
con florete supondría la emancipación también de la esgrima con espada y con sable. Las
tres se perjudican al intentar entenderse entre sí. Habría, por el contrario, que incrementar
sus diferencias.
Todo ello no equivale a decir que los Juegos de Anvers no han reunido a notables
tiradores a cuya cabeza se encuentra el campeón italiano Nedo Nadi, encarnación de la
gracia y la fuerza unidas. Los practicantes de espada y de sable, para los que se había
preparado un campo al aire libre, no han podido utilizarlo debido al mal tiempo. En la
medida en que la práctica al aire libre es interesante para los entrenamientos, en esa misma
medida resulta preferible que competiciones de la importancia de las competiciones
olímpicas se celebren a cubierto.
468
El mayor éxito de la VIIª Olimpiada tal vez lo haya tenido el boxeo. Ha habido que pelear
durante años para introducirlo y mantenerlo. En Suecia, los poderes públicos exigieron su
retirada. Aun cuando cedió a esa exigencia, el Comité Internacional declaró por su parte que,
en el futuro, se negaría a toda concesión sobre un aspecto tan esencial del programa
olímpico. La multitud le dio la razón, y en Anvers acudió una muchedumbre inmensa,
entusiasta, de manera que el boxeo recibió en esa ocasión su carta de naturaleza olímpica.
Sus campeones se han mostrado totalmente dignos del favor popular. De forma general, su
espíritu deportivo ha sido muy satisfactorio; hemos visto como se combinaba la violencia y la
cortesía, el desprecio por los golpes y la prudencia, cualidades contradictorias propicias para
consagrar la virilidad de un hombre y que pueden hacer del deporte del boxeo, cuando se
enseña y se lleva bien, el más educativo de los deportes. Algunos han lamentado que el
boxeo francés estuviera ausente; actualmente pasa por un periodo de relativa caducidad,
pero cuenta con personas fieles que trabajan para ponerlo nuevamente en pie, de suerte
que cabe esperar que este hermoso ejercicio recupere pronto el rango al que tiene derecho
en el aprecio de los deportistas.
***
469
celebrarse. En lo sucesivo, sólo faltan las pruebas de esgrima a caballo, cuya fórmula práctica
no se ha logrado encontrar; entonces los Juegos estarán completos.
Se temía mucho a los suecos. Se decía de ellos que iban con mucha ventaja por su
neutralidad, al igual que los americanos, que disponían de medios más perfeccionados para
entrenar. Unos y otros han conseguido, ciertamente, grandes trofeos, pero la admiración
general ha sido para Finlandia. Este país, barrido por la guerra y la revolución, que todavía
ayer no tenía ninguna seguridad sobre su futuro, ha alcanzado un récord inaudito. Sobre un
total de apenas 60 atletas que componen el conjunto del contingente finlandés para los
470
distintos deportes, han logrado una quincena de primeros premios, sin hablar de segundos
ni terceros. ¿Quién nos decía que sólo los grandes países pueden pretender que sus
representantes obtengan medallas, que los novatos no podían ganar nada y que los éxitos
eran proporcionales al dinero gastado, etc.?... Pues bien, la victoria de España en fútbol, la
calidad de los competidores suizos y egipcios, los participantes de esgrima portugueses y los
remeros brasileños, han dejado muy en alto unos pabellones que hasta ahora se mantenían
demasiado tímidamente al margen de los Juegos. ¿Qué decir de la organización italiana?
Escasamente subvencionada, procedente de lejos, sin tradición ni experiencia olímpica
todavía, los italianos se han afirmado en todos los ámbitos por su energía, su decisión, su
comportamiento, su disciplina y su espíritu nacional. Han sido soberbios.
***
Ha quedado, así, nuevamente probado que el secreto para vencer no estriba únicamente
en la preparación técnica, sino, ante todo, en el estado de espíritu y la decisión moral
unitaria que inspira a los equipos. Este tema fue desarrollado en 1908 por el obispo de
Pensilvania cuando arengó, en San Pablo de Londres, a los atletas de la IVª Olimpiada. Lo ha
retomado magníficamente el cardenal Mercier en el oficio inaugural celebrado en la
prestigiosa catedral de Anvers, donde se cantó con gran pompa un De profundis por los
atletas fallecidos, así como el habitual Te Deum.
471
poco a poco hacia unos ilustres ancestros que dieron a aquéllos una significación tan alta y
tan profunda.
Desde luego, no ha sido este el único incidente. Ha habido otros. Pero, ¿cabe pensar que
antaño, en Olimpia, las cosas discurrían sin disputas ni altercados? ¿Cómo cabría reunir para
llevar en común una existencia de sana exultación física a cientos y cientos de jóvenes
pertenecientes a distintos pueblos, muchos de los cuales se miraban con recelo todavía ayer,
sin que no se produzca de cuando en cuando alguna que otra palabra demasiado vehemente
o un gesto algo brusco?
Según el testimonio del Sr. Werdyk, el infatigable y devoto secretario general del Comité
de organización, los Juegos de 1920 presentan a este respecto un mínimo de incidentes, y su
acción pacificadora queda clara, por ejemplo, en el hecho de que los equipos holandeses y
belgas se han encontrado en el estadio, para gran asombro de varios políticos, sin que en
ningún momento haya dejado de haber entre ellos una camaradería deportiva de la mejor
ley.
Entre estas casas, decoradas con los colores nacionales, se entablaron inmediatamente
relaciones marcadas por una amistosa emulación. Se hacían visitas, se recibía, se daban
incluso conciertos y representaciones. El buen tono y la urbanidad de estas reuniones fueron
472
notables, y ello supuso una oportuna ocasión para luchar contra cierto pasotismo –
explicable herencia de la guerra- que a veces se traducía en el estadio por formas de vestir
insuficientemente cuidadas y poco estéticas.
***
No he hablado de los concursos de arte. Siguen sin estar a la altura, aunque han supuesto
un progreso respecto de 1912. Los literatos parecen intimidados ante los temas deportivos;
los músicos no acaban de entrar; los arquitectos dan vueltas alrededor de su “Palacio de los
Deportes”, cuya eterna silueta buscan: monumento ya caduco antes de haber existido. A los
escultores les sucede algo bastante divertido. Carente de conocimientos técnicos, el jurado
descarta la reproducción de movimientos perfectamente exactos, pero que no considera
suficientemente “artísticos”. Esperemos que las competiciones de la VIIIª Olimpiada
supongan la definitiva consagración del valor inspirador del deporte e intenten que jóvenes
talentos unan el gusto a la osadía.
Anvers es precisamente una ciudad en las que coinciden estas cualidades, de aquí que
haya proporcionado a los Juegos de 1920 un marco mucho más apropiado del que algunos
pensaban. Con demasiada frecuencia se considera a esta ciudad un lugar únicamente
consagrado a los negocios y en el que surgen de vez en cuando algunos museos que refieren
una gloria pasada. Pero la magnífica armonía que muestra en la alternancia de formas e
ideas, sus edificios, su puerto, sus avenidas, sus paseos, sus instituciones, e incluso su
agitación, todo ello parece contener tanta fuerza y equilibrio, tanta energía y belleza, que el
visitante, a poco que disponga de tiempo para observar, vuelve lleno de admiración y
confianza. En este mismo espíritu armonioso han sido organizados los Juegos. Teniendo en
cuenta las circunstancias, el Comité que se encargaba de ello ha hecho maravillas: el conde
Henry de Baillet-Latour puede estar orgulloso de la obra que ha presidido y que, bien
asentada financieramente, no ha dejado un solo momento de combinar una real
preocupación por la perfección técnica con el respeto a un alto ideal pedagógico.
En la alcaldía de Anvers, soberbio ejemplo de arte municipal y en el que hace los honores
el más amable de los burgomaestres, el Comité Internacional Olímpico ha celebrado sus
sesiones. El rey Alberto le hizo el honor de estar personalmente en la sesión inaugural. Han
473
participado treinta miembros, pertenecientes a veintitrés naciones. El día después de la larga
y terrible guerra, el “Senado olímpico” se encuentra tan firme y unido como lo estaba hace
seis años. Así, no ha tenido necesidad de hacer ningún gesto defensivo ante el nuevo ataque
que se dirigió contra él; simplemente, lo ignoró. Contrariamente a lo que piensan sus
adversarios, el Comité Internacional no detenta en exclusiva el poder; lo compartiría gustoso
si no tuviese la convicción de que al poner una parte en manos de quienes lo ansían,
comprometería muy seriamente el futuro de una institución próspera. Y estos últimos no
dejan de mostrar cada día a todo el universo, por su creciente torpeza para conducir sus
propios asuntos, cuán fundada está fundada esta convicción.
***
¿Dónde se celebrarán, en 1924, los Juegos de la VIIIª Olimpiada? Catorce ciudades han
presentado su candidatura, pero el Comité Internacional ha pospuesto su decisión debido a
la actual crisis mundial. De aquí a final de año los acontecimientos tomarán, sin duda, una
dirección más concreta y se podrá escudriñar mejor el horizonte, horizonte muy cargado. Sin
embargo, la opinión, que se distrae y se divierte, apenas parece preocupada por ello.
Confieso haber sentido a lo largo de los Juegos una inquieta sorpresa al observar entre
tantos pueblos diversos una especie de visión inconsciente de los próximos peligros. Se teme
el improbable renacimiento del peligro de ayer, pero nadie se preocupa seriamente del que
se va amasando cada día, y no a lo lejos, sino ante nuestros pasos.
No por ello hemos dejado de hacer con plena confianza, en la clausura de los Juegos de la
VIIª Olimpiada, la invitación, según costumbre, a participar en los de la VIIIª. Esta ceremonia
se desarrolló el 12 de septiembre con el boato requerido. Hasta ahora, la clausura tenía
lugar en un banquete final. Esta vez, al atardecer y en el estadio lleno de espectadores, ha
revestido toda su fuerza. Los deportes ecuestres acababan de concluir: ante el gran silencio
de la multitud, repentinamente atenta, han resonado las palabras evocadoras de los Juegos
de 1924: “Que puedan celebrarse en alegría y concordia y que, de este modo, la llama
olímpica prosiga su carrera a través de los siglos para el bien de una humanidad siempre más
animosa, más valiente y más pura. ¡Que así sea!”
474
Entonces, al igual que el 14 de agosto, han sonado las trompetas y han disparado los
cañones, mientras que la bandera olímpica era arriada lentamente y resonaban los primeros
acordes de una cantata ejecutada por 1.200 cantores e instrumentistas, compuesta por el
afamado Peter Benoît, tan querido por los habitantes de Anvers, compatriotas suyos. Así
finalizaron, en la ciudad de Rubens, los Juegos Olímpicos de 1920.
475
preparación organizativa de los Juegos Olímpicos de 1924 en París. El último párrafo es
importante, y en él Coubertin describe por qué ocupa desde hace veinticinco años el cargo
de presidente del COI.
El tercer texto “El capitolio de Roma” se ocupa de la 22ª sesión del COI en 1923 en
Roma, importante dentro de la historia olímpica. Durante su discurso inaugural, Coubertin
abordó el conflicto entre el capital y el trabajo. Todos los que se comprometen con la
limpieza del deporte, trabajadores o estudiantes, son “siervos de la idea olímpica” en igual
medida. Los miembros del COI fueron recibidos en el Vaticano por Pío X.
La situación reclamaba ante todo una afirmación de unidad, por ello el veterano piloto
sentíase objeto de una especie de llamada especial para sujetar el gobernalle con particular
atención. El peligro no procedía de tal o cual tentativa de intromisión en el Olimpismo. Un
político y un periodista franceses iniciaron en vano una campaña para que la Sociedad de
Naciones, apenas nacida y aún mal orientada, se apropiase de los Juegos. Otras
proposiciones similares no podían tampoco prosperar y era fácil luchar contra ellas, lo
mismo que contra los ataques de ciertas federaciones, impacientes por ver a sus delegados
sentados en la mesa del COI. El verdadero peligro radicaba en la proliferación de la idea
olímpica, con evidente riesgo de multiplicar los Juegos regionales, surgidos de esta especie
de impaciencia general que se palpaba por doquier. Creábase en todas partes comités y
subcomités, o por lo menos recibíamos planes, programas y anuncios de su formación.
Durante los dos últimos años de guerra, tuvimos latente la amenaza de una secesión
476
sobre el Olimpismo, y gracias a una acción indirecta y oficiosa, pude atajar siempre el
peligro. La «Liga neutral», sólo bosquejada, no fue más que un proyecto sin consistencia
real. La «Liga de beligerantes del grupo germánico» fue otra entelequia, y si querían
organizaría ahora tendría asimismo una vida efímera porque la adhesión de Hungría y
Turquía era muy problemática. Por el contrario, si dejábamos implantar y consolidarse todos
estos «Juegos» que pretendían organizar en Irlanda, en Polonia, en Cataluña, en los
Balcanes, en las Indias, en el Próximo Oriente, podían originarse fisuras en el bloque
olímpico. Todas estas empresas nos reclamaban y pedían nuestro patrocinio. Pero sus
promotores eran completamente novatos en materia olímpica y extraños al espíritu del COI,
y deseaban montarlas con fines nacionalistas o confesionales, que desviarían fatalmente la
homogeneidad del Movimiento.
Dejé transcurrir el año 1920 y extinguirse las polémicas de detalle originadas por los
Juegos de Amberes, rendición de cuentas, disputas técnicas, etc. No esperábamos, en
verdad, la buena impresión que, en conjunto, nos dejaron. Durante aquel tiempo puse en
marcha el programa material del Congreso de Lausana. El gobierno federal aceptó que las
legaciones y consulados de Suiza cuidaran del reparto de invitaciones en cada país, por lo
cual debían enviarse con mucha anticipación ya que tal fórmula era bastante más compleja
que en 1914. En París se convocó a los delegados de los Comités Nacionales con la sola
finalidad de fijar la lista definitiva y las condiciones técnicas de las diferentes pruebas para
cada deporte. En 1921, este asunto seguía en pie, pero acompañado de otros muchos, por lo
que no parecía conveniente mezclarlos en una especie de macedonia confiada a una
asamblea única.
477
objetar, aunque algunos lo creyeran así. El Congreso Olímpico propiamente dicho fijose del 2
al 7 de junio. Finalmente, estaba prevista une Conferencia Consultiva de las Artes y de las
Letras, y una Conferencia de Municipios, destinada simplemente a colocar los primeros
jalones de la futura organización del deporte popular y del «restablecimiento del gimnasio
clásico», del que hablé por vez primera en París en noviembre de 1912, y que seguían - y
siguen todavía - siendo objeto de toda mi simpatía.
En cuanto el COI hubo aprobado este copioso programa, redacté una circular para mis
colegas; se la envié, y también una copia del texto a la prensa. Estaba fechada el 17 de marzo
de 1921. Tras el anuncio de mi resolución de dimitir después de los Juegos de 1924, seguían
estos párrafos: »La elección de la ciudad a la que incumbirá la misión de organizarlos (los
próximos Juegos) reviste esta vez particular importancia por el hecho de que la VIII Olimpíada
coincidirá con el trigésimo aniversario de su restauración. Se han presentado numerosas y
estimables candidaturas. Si analizamos los títulos de las ciudades aspirantes, el nombre de
Amsterdam parece el más adecuado. Pero por otra parte, llegada la hora de su relevo, y al
juzgar su obra personal muy lejos de haber sido terminada, nadie regateará al renovador de
los Juegos Olímpicos el derecho de pedir un favor excepcional para su ciudad natal, París,
donde gracias a sus desvelos se preparó y luego fue solemnemente proclamada, el 23 de
junio de 1894, la reanudación de las Olimpíadas. Deseo, pues, advertiros lealmente, mis
queridos colegas, que cuando llegue nuestra próxima reunión, requeriré vuestra ayuda para
que en esta gran circunstancia me ofrezcáis el sacrificio de vuestras preferencias y de
vuestros intereses nacionales, y otorguéis la IX Olimpíada a Amsterdam, proclamando a París
sede de la VIII.»
Esto era el golpe de Estado en toda su belleza. Y por partida doble, porque tratábase de
enlazar dos futuras Olimpíadas, decisión que nada impedía tomar al COI aunque nunca lo
había hecho. En París hubo algún desconcierto, y también en otras partes, porque nadie
esperaba una intervención presidencial brusca y tajante. Era moralmente imposible rehusar
mi petición. Y he aquí que, pasado el primer momento de estupor, los medios deportivos
franceses desertaron en masa de la oposición en que se habían colocado con respecto a
nosotros y, de repente, se disiparon los negros nubarrones y brilló el sol en un cielo
purísimo.
478
La serie de «Congresos y Conferencias Olímpicas» se abrió en una atmósfera de
compresión y buena voluntad, que hacía presagiar excelentes resultados. Esta atmósfera
siguió imperando a lo largo de todas las sesiones, a pesar del carácter espinoso de algunos
asuntos y las apasionadas discusiones que forzosamente originaban, empezado por el
problema de los «Juegos de Invierno», que los escandinavos no aceptaban a ningún precio.
En 1894 se incluyó el patinaje entre los deportes facultativos. Londres, que poseía un
«palacio de hielo», pudo organizar, en 1908, unas pruebas satisfactorias. Pero los
organizadores de Estocolmo, se aferraron al argumento de que carecían de palacio, para
zafarse de aquel número. Durante veinticinco años, los deportes de invierno no sólo se
habían difundido extraordinariamente en muchos países, sino que ofrecían un carácter de
amateurismo y de dignidad deportiva franco y puro, de tal manera que su total exclusión del
programa olímpico restábales fuerza y valor. Pero, ¿qué debíamos hacer entonces? Aparte la
resistencia escandinava, existía el doble inconveniente de que no podían celebrarse ni al
mismo tiempo ni en el mismo lugar que los Juegos. Se fabrica hielo artificial, pero no la nieve
y mucho menos las cumbres. ¿Podíamos exigir a los holandeses, en 1928, que instalasen una
cadena de montañas comprada de ocasión o fabricada a la medida? La única solución,
cuajada de inconvenientes por supuesto, era constituir una especie de ciclo autónomo pero
aliado a la vez a su hermano mayor. En vista de ello, corté la discusión convocando un primer
contacto entre especialistas, y recibimos, en nombre de la Conferencia Consultiva, el
informe del Sr. Megroz que atenuó bastante el choque, acordándose finalmente que Francia,
si era la designada -no lo era todavía pero no podía ser de otra manera- tendría derecho a
organizar en 1924, en Chamonix, una semana de deportes de invierno, patrocinada por el
COI pero que «no formaría parte de los Juegos». Esta última cláusula se anularía más tarde.
Así se fundaron los «Juegos de Invierno» a pesar de los escandinavos, que renunciaron por
fin a su intransigencia, aceptando asimismo que frente a Suiza y Canadá, por ejemplo, no
podían reclamar un monopolio por ellos detentado desde hacía mucho tiempo.
479
naturaleza, pero como nada impedía en cada Olimpíada declararlo desierto o bien proclamar
dos vencedores exequo, la proposición de invitar a los clubes alpinos a que enviasen los
títulos de sus candidatos no resultaba descabellada ni mucho menos. En Chamonix, 1924, no
hubo la menor duda puesto que la hazaña del Everest superaba enormemente a todas las
demás.
Tratábase de un éxito infalible porque, salvo la caza a caballo y el polo, deportes costosos
que sólo puede practicar un círculo restringido de millonarios, la equitación civil tiende cada
día mayormente a quedar eclipsada por la equitación militar. Exceptuando algunos países
donde el caballo es verdaderamente popular, regiones coloniales en las que se le dedica al
transporte, o territorios como California, con una larga tradición al respecto, el deporte
hípico siempre se ha visto perjudicado por dificultades de organización, que no tendrían
razón de existir si el poder público interviniese en dicho asunto con claridad y decisión, pero
esta intervención jamás se ha producido en la medida y sistema apetecidos. Me es
totalmente imposible abordar aquí el examen de la cuestión, que exigiría mucho espacio.
Durante más de veinticinco años, no he cesado de llamar la atención sobre ella con artículos
e iniciativas de toda índole pero siempre encaminadas al mismo fin, a saber: la difusión del
deporte ecuestre entre los «no iniciados», o sea los que carecen de medios para poseer un
caballo propio. A este respecto obtuve incesantes apoyos, desde el rough rider Théodore
Roosevelt, hasta aquel refinado caballero que fue el Conde Maurice de Cossé-Brissac; pero
480
cuando se trata de realizaciones de tipo práctico siempre han surgido malquerencias más o
menos inconscientes, como si hubiera que abandonar un privilegio de casta, renunciar a un
feudalismo precioso. Me parece escuchar todavía el eco de las aclamaciones que coronaban
ciertos discursos en el banquete de los Juegos Ecuestres de 1912, en Estocolmo. Estaban allí
todos, los príncipes, los grandes duques, los jefes de misión, la masa de oficiales
participantes en los concursos. Todos parecían estar de acuerdo... pero la verdad era otra.
Los caballeros de la edad media eran menos exclusivamente aristocráticos, en su concepto
de la equitación, que sus sucesores de hoy en día. En la Conferencia de 1921, en la que
participaban, entre otros, el general italiano Bellotti y el general belga Joostens. no pude
lograr que se acordara en concreto ninguna de mis proposiciones; sólo alguna de ellas lo fue
en vistas al futuro, y conseguí como mal menor que se publicase una nota-resumen de las
mismas, como anexo del acta de las sesiones. El programa olímpico ecuestre quedó como
estaba, por lo menos a título provisional, pero estas interinidades duran indefinidamente.
Paul Rousseau no tuvo mayor éxito para crear su superfederación. Como fruto de la
asamblea acordose únicamente organizar un «Burean des Fédérations Internationales» al
que se limitaban con espíritu mezquino los derechos de intervención y los medios de
existencia.
Ignoro si este nuevo organismo podía dar de sí todo lo que ambicionaba su promotor,
pero desde el punto de vista olímpico habría prestado excelentes servicios al COI
aligerándole de una actividad técnica cada vez más compleja, cuya responsabilidad siempre
deseé con verdadera ilusión pasara un día a otras manos. En todo caso, el Congreso de
Federaciones Internacionales, tanto en la primera sesión, que presidí a ruegos de los
organizadores, como en el banquete final, demostró que entre ellas y el COI la era de las
incomprensiones había pasado a la historia.
481
Congreso de 1914, a pesar de las influencias sedantes del ambiente del cantón de Vaud. La
acción de los años de guerra, tan próximos aún, notábase positivamente. Los nacionalismos
exasperábanse por cualquier causa, y mientras en 1914 nos habíamos reunido con el deseo
de elaborar una legislación olímpica permanente, en esta ocasión predominaba la idea de
inestabilidad general. Ya desde un principio hablose de un nuevo congreso para 1925, que
podría dedicarse a revisar los acuerdos de 1921, es decir, un estado de auténtico desánimo,
justificado en cierto modo por las circunstancias. Apenas abierto, el Congreso acordó las
sedes de los futuros Juegos según deseábamos. Ya en la primera sesión, celebrada el 2 junio
por la tarde, el COI hizo suya mi demanda, atribuyendo a París y Amsterdam la celebración
de las VIII y IX Olimpíadas.
482
Tras los acontecimientos de 1901 y 1905 (traspaso de los Juegos de 1904 y 1908 de
Chicago a San Luis y de Roma a Londres), el COI acordó que en el futuro sólo se tomarían en
consideración las candidaturas respaldadas por una organización ya sólidamente preparada,
y por compromisos financieros de la máxima garantía. Tal había sido el caso para Estocolmo,
Berlín y Amberes, y así era también para Amsterdam. Roma, por el contrario, no presentaba
esta vez ninguna garantía; carecía de fondos y de Comité constituido. Y por encima de todos
estos argumentos había que añadir otro más importante todavía en aquellos tiempos
inestables de la posguerra, cuando mi retirada iba a producirse con carácter definitivo, y era
la preocupación que a todos embargaba de asegurar el futuro inmediato con una base de
solidez y estabilidad a fin de allanar el camino a mi sucesor, fuese quien fuese, durante los
primeros tiempos de su mandato presidencial.
Con esta misma finalidad, y bajo el pretexto de que iba a realizar un largo viaje, hice
aprobar por el COI la creación de una Comisión Ejecutiva, que en realidad no era otra cosa
que el "Burean- ampliado, es decir, consagración de derecho de un estado de cosas de
hecho. La Comisión designada entraría en funciones el 1 de octubre de 1921, y la formaban
de Blonay, Guth-Jarkovsky, Baillet-Latour, Edström y Polignac.
Esta era la ambición de los organizadores, que creían de buena fe en un éxito completo.
483
explica la aventura. En efecto, en un breve período de tiempo, los Juegos Olímpicos
convirtiéronse en la proa de una hidra administrativa de seis cabezas: los departamentos del
Interior, Asuntos Exteriores, Guerra, Instrucción Pública halláronse automáticamente
enredados en la empresa, y también el Ayuntamiento de París. Y como sea que debió
recurrirse al departamento de Agricultura para los terrenos donde el Comité Olímpico
Francés proyectaba construir su estadio, los implicados de momento eran seis. Desde el 27
de junio de 1921, apenas clausurado el Congreso de Lausana, el Conde Jean de Castellane
tenía presentada en el Municipio, del que formaba parte, una proposición, precedida de un
breve y clarísimo informe, que bastaba para el fin propuesto, a saber: de preparación de los
Juegos orientada directamente hacia dicha meta, sin doble intención sobre ventajas de tipo
personal o intereses particulares. Pero no era éste el caso. Si repasamos el documento inicial
que acabo de citar y que sirvió de base al acta de la sesión del Consejo de 11 de marzo de
1922, tal como figura en el Bulletin Officiel Municipal del 12 de marzo, veremos el revuelo
espantoso que, en ocho meses, armó un asunto tan sencillo, pero complicado con otro que
no lo era tanto. Según informaba Castellane, estaba previsto un estadio de 80.000 plazas,
una instalación para los deportes náuticos y otra para los deportes de sala, con 15.000 plazas
aproximadamente. Había que pensar asimismo en los transportes e imprevistos, y arbitrar
finalmente algunos créditos accesorios pero necesarios, después de lo cual bastaría situar los
fondos a disposición del Comité Olímpico Francés asignándole el cometido de control en
representación del Estado y la ciudad, asociados por el doble compromiso de créditos
solidarios. La Cámara estaba dispuesta a votar tales créditos. El Municipio lo estaría
igualmente si no asomase la preocupación de aprovecharse de aquella ocasión para
construcciones permanentes. Quien conozca París, sus distritos, su organización
administrativa, el espíritu de su burocracia, la situación de los suburbios, etc., sabe muy bien
la influencia profundamente distinta que requiere cualquier proyecto de edificación, según
tenga carácter transitorio o permanente. En este último caso, los intereses, por no decir los
apetitos, chocan con tal violencia, que borran por completo el punto de arranque y la
finalidad perseguida.
484
renunciar a su cometido. En el COI estábamos ya sobre aviso de la maniobra, y aunque jamás
imaginé que el conflicto alcanzaría tal diapasón, conocía sobradamente mi ciudad natal, en
la que había vivido más de sesenta años, para que nada me pillase por sorpresa. Por ello
estaba tácitamente de acuerdo con Los Ángeles, donde uno de nuestros nuevos colegas
americanos, W. M. Garland, residía y tenía allí gran influencia. En la urbe californiana, el
enorme estadio, empezado a construir cuando se vislumbró la posibilidad de celebrar en él
algún día una Olimpíada, estaba casi terminado. Preparábase una reunión pre-olímpica para
su inauguración, en 1923, por lo cual era relativamente fácil, en caso de necesidad, aplazarlo
hasta 1924 convirtiéndola en auténticos Juegos Olímpicos. Esto era lo que me permitía
presenciar con aparente serenidad lo que ocurría en París y contestar con evasivas a los
reporteros que venían a entrevistarme, cuyo número iba multiplicándose sin preocuparse
demasiado por el curso de los acontecimientos. El Conde Clary, presidente a la sazón del
Comité Olímpico Francés, y Frantz-Reichel, que ejercía con verdadera vocación el cargo de
Secretario General, me tenían al corriente, durante aquella crisis, de los menores incidentes.
El archivo de sus cartas resulta muy instructivo. Un día, el prefecto del Sena leyó en el
Municipio un fragmento de una carta confidencial mía a Poincaré, entonces ministro de
Asuntos Exteriores, cuya odisea desde el Quai d'Orsay al Ayuntamiento, sin que el
destinatario se enterase, jamás ha podido ponerse en claro. El Municipio patinaba cada vez
más. Uno de los ediles proponía invitar a los Sokols, ¡lo que constituiría una de las principales
atracciones de los Juegos Olímpicos!
485
cuya suerte sin duda estaba echada y no se constuiría ya allí ningún edificio permanente a fin
de dejar despejada una de las más bellas perspectivas parisinas. Disponer de aquel terreno
para el breve período de los Juegos Olímpicos, no sentaba precedente alguno. En aquella
época, la Escuela Militar, con sus inmensos edificios, sus espacios, sus patios, estaba casi
deshabitada. Fui a verla para cerciorarme de algunas disposiciones y tomar medidas. ¡Qué
estupendo emplazamiento para deportistas podía instalarse allí! Los gastos se reducirían
considerablemente, sin contar que en ninguna otra parte los transportes eran más fáciles,
puesto que podían prolongarse hasta allí las lineas de tranvías, metros y buques. Bajo
cualquier punto de vista, esta solución superaba todas las demás, pero no era de la
incumbencia del COI intervenir ni hacer prevalecer su opinión. Hice de mi parte cuanto pude
para recomendarla oficiosamente, pero sin éxito.
En la primavera de 1922, el COI debía celebrar su sesión en París. Cuando nos reunimos,
la crisis estaba casi conjurada. Habíamos acordado celebrar una sesión exclusivamente de
trabajo, sin las fiestas habituales, que, en efecto, quedaron reducidas a un almuerzo ofrecido
por el Comité francés, una recepción íntima en el Elíseo y una original comida en la que
nuestro colega Glandaz ejerció una cordial hospitalidad sobre la famosa «péniche du
maréchalJoffre», una embarcación amarrada cerca del puente de la Concordia, que se había
convertido en uno de los restaurantes de moda por su reputación gastronómica, desde
luego merecida.
El COI había aumentado sus efectivos con nuevos miembros: el general Sherrill, por los
Estados Unidos; el doctor Alvear, por la República Argentina, que muy pronto sería jefe de
aquel Estado, dispensándonos el honor de permanecer en nuestras filas; el coronel Kentish,
por Inglaterra; el barón de Güell, por España; J. J. Keane, por Irlanda; el príncipe Lubomirski
por Polonia, y el doctor Ghigliani, por Uruguay. El COI contaba 54 miembros, pertenecientes
a cuarenta y dos países.
486
COI fueron las siguientes: creación de la Comisión Ejecutiva con sede en Lausana;
designación del francés como idioma oficial del secretariado, y reducción de los poderes
presidenciales de diez a ocho años. Sobre estos poderes, creo que no he explicado todavía
cómo fueron modificados radicalmente en 1901. El 1 de enero de aquel año, debían pasar a
manos de mi colega americano, W. M. Sloane. El reglamento que hice aprobar en 1894,
preveía esta transmisión cuadrienal, lo cual suponía haber alcanzado acuerdo sobre el lugar
de celebración de los Juegos siguientes. En aquella ocasión no teníamos ninguna duda en
cuanto a que la próxima Olimpíada se celebraría en los Estados Unidos, pero la iniciativa de
Chicago empezaba a esbozarse apenas. La demanda oficial no se había formulado y, por
consiguiente, no existía acuerdo al respecto. Sloane no quiso aprovecharse en modo alguno
de tal circunstancia, sino que enfocó el asunto en términos generales e, incluso sin
comunicarme previamente sus proyectos, sorprendió al COI con una propuesta de
modificación de los estatutos declarando que, en su opinión, el único medio de asegurar la
fuerza y la fecundidad de la obra olímpica residía en una presidencia estable y prolongada de
diez años, y en consecuencia, renunciaba a sustituirme. La adhesión unánime de nuestros
colegas me habría obligado a ceder aunque no hubiese estado de acuerdo, en aquellos
tiempos difíciles, con la verdad y la lógica de los argumentos presentados. Así se estableció
la «monarquía olímpica», según la bautizaron algunos, y es muy chocante que naciera
gracias a la intervención de un ciudadano de la más democrática de las repúblicas. Mi
presidencia, viose pues prolongada hasta 1907. Reelegido entonces, y después nuevamente
en 1917, mi mandato no debía expirar hasta 1927. Pero como estaba resuelto a retirarme
después de los Juegos de 1924, mis colegas acordaron que mi sucesor se elegiría para un
período de dos Olimpíadas, es decir, ocho años, y que ejercitaría el mandato presidencial a
partir de su entrada en funciones. En este sentido, 1925 sería una fecha favorable, un año
después de los Juegos y tres años antes de los siguientes, y éste fue el motivo por el que
acepté permanecer en mi puesto hasta aquel año.
487
colegas el coronel Montu y el Marqués Guglielmi se prodigaron incansables para lograrlo, y
el éxito fue magnífico. La sesión puesta bajo el patronaje del Rey y la Reina de Italia, abrióse
en la gran sala del Capitolio el 7 de abril de 1923, en presencia del soberano, acompañado
por los presidentes de la Cámara y del Senado, los secretarios de Asuntos Exteriores y de
Bellas Artes, el alcalde de Roma y numerosos invitados. Fue clausurada el 12 de abril. Los
miembros del COI se llevaron un profundo y gratísimo recuerdo de la recepción real en el
Quirinal; de la fiesta ofrecida en el Palacio Rospigliosi por los marqueses de Guglielmi, y del
banquete en el Aventino, ofrecido por Montu, en cuyo transcurso se representó el
maravilloso espectáculo del abrazo de las ruinas en el palacio de los Césares. También
acudieron al Vaticano, donde a lo largo de una prolongada audiencia previa, su presidente
había recibido de parte del papa Pío XI alentadoras frases de benevolente simpatía hacia el
Olimpismo. También gustaron la hospitalidad de la Asociación Nacional de Turismo y la del
Comité Olímpico Nacional Italiano. Y en cuanto al aspecto práctico, tuvieron la satisfacción
de haber realizado una importante labor en el transcurso de las numerosas sesiones de
trabajo.
Se revisaron muchos detalles sobre los próximos Juegos, pero los asuntos principales
fueron la participación alemana y rusa, los Juegos «regionales», la propaganda en
Sudamérica y, finalmente, la conquista deportiva de África. La cuestión alemana se solucionó
muy sencillamente porque, por una parte, jamás se consumó ruptura alguna, y por otra, los
miembros alemanes del COI habían desaparecido. El secretario general designado para la
organización de la VI Olimpiada (Berlín 1916) y que, en calidad de tal, participó activamente
en las deliberaciones de junio 1914 en París, fue invitado a desplazarse a Roma para
deliberar con el COI sobre la elección de nuevos miembros, pero a causa de un
malentendido no llegó a tiempo, y en el transcurso de la sesión siguiente pudieron elegirse
finalmente los nuevos miembros Lewald y O. Ruperti. Nuestros colegas búlgaro, turco y los
dos húngaros habían tomado ya nuevamente posesión de sus cargos y eran,
respectivamente, Stancioff, Selim Sirry Bey, el conde Geza Andrassy y J. de Musza. Quedaba
por cubrir la vacante austríaca, para la que no se había presentado ninguna candidatura. El
COI pudo esta vez aprobar la solución que con tan poco acierto rechazó en 1921 en Lausana,
basada en el doble principio de mantener, por una parte, la idea integral y permanente del
universalismo, y por otra, su no intervención en lo que se refiere a cursar las invitaciones,
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cuyo cometido era de total incumbencia de las autoridades del país organizador de los
Juegos.
La situación de los armenios era muy distinta, reclamando también su admisión a través
de una sociedad integrada por jóvenes emigrados. De momento, Armenia no era más que
una esperanza y un recuerdo en el corazón de sus fieles, y no podía, como antaño Bohemia o
Finlandia, reclamar un papel preponderante dentro de la «geografía deportiva». Las demás
cuestiones nacionales estaban resueltas. El Estado Libre de Irlanda hallábase representado
en la sesión por segunda vez. Sus documentos en idioma céltico, que acompañaban el texto
inglés, tenían un aire deliciosamente arcaico. La creación del reino yugoslavo había
solucionado ipso facto la cuestión croata, y el gobierno americano accedió con liberalismo al
deseo de Filipinas, cuya delegación solicitaba marchar unida detrás de su bandera en el
desfile olímpico. En vísperas de los Juegos de París, el COI alcanzaría los 62 miembros y 45
Estados. El «benjamín de Lausana», ya crecido, superaba por el momento en efectivos a la
joven hermana mayor de Ginebra.
489
Extremo Oriente, celebrados ahora bajo nuestro patrocinio, subsistían. Respondían a una
verdadera necesidad. Aparte de ellos, atraía únicamente mi atención el proyecto de Juegos
Africanos, de los que hablaré en seguida, y también los Sudamericanos, iniciados el año
anterior (1922) por Brasil en ocasión de las fiestas del centenario de su independencia. No
sólo fueron puestos también bajo el patrocinio del COI, sino que el gobierno brasileño me
hizo llegar una invitación para presidirlos, invitación a la que accedí en principio. Sin
embargo, ciertas circunstancias me impidieron preparar el viaje con la debida antelación, y
el conde Baillet-Latour aceptó sustituirme. A lo largo de un dilatado periplo a través de la
mayor parte del continente sudamericano, el delegado del COI no sólo fue objeto de la más
calurosa acogida de cara a la misión que allí le llevaba, sino que pudo dedicarse además de
manera positiva a ganar para el Olimpismo aquellos países nuevos y repletos de ambiciones
deportivas aún insatisfechas. Pudo también a su paso, allanar dificultades, apaciguar
conflictos, resolver asuntos espinosos. Los Juegos de Río podían o no perpetuarse hasta
convertirse en una institución verdaderamente estable, pero existía un marcado interés para
organizarlos en el futuro, en beneficio de otras ciudades más alejadas entre sí que de la
misma Europa, por culpa de la insuficiencia de transportes. Había que movilizar centros
pilotos como Ciudad de México. La Habana, Santiago, Montevideo, Buenos Aires, como
polos de atracción donde pudieran reunirse los deportistas de los países vecinos, tanto de la
América Central como del Sur. También allí podía organizarse un excelente «Kindergarten
olímpico», según la expresión utilizada en Manila.
El conde Baillet dio cuenta al COI de aquel largo viaje y de la ímproba labor desarrollada
en su nombre; su informe cosechó unánimes aplausos. Obligado a abreviar su viaje, no pudo
regresar por California y Japón, donde debía presidir los Juegos de Extremo Oriente,
celebrados esta vez en Osaka. También se le aguardaba en Los Ángeles, cuyo estadio estaba
casi terminando con gran impaciencia, puesto que gracias a él alimentaban la certeza casi
absoluta de obtener los Juegos de 1932, ya que los de la VIII y la IX Olimpíada estaban
otorgados. Por mi parte, estaba dispuesto a confirmar el gesto esbozado en Lausana dos
años antes, y asegurar el futuro incluso más allá de los actuales horizontes. Los Ángeles
contaba, además del celo y entusiasmo de su abogado, nuestro colega W. M. Garland, con
tres importantes bazas: primeramente, el avanzado estado de sus preparativos olímpicos, lo
cual constituía una preciosa garantía de éxito; luego su situación privilegiada en cuanto a
490
eventuales acontecimientos políticos o sociales, peligro evidente que podía presentarse y
cuya amenaza preocupábame en grado sumo según puede comprobarse en la serie de
artículos que, bajo el título general «¿Dónde va Europa?» publiqué precisamente en 1923 en
un periódico suizo. Finalmente, había sonado ya la hora de testimoniar a la juventud
deportiva de los Estados Unidos nuestro reconocimiento por el esfuerzo realizado a partir de
Atenas y por su participación siempre numerosa y brillante en todos los Juegos.
Este triple motivo decidió a los miembros del COI a pronunciarse por unanimidad en
favor de Los Ángeles como sede de la X Olimpíada.
491
En el discurso dirigido al rey Víctor Manuel en la sesión inaugural de la reunión del COI
en el Capitolio, había estas palabras: «Y tal vez parecerá prematuro soñar con la
implantación, en un continente retardario, entre pueblos carentes todavía de la más
elemental cultura, del principio de las contiendas deportivas, y singularmente presuntuoso
esperar de aquella extensión un refuerzo apropiado para acelerar en aquellos territorios la
marcha de la civilización. Reflexionemos sin embargo sobre el tormento del alma africana.
Fuerzas latentes, pereza individual y una especie de necesidad colectiva de acción; rencores
sin cuento, envidias contra el hombre blanco y sin embargo, ganas de imitarle y compartir así
sus privilegios - afanes contradictorios de someterse a una disciplina y de librarse de ella - en
medio de una molicie que tiene sin duda su encanto, el súbito estallido de violencias
ancestrales... tales son, entre otras muchas, algunas de las características de estas razas que
tanto llaman la atención de nuestras nuevas generaciones. Éstas, precisamente, han recibido
grandes beneficios del deporte, que les ha fortalecido y les ha proporcionado el gozo
saludable de la aplicación muscular y un poco de este fatalismo razonable propio de los seres
enérgicos, es decir, la evidencia del esfuerzo cumplido. Pero si el deporte da fuerzas, también
sosiega y tonifica. Haciendo de él un medio y no un fin, nos proporciona equilibrio e ilumina
nuestro cerebro. No dudemos, pues, en harcerle entrega de su parte africana. Varios
delegados se han desplazado aquí con plenos poderes, y están entre nosotros para hablarnos
de ello...».
En efecto, al margen de la sesión del COI se reunió una comisión consultiva de la que
formaban parte, con un representante del ministerio italiano de Colonias, delegados de
Argelia, Marruecos, Túnez, y el coronel Sée, portador de un mensaje especial del Mariscal
Lyautey, entonces residente general. Nuestro colega portugués, Conde de Penha-García,
traía asimismo la adhesión de su país. No voy a detallar las deliberaciones, pero sí deseo
hacer constar a grandes rasgos, para no volver ya sobre el tema, cuál fue el destino de la
empresa, destino provisional sin duda, puesto que estoy convencido que se insistirá en el
plan. Este plan proyectaba celebrar cada dos años, en la periferia del enorme continente,
unos «Juegos Africanos» a base de un programa muy restringido para empezar y que,
naturalmente, debían tener un carácter casi exclusivamente regional. Yo los hubiese querido
reservados sólo a los indígenas. Pero se estimó conveniente añadir competiciones para los
colonos que llevasen como mínimo dos años de residencia en el país. Este punto de vista era
bastante razonable, pero complicaba la puesta en marcha. Las ciudades reconocidas aptas
492
para albergar los primeros Juegos fueron las siguientes: Túnez, Rabat, Casablanca, Dakar, por
el África francesa; Trípoli, Bengasi y Asmara por las posesiones italianas; Libreville, en el
Congo Belga; Luanda y Sumac, por el África portuguesa; El Cabo y Nairobi, por el sur de
África. Cometí el doble error de estimar oportuna una inauguración solemne y
superprestigiosa en Argel el año 1925, y convencer además al COI de que así debía ser. Esta
decisión halló en seguida eco favorable en Argelia, y el propio gobernador general, Th. Steeg,
se interese) por los Juegos. Pero no tardó en enfrentarse con una oposición tanto más
temible en cuanto carecía de precisión y finalidad concretas. Tratábase principalmente de
perder tiempo y torpedear nuestros buenos deseos. Eran en todo caso rivalidades
personales, siempre de orden administrativo. Y lograron, gracias a ello, retrasar la
inauguración hasta 1929, y que Argel fuese sustituida por Alejandría. Entonces las cosas
marcharon de modo muy distinto, y se construyó un bonito estadio. Nuestro colega para
Egipto, Angelo Bolanaki, se entregó a la empresa con un ardor y una generosidad que
realzaba su competencia, desde luego reconocida por todos... pero en el último momento,
una maniobra política inglesa, a la que Francia prestó su apoyo, hizo estéril todo el esfuerzo
realizado y el rey Fuad debió inaugurar el magnífico estadio de Alejandría de modo discreto y
desde luego en plan local. No puedo extenderme sobre tan desagradable asunto porque,
cuando sucedió, había dejado ya la presidencia del COI. Pero en el fondo de todo ello
hallaríamos sin duda alguna el meollo esencial, la lucha de espíritu colonial contra la
tendencia a emancipar al indígena, tendencia llena de peligros frente a los estados mayores
de la metrópoli. Los argumentos esgrimidos tendrían sin duda su valor.., antaño, pero
pertenecían a un pasado muerto. Desde luego, hace ya mucho tiempo que no tienen fuerza
alguna. La Revue Olympique había desarrollado el apasionante tema «Misión del deporte en
la colonización» en un número de enero 1912. Veinte años después, creí de buena fe en la
evolución suficiente de los espíritus para pasar a la práctica, pero por lo visto el fruto no
estaba aún en sazón. Sin embargo, creo que en los actuales momentos debe estar cerca de
su madurez y estoy plenamente convencido que África deportiva se organizará muy pronto a
pesar de todo, posiblemente de forma más deficiente que si Europa hubiese sabido tomar,
en tiempo oportuno, la dirección del movimiento. Quebaba, en todo caso, la «Medalla
Africana», puesta anualmente a la disposición de jefes de servicio, de las misiones, etc., para
estimular los ejercicios deportivos. Algo era, sin duda, mientras no llegaran tiempos mejores.
Representa un negro lanzando la jabalina, y en su parte posterior, figura entre bambús esta
493
inscripción en latín, porque África es políglota tanto para los colonos como para los
indígenas: «Athletae proprium est se ipsum noscere, ducere et vincere». Conocerse,
dominarse, vencerse, eterna belleza del deporte, aspiraciones fundamentales del auténtico
deportista y premisas de su éxito.
Los siguientes dos textos se ocupan de los VIII Juegos Olímpicos de 1924 en París.
Coubertin ofrece un informe positivo del desarrollo de los Juegos de París en 1924 en el
capítulo “La octava Olimpiada (París 1924)” de sus Memorias olímpicas. En el último
párrafo habla de su salida del COI, que había anunciado para 1925, y de sus últimas
actividades. Su propuesta de creación de un Comité técnico para los Juegos Olímpicos,
compuesto por tres miembros del COI, seis representantes de los CON y seis de las
federaciones internacionales, fue aceptado en noviembre de 1924 por el Comité ejecutivo.
494
nombre del animoso pueblo inglés conjurado para la gran empresa, depositarla un día en la
cumbre más alta del Himalaya. En resumen, esta primera semana parecía un buen augurio
para el futuro de los Juegos de Invierno y también para la organización olímpica francesa.
495
quienes el laurel olímpico constituye su suprema ambición muscular. Añádase a ello la
rigurosidad del entrenamiento, los obstáculos superados, la aclimatación física, el fatal
desacuerdo entre la espera y la realidad, la mala suerte, el nerviosismo sostenido ante la
próxima prueba... ¿Qué sabéis, vosotros, de todo esto? Usted, caballero desconocido, cuyas
opiniones simples y perentorias se fabrican en serie de acuerdo con un informe prematuro y
muchas veces injusto (porque el periodista, enviado especial, cuya misión tiene tantos
quiebros, no siempre resulta imparcial ni equilibrado), ¿qué sabe usted del derroche de
voluntad, de sangre fría, de dominio de sí mismo y de ayuda mutua generosa en el ambiente
deportivo? Tenga usted por lo menos el pudor de rendir homenaje a la fuerza del espíritu
deportivo, capaz de resistir las manifestaciones intemperantes de estos espectadores, entre
los cuales tal vez se encuentra usted, caballero, que tan a menudo parece confabularse para
exaltar no la sana y leal competición sino la animosidad y la celosa aspereza. Espectadores
sueltos, indiferentes y aburridos ante las admirables proezas gimnásticas o náuticas que
están «pasadas de moda», espectadores apretujados e histriónicos cuando vislumbran que
la técnica
del fútbol o el combate de boxeo prometen emociones sensacionales o morbosas. Ante esta
clase de público, cuántas veces los protagonistas de la lucha deportiva aparecen en general
equilibrados y viriles en su porte y en la serenidad de su filosofía práctica. Desde luego, hay
muchas excepciones. Pero la impresión de conjunto subsiste, y de Estocolmo a Amberes, de
Amberes a París, ha prolongado su acción beneficiosa y alentadora. En París, el ejemplo de
los buenos deportistas se ha afirmado más que nunca.
Hacía sólo ocho días que el presidente Gaston Doumergue habíase instalado en el Elíseo,
cuando se dirigió con su escolta a la Sorbona para asistir a la celebración del XXX aniversario
del restablecimiento de los Juegos Olímpicos. Allí recibió un estuche que contenía, una al
lado de otra, dos medallas; una acuñada treinta años antes en que se leían estas palabras:
«Le Congrès International de París proclame le rétablissement des Jeux Olympiques. 23 juin
1924». Y otra con idéntico motivo y la siguiente inscripción «Les nations assemblées
célèbrent le trentième anniversaire de l'Olympisme renové. 23juin 1924». Mientras
cumplimentábamos al jefe del Estado, mis colegas y yo evocamos una multitud de recuerdos
y, ante todo, la imagen de la ceremonia de junio de 1914 en vísperas del cataclismo en cuyo
transcurso, y a lo largo de cuatro años, tantas jóvenes existencias hechas para gozar la
496
alegría del deporte, iban a ser sacrificadas; ceremonia muy parecida a la que estábamos
presenciando, con los coros, las bandas de música en el gran vestíbulo, las banderas
olímpicas, los discursos... todo tan igual y, sin embargo, muchos detalles demostraban que la
rueda de la historia había girado y que una especie de zozobra colectiva adueñábase en la
esfera social, de la tranquilidad y las convicciones de una época desaparecida.
497
sin un movimiento de contrariedad. En el gran banquete de doscientos cubiertos ofrecido
por la British Olympic Association y que él presidía, se le vio, a pesar de que allí había
embajadores, ministros, el mariscal Foch, etc., levantarse para ofrecer una copa de
champaña a cada uno de los doce «bagpipers» que, después de cubrir por dos veces su
vuelta al salón, habíanse situado marcialmente detrás suyo. Cuando llegó la hora de los
brindis, dedicó el primero a su padre, al jefe del Estado francés y a los demás jefes de Estado
de las naciones participantes. Al sentarse, me dijo: "¡Bueno! Ya hemos saltado el primer
obstáculo...» Y poco poco después, levantándose de nuevo, pronunció un verdadero
discurso a la gloria del Olimpismo.
La sencillez del príncipe Carol de Rumania no era menos chocante. Venía a Colombes
conduciendo un automóvil descubierto y generalmente acompañado. Una tarde iba solo. Un
bizarro ordenanza corrió a buscarme en la tribuna presidencial: «Señor-me dijo-, hay allí un
tipo que pretende pasar por el príncipe heredero de Rumania. Debe ser un granuja. Va solo
en su coche y lo conduce él mismo. Hay que llevarlo a la comisaría porque además ha
infrigido la consigna». Me precipité. El príncipe estaba encantado. «¿Por qué viene usted? -
me dijo - ¡Iban a llevarme a la Comisaría, y habría sido tan divertido!» Desde luego, divertido
para él, pero no para los hombres del cuerpo de guardia, a juzgar por sus caras de susto.
Mientras se sucedían con diversas alternativas los asaltos de esgrima, boxeo o lucha, y en
el estadio las finales de carreras, saltos y lanzamientos levantaban salvas de aclamaciones, y
en otros escenarios los nadadores, remeros y participantes en el pentatlón moderno se
disputaban la victoria, un equipo silencioso y atento trabaja sin desmayo en las oficinas de
rue Grammont para mover toda la maquinaria. Testigo de su labor tan deportivamente
aceptada y ejecutada, considero un deber resaltarla así para que sus componentes hallen
aquí constancia de mi admiración y reconocimiento. Al propio tiempo, quiero subrayar
también la notoria actividad del conde Clary, presidente del Comité, y sobre todo la llave
maestra de todo aquel complejo, el infatigable y siempre joven Frantz Reichel, a quien los
miembros del COI entregaron como homenaje un pliego firmado por todos ellos.
498
esfuerzo, supo añadir todavía en el teatro de los Campos Elíseos una «Sesión de arte de la
VIII Olimpíada». En su transcurso, los parisinos experimentaron el placer de deleitarse nada
menos que con la Novena Sinfonía, que es, en mi opinión, la sinfonía olímpica por
excelencia, ejecutada por la orquesta y coros holandeses de la célebre compañía
Mengelberg, de Amsterdam. Y no fue ésta la única evocación de la próxima Olimpíada, que
debía tener a Amsterdam come sede. El embajador de Holanda, en una agradable recepción
ofrecida en su Legación, quiso subrayar adecuadamente la «carrera de la antorcha», que
evocan las palabras de clausura de los Juegos. Cuando esta vez llegó la hora de
pronunciarlas, se izaron tres banderas en los mástiles del estadio de Colombes: la de Grecia,
la de Francia y la de Holanda, y los himnos de los tres países las saludaron. Así seguirá
haciéndose en el futuro en homenaje al helenismo inmortal, y simultáneamente a los Juegos
clausurados y a los Juegos próximos. Con esta incorporación, se completa a mi plena
satisfacción el protocolo del ceremonial olímpico que construí pieza por pieza y por etapas a
fin de que a nadie, actores o espectadores, pudiera pillarles por sorpresa o mal preparados
para someterse al mismo. Aún hoy día, son muchos los que no comprenden su valor
pedagógico o estiman su simbolismo como algo anticuado. Pero nos hemos habituado a los
espectáculos y a las fórmulas que el Olimpismo lleva aparejadas, y es poco probable que se
suprima ninguna de ellas en el futuro.
Así iba completando, poco a poco, mis preparativos de retirada. Pero quedaban dos puntos
importantes: en muchas ocasiones, hice aprobar por el COI el acuerdo de que los nombres
de los vencedores se grabarían, después de cada Olimpíada, en lápidas de mármol que
debían fijarse en las paredes del estadio, para perpetuar sus hazañas. Se me objetará que los
estadios olímpicos no tienen ningún seguro de longevidad pero, en caso de demolición, ¿no
podrían trasladarse al Ayuntamiento respectivo, por ejemplo, aquellas lápidas con su estela
de atletas triunfadores? Precisamente, porque el deseo de vencer en estos torneos
cuadrienales del músculo es la más alta ambición sustentada por la juventud del mundo
entero, conviene asegurarle un tipo de recompensa cívica concebida y realizada en la
antigüedad. Las promesas retrospectivas que se me formularon al respecto en los Juegos de
Estocolmo y Amberes, no se han convertido en realidad, y ni París ni Amsterdam parecen
tampoco preocuparse por ello. En mi opinión, se trata de una falta grave, aunque reparable
el día que se decidan a hacerlo con un poco de voluntad, de perseverancia y de dinero.
499
Por otra parte, también me parecía llegada la hora de dar a las federaciones internacionales,
actualmente mucho más consolidadas y conscientes de su vinculación al Olimpismo, una
parte más acusada en la organización técnica de los Juegos. Pero, en mi opinión, podía
traspasar a mi sucesor, desconocido todavía, la misión de realizar aquel nuevo paso al
frente. La Comisión Ejecutiva se reunía en Lausana cada otoño, durante tres días para
examinar los asuntos de trámite y la preparación de la próxima asamblea del COI. En la
reunión de noviembre de 1924 envié un proyecto a mis colegas, a fin de que decidiesen por
sí mismos, pero sufrió tal cantidad de enmiendas que, de hecho, quedó irreconocible.
Preveía la creación de un Comité Técnico de quince miembros, cuyos poderes debían
extenderse a un período de tres años, a partir del 1 de enero del año II de cada Olimpíada,
hasta el 31 de diciembre del año IV. Este Comité estaría integrado por tres delegados del
COI, seis delegados de los comités olímpicos nacionales y seis delegados de las federaciones
internacionales. La Asamblea tendría la misión, durante el período preparatorio de los
Juegos, de controlar la preparación en el aspecto técnico; recoger y trasmitir las propuestas
de federaciones y comités; asegurar la buena interpretación y aplicación de los reglamentos
y, durante la celebración, examinar las reclamaciones, canalizarlas y darles el debido curso,
estudiar y conducir los informes relativos a clasificaciones, funcionamiento de los jurados,
etc.
La finalidad de todo este complejo, ahora ya innecesario, era restituir al COI la plenitud de su
cometido moderador y asociar al propio tiempo más estrechamente a la obra común los
elementos técnicos atribuyéndoles la parte de poder y responsabilidad que en justicia les
incumbía.
Coubertin describe aquí la última etapa de su obra olímpica como presidente del COI,
la XXIV sesión del COI y la celebración del Congreso olímpico técnico y pedagógico a finales
500
de mayo de1925 en Praga. El tema central fue la cuestión amateur, que Coubertin no tenía
para nada en mente. Su Manifiesto olímpico, el discurso inaugural, está reproducido en el
apartado 5.1/10 /11???.
La invitación para celebrar en Praga el Congreso y la Sesión del COI en 1925 nos fue
entregada en Roma dos años antes, y se aceptó en seguida. Llevaba la firma del ministro de
Relaciones Exteriores, Benes. Aquel año visité justamente al presidente Masaryk durante su
estancia en Montreux, y pude comprobar el interés que sentía hacia el renovado Olimpismo.
Por otra parte, era un acto de estricta justicia rendir homenaje a esta espléndida ciudad de
Praga, seguramente una de las más prestigiosas por todo lo que en ella acumularon la
historia y sus avataras dramáticos y profundamente humanos. Para mí, que asocié Bohemia
al Movimiento Olímpico desde su origen no cesando jamás de defender sus derechos,
constituía un verdadero placer desplazarme allí para dar fin a mi prolongado mandato
presidencial, y al propio tiempo una excelente ocasión para testimoniar a mi fiel colaborador
y amigo, Jiro Guth-Jarkovsky, único representante del equipo de primera hora, mi gratidud y
mi inquebrantable amistad.
La Sesión del COI se inauguró el 26 de mayo de 1925, en el Ayuntamiento. Entre las caras
nuevas se encontraban el conde Bonacossa (Italia), el barón Schimmelpenninck (Holanda), el
Secretario de Estado Lewald (Alemania), Ivar Nyholm (Dinamarca) y el Dr. Haudeck (Austria).
En la primera reunión, el capitán Scharroo aportó noticias satisfactorias de Amsterdam. En
honor a la verdad, gracias a él y a sus colaboradores, todo iba sobre ruedas de cara a la IX
501
Olimpíada, pero surgió un grave peligro porque... gente piadosa, protestando airadamente
contra el carácter pagano (?) de esta restitución olímpica, consiguió entorpecer la
habilitación de créditos. ¿Es que esta Olimpíada iba a atribuirse un récord sin precedentes, el
de la mentecatez? Afortunadamente, la opinión se rebeló contra las dudas de los
gobernantes, y una suscripción pública indicoles que andaban por mal camino. Las aguas
volvieron a su cauce. ¡Pero estábamos en el siglo XX! ¡Qué lección tan elocuente para los
que creían haber superado las múltiples facetas del oscurantismo y «aplastado la hidra de la
ignorancia!» Precisamente lo que más me inquietaba era todo lo contrario: la extensión y la
gravedad siempre en aumento de esta insuficiencia intelectual de los tiempos actuales.
Porque el saber no es nada sin la comprensión; y los estudios especializados, en cuyas
disciplinas está inmerso el hombre de hoy, quedan, por el contrario, completamente
deformados. Después de haber estudiado durante un cuarto de siglo este problema, sus
consecuencias probables y su posible solución, estaba impaciente por poder consagrarme a
él por completo, y por ello los trabajos olímpicos de Praga me encontraron poco dispuesto y
algo distraído. Me daba perfecta cuenta que, a este respecto, mi papel había terminado y
tenía la plena convicción de dejar a mi sucesor una situación privilegiada y sin problemas de
ninguna clase.
Después de los asuntos de Holanda, se examinaron a escala lejana los de California, por
cierto con una anticipación sin precedentes hasta entonces. El futuro de la conquista
africana, comprometido por la defección argelina, consolidose gracias a que Alejandría había
aceptado aquella herencia, a la que Angelo Bolanaki se consagraba por completo. También
podíamos cantar victoria sobre los Juegos de Invierno. Nuestros colegas escandinavos,
convencidos y convertidos, se entregaban sin reservas, lo cual me alegraba en grado sumo,
porque siempre había deseado ver este anexo invernal debidamente estructurado, aunque
tengo que reprocharme el que se colara en nuestros códigos, bajo el título de «Carta de los
Juegos de Invierno», un texto que puede prestarse a equívocos. Por el contrario, deberíamos
haber prohibido cualquier cronología aparte, y dar a estos concursos el número de orden de
la Olimpíada en curso.
502
bolsillo, distinción entre profesor y profesional, consecuencias del contacto entre aficionado
y profesional, etc. Todo esto iba a discutirse una vez más por el congreso, que no se
presentaba nada borrascoso en cuanto a su orden del día, pero sí amenazado por las
zancadillas que preparaban los habituales agitadores. Aparte de todo esto, asomaba una
ingerencia del todo insospechada a propósito de la elección del nuevo presidente del COI.
Tratábase de evitar que la presidencia pasase a manos no francesas y, para lograrlo, yo debía
consentir en conservarla un año más y así dar tiempo a consumar la maniobra. Consideraba
completamente desleal prestarme a tales procedimientos y consulté a varios miembros de la
Comisión Ejecutiva, entre ellos el P. Laffan, y todos protestaron enérgicamente. En la gran
cena seguida de la recepción ofrecida el 27 de mayo por Benes y su esposa en el Palacio
Hradschin, en su famosa «sala blanca», el ministro me dijo que habían solicitado su
intervención en dicho asunto, a lo que se opuso considerando incorrecto cualquier
intromisión suya, aun la más mínima, sobre la independencia del COI.
El día siguiente, 28 de mayo, procediose a la elección. El número de votantes era de 40, por
lo tanto, la mayoría serían 21. En el primer escrutinio tuve mayoría de votos, a pesar de que
mi renuncia era irrevocable; tratábase, sin duda, de un testimonio de simpatía. En el
segundo resultó elegido el conde Baillet-Latour. Esta elección fue acogida con calma y
satisfacción, porque demostraba la firmeza de la vertebración olímpica y proporcionaba a
todos un sentimiento de seguridad y confianza. La sesión propiamente dicha había
terminado la víspera de la apertura del congreso. Hubo brillantes festejos casi
cotidianamente: «gardenparty» presidencial; gala en la Opera; matinal en el célebre Palacio
Wallenstein; banquetes ofrecidos por el consejero y señora de Guth-Jarkovski, por el
ministro de Higiene, el alcalde de Praga, el Automóvil Club, el Comité Olímpico
Checoslovaco, etc. En el acto inaugural del congreso, actuaron magníficas masas corales,
cuyos cánticos, graves y sonoros, evocaban en aquel histórico lugar la memoria de Juan Huss
y del rey Jorge de Podiebrad.
503
Olímpicos», especificando que esta dignidad no se otorgaría jamás a ninguna otra persona
después de mí. De todas formas, y tal como lo había ya hecho en 1921, designé a F.S.
Edström para dirigir los debates. La elección fue vista nuevamente con agrado por las
federaciones, puesto que Edström era a la vez miembro del COI y presidente de la
Federación Internacional de Atletismo, y cumplió su tarea, harto delicada, con gran celo y
muy concienzudamente, a pesar de una natural rudeza, pero arropada de justicia y bondad
evidentes, y a satisfacción de todos. Sin embargo, esta vez se encontró frente a una
asamblea difícil de manejar e incluso me manifestó ,su desánimo los primeros días, que
procedía, en mi opinión, mucho más de la naturaleza casi insoluble del complejo con que se
enfrentaba nuevamente, que del estado de espíritu de la mayoría de los congresistas. Todos
ellos deseaban sinceramente el bien de las instituciones deportivas, pero al propio tiempo
sentíanse investidos por mandatos que a menudo resultaban contradictorios, según su
nacionalidad, de una parte, y de otra, según el deporte que representaban. La guerra había
exacerbado las pasiones nacionalistas hasta el punto de mixtificar muchos conceptos,
mientras tendíase más que nunca, por un ambiente generalizado y también por una suerte
de instinto secreto de conservación social, a alardear de internacionalismo en los dominios
más opuestos. Extraña contradicción de la hora actual, que muchos de nuestros
contemporáneos han tenido asimismo ocasión de señalar.
504
términos que parecían descartar toda posibilidad de salirse de su propia problemática. Sin
embargo, el Congreso Pedagógico derivó muy pronto hacia el clásico diálogo de sordos,
donde todos hablan, pero con manifiesta incapacidad para tratar temas de forma objetiva y
práctica a la vez, sin sucumbir al fácil señuelo de anteponer al auténtico problema opiniones
particulares o intereses puramente personales. De todo ello resulta, en general, una
elocuencia invertebrada, y detrás de ella no queda prácticamente nada. Y este fue el caso de
nuestro segundo congreso. Al no intervenir en el técnico, mis escrúpulos me impedían tomar
parte demasiado activa en el otro. A pesar de ello, las materias que figuraban en el programa
me tenían en vilo, porque, en definitiva, fui yo quien las había proyectado. Menos mal que
tuve ocasión de volver sobre el asunto en circunstancias más favorables.
La siguiente circular de Coubertin fueron sus últimas palabras oficiales como presidente
del COI.
OLIMPICO
MI QUERIDO COLEGA
505
El Jueves 28 de Mayo, al término de nuestra sesión de 1925, celebrada en el
Ayuntamiento de la Ciudad de Praga, el conde Henry de Baillet-Latour ha sido elegido
presidente del Comité Internacional Olímpico para el período 1925-1933. Ha quedado
convenido que su entrada en funciones tendría lugar el 1 de septiembre. Así pues, le ruego
que a partir de esa fecha le dirija a él sus comunicaciones.
Durante más de treinta años, la fiel amistad que usted me ha profesado y su dedicación a
nuestra obra han hecho que mi tarea haya sido fácil. Quiero agradecérselo una vez más. No
necesito expresarle mi confianza de que todo seguirá igual con mi sucesor, cuya
competencia y actividad conoce usted desde hace mucho tiempo. Puede usted mirar el
futuro con plena seguridad. La institución mundial que hemos levantado se encuentra en
situación de afrontar todas las eventualidades.
Pierre de Coubertin
Coubertin vuelve a visitar Grecia y su querida Olimpia tras una ausencia de treinta y un
años. En sus Memorias olímpicas describe con escaso sentimentalismo sus sensaciones y
su despedida. En Olimpia se erigió en su honor una columna en la entrada al Altis, en la
cual se depositaría en 1938 su corazón. A su alrededor se ha ubicado desde 1961 la
Academia Olímpica, reuniendo a los jóvenes del mundo para sus estudios olímpicos.
Coubertin hace un llamamiento emotivo en Olimpia a la juventud del mundo, que aparece
en el epígrafe 5.1/12.
En Atenas, Coubertin habla con el ministro de cultura de Grecia sobre el futuro del
506
Olimpismo. En esta ocasión surge la idea de los nuevos Juegos panatenienses, que se
celebraron en 1930.
El 16 de abril de 1927 salió de Atenas con destino a Olimpia un tren especial, llevando
todo un cortejo inaugural, encabezado por el ministro de Instrucción Pública, Sr. Argyros, e
integrado por el rector de la Universidad, el presidente de la Academia de Atenas, el director
de la Escuela Francesa de Arqueología, los presidentes de numerosas entidades deportivas,
profesores y también varios invitados extranjeros. El trayecto es largo. La vía férrea bordea
la bahía de Eleusis, sigue la costa frente a Salamina, cruza el canal de Corinto y penetra en el
golfo hasta Patras; luego se dirige al Sur, hacia Pyrgos y muere en Olimpia, en el pequeño
valle que riega el Cladeo. Las ruinas se hallan muy cerca, al pie del monte Kronion, casi en la
confluencia del Alfeo y el Cladeo. El pueblo y la pequeña estación están discretamente
situados uno muy cerca de la otra, disimulando su modernismo de manera que no
entorpezcan la majestuosidad de la ciudad santa y la piadosa contemplación de cuantos la
visitan como peregrinos de la historia.
Aquella peregrinación la hice 33 años antes, en una soledad propicia a toda suerte de
reflexiones, acompañado únicamente por un miembro que la Sociedad Panacaica de Patras
empeñose en designar para aquel cometido. Una tarde de noviembre de 1894 regresé de
Atenas, llegando a Francia, vía Italia, consciente de una parte de los resultados ya obtenidos
y de los tremendos interrogantes que me esperaban en la ruta emprendida. Me acuerdo del
sendero que subía serpenteando hacia la pequeña colina, donde se hallan el museo y el
hotel. Un aire puro, embalsamado de aromas, soplaba desde las márgenes del Alfeo. El claro
de luna animó un momento un paisaje vaporoso, y luego cayó el manto de la noche
estrellada sobre los dos mil años, cuyo emocionante contacto venía a paladear. Al despuntar
el nuevo día, vi desde mi ventana la salida del sol, y en cuanto sus primeros rayos
traspasaron el valle, me dirigí solo y presuroso hacia las ruinas. Su pequeñez, originada de
una parte por las breves proporciones de los edificios, y de otra, por su acumulación (esta
ausencia de espacios libres tan característica de las civilizaciones griega y romana, a la que
puede oponerse, como vivo contraste, la amplitud de la de los persas) no me sorprendió ni
me causó ninguna decepción. Era una especie de arquitectura moral, de la que iba a extraer
sus enseñanzas, lo cual superaba toda dimensión. Mi meditación prolongose toda la
507
mañana, mientras el silencio del lugar sólo se veía turbado por el tañido de las esquilas de
los rebaños en el camino de Arcadia.
Los recuerdos de aquel entonces venían en tropel a mi memoria aquella tarde del 16 de
abril de 1927. Se habían edificado muchas casas cerca de la estación, pero los alrededores
del hotel y del museo no habían cambiado para nada. Pasamos junto a una especie de
obelisco cubierto con grandes telas. Era el monumento erigido por el gobierno helénico, en
el cual sabía que mi nombre estaba esculpido en griego y en francés. Hubo un gran banquete
en el hotel, una especie de ágape a base de platos populares que tenían sabor de
antigüedad. Y todo se repetía de nuevo para mí: la vela en la ventana contemplando los
rayos de una luna fugitiva deslizándose sobre los prados del Alfeo y, desde el alba del día
siguiente, el errar vagaroso a través de las ruinas, persiguiendo las grandes imágenes del
ayer.
Quiero reproducir aquí el texto del mensaje radiado que se transmitió aquel mismo día a
la «juventud deportiva de todas las naciones». Este texto no ha sido reproducido fielmente
en todas partes y algunas traducciones interpretan mal un fragmento del mismo.
Olimpia, 17 abril 1927 (Año IV de la VIII Olimpiada) «Hoy, en medio de las ruinas ilustres
de Olimpia, se ha inaugurado el monumento conmemorativo del restablecimiento de los
Juegos Olímpicos proclamado hace ahora treinta y tres años. Por este gesto del gobierno
helénico, la iniciativa que él ha querido honrar ha entrado en la historia. A vosotros os toca
508
mantenerla en ella. Mis amigos y yo no hemos trabajado para devolveros los Juegos con el
fin de hacer de ellos un objeto de museo o de cine, ni para que se vean sojuzgados por
intereses mercantiles o electorales. Hemos querido, renovando una institución veinticinco
veces secular, que pudieseis convertiros nuevamente en adeptos de la religión del deporte tal
como la habían concebido las grandes figuras del pasado. En el mundo moderno, lleno de
poderosas posibilidades y amenazado al propio tiempo por peligrosas decadencias, el
Olimpismo puede constituir una escuela de nobleza e integridad morales, y asimismo de
fuerza y energías físicas; pero ello exigirá como condición que elevéis y mantengáis sin cesar
vuestro concepto del honor y del desinterés deportivo a la altura de vuestro impulso
muscular. El futuro depende de vosotros».
509
ciudad griega.
Pido excusas por estas consideraciones, en apariencia bien extrañas al Olimpismo. Pero allí,
en aquella última y prolongada estancia en suelo griego, me causó una satisfacción continua
sentir que mi amor por el helenismo era compartido y apreciado por todos mis queridos
amigos helenos. Por esto, entre los homenajes que me honraron, ninguno me afectó tan
vivamente como esta puesta en vigor de una costumbre abandonada desde tiempos
remotos: la atribución de una butaca de mármol en el estadio con el nombre del beneficiario
grabado con letras de oro en su respaldo. He ocupado mi asiento sólo una vez. Fue para
asistir a una fiesta deportiva allí organizada con ocasión de la visita de un equipo
universitario inglés: pistas de ceniza, zapatillas de clavos, estadio restaurado... Pero los
atletas modernos salían al exterior por el viejo pasillo subterráneo que ya utilizaban sus
antepasados veinte siglos antes; sus almas se hermanaban y su juventud nimbábase con el
mismo impulso primaveral de alegría muscular.
510
aún luminosa y soleada, mientras la sombra se extendía a nuestro alrededor. El estadio se
iba quedando vacío. La marmórea blancura tomaba nuevamente posesión del recinto. El
estudiante, gozando la alegría de vivir, el cuerpo repleto de esta voluptuosidad de la fatiga
deportiva que llena al joven de ambición y de esperanza, parecía, con su mirada suplicante,
implorar a Minerva y rendirle homenaje a un mismo tiempo. Era como la representación
escultural del neo-Olimpismo, como el símbolo de las victorias futuras que esperan al
helenismo, siempre pletórico de vida, y siempre adaptado a las humanas circunstancias.
Los dos próximos artículos están relacionados con los X Juegos Olímpicos de 1932 en
Los Ángeles. En el primero, “Aarau, Praga, Los Ángeles” se destaca el alto nivel de estos
Juegos y su contribución a la unificación pedagógica mundial. En el segundo, Coubertin
califica a los X Juegos Olímpicos como “apothéose de l’Olympisme”. Lo singular de los
Juegos de Los Ángeles fue la exitosa participación de un equipo japonés, en lo que
Coubertin creyó ver el despegue del Olimpismo en esa parte de la tierra.
511
4.2.2/46 Aarau, Praga, Los Ángeles
Los Juegos de la “Xª Olimpiada de la era moderna”, según la correcta expresión que no
siempre se emplea, unas veces por inadvertencia, otras por espíritu caprichoso, se han
celebrado entre pompas en las que participaba la naturaleza. California del sur somete a
veces a pruebas algo duras a los europeos en esta época del año, y la apertura de los Juegos
estuvo concretamente precedida de una “ola de calor” que se atenuó cortésmente para la
llegada de los atletas. Éstos parecían apreciar en gran medida las distintas comodidades que
les rodeaban. Su número era considerable, demostrando que los laureles olímpicos, aquéllos
que para conseguirlos se está dispuesto a los mayores esfuerzos y sacrificios, siguen siendo
en el mundo entero los más envidiados. Ello no deja de contrariar a numerosos dirigentes de
federaciones que consideran que sus campeonatos anuales quedan perjudicados y
disminuidos por esta preferencia. De aquí que unas veces intenten destruir los Juegos
Olímpicos y otras, al no poder lograrlo, confiscar su dirección. Éste es un asunto sobre el que
habremos de volver, porque tiene la mayor importancia desde el punto de vista pedagógico.
90
Véase, en el nº 7 del Boletín, el artículo titulado: El valor pedagógico del ceremonial olímpico.
512
generación que aparece en el umbral de la vida. No fue el azar lo que reunió y agrupó
antaño en Olimpia en torno a los deportes antiguos a escritores y artistas; y de aquella
reunión incomparable surgió el prestigio del que gozó durante tanto tiempo la institución. Al
querer renovar no tanto la forma cuanto el principio de esta milenaria institución porque
veía en ella, para mi país y para la humanidad, una orientación pedagógica que se había
vuelto necesaria, intentaba restituir los poderosos contrafuertes que antaño la habían
parapetado: el contrafuerte intelectual, el contrafuerte moral y, en cierta medida, el
contrafuerte religioso, a lo que el mundo moderno añadía dos nuevas fuerzas: el
perfeccionamiento técnico y el internacionalismo democrático”.
513
Su estrecha relación con Carl Diem, desde 1910 spiritus rector del Movimiento olímpico en
Alemania y muy próximo a Coubertin en cuanto a sus ideales de pedagogía deportiva,
había conducido a una amplia coincidencia en lo relativo a la ampliación artístico-festiva
de los Juegos de 1936. FEHLT EIN SATZ
Diem interpretó las ideas de Coubertin como ningún otro, aunque debido a su euforia,
ambos infravaloraron la mezcla de deporte y política de los Juegos Olímpicos de Berlín. 91
FEHLEN 2 ABSÄTZE
Cuando se escribió en los periódicos franceses después de los Juegos de Berlín que, en
vista de los Juegos de 1936 y de los previstos Juegos Olímpicos de 1940 en Tokio, la idea
olímpica de Coubertin estaba muerta, éste opinó al respecto en el diario francés Le
Journal.
4.2.2/49 ¿Los Juegos de 1940 en Tokio? Comentarios del Sr. Pierre de Coubertin. Grabados
por André Lang
El último día de los Juegos de Berlín, nuestro excelente compañero Jacques Goddet, jefe
de redacción del Auto, publicaba como conclusión un artículo lleno de fogosidad, una
especie de “¡Yo acuso!”, denunciando a los responsables de la perversión y desfiguración de
la idea olímpica.
Esa requisitoria pretendía demostrar que el ideal del Sr. de Coubertin es hoy letra muerta;
que los Juegos sólo sirven de bandera a la más cínica de las subastas; y que en 1940, Tokio
91
Coubertin pidió por carta al gobierno del Reich alemán en el verano de 1937 instaurar un instituto olímpico en
suelo alemán en memoria de los Juegos de Berlín, el cual debía administrar, analizar y publicar su herencia
olímpico-pedagógica en calidad de “Centro de estudios olímpicos”. El “Internationales Olympisches Institut”
inició su actividad el 1 de febrero de 1938 en Berlín bajo la dirección de Carl Diem, y tuvo que concluirla en
1944 en medio de las convulsiones de la Segunda Guerra Mundial.
514
verá el triunfo de la propaganda racista nipona, al igual que, en 1932, la ciudad de Los
Ángeles vivió el de la propaganda californiana y, en 1936, Berlín el de la propaganda política
hitleriana.
Sin llegar tan lejos, la mayoría de los periodistas deportivos franceses han expresado
temores análogos. Maravillados por el espectáculo, lamentan que el esfuerzo humano sea
sólo un pretexto para un montaje y temen que la idea olímpica quede pronto muerta por los
Juegos, enterrada por sus fastos.
El Sr. Pierre de Coubertin es un personaje legendario. Lleva sus 74 años con tal facilidad
que cabría pensar que se tiñe el bigote y el cabello, totalmente blancos, para aparentar
cierta edad.
Desde mis primeras palabras, el Sr. de Coubertin se enfada, pero con dignidad y sin dejar
de sonreir:
- ¿Por qué habría de hacerlo? Como siempre he dicho, el único verdadero héroe olímpico es
el varón adulto individual. En consecuencia, ni mujeres, ni deportes de equipo. ¿Pero cómo no
admitir en las Olimpiadas a las mujeres, ni los deportes de equipo, ni los demás juegos? En
515
Olimpia había un recinto consagrado, el Altis, reservado sólo al atleta consagrado. Toda una
vida colectiva palpitaba a su alrededor. Con las derogaciones naturales que nos impone la
vida moderna, eso es lo que ha pasado en Berlín. ¿En nombre de qué rigorismo podremos
condenarlo?
- En absoluto. Todo eso me alegra, y ha sido algo deliberado. Considero que la llegada de
los Juegos a Asia es una gran victoria. En el plano olímpico, las rivalidades internacionales
sólo pueden ser fecundas. Es bueno que cada nación tenga en el mundo el honor de acoger
los Juegos y celebrarlos a su modo, según su imaginación y sus medios. En Francia se
preocupan porque los Juegos de 1936 hayan quedado iluminados por la fuerza y la disciplina
hitlerianas. ¿Cómo podría ser de otro modo? Por el contrario, es muy deseable que los Juegos
revistan, así, con esa fortuna, el traje que cada pueblo teje durante cuatro años con esa
intención. ¡Cuántas cosas pueden ocurrir! La celebración de los Juegos obreros tal vez
modifique profundamente el carácter de la XIII Olimpiada. ¡Tanto mejor! ¡Tanto mejor! Los
Juegos deben desposarse con la vida del mundo y no ser los prisioneros de una
reglamentación enteramente arbitraria.
- Por lo tanto, piensa que si Francia no fuese a Tokio...
- ... ¿Cometería un gran error? ¡Sí! Lo comete ya rebelándose contra la decisión del comité
internacional.
- Trabajar. El ejemplo alemán está ahí para probarnos lo que cabe lograr con voluntad. Si
me diesen el encargo de entrenar a los competidores, ¡le aseguro que se presentarían en
buena forma en el estadio!
- ¿Por qué?
- Porque nunca he pedido nada. Porque nunca me han propuesto nada. Porque no
pretendo nada, excepto mi independencia. Cuando cumplí 70 años, recibí preciosos
testimonios de estima y de amistad de todos los rincones del mundo. Sólo Francia me ha
516
olvidado. ¡Bah!, concluyó el Sr. de Coubertin con un movimiento de tranquilo orgullo, no es a
mí a quien más le molesta eso.
- Pero si el fundador de los Juegos los desautoriza, ¿qué van a pensar los periodistas
deportivos franceses?
Le Journal,
París, 27 de agosto de 1936, nº 16019, p. 1
La visión de futuro de Coubertin de una “Olimpia moderna”, que sirvió como punto de
partida a los participantes en el homónimo Concurso de arquitectura del COI en 1910, se
ocupa también de la posibilidad de competiciones olímpicas de invierno. Ya que los costes
de un estadio de hielo artificial que permitiese la celebración en Londres de competiciones
de patinaje sobre hielo serían demasiado altos, Coubertin propuso en su lugar: “Il faut
mieux s’en tenir à la solution, qui consiste à grouper ailleurs en hiver sous le nom de Jeux
du Nord, ces sports spéciaux.”92.
Quince años más tarde se celebró en Chamonix en 1924 una Semana Olímpica de Deportes
de Invierno, que supuso el punto de partida de los Juegos Olímpicos de París. La decisión
del COI en 1925 de introducir los Juegos Olímpicos de Invierno se debe a la presión de
algunos países centroeuropeos y de Canadá. El COI la reconoció posteriormente como los I
Juegos Olímpicos de Invierno. El discurso inaugural de Coubertin en esta Semana de
Deportes de Invierno está reproducido a continuación. También una carta al periódico
deportivo francés L’Auto en la cual Coubertin aclara la posición de los Juegos Olímpicos de
Invierno en relación a los Juegos Olímpicos. El COI había prescindido de unos Juegos de
Invierno propios por respeto a los Juegos Nórdicos, y únicamente había organizado
92
“Une Olympie moderne”, Revue Olympique, diciembre 1909, pp. 186-187
517
competiciones de patinaje en 1908 y 1912 y de hockey sobre hielo en 1920. De esta forma
también se tenía en cuenta a Victor Balck, el destacado colega del COI. Pero cuando la
Federación Internacional de Esquí (FIS) celebró adicionalmente unos campeonatos de
esquí en Lathi (Finlandia), la actividad de los Juegos Nórdicos volvió a retroceder. Pero
también las tensiones políticas entre Suecia y Noruega contribuyeron a quebrar el dominio
de los Juegos Nórdicos. Los últimos se disputaron en 1930. Coubertin no era amigo de la
idea de unos Juegos Olímpicos de Invierno, lo que se puede deducir del escaso número de
textos escritos al respecto.
Uno de los dirigentes escandinavos más cualificados decía ayer que lo que se había visto
podría servir de modelo en muchos aspectos, incluso para la organización, tan afamada, de
los Juegos del Norte. Ello puede compensar, mis queridos Colegas del Comité francés,
algunas críticas nacionales acerbas e injustas.
Entre los numerosos espectadores que han asistido a las competiciones estos días
pasados, hay muchos para los cuales ha sido una revelación contemplar ejercicios cuya
belleza no sospechaban. Y se han asombrado quizá por encontrarlos tan rudos y tan
violentos. Ello se debe a que vivimos en contacto con un doble error. El primero es el de los
higienistas y pedagogos, que confunden educación física y deporte: la educación física es
algo bueno para todos; debe ser científica y moderada. Al Estado le corresponde asegurar su
518
normal funcionamiento. El deporte es algo más; es una escuela de audacia, de energía y de
voluntad perseverante. Tiende, por su naturaleza, al exceso; necesita campeonatos y
marcas, y su hermosa y leal brutalidad hace a los pueblos fuertes y sanos. El otro error es
nuestro, el de los deportistas inclinados a pensar que el deporte se mantiene por sí mismo y
se propaga por su sola naturaleza. Se trata, por el contrario, de una planta muy delicada a la
que hay que rodear de muchos cuidados para evitar que se marchite y se corrompa. Los
Deportes de Invierno pertenecen a aquellos cuya pureza es mayor; de aquí que, en lo que a
mí respecta, haya deseado tanto verlos ocupar un lugar definitivo en las manifestaciones
olímpicas. Ellos nos ayudarán a velar por la idea deportiva con objeto de preservarla del mal.
En la práctica, hay ciertas y grandes dificultades a la hora de llevar a cabo este proyecto,
pero la experiencia inicial que acabamos de hacer aquí supone una inapreciable ventaja.
Así pues, que todos los que han preparado su magnífico éxito reciban el tributo de
nuestra gratitud.
Querido Director:
Leo en distintos periódicos una nota que comienza así: “Los deportes de invierno figuran
desde 1921 en los Juegos Olímpicos. Es algo admitido por el C.I.O. que, en caso de que el
país organizador de una Olimpiada no pudiese hacerse cargo de los deportes de invierno,
esa parte del programa podría confiársele a otro país”.
No hay ni una sola palabra exacta en esas afirmaciones. Nunca el Comité Internacional
ha admitido semejante infracción de las reglas fundamentales del olimpismo. La celebración
de una Olimpiada se atribuye a una ciudad, no a un país; y no puede ser “repartida” bajo
ningún pretexto. La agitación actual carece, por lo tanto, de fundamento, y ello tanto más
cuanto que tiene como origen una pretendida gestión del Comité holandés, gestión que,
según me aseguran formalmente, no ha existido nunca.
519
Por lo que se refiere al programa de los Juegos, el patinaje y el hockey sobre hielo han
figurado siempre, de acuerdo con las posibilidades. Pero la Semana de deportes de invierno
de 1924 celebrada en Chamonix con ocasión de la VIIIª Olimpiada, estaba fuera de
programa, y ello por expresa petición de los escandinavos.
Pierre de Coubertin.
Hoy día la discusión sobre la idea olímpica se lleva a cabo en muchas ocasiones
partiendo de premisas falsas. Se cree que existe “la idea olímpica” como tal. Los ejemplos
de los textos de este capítulo, cuyo orden cronológico fue respetado siempre que ha sido
posible, muestran un proceso evolutivo cuyo resultado final no es apreciable hasta su
discurso radiofónico de 1935 sobre “Les Assises philosophiques de l’Olympisme moderne”.
El filósofo alemán y campeón olímpico Hans Lenk analizó en 1964 en un estudio exhaustivo
los valores, los objetivos y la realidad de los Juegos Olímpicos. Llegó a la conclusión de que
520
los Juegos Olímpicos representan una “suma efectiva” de valores parciales y que no es
ninguna creación abstracta. Para ello, Lenk analizó los textos más importantes de
Coubertin y trazó una visión de conjunto de su “idea olímpica”. Una afirmación semejante
sólo fue posible desde la distancia, veinticinco años después de la muerte de Coubertin.
Los textos seleccionados ilustran la evolución histórico-ideológica de la filosofía olímpica
de Coubertin y justifican por qué el conjunto de los valores sólo resulta evidente al final de
su vida. Lenk formuló una serie de “valores olímpicos de importancia para el sistema” que
podrían hacer más fácil el paso al siguiente capítulo:
-fiesta de culto-religiosa
-configuración artística y espiritual
-idea de elite e igualdad de oportunidades
-rendimiento máximo y competición
-deportividad: fair play y caballerosidad
-celebración regular de los Juegos, tradición y paz olímpica
-internacionalidad y nacionalismo – “entendimiento entre los pueblos”, y diversidad
cultural
-colectividad de todos los deportes
-el concepto amateur
-independencia olímpica
-el ideal antiguo y la figura moderna
FEHLEN 4 ABSÄTZE
El segundo apartado (5.2) contiene catorce textos sobre principios específicos del
Olimpismo, sin quedar incluidos en una estructura de valores estable. Durante toda su
vida, Coubertin orientó sus principios hacia los retos sociales y políticos y depuró
ideológicamente la idea olímpica
521
Le concedió una gran importancia a la organización en forma de culto y religiosa de los
Juegos Olímpicos, que para él tenía un valor constituyente. Por eso, en este apartado se
han tenido en cuenta afirmaciones de Coubertin sobre el origen y la importancia de
algunos símbolos olímpicos.
Los testimonios de Coubertin sobre la participación del arte en los Juegos Olímpicos y
en acontecimientos deportivos locales (5.3) están estrechamente relacionados con ello.
Los doce textos relacionados con el arte representan una parte del anhelo de Coubertin de
conseguir a través de la unión entre deporte y cultura una marcada conciencia estética en
los atletas y los espectadores, el denominado ideal de la euritmia.
Coubertin no “levanta su copa” por los Juegos Olímpicos, sino por la “idea olímpica…
como reflejo de feliz esperanza”.
522
literaria “Parnass” en Atenas ante numerosos oyentes. En él intenta adecuar sus ideas
olímpicas al punto de vista de los oyentes atenienses, para entusiasmarlos en contra de la
postura de rechazo del gobierno griego por la realización de los Juegos Olímpicos de 1896.
Habla de la ausencia de base filosófica en el deporte moderno y del contrapeso ético, que
debería preservarlo de hundirse entre la indecencia.
La Carta olímpica III del 26 de octubre de 1918 comienza con los principios generales de
educación, que sólo están orientados hacia el espíritu o sólo hacia el cuerpo. Por el
contrario, el Olimpismo es abierto y universal.
En la “Carta olímpica VII del 11 de diciembre de 1918 se pregunta por la “receta” para
“olimpizarse”. La respuesta es sorprendentemente sencilla.
La Carta olímpica XIII subraya la fuerza vital de la idea olímpica, a pesar de, o
precisamente a causa de, las amargas experiencias de la Primera Guerra Mundial.
Coubertin rechaza en este texto los planes del YMCA para llevar a cabo Juegos Olímpicos
adelantados a 1919 en París. Sólo el ritmo cuatrienal asegura el futuro del Movimiento
olímpico. De esta forma, Coubertin reacciona también al deseo del general
estadounidense Pershing de celebrar los planeados Juegos Interaliados de 1919 en París
como “Olimpiada de la guerra”.
Coubertin vuelve con mayor claridad si cabe sobre este contenido en su Carta olímpica
XXI. Como hombre de principios, Coubertin no quiere ceder a presiones políticas.
524
5.1/9 El 25º aniversario de la proclamación de los Juegos Olímpicos
El discurso de Coubertin en la fiesta del XXV aniversario del Movimiento olímpico en 1919
en Lausana aclara la diferencia entre el Olimpismo y el atletismo (l’athlétisme tout court).
Coubertin proclama ante los miembros reunidos del COI la definitiva apertura del
Olimpismo a toda la gente en todos los países93 a raíz de los cambios políticos a nivel
mundial, en especial de la revolución de octubre soviética.
Ocho olimpiadas: treinta y dos años... un largo lapso de tiempo para los individuos, ¡pero
cuán breve desde el punto de vista de la historia! Suficiente, sin embargo, para confiar en la
duración de una institución, siempre que ésta se reafirme, mediante un constante progreso,
durante ese periodo.
Y éste es el caso.
Nadie mejor que su fundador puede evocar el panorama de los Juegos Olímpicos
modernos desde el día en que su serie fue inaugurada en el Estadio de Atenas. Su sucesiva
celebración da pruebas de un desarrollo lento, pero seguro. Sólo importa que a la legítima
satisfacción causada por el éxito se añada el sentimiento de unos defectos cuya corrección
93
Durante la celebración del XXV aniversario se produjo un acontecimiento especial: el presidente del Estado
francés Clemenceau envió, con la aprobación del gobierno suizo, un escuadrón de honor de catorce hombres que
debía hacer llegar a Coubertin la alta consideración que tenía del COI y de su obra.
525
se impone. Al decir esto, no pienso en absoluto en posibles mejoras en el terreno técnico:
ello es inagotable. En manifestaciones de una envergadura semejante siempre habrá
pormenores que cojeen; siempre se encontrará algo que corregir; siempre se querrá
“hacerlo mejor”, y a ello hay que tender. Hablo de las características fundamentales del
olimpismo.
Después de los Juegos de la VIIª Olimpiada (Anvers, 1920), recuerdo haber expresado el
deseo de un universalismo aún más completo y absoluto. Después de la VIIIª Olimpiada, mis
preocupaciones van por el lado intelectual.
A pesar del gran y meritorio esfuerzo hecho para intentar dotarlos de arte y
pensamiento, los últimos Juegos resultaron ser demasiado “Campeonatos del mundo”.
Desde luego, es preciso que lo sean. Los atletas, procedentes de todos los rincones de la
tierra, tienen derecho a una organización tan irreprochable como sea posible. Pero junto a
ello hace falta otra cosa: la presencia de los genios nacionales, la colaboración de las musas,
el culto de la belleza, todo el aparato que conviene al poderoso simbolismo que encarnaban,
en el pasado, los Juegos Olímpicos y con el que deben seguir hoy en día. Los que vengan
tendrán que buscar las fórmulas deseables. En lo que a nosotros respecta, nuestra tarea
consiste en señalar el camino.
Los Juegos Olímpicos serán, así, lo que deben ser, y solamente eso: la fiesta cuatrienal de
la primavera humana, pero de una primavera ordenada y rítmica, cuya savia permanece al
servicio del Espíritu.
526
Coubertin de su cargo de presidente del COI en presencia de los dirigentes deportivos del
mundo entero reunidos en Praga. En el momento de su discurso, la sesión precedente del
COI ya había elegido nuevo presidente del mismo al belga Henri de Baillet-Latour.
Coubertin aprovechó la oportunidad para reclamar una nueva conciencia en relación a los
valores pedagógicos básicos del deporte y del Olimpismo. La generación joven debía volver
a una senda pedagógica razonable, a la vez que a los desfavorecidos socialmente se les
debía abrir el acceso a la cultura y a los privilegiados se les debía volver a hacer ver el uso
conveniente de los valores culturales.
El discurso también se ocupa de las por entonces controvertidas reglas olímpicas del
amateurismo y del papel del COI con respecto a las otras organizaciones deportivas.
Como había anunciado, en la época posterior Coubertin se dedicó a “la creación de una
pedagogía productiva de ideas claras y crítica serena”. Pocas semanas después de Praga
creó la Union Pédagogique Universelle y en 1926 el Bureau International de Pédagogie
Sportive. En su discurso durante el XL aniversario del Movimiento olímpico, reproducido
en el capítulo 1.2.4, profundiza más detalladamente en sus funciones.
527
sesión del COI.
Coubertin dio dos destacables discursos durante su estancia en Grecia, que se recogen
en el tomo I de esta edición: el 31 de marzo de 1927 habló sobre las tareas de la U.P.U. en
la sociedad literaria “Parnass”, que en 1894 ya fue escenario de su llamada a los
ciudadanos de Atenas con vistas a la celebración de los Juegos de 1896. El 14 de abril de
1927 dio en la Academia de Atenas una conferencia sobre el tema De la transformation et
de la diffusion des études historiques, muy importante para el entendimiento de su
interpretación histórica.
Coubertin describe en sus Memorias olímpicas sus impresiones al volver a ver Grecia y
Olimpia después de treinta años.95
94
Como director de la academia deportiva griega, el profesor Crysspahis fue uno de los protagonistas olímpicos
más destacados de Grecia. Escribió, entre otras, una Historia de los Juegos Olímpicos y fue uno de los pocos que
trató de continuar la labor de la U.P.U. Cf. Coubertin: In Memoriam Frantz Reichel et Jean Cryssaphis. Bulletin
du B.I.P.S., nº 10, pp. 8-9, Lausana 1933).
95
Mémoires olympiques, capítulo XXIII, “Olympie” (1927, pp. 205-210).
528
5.1/13 El espíritu atlético debe dominar todos los demás asuntos/ El espíritu deportivo
Coubertin toma como pretexto para las siguientes líneas la impresión que le causaron
desde la distancia los Juegos de 1928. Recalca que debería prevalecer el “espíritu
deportivo” y no la “organización técnica”.
Al no haber podido asistir por encontrarme enfermo a los Juegos de la IXª Olimpiada,
apenas me resulta posible apreciarlos con conocimiento de causa. Sabría muy poco sobre
ellos si sólo me hubiese informado por las noticias de los periódicos. La cuestión del
cometido de la prensa en los Juegos Olímpicos terminará por imponerse. Incitados por el
viaje, sucede que acuden muchos reporteros improvisados, ignorantes de los asuntos
deportivos e incapaces de interesarse por ellos. Su aburrimiento se traduce entonces en
ciertas recriminaciones sobre los detalles que quitan todo valor a su colaboración.
Por mis amigos y mis antiguos colegas, creo saber que la organización técnica fue
notable –lo que no me ha sorprendido en absoluto- y que, por otra parte, el espíritu
deportivo de los competidores resultó excelente. Este último punto de vista es el que
principalmente me interesa. Siempre admiro que jóvenes procedentes de todos los países
del mundo y reunidos para una competición que realza a sus ojos su singularidad, su
ilustración histórica, la solemnidad de su marco... encuentran en sí mismos la suficiente
fuerza moral para aceptar sin despecho aparente una derrota que han de sentir con dureza y
estrechar con franca simpatía la mano del vencedor. He contemplado ese espectáculo más
de cien veces sin cansarme nunca. Me encanta. Pero hay que estar entre deportistas para
apreciar su belleza viril. Si pasamos a las filas de los espectadores, comprobamos la carencia,
siempre en aumento, de ese mismo espíritu deportivo. Las multitudes modernas están cada
vez más desprovistas del sentimiento de caballerosidad que animaba en la edad media a los
asistentes a los torneos y justas populares. En este punto, al igual que en muchos otros, hay
que volver a educarles por completo. Al tratar a los actuales espectadores como niños
grandes, quisiera que hubiese grandes pancartas enseñándoles cómo debe apreciarse una
hermosa hazaña deportiva y cuán fuera de lugar está en tales casos la explosión de esos
groseros nacionalismos que dan a nuestra época un aire de semi barbarie.
529
La Revue Sportive Illustrée.
(La Revista Deportiva Ilustrada)
Año 24, 1928, nº 3 (p.24)
5.1/14 Olimpia. Conferencia pronunciada en Paris en la sala de fiestas municipal del 16º
distrito
Detrás del título de la conferencia “Olympie” se esconde una “ardua tarea, ya que ese
concepto es uno de los más amplios de la historia” (une tâche difficile, car ce nom est un
des plus vastes d’histoire). El discurso cargado de contenido que dio Coubertin el 6 de
marzo de 1929 en París en presencia del embajador griego que viene a continuación, hace
comprensible esa ardua tarea. Porque Coubertin vuelve a relacionar en ella, a través de un
enfoque retrospectivo, su visión del helenismo con el renacimiento de los Juegos
Olímpicos y las diferentes dimensiones de su doctrina, el Olimpismo. En él describe al
Olimpismo como una “doctrina filosófico-religiosa”.96
Los extensos excursos históricos podrían inducir a catalogar el siguiente texto como
una narración histórica, pero en realidad es lo contrario. La comparación con la Grecia
antigua establece las posiciones desde las cuales mide el deporte moderno, y con la
descripción del Movimiento olímpico moderno desde 1894 rinde cuentas sobre el éxito o
fracaso de su programa.
Fue una idea de Carl Diem encender en la antigua Olimpia el fuego olímpico, tal como arde
desde 1920 en el correspondiente estadio olímpico, y llevarlo en una carrera de relevos a
96
Para la cual acuñó el neologismo “Olympisme”, pág. 124
530
lo largo de Europa hasta Berlín. De esta forma se debía alcanzar tanto la conexión de la
antigüedad con la modernidad como la participación y celebración internacional de los
países recorridos. Coubertin recibió con entusiasmo esta idea, al igual que la propuesta de
Carl Diem de proseguir con la excavación de Olimpia para sacar también a la luz del día el
antiguo estadio al completo. El siguiente mensaje, que Coubertin calificó como el último,
de lo que se deduce una cierta premonición de una muerte que en su caso ya se
manifestaba desde 1928 a causa de su vejez, se lo dedicó a los miles de relevistas de la
antorcha.
531
Coubertin deja categóricamente clara su postura sobre de la influencia política en el
deporte en estas líneas en la Revue Illustrée Sprotive Belge con motivo del cambio de año
de 1935/36. Rechazó claramente el boicot olímpico planeado desde Estados Unidos para
1936, que también encontró apoyo en Francia.97
Pero los destrozos que en este ámbito puede causar son sólo aparentes. En realidad, en
una institución casi siempre se producen dos evoluciones: la del rostro y la del alma. La
primera intenta desposarse con las líneas de la moda y se modifica según los caprichos de
97
Se comportó exactamente igual ante una amenaza de boicot olímpico en 1916, como se desprende del artículo
“La critique est aisée”, Revue Olympique., nº 10, pág. 151.
98
Cf. “Déclarations” de Coubertin del 27 de agosto de 1936 en el diario Le Journal, que están reproducidas en
el capítulo 1.2.2.
532
esta última; la segunda permanece tan constante como los principios en los que reposa la
institución; sólo evoluciona lenta y sanamente, de acuerdo con las mismas leyes humanas.
En el apartado 5.2 se reúnen diez textos de Coubertin con declaraciones básicas sobre
el Movimiento olímpico. Estos complementan las explicaciones sobre el Olimpismo y
actualmente son para nosotros valiosas interpretaciones sobre las divisas olímpicas más
importantes.
El más famoso es el lema olímpico más antiguo, “citius, altius, fortius”. El padre
dominico Henri Didon lo situó en el centro de su discurso durante una entrega de premios
el 7 de marzo de 1891 ante la asociación deportiva de alumnos de la “Ecole Albert-le-
Grand” por él dirigida en Archeuil, cerca de París. Coubertin, que estaba presente, informó
de ello en una breve nota en la revista Les sports athlétiques.99 Posteriormente volvería a
menudo a ese lema100, ya que respondía con bastante exactitud a su idea de pedagogía
deportiva. Es por eso por lo que permitió que el Congreso fundacional de 1894 eligiera
estas tres palabras como lema del nuevo Movimiento olímpico.101
99
de la cual era redactor, en la edición del 14 de marzo de 1891.
100
El lema era originalmente “Citius, fortius, altius”. El motivo por el cual Coubertin cambió más tarde la
segunda y la tercera palabra escapa a nuestro conocimiento.
101
Aparece ya en la primera edición del Bulletin du Comité International des Jeux Olympiques de julio de 1894;
a partir de 1898, Coubertin sólo utilizó la denominación “Comité International Olympique”.
533
Como evidencian las numerosas afirmaciones de Coubertin sobre el Olimpismo del
apartado 2.1, este lema no debe ser visto únicamente desde perspectivas técnico-
deportivas, sino también filosófico-técnicas:
Altius: más alto, no sólo hacia una meta deseada, sino también hacia la mejora
moral del individuo.
Fortius: no sólo más osado en las luchas dentro del ámbito deportivo, sino también en
la lucha vital.”102
Los demás textos de este apartado son de una importancia similar. Contienen
afirmaciones sobre el internacionalismo del Movimiento olímpico, sobre la igualdad de
importancia de los deportes en los Juegos Olímpicos, enfatizan la utilidad de una
“geografía deportiva” propia, destacan como imprescindible el fair-play (Esprit
chevaleresque) y conceden más importancia a la participación en los Juegos Olímpicos que
a la victoria.
102
Martin, en Bulletin du C.I.O. (1953), nº 65, pág. 58
534
el siguiente texto.
Revue Olympique,
(Revista Olímpica)
Agosto de 1906, pp. 127-128
535
El equipo de redacción ha reconocido a Pierre de Coubertin como autor de este texto sin
firmar.
El siguiente discurso con motivo de la recepción del gobierno británico a los huéspedes
olímpicos en 1908 es una de las declaraciones más citadas de Coubertin. En él hay dos
observaciones de especial significado: en la primera, Coubertin habla de la pérdida de fair-
play que amenaza al Movimiento olímpico. La segunda es de una importancia aún mayor,
pero no es de Coubertin, aunque con frecuencia se le atribuye erróneamente: “L’important
dans ces olympiades, c’est moins d’y gagner que d’y prendre part”. Esta frase la situó
pocos días antes en el centro de su discurso durante la misa para los participantes en los
Juegos Olímpicos de Londres en la catedral de San Pablo el obispo anglicano de
Pensilvania. Coubertin la hizo suya, pero añadió otra frase, que complementa su visión
pedagógica: “L’important dans la vie, ce n’est point le triomphe mais le combat;
l’essentiel, ce n’est pas d’avoir vaincu mais de s’être bien battu”.
Señor Director:
536
Debo señalar que el artículo aparecido en su periódico con fecha 26 de febrero puede
producir enojosos malentendidos. El programa de los Juegos Olímpicos de Estocolmo
todavía no es en absoluto definitivo, y en modo alguno pertenece al comité sueco
“establecer la lista de los países admitidos a participar en los Juegos Olímpicos”. La regla
fundamental de las Olimpiadas modernas se basa en dos palabras: All games, all nations, y ni
siquiera está en poder del Comité Internacional Olímpico, la máxima autoridad en esta
materia, cambiar nada al respecto. Añado que una nación no es necesariamente un Estado
independiente, y existe una geografía deportiva que en ocasiones puede diferir de la
geografía política. Así lo estableció hace ya mucho tiempo el precedente de la Agencia
Europea de Federaciones de gimnasia, que preside el Sr. Cupérus, de Anvers, y nosotros
hemos creído actuar prudentemente al seguir su ejemplo.
En lo que atañe a su país, si ningún austriaco figura en estos momentos en la lista de los
miembros del Comité Internacional, esa lamentable laguna no nos es imputable a nosotros,
laguna que, por lo demás, vamos a colmar, y tengo la esperanza de que nuestra próxima
reunión, que se celebrará en el mes de mayo en Budapest por invitación del gobierno
húngaro y bajo el patrocinio de Su Majestad Imperial y Real Apostólica, no transcurrirá sin
que el puesto vacante quede de nuevo ocupado. En cualquier caso, contamos con que
participen numerosos atletas austriacos en la Vª Olimpiada, y nos alegramos por ello.
Acepte, etc.
Coubertin había mencionado por primera vez el origen del lema “mens fervida in
corpore lacteroso” en un artículo de 1911 en la Revue Olympique. De esta forma quería
corregir el, carácter demasiado medicinal, bajo su punto de vista, de la expresión del
537
escritor romano Juvenal “obtandum est, ut sit mens sana in corpore sano”, que trataba de
alentar la ambición de la juventud. Mientras que la expresión “citius, altius, fortius” tiene
como fin el máximo rendimiento, de lo que se puede derivar la elaboración de
clasificaciones de records olímpicos, en “mens fervida in corpore lacteroso” se evoca el
antiguo ideal de armonía entre cuerpo y mente. Este lema apenas es conocido, incluso en
el ámbito olímpico.
Cabría discutir mucho tiempo sobre el origen de las divisas y sus distintas fórmulas.
Responden a una necesidad, a un instinto de la humanidad, puesto que bárbaros y
civilizados las han empleado con idéntica asiduidad, y el mundo moderno, herencia del
mundo antiguo, no parece en absoluto dispuesto a prescindir de ellas.
Las sociedades deportivas, repartidas un poco por todos los países, tienen sus divisas que
inscriben en la cabecera de sus estatutos, en las insignias que llevan sus miembros, en los
programas de las fiestas que organizan, etc. No podía dejar de ocurrir que esas divisas
frecuentemente se repitieran. El número de ideas que las inspiran es muy limitado. Se trata
siempre de una incitación al esfuerzo, a la constancia, o al equilibrio. De esta última
categoría surge la famosa Mens sana in corpore sano, a la que han recurrido tantos oradores
con escasa imaginación y de la que se ha hecho tal abuso que cabe calificarla sin exagerar de
insoportable muletilla.
Nuestra época, en la que no se ha aprendido latín y en la que se cree poder olvidarlo sin
inconvenientes –error, sin duda, pasajero-, ha continuado, sin embargo, recurriendo a él
538
para forjar sus divisas por necesidad de prestigio y de concisión, que la primera cualidad que
requiere una divisa.
La más antigua de las divisas deportivas recientes data de treinta y cinco años más o
menos. Su autor es el célebre padre Didon, dominico, director entonces del colegio de
Arcueil, cerca de París. Este gran apóstol de la energía viril se dio cuenta en seguida de que el
renacimiento del deporte era una poderosa palanca escolar, y no dudó en emplearlo. En una
alocución pronunciada durante la distribución de premios de una reunión atlética
interescolar organizada por sus alumnos, lanzó de golpe estos tres superlativos. El récord
tuvo a partir de ese momento su glorificación en estilo clásico: sus características esenciales
quedaban fijadas por tres palabras lapidarias. El destino de la nueva divisa fue más amplio y
excelso del que pensó su autor. El olimpismo se adueñó de ella y la extendió por el mundo.
Hoy, su sonora llamada repercute en la juventud de todos los países. Y cabe leerla, unida a
los cinco aros simbólicos, por doquier se haya instalado, triunfante, el deporte. Hacia ella se
escalonan, empujándose entre sí, las marcas sucesivas de velocidad, aguante y vigor,
arrostrando las platónicas protestas de moderadores inquietos, pero aplaudidos por la
multitud que sabe que las marcas son necesarias para la vida deportiva y las proezas
excepcionales indispensables para la actividad general.
Esta divisa no nació de una improvisación oratoria. Fue algo pensado y buscado. El
renovador de los Juegos Olímpicos fijó sus términos junto con un latinista apasionado, gran
amigo de los deportes y antiguo director de los liceos de Marsella, de Troyes y de Vannes,
cerca de París, el Sr. Morlet. La Révue Olympique de julio de 1911 contó su génesis y discutió
sobre su valor. Volvió sobre ella después, porque otro eminente latinista, miembro del
C.I.O., no estaba plenamente satisfecho con el empleo del término lacertoso. De nuevo más
tarde ocurrió que, al apreciar, a su vez, la nueva fórmula durante una conversación en el
Vaticano, el papa Pío XI se preocupó por el ideal fervidus. En ambos casos se producía una
sustitución de la idea de exceso por la de equilibrio, que era lo que había querido su
iniciador, cuya doctrina a este respecto es conocida. Espíritu ardiente, cuerpo entrenado,
539
vivacidad del espíritu frente a la de los músculos o, más bien, su complemento: así se definía
audazmente la pedagogía moderna, una pedagogía de aviadores, de arriesgarlo todo... Lo
han querido así las circunstancias, la evolución general y las pasiones actuales.
Evidentemente, siempre habrá quienes protesten, pero, ¿quién no se da cuenta de que hoy
día el mens sana carece de prestigio porque no dice la verdad? El estado de cosas de orden
individual que sugiere es magnífico, pero se trata de un resultado, y no de un objetivo. Si
queréis alcanzar el objetivo, decía un educador, apuntad más lejos. En el seno de la
inevitable agitación contemporánea, el equilibrio sólo puede ser engendrado por la
combinación o la oposición de los excesos. Sólo se llegará a hacer bastante buscando
demasiado.
En 1923, bajo los auspicios del Comité Internacional Olímpico y gracias a la ilustre
generosidad del Sr. A. Bolanachi, miembro del C.I.O. por Egipto, se creó una “medalla
africana” destinada a la difusión de la actividad deportiva entre la juventud indígena: grave
asunto que levantó tempestades en ciertos medios gubernamentales y sobre la que
tendremos que volver. La medalla lleva de un lado la vigorosa silueta de un hombre negro
lanzando una jabalina y, del otro, unos bambúes entre los que se lee una inscripción. ¿Qué
lengua debía llevar esa inscripción?... No podía hacerse en dialectos africanos, infinitamente
variados. El inglés, el francés, el alemán, el italiano, el portugués, son en África lenguas
regionales de acuerdo con el carácter de la colonización local. ¿Por qué una en lugar de otra?
El latín, si se quiere, no es comprendido allí por nadie, pero los oficiales y misioneros lo
conocen y pueden traducir, cada uno al lenguaje que entienden sus subordinados, la
inscripción de la medalla. A ello se añade el prestigio de una antigua ilustración. No había
duda: se eligió el latín, y se grabó, entre el exótico follaje y en pocas palabras, todo un
programa educativo. Éste es el texto: “Athletae proprium est se ipsum noscere, ducere et
540
vincere. El deber y la esencia del atleta es conocerse, guiarse y vencerse a sí mismo”.
Naturalmente, en todas las lenguas del mundo la traducción exige dos veces más palabras
que el texto inicial. Pero en él hay toda una lección de viril pedagogía deportiva, y esto es lo
principal. La transposición del plano muscular al plano moral –base de la pedagogía
deportiva- se indica en términos de una claridad y una nitidez superiores. Cabe pensar que,
al igual que las otras dos, esta divisa se extenderá por el universo, y que a la hora de
comentarla y de aplicarla, los maestros gozarán de una comprensión más sólida del principio
fundamental de su enseñanza, y los discípulos una convicción más profunda del valor de esa
enseñanza.
Coubertin recopiló las siguientes citas las para el Almanach Olympique de 1918 y 1920.
La primera vuelve a explicar el lema “citius, altius, fortius”. El competidor olímpico se
convierte en un ejemplo, Coubertin ve en ello una “regla instintiva” que justifica el
deporte de alto rendimiento, es más, que incluso lo hace necesario.
103
Con este seudónimo había publicado junto a M. Eschbach la Oda al deporte, por la que obtuvo la medalla de
oro en el concurso literario de los Juegos Olímpicos de 1912 en Estocolmo.
541
lucha. Lo importante no es haber ganado, sino haber luchado con correción.”
(“L’important dans la vie, ce n’est point le triomphe mais le combat; l’essentiel, ce n’est
pas d’avoir vaincu mais de s’être bien battu”)
“Para que cien personas se dediquen a la cultura física, es preciso que cincuenta hagan
deporte. Para que cincuenta hagan deporte, es necesario que veinte se especialicen. Para
que veinte se especialicen, cinco deben ser capaces de asombrosas proezas. Todo esto se
cumple y se encadena, y explica la razón de porqué las campañas de los teóricos contra el
atleta especializado son pueriles y sin alcance”.
“La vida es simple porque la lucha es simple. El buen luchador retrocede, pero no se
abandona; cede, pero no renuncia nunca. Si lo imposible se alza ante él, se desvía y va más
lejos. Si le falta aliento, descansa y espera. Si es puesto fuera de combate, anima a sus
hermanos con sus palabras y su presencia. Y aun cuando todo se hunda a su alrededor, la
desesperanza no le invade”.
Este texto es el documento más temprano para ilustrar la creación y el sentido de los aros
olímpicos. Aunque Coubertin no reclama la autoría en exclusiva, hay que partir de la base
de que este símbolo también fue ideado por él. En principio los aros olímpicos fueron tan
solo el símbolo del Congreso olímpico de París de 1914, el acontecimiento olímpico más
importante hasta la fecha después de los Juegos Olímpicos. El cuaderno con el programa
los muestra junto al lema olímpico “citius, altius, fortius”. No se puede negar un cierto
parecido con el símbolo creado en 1890 para la primera unión de asociaciones de
Coubertin, la U.S.F.S.A., es decir, dos aros entrelazados con la divisa “ludus pro patria”.104
104
Según le pudo demostrar al editor el heredero de Coubertin, su bisnieto G. de Navacelle, El mismo Coubertin
dibujó estos símbolos y los decoró de forma diferente según su utilización.
542
Pero el texto incluye una segunda afirmación en el mismo sentido: el Olimpismo no
es un acontecimiento local o pasajero, es universal y secular.
Como una premonición de la Primer Guerra Mundial, que estallaría un año más
tarde, Coubertin explica que una guerra no puede ni detener ni hacer virar el curso del
Olimpismo; la guerra, al igual que en la Antigüedad, podría impedir la fiesta de la
Olimpiada, pero la Olimpiada como tal sería contabilizada.
El emblema elegido para ilustrar y representar este Congreso mundial de 1914, que
sellará definitivamente la renovación olímpica, ha empezado a aparecer en diversos
documentos preliminares: cinco aros regularmente entrelazados, cuyos distintos colores –
azul, amarillo, negro, verde y rojo- destacan sobre el fondo blanco del papel. Estos cinco aros
representan las cinco partes del mundo conquistadas en lo sucesivo por el Olimpismo y
dispuestas a aceptar la fecunda rivalidad que implica. Además, los seis colores así
combinados reproducen los de todas las naciones sin excepción. El azul y el amarillo de
Suecia, el azul y blanco de Grecia, los tres colores franceses, ingleses, americano, alemán,
belga, italiano, húngaro, el amarillo y el rojo de España conviven con las innovaciones de
Brasil o de Australia, con el antiguo Japón y la joven China. Se trata, verdaderamente, de un
emblema internacional. Estaba totalmente indicado hacer con él una bandera, y su estética
es perfecta. Cuando ondee, esta bandera será ligera, tornasolada y espiritual; tiene un
sentido ampliamente simbólico, y su éxito es seguro, tan seguro incluso que el Congreso
podría claramente emplearla de forma habitual y enarbolarla en las solemnidades olímpicas.
Sea como fuere, las fiestas de 1914 cuentan desde ahora, para ser anunciadas, con los
mensajeros eurítmicos convenientes. El gran cartel, cuyos primeros ejemplares se han
enviado a los Comités Olímpicos Nacionales y que ya se encuentra a su disposición, ha
producido nada más aparecer una admiración general. Su reproducción reducida en postales
es algo igualmente logrado en su género. Cabe apreciar, asimismo, los cinco anillos y sus
aplicaciones variadas.
¿Están sólidamente remachados los cinco anillos entre sí? ¿No se corre el peligro de que
la guerra rompa algún día la armadura olímpica? Esta es una cuestión que ya nos fue
planteada y a la que, puesto que la ocasión se presenta, no nos molesta responder. El
543
Olimpismo no ha reaparecido en el seno de la civilización moderna para desempeñar un
papel local o pasajero. La misión que le ha sido confiada es universal y secular. Es ambiciosa;
necesita todo el espacio y todo el tiempo. Hay que reconocer que sus primeros pasos le
marcaron para semejante carrera. Siendo esto así, una guerra sólo podría contrariar su
marcha, pero no detenerla. Como indica el preámbulo de los Reglamentos del próximo
Congreso, “cabe no celebrar una Olimpiada, pero ni el orden ni los intervalos pueden ser
cambiados”. Si, Dios no lo quiera, la VIIª o la VIIIª Olimpiada no pudieran celebrarse, la IXª sí
lo sería. Si unos recuerdos sangrantes y demasiado próximos todavía prohibiesen la
organización en alguna parte del mundo de las fiestas necesarias, en el otro lado de la tierra
habría pueblos dispuestos a honrar la eterna juventud humana.
Aunque se tiende hacia una concepción de la guerra más deportiva –el término no es
extemporáneo-, ello no hará el desfile de las armas menos duro, pero sí hará el futuro más
soportable. Los pueblos aprenderán la gran lección del deporte: a saber, que el odio sin
batalla es poco digno del hombre y que la injuria sin golpes es enteramente indigna.
Nos hemos desviado algo de nuestro asunto. Volvamos a él repitiendo que la guerra no
podría influir sobre el futuro olímpico y que la paz, una vez restablecida, volvería a encontrar
al Comité Internacional en su puesto, dispuesto a continuar la obra mundial. Esta es la razón
por la que el nuevo emblema, en su elocuente lenguaje, no sólo evoca el espacio
conquistado, sino que también asegura la duración.
105
En el diseño de Coubertin de una Olimpia moderna ideal varias veces citado
también se dedica un exhaustivo apartado a las ceremonias de los Juegos Olímpicos.
105
Para los participantes en el Concurso de arquitectura del COI del mismo nombre en 1910.
544
Muchas de las ideas ahí recogidas han sido llevadas a la práctica y se mantienen hasta hoy,
aunque hoy ya casi nadie habla ya de la autoría de Coubertin.
Coubertin no quería obligar a los participantes olímpicos modernos a cumplir las reglas
debido a la amenaza de sanciones, en especial el acatamiento de la normativa amateur,
sino obligarlos a través de su palabra. En la siguiente carta de 1906 a Charles Simon,
secretario general de la Federación gimnástica y deportiva de patronatos de Francia,
Coubertin formula por primera vez la propuesta de introducir un juramento olímpico.
Coubertin no podía saber entonces que aún habría que esperar hasta los Juegos
Olímpicos de Amberes de 1920 para que Victor Boin hablara por primera vez el juramento
olímpico en nombre de todos los atletas.
El tercer texto lo escribió Coubertin más de veinte años después. Esto ya queda claro
por el título, porque el énfasis está ahora en los “valores pedagógicos” del ceremonial
olímpico. Coubertin advierte que el protocolo olímpico está pensado exclusivamente para
los Juegos Olímpicos y que simboliza la idea religiosa que se encuentra en su base, la cual
únicamente puede encontrar su expresión en la cuatrienal “fiesta mayor de la primavera
humana”.
Como cabe comprender, el capítulo de las “ceremonias” es uno de los más importantes
por regular. La Olimpiada debe distinguirse de una simple serie de campeonatos mundiales
sobre todo por ellas. Conlleva una solemnidad y un ceremonial que no pueden estar al
margen del prestigio que le confieren sus títulos de nobleza.
545
Por otra parte, conviene salvar el escollo de un vano desfile y mantenerse estrictamente
en los límites del buen gusto y de la mesura.
Si consultamos la historia, vemos cómo el antiguo Altis estaba surcado durante los
Juegos por cortejos de todo tipo, pero a los que con mucha frecuencia un acto religioso
servía de pretexto. Atletas, espectadores y funcionarios ofrecían sucesivos sacrificios a las
divinidades simbólicas cuyas imágenes y altares salpicaban el recinto sagrado. Es muy difícil
determinar el grado de majestuosidad y de verdadera belleza que alcanzaban aquellas
evoluciones, pero, en cualquier caso, se llevaban a cabo con la deseable seriedad. Los
antiguos poseían, evidentemente, el sentimiento de la evolución colectiva que nosotros
hemos perdido, pero que sería fácil recuperar, sin que haya ninguna razón para atribuirles a
este respecto una superioridad inmanente; ésta la adquirieron y la desarrollaron en virtud
de la costumbre. Hay que confesar que el carácter particularmente humano que revestían
los cultos entonces en vigor facilitaba su adquisición y desarrollo. En nuestros días apenas
hay culto público posible y cualquiera de sus manifestaciones no se prestaría a nada
equivalente. En lo que atañe a las fiestas civiles, en ninguna parte se ha conseguido todavía
darles un aspecto de verdadera nobleza y de euritmia.
Sin embargo, la experiencia de la antigüedad puede sernos útil. Los “sacrificios” cuyo
recuerdo evocábamos hace unos instantes, sólo eran fórmulas expresivas de un doble
sentimiento de carácter elevado. En Olimpia se reunían para hacer a la vez una
peregrinación al pasado y un acto de fe en el porvenir. Esto sería, asimismo, conveniente
para las Olimpiadas restauradas. Su cometido y su destino es unir a través del momento
fugaz lo que fue y lo que será. Son las fiestas por excelencia de la juventud, de la belleza y de
la fuerza. Así pues, hay que buscar en este mismo sentido el secreto de las ceremonias que
debemos instaurar.
Hay una ceremonia de antaño que puede ser trasladada al presente casi tal cual: el
juramento. Antes de la apertura de los Juegos, los atletas admitidos a competir se dirigían al
templo de Zeus y juraban cumplir totalmente la ley de los Juegos. Declaraban no tener taras
y ser dignos de aparecer en el Estadio. Si cada cual sustituye la imagen por la bandera de su
patria, la ceremonia no hará, seguramente, sino ganar en grandeza, y esta “modernización”
resulta tan conveniente que no merece la pena insistir en ello.
546
En las Olimpiadas recientes, la proclamación de la apertura de los Juegos se lleva a cabo
buscando una solemnidad muy apropiada. Y decimos “buscando”, porque la presencia de los
Soberanos o de los Jefes de Estado que, en 1986, 1904 y 1908, han pronunciado las palabras
sacramentales, no bastaba para dar a la circunstancia toda su amplitud.
Así pues, las ceremonias serán poco numerosas, pero importantes: el juramento de los
atletas, la proclamación de la apertura de los Juegos, la entrega de premios... componen las
principales jornadas, las jornadas obligatorias, a lo que hay que añadir la entrega eventual de
diplomas olímpicos, cuya concesión no será frecuente.
547
El equipo de redacción ha reconocido la autoría de Coubertin en este texto sin firmar.
Como se ha repetido muchas veces, los Juegos Olímpicos no son simples campeonatos
del mundo en los que domina la idea de conseguir los mejores resultados técnicos. Si se
quiere, son también eso. Pero son otra cosa, y algo más. Representan la fiesta cuatrienal e
internacional de la juventud, la “fiesta de la primavera humana”, que une a la vez todas las
formas de actividad muscular y a todas las naciones del mundo. Mediante ellos, cada
548
generación celebra su advenimiento, su alegría de vivir, su fe en el futuro, sus ambiciones, su
voluntad de ascenso. Por ello, las Artes y las Letras, han sido invitadas, como en el mundo
antiguo, a embellecer con su colaboración una celebración tan solemne.
La inauguración conlleva el desfile de todos los participantes, los cuales, clasificados por
naciones, entran en el Estadio precedidos por sus banderas respectivas y se colocan en línea
frente a la tribuna presidencial donde está el jefe del Estado, soberano o presidente de la
República llamado a proclamar la apertura de la Olimpiada. Hasta ahora, ninguno de ellos ha
faltado, salvo el presidente Loubet en 1900. Los reyes de Grecia, de Suecia, de Inglaterra, los
presidentes Roosevelt y Doumergue y el rey de los belgas han repetido sucesivamente la
fórmula breve y prestigiosa que Jorge Iº pronunció por primera vez hace hoy treinta y cinco
años: Proclamo la apertura de la Iª Olimpiada de la era moderna... En ese momento se
produce una suelta de palomas (por lo general, tantas como naciones estén representadas, y
con sus colores), se disparan los cañones, y coros y fanfarrias saludan a la gran bandera
olímpica que es izada en el mástil central y que ondeará durante toda la duración de los
Juegos. Entonces los portadores de las banderas nacionales forman un semicírculo al pie de
la tribuna y un atleta del país organizador presta en nombre de todos el juramento olímpico,
cuyos términos son los siguientes: “Juramos que nos presentamos a los Juegos Olímpicos
como competidores leales, respetuosos de las reglas que los rigen y deseosos de participar
con un espíritu caballeroso en honor de nuestros países y por la gloria del deporte”.
Como es sabido, la bandera olímpica es totalmente blanca, con cinco aros enlazados en
el centro, de color azul, amarillo, negro, verde y rojo; el aro azul en lo alto y a la izquierda del
lado del asta. Así dibujada, resulta un símbolo; representa las cinco partes del mundo unidas
549
por el olimpismo, mientras que los seis colores reproducen los de todas las banderas
nacionales que ondean en el universo de nuestros días. Esta bandera no data del inicio. Fue
inaugurada en París en junio de 1914, durante las grandes fiestas del XX aniversario del
restablecimiento de los Juegos Olímpicos, coincidiendo con el primer congreso de los
Comités Olímpicos nacionales.
Durante los Juegos, las victorias finales son saludadas por la aparición en un mástil
especial de la bandera del país al que pertenece el vencedor y por la ejecución de su himno
nacional. Al final de los Juegos, entre la última prueba y la proclamación de la clausura, se
izan tres banderas y se ejecutan tres himnos nacionales: los de Grecia, en memoria del
glorioso olimpismo antiguo, los del país organizador de los Juegos que concluyen y los del
país al que pertenecen las metrópolis en las que se celebrarán los Juegos siguientes. Así, en
Los Ángeles, se hará un homenaje a Grecia, a Estados Unidos y a Alemania.
Pero lo que resulta conveniente para una circunstancia como la celebración de los Juegos
cuatrienales, puede no serlo para cualquier otra circunstancia de la vida deportiva cotidiana.
Hay una tendencia a abusar de este prestigioso ceremonial aplicándolo a simples
encuentros, a simples partidos que enfrentan a atletas de dos o tres nacionalidades
550
diferentes. Esta extensión no se justifica en absoluto, y lejos de incrementar, más bien
disminuirá su alcance pedagógico.
5.2/10 Mensaje a todos los atletas y participantes reunidos en Amsterdam para al novena
Olimpiada
Este ámbito no fue remarcado suficientemente durante los inicios del Movimiento
olímpico, ya que en su vasta y duradera empresa Coubertin quería ir por etapas.107
106
La fuente es desconocida. Pero el texto se encuentra en el archivo del COI como recorte de prensa.
107
Ver: “Une Olympie moderne”, Revue Olympique (1910), nº 10, pág, 10.
551
Después de que los Congresos olímpicos de Le Havre y Bruselas hubieran establecido
en cierto sentido la relación con las ciencias, todavía faltaba la incorporación del arte. Con
la alegría previa a los Juegos Olímpicos de Roma en 1908, Coubertin escribió al respecto en
1904 en Le Figaro:
“Ha llegado la hora en la que entramos en una nueva etapa, en la que queremos restaurar
los Juegos Olímpicos en todo su esplendor original. En la época dorada de Olimpia… las
Bellas Artes, que se relacionaban en armonía con el deporte, marcaban la grandeza de los
Juegos Olímpicos. Así ha de ser también en el futuro.”108
Coubertin tenía inicialmente la esperanza que el precepto del reglamento del COI de
“organizar los Juegos cada vez con mayor dignidad”109 forjaría por si sola esta relación. El
inesperado traslado a Londres de los Juegos Olímpicos previstos para Roma volvió a
imposibilitar una nota artística especial. Por eso Coubertin tomó la iniciativa propia.
En la circular a los miembros del COI del 2 de abril de 1906 que aquí se reproduce, les
comunicaba la convocatoria de un congreso en forma de conferencia consultiva y les
instaba a nombrarles para ello artistas y literatos de sus países. El mismo mes cursó la
invitación oficial, también reproducida aquí, cuyo tema concreto de debate para la
conferencia prevista es: “¿En qué medida y de qué forma pueden ser llamadas las bellas
artes a participar en las Olimpiadas modernas?” La idea de involucrar considerablemente
al arte y a la vida intelectual en la fiesta olímpica la tomó Coubertin de la antigua Olimpia:
la ciencia y las artes aseguraban a través de su armonía con el deporte la grandeza de los
Juegos Olímpicos. Por ello Coubertin se hace en su muy citado discurso de 1935 “Les
assises philosophiques de l’Olympisme moderne” la justificada pregunta: “¿Se puede
celebrar realmente la fiesta de la juventud sin invitar al intelecto, a la belleza, con el fin de
que participen el pensamiento y las artes?”
108
L’Olympiade romaine, citado de Revue olympique, agosto de 1904, pág. 77
109
En el primer reglamento del COI, que Coubertin diseñó y mandó aprobar en 1894, ya se incluía el siguiente
punto: “But 2: “De rendre cette célébration de plus en plus parfaite…”
552
París tuvo lugar para “volver a unir a los divorciados en un matrimonio de derecho: el
cuerpo y la mente”. (Citado del siguiente texto: “Un Grand Mariage”. Revue Olympique.
Junio 1906, pág. 83)
Las sugerencias teóricas al respecto las tomó de la obra del inglés John Ruskin (1819-
1900), cuyo esteticismo definía la belleza exterior como analogía de la belleza interior, al
igual que en la Antigüedad. Ruskin quería embellecer la civilización moderna, por ejemplo
mediante las ciudades-jardín; Coubertin trasladó estas ideas al deporte.
La unión entre el deporte y el arte, deseada desde 1904, debía ir más allá de la
personificación estética del atleta durante la competición y embellecer los campeonatos
de forma que los participantes y los espectadores vivieran una armonía absoluta, que
Coubertin describía con el concepto de “euritmia”.
Los textos que aquí se reproducen dentro del apartado del deporte y del arte sólo
reflejan parcialmente las ideas, planes e iniciativas de Coubertin en este campo. La
aportación del arte, la euritmia, es probablemente el valor más decisivo para el conjunto
de su Olimpismo. Es por eso que todos los demás textos de este tomo sobre el Olimpismo
buscan referencias más o menos extensas al significado de las artes en la doctrina
553
filosófica de Coubertin.
29 de marzo de 1906
PARIS.
Adjunta a esta carta encontrará usted una invitación para asistir a los Juegos de Atenas
que tengo el placer de enviarle de parte del Comité ateniense. Le ruego tenga la amabilidad
de decirme si piensa usted acudir a Atenas; lamentablemente, yo no podré hacerlo.
Aprovecho la ocasión para notificarle que la entrega solemne del Diploma Olímpico a
S.A.R. el duque de los Abruzzos y al Sr. Comandante Lancrenon, y de la Copa Olímpica al
Touring-Club de Francia tendrá lugar en París en el gran anfiteatro de la Sorbona el sábado
26 del próximo mes de mayo. Desearía que pudiese participar en esa fiesta.
Coincidirá con una Conferencia consultiva compuesta por hombres de letras y artistas
(pintores, escultores, arquitectos, músicos, artistas dramáticos) a los que pediremos que
tengan a bien estudiar “en qué medida y en qué forma las artes y las letras pueden ser
convocadas a participar en las Olimpiadas Modernas”. Esta conferencia se celebrará los 23,
24 y 25 de mayo en la Comédie Française, amablemente puesta a nuestra disposición por el
Sr. Jules Claretier.
Acepte, querido señor y colega, la expresión de mis más cordiales y respetuosos deseos.
554
El Presidente del Comité
CITIUS
FORTIUS
ALTIUS
Abril de 1906.
Señor
Sr. ...........................................................................
Señores, nos hemos reunido en este lugar único en el mundo con objeto de celebrar una
ceremonia singular. Se trata de unir nuevamente, con los vínculos de un legítimo
matrimonio, a antiguos divorciados: el Músculo y el Espíritu. Correría el riesgo de
distorsionar la verdad si dijese que una ardiente inclinación les lleva a reanudar a partir de
hoy la vida conyugal. Sin duda alguna su entendimiento duró mucho y fue fecundo, pero,
separados por circunstancias adversas, han llegado a ignorarse por completo; la ausencia
110
que fue publicada por primera vez en la recopilación de textos publicada con motivo de su septuagésimo
cumpleaños en 1933 con el título de Antología (Aix-en-Provence, pp.166-168).
556
engendró el olvido. Ahora bien, he aquí que Olimpia, su fundamental morada de antaño, ha
sido restablecida, o más bien renovada, de distintas formas, todas ellas modernas y, no
obstante, con un aire similar. Así pues, pueden volver a su domicilio, y mientras tanto nos
toca a nosotros preparar su vuelta. De aquí que esta Conferencia Consultiva haya sido
convocada al objeto de estudiar “en qué medida y de qué forma las Artes y las Letras
pueden participar en la celebración de las Olimpiadas modernas y, en general, unirse a la
práctica de los deportes para beneficiarlos y ennoblecerlos”. Tenemos, pues, un doble
objetivo: de un lado, organizar la brillante colaboración de las Artes y las Letras en los Juegos
Olímpicos restaurados y, del otro, procurar su colaboración cotidiana, modesta y restringida
a las manifestaciones locales de la actividad deportiva. No tengamos dudas, Señores, de que
lo vamos a conseguir; no dudemos tampoco de que hará falta mucho tiempo y paciencia.
Un primer punto de nuestro programa para el que solicitamos vuestro parecer y vuestro
consejo es el proyecto de creación de cinco concursos, de arquitectura, de escultura, de
pintura, de música y de literatura, destinados a coronar cada cuatro años unas obras inéditas
y directamente inspiradas en la idea deportiva. Quizá al principio la participación en esos
certámenes corra el riesgo de parecer pequeña en cantidad e incluso pobre en calidad. Al
principio sólo tentarán, sin duda, a artistas y escritores aficionados personalmente a la
práctica deportiva. El mismo escultor, ¿no debería sentir algo en su propio cuerpo para
interpretar bien la tempestad muscular que el esfuerzo levanta en el cuerpo del atleta?
¡Cómo! ¿Dejaremos que nos detenga ese prejuicio sin fundamento y carente ya de vigencia
que consiste en la incompatibilidad del deporte con ciertas profesiones? El poderío y la
universalidad logrados en tan poco tiempo merced al renacimiento deportivo nos protegen
de miedos semejantes. La generación venidera verá a trabajadores del espíritu que son al
mismo tiempo deportistas. ¿No ocurre ya así con los practicantes de esgrima?
En esto, el tiempo actúa con nosotros y va en nuestro favor. Sería imprudente esperar
demasiado de él en lo que atañe a la alianza entre atletas, artistas y espectadores. En este
punto, todo está por hacer. Pues se ha olvidado la euritmia. La multitud actual no es capaz
de apreciar gozos artísticos diferentes. Se ha acostumbrado a desmigajarlos, a seriarlos y a
especializarlos. La fealdad y la vulgaridad de los marcos no le molestan. La belleza de la
música le hace vibrar, pero el que resuene en el centro de la noble arquitectura es algo que
le deja indiferente. Y no parece rebelarse ante esas decoraciones miserablemente rutinarias,
557
esos ridículos cortejos, esas abominables cacofonías y todos esos pertrechos que componen
lo que hoy se llama una fiesta pública, en la que siempre falta un invitado: el gusto.
Esta es la casa del gusto por excelencia, y así es reconocida en el mundo entero. La
primera piedra del edificio que intentamos poner no podría ser tallada en otra parte con
tantas garantías de éxito. Agradezco en nombre del Comité Internacional Olímpico, al Sr.
Jules Claretier como administrador de la Comédie Française, al igual que a Mme. Bartet y al
Sr. Mounet-Sully, sus ilustres decanos, haber tenido a bien participar en esta sesión y doy a
la vez la bienvenida a las eminentes personalidades que han respondido a nuestra llamada.
Hace unos instantes me reprochaban haber restringido la lista. Personalmente, creo en la
solidez de las empresas que empiezan discretamente. Seamos buenos guías, sepamos poner
aquí y allá los jalones oportunos y la opinión obedecerá al impulso que demos.
111
Se puede prescindir del artículo “Arts, lettres et sports” en La Chronique de France 1906 (Año 7, París, 1907,
pp. 191-204), ya que las afirmaciones coinciden en gran medida con el capítulo precedente de la Campaña
deportiva.
558
armoniosamente combinadas con el deporte, garantizaban la grandeza de los Juegos
Olímpicos. En el futuro debe ocurrir lo mismo. Lejos de nosotros, hoy como ayer, el
pensamiento, a la vez infantil y sacrílego, de intentar la restitución de un pasado magnífico.
Pero si el siglo exige que, para estar vivas y ser duraderas, las olimpiadas modernas revistan
las formas que inspiran sus leyes, nada nos prohíbe tomar del pasado cuanto contenía de
humano, es decir, de inmutable. La importancia nacional del deporte, su función
internacional, el peligro de dejarlo corromper por el cebo del beneficio, la necesidad de
vincularlo íntimamente a otras formas de actividad, son certezas que han sobrevivido a la
destrucción de Olimpia y al momentáneo eclipse del radiante ideal con el que se edificó
aquella asombrosa ciudad. Desde el principio hemos querido la completa restauración de
ese ideal bajo un aspecto y en unas condiciones propicias a las necesidades del momento.
Pero al principio era necesario que un atletismo rejuvenecido y viable nos proporcionase sus
elementos, que se produjesen citas regulares de los pueblos y que una nueva serie de
olimpiadas jalonase el camino a seguir. Una vez hecho esto, resultaba posible y deseable que
en las fiestas futuras se uniesen, como ocurriera en las fiestas de antaño, los músculos y el
pensamiento... Algunos pudieron sin duda observar que si los poetas iban en otro tiempo a
Olimpia a leer sus obras inéditas y los pintores a exponer sus cuadros recientes, esa
publicidad no tiene en lo sucesivo interés ni para unos ni para otros. Así pues, no se trata de
publicidad, sino, simplemente, de atenuar el carácter excepcional y técnico que reviste
actualmente el atletismo, para devolverle su lugar en la vida general; y por otra parte, tal vez
los artesanos de la pluma y del pincel a los que hemos llamado nos agradezcan algún día
haber convocado sus talentos, ansiosos por la renovación de las fuentes olvidadas de la
nobleza y la hermosura”.
Baste esta cita para explicar por qué fue convocada por el Comité Internacional Olímpico
en el mes de mayo de 1906 una Conferencia consultiva al objeto de estudiar “en qué medida
y de qué forma las artes y las letras podrían participar en la celebración de las olimpiadas
modernas y, en general, unirse a la práctica de los deportes para su beneficio y
enriquecimiento”, y por qué esa conferencia se celebró en París, en la Comédie Française,
bajo la presidencia del Sr. Jules Claretie. El amable administrador de la Comédie Française,
acompañado por el “decano y la decana” de los socios, el Sr. Mounet-Sully y Mme. Bartet,
abrió y clausuró la conferencia con dos de esas encantadoras alocuciones cuyo secreto
posee. Las sesiones generales se celebraron en el célebre hogar del público. A falta de
559
locales apropiados, las sesiones de la comisión se celebraron en la sede del Touring-Club,
amablemente puesto a disposición del Comité Internacional.
Se trataba, en definitiva, de preparar, por un lado, “la sonora colaboración de las artes y
las letras en las olimpiadas restauradas” y por otra, “su colaboración cotidiana, modesta y
restringida a las manifestaciones locales de la cultura física”. Por lo que atañe al primer
punto, la conferencia aprobó unánimemente la idea de instituir cinco concursos, de
arquitectura, de escultura, de pintura, de literatura y de música, que se anexionarían en lo
sucesivo a las olimpiadas y formarían parte de ellas con el mismo rango que las pruebas
atléticas. Las obras presentadas deberían inspirarse en la idea deportiva o referirse
directamente a las cosas del deporte. Las examinarían jurados internacionales. Las obras
premiadas serían, en la medida de lo posible, expuestas, publicadas o ejecutadas (según se
tratara de obras pictóricas, arquitectónicas, de escultura o de literatura, o finalmente,
musicales o dramáticas) a lo largo de los Juegos.
560
sus ruinas, como lamentable parecía ver en ciudades nuevas intentos similares carentes de
ilustración histórica y de la especial belleza de un paisaje único112.
112
El “stadium” de Londres ha sido llamado así de forma impropia; tiene la forma elíptica de la arena. Véase, en
la Revue Olympique, un artículo a este propósito.
113
Se ha tenido parcialmente en cuenta este deseo en la clausura de los dos Juegos Olímpicos de Londres.
561
introducción de tejidos ligeros y claros, la vuelta al decorado con enrejados tan en boga en la
época de Luis XV y tan adecuado para resaltar la menor guirnalda como elemento de adorno
y, finalmente, el empleo para las fiestas deportivas de panoplias similares a las de las fiestas
militares, pero hechas con instrumentos deportivos en lugar de con corazas y escudos.
Remos, mazos, una rueda de bicicleta, balones y raquetas entremezcladas con follaje se
prestarían a los más pintorescos arreglos. Palmas de grandes dimensiones que la rapidez de
los transportes permiten hoy procurarse a buen precio sin que hayan perdido su frescura,
componen, asimismo, junto con banderolas y pañuelos, graciosos motivos. Las flores, por
último, no se emplean lo suficiente. Para los ejercicios al aire libre son un acompañamiento
natural. Antaño se echaban a los triunfadores, y nada tenía probablemente más valor a sus
ojos que ese poético homenaje. Las sociedades florales, a las que se pediría su apoyo para
las grandes solemnidades deportivas, se las ingeniarían para realzar su brillo con
decoraciones inéditas y armoniosas.
Quedan las fiestas nocturnas en las que la pirotecnia moderna ha abierto inesperadas
perspectivas. Los deportes a la luz de las antorchas constituyen un espectáculo nuevo muy
atractivo y de un ordenamiento nada dificultoso. En efecto, los juegos de luz y sombras
disimulan las imperfecciones de los detalles, mientras que los espectadores son más fáciles
de satisfacer y los actores se encuentran más separados de aquéllos y menos preocupados
por ser vistos. Todo concurre, así, a impulsar a las sociedades deportivas por esta vía, muy
apropiada para conseguir afiliados y hacer amigos.
Si el deporte puede suministrar materiales al autor dramático, con cuánta mayor razón
puede hacerlo al hombre de letras. La emoción deportiva procede de la psicología tanto
como de la fisiología. Pero, para interpretarla bien, hay que haberla sentido en uno mismo.
Todavía son raros los escritores que cultivan los deportes, y no hay que buscar fuera la causa
de sus dudas para tratar unos temas cuya riqueza no conocen. Esto es igualmente cierto en
el caso de los poetas, que encontrarían en el poema atlético la ocasión de una renovación
saludable, pero solamente el día en que conociesen por sí mismos las poderosas sensaciones
que intenten exaltar en sus versos.
Al contrario de lo que ocurre con las Letras, la Música es capaz de prestar a los deportes
un apoyo inmediato. La conferencia tomó a este respecto importantes decisiones. Consideró
que la base de esta fecunda colaboración es el canto coral al aire libre, y rogó al Comité
Internacional Olímpico que hiciese a todas las sociedades deportivas, incluso a las
562
sociedades ecuestres (en ciertos regimientos rusos los soldados cantan a caballo) una
invitación para formar secciones corales. Se ha resaltado, precisamente, a este respecto, el
valor del canto desde el punto de vista del perfeccionamiento respiratorio, tan útil para la
práctica de la mayoría de los deportes. Mientras tanto, las sociedades deportivas y corales
que coexisten en una misma localidad, y que la mayor parte de las veces se ignoran
mutuamente, serán invitadas a ponerse de acuerdo con el objetivo de prestarse recíproca
ayuda en las fiestas que organicen. Por último, una Comisión presidida por el Sr. Bougault-
Ducodray aceptó elegir las piezas antiguas y modernas que pudiesen formar un repertorio
apropiado (en lo que concierne a las sociedades francesas) para semejantes solemnidades.
Se hará un llamamiento a los compositores para que orienten su trabajo en esta dirección y
escriban odas y cantatas en honor del atletismo y de los deportes. La Conferencia no
consideró apropiado limitar, mediante cualquier tipo de indicación, la plena independencia
que deben conservar los artistas, pero, no obstante, señaló el interés que éstos tendrían en
estudiar los principales ritmos deportivos, el efecto producido por las alternancias de cantos
y músicas marciales y, finalmente, por el tipo de cantata adoptado por el excelente
compositor griego Samara para su Himno olímpico, consistente en coros sin un
acompañamiento repetido ad libitum y apoyados por una o varias músicas militares.
A este respecto recibió la comunicación de un proyecto debido al genio del gran escultor
Bartholdi. Dos años antes yo había pensado conmemorar con un monumento apropiado la
renovación de la gimnasia y los deportes, y hablé con él de ello. Bartholdi se apasionó con la
idea, y después de haber profundizado en ella, me dijo en una carta poco antes de morir:
563
“Yo pondría en el centro la Meta, el límite fatídico en torno al cual la lucha, al avivarse en el
Estadio, se hacía más audaz y más acre, ese límite en el cual el terror supersticioso de los
Antiguos colocaba una divinidad subalterna, malvada y socarrona, diligente para engañar y
perder a los competidores. Contra el mármol pulido se precipitaría la barahúnda de los
deportes, esgrima y fútbol, patinaje y boxeo, hípica y ciclismo, incluso un automóvil último
modelo, pues la tempestad muscular cambia de aspecto con las épocas, pero su alma
permanece idéntica y su expresión similar, y siempre la Meta dominando, ruda silueta,
inexorable y, por ello mismo, atrayente y comprensible”. Bartholdi quería que la Meta fuese
de pórfido, alta y ancha, con blancas imágenes de efebos y de atletas enroscadas a su
alrededor. “Ello sería, continuaba, una lección de historia y de filosofía a la vez, un recuerdo
de la Hélade eterna, madre de toda civilización, y una advertencia de que el choque con el
esfuerzo y el destino sigue siendo la ley suprema de la vida”.
Esta fue la conferencia consultiva de 1906. Terminó con una fiesta celebrada en el gran
anfiteatro de la Sorbona con ocasión de la entrega solemne del Diploma Olímpico a
Monseñor el duque de los Abruzzos y al comandante Lancrenon, así como de la Copa
Olímpica al Touring-Club de Francia. En aquel maravilloso recinto se oyó recitar
sucesivamente a Mme. Barthet y a los Srs. Mounet-Sully y Truffier versos de Victor Hugo, a la
Sociedad coral de Aficionados, dirigida por el Sr. Grises, cantar admirables estrofas antiguas
y modernas, al Dr. Léon Petit dar una charla científica y, por último, los profesores Dubois y
Dechachy cruzaron sus espadas en un combate de tintes clásicos, mientras que en el
vestíbulo del palacio resonaban fanfarrias de caza. La euritmia de aquella fiesta, la primera
en reunir a los deportes, las ciencias, las letras y las artes, dejó a la asistencia una impresión
inolvidable.
Poco después y con ocasión de uno de sus grandes premios anuales, el Racing-Club de
Francia dejó el habitual orfeón de vulgares cobres y lo sustituyó por la Escuela de canto coral
dirigida con tanto celo por el Sr. Radiguer; los asistentes aplaudieron los obras corales de la
época revolucionaria escritas por Gossec y por Cherubini –para ser interpretadas
precisamente al aire libre- y que apenas habían vuelto a ser interpretadas desde hacía cien
años. En aquella ocasión, el Comité Internacional otorgó al Racing-Club de Francia la Medalla
olímpica en reconocimiento a sus amplios servicios a la causa deportiva. Se ofreció
564
igualmente la Medalla olímpica a la Comédie Française, que el Sr. Jules Claretie depositó en
los archivos de la Sociedad.
En el mes de agosto, en Bussang, el Sr. Maurice Pottecher, que tomó parte activa en los
trabajos de la Conferencia, introdujo en las representaciones, siempre apreciadas, de su
célebre “teatro del pueblo”, una parte deportiva, esgrima, carreras a pie, etc., que obtuvo
mucho éxito. Finalmente, el 4 de octubre, gracias al infatigable trabajo de Th. Vienne y al
inteligente apoyo de la municipalidad, Toircoing, que clausuraba una exposición, dio una
Fiesta Olímpica presidida por el subsecretario de Estado de Bellas Artes, el Sr. Dujardin-
Beaumetz. Una cantata de Alexandre Georges, una exposición de obras de arte deportivas,
la restauración de un combate antiguo y diversas danzas griegas enmarcaban
magníficamente las pruebas atléticas.
Así fue celebrada, en el año de gracia de 1906, la unión que juntaba de nuevo a unos
antiguos divorciados, el músculo y el espíritu.
SEÑOR PRESIDENTE
Nos ha pedido sobre todo que intervengamos ante las principales universidades,
federaciones o sociedades deportivas del universo, con el fin de conseguir que en lo
sucesivo,todas las grandes manifestaciones deportivas puedan cobrar un carácter literario y
artístico mediante la inclusión de concursos de poesía o de representaciones dramáticas
apropiadas y, sobre todo, de música coral al aire libre, e insistido, por lo demás, en las
565
numerosas ventajas que les reportaría a las sociedades deportivas la creación, incluso en su
propio seno, de secciones corales.
Tengo el honor de comunicarle este deseo, con el ruego de que tenga a bien considerar
la posibilidad de llevarlo a acabo.
566
mostrados en una exposición durante los Juegos. (The British Olympic Council (Ed.): The
fourth Olympiad – Official Report, Londres, 1903, pág. 383)
Tras el fracaso de los concursos artísticos de los Juegos Olímpicos de 1908, el Concurso
Internacional de Arquitectura, que es presentado en el siguiente texto, fue la primera
puesta en práctica de los acuerdos de la Conferencia consultiva de 1906. Como se sabe del
anterior texto, M. Gaston Trélat, el director de la Escuela Especial de Arquitectura de París,
fue el protagonista en el campo de la arquitectura deportiva. Durante la primavera de
1907 mandó esbozar proyectos de instalaciones deportivas a estudiantes de la Escuela que
el mismo dirigía. También dibujó para el Concurso internacional de arquitectura sobre el
tema “Una Olimpia moderna” convocado por el COI en 1910. En el presente tomo ya se ha
hecho referencia en numerosas ocasiones a la exposición teórica del problema por parte
de Coubertin en una serie de varios artículos en la Revue Olympique durante 1909/10.
567
4.2.2 “Una Olimpiada a vista de pájaro”114. En ningún momento se refiere a su triunfo en el
Concurso olímpico de literatura con la Oda al deporte presentada en francés y en alemán
con el pseudónimo Georges Hohrod/M .Eschbach. Había presentado su trabajo en
representación de Alemania para proteger su anonimato. La participación fue
especialmente escasa. Esto puede que fuera igual en los demás concursos, ya que solo en
el concurso de escultura se concedió una medalla de plata. Como demuestra el informe
oficial del Comité organizador sueco, las respectivas asociaciones de artistas suecas fueron
muy escépticas a la hora de hacerse cargo de estos concursos, de forma que en última
instancia la responsabilidad recayó sobre el COI y el Comité organizador de Estocolmo.
(Cf.: The Swedish Olympic Committee (Ed.): The Official Report of Stockholm 1912,
Estocolmo, 1913, pp. 806-811)
114
Revue Olympique, agosto de 1912, pp. 115-119
115
Reproducido en Wagner, J: Olympische Ópiele Stockholm 1912, Zurich/Munich, 1972, pág. 120
568
5.3/9 Reglas de las competiciones literaria y artística de 1912/ Bases de los Concursos
literarios y artísticos de 1912.
2º. Todas las obras presentadas deben ser inéditas y estar directamente inspiradas por la
idea deportiva.
3º. Cada uno de los laureados de los cinco concursos recibirá la medalla de la Vª
Olimpiada. En la medida de lo posible, las obras ganadoras serán expuestas, publicadas o
ejecutadas durante los Juegos.
4º. Se ruega que los artistas o escritores que deseen participar en los concursos se
inscriban antes del 15 de enero de 1912. Las obras presentadas deberán estar a disposición
del Jurado antes del 1 de marzo de 1912.
5º. No hay limitación alguna sobre la dimensión o la forma de las obras presentadas:
manuscritos, planos, cuadros, etc… Únicamente se pide a los escultores que presenten
maquetas cuyas dimensiones totales no superen los ochenta centímetros.
6º. Se ruega que las solicitudes de información y las inscripciones se dirijan al Presidente
del Comité Olímpico Internacional, rue Oudinot, 20, París, o a: Olympiska Spelen, Estocolmo.
Revue Olympique
(Revista Olímpica),
569
sept. 1911, pp. 131-132.
“Señores: nos hemos reunido en este sitio, único en el mundo, para celebrar una
ceremonia singular. Se trata de unir nuevamente, con los vínculos de un matrimonio
legítimo, a antiguos divorciados: el músculo y el espíritu”. Estas palabras, de las que se hizo
eco la prensa de todo el mundo, fueron pronunciadas durante la apertura de la Conferencia
consultiva que acaba de celebrarse en la Comédie Française. Expresan con toda exactitud lo
sucedido a lo largo de esa conferencia cuyos trabajos vamos a resumir, a la espera de la
publicación de sus principales documentos. Las revistas de París aprecian la expresión “gran
matrimonio” referida a unas ceremonias a las que dedican abundantes descripciones. Nunca
ha sido mejor aplicada que en la presente circunstancia. El matrimonio del que se trata es,
sin duda, el mayor de todos, y será también el más fecundo.
5.3/12 Carta olímpica II: La contribución de las artes, humanidades y ciencias para la
restauración del gimnasio griego
Coubertin ofrece una pequeña retrospectiva sobre las etapas más destacadas del
Movimiento olímpico moderno en la segunda Carta olímpica de 18 de octubre de 1918
dirigida a los lectores de la Gazette de Lausanne. Para él figuran claramente en un lugar
destacado junto a la restauración de los Juegos Olímpicos en 1896 en Atenas la invitación
a las gentes de letras y artistas, seguidos por los científicos. Quiere recuperar la unidad de
570
cuerpo y mente a través de los centros deportivos comunales y conseguir mediante este
equilibrio la necesaria paz social.
El siguiente apartado contiene nueve textos que abarcan todo el período creativo
olímpico de Coubertin, a pesar de que en sus Memorias olímpicas escriba que “nunca me
ha entusiasmado esta cuestión” (pág. 102), pero su enfoque retrospectivo resta demasiada
importancia a este problema, que para Coubertin lo fue durante toda su vida.
La cuestión amateur fue en un primer momento el motivo para reunir en 1894 en París
a todas las federaciones deportivas del mundo, de donde surgió la decisión para la
reinstauración de los Juegos Olímpicos.
116
Cf. Campaña deportiva, pág. 91
571
ocasión vuelve locos a los miembros del COI. “Como una cascada se les escapa una y otra
vez de las manos y reaparece burlona – intangible, siempre fiel a si misma.” (Cf. Memorias
olímpicas, cap. XI: Amateurismo, pp. 102-107)
En nuestro número de enero de 1901 resumimos el trabajo de los seis años transcurridos
desde la fundación del Comité Olímpico Internacional; naturalmente, consagramos un
117
Ver al respecto la introducción al tomo III.
572
importante párrafo al Congreso de París de 1894 que tan brillantemente inauguró el
renacimiento olímpico. Pero no pudimos reproducir, por falta de espacio, los deseos
expresado por el Congreso y que constituyen en cierta forma la Carta del “Amateurismo”.
Hoy es tanto más útil recordarlos cuanto que el Congreso de Bruselas está llamado,
desde este punto de vista, a modificar y rehacer el trabajo del Congreso de París. Así pues,
creemos prestar un servicio a todos reimprimiendo la parte última de la relación general de
1894 tal cual figura en el número 1 del Boletín del Comité Internacional, con fecha de julio
de 1894.
“Tras la lectura de los Informes de los Sres. Mangeot y Borel, el Congreso expresó el
sábado 23 de junio los siguientes deseos:
A toda persona que nunca haya participado en una prueba abierta ni competido por un
premio en especies o por una cantidad de dinero, sea cual fuere la fuente de la que
provenga, especialmente de las entradas al campo –o con profesionales- y que nunca
haya sido en ningún momento de su vida profesor o monitor asalariado de ejercicios
físicos.
Esta definición es más o menos la que rige en las principales Federaciones atléticas del
mundo. La Victorian Rowing Association (Melbourne) presentó un texto más completo, pero
demasiado largo y confuso; se vio, sin embargo, con interés el párrafo en el que se excluye a
toda persona cuyos éxitos deportivos le hayan procurado cualquier ventaja crematística.
573
Esta propuesta de la Liga Velocípeda Belga fue adoptada tras una viva discusión. Una
propuesta del Sr. Roussel, vicepresidente de la Unión Velocípeda de Francia, tendía a que el
encuentro entre aficionados y profesionales fuese libre. Reconociendo con él la utilidad de
los profesionales, que con frecuencia son ocasión de progreso debido a la emulación, los
Sres. Gondinet, Todd y Sloane insistieron en el peligro de dejar que los jóvenes aficionados
entrasen en contacto con los profesionales de forma regular y continuada; a la inversa,
pareció interesante permitir que en ciertos casos se levantara la barrera que los separa.
Que toda infracción de las reglas del “amateurismo” conlleve la descalificación del
aficionado.
II.- Que cualquiera que haya sido descalificado sólo pueda ser recalificado cuando la Unión,
Federación o Sociedad del que depende en última instancia decida que la descalificación
lo fue por error, ignorancia o buena fe.
III.- Que el que consiga dinero mediante los premios ganados pierda por ello su cualidad de
aficionado.
Que el valor de los objetos artísticos no esté forzosamente limitado, pero que tampoco
tenga, por regla general, una cifra demasiado alta.
El New York Athletic-Club había pedido la limitación, al igual que las Sociedades
australianas, que proponían fijar un máximo de 3 libras (75 F). El Sr. Todd propuso 10
guineas (260 F). El Congreso no creyó conveniente ir por esa vía, a la vez que expresaba su
vivo deseo de que los premios sólo fuesen “recuerdos”, y no recompensas.
574
IV.- Que el dinero procedente de la entrada al campo pudiera ser repartido a título de
indemnización por desplazamiento entre las Sociedades participantes, pero nunca entre
los competidores.
Que en ningún caso los fondos puedan ser directamente entregados al participante, sino
remitidos a la Sociedad de la que forma parte.
Ésta es, probablemente, la única manera en la que hoy día puede regularse la cuestión
del gate money, y a este respecto la unanimidad fue total.
V.- Que al ser las apuestas públicas incompatibles con el “amateurismo”, las Sociedades lo
impidan o lo restrinjan por todos los medios a su alcance y especialmente oponiéndose a
su organización oficial en los recintos de las pruebas.
Algunas personas consideraron este deseo un tanto atrevido. Sin embargo, a nuestros
correspondientes de América y de Australia, que han concluido en la absoluta supresión de
las apuestas, les pareció muy tímido. Estos últimos deseaban incluso que una ley permitiese
levantar un atestado contra todos los apostadores cogidos in fraganti, tanto en público
como en privado.
VI.- Que la tendencia de todos los deportes sin excepción sea el “amateurismo” puro, sin que
exista ningún motivo permanente en ningún deporte que legitime los premios en
especie; pero que, en lo que respecta a las carreras de caballos, el tiro y la vela, la
definición general del “amateurismo” no se les aplique momentáneamente.
Este número del programa produjo una discusión particularmente brillante. Los Sres.
Conde de Villers, Todd y muchos de sus colegas insistieron en que el argumento de los
575
elevados gastos necesarios para ciertos deportes carecía por completo de valor. ¿Por qué se
eximiría a las personas ricas de cumplir en grande lo que otros con menos fortuna tienen la
obligación de cumplir en pequeño? El “amateurismo” no cambia de naturaleza por la fortuna
de la gente, y ganar dinero con el tiro de pichón es faltar a sus leyes. Pero el Sr. Conde de
Pourtalès observó prudentemente que ciertos deportes tenían una raigambre muy
profunda, tanto en Francia cuanto en los demás países, como para que se pudiesen
modificar absolutamente en un instante y en todo los reglamentos en vigor, por muy
defectuosos que fuesen.
En vista de las experiencias que hizo el COI en los Juegos Olímpicos de 1908 con las
reglas amateur que ahí se aplicaron, la sesión del COI de 1909 en Berlín quiso establecer
un criterio unificado para próximos Juegos Olímpicos. Este tema se discutió en público a
través de una encuesta de la revista inglesa Sporting Life en torno a la aplicación de
normativas amateur, pero el COI no fue capaz de decantarse por una postura final
definitiva. En principio se quería preguntar a las federaciones internacionales. El
576
cuestionario a tal respecto está reproducido a continuación.118
La noticia de que el Comité Internacional iba a discutir en Berlín un informe del conde
Albert de Bertier sobre la encuesta de la Sporting Life ha recorrido la prensa inglesa y
parecido producir gran satisfacción. Al hacer el elogio del informador, la Sporting Life
recuerda su libro sobre el tiro al arco, convertido en un clásico, la maestría con la que
preside los destinos de una de las mejores tripulaciones de Francia, su práctica de los más
variados deportes, lucha, esgrima, remo, y concluye que pocas personas están mejor
capacitadas para un trabajo como éste. Pero, por otra parte, se han manifestado
ocasionalmente ciertas inquietudes ante la idea de que el Comité Internacional estuviese a
punto de regular de forma precisa y definitiva una cuestión que ha permanecido tanto
tiempo en suspenso y sobre la que no es para nada seguro que aún sea posible un completo
entendimiento. Si el Comité redacta una definición del aficionado con idea de que entre en
funcionamiento para las próximas olimpiadas, los países o federaciones que no la aceptaran
total o inmediatamente se encontrarían, una vez empezada la olimpiada, en una situación
bien singular y falsa. No nos es posible prever lo que ocurrirá en Berlín, y carecemos en
definitiva de datos que nos permitan prejuzgar las decisiones que se tomen. Pero nos
quedaríamos muy asombrados de que la mayoría no estuviera a favor de un procedimiento
más lento, más prudente y más fecundo. Lo primero es reunir las opiniones expresadas en la
encuesta con el fin de extraer su médula, si cabe hablar así, y componer un conjunto
homogéneo y esclarecedor. Una vez hecho esto, ¿no sería necesario que fuesen escuchados
y que incluso diesen libremente su opinión sobre este asunto los principales interesados –
clubes y federaciones? Lo peor es que actualmente esta cuestión no está planteada; al
menos no lo está en unos términos y de una forma que permita resolverla. Que no se
intente, por favor, hacerlo antes de haberla planteado. La mayor ventaja de la encuesta será,
precisamente, permitir plantearla de una manera definitiva y total. Después y una vez
convenientemente examinadas las distintas soluciones posibles, el acuerdo será sin duda
mucho más fácil de lo que cabe esperar mientras no se haya hecho el trabajo preliminar.
118
El resultado fue publicado en la Revue Olympique de junio de 1910, preparativa de la sesión de Luxemburgo.
Cf. “La question de l‟Amateurisme”, Revue Olympique, junio de 1910, pp. 89-95
577
Revue Olympique,
Mayo de 1909, pp. 67-68
El equipo de redacción ha reconocido la autoría de Coubertin en este texto sin firmar.
Señor
En conformidad con las decisiones tomadas en Berlín, la oficina del Comité Internacional
ha establecido el siguiente cuestionario relativo al “amateurismo”, cuestionario que se
dirigirá a las federaciones y sociedades deportivas de los distintos países:
2º ¿Está usted de acuerdo en que un profesor pueda por el contrario ser aficionado en
los deportes que no enseña?
5º ¿Admite usted que se pueda perder la cualidad de aficionado por el simple contacto
con un profesional?
578
Las respuestas deberán dirigirse: para Europa continental al Sr. Jules de Muzsa, 25
Mester Utez, Budapest; -para el Imperio británico al Sr. Théodore A. Cook, 54 Oakley Street,
Chelsea, Londres; -para el continente americano, al Sr. profesor W.M. Sloane, 105, East 69
Street, Nueva York.
FEHLT WAS
El affaire Jim Thorpe fue el primer gran escándalo amateur de la historia olímpica. El
hecho de que el Comité Olímpico Americano y la Federación de Atletismo Americana
descalificaran posteriormente a su mayor héroe de Estocolmo, al vencedor en el decatlón
y en el pentatlón moderno, por haber jugado al béisbol en 1909/10 a cambio de una
pequeña remuneración, conmovió a toda América. En los periódicos europeos también se
discutió ampliamente sobre el tema, toda vez que Thorpe era indio y el problema del
racismo avivó la discusión. El caso fue presentado al COI para su resolución definitiva en su
sesión de 1913 en Lausana. Coubertin se vio obligado a publicar el intercambio de cartas
en el número de marzo de 1913 de la Revue Olympique y a expresar su opinión en el
posterior número de abril con el artículo que aparece a continuación. Como siempre, a
Coubertin no le bastó con una descripción del caso en concreto, sino que desarrolló ideas
básicas para futuras soluciones. Subrayó la necesidad de nuevas reglas amateur, que
fueron formuladas en 1914 por el Congreso olímpico de París, y volvió a exponer la utilidad
579
de la idea que perseguía desde hacía años de la introducción de un juramento olímpico.
Desde este punto de vista, el caso Jim Thorpe le habría sido de utilidad al Movimiento
olímpico.
Por otra parte, si la indulgencia a la que incitan estas consideraciones triunfa sobre la
estricta aplicación de los reglamentos, ¿no se abre la puerta a peligrosos acomodos con la
ley? ¿No deben ser absolutamente evitados tales acomodos, siempre perjudiciales, cuando
se trata de los Juegos Olímpicos? Baste con recordar el cuidado que se ponía la antigüedad
para que en las Olimpiadas sólo participasen atletas irreprochables. ¿No debe ocurrir lo
mismo en el mundo moderno?
580
nombre de aficionados y retienen como profesionales a sportsmen cuyo carácter de
aficionados está claramente demostrado. Si el asunto Thorpe convence a todo el mundo de
la necesidad de un cambio, no queda más remedio que confesar que habrá prestado a los
deportes un inapreciable servicio.
Entre los periódicos que han discutido el caso, hay algunos que han mencionado la
posibilidad de establecer un juramento, afirmando que ese medio de verificar el pasado de
un atleta contaba con muchas posibilidades de evitar incidentes como éste. Habrá que
llegar, sin duda, a esa solución, que nosotros siempre hemos preconizado. Thorpe, que se
consideraba “amateur”, ha pasado o ha dejado que se le pasase como tal. ¿Cómo pensar ni
un solo instante que, llamado a jurar sobre la bandera de su país que nunca había faltado a
los reglamentos de los aficionados, se hubiese arriesgado a prestar un juramento falso que
no sólo le hubiese apartado como sportsman, sino deshonrado como hombre para toda su
vida? Plantear la cuestión es ya responderla, y junto a su gran valor moral, el juramento
resulta el único medio práctico de poner término a un estado de cosas intolerable.
Sería, sin duda, imprudente pensar que, desde 1910, los elementos del problema
relativos a la índole de aficionado se han hecho más sencillos. Ello equivaldría a cerrar los
581
ojos a una evidencia lamentable, pero absoluta. En efecto, se impone un hecho que los
recientes esfuerzos de la nueva International Amateur Federation han puesto de relieve, y es
que, en el camino que se ha emprendido, no cabe entenderse sino aumentando las
complicaciones. La definición en la que se han puesto de acuerdo los dirigentes de esta
agrupación es extremadamente compleja, y sólo los entendimientos basados en la sencillez
son sólidos y duraderos.
Hay otros hechos que resultan decepcionantes. Mientras que los deportes llamados
atléticos andan peleando con dificultades crecientes porque en ellos abundan los
profesionales disfrazados de aficionados –la natación y el boxeo están directamente
amenazados por un peligro similar-, las federaciones de gimnasia y de remo, que temen
mucho menos al profesional e incluso permiten ciertos contactos con él o con sus principios,
son con mucho las que están menos gangrenadas. Lógicamente, debería producirse la
situación inversa, pero no ocurre así en absoluto. Si se buscan las causas ocultas de estas
anomalías, se las encuentra en el hecho de que el “espectador”, que es el gran enemigo del
“amateurismo” y el principal agente del espíritu profesional, desempeña en estos deportes
un cometido menor e impotente. Sólo asiste a hazañas de conjunto, raras y lejanas.
Desconoce la preparación de la persona, los detalles de su entrenamiento y su personalidad.
Entre ellos se alza una barrera beneficiosa. Así, cabe concluir que el peligro para el
aficionado no es externo, sino interno, y que no son los contactos con el profesional lo que
hay principalmente que evitarle, sino, mas bien, las desmoralizadoras circunstancias en las
que se ejerce su propia actividad deportiva. Ésta es una grave comprobación, pues de ello se
deriva que este asunto no es una cuestión de fórmulas, sino de estado de espíritu, y que
ninguna fórmula producirá efecto alguno mientras no se haya creado y difundido el estado
de espíritu deseable.
Además, el Olimpismo evoca, sobre todo desde el año pasado, el espectro de un nuevo
tipo de profesionalismo que cabría denominar el profesionalismo patriótico. La antigua
Grecia lo conoció, y no sabemos bien si pudo solucionarlo. Las apariencias indican más bien
que se acomodó a él como a un mal necesario. Al resucitar, el entusiasmo olímpico provoca
de forma enteramente natural llamadas de los atletas a los poderes públicos de sus países
respectivos con objeto de conseguir copiosas subvenciones que permitan formar y enviar a
las Olimpiadas a los mejores equipos. E incluso se emplea ya la expresión: preparar,
expresión que hasta ahora sólo se entendía en el sentido de reunir y transportar, pero cabe
582
prever que las cosas irán más lejos. Y si el atleta llega a ser mantenido a expensas de la
nación durante su período de entrenamiento, ¿no es ello abrir la puerta a todos los abusos?
A menos que ello no suponga, finalmente, abrir la puerta a una revolución que cambie
totalmente los presupuestos de los que se partió ayer y sobre los que todavía hoy nos
apoyamos. Tras el uniforme del soldado no hay ni aficionado ni profesional. Se es soldado y
nada más. Tras el uniforme del competidor olímpico que se prepara a luchar por el honor
nacional, ¿no habría una unificación análoga a punto de producirse?... Pero, por otra parte,
semejante estado de cosas, ¿no sería perjudicial en última instancia para el verdadero
deporte, y no quebraría poco a poco el nacionalismo los resortes de una iniciativa privada
que resultan indispensables para su progreso?
Después de que Coubertin haya expuesto en el artículo anterior nuevos aspectos del
problema amateur, se presentan aquí algunas propuestas para su solución. El número de
noviembre de 1913 de la Revue Olympique estaba dedicado en exclusiva al problema
amateur. Incluía, además del texto presente y del anterior, el informe presentado al COI
en 1909 sobre la situación amateur y la respuesta al cuestionario enviado en 1910.
Coubertin trata de finiquitar esta discusión con las siguientes reflexiones, mediante las
cuales quiso con seguridad dejar claro su punto de vista ante las inminentes reuniones del
Congreso Olímpico de 1914 en París.
583
Nos está enteramente prohibido considerar la posibilidad de discutir actualmente una
evolución semejante. Hay que buscar otras soluciones, tal vez provisionales, pero que no se
deben considerarse así. En las actuales condiciones de la vida y de la organización deportiva
en el mundo, sólo hay tres soluciones dignas de ser seriamente examinadas, sobre todo
desde el punto de vista olímpico.
Pensamos que los jueces llegarían muy pronto por sí mismos a preconizar la solución del
juramento. En tal caso, ¿por qué no recurrir directamente a él sin incurrir en los gastos de un
tribunal? El juramento conllevaría la creación de una especie de tablas de la ley con los
“mandamientos del aficionado”. El atleta que jura sobre la bandera de su país no haber
faltado nunca, puede ser admitido en los Juegos Olímpicos, pues un juramento falso hecho
en circunstancias semejantes arrojaría sobre el culpable un deshonor cuyo peso infamante
arrastraría toda su vida. De esta forma, el culto al honor, tan necesario para el deporte,
volvería a ocupar su lugar en núcleo de las instituciones deportivas.
Hay una tercera solución, algo chata, algo vulgar, que tiene sus ventajas, pero que cuenta
con el gravísimo inconveniente en materia olímpica de facilitar, e incluso de avivar los
conflictos internacionales. Sería el método consistente en cada cual en su casa, es decir, la
admisión sin posibles recursos de todo aficionado que haya sido presentado como tal por
sus conciudadanos….
584
El equipo de redacción ha reconocido la autoría de Coubertin en este texto sin firmar.
585
franceses pedir a su gobierno 600.000 francos para “ir a Berlín” y a los ingleses decir a la
opinión pública: “Tratad de reunir 1.200.000 francos porque sin eso no haremos nada bueno
en la VIª Olimpiada”. Se preocupan por lo elevado de las cantidades solicitadas, y se
preocupan también por esa manera de “preparar” a los atletas a golpe de dinero,
procedimiento al que no le hará falta recorrer mucho camino para caer en un
profesionalismo innegable.
586
deportivo es infinitamente más puro-. Ahora bien, se quiere –y es necesario- que los Juegos
Olímpicos estén reservados a jóvenes verdaderamente animados por el espíritu deportivo.
¿Cómo lograrlo?
Si miramos bien, en el origen de estos conflictos encontramos una sola causa: la invasión
del ámbito deportivo por aquéllos a los que ya hemos tenido ocasión de llamar “extranjeros
del deporte”, periodistas en busca de noticias, médicos en busca de clientes, personajes
ambiciosos en busca de lectores, ociosos en busca de distracciones, gente de toda ralea en
busca de notoriedad. Este populacho ruin ha dado a la “cuestión del dinero” una
importancia que no guarda proporción con su cometido. Debido al alboroto que se ha
levantado en torno a este asunto, se ha perdido una receta que es, sin embargo, la única que
cabe emplear en la preparación de un vencedor en los Juegos Olímpicos. Para ello se
necesita primero, músculos; después, energía; y en tercer lugar, perseverancia. Dad después
el dinero necesario, pero si carecéis de los otros tres ingredientes, la operación resulta
inútil…
587
propia de los otros dos socios. La Primera Guerra Mundial, que estalló poco después,
interrumpió obligatoriamente la discusión amateur mantenida desde hacía años. Pero ésta
regresó al seno del COI con más fuerza si cabe tras los Juegos de Amberes en 1920.
5.4/9 Amateurismo
6. EL MOVIMIENTO OLÍMPICO
588
el principio detalladamente su estructura y desarrollo. Se opuso de forma agresiva a los
avances equivocados, pero no se limitó a atacarlos, sino que ofreció propuestas de
solución y proposiciones económicas y organizativas elaboradas al detalle, como lo
demuestra el diseño del plano de los IV Juegos Olímpicos previstos para Roma en 1908.
Los textos sobre el desarrollo y difusión del Movimiento olímpico del apartado 6.2
evidencian enormes dificultades para la creación de una “infraestructura olímpica”. El
tercer apartado 6.3 recoge opiniones de Coubertin sobre el programa deportivo de los
Juegos Olímpicos. Para él era fundamental la igualdad de todos los deportes, que queda
expuesta en numerosos textos.119
Pocas veces se ocupó Coubertin del desarrollo práctico de deportes específicos, y eso
únicamente cuando existía un motivo especial para ello. Los textos de este capítulo
complementan convenientemente la retrospectiva histórica ofrecida en el apartado 4.2.1,
y entre ellos se incluye una toma de posición sobre la aceptación de las mujeres en las
disciplinas deportivas más importantes de los Juegos Olímpicos.
El último apartado recoge dos opiniones de Coubertin sobre Lausana como centro del
Movimiento olímpico, que se hizo definitiva en 1982 con la unión contractual del COI con
Suiza y la ciudad de Lausana.
Los próximos diez textos se reparten durante el período que va desde la fundación del
119
Ver al respecto el texto del apartado 2.2.2
589
COI hasta el año 1922. A partir de entonces, Coubertin apenas se ocupó de cuestiones
organizativas y estructurales del Movimiento olímpico, tal como hemos visto en los
capítulos precedentes.
Los textos han sido escogidos de entre una gran variedad de posibles documentos y se
ha buscado su representatividad basada en contenidos similares. En casi todos los
números de la Revue Olympique, publicada por Coubertin entre 1901 y 1924 y cuyo
contenido definió en gran medida, aparecieron alusiones y sugerencias organizativas, que
a pesar de no estar firmadas con nombre, respondían con toda probabilidad a la “voz del
presidente del COI”. Para ello, Coubertin no sólo utilizó el anexo “Bulletin du C.I.O.”, que
comenzó en el número de enero de 1906, sino especialmente las rúbricas “Echos et
nouvelles” y “Chronique du mois”. A ello hay que sumar, como ya se ha descrito en el
prólogo de este tomo, las circulares oficiales a los miembros del COI.
El apartado 6.1 contiene principalmente textos sobre la estructura del COI, de los CON
y de las federaciones deportivas internacionales. Junto a ellos se reproducen disertaciones
típicas sobre cuestiones organizativas, a las que pertenecen la introducción de los
galardones olímpicos “diploma olímpico” y “copa olímpica”.
590
organizativos. En este texto resulta interesante la última afirmación de Coubertin referida
a la financiación. Aquí equipara el trabajo del COI con el de un “véritable bureau
international d’athlétisme”, lo que es cierto para la época en la que vivió.
Se nos pide precisar con exactitud el carácter de nuestra empresa e indicar los medios
con que contamos para llevarla a cabo. Ésta es, en pocas líneas, la respuesta.
Al hacer revivir una institución desaparecida después de tantos siglos, nuestra idea es la
siguiente. Desde hace treinta años, el Atletismo ha adquirido una importancia que crece de
año en año; su cometido parece ser tan considerable y duradero en el mundo moderno
como lo fue en el antiguo, y resurge, por otra parte, con nuevas características; es
internacional y democrático, apto, en consecuencia, para las ideas y necesidades de la época
actual. Pero tanto hoy como ayer, su acción será beneficiosa o perjudicial según el partido
que quepa sacar de él y la dirección en la que se le espolee. El Atletismo puede poner en
juego las pasiones más nobles, así como las más viles: puede desarrollar el desinterés y el
sentido del honor, al igual que el afán de lucro; puede ser caballeroso o estar corrompido,
ser viril o bestial; cabe, finalmente, utilizarlo para consolidar la paz tanto como para preparar
la guerra. Pues bien, la nobleza de sentimientos, el culto por el desinterés y el honor, el
espíritu caballeroso, la energía viril y la paz son las primeras necesidades de las democracias
modernas, ya sean republicanas o monárquicas.
***
591
Nuestras intenciones no parecen haber sido desconocidas; en el mundo del deporte se
han dado cuenta de la amplitud de miras que presidía la confección de los programas.
Ninguna forma de ejercicio físico ha sido dejada de lado, ni se ha privilegiado ninguna
escuela ni, con mayor razón, ninguna Sociedad, ni ningún país: apelamos a todos, y
estimamos que no es nuestro Comité el que debe discutir las cuestiones referentes a la
superioridad de un determinado sistema sobre otro, de la gimnasia sobre el deporte, de los
ejercicios sobre los Juegos. Por otra parte, aquellos a los que les interesa más bien el aspecto
moral de la empresa, no han dejado de animarnos. Cabía esperar cierto escepticismo por su
parte, pero en su lugar, no hemos encontrado sino entusiasmo. La prensa ha hecho algo más
que colmarnos de elogios: ha dado amplia y fielmente cuenta de nuestros trabajos, lo que
era sin duda la mejor manera de servirnos y de aportarnos adeptos.
Sin embargo, estos éxitos no deben hacernos olvidar que sólo se ha escrito el prólogo, y
que lo hecho no es nada al lado de lo que queda por hacer.
En cada país debe constituirse un Comité nacional cuya tarea consiste en asegurar la
participación de ese país en los Juegos Olímpicos cada cuatro años, hasta que le llegue el
turno a él de organizarlos at home.
Pensamos que, dentro de los límites establecidos por el Congreso y que se acaban de
resumir, hay que dar plena y total libertad a los Comités nacionales. No es en absoluto
deseable que en cada Olimpiada se vea pasar sucesivamente el mismo cuadro con distintos
marcos. El genio de cada pueblo, su manera de organizar las fiestas y de practicar el ejercicio
físico es lo que dará a los Juegos Olímpicos modernos su verdadero carácter y lo que tal vez
592
les haga superiores a los precedentes. Resulta claro que los que se celebren en Roma no
pueden parecerse a los que puedan tener lugar en Londres o en Estocolmo.
***
Estos son nuestros proyectos y nuestras necesidades. Apelamos a todos los que aprecian
verdaderamente el deporte, así como a todos aquéllos que desean ver reunida a la juventud
de todos los países en el más pacífico de los campos de batalla, el campo de juego.
Bulletin du Comité International des Jeux Olympiques (Boletín del Comité Internacional de
los Juegos Olímpicos)
Año 1º, octubre de 1894, nº 2, p. 1
En este artículo para la Revue Olympique, redactado en 1903, Coubertin expone sus
593
planteamientos sobre la colaboración del COI con las organizaciones deportivas
nacionales. Este texto es de una relevancia especial, ya que Coubertin subraya aquí con
mucha claridad que el COI no reclama para sí mismo ningún poder directivo, sino que, al
contrario, entiende éste como incompatible con su propia naturaleza. Más allá, Coubertin
deja clara la posición de los miembros del COI en cada país. El presente texto confirma las
exposiciones de Coubertin de octubre de 1894 en relación a la fundación de Comités
olímpicos nacionales teniendo en cuenta las experiencias acumuladas hasta el momento.
No creemos que esto sea ni deseable, ni posible. Ante todo, porque el internacionalismo
deportivo que tan felizmente se desarrolla en torno a nosotros se basa en el sentido de
rivalidad y en el espíritu de emulación, y en modo alguno sobre esa especie de
cosmopolitismo y de amor a la humanidad cuyo advenimiento dan por descontado algunos
políticos. En estas condiciones, mientras más populares sean los certámenes, más
decididamente intolerable ha de parecerles a las personas que han de soportarla la
injerencia extranjera en la administración de los deportes nacionales. Esto se aplica al
principio mismo de la institución, al margen de todas las dificultades, casi insuperables, que
se oponen a la ejecución de un proyecto semejante. Quizá en el futuro se intente hacerlo así;
estamos convencidos que terminará en estrepitosos fracasos. La era que se inicia es más
bien la de los “tratados comerciales” aplicados al deporte. Les corresponde a las
federaciones acercarse unas a otras, establecer convenios que faciliten las competiciones,
cuyas cláusulas, por otra parte, puedan ser denunciadas en la ocasión oportuna, o
modificadas según las necesidades del momento. Éste es el objetivo que hay que perseguir,
junto una razonable unificación de los reglamentos de los juegos y de las pruebas.
El Comité Olímpico Internacional al que se han dirigido a estos efectos estaría feliz de
poder ayudar a esa beneficiosa unificación. Por ello ha tomado la iniciativa de convocar un
congreso que fue primero fijado para 1903 y que luego, con la autorización de S. M. el rey
594
Leopoldo, presidente de honor de ese congreso, pospuesto para 1905, de manera que
coincidiese con la exposición de Lieja y permitiese emplear las experiencias a las que dé
lugar los Juegos Olímpicos de San Luis en 1904. Si el Comité Olímpico ha creído poder entrar
por este camino, ello se debe, precisamente, a su carácter neutral, y porque se cuida muy
mucho de cualquier ingerencia en los asuntos de las distintas federaciones, cuyo concurso es
necesario para el éxito de una empresa semejante. De antemano ha declinado, y continuará
haciéndolo, de cualquier responsabilidad sobre los resultados, mínimos o considerables, que
se logren.
***
Así pues, desde nuestro punto de vista no hay nada que modificar en el actual estado de
cosas. El Comité Olímpico Internacional debe seguir manteniéndose en los límites que se ha
impuesto con prudente discreción. ¿Ello equivale, sin embargo, a decir que no hay que
intentar nada para completar y perfeccionar la organización olímpica? No es esa en absoluto
nuestra idea. A los miembros del Comité les corresponde una considerable tarea, pero le
toca a cada uno cumplirla según las facilidades de las que disponga y la situación ante la que
se encuentre.
Los miembros del Comité tampoco son los delegados de las federaciones deportivas de
sus países en la institución olímpica; por el contrario, son los representantes de esta
institución ante las federaciones de sus países; en cierta forma sus embajadores. Para tener
la primera cualidad sería necesario que las distintas federaciones de un mismo país
estuviesen de acuerdo en nombrar un único delegado, cosa que en la mayor parte de los
países resulta imposible. Muchos deportes viven aislados unos de otros y se ignoran por
completo; otros tienen celos y se pelean; por último, sucede que un mismo deporte puede
estar regido por varias federaciones rivales. ¿Cómo coordinar tantas fuerzas y elegir una
delegación única? Por otra parte, no es seguro que esa inversión de los papeles sea
ventajosa y favorezca el éxito de los Juegos Olímpicos. Hasta ahora, para hacer que la obra
prospere, creemos que los miembros del Comité Internacional se encontrarán en una
595
situación mejor considerándose como sus representantes ante las federaciones deportivas
que poniéndose en la tesitura inversa.
***
Pueden ser todavía capaces de más, y aquí interviene el lado práctico de su misión. Para
que los Juegos alcancen el grado de valor técnico que deben tener, es preciso que cada país
se acostumbre a enviar a sus mejores hombres. Ahora bien, los trayectos pueden ser largos y
costosos, no sólo para los europeos cuando las pruebas se celebren en San Luis, sino para
todo el mundo cuando tengan lugar en Atenas o en Roma. Es importante conseguir en cada
país el apoyo material y moral de los gobiernos, el patrocinio de las autoridades,
subvenciones de los poderes públicos y, sobre todo, interesantes y serias pruebas
eliminatorias… Creemos que llegará un día en el que las pruebas eliminatorias para las
Olimpiadas serán las más importantes de cada nación. Es deseable que se organicen desde
ahora y no necesitan un constante entendimiento con las federaciones. Para designar a sus
representantes, los nadadores no tienen ninguna necesidad de ponerse de acuerdo con los
corredores a pie, pero sí es preciso que lo hagan entre ellos y se preparen en el tiempo
requerido. En todo esto hay una serie de cuestiones que no son, si se quiere, vitales, pero
cuya solución contribuirá muy eficazmente al éxito de los Juegos.
596
Los miembros del Comité Internacional que se dedican ya a esta tarea han
experimentado, por lo general, la necesidad de ser ayudados por celosos colaboradores, y se
han constituido comités olímpicos nacionales en diversos países. Esta fundación es excelente
y responde desde todos los puntos de vista a las necesidades actuales. Pero pensamos que,
para hacer una tarea eficaz, los comités nacionales, al igual que el Comité Internacional, no
deben ser una emanación de las principales federaciones o sociedades deportivas del país y,
por regla general, han de mantenerse cuidadosamente al margen de las peleas intestinas
que existen en mayor o menor medida en todas partes. Así pues, han de estar compuestos
por personalidades competentes, indiscutidas y ajenas a cualquier capilla.
Es muy ventajoso que estos comités sean permanentes, de manera que puedan reunirse
cada vez que lo consideran necesario, incluso durante el intervalo de las olimpiadas; pero
esas reuniones no tienen por qué ser largas ni frecuentes. No cabría insistir demasiado en el
peligro que hay en que un comité olímpico nacional se convierta en un mecanismo básico y
director de la actividad deportiva de un país. De ello se derivarían necesariamente
situaciones de discordia, pues las federaciones no podrían ver con buenos ojos semejante
usurpación de sus prerrogativas. La tarea del comité nacional estriba en ayudarlas y en
facilitar la participación de sus representantes en los Juegos Olímpicos.
Estas son, desde nuestro punto de vista, las bases con las que resulta deseable que se
complete la organización olímpica, de manera que los juegos modernos alcancen el brillo y el
valor que les haga dignos de su ilustre pasado.
597
El equipo de redacción ha reconocido la autoría de Coubertin en este texto sin firmar.
FEHLT ÜBERSETZUNG EINES BRIEFES, DER IN DER ENGLISCHEN AUSGABE INMITTEN DIESES
TEXTES ABGEDRUCKT IST
Estamos en la época de los grandes partidos de fútbol y de los Salones del automóvil.
Todo el mundo habla de ello y, más que repetir lo ya dicho, preferimos dedicar nuestra
crónica a un rápido estudio de un fenómeno singular que se propaga entre los deportes en
diversos países. Cabría dar a este fenómeno un nombre muy apropiado, aunque procedente
del lenguaje político: podría llamársele el sindicalismo deportivo. En efecto, la manía del
sindicalismo penetra desde la vida política en la vida deportiva.
¿Por qué se produce esa penetración? ¿Por necesidad, o por analogía? Aquí sería difícil
explicar de qué tipo de necesidad se trata. No se debe perder, efectivamente, de vista que la
política sindical está en mayor o menor grado construida sobre la lucha de clases, y que es
una lucha por la vida. Para ciertos economistas, la lucha de clases es una ley ineluctable;
para otros, una táctica lamentable. En cualquier caso, nadie puede negar su existencia
actual; el hecho es patente. El sindicalismo debía surgir de la lucha de clases. Pero, ¿qué
598
género de discordia existe en el deporte? ¿Dónde están los intereses contrarios? ¿Por qué
habrían de luchar? No existe, verdaderamente, ninguna necesidad y, sin embargo, la
tendencia al sindicalismo está muy marcada y se acentúa. Mientras que los pequeños grupos
se buscan unos a otros como si un malestar interior les empujase a unirse, a aliarse contra
un peligro invisible, las coaliciones ya formadas se apresuran a estrechar todos sus vínculos.
Levantan barricadas de reglamentos y proyectan laberintos de prohibiciones. Todo ello no se
hace con el objetivo de facilitar los encuentros de “sportsman”, ni de allanar las inevitables
divergencias; en absoluto; se hace sobre todo con el objetivo de molestar a los
independientes para forzarlos a unirse a la coalición o a desaparecer dejando ante sí un
espacio vacío. Y cabe ver, por ejemplo, esta enormidad: una federación que pretende animar
a la práctica del fútbol y que prohíbe, en todos los campos de los que puede indirectamente
disponer, un determinado partido porque los miembros pertenecen a clubes que no se
cuentan entre sus afiliados. Se trata de un tipo de costumbres que nos habría dejado
perplejos hace diez años, pero que tiende a convertirse en algo habitual en algunos grandes
países.
Esto va a la par con otro síntoma sindicalista: el aumento de un tipo de gente que hace
profesión de “gobernar”, de “administrar” las sociedades deportivas, y que cumple, en
efecto, esa tarea sin que haya en sus actos ningún otro móvil que el interés personal. No son
“sportsman”; a menudo su incompetencia es total, y no tienen ni el gusto ni el hábito del
ejercicio. En cualquier caso, el espíritu deportivo les es ajeno; ni lo poseen, ni lo
comprenden. Tratan, simplemente, de hacerse importantes y de prepararse escaleras cuyos
peldaños puedan subir. Todos estos cultivadores del sindicalismo vuelven naturalmente la
mirada hacia los poderes públicos, de los que esperan subvenciones y, sobre todo,
condecoraciones, allí donde se conceden.
599
La peor consecuencia de este estado de cosas es que éste pierde poco a poco su
independencia, no sólo la independencia del gesto deportivo, sino también la del instinto
que le empuja a realizarlo. Se convierte en un autómata. Aunque su esfuerzo no proceda de
la orden del administrativo, sí se deriva al menos de su sugerencia. Todo lo que el atletismo
tiene de espontáneo, de floreciente y de decidido, se borra: la naturaleza huye ante el
cálculo. Y en el club deportivo se produce poco a poco lo mismo que en el colegio. Cuántos
profesores tienen la tendencia –por lo demás explicable y, hasta cierto punto, excusable- a
ocuparse sólo de alumnos privilegiados y a olvidar al grueso de la clase. Los mejores, los que
tienen posibilidades de triunfar en los exámenes son objeto de todas las atenciones del
profesor; los alienta, les empuja a la consecución de premios, diplomas, primeros puestos,
menciones de honor, en una palabra, a todas las distinciones que estos jóvenes pueden
conquistar; del resto se desinteresa en el fondo de su corazón. El club deportivo
sindicalizado ofrece un aspecto similar. Están los campeones posibles y los futuros
campeones; los administrativos están dispuestos a hacer grandes sacrificios por ellos; por los
demás tienen un corazón de piedra y se limitan a las medidas estrictamente necesarias para
retenerlos en el seno del club, al que representan por número y cotización.
¿Cómo cabe luchar contra un estado de cosas tan nefasto y tan antideportivo? La
respuesta es bien sencilla: expulsando a los mercaderes del templo, es decir, en este caso,
echando del club o de la federación a los burócratas y eliminando su papeleo. Pero esto es
más fácil de decir que de hacer. Hemos señalado hace un instante cómo el “sportsman”, en
su pereza mental, se dejaba fácilmente dominar por el administrativo en cuyas manos
abandonaba la dirección de los asuntos del club o de la federación. No se puede contar con
las pocas excepciones que a veces aparecen cuando se encuentran antiguos deportistas que
se dedican por devoción a esa tarea y perseveran en ella. Por lo general, la invasión se
producirá mientras la causa subsista. Para hacer las cosas bien, habría que suprimir el
papeleo, único medio de eliminar a los que viven de él y cuya tendencia e interés consiste en
multiplicarlo. Es preciso, por lo tanto, ampliar el reglamento, destruir una buena parte de él,
concebir el resto de la manera más liberal y reservar siempre la independencia del
600
“sportsman” respecto del club y la del club respecto de la federación en todas las
circunstancias en las que sea posible. Habría que limitar estrictamente el número de
pruebas, disminuir el valor de los premios y, en los asuntos de “amateurismo” y de
cualificación, sustituir la encuesta por el juramento. Por último sería sobre todo necesario –
como ya ocurre en Inglaterra-, que los juicios en materia de pleitos o de aplicación del
reglamento estuviesen a cargo de comités absolutamente independientes, compuestos por
antiguos “sportsman” e incapaces de dejarse influir por cualquier género de camaradería.
Sería preciso todo esto. ¿Pero no es esperar demasiado? Sin embargo, la reforma debe
hacerse o el deporte perecerá; y está demasiado vivo para morir. Algún día encontrará en sí
mismo la fuerza para eliminar los microbios que lo consumen. De todos los peligros, el
sindicalista es el más amenazador. Quizá en la antigüedad existiera ya, pero la ausencia de
prensa y la lentitud de las comunicaciones no le permitían desarrollarse como ocurre en
nuestros días.
601
federaciones caminan hacia ese enojoso ideal y algunas casi lo han alcanzado. Inglaterra es
el único lugar que ha resistido seriamente hasta hoy al contagio.
La primera tarea y la más necesaria de las que incumben a una federación deportiva
consiste en organizarse jurídicamente. Ésta debe ser, en efecto, a la vez, un consejo de
Estado, una corte de apelación y un tribunal que dirima los conflictos. A ella le corresponde
mantener los reglamentos, interpretarlos y, en última instancia, juzgar, ratificar o anular las
exclusiones, intervenir entre las sociedades e imponer la paz en las peleas colectivas. Pues
bien, si hay una cualidad que deba tener el aparato judicial, ésta es, desde luego, la
independencia. En este caso, la independencia se logra por la constitución en el seno de la
federación de un consejo judicial del que no pueden formar parte ninguno de los que
pertenecen activamente a cualquiera de las agrupaciones cuyos intereses están en juego.
Han de componerlo antiguos “sportsmen”, hombres maduros y con suficiente experiencia.
La federación puede poner en sus manos su propio reclutamiento, o hacerlo ella misma, a
condición de nombrarlos por cierto tiempo, al menos de tres a cinco años. Una organización
similar existe en los países anglosajones, pero todavía es muy rara fuera de allí. Sin embargo,
cualquiera que reflexione sobre este asunto se da claramente cuenta de la absoluta
necesidad de recurrir a ese procedimiento a poco que exista una preocupación por la justicia
más elemental. ¿Cómo admitir que sean los delegados de las sociedades, jueces y parte a la
vez, los que aprecien la equidad de unas medidas que atañen directamente a sus camaradas
y a sus sociedades?
¿Quién establecerá unos reglamentos por cuya estricta y leal aplicación debe velar un
consejo judicial? ¿Será un comité administrativo compuesto por representantes de cierto
número de sociedades? Decimos “cierto número”, pues el derecho integral requiere que
todas estén representadas; pero, ¿cómo conseguirlo? Si la sede de la federación se
encuentra en la capital, las sociedades que se localizan en la otra punta del país tendrán las
mayores dificultades para estar directamente representadas; con el fin de que su voto no se
pierda, elegirán a cualquier mandatario, por lo general poco al corriente de sus asuntos y
expuesto en mayor o menor medida a servir a unos intereses, si no adversos, sí al menos
muy distintos de los suyos. En ciertas federaciones existen personajes equívocos, los cuales,
para formar parte del comité, se ofrecen a “representar” así a sociedades lejanas que sólo
conocen por correspondencia. Ello no deja de recordar en cierto modo a los famosos
“burgos corruptos” del antiguo parlamentarismo británico. Todo esto está lleno de
602
inconvenientes, y no se ve para qué sirve cuando existe ese admirable instrumento de
consulta llamado referéndum. La política no sabe todavía utilizarlo –ni siquiera en Suiza-
porque se empeña en dirigir al individuo en lugar de hacer intervenir a las agrupaciones de
primer grado formadas por éste. En el deporte, esas agrupaciones son las sociedades. El
referéndum será de pleno derecho si los estatutos estipulan que cierto número de
sociedades se han puesto de acuerdo para proponer cualquier incorporación o modificación
del reglamento. Del referéndum se encargará el secretario general de la federación, un
funcionario contratado conocedor de los medios deportivos, pero sin intereses personales
en ellos. Toda la parte administrativa debe reposar en él; es la clavija maestra, y si el papeleo
queda convenientemente reducido, debe ser suficiente para el trabajo general, efectuado
bajo la supervisión de tres a cinco comisarios nombrados por un año y por sorteo de una
lista establecida por las sociedades, uno de los cuales debe encargarse del servicio de
tesorería.
Un consejo judicial, el referéndum, el secretario general y los supervisores son todos los
mecanismos necesarios para una buena federación deportiva. Lo demás es superfluo. ¿Y qué
hace usted con la organización de los campeonatos?, se nos dirá. Dios mío, podríamos
responder que no hacemos nada. Muchos campeonatos interfederativos e internacionales
tienen una razón de ser y un interés; muchos campeonatos puramente federativos nos
parecen tener una preparación difícil y unos resultados poco exactos, visto el número de
sociedades que participan. Sólo son aceptables en todos los casos y en países de cierta
extensión con la condición de cambiar de sede cada año. En tal caso, no cabe prever una
comisión permanente que se encargue de ello: le corresponde hacerlo a las sociedades de la
región designadas para ese año, según sus medios y de acuerdo con los reglamentos de la
federación. Esto ocurre ya así, especialmente en Francia, con las fiestas federativas de
gimnasia, y resulta innegable que este principio, el único racional y normal, ha hecho mucho
bien al desarrollo homogéneo y regular de las sociedades francesas de gimnasia.
Todo lo que proponemos aquí se aplica, por supuesto, a las federaciones que cabría
denominar de pleno ejercicio, y sólo a ellas. Hay otras a las que podría llamarse federaciones
de fomento; creadas prematuramente y más bien con idea de organizar un movimiento
favorable a los deportes en general, o a un deporte en particular, necesitan mostrar una
fachada; les hace falta protección y centralización. Miembros de honor y miembros
honorarios, una jerarquía de presidentes y vicepresidentes y, al mismo tiempo, un gobierno
603
fuerte y muy coherente les permite llamar la atención y crear sólidos mecanismos necesarios
para su funcionamiento ulterior. Pero no hay que ocuparse de este tipo de casos porque son
absolutamente pasajeros. Una de dos: o bien llega el éxito y la federación termina pronto
con ese delicado periodo, o bien se produce el estancamiento, lo cual, en este caso, equivale
al fracaso. No podemos considerar las federaciones de fomento o de promoción, sino sólo
las que tienen mecanismos definitivos y están en camino de prosperar. Si éstas se demoran
en la conservación de unas instituciones apropiadas tal vez para sus comienzos, pero no para
su estado actual, hay todas las posibilidades de que surja ese sindicalismo deportivo cuya
naturaleza marchita analizábamos justamente en uno de los números anteriores de esta
revista. Y como primera consecuencia, en lugar de un intercambio libre, que es la ley general
indispensable de las agrupaciones verdaderamente imbuidas de buen espíritu deportivo,
aparece una política proteccionista con todo su cortejo de reglamentaciones, prohibiciones,
sumarios, caracterizadas por la mezquindad de las concepciones y la sistemática oposición
de los procedimientos.
6.1/5 Carta a los miembros del Comité Olímpico Internacional (febrero de 1920)
La circular oficial de Coubertin a los miembros del COI demuestra la para muchos
confusa situación del año 1920. Antes y después de los Juegos Olímpicos de Amberes se
produjo una inquietud general entre las federaciones, como apuntó Coubertin en sus
Memorias olímpicas. Se produjeron serias disputas de competencias entre el COI y las
federaciones internacionales deportivas creadas hasta el momento. Por eso Coubertin se
ocupa en una circular de febrero de 1920 de la nueva organización del Movimiento
olímpico, para lo que propone por primera vez la celebración de campeonatos
clasificatorios regionales y una unificación de la estructura de los Comités olímpicos
nacionales.
604
6.1/6 Planificación económica de la IV Olimpiada en Roma
En varias ocasiones se han producido ciertas dudas e inquietudes en los Círculos italianos
sobre la organización de los próximos Juegos Olímpicos que deben celebrarse en Roma en
1908. Creo poder ayudar a los organizadores de ese acto solemne esperado por todo el
Universo redactando una Memoria en la que me he propuesto resolver el siguiente
problema: a la vista los recursos de los que dispone Roma, cuales son los medios son
necesarios para garantizar, en las condiciones más ventajosas para la Ciudad y más
satisfactorias para la institución olímpica, la celebración de los Juegos de 1908.
HISTORIA
605
por la idea de celebrar esta solemnidad en 1908, y la carta del Senador Todaro así lo
reflejaba. La reflexión cambió después estas disposiciones. Es un hecho que la tarea de
organizar una Olimpiada no le corresponde a una sola Federación, por poderosa que sea,
porque, cuando se trata de competiciones en las que concurren todas las formas de deporte,
no son sólo los gimnastas los que deben tener sitio. La “Federazione Gimnastica Italiana” se
aterrorizó ante un trabajo tan pesado y ante las responsabilidades que de él se derivaban, y
se retiró con el pretexto de que la Municipalidad de Roma negaba su patrocinio. Ese
patrocinio lo tiene hoy el César. Pero no es menos cierto que sobre ella recae el honor de
una iniciativa que ha dado sus frutos. En efecto, a comienzos de 1904 se constituyó un
Comité compuesto por los representantes más cualificados de todas las grandes Sociedades
deportivas de Italia para llevar a cabo el proyecto concebido por la Federazione Gimnastica
Italiana. Este Comité celebró varias sesiones en el Gran Hotel de Roma y, cuando otras
ciudades postularon también a ello, encargó al Conde E. Brunetta d’Usseaux que propusiera
al Comité Olímpico Internacional la elección de Roma como sede de la IVª Olimpiada de
1908. Avisado de esta decisión por el Conde Brunetta d’Usseaux y acordándome de que lo
que había llevado al Senador Todaro a retirar la petición formulada en nombre de la
Federazione Gimnastica Italiana era el rechazo de la Municipalidad Romana a patrocinar la
empresa, escribí al Síndico de Roma para saber si las disposiciones de la Municipalidad
seguían siendo las mismas; en tal caso, nos habría sido, efectivamente, difícil acoger la
petición del Comité italiano. El 10 de marzo de 1904 recibí como respuesta, a través del
Príncipe Colonna, entonces Síndico de Roma, que, en la sesión del 27 de febrero, la Giunta
Comunale se “felicitaba por poder dar el patrocinio de la Administración municipal a la
genial y fecunda iniciativa” de organizar en Roma los Juegos de1908. Poco después, el
Príncipe Colonna aceptaba la presidencia del Comité italiano.
606
a S.M. el rey Víctor Manuel, el cual se dignó expresar su satisfacción a través de un benévolo
despacho dirigido al Presidente del Comité Olímpico Internacional. Igualmente avisada, la
Municipalidad de Roma expresó al Comité su gratitud y sus mejores deseos.
La Municipalidad designó una Comisión ejecutiva para llevar a cabo, conjuntamente con
el Gran Comité presidido por el Príncipe Colonna, la tarea de organizar los Juegos de 1908
con el brillo suficiente. Dirijo a esta Comisión el presente trabajo, que creo adecuado, si no
me equivoco, para servirle de punto de partida.
PROGRAMA GENERAL
Para estar completo y adecuarse a las decisiones del Congreso Internacional de París
(1894), por el que se proclamó la restauración de los Juegos Olímpicos, el Programa de una
olimpiada debe comprender los siguientes ejercicios: gimnasia –carreras a pie y deportes
atléticos-, juegos (fútbol, tenis sobre hierba, cricket, polo), tiro, esgrima, boxeo, lucha,
natación, remo, equitación, ciclismo, vela, arco, automovilismo, aerostática, tiro con arco,
marcha, alpinismo, caza y pesca. No debe ocuparse de los deportes de hielo. Llegado el caso,
cabría que en la IVª Olimpiada entrasen pruebas de invierno, que serían su preámbulo y
podrían tener lugar, por ejemplo, en Turín; pero desde la fundación (1901) de los Juegos del
Norte, que son verdaderas Olimpiadas boreales, ya no hay que tratar de incluir los deportes
de hielo en el Programa de los Juegos Olímpicos. Voy, por lo tanto, a pasar revista a cada uno
de los ejercicios que acabo de mencionar, indicando, junto con las exigencias particulares
que conllevan, el lugar en el que me parece preferible organizarlos y la cantidad de dinero
que creo útil destinar a cada uno. Quiero especificar aquí de una vez por todas que esas
cantidades se han calculado por encima, más que por debajo, de lo que sería necesario.
607
Personalmente he organizado muchas veces pruebas internacionales sin llegar nunca a cifras
semejantes.
GIMNASIA
La gimnasia no debe ocupar en los Juegos Olímpicos el lugar que tiene en una Fiesta
Federal; la gimnasia por equipos, especialmente, sólo figura como algo accesorio y, llegado
el caso, podría ser suprimida, aunque ello sería, no obstante, lamentable y no podría
aconsejarlo. Pero creo que conviene limitarla a un Programa de ejercicios de conjunto muy
sencillo y aceptable por todas las escuelas; cada equipo debería estar compuesto por ocho
gimnastas como mínimo, y doce como máximo. La gimnasia individual comprendería pesas,
barra fija y cuerda; saltos y rotaciones figuran, en efecto, en otras partes del Programa. Sé
que esta clasificación y estas ideas parecerán nuevas y, en consecuencia, resultarán
chocantes para muchos gimnastas, pero hay que hacerse a la idea de que la gimnasia sólo
representa la decimoctava parta de una Olimpiada moderna. El centro de la plaza de Siena
(Villa Borghese) resulta indicado para la gimnasia y los deportes atléticos, y la pista de hierba
que la rodea puede dedicarse a las carreras a pie. Propongo dedicar 12.000 francos para los
arreglos necesarios.
Las carreras a pie deben hacerse sobre las distancias siguientes: 100 metros, 400 metros,
800 metros, 1.500 metros, 110 metros vallas y 400 metros vallas, es decir, cuatro carreras
lisas y dos con obstáculos (el término valla es impropio, porque en todos los países el
obstáculo es un ligero banderín sujeto al suelo de manera que pueda ser fácilmente
derribado cuando el corredor choca con él. Además, ha de organizarse una carrera sobre un
recorrido de 12 a 16 kilómetros; esta prueba puede tener la salida y la llegada en la plaza de
Siena, o bien puede hacerse en la región de Tor di Quinto, o en la de la Via Appia. Resulta
preferible adoptar distancias métricas, que prácticamente coinciden con las distancias
608
inglesas, y además los ingleses están acostumbrados a correr esas distancias en Francia y en
Bélgica.
Los deportes atléticos comprenderán: salto de altura, salto de longitud, salto de pértiga
(como es sabido, todos estos saltos deben hacerse sin trampolín), lanzamiento de peso y de
disco.
La suma de 8.000 francos es más que suficiente para los preparativos. Sumada a los
12.000 francos de la gimnasia, la cifra de los trabajos que hay que hacer en la plaza de Siena
asciende a 20.000 francos.
JUEGOS
Los Juegos que hay que incluir en el Programa son: fútbol (Rugby Football Association),
cricket, tenis sobre hierba y polo. En fútbol y en cricket no hay que contar con que se
presenten muchos equipos; 4 o 5 partidos en total; no conviene esperar más. Pienso que no
es difícil encontrar un emplazamiento para los Juegos en la Villa Borghese; si no es así,
podrían celebrarse, junto con el polo, en el Nuevo Hipódromo. Considero que para el fútbol
y el cricket 2.000 francos son suficientes, y 3.000 para el polo, que además se beneficia de
los gastos que se hagan para las pruebas de equitación (ver más abajo). El tenis sobre hierba
cuenta con un marco ya existente, el Círculo que está fuera de las murallas cerca de la Porta
del Popolo. Comprende dos tipos de pruebas: simples, para jugadores individuales, y dobles
para equipos de dos jugadores: 4.000 francos.
TIRO
609
demasiado caro y que conlleva necesariamente premios en especie. El Campeonato de tiro
al blanco puede hacerse en condiciones perfectas en el Polígono de Tor di Quinto. Se puede
organizar fácilmente el campo de tiro en movimiento en la misma zona. Hay que copiar la
instalación, tan sencilla y completa, de la escuela de tiro de Malden, cerca de Londres; nada
más fácil. Esta maravillosa escuela no es muy conocida fuera de Inglaterra; como es sabido,
los baratísimos aparatos que utiliza permiten limitar el vuelo sucesivo de los blancos más
variados. Para el tiro hay que contar con una cantidad de 15.000 francos.
ESGRIMA
BOXEO Y LUCHA
610
NATACIÓN
Las pruebas de natación deben ser cuatro: una prueba de velocidad, otra de medio
fondo, otra de fondo y otra de salto. No es posible fijar previamente de forma absoluta las
distancias de estas pruebas, porque hay que tener en cuenta las circunstancias materiales,
en este caso la configuración del Tíber en el lugar que se elija, y que me parece que podría
ser en la zona comprendida entre el Puente Molle y el Puente Margherita. Hay que calcular
una cantidad de 3.000 francos para estas pruebas.
REMO
Este mismo recorrido puede servir para las pruebas de remo que, naturalmente, deben
ser cuatro, a saber: las clásicas pruebas de un remero, de dos, de cuatro y de ocho; cabría
añadir, como algo accesorio, una prueba de canoa ligera, otra de canoas canadienses y otra
de góndolas. Calculo 6.000 francos para estas pruebas.
EQUITACIÓN
CICLISMO
611
Las tres carreras ciclistas: fondo, velocidad y carretera son fáciles de organizar, y no hay que
ocuparse mucho de ellas. Basta una cantidad de 4.000 francos.
VELA Y AUTO
Parece evidente que las carreras de autos pueden celebrarse tanto en Milán, cuanto de
Milán a Roma, y la vela en Nápoles. Al Automóvil Club de Italia por un lado, y al Royal Yacht
Club italiano por otro, les corresponde toda la organización de estas pruebas y su Programa
financiero. Propongo que ambas Sociedades reciban a estos efectos una subvención de
18.000 francos para la vela, y otra de 21.000 francos para el automovilismo, que les ayuden
a dar todo el brillo deseable a estas manifestaciones.
No hay ninguna prueba más fácil de organizar, puesto que sólo necesita comprar los
blancos y una vasta explanada. Constituye, por otra parte, un precioso espectáculo, y atrae,
con toda certeza, a ingleses, franceses, belgas y suizos. Villa Borghese es el marco adecuado,
y hay que considerar una cifra de 1.000 francos.
MARCHA
Dos pruebas de marcha (individuales, por supuesto), una de 1.000 metros y otra de 20
kilómetros. No más de 500 francos. Es importante dejar muy claro que se admite la nueva
inflexión.
ALPINISMO
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De acuerdo con el principio establecido por el Congreso de 1894, el premio olímpico de
alpinismo debe concederse a la ascensión más notable hecha en el mundo desde la anterior
Olimpiada, es decir, en este caso, desde el 1 de junio de 1904. Los participantes deben dirigir
una Memoria justificativa a un Jurado internacional constituido en el tiempo previsto.
CAZA Y PESCA
Proponemos conceder también dos premios olímpicos a las hazañas de caza y pesca
llevadas a cabo desde el 1 de junio de 1904 que se consideren superiores a las demás.
ARTES
ÉPOCA Y DURACIÓN
REGLAMENTOS
613
No conviene elaborar Reglamentos especiales para los Juegos Olímpicos. Es preferible
seguir el sistema adoptado en las anteriores Olimpiadas, es decir, indicar después de cada
prueba los Reglamentos que se seguirán. Recomendamos particularmente los del Rowing-
Club italiano para el remo; los del Royal Yacht-Club italiano para la vela; los de l’Union des
Societés Françaisess des Sports Athlétiques para las carreras a pie y los deportes atléticos y
los de la All England Lawn Tennis Association y de la Manglebun, Cricket Club y la Rugby
Union para los Juegos; los del Aéro Club de Francia para la aerostática, etc.
PREMIOS
Al ser las Pruebas olímpicas unos campeonatos, y no unos handicaps, cada Prueba sólo
tiene un premio: en un campeonato no hay nunca segundos premios. Por otra parte y
debido a motivos sobre los que resulta superfluo insistir, conviene que nadie vuelva con las
manos vacías. Sugiero, por lo tanto, la creación de tres premios: 1º un Diploma del que se
entregará a cada uno de los participantes un ejemplar con la mención de las pruebas en las
que ha participado y, eventualmente, de los éxitos que ha obtenido; 2º una Copa para los
campeonatos colectivos; 3º una Estatuilla para los Campeonatos individuales. Estos tres
objetos de arte deberán ser encargados a verdaderos artistas, los cuales recibirán,
respectivamente, las cantidades de 4.000 francos, 1.500 y 500 por la Copa; de 4.000, 1.500 y
500 por la estatuilla, y de 3.000, 1.000 y 500 francos por el Diploma. Cada una de las Copas,
hechas según el modelo elegido, tendrá un valor material en torno a los 300 francos.
Asimismo, cada una de las estatuillas tendrá un valor alrededor de 100 francos. Al finalizar
los Juegos, placas y moldes deberán ser destruidos, de manera que los objetos tengan, así,
un considerable valor artístico e histórico. De esta forma quedará garantizado el deseo que
expresó el Congreso de 1894 relativo a los premios, los cuales deberán tener un valor
intrínseco pequeño y, si es posible, un valor artístico uniforme. Conviene, sin embargo,
señalar que el Sr. W.H. Greenfell, miembro de la Cámara de los Comunes y amigo personal
del Rey Eduardo VII, ha creado una Copa llamada de los “Horacios y Curiáceos” para un
Campeonato colectivo de esgrima con espada, y madame de Montgomery un premio para el
lanzamiento de disco. La distribución de premios deberá tener lugar, con la solemnidad
exigida, en la clasura de los Juegos en el Capitolio.
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DECORACIÓN
Las cifras mencionadas para los arreglos incluyen, por lo general, la decoración; preveo,
sin embargo, a este respecto, un crédito suplementario de 30.000 francos. Los lugares que
hay que decorar son: la plaza de Siena, el Círculo de Tenis, el Polígono de Tor di Quinto, las
Termas de Caracalla, las orillas del Tíber, el Nuevo Hipódromo… En general, la decoración
con más gracia y menos costosa es la que excluye telas y cartonajes, y se compone
exclusivamente de guirnaldas, follaje y profusión de banderas de todas las Naciones
artísticamente entrelazadas. De esta manera, cabe hacer combinaciones muy variadas y
nuevas. Es evidente que un lugar como las Termas de Caracalla no puede tener otra
decoración que macizos de plantas.
Al marco del tenis sobre hierba le iría perfectamente una decoración a la antigua; allí y
en la Plaza de Siena podría hacerse un esfuerzo para crear un decorado cuyo recuerdo
permanezca. No hay que levantar en ningún caso tribunas modernas; en la Plaza de Siena
hay exquisitas tribunas naturales que conviene disminuir. Sería partidario de celebrar en
estas últimas un concurso con premios de 1.000, 800 y 500 francos para los mejores
decorados.
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NOMBRAMIENTO DE UN DIRECTOR GENERAL
Pienso que cabe hacer considerables economías y lograr mejores y más rápidos resultados si
la Dirección General de todos los trabajos requeridos se confía a alguien cuya competencia
haya quedado demostrada, y economista de profesión. La persona indicada sería el Sr.
Raymond, Secretario General del “Racing-Club de France”. No hay otro igual en el mundo,
pero no puedo garantizar su presencia sin consultárselo. Anoto una cantidad de 7.000
francos para el Director General.
Al no conllevar los Juegos Olímpicos premios en especie, resulta prudente apartar una
cantidad de 30.000 francos para las “indemnizaciones por desplazamiento” de honor y,
sobre todo, para una ayuda de material a los deportes caros, o a aquellos que practican
Sociedades más bien populares y no muy pudientes.
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Ciclismo 4.000 frs.
A lo que ha de añadirse:
CUESTIÓN DE ALOJAMIENTO
Una Comisión especial debe ocuparse de este importantísimo asunto, que, sin embargo,
es más fácil de resolver en Roma que en otros lugares. La Asociación Nacional Italiana para el
Movimiento de Extranjeros está totalmente indicada para ocuparse de ello.
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Dos tipos de entradas. Los derechos de participación (derecho mínimo de 5 frs. y máximo de
20 frs.) para el total de las Pruebas, más los derechos de entrada a los recintos con
espectadores podrán ascender a un total de no más de 30 o 40.000 francos.
No creo que haya en el mundo un pergamino menos difundido que el nuestro. Desde el
año 1905 en que se creó, el Diploma Olímpico ha sido concedido en seis ocasiones. Si se
comparan los méritos de los laureados actuales con los que inauguraron en Bruselas esta
serie, no parece, ciertamente, que la institución degenere. El Comité Internacional tenía la
idea de crear un diploma cuyo premio consistiese en su singularidad, y que no recompensara
un determinado logro, una hazaña especial, sino, más bien, un conjunto de cualidades
atléticas, físicas y morales que apareciera de manera continua en la vida de alguien.
Si nos pareció que el presidente Roosevelt, el Dr. Nansen, el Sr. Santos-Dumont, W.H.
Greenfell, Monseñor el Duque de los Abruzzos y el Comandante Lancrenon merecían en el
más alto grado este diploma, nadie pensará que el conde Zeppelín sea menos digno de él. En
su existencia hay más de una página consagrada al cultivo de la energía, pero éste no resultó
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sin duda nunca más brillante que el memorable día en el que la naturaleza inflingió al que
acababa de vencerla una derrota inmerecida y en el que un fuego despiadado devoró su
obra y pareció asestar un golpe definitivo a sus esperanzas. No había acabado el incendio
cuando ya se leía en los rasgos del conde la lucha de una naciente decisión contra el dolor
infecundo. En las almas bien nacidas, ha dicho el poeta, el valor no aguarda el paso de los
años. Aparece cuando el número de años resulta, a su vez, impotente frente al valor. Y esta
comprobación es más hermosa y relevante que la anterior.
“A veces nuestros defectos realzan nuestras cualidades. Digo esto por el coronel Balck.
Pues, ¡lamentablemente!, tiene el gran defecto, del que sus colegas esperan, sin embargo,
que no se corrija nunca, de pertenecer a nuestro Comité, y a fe mía que ese obstáculo –
desde el punto de vista del Diploma Olímpico- no es pequeño. Para decidirnos a superarlo ha
sido necesario que las cualidades del laureado fuesen tales que, por comparación, el defecto
del que acabo de hablar resultara menor, hasta el punto de convertirse en algo que cabe
pasar por alto. En este sentido, el axioma se justifica. Es usted, mi querido Balck, el Gustavo
Adolfo del ejercicio físico. Ama usted la batalla, y no contento con guerrear en las lindes de
sus fronteras, lleva usted la guerra lejos. Ni el triunfo ni la adversidad han hecho presa en
usted. Su misión es la de ir por todos los países sacudiendo la pereza y poniendo en pie la
voluntad. Conserve este diploma como recuerdo de su lucha por la gloria y la independencia
de los deportes”.
Al recibir el diploma, el coronel Balck expresó a sus colegas su afectuosa gratitud por el
excepcional favor del que había sido objeto y les aseguró que, hasta el final de su vida, la
619
prosperidad y el honor del Comité Internacional serían para él algo fundamental. Por último,
el Sr. de Coubertin terminó con estas palabras:
“Las últimas noticias recibidas por madame Jean Charcot de su marido y de sus
compañeros estaban fechadas en una lejana bahía perdida en la solitaria tristeza del mundo
austral. Unos balleneros noruegos que pescaban en aquel lugar desheredado se encargaron
de esa heroica correspondencia, y Charcot, en un sobrio y pintoresco lenguaje, contaba que
en aquel mismo momento su Estado Mayor descansaba de sus penosos trabajos haciendo
esquí en nevadas extensiones. Él, su jefe, hubiera desde luego querido acompañarles, pero
le retenía en su reducido despacho el intento de poner en claro una serie de complejos
cálculos. Esta pequeña instantánea, Señores, retrata a un alma. Permite captar todo el
equilibrio interior de una de las más hermosas naturalezas humanas que haya podido dar la
civilización actual, de un carácter lleno de aplomo que se asienta en estos tres nobilísimos
fundamentos: el sentimiento, el esfuerzo, y el deber. Ya era así cuando, siendo un simple
escolar, Jean Charcot se dedicaba a difundir entre sus camaradas los deportes viriles, que
tuvo el instinto de emplear desde muy joven como una escalera llena de energía. Esto es,
Señores, lo que pretendemos recompensar en él. Ignoro qué éxitos o qué decepciones le
esperan en ese polo Sur cuyo nombre no puedo, por otra parte, pronunciar sin recordar al
valeroso inglés que acaba de adentrarse en él tan lejos que todas las marcas anteriores han
sido batidos de un solo golpe. Dejamos a otros el cuidado de glorificar al explorador;
nosotros saludamos en Charcot al hombre que, decidida y metódicamente, de forma
deliberada y continua, ha buscado en el deporte el cultivo total del ser humano que nosotros
preconizamos. Ha amado y practicado nuestras doctrinas como un verdadero apóstol. Es de
justicia que le propongamos como ejemplo a las jóvenes generaciones”.
SE el Sr. Pecker, vicepresidente de la Cámara de los Señores, dio las gracias en nombre de
esta asamblea y declaró que la medalla sería depositada en los archivos del Palacio. Habló
sobre el papel benefactor del deporte y expresó, a su vez, sus mejores deseos por el futuro del
Comité Internacional.
La Asociación estaba representada por el Sr. profesor Reinhardt y por el Sr. Rechnungsrat
Atzrott. Tras haber esbozado someramente el desarrollo de los Turners y su poderosa
organización, el primero expresó el reconocimiento de sus colegas y declaró que los
gimnastas alemanes estarían siempre dispuestos a responder a la llamada del Comité
Internacional y a participar en las pruebas olímpicas organizadas bajo sus auspicios.
621
sesión del COI del 4 de julio de 1912 en Estocolmo previo al comienzo de los Juegos
Olímpicos, que está dirigido al rey de Suecia, que se encontraba presente, intentando
explicarle las ventajas de la Carta olímpica.
Henos aquí en posesión de interesantes relatos sobre los comienzos del atletismo
exótico, aunque, a decir verdad, tampoco son en absoluto sus inicios. Las fiestas
recientemente celebradas en la capital de Filipinas contaban con un precedente. En las
pruebas de la IIIª Olimpiada que tuvo lugar en San Luis en 1904, no sólo una jornada, sino
incluso varias, acogieron los logros asiáticos. Decididamente, los americanos actúan como
preceptores deportivos de Extremo Oriente. Las jornadas de San Luis no tenían nada de
halagador para los pueblos de esa parte del globo. Se llamaba a competir a descendientes de
civilizaciones muy antiguas y refinadas junto con representantes de tribus apenas
desbastadas de la barbarie primitiva. Esto era un error. El Comité Internacional, al que a
veces se reprocha tener una composición demasiado aristocrática, es, desde luego, mucho
más democrático en sus procedimientos. Intenta difundir el atletismo en el mundo sin
catalogar las razas, y no limita el reclutamiento de sus miembros a Europa y América. Japón
está representado en él; China y Siam lo estarán mañana a poco que estos países se abran al
deporte.
622
Y es muy probable que quieran estarlo. A este respecto, la iniciativa americana en
Filipinas ha sido muy feliz. En el mes de enero de 1911 se fundó la Philippine Amateur
Athletic Federation, con sede en Manila y que incluye, salvo error, a una docena de clubes. El
Gobernador General W.C. Forbes fue su presidente y señaló inmediatamente el interés que
tenía en la empresa y hasta qué punto percibía con claridad su lado eminentemente
civilizador. El Bureau of Education, es decir, el Departamento de Instrucción Pública no dejó
de ir por el mismo camino y en lugar de ser una simple unión de clubes deportivos reunidos
algo egoístamente para defender sus intereses técnicos, la joven federación afirmó así una
característica del espíritu americano bien conocida en el extranjero: el apostolado colectivo
con vistas al bien público.
En el mes de febrero de 1912 tuvo lugar en Manila una gran asamblea “internacional”.
37 representantes de China y 17 de Japón participaron en ella. Los filipinos enviaron, por su
parte, cerca de 70 representantes. La asociación internacional creada en aquella ocasión
tiene como presidente al Dr. Wu Ting Fang, y los próximos campeonatos parece que deben
celebrarse en Shanghai. Hay que señalar que aunque los filipinos, mejor preparados por sus
educadores yanquis, lograron el primer puesto por equipos, los japoneses se adjudicaron la
victoria en la carrera de maratón y en béisbol. Y China ganó el décatlon. Todo ello es algo
que promete.
Nosotros, simples cronistas, no vemos nada en este asunto que pueda preocuparnos ni
sorprendernos. Siempre hemos pensado que el deporte se extendería en muy poco tiempo
por todo Extremo Oriente, y estamos convencidos de que tendrá un papel capital y decisivo.
Estamos dispuestos a apostar que las sociedades deportivas proliferarán en esos parajes
dentro de veinte años. Los “amarillos” nos parecen estar admirablemente preparados para
beneficiarse de la cruzada atlética que se esboza. Lo están individual y colectivamente.
Individualmente, porque la resistencia, la tenacidad, la paciencia, una flexibilidad racial, la
costumbre de controlarse, de callarse y de esconder el sufrimiento y el esfuerzo han
formado sus cuerpos con total eficacia. Colectivamente, porque su joven imperialismo, que
aún no se ha cansado de ejercer una función de dominio, debe incitarlos a saborear en toda
623
su frescura la alegría de las victorias deportivas y el honor que ello reporta a los colores
nacionales.
Durante algún tiempo, el Asia deportiva sin duda crecerá y se fortalecerá un poco sobre
la marcha. No obstante, es muy probable que se establezcan pronto contactos con
Occidente y, en Berlín en 1916, los equipos amarillos podrán demostrar de lo que son
capaces. Y si ello es una “revelación”, todos aquellos a los que les importa el futuro del
atletismo y su difusión mundial deberán alegrarse sin reservas ni titubeos.
Así, el Lord Mayor de Sydney presidía el otro día en el Town Hall de la gran metrópolis
australiana una asamblea para poner en marcha la organización eficaz de todos los deportes.
En Melbourne se reunirán el mes próximo los delegados de los subcomités olímpicos
australianos y neozelandeses para elegir a los representantes australianos en el Congreso de
624
París y fijar unos criterios. Hechos análogos se producen en Canadá, mientras que en la vieja
Europa la concentración deportiva se asienta cada vez más. En Suecia, el entendimiento
entre escuelas rivales y hasta entonces enemigas que se dio con la Vª Olimpiada ha resistido
y sobrevivido al pasajero interés nacional que lo provocó. Los pesimistas siguen con sus
enojosos pronósticos, pero consta claramente que las dos partes están satisfechas de su
acercamiento y dispuestas a una efectiva y futura cooperación. A pesar de la alteración que
se manifiesta en Inglaterra sobre el valor (hasta ahora admitido sin discusión) de la
educación deportiva, cabe ver cómo los partidarios de la gimnasia resultan, si no mucho más
numerosos, sí al menos mucho más fervientes y activos en su labor de proselitismo. En
Alemania todos colaboran con el mismo espíritu para el éxito de la VIª Olimpiada. En Rusia
se ha creado una especie de ministerio de deportes cuya curiosa tarea consiste en difundir
en ese inmenso imperio y con todos los medios a su alcance la práctica de los ejercicios
físicos.
Hace exactamente veinte años que, ante la primera llamada del Olimpismo renacido, la
concentración deportiva necesaria para el éxito de las Olimpiadas daba sus primeros pasos.
En cuanto comenzó a avanzar paulatinamente por ese camino, llevada por la fuerza de las
cosas, se produjeron reticencias y resistencias. A lo largo de estos veinte años se dibujan con
bastante nitidez tres períodos. En el primero se aprecia un recíproco desdén de los deportes
entre sí y una actitud de condescendencia respecto de las instituciones olímpicas. No se cree
en su vitalidad, pero se acepta la originalidad de estas grandes asambleas adornadas por una
antigua reputación. A la vista de esas asambleas, se consiente, por lo tanto, en establecer
colaboraciones esporádicas y carentes de importancia técnica. Viene luego un segundo
período, el de la buena voluntad cuatrienal. Las Olimpiadas se han impuesto. Se admite que
para participar en ellas los distintos deportes deben ponerse de acuerdo e incluso hacer
mutuamente, llegado el caso, algunos sacrificios. Pero, una vez concluida la Olimpiada, cada
cual debe recuperar su libertad y tirar por su lado sin preocuparse más por el trabajo hecho
la víspera en común. Aparece, por último, un tercer período. Se han comprendido los
beneficios de la cooperación deportiva. Una especie de instinto de mutua cooperación ha
sustituido a los desprecios y celotipias de antaño. Los deportes más ajenos entre sí, técnica e
incluso socialmente considerados, parecen buscarse. Nada lleva a pensar que deba
sucederle, como reacción, un nuevo período de sospechas y alejamiento. Interviene,
asimismo, un fenómeno que hay que tener en cuenta. Dada la importancia que han
625
adquirido actualmente los Juegos Olímpicos, la preparación de los participantes no puede
hacerse en algunos meses. Ello se ve claramente en la VIª Olimpiada, cuya preparación
preocupa ya fuertemente tres años antes a la opinión deportiva. Así pues, el entendimiento
entre los deportes no puede ser provisional; es preciso que sea permanente. Se trata de una
necesidad sentida en todas partes.
Con el Congreso de París y los Juegos de Berlín en perspectiva, el año 1913 tendrá a este
respecto una influencia decisiva en la mentalidad deportiva.
Los Juegos africanos previstos para 1925 en la ciudad de Argel no llegaron a celebrarse.
El llamamiento de Coubertin que viene a continuación estaba dedicado al lanzamiento de
una medalla conmemorativa de los Juegos previstos para 1927 en Alejandría, a los cuales
debían ir destinados sus ingresos. En este llamamiento es importante el deseo del COI de
difundir el deporte también en África. El hecho de que considerara una tarea primordial
del COI la difusión del deporte en África lo prueba su discurso inaugural de la sesión del
COI en Roma en 1923.
626
6.2/3 Carta a los miembros del COI (1921): “Mi trabajo está hecho”
6.2/4 El atletismo/ deporte quiere conquistar África. Convocatoria del presidente del C.O.I.
(1923)
COMITÉ
OLÍMPICO
INTERNACIONAL
Ha llegado la hora de abrirle un vasto continente cuyas orillas hasta ahora sólo ha podido
rozar. Le aportará los beneficios del gozo muscular ordenado y disciplinado.
Con este fin, el Comité Olímpico Internacional ha instituido por una parte los Juegos
Africanos, reservados prioritariamente a los juegos nacionales que se inaugurarán en
Alejandría, Egipto, en 1927, para volver a celebrarse después, cada dos años, en las ciudades
de la periferia, y por otra ha decidido crear una Medalla de introducción deportiva que
pueda entregarse anualmente y en gran número a los grupos deportivos indígenas con idea
de que sirva de recompensa o de aliento. Ha parecido conveniente que esta medalla fuese
un don a la juventud africana de los representantes del Olimpismo universal reunidos en
París con ocasión de los Juegos de la VIIIª Olimpiada. Así pues, convocamos a los Atletas y a
los participantes de todos los Países del Mundo para que cada uno aporte su óbolo, por
pequeño que sea, para una obra de solidaridad deportiva y humanitaria.
Gracias a todos.
627
EL PRESIDENTE DEL COMITÉ OLÍMPICO INTERNACIONAL
PIERRE DE COUBERTIN
Este texto para el boletín del B.I.P.S. ofrece la valoración de Coubertin del éxito del
Movimiento olímpico en cuanto a la divulgación del deporte. La palabra “colonisation” no
debe conducir en ningún caso a atribuirle a Coubertin una ideología racista. Muy al
contrario, Coubertin remite en el presente texto a sus afirmaciones formuladas en 1912 de
que no puede haber ninguna victoria de una raza sobre la otra.
En 1923, durante la sesión celebrada en Roma, en el Capitolio, bajo el patrocinio del rey
de Italia, el Comité Olímpico Internacional decidió “conquistar África” y creó los Juegos
Africanos. Éstos debían tener lugar en la periferia de ese enorme continente e ir enseñando
paulatinamente a los indígenas los beneficios de la actividad deportiva. Todos los que más
adelante recuerden los peligros que se cernían sobre la vida de los negros y aprecien el valor
que entrañaba esa aportación, se asombrarán de la acogida dispensada a esta nueva idea.
Existían ya unos Juegos de Extremo Oriente, cuya influencia pedagógica en China, en Japón y
en las Filipinas había sido rápida y profunda. En otros puntos del planeta aparecían
innovaciones similares. En la India se hablaba de los Juegos Hindúes. Todo ello era el
“Kindergarten” del olimpismo, por el que el C.O.I. había mostrado desde el principio especial
interés. La Revue Olympique de enero de 1912 trataba este asunto y denunciaba la idea falsa
de que “una victoria de la raza dominada sobre la raza dominante podría tomar un giro
peligroso y correr el riesgo de ser explotada por la opinión local como fomento de la
rebelión”. En sus colonias de África, muy bien equipadas, los alemanes no habían temido
introducir el deporte entre los indígenas. En la India, los ingleses, sin alentar mucho el
movimiento, tampoco se oponían. Italia aceptaba la idea con benevolencia sin haber tenido
628
todavía tiempo de pensárselo mucho. Francia se opuso. Se había decidido que Argel tuviese
el honor de inaugurar los Juegos Africanos. Apoyados por la metrópoli, o empujados por ella,
los argelinos declinaron ese honor. Se decidió entonces retrasar dos años la inauguración y
confiarla al país decano, Egipto. Alejandría construyó un estadio magnífico. El Comité
Organizador, que dirigía el Sr. A. Bolanachi, hizo maravillas para que todo estuviese a punto
en el tiempo previsto, cosa que, en efecto, ocurrió. De repente se supo que las potencias
flaqueaban con cualquier pretexto y renunciaban a facilitar la ida de sus equipos coloniales.
Los Juegos no se celebraron… esperan desde entonces.
Los entresijos de esta aventura no nos conciernen. Resulta claro que en la base de una
oposición que no se distinguió ni por su franqueza ni por su lealtad subsistía la idea de un
prestigio metropolitano herido por los éxitos coloniales. Ahora bien, ¿cómo cabía imaginar
que en el mundo moderno fuera posible poner trabas durante mucho tiempo a la expansión
deportiva y limitar sus progresos a determinadas razas y países? Sólo han pasado tres años y
la gran exposición colonial de París destinada a celebrar el centenario del África francesa
está llamada a que el deporte ocupe en ella un amplio lugar. Sin embargo, no nos
engañemos; todavía no es algo claro y definitivo. Se trata, sobre todo, de espectáculos
deportivos. Ello no significa en absoluto que en esos países se vaya en lo sucesivo a animar a
los indígenas a que practiquen ejercicios viriles, ni a facilitarles su aprendizaje, ni a hacerles
comprender en toda su profundidad filosófica y pedagógica la divisa que citábamos el otro
día, la que lleva la “medalla africana” creada en 1923 por el C.O.I., medalla de ánimo en la
que se leen estas palabras: Athletae proprium est se ipsum noscere, ducere et vincere.
Aquí sólo consideramos este asunto con relación a los preceptos esenciales de la
Pedagogía deportiva. ¿Son aplicables a las razas indígenas, a su existencia a menudo
primitiva? Sin duda; e incluso integramente. Ésta es su belleza: que cuentan con la suficiente
radicalidad humana como para resultar apropiados a la condición del hombre desde su
estado semi salvaje hasta su estado ultra civilizado.
Por otra parte, existen ciertas formas deportivas indígenas localizadas en una región, e
incluso a veces en un distrito, que no hay que desanimar, sino todo lo contrario, pero que
nunca pasarán de ser diversiones y recreos. Si se quiere extender a los indígenas de los
países colonizados lo que nosotros llamamos atrevidamente los beneficios de la “civilización
deportiva”, es preciso hacerlos entrar en el vasto sistema deportivo de reglamentos
codificados y de comparación de resultados que constituye el fundamento obligatorio de esa
civilización.
Ante este decisivo paso todavía se recula en más de una administración metropolitana.
Habrá, no obstante, que decidirse… o los indígenas llegarán a organizarse solos. Y después
de todo, quizá no sea tan malo para ellos cuanto para sus dirigentes.
630
celebración de los Juegos Olímpicos de 1940 en Tokio, ya que así se hace posible la
expansión del Olimpismo por partes remotas de la tierra. Los Juegos de Tokio fueron
lamentablemente una víctima más de la guerra entre China y Japón, y en la sede sustituta
de Helsinki no se celebraron hasta 1952 a causa de la Segunda Guerra Mundial.
Al concluir este primer año de la XI Olimpiada, sólo responderé a vuestra llamada con
unas breves palabras, pero cuya importancia no necesita subrayarse. En estos momentos,
¿no resulta preponderante un hecho desde el punto de vista olímpico? A su lado, el resto
carece de importancia, pues sus consecuencias serán enormes: ¡el olimpismo penetra en
Asia!
En Extremo Oriente se preocupan ya por llevar, una vez que llegue el momento, la llama
simbólica encendida en el sagrado suelo de la Hélade. Tal vez ello no sea indispensable. ¿No
ha bastado la hazaña del pasado mes de julio, la carrera de los portadores de la antorcha
relevándose desde Olimpia a Berlín para dar a este gesto toda su amplitud y un alcance
definitivo y permanente? Da igual que en lo sucesivo la llama circule en la realidad o en
imagen, pues su significación sigue siendo la misma que la de aquella llama cuyo poder
espiritual evoca. Con el Olimpismo restaurado todo el Helenismo estará presente durante
cuatro años en el pensamiento del imperio japonés y sellará las relaciones entre la más pura
de las civilizaciones europeas y una de las más ilustres civilizaciones asiáticas.
Esta es una fecha provechosa y serena que, una vez fijada en el destino de la humanidad,
ya no se repetirá.
631
Los textos al respecto fueron redactados casi siempre por un motivo concreto, por
ejemplo por la inclusión o supresión de un deporte de los Juegos Olímpicos; pero a veces
no eran más que cuestiones parciales dentro de un contexto más amplio. Coubertin no se
interesaba por los detalles técnicos, sino por el resultado pedagógico que se derivaba de
los diferentes deportes.
Este boceto para una sede olímpica permanente recoge también reflexiones sobre el
programa de deportes olímpico, de los atletas y de los espectadores por él afectados. El
punto de vista de Coubertin en 1909 es una mezcla de tradición y progreso
Las siguientes reflexiones de Coubertin versan sobre el principio básico del Olimpismo
de igualdad de derechos entre todos los deportes y son especialmente relevantes por su
contenido. En el artículo, redactado en 1910, Coubertin vuelve la vista sobre el significado
y la aplicación de este principio desde el comienzo del Movimiento olímpico. Subraya que
esta cuestión constituye una de las páginas más importantes del Movimiento olímpico.
Parece que varios países tienen dificultades en entender una verdad primordial y
esencial: los Juegos Olímpicos comprenden el conjunto de todos los deportes. Sin embargo,
632
esto era así en el pasado y, sin ser yo un gran erudito, es cosa generalmente sabida que en
Olimpia las carreras ecuestres y el pugilato se alternaban con las carreras pedestres. Por
tanto, a nadie le asombró que la carta fundamental de la restauración de las Olimpiadas
proclamase nuevamente un principio tan lógico y legítimo. Desde el primer momento estuvo
claro que los Juegos modernos incluirían en la medida de lo posible todas las formas de
ejercicios practicados en el mundo actual. Atenas, París, San Luis y Londres confirmaron esta
decisión teórica con los hechos. Sin embargo, todavía se ven – e incluso el año de gracia de
1910 se distingue a este respecto por una enojosa recrudescencia de iniciativas similares-
simples asambleas de carreras a pie calificadas de Juegos Olímpicos por sus organizadores.
Esto no siempre tiene éxito. Un gran club belga acaba de hacer la prueba. Por obstinarse en
emplear esta denominación impropia, se ha quedado sin el apoyo de la Exposición universal
y del de la Unión belga de Sociedades de deportes atléticos. Su presidente, al que se le
ofreció la presidencia de honor de aquellas pruebas, la rechazó por el título escogido. En lo
que atañe a la Exposición de Bruselas, el comisario del gobierno había garantizado
previamente al Comité Internacional que no se toleraría la expresión Juegos Olímpicos en los
certámenes dependientes de la administración. El Comité Internacional fue muy sensible a
esta muestra de aprecio, pero, tal como consta en la discusión que se produjo en
Luxemburgo, esos abusos no parecen afectarle mucho. “Cualquiera puede organizar una
carrera de asnos o de mulas y llamarla un Derby, pues no existen medios to prevent people
of making asses of themselves”, nos escribió un amigo nuestro comentando esos incidentes.
En efecto, cuando se tienen en cuenta los gigantescos esfuerzos hechos para poner en pie
las cuatro Olimpiadas, las, de 1896, 1900, 1904 y 1908 no cabe sino sonreír ante la
pretensión de convertir en olímpicas unas reuniones deportivas restringidas y especiales.
Pero no es ésta la cuestión. Ese tipo de pruebas carecen, una vez más, de peligro. Son
fundamentalmente ocasionadas e inspiradas por un error histórico y técnico. Y como todo
error de este tipo debe ser combatido, no cabe trabajar demasiado para extirparlo. Su origen
es muy fácil de comprender. Observemos que en los discursos que acompañan a una
entrega de premios o a un banquete, el deporte que ocasiona esas ceremonias o esos
ágapes es regularmente proclamado “el más bello” y el “más noble” de todos. Este lugar
común se ha convertido en el compañero del famoso “mens sana in corpore sano” al que no
dejan de recurrir los humanistas cuando una molesta aventura les obliga a alabar la actividad
muscular a la que con harta frecuencia permanecen lamentablemente ajenos. Así pues, unas
633
veces la esgrima y otras el caballo, unas el remo y otras el esquí obtienen los honores de la
máxima “belleza” y de la máxima “nobleza”, marcas conferidas por unos adeptos
entusiastas. Todavía ayer se desconocían y se despreciaban entre sí los practicantes de los
distintos deportes. Ahora bien, la restauración de los Juegos Olímpicos ha obligado a
imprevistos y fecundos contactos de todos los deportes entre sí. Una de las más altas cimas
de la obra olímpica es haber trabajado en una unificación tan valiosa. La apasionada
hostilidad que encontró en ciertos grupos procede, precisamente, de que, por motivos
enteramente personales, sus dirigentes rechazaban la idea de unificación. Por el contrario, la
gran mayoría de los sportsmen se mostró claramente favorable. Pero falta mucho para que
el principio alcance el punto al que debe llegar y, sobre todo, para que se saquen las lógicas
consecuencias. Se ha producido una buena colaboración para asegurar la participación
nacional en los Juegos Olímpicos, pero cada uno conservaba in petto el sentimiento de su
indudable superioridad sobre el vecino y consideraba que el interés máximo de la Olimpiada
debería concentrarse en la rama de su deporte, sin que los otros merecieran sino un interés
accesorio. Entre los especialistas, los corredores a pie siempre han mantenido ruidosamente
la opinión más encumbrada sobre su propio valor. A fuerza de repetirla, han terminado por
convencer a los ignorantes de que ellos eran los herederos directos y únicos de la
antigüedad. Los boxeadores podrían decir, ciertamente, lo mismo, y no les faltaría razón;
pero no lo hacen. La natación es muda por naturaleza. Sin embargo, se la consideraba
primordial en una época en la que, para contar como hombre, convenía saber “leer y nadar”.
En lo que atañe a los deportes ecuestres, aunque las formas externas han cambiado
enormemente, el fondo ha permanecido idéntico. Quienes los practican actualmente olvidan
que estos deportes figuraban antaño en el programa olímpico.
634
respetables por el valor de sus afiliados y los numerosos servicios que han hecho a la causa
deportiva.
Así pues, no cabe repetirlo demasiado: el término olímpico sólo puede y debe aplicarse a
conjuntos de deportes variados. Es un término que pertenece al dominio público. Empleadlo
si no teméis hacer el ridículo, si vuestro esfuerzo es lo suficientemente grande como para ser
comparado con el que necesita la organización de una Olimpiada regular. Nadie tiene
derecho a impedíroslo. Pero, por favor, no cometáis la herejía de aplicarlo a una sola
categoría de deportes y de celebrar cultos de capillita bajo el vocablo de una gran iglesia. Lo
olímpico es universal. Los Juegos Olímpicos son el templo de la actividad muscular en sus
más diversas formas sin que haya lugar para graduarlos en una jerarquía de hermosura y de
nobleza. Lo que resulta bello y noble no es un determinado deporte en sí mismo, sino la
forma de practicarlo, el espíritu con el que se ama, y el alma que el hombre pone en él. No
puede haber nada olímpico fuera del contacto y la colaboración entre las diversas ramas de
deportes unidas en perfecta igualdad para el perfeccionamiento de la humanidad.
Las reservas de Coubertin ante la participación de las mujeres en los Juegos Olímpicos
quedaron claras en varios pasajes. La opinión de Coubertin del año 1912 que viene a
continuación sigue siendo toda una expresión de su pensamiento tradicional, en el que se
dejó influir considerablemente por el ideal de la Antigüedad.
El asunto de la admisión de las mujeres en los Juegos Olímpicos está sin regular. No
puede hacerse en sentido negativo aduciendo que la antigüedad lo había decidido así, ni
635
tampoco en sentido afirmativo por el hecho de que los participantes femeninos hayan sido
admitidos en natación y en tenis en 1908 y 1912. El otro día ha llegado un compromiso de
participación firmado por una neo amazona que pretendía concursar en el pentatlón
moderno, y el Comité sueco, libre de pronunciarse al respecto en ausencia de una legislación
establecida, se ha negado. Así pues, como cabe ver, la discusión permanece abierta.
Es mejor que no se haya producido una decisión demasiado precipitada y que el asunto
no haya quedado resuelto. Se solucionará de forma enteramente natural durante el
Congreso de París, que dará a las Olimpiadas su fisonomía definitiva. ¿En qué sentido? No
podemos preverlo, pero, en lo que a nosotros respecta, no tememos tomar partido por el
lado negativo. Pensamos que los Juegos Olímpicos deben estar reservados a los hombres. En
primer lugar, como aplicación del famoso proverbio ilustrado por Musset: Es preciso que una
puerta se abra o se cierre. ¿Cabe permitir a las mujeres el acceso a todas las pruebas
olímpicas? ¿No?... Entonces, ¿por qué permitirles algunas y prohibirles otras? Y sobre todo,
¿en qué basarse para establecer una frontera entre pruebas permitidas y pruebas
prohibidas? No solo hay jugadoras de tenis y nadadoras. Hay también mujeres practicantes
de esgrima y amazonas y, en América, remeras. ¿Habrá tal vez mañana corredoras e incluso
mujeres que jueguen al fútbol? La práctica de estos deportes hecha por mujeres, ¿sería un
espectáculo recomendable ante la multitud que reúne una Olimpiada? No lo pensamos así.
Pero hay otro motivo, esta vez de orden práctico. ¿Se organizarán pruebas separadas
para las mujeres, o se aceptará la mezcla sin distinción de sexo, ya se trate de una prueba
individual o por equipos? Este último procedimiento sería lo lógico, puesto que el dogma de
la igualdad de sexos tiende a extenderse. Pero ello supone la existencia de clubes mixtos,
que hoy en día, fuera del tenis y la natación, apenas se da. Ahora bien, incluso con clubes
mixtos, el noventa por ciento de las veces las eliminatorias favorecerán a los hombres. No
olvidemos que los Juegos Olímpicos no son desfiles de ejercicios físicos, sino que tienen por
objeto la superación o, al menos, el mantenimiento de las marcas. Citius, altius, fortius. Más
rápido, más alto y más fuerte constituye la divisa del Comité Internacional y la razón de ser
de todo el olimpismo. Sean cuales fueren las ambiciones atléticas femeninas, no pueden
tener la pretensión de ganar a los hombres en carreras a pie, en esgrima, en equitación… Por
lo tanto, hacer que intervenga aquí el principio de la igualdad teórica de los sexos equivaldría
a incurrir en una manifestación platónica carente de sentido y de alcance.
636
Queda otra combinación, consistente en duplicar las pruebas masculinas con otras para
mujeres en aquellos deportes que se declaren abiertos a éstas. Una pequeña Olimpiada
hembra al lado de la gran Olimpiada macho. ¿Cuál sería su interés? Los organizadores están
ya sobrecargados, los plazos son ya demasiado cortos, las dificultades de alojamiento y
clasificación son ya formidables, los gastos también son ya excesivos, ¡y habría que duplicar
todo esto! ¿Quién querría hacerse cargo de ello?...
Nada práctico, nada interesante, nada estético, y no tememos añadir: incorrecto; tal
sería desde nuestro punto de vista esa Olimpiada femenina. No es esta nuestra concepción
de los Juegos Olímpicos, en los que pensamos que se ha buscado y debe seguir buscándose
la realización de la fórmula siguiente: la exaltación solemne y periódica del atletismo de
varones, con el internacionalismo como base, la lealtad como medio, el arte como marco y el
aplauso femenino como recompensa.
Esta fórmula, que combina el ideal antiguo y las tradiciones de la caballería, es la única
sana y la única satisfactoria. Y se impondrá por sí misma a la opinión.
La relación de los records olímpicos vigentes a comienzos de 1920, antes de los Juegos
Olímpicos de Amberes, ofrece por un lado una explicación sobre el nivel de rendimiento de
la época, y por otro lado la aprobación de Coubertin para la elaboración de listas de
records según la divisa “citius-altius-fortius”.
100 metros en 10, 3/5 segundos; 200 metros en 21, 3/5 segundos; 400 metros en 48, 1/5
segundos; 800 metros en 1 minuto, 56 segundos; 1.500 metros en 3 minutos, 56, 4/5
segundos; 5.000 metros en 14 minutos, 36, 3/5 segundos; 10.000 metros en 31 minutos, 20,
637
4/5 segundos; 110 metros vallas en 15 segundos. Las marcas de saltos son las siguientes:
salto de altura con impulso, 1 metro 93; sin impulso, 1 metro 65; salto de longitud con
impulso, 7 metros 60; sin impulso, 3 metros 48; salto de pértiga, 3 metros 95, Las marcas de
lanzamiento de peso, de disco y de jabalina son respectivamente de 15 metros 34, 45 metros
21 y 61 metros. Casi todas son récords del mundo; observemos, sin embargo, que en salto
de pértiga se han alcanzado 4 metros 3, y en lanzamiento de jabalina y de disco, 62 metros
32 y 48 metros 27; en lanzamiento de peso, 15 metros 64, y por último, en salto de longitud
con impulso se ha llegado a 7 metros 61. Conviene hacer dos observaciones muy
interesantes a este respecto. En primer lugar y desde el punto de vista de las fechas, los
récords olímpicos siguen la proporción siguiente: uno data de la IIª Olimpiada (1900); tres de
la IIIª (1904); tres de la IVª (1908) y once de la Vª (1912). ¿Qué nos reserva la VIIª? Sin duda
un ligero retroceso porque los atletas no están en tan buena forma, pero será curioso ver si
en 1924 continúa la gradación. En segundo lugar, los récords olímpicos batidos (acabamos
de citar cuatro), lo han sido los años inmediatamente posteriores a los Juegos Olímpicos, ya
sea en 1901, en 1909 y en 1913, lo que corresponde evidentemente a la emulación que
originan.
La posición de la gimnasia permaneció intacta desde los Juegos Olímpicos de 1896. Aún
así, una y otra vez hubo disputas, ya que la gimnasia que se practicaba especialmente en
Alemania, Austria y Suiza, aunque también los ejercicios gimnásticos de la escuela sueca,
reclamaban un lugar propio dentro del programa olímpico. Coubertin justifica en este
texto la posición intacta de los campeonatos olímpicos de gimnasia y defiende el programa
638
deportivo olímpico del reproche de una exagerada anglofilia.
Al final de los textos del presente tomo figuran tres textos que intentan documentar la
tradición olímpica de Suiza, en especial de la ciudad de Lausana. Coubertin ya había
manifestado su entusiasmo por de Suiza como “reine des sports” en un artículo de la
Revue Olympique. Los ganadores del Concurso de arquitectura del COI 1910 fueron dos
arquitectos de Lausana. Su modelo para una ciudad olímpica permanente estaba planeado
para el terreno que aún no había sido utilizado a orillas del lago Lemán entre el puerto y el
límite de la ciudad de Lausana.
El segundo texto vuelve sobre el proyecto de una Olimpia moderna a orillas del lago
Lemán. Coubertin resumió sus ideas al respecto en un pequeño folleto, en el que destaca a
Lausana como “metrópoli de la educación física”. El actual estatus de Lausana como
639
“ciudad olímpica” responde, por tanto, a los deseos de Coubertin, aunque con la edad se
escapara a menudo a Ginebra, donde murió el 2 de septiembre de 1937.
FEHLEN 2 ABSÄTZE
Señor Síndico,
El acto que se celebra en este momento había sido preparado largo tiempo antes. Desde
1907 se había previsto que este país se convertiría en el punto nuclear de nuestra actividad
internacional. El Congreso que desde entonces ha reunido en Lausana bajo vuestros
auspicios a los amigos de los deportes y en el que los poderes públicos han participado de
forma tan eficaz no podía sino fortalecer una decisión en la que todo el mundo estaba de
acuerdo. Esta hermosa ciudad en la que Grecia y Francia cuentan con tantos amigos no es,
por otra parte, ajena a ninguna de las distintas formas adquiridas por la civilización
contemporánea. Su hospitalidad es proverbial y universal su fama. El trabajo en pos del
equilibrio y la belleza emprendido y dirigido por el Comité Internacional desde hace veinte
años podrá continuar en ella de manera fructífera. El Olimpismo encontrará en la atmósfera
de orgullo e independencia que se respira aquí la prenda de la libertad que necesita para
progresar.
Aceptad, señores, la expresión de nuestra más viva gratitud por la acogida que la noble
e ilustre ciudad de Lausana hace al Comité Olímpico Internacional, en cuyo nombre declaro
que, a partir de hoy, tendrá su domicilio entre sus muros y establecerá en ella nuestra sede
social.
640
Lausana, 1915, nº 2, p. 2
6.4/3 Lausana
641
1894, que intentase, en una sesión de ocho días, el acercamiento de las grandes
Asociaciones Deportivas del mundo entero, poner de acuerdo sus reglamentos (sobre todo
en lo que atañe al delicado problema del “amateurismo”) y hacer posible la organización de
las nuevas Olimpiadas.
EL CONGRESO DE PARÍS
A lo largo del Congreso se celebraron otros festejos, no menos logrados. El del jueves 21
de junio por la noche, dado por el Racing-Club de Francia en su sede del Bois de Boulogne
tuvo un éxito clamoroso. Las carreras a pie y los asaltos con armas en el césped iluminado
por las luces de las girándulas, mientras que una orquesta y fanfarrias de caza se respondían
entre el bosque, constituyeron un espectáculo inédito y muy atrayente. Se hicieron otras
642
reuniones organizadas por la Société de Longue Paume de Paris, la Société de Sport de l´île
de Puteaux y por la Société d’Encouragement aux Sports Nautiques. Los miembros del
Congreso fueron igualmente recibidos en el Ayuntamiento de París por el Presidente del
Consejo Municipal, y en el Ministerio del Interior por el Sr. Charles Dupuy, entonces
Presidente del Consejo de Ministros. El sábado 23 de junio por la noche se celebró un
banquete de clausura en el Palmarium del Jardin d’Acclimatation, seguido de un desfile
ciclista con antorchas.
No podemos sintetizar aquí los trabajos del Congreso en los que participaron, además de
los miembros directivos, 79 delegados, representantes de sociedades deportivas o
universitarias pertenecientes a trece nacionalidades distintas: Franceses, Griegos, Rusos,
Italianos, Holandeses, Ingleses, Australianos, Suecos, Belgas, Españoles, Húngaros, Checos y
Americanos. En un próximo número reproduciremos los votos emitidos por el Congreso a
propuesta de sus dos comisarios, una de los cuales estudiaba las cuestiones relativas al
“amateurismo”, mientras que la otra se ocupaba del restablecimiento de los Juegos
Olímpicos. La primera, presidida por el Sr. M. Gondinet, Presidente del Racing-Club de
France, tenía como Vicepresidentes a los Srs. el Prof. W.M. Sloane, delegado del New York
Athletic Club y de la Universidad de Princeton, y a R. Todd, delegado de la National Cyclist’s
Union de Inglaterra. La segunda tenía como Presidente al Sr. Bikelas, delegado de la Sociedad
Panhelénica de Gimnasia, y como Vicepresidente al Sr. Barón de Carayon - La Tour, delegado
de la Société Hyppique Française. Tanto por la amplitud de los temas tratados, cuanto por la
competencia de los participantes en las discusiones, las conclusiones de estas comisiones
constituyen el estudio más profundo que se haya hecho hasta ahora por un grupo
internacional en el ámbito del deporte. Conviene recordarlo cara al mundo deportivo, y
proporcionan un punto de partida natural para ulteriores esfuerzos y perfeccionamientos.
643
presentado su dimisión el Conde Lucchesi-Palli, fue sustituido por el Dr. d’Andria Carafa. La
primera preocupación del comité fue trabajar por la celebración de los Juegos Olímpicos de
1896 que debían celebrarse en Atenas.
La cosa no fue fácil. Pese al telegrama en el que S.M. el Rey de los Helenos se dignaba
unirse a la obra del Congreso de París y a pesar del entusiasmo que produjo en Atenas la
proclamación del restablecimiento de los Juegos, el gobierno griego, presidido por el Sr.
Tricoupis, en seguida se mostró desfavorable al proyecto, y bajo inspiración suya se dirigió
una carta al Sr. de Coubertin en el mismo momento en el que éste se disponía a partir a
Grecia, invitándole a no ir y declinando el honor que el congreso hacía al pueblo heleno.
Decidido a no tener en cuenta estas disposiciones, el Sr. de Coubertin llegó a Atenas en el
mes de octubre y se dedicó inmediatamente a reanimar el entusiasmo popular. El Sr. Bikelas,
quien le sucedió dos meses después, acabó de vencer todas las resistencias y de allanar
todos los obstáculos. Un comité de organización, presidido por S.A.R. el Príncipe Real de
Grecia, se puso pronto manos a la obra, y el 5 de abril de 1896, en el estadio de Atenas
restaurado por la generosa munificencia de un patriota griego, el Sr. Averof, el Rey Jorge
inauguró solemnemente la primera olimpiada, en presencia de la familia real, de los
ministros, del cuerpo diplomático y de una inmensa multitud que aumentó los días
siguientes hasta el punto de alcanzar, el 10 de abril en la llegada del corredor de Maratón, la
inesperada cifra de 70.000 espectadores. El rey de Serbia, el gran duque Jorge de Rusia y la
archiduquesa Maria Teresa de Austria honraban los festejos con su presencia. Las pruebas
de esgrima se celebraron en la rotonda del Palacio del Zappeion, las carreras de bicicletas en
el velódromo de Phalerio, los deportes náuticos en la bahía de Zea, el tiro en su local
específico, y los demás ejercicios en el maravilloso recinto del Estadio. Las iluminaciones de
los monumentos públicos y de la Acrópolis y la fiesta nocturna en el Pireo se alternaron con
las brillantes recepciones dadas en el palacio real y en las legaciones. La clausura de los
juegos se celebró con gran pompa el miércoles 15 de abril.
Esta inolvidable semana dejó en el corazón del pueblo heleno un recuerdo tan vivo que
en seguida se produjo una corriente para transformar los Juegos Olímpicos restaurados por
644
el congreso de París en una institución puramente helena, con sede permanente en Atenas.
El Comité Internacional no podía aceptar esta idea, y a la vez que deseaba un renacimiento
en suelo griego de unos juegos panhelénicos que pudieran celebrarse con intervalos
regulares, consideró que su deber, al igual que los intereses del trabajo de restauración
olímpica, le obligaban a seguir fielmente el programa de 1894. Este punto de vista, indicado
en una carta de agradecimiento dirigida por el Sr. de Coubertin a S.M. el Rey de los helenos
al finalizar los Juegos de Atenas, fue desarrollado en numerosas comunicaciones a la prensa
internacional.
EL CONGRESO DE LE HAVRE
645
Diversos malentendidos y enojosas indecisiones estuvieron a punto de comprometer el
buen éxito de la gran manifestación deportiva que debía coincidir con la Exposición de París,
y ahora es momento de recordar el preciso cometido del Comité Internacional, pues se han
producido distintos errores a este respecto. El Comité Internacional no tiene como misión
organizar los Juegos Olímpicos, sino promover su celebración regular, conforme a los deseos
manifestados en el Congreso de París, lo cual no le impide, por otra parte, patrocinar una
determinada manifestación de carácter claramente olímpico que pueda celebrarse en el
intervalo, o tomar la iniciativa de celebrar alguna reunión del tipo de la que tuvo lugar en el
Havre en 1897. Una vez constituido y en funcionamiento el comité nacional encargado de
organizar los juegos en los países en los que se ha decidido celebrarlos, el Comité
Internacional sólo puede secundarlos lo mejor que sepa, sin que se produzca ninguna otra
ingerencia por su parte en los pormenores de la empresa. Desde 1984, los promotores del
restablecimiento de los juegos no han dejado de insistir sobre el hecho de que no sólo era
justo dejar que cada país se moviera con la mayor la mayor soltura en la organización de los
juegos que prepara, sino también en que la diversidad que de ello se deriva sería una
condición indispensable para el éxito de cada uno de los festejos y, consecuentemente, para
la duración de la obra olímpica.
Tras haber prestado, desde 1896, una seria atención a esta parte del programa de la
Exposición, su Comisariado general, sobrecargado por tareas más importantes, pareció
desinteresarse paulatinamente de aquélla, de manera que en la primavera de 1898 no había
nada organizado, lo que motivó que se expresaran en distintas ocasiones, tanto en Francia
como en el extranjero, los más fundados temores sobre el éxito de los juegos de París.
Incluso se impuso idea de que la Exposición renunciaría en el último momento a
organizarlos. El Sr. de Coubertin promovió entonces la creación de un comité de
organización puesto bajo la presidencia del Vizconde de La Rochefoucauld y compuesto por
los sportsmen más conocidos. Este comité redactó y publicó el programa de los juegos y
decidió convocar para celebrarlos a las principales sociedades deportivas de París, así como
a la sociedad de golf de Compiègne, las cuales decidieron enseguida poner sus terrenos y su
material a disposición de los organizadores.
Esta misma combinación fue aplicada por el Comité de la Exposición cuando, una vez que
el Comisariado general se puso, aunque algo tarde, a trabajar, pudo finalmente constituirse;
646
fue puesto bajo la dirección de un hombre insigne y capacitado, el S. Merillon, antiguo
diputado, presidente de la Unión nacional de sociedades de tiro. El Comité Internacional
prestó a los organizadores oficiales la misma ayuda diligente y desinteresada que hubiese
prestado a una organización privada. Sus miembros fueron los Srs. Sloane, Herbert, Jiri Guth,
Kemény, el coronel Balck, el conde Brunetta d’Usseaux, el doctor Gebhardt, el conde Mercati
y el capitán Holbeck, los cuales aseguraron la participación de atletas extranjeros en las
pruebas y en su mayoría acompañaron a sus compatriotas. Desde la primavera de 1899, el
Sr. de Coubertin les había invitado a trabajar en esta participación con tanto más fervor
cuanto que quedaba poco tiempo para prepararla. Con este objetivo y ante la petición del
Sr. Mérillon, él mismo fue a Alemania y a los países escandinavos, donde se celebraron dos
reuniones preparatorias, una en Estocolmo y otra en Berlín, bajo la presidencia del comisario
imperial alemán, el doctor Richter. A esta última sesión asistieron SS. AA. el príncipe Aribert
d’Anhalt y el Lugarteniente General, Príncipe de Salm-Horstmar.
6.5.2 Al editor de The Times: Los Juegos Olímpicos (13 de julio de 1908)
6.5.3 Carta a los miembros del Comité Internacional Olímpico (enero de 1919)
647
6.5.4 Cuarenta años de Olimpismo, 1894-1934
6.5.5 Leyendas
APÉNDICE
La sinfonía incompleta
Este texto, escrito a finales de 1936, contiene no obstante otra frase de Coubertin de
interés para la historiografía deportiva: “…y ahora, en la víspera de la undécima de las
Olimpiadas modernas que reviví, aparece en escena el extraño personaje de Adolf Hitler,
uno de los más curiosos y más inesperados con las que nunca me he cruzado en mi estudio
de la Historia.”
Coubertin no repudió los Juegos Olímpicos de 1936 ni a ese “extraño personaje” que
era Hitler. Dio las gracias “al pueblo alemán y a su líder por lo que acaban de lograr” en un
648
mensaje especial al cierre de los Juegos de Berlín.120 En una entrevista en L’Auto de 4 de
septiembre de 1936 comentó sus impresiones con respecto a los Juegos: “En Berlín hemos
representado el estímulo apasionado que busco constantemente”.121 Jean Durry se
pregunta con razón al conocer estas citas: “¿Es esto suficiente para llamar fascista o nazi a
Coubertin? ¿Hay que convertirlo en un valedor de las ideologías y los regímenes
totalitarios que encadenaron y persiguieron a los seres humanos, cuando toda su obra, en
espíritu y letra, estuvo dedicada a mejorar? En efecto, una amalgama semejante parece
una caricatura inaceptable de la verdad.”122 Yves Pierre Boulongne, investigador francés de
Coubertin y luchador en la Resistencia a Hitler, añade:
“Aujoutons que Coubertin en quelque sorte prisonné de son utopie, pensait que plus
« l’épidémie » de sport se propagevait dans le monde, p… les chances de la paix seraient
accruts. Or, l’Allemagne de ce seul point de vue était effectivement une nation sportive.
Faux sillogisme, evidemment !”123
120
Ver el texto 4.2.2/48 de este volumen.
121
Ver también el texto 4.2.2/49 de este volumen: “Los Juegos en Tokio de 1940”, comentarios por Pierre de
Coubertin, recopilados por André Lang en Le Journal, nº 16019, París, 27 de agosto de 1936, pág. 1.
Ver también “Comment M. de Coubertin conçoit ses Jeux Olympiques”, entrevista a cargo de Fernand Lomazzi
en Le Gymanste Suisse, vol. 15, 11 de septiembre de 1936, pp. 398-399 (I); 9 de octubre de 1936, pp. 437-439
(II).
122
J. Durry: Pierre de Coubertin. The Visionary. His Life – His Work – His Key Texts. PArís, Comité Francés
Pierre de Coubertin, 1996, pág. 77.
123
Comentario de Yves Pierre Boulongne en una Carta al director, París, 29 de noviembre de 1999 (colección de
N. Müller).
Ver también Y.P. Boulongne: Pierre de Coubertin. La vie et l’oeuvre pédagogique de Pierre de Coubertin
(1863-1937). Ottawa, Ed. Leméac, 1975, y Y.P. Boulongne : Pierre de Coubertin. Humanité et pédagogie. Dix
leçons sur l’Olympisme. Lausana, COI, 1999.
649
BIBLIOGRAFÍA DE LOS ESCRITOS DE COUBERTIN
Recopilados por Norbert Müller en colaboración con Otto Schantz
Prefacio
Libros
Catálogos
Folletos, posters, etc.
Artículos
650
ÍNDICE DE NOMBRES
651
Arbold, Thomas
Assche, Ed. (de)
Asseburg, E.H. (von der)
Atzrott, O.
Auckenthaler, M.
Aumale (Duque)
Averoff, G. (miembro del COI)
Averoff, G. (también Averof, Alexandria)
Baillet-Latour, H. (de)
Baillod, A.
Balck, V. (también Balk)
Baltazzi, S.
Bartet, J.-J.
Bartholdi, F.-A.
Basedow, J.B.
Batoni, P.
Baugrand, G.
Beaunier, A.
Beethoven, L. (van)
Beistegui, M. (de)
Beliosselsky de Berliozersk, S.
Bellesort, A.
Ballet, J. (de)
Bellotti (Gen.)
Beltram
Benavides, A.
Benes, E.
Bennett, G.
Benoit, P.
Berckheim (de)
Beresford, Ch.
Berger, G.
Bergh, Fr. (también Bergh-Petre)
Bert, P.
Berthelot, M.
Berthelot, Ph.
Bertier, A. (de Savigny)
Bibesco, G. (de)
Bijkerk, A.
Bikelas, D. (también Vikelas, traducción moderna del griego)
Blémont, E.
Blonay, G. (de)
Blouet, A.
Boin, V.
Bolanachi, A.-C.
Bonacossa, A.
Bonamour
652
Bonvalot, P.-G.
Bordat, G.
Borel, M.
Borghi, R.
Bossuet, J.B.
Bouchet, H.H.
Boulanger, G.
Boulay (de)
Boulongne, O. (de)
Boulongne, Y.-P.
Bourdon, G.
Bourgault-Ducoudray, L.-A.
Bourgeois, L.
Bourget, P.
Bousies, M. (de)
Boussod
Bouthiller-Chavigny, Ch. (de)
Boutovski, A (de) (también Boutowski)
Bowen, J.B.
Bréal, H.
Bréal, M.
Briailles, Ch. (de)
Briand, A.
Brissac, M. (de)
Briottet, E.
Brookes, W.P.
Brouardel, P.
Brown, E.
Brunetta d’Usseaux, E.
Brunialti, A.
Buisson, F.
Byron, G.G. (Lord Byron)
653
Castaigne, A.
Castellane, (de)
Cavell, E.
Centurier, H.
César (Gaius Julios)
Chaix-Ruy, J.
Chamberlain, A.
Champ, P.
Champaigne, Ph. (de)
Chandler, R.
Chaplain, J.
Charcot, J.
Chasseloup-Laubat, A.E. (de)
Chavan, A.
Chavez
Cherubini, L.
Chisholm, H.
Choiseul-Gouffier, M.-G. (de)
Christmann, P.
Chryssaphis, J. (también Chryssafis)
Chuard, E.
Cícero (Marcus Tullius)
Claretie, J.
Clary, J. (Conde)
Clemenceau, G.
Cohn, A.
Colloredo, R. (von) (también Colloredo- Mansfeld)
Colón, Cristóbal
Colonna, Pr. (Duque)
Combes (también Coombes, R.)
Compayré, G.
Consorte (Príncipe)
Constant, B.
Constantino, Príncipe heredero de Grecia
Cook, Theodore A. (Sir)
Cook, Thomas A.
Cooper, J.F.
Cooper, John Astley (Sir)
Coquelin
Cornish, L.J.
Coroebus de Elis
Cossé-Brissac, M. de
Coubertin, Albert (de) (Hermano de PdC)
Coubertin, Charles (de) (también Charles-Louis, padre de PdC)
Coubertin, Jacques (de) (Hijo de PdC)
Coubertin, Marie (de) (Hermana de PdC)
Coubertin, Marie (de) (Hermana de PdC)
Coubertin, Marie (de) (Esposa de PdC, ver Rothan, M.)
654
Coubertin, Paul (de) (Hermano de PdC)
Coubertin, Pierre (de) (no incluido en el índice)
Coubertin, Renée (de) (Hija de PdC)
Coubertin, Ivonne (de)
Courcel, A. (de)
Courcy-Laffan, R.S. (de)
Cristian IX, Rey de Dinamarca
Croslegh, Ch.
Cuff, L.A.
Cuperus, N.S.
Curtius, E.
Da Costa, L.
Dalbanne, J.
Damala, P.
Dante Alighieri
Darius
Darwin, C.R.
Darryl, Ph. (Pseudónimo Pascha Gousset)
Daudet, A.
Davel
David, J.L.
Decanchy
Decazes
Decoppet, C.
Dedet, L.
Delacroix, E.
Delcassé, T.
Deloch, E.-H.
Delyanni, N.
Delyanni, T. (también Delyannis)
Demeny, G.
Demogeot, J.
Demoor, J.
Demolins, E.
Derué, Fr.
Desborough of Taplow, Lord William Henry (también Grenfell)
Desgrange, H.
Desruelles
Didon, H. (Padre)
Diehl, C.
Diem, C.
Diem, L.
Dixon, J.G.
Djoukitch, S.W. (también Djukic)
Dodds, A.
Dolianitis, G.
Dorando, P.
655
Dorn y de Alsua, E. (también Alsua)
Doudeauville (de)
Doumergue, G.
Dragoumis, St.
Drakenberg, S. (von)
Dubois, P.
Dubonnet, M.
Dudok de Wit
Dufferin and Ava, Lord Frederik
Du Houx, C.E.
Dujardin-Beaumetz, H.
Dupanloup, F.
Dupuy, Ch. (también Dupury)
Dupuytrem, R.
Durier
Durry, J.
Duruy, V.
D’Usseaux, E. (también Brunetta d’Usseaux)
Du Teil du Havelt
Duvigneu de Lanneau
Edstöm, J.S.
Eduardo III, Rey de Inglaterra
Eduardo VII, Rey de Inglaterra
Elzingre, E.
Emmanuel V, Rey de Italia
Enrique, Príncipe de Inglaterra
Epícteto
Eschbach, M. (Pseudónimo de Pierre de Coubertin)
Esterno (Conde)
Estournelles de Constant, P.H. (de)
Etling, Ed.
Eyschen, P.
Fabens, R.
Fabri, M.
Fabvrier
Fallières, A.
Fallmerayer, J.Ph.
Faure, F.
Fauré, G.
Fauvel, S.
Federico Guillermo III, Rey de Prusia
Felice (de)
Felipe VI, Rey de Francia
Felipe de Macedonia
Ferrero, G.
Ferry, J.
656
Ferry, L.
Fidias
Fleury, A. (de)
Fokianos, I.
Forbes, W.C.
Fortune, M.
Fosseprez, A.
Foster, V.
Fournier-Sarlovèze, R.
Francis, D.-R.
Francisco Fernando, Archiduque de Austria
Francisco José, Emperador austro- húngaro
Frank-Puaux, F.
Frédy (Barón de Coubertin, también Fredy) (ver Coubertin)
Fringnet, A.
Fuad, Rey de Egipto
Furber, H.-J.
Gafner, R.
Gallard, A.
Gambetta, L.
García, O.N.
Garrett, R.
Garnier, Ch.
Gebhardt, W.
Gentzel, J.
Georges, A.
Georgiadis, K.
Ghigliani, F.
Gibbons, J.
Gieseler, S.
Giffard, P.
Gigault de Crisenoy, Marie-Marcelle (de) (Madre de PdC)
Gladstone, W.
Glandaz, A.
Gluck, C.W.
Godart, A.
Goddet, J.
Godet, P.
Goethe, Johann Wolfgang (von)
Gondinet, M.
Gossec, Fr.-J.
Grandson (Barón y baronesa)
Gréard, O.
Gregorio X (Papa)
Grenfell, W.-H. (también Desborough)
Grévy, J.
Griset
657
Grousset, P. (ver Daryl, Ph.)
Grupe, O.
Grut, T.
Guébriant, A. (de)
Güell y López, S. (de)
Guglielmi, G. (di)
Guillermo, Príncipe de Suecia
Guillermo II, Emperador alemán
Guizot, F.P.G.
Gustavo V, Rey de Suecia
Gustavo Adolfo, Príncipe heredero de Suecia
Gutenberg, Johannes
Guth, J. (también Guth-Jarkovsky)
Ifito de Elis
Ireland, A.
658
Isabel, Archiduquesa de Austria
Isvolsky
Jacot-Guillarmod
Jacquemin, Ch.
Jahn, Friedrich Ludwig
Janssen, J.
Janzé, L. (de)
Jacques-Dalcroze, E.
Jerjes
Joffre, J.
Johnston, W.P.
Joostens (Gen.)
Jorge, Gran Duque de Rusia
Jorge, Príncipe de Grecia
Jorge I, Rey de Grecia
Jorge de Podiebrad, Rey de Bohemia
Jourdain, F.
Jouvenal, P. (de)
Juana de Arco
Julio II (Papa)
Jusserand, J.J.
Juvenal
Kano, J.
Keane, J.J.
Kemény, F. (también Kemeny o Kémény)
Kentish, R.J.
Ketseas, J.
Khuen-Hedervary, Ch. (de)
Kidane, F.
Kiel, L.
Kingsley, C.
Kishi, S.
Kössl, J.
Kritchevsky, Dr.
Krüger, A.
659
Landry, F.
Landry, M.
Lane-Poole
Lang, A.
Langstaff, W.
Larguier des Bancels, J.
Larroumet, G.
Laurie, A.
Laveleye, Ed. (de) (también Laveley)
Laverrière, A.
Lavisse, E.
Lazaro
Le Duc, V.
Le Play, F.
Lebaudy, P.
Lebedeff, A.
Lee, R.
Lee-Warner
Lefébure, Ch.
Lefèvre-Pontalis, G.
Leibniz, Gottfried Wilhelm
Lejeune, P. (de)
Lemming
Lenglen, S.
Lenk, H.
Lennartz, K.
Lenzburg, H. (de) (Obispo)
Leopoldo II, Rey de Bélgica
Lermusiaux, A.
Leroy-Beaulieu, A.
Lewald, T. (von)
Licurgo
Liddon
Liginger, W.H.
Lindroth, J.
Ling, Per Henrik
Lippmann, G.
Lobkovitz (Príncipe)
Locke, John
Lorge (Duque)
Loubert, E.
Luis XI, Rey de Francia
Luis XV, Rey de Francia
Luis XVI, Rey de Francia
Louis, Spiridon (también Louès o Louys)
Loys (de)
Lubomirski, C. (Príncipe)
Lucas, J.
660
Luchéis-Palli, F. (di)
Luce, S.
Lugeon
Lyautey, M.
MacAloon, J.J.
MackKinley, W.
Maillé, F. (de)
Maillefer, P.
Mallet, F.
Mallwitz, A.
Malter, R.
Mandrillon, C.
Maneuvrier, E.
Mangeot, A.
Mano, C.
Mano, Th.
Marcadet, J.
Marco Aurelio (también Marcus Aurelius)
Marey, E.
María, Princesa de Grecia
María José, Princesa de Bélgica
María Teresa, Archiduquesa de Austria
Marion, H.
Marsaryk, T.
Martin, P. (Berlín)
Martin, P. (Lausana)
Masson, P.
Matheu, P.-J.
Maurouard
Max, A.E.J. (de)
Mayer, P.-G.
McKenzie, R.Tait
McKinley, W.
Melas, G
Menocal
Mercati, A. (de)
Mercier, D. (Cardenal)
Mérillon, D.
Merou
Ferry del Val, R. (Cardenal)
Messerli, F.
Messing, M.
Metazas, M.
Meyer, A.
Mecieres, A.
Michaux, P.
Mill, James
661
Mill, John S.
Millerand, A.
Millioud, M.
Mitchell, W.G.
Mieth, D.
Molier
Monis
Monod, E.
Montaigne, Michel Eyquem (de)
Montet, Ch. (de)
Montfaucon, B. (de)
Montherlant, Henry (de)
Montu, C.
Montucci
Monzie (de)
Morax, J.
Morbach, A.
Morel, G.
Morlet, A.
Morley, J.
Motta, G.
Mounet, Jean Sully (también Mounet- Sully)
Müller, N.
Munich, W.
Murillo
Musset, A. (de)
Musy, J.-M.
Muzsa, J. (de)
Nadi, N.
Nansen, F.
Napoleón (Bonaparte)
Napoleón III
Navacelle, G. (de) (también Navacelle de Coubertin)
Nénot, H.-P.
Nicolás, Príncipe de Grecia
Nicolás II, Zar de Rusia
Nietzsche, Friedrich W.
Nissiotis, N.
Noailles (Conde)
Noblemaire, J.
Norris
Nyholm, J.
Oberdorfer, Don
O’Hare
O’Rell, M.
O’Connor, A.
662
Obolensky (Príncipe)
Oertzen, U. (von)
Ollone, M. (de)
Oswald, K.H.
Otho, Rey de Grecia
Pablo (San)
Palama, Kostas
Palestrina, Giovanni P. (da)
Pallisaux, Ad. (de)
Pasteur, L.
Patinot, G.
Pausanias
Payne, J.-B.
Paz, E.
Pecker
Penha-García, J.C. (de)
Pericles
Terrier, E.
Pershing, J.J. (General)
Pescatore, J.-M.
Pestalozzi, Johann Heinrich
Petit, G.
Petit, L.
Peyronny, J.
Philemon, M.
Philemon, T.
Picard, A.
Pichon, S.
Picot, F.-E.
Picot, G.
Pietro, D.
Pindar
Pío X (Papa)
Pío XI (Papa)
Pitágoras
Planche (de la )
Plumerau, Y.
Plutarco
Poage, G.C.
Podbielski, V. (von)
Poilpot
Poincaré, R.
Polignac, M. (de)
Posada, A.G.
Posser, E.-A.
Potocki, N.
Pottecher, M.
663
Potter, E.-A.
Pourtalès, J. (de)
Poussin, N.
Prade, V. (de la )
Praxisteles
Prévost, Marcel (también Prevost)
Preuss, H.
Primaticcio, F.
Principe de Gales
Pullman, G.M.
Puvis de Chavannes, P.
Quanz, D.
Queenie Newall, S.F.
Rabelais, F.
Racine, J.
Radiguer, H.
Radke, L.
Rameau, J.Ph.
Rangabé, K.
Ras Taffori (Príncipe) (también Hailé Sélassié)
Raoul-Duval, R.
Raymond, A.
Raymond, G.
Reber, H.
Regnault, J.-B.
Reichel, Franz (también Frantz-Reichel)
Reichel, L.Ph.
Reiffenstein, E. (von)
Reinach, T.
Reinbold, P.
Reinhardt, O.
Remacle, J.
Rembrandt
Renan, Ernest
Renson, R.
Retzinas, Th.
Reymond, A.
Renytiens, G.
Ribeaupierre, G. (de)
Ribot, A.
Ribot, Th.
Richefeu, Ch.
Richelieu, A. (Duque de)
Richepin, J.
Richter, Dr.
Riggin, A.
664
Rio-Branco, R. (de)
Rioux, G.
Robert Dover
Robertson, G.S.
Rochard, E.
Rochefoucauld, Ch. (de la)
Rochefoucauld, H. (de la)
Rocher, P.
Rodolfo III, Rey de Borgoña
Rodolfo de Habsburgo
Romances, D.
Romanov
Roosevelt, Th.
Rosen, C. (von)
Rosenthal, B.-G.
Rothan, G.
Rothan, M. (nombre de soltera de Marie de Coubertin, esposa de PdC)
Rousseau, Jean-Jacques
Rousseau, P.
Roussel, F.
Roy, P.
Rubens, Peter-Paul
Rühl, J.K.
Ruperto, O.
Ruskin, J.
Rutherford, G.
665
Sela, A.
Selim Sirry Bey (también Tarcan, S.S.B.)
Senay, A.
Séneca
Shakespeare, William
Sheldon, L.P.
Sherrill, Ch.H.
Sierstorpff, A.F. (von)
Sikelianos (Sra.)
Silberer, V.
Simon, Ch.
Simon, J. (también Suisse, J.)
Skiff, V.
Skinner, W.H.
Skoglund, N.
Skouses, P.
Sloane, W.M.
Slom, A.
Smet de Nayer, P. (de) (también Smet)
Sócrates
Somerset (Duque de)
Sorel, R.
Souter
Soutzo
Spalding, M.J. (Obispo)
Spencer, H.
Spuller, E.
Srb, Vl.
Stael, G.
Stuncioff, D.
Stanhope, S. (Lord)
Stanley, A.P.
Stanton, Th.
Stephanopoli
Stevenson, R.L.
Strehly, G.
Streit, G. (von)
Studt, K. (von)
Sullivan, J.E.
Sierre, J.T.
Synfros, A.
Taconer, M.
Taine, H.
Talbot, E.
Tertuliano
Teodosio I, Emperador romano
Teodosio II, Emperador romano
666
Thiers, A.
Thomas, C.A.
Thomassin, F.A.
Thompson, R.M.
Thorpe, Jim
Thring, E.
Ting Wu Fang, Dr.
Tissié, Ph.
Tiziano
Tocqueville, A. (de)
Todazo, Fr.
Todd, R.
Tomás de Aquino
Toutain, A.
Trélat, G.
Tricoupis, Ch. (también Tricupis)
Trolle (de)
Truffier, J.
Trystram
Tulane, P.
Turner, C.
Tuyll, F.W.C. (de) (también van) (también Tuyll, van Serooskerken)
Urursov, L. (Príncipe)
Waddington
Wagner, Richard
Waldstein, Ch. (Sir Charles) (también Walstom)
Wartensleben, C. (von)
Webster, N.
Weeks, B.-S.
667
Welsh, A.R.
Wendell, E.J.
Wersall, (Sra.)
Whitney, C.
Willebrand, R.F. (von)
Wilson, T.W.
Wilson-Lynch
Winckelmann, J.J.
Windischgraetz, Otto (von) (también Windisch-Grätz)
Wirkus, B.
Wolseley, Joseph Garnet (Sir)
Worbooise, E.J.
Wright, W.
Yerlès, M.
Yolanda de Saboya
Young, D.C.
Zaimis, A.Th.
Zappas, Ev.
Zappas, K.
Zeppelín, F. (von)
Zièrer, F.
Zubiaur, J.-B.
668
ÍNDICE DE MATERIAS
669
Antorcha (ver también antorcha olímpica)
Aparato de gimnasia
Apostar
Aptitud(es)
Archivos Carl y Liselott Diem
Armas de fuego
Armonía
Aros (aparato)
Arqueología
Arquitecto(s)
Arquitectura
Aristocracia
Arte dramático
Artista(s)
Asceta(s)
Ascetismo
Asiáticos
Asociación (deportes)
Asociación atlética
Asociación deportiva
Asociación (de deporte) escolar
Asociación Atlética Internacional
Asociaciones alemanas
Asociaciones europeas
Aspereza
Athletae proprium est…
Atletas(s) aleman(es)
Atletas(s) americano(s)
Atletismo
Atletismo (antiguo)
Atletismo americano
Atletismo europeo
Atletismo griego
Australiano
Autocontrol
Autodefensa
Automático
Automóvil
Bailes griegos
Balance
Ballesta
Bandera francesa
Bandera griega
Barra fija
Barra horizontal
Barras paralelas
Béisbol
670
Belleza
Belga
Beneficio
Biblioteca(s)
Bizantino
Bois de Boulogne
Bote
Boxeo
Boxeo francés
Boxeo inglés
Bureau International de Pédagogie Sportive (también Buró Internacional de Pedagogía
Deportiva = B.I.P.S.)
Caballerosidad
Caballo (animal)
Caballo (aparato)
Calendario griego
Calzado de nieve
Camaradería
Campaña de publicidad
Campeonato(s)
Campeonato(s) del mundo
Campo a través
Campos de juego
Candidatura
Capacidad
Carabina
Carrera de obstáculos
Carrera griega
Carreras
Carreras a pie
Carreras de carros
Carreras de coches
Carreras llanas
Carta (Olímpica, COI)
Carta(s) circular(es)
Carta para la Reforma del Deporte/Carta para la Reforma atlética)
Celtas
Ceremonias
Champ de Mars
Ciencia(s)
Ciclismo
Ciudad del deporte
Citius, altius, fortius
Ciudad americana
Ciudad moderna
Ciudades europeas
671
Civilización
Civilización griega
Civilización helena
Clase social
Clase trabajadora
Clasicismo
Colegas alemanes (también miembros del COI)
Colonización atlética
Comédie Française
Comisario
Comité Alemán (también Comité Olímpico)
Comité Griego (también Comité Helénico = Comité organizador de 1896)
Comité Heleno (ver Comité Griego)
Comité Internacional (= COI)
Comité Internacional Pierre de Coubertin (CIPC)
Comité Nacional (= CON)
Comité Olímpico Francés
Comité Olímpico Heleno
Comité Olímpico Internacional (COI)
Comité(s) Olímpico(s) Nacional(es) (= CON)
Comité organizador
Compañerismo
Competición atlética
Competición deportiva
Competiciones artísticas
Competiciones de arte(s)
Competiciones de bomberos
Competiciones industriales
Competidor
Compositor griego
Comprensión
Conciencia
Conferencia asesora
Conferencia consultiva
Confianza en sí mismo
Congreso Atlético Internacional
Congreso fundacional
Conflicto
Consejo judicial
Continente americano
Cooperación
Coral
Coreografía
Correr
Corrupción
Cosmopolita/cosmopolitismo
Cricket
Cristiandad muscular
672
Crítica
Cristiandad
Croquet
Cuerpo
Culto al esfuerzo
Cultura física
Cultura intelectual
Cuerpo y mente
Cuestionario
Danés
Decatlón
Decoración
Delegación alemana
Delegado(s)
Democracia(s)
Deporte(s) de combate
Deporte(es) escolar(es)
Deporte para las masas
Deporte para todos
Deporte popular
Deportes acuáticos
Deportes atléticos
Deporte de combate
Deportes de defensa
Deportes ecuestres
Deportes náuticos
Deportistas
Deportividad
Depresión
Desarrollo físico
Descalificación
Día(s) antropológico(s)/ de la Antropología
Dibujo
Disciplina
Disco
Diseño
Diversión
Doble scull
École Albert-le-Grand
École Alsacienne
École Monge
Edad Media
Educación americana
Educación atlética
Educación deportiva
Educación física
673
Educación francesa
Educación moral
Educación popular
Educación secundaria
Educación social
Educación superior
Educador
Ejercicio físico
Elite
Embajador(es)
Embajador francés
Emblema
Energía
Entrada
Entrenadores
Entrenamiento
Entrenamiento físico
Entusiasmo por la juventud
Equilibrio
Equilibrio humano
Equipo(s)
Equipo alemán
Equitación
Equitación cross-country
Escalada alpina
Escandinavos
Escritor(es)
Escuela Alemana de Arqueología
Escuela Americana de Atenas
Escuela(s) pública(s)
Escuela secundaria
Escultor(es)
Escultura
Esfuerzo físico
Eslavos
Espada
Epañol
Espectáculo
Espectador(es)
Espíritu
Espíritu deportivo
Espíritu heleno
Espíritu sectario
Esquí
Estado mental
Estadio(s)
Estadio de Olimpia (antiguo Estadio)
Estandarización de las reglas
674
Estatutos (ver también Carta/regulaciones)
Estética
Estoque
Euritmia
Europeos
Excavación
Exceso de trabajo
Exhibición Panamericana
Exhibiciones de gimnasia
Exceso
Explotado comercialmente
Exposición
Exposición Universal
Fábrica(s)
Fair or temple
Fair play
Familia
Fe
Federación
Federación(es) internacional(es)
Federación francesa
Federación Internacional de Esquí (= FIS)
Federaciones atléticas
Federaciones europes de Gimnasia
Femenino
Festival(es)
Festival cuatrienal
Fideicomisario
Filoheleno/filohelenismo
Filosofía (ver también filosofía olímpica, filosofía práctica)
Filosofía de vida
Filosofía del deporte
Filosofía práctica
Financiación
Finlandés/finlandeses
Fisiología/fisiólogico
Fondo
Francés
Fuerza
Función catártica
Fútbol
Fútbol americano
Fútbol (canadiense)
Fútbol (rugby)
Fútbol (soccer)
Garantía
675
Geografía
Geografía atlética
Gimnasia
Gimnasia sueca
Gimnasia utilitaria
Gimnasio(s)
Gimnasta(s)
Gimnastas alemanes
Gladiador
Globo
Gobierno francés
Gobierno griego
Golf
Griegos
Guerra
Guerra Civil
Gymkhana
Gymnic
Halterofilio
Harvard
Haute école
Helenismo
Helenos
Higiene
Himno
Himno a Apolo
Himno nacional griego
Hipódromo
Historia (contemporánea)
Historia (general)
Historia (humana)
Historia (mundial)
Historia (occidental)
Historia (olímpica)
Historia (universal)
Historia del Olimpismo
Historia griega
Historia humana
Hockey
Hockey sobre hielo
Holandés
Hombre adulto
Hombres de letras
Humanidad
Humanismo
Húngaro
676
Idea del deporte
Idea de los Juegos Olímpicos
Ideal griego
Idel heleno
Iglesia
Igualitarismo
Imperio alemán
Imperio austro-húngaro
Independencia
Inglés/ingleses
Infancia
Injusticia
Iniciativa
Instinto deportivo
Instituto Carl Diem (también Carl- Diem-Institut = CDI)
Instituto de enseñanza secundaria
Instrucción/instructor
Intelecto
Intelectualidad
Intereses comerciales
Internacional atlética
Internacionalismo
Irlandés
Italiano
Japonés
Jiu-Jitsu
Juegos africanos
Juegos continentales (también Juegos regionales)
Juegos de verano (=Juegos Olímpicos)
Juegos escolares
Juegos Interaliados
Juegos Nórdicos
Juegos Olímpicos (antiguos)
Juegos Olímpicos (intermedios, ver también Olimpiadas Griegas)
Juegos Olímpicos (modernos)
- Atenas 1896, Juegos de la primera olimpiada
- París 1900, Juegos de la segunda olimpiada
- San Luis 1904, Juegos de la tercera olimpiada
- Londres 1908, Juegos de la cuarta olimpiada
- Estocolmo 1912, Juegos de la quinta olimpiada
- Berlín 1916, Juegos de la sexta olimpiada (suspendidos)
- Amberes 1920, Juegos de la séptima olimpiada
- París 1924, Juegos de la octava olimpiada
- Ámsterdam 1928, Juegos de la novena olimpiada
- Los Ángeles 1932, Juegos de la décima olimpiada
- Berlín 1936, Juegos de la undécima olimpiada
- Tokio 1940, Juegos de la duodécima olimpiada
677
Juegos Olímpicos de invierno
Juegos Panatenienses
Juegos Panhelénicos
Juegos populares
Júpiter
Juramento
Juventud
Juventud americana
Kremlin
L’Auto
La Crosse
Lanzamiento
Lanzamiento de jabalina
Lanzamiento de peso
Lecciones
Leyendas
Libertad
Literatura
Llama (también llama olímpica)
Lucha
Ludus pro patria
Manège
Maratón (carrera, corredor, ganador)
Materialismo
Medalla
Medicina
Médico
Memorándum
Mens fervida in corpore lacertoso
Mens sana in corpore sano
Mente europea
Método (racional)
Método sueco
Militarismo
Ministro de Instrucción Pública
Ministro/ministerio francés
Moción
Moderación
Modernidad atlética
Montar a caballo
Moral
Moralidad
Mujer
Mujeres
Municipalid(es)
678
Muscular
Músculo
Música
Musical
Músicos
Nacionalismo
Naciones
Naciones europeas
Natación
Naturaleza
Neoolimpismo
New York Times
Nobleza moral
Novena sinfonía (de Beethoven)
Nueva Olimpia
679
- Instituto
- Juegos (no incluidos)
- Juramento
- Lema
- Llama
- Medalla
- Movimiento
- Museo
- Organización
- Participante(s)
- Paz (ver tregua)
- Principios
- Programa
- Protocolo
- Récord(s) (ver récord)
- Revista
- Sede
- Senado
- Símbolos (ver símbolo)
- Tribunal
- Valores
Olimpismo popular
Organo de reclutación propia
Organización social
Pacificador
Pacificar
Padres
Países americanos
Países europeos
Palomas mensajeras
Panem et circenses
Partenón
Pasión
Pasión sensual
Patinaje
Patrimonio griego
Patriotismo
Pax Olympica
Paz (ver también paz olímpica, pax olympica, tregua)
Paz social
Pedagogía/pedagogo
Pedagogía deportiva (ver educación atlética)
Pentatlón
Pentatlón de las musas
Pentatlón moderno
Periodicidad
Periódico
680
Periódico francés
Periódico griego
Personalidad
Pesa
Pesca
Pintura
Pista(s)
Pista de ceniza
Placer por el deporte
Placer sensual
Población trabajadora
Poesía
Política/político
Polo
Potencias europeas
Prensa alemana
Prensa
Prensa europea
Prensa griega
Preparación técnica
Presidente interino
Primavera humana
Primera Guerra Mundial
Principios fundamentales
Problema con el alcohol/alcoholismo
Procesión
Profesionalidad
Profesor
Programa habitual
Progreso atlético
Proletariado
Propyleae
Promesa
Protocolo (también protocolo olímpico)
Prueba de doma
Psicología/psicológico
Psicología deportiva
Psíquico
Pueblo alemán
Pugilismo
Pureza
681
Reforma
Reforma educativa
Reforma escolar
Regata
Regatear
Reglamento general
Reglas
Reich alemán
Religio athletae
Religión
Remo
Renacimiento físico
República francesa
Resistencia
Resistencia física
Responsabilidad
Restauración
Resultado deportivo
Revista satírica
Rifle
Ritmo
Rivalidad
Romano(s)
Royal Academy of Arts
Rugby (ver fútbol-rugby)
Ruinas de Olimpia
Ruso(s)
Saltar
Salto
Salto con pértiga
Salto de altura
Salto de caballo
Salto de longitud
Saltos de trampolín
Salud mental
Satisfacción física
Secretario general
Secundarios
Segunda Guerra Mundial
Ser humano
Símbolo(s)
Simbolismo
Single sculls
Soccer (ver fútbol-soccer)
Sociedad (antigua)
Sociedad (democrática)
Sociedad (helénica)
682
Sociedad (humana)
Sociedad (moderna)
Sociología
Sokol
Solidaridad
Sorbona
Sprint
Stade Francais (también Stade Français)
Subcomité
Sueco
Súper-Olimpiada
Superación personal
Superioridad
Taquilla
Tarea social
Teatro
Tenis
Tenis sobre hierba
Tiro
Tiro al blanco
Tiro con arco
Tiro de pichón
Tobogán
Touring-Club de France
Toynbee Hall
Trabajador(a)
Tradición
Traje
Trapecio
Tregua (también Paz Olímpica)
Trepa de cuerda lisa
Trick-riding
Triple salto
Unificación
Unión
Union des Societés Françaises des Sports Athlétiques (=USFSA o U.S.F.S.A.)
Union Pédagogique Universelle (=U.P.U.)
Unionización
Universal Educational Union (=U.P.U.)
Universalismo/universalidad
Universidad alemana del deporte en Colonia
Universidad Popular (ver también Universidad de los Trabajadores)
Universidad(es)
Universidades americanas
Utilitarismo
Utilidad
683
Valores
Vela
Vencer
Victoria
Violencia
Vida escolar
Waterpolo
Zapador(es)
Zappeion
Zeus (templo de)
ÍNDICE GEOGRÁFICO
África
África francesa
África negra
Albany
Alfeo (río)
Alejandría
Alemania
Alsacia
Amberes
América
América central
América del Norte
América del Sur
Amherst, Ma.
Amiens
Ámsterdam
Ann Arbor
Arcueil
Argel
Argelia
Argentina
Armenia
Argovia
Asia
Asmara
Atenas
Atlanta
Atlántico
Australasia
684
Australia
Austria
Auxerrre
Balcanes
Baltimore
Basilea
Bayreuth
Bélgica
Berlín
Berna
Besançon
Birmingham
Bohemia
Boston
Brasil
Brest
Bretaña
Bristol
Bruselas
Budapest
Buenos Aires
Burdeos
Bussang
Cabo
Caldea
California
Cambridge
Cambridge, Ma.
Canadá (británico)
Canadá (francés)
Canterbury
Cantón de Vaud
Casablanca
Cataluña
Caux, región
Caldea
Chamonix
Charlottesville
Checoslovaquia
Chequia
Chevreuse, valle
Chicago
China
Clifton
Ciudad del Cabo
Compiègne
685
Constantinopla
Cooper’s Hill
Copenhague
Corinto
Creta
Cronion
Cuba
Dakar
Danubio
Delphi
Dinamarca
Domodossola
Dover
Ecuador
Egipto
El Havre
Elis
Elmira
Escandinavia
Escocia
España
Esparta
Estados Unidos
Estocolmo
Estrasburgo
Eton
Europa
Europa central
Extremo oriente
Filadelfia
Filipinas
Finlandia
Florida
Francia
Francfort
Gabón
Gales
Ginebra
Gran Bretaña
Grecia
Harrow
Habana
Heliópolis
686
Helsinki
Henley
Holanda
Hong Kong
Hudson
Hungría
Inglaterra
India
Irlanda
Isla de Wight
Israel
Italia
Jacksonville, Fl.
Jamaica
Japón
Jerusalén
La Haya
Lahti
Lausana
Lejano oeste
Lenox, Ma.
Lexington, Va.
Leyden
Libreville
Lombardía
Londres
Los Ángeles
Luisiana
Luanda
Luttenbach (Alsacia)
Luxemburgo
Lyons
Maguncia
Manila
Maratón
Marlborough
Marousi
Marruecos
Marsella
Massachussets
Mediterráneo
Melbourne
Meudon
México
687
Michigan (lago)
Milán
Mirville
Mississippi (río)
Misuri
Mobile, Al.
Mónaco
Montevideo
Montreal
Much Wnelock
Mulhouse (Alsacia)
Munster (Alsacia)
Nairobi
Nilo
Niza
Normandía
Noruega
Nueva Caledonia
Nueva Inglaterra
Nueva Orleáns
Nueva York
Nueva Zelanda
Nuevas Hébridas
Oriente próximo
Orleáns
Osaka
Ottawa
Oxford
Pacífico
Panama
Parnaso
Patras
Peloponeso
Pensilvania
Persa
Perú
Phaleron
Pireo
Polonia
Polinesia
Portugal
Praga
Princeton
Punta Arenas
Puszta
688
Pyrgos
Québec
Rabat
Reims
Reino Unido
Río
Roma
Rouen
Rugby
Rumanía
Rusia
Saboya
Samoa
San Francisco
San Luis, Mo.
San Petersburgo
San Quintín
San Salvador
Santiago
Serbia
Shanghai
Shrewsbury
Siam
Sidney
St. Moritz (también Saint Moritz)
Suecia
Suiza
Sumac
Sybaris
Támesis
Texas
Tokio
Trípolis
Troyes
Túnez
Turín
Turquía
Uruguay
Vannes
Vaticano
Vaud (cantón)
Venezuela
689
Versalles
Vevey
Viena
Ville d’Avray
Vincennes
Virginia
Washington, DC
Wellesley, Ma.
Wellington
West Point
Westminster
Winchester
Windsor
Yugoslavia
Zurich
690