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Notas:
LA PREOCUPACIÓN MATERNAL
Mi tesis es que en la fase más precoz estamos tratando con un estado muy
especial de la madre, una condición psicológica qué merece un nombre, como
puede ser el de Preocupación maternal primaria. Sugiero que la literatura
psicoanalítica no ha rendido tributo suficiente a una condición psiquiátrica muy
especial de la madre acerca de la cual deseo decir lo siguiente:
Gradualmente se desarrolla y se convierte en un estado de
sensibilidad asaltada durante el embarazo y especialmente hacia el final del
mismo.
Dura unas cuantas semanas después del nacimiento del pequeño.
No es fácilmente recordado por la madre una vez que se ha
recobrado del mismo.
Iría aún más lejos y diría que el recuerdo que de este estado
conservan las madres tiende a ser reprimido.
Este estado organizado (que sería una enfermedad si no fuese por el hecho
del embarazo) podría compararse con un estado de replegamiento o de
disociación, o con una fuga o incluso con un trastorno a un nivel más profundo,
como por ejemplo un episodio esquizoide en el cual algún aspecto de la
personalidad se haga temporalmente dominante. Me gustaría encontrar una buena
forma de denominar este estado y proponerla para que se tuviese en cuenta en
todas las referencias a la fase más precoz de la vida del pequeño. No creo que
sea posible comprender el funcionamiento de la madre durante el mismo principio
de la vida del pequeño sin ver que la madre debe ser capaz de alcanzar este
estado de sensibilidad exaltada, casi de enfermedad, y recobrarse luego del
mismo. (Utilizo la palabra «enfermedad» porque una mujer debe estar sana, tanto
para alcanzar este estado como para recobrarse de él cuando el pequeño la
libera. SI el pequeño muriese, el estado de la madre se manifestaría
repentinamente en forma de enfermedad. La madre corre este riesgo.)
He dado a entender esto en el término «dedicada» dentro de las palabras
«madre corriente dedicada» (Winnicott, 1949). Ciertamente, hay muchas mujeres
que son buenas madres en todos los demás aspectos y que son capaces de llevar
una vida rica y fructífera pero que no pueden alcanzar esta «enfermedad normal»
que les permite adaptarse delicada y sensiblemente a las necesidades del
pequeño en el comienzo; o bien lo consiguen con uno de sus hijos pero no con los
demás. Tales mujeres no son capaces de preocuparse de su propio pequeño con
exclusión de otros intereses, de una forma normal y temporal. Puede suponerse
que en algunas de estas personas se produce una «huida hacia la cordura».
Ciertamente, algunas de ellas tienen otras preocupaciones muy importantes que
no abandonan fácilmente o que tal vez no sean capaces de abandonar hasta
haber tenido sus primeros bebés. Cuando una mujer tiene una fuerte identificación
masculina se encuentra con que le es muy difícil cumplir con esta parte de su
función materna y la envidia reprimida del pene deja poco espacio para la
preocupación materna primaria.
En la práctica, el resultado consiste en que tales mujeres una vez que han
tenido un niño, pero habiéndoseles escapado la primera oportunidad, se
encuentran ante la tarea de compensar lo perdido. Pasan un largo período para
adaptarse estrechamente a las crecientes necesidades del pequeño y no es
seguro que consigan reparar la deformación precoz. En lugar de dar por sentado
el buen efecto de la preocupación precoz y temporal, se encuentran atrapadas en
la necesidad de terapia del pequeño es decir la necesidad de un prolongado
periodo de adaptación á la necesidad o de mimos. En vez de madres, son
terapeutas.
Al mismo fenómeno se refieren Kanner (1943), Loretta Bender (1947) y
otros que han tratado de describir el tipo de madre que es susceptible de producir
un «niño autista» (Creak, 1951; Mahler, 1954)
Es posible establecer una comparación entre la tarea de la madre, en lo
que hace a la compensación de su pasada incapacidad y la tarea de la sociedad
que intenta (a veces con éxito) construir la identificación social de un niño
desposado que se halla en estado antisocial. Esta labor de la madre (o de la
sociedad) encierra una fuerte tensión debido a que no se realiza de minera
natural. La tarea que se emprende tiene su lugar apropiado en una fase anterior,
en este caso aquella en la que el pequeño sólo empezaba a existir como individuo.
Si es aceptable esta tesis del estado especial en que se halla la madre y su
recuperación del mismo, entonces podremos examinar con mayor detenimiento el
estado correspondiente en que se halla el pequeño.
El pequeño tiene:
Una constitución.
Tendencias innatas al desarrollo («zona libre de conflictos en el
yo»)
Movilidad y sensibilidad.
Instintos, involucrados en la tendencia al desarrollo con cambios en
la dominancia zonal:
Nota
El ROBO
Sugiero que los primeros signos de desposesión son tan comunes que
pasan por normales; tomemos por ejemplo el comportamiento imperioso que la
mayoría de los padres afrontan con una mezcla de sumisión y de reacción. No se
trata de la omnipotencia infantil, la cual es cuestión de realidad psíquica y no de
comportamiento.
Uno de los síntomas más comunes de la tendencia antisocial es la gula,
con la consiguiente inhibición del apetito. Si estudiamos la gula, nos
encontraremos con el complejo de desposesión. Dicho de otro modo, si un
pequeño manifiesta gula, es que hay cierto grado de desposesión y cierta
compulsión hacia la búsqueda de una terapia acerca de esta desposesión a través
del medio. El hecho de que la misma madre esté deseosa de satisfacer la gula del
pequeño contribuye al éxito terapéutico en la inmensa mayoría de casos en los
que es posible observar esta compulsión. En un niño la gula no es lo mismo que la
codicia. La palabra «codicia» se utiliza en el planteamiento teórico de las
tremendas exigencias instintivas que el niño ejerce sobre la madre al principio, es
decir, en el momento en que el pequeño empieza a permitir la existencia separada
de la madre, en la primera aceptación del principio de realidad.
Entre paréntesis, a veces se dice que la madre debe fallar en su adaptación
a las necesidades del pequeño. ¿No es ello una equivocación basada en la
consideración de las necesidades del ello y en el descuido de las necesidades del
yo? Una madre debe fallar en la satisfacción de las exigencias instintivas, pero
puede triunfar por completo en «no defraudar al pequeño», en satisfacer las
necesidades del yo, hasta que llegue el momento en que el pequeño sea capaz de
poseer una madre introyectada que apoye al yo y sea lo bastante mayor como
para mantener esta introyección a pesar de los fracasos del apoyo del yo en el
medio real.
El impulso amoroso primitivo (precompasión) no es lo mismo que la gula
despiadada. En el proceso de desarrollo de un niño, el impulso amoroso primitivo
y la gula se hallan separados por la adaptación de la madre. La madre falta
necesariamente en el mantenimiento de un elevado grado de adaptación a las
necesidades del ello y en cierto modo, por tanto, todo niño puede ser desposeído,
pero es capaz de hacer que la madre cure este estado de subdesposesión
mediante la afrontación de la gula, la suciedad, etc., es decir, los síntomas de la
desposesión. La gula forma parte de la compulsión infantil a buscar una cura
precedente de la madre causante de la desposesión. Esta gula es antisocial; es la
precursora del robo y puede ser afrontada y cariada por la adaptación terapéutica
de la madre, a la que demasiado fácilmente se confunde con los mimos. Sin
embargo, es necesario decir que sea lo que sea cuanto haga la madre, ello no
anula el hecho de que la madre en principio falló en su adaptación a las
necesidades yoicas de su pequeño. Generalmente, la madre es capaz de afrontar
las exigencias compulsiva. del pequeño, haciendo así una buena terapia del
complejo de desposesión que se halla cerca de su punto de origen. Se acerca a la
curación porque permite al pequeño que exprese su odio mientras ella, la
terapeuta, es de hecho la madre desposesora.
Se observará que, mientras que el niño no se halla sujeto a ninguna
obligación para con la madre con respecto a la satisfacción por parte de ella del
impulso amoroso primitivo, existe cierto sentimiento de obligación como resultado
de la terapia de la madre, es decir, de su disposición a hacer frente a las
exigencias que nacen de la frustración, exigencias que comienzan a tener un valor
de molestia. La terapia por parte de la madre puede curar, pero esto no es amor
materno.
Esta forma de contemplar la indulgencia materna para con el pequeño trae
consigo un planteamiento de la maternalización más complejo del que suele ser
aceptable. A menudo se piensa en el amor materno en términos de esta
indulgencia, que de hecho es una terapia referente a un fallo del amor materno. Es
una terapia, una segunda oportunidad que se da a las madres' de las que no
siempre cabe esperar que tengan éxito en su tarea inicial y más delicada: el amor
primario. Si una madre lleva a cabo esta terapia como una formación reactiva
nacida de sus propios complejos, entonces lo que esta madre haga se denominará
«mimos». En la medida en que ella sea capaz de hacerla porque ve la necesidad
de que se satisfagan las exigencias del niño, y se sea indulgente ante la gula
compulsiva del niño, entonces se trata de una terapia que por lo general tiene
éxito. No sólo la madre, sino también el padre y toda la familia se ven involucrados
en ella.
Clínicamente, existe una torpe divisoria entre la terapia materna exitosa y la
no exitosa. A menudo vemos cómo una madre mima a su pequeño sin que esta
terapia tenga éxito, ya que la desposesión inicial ha sido demasiado grave para
una cura «de primera intención» (utilizando un término propio de la cirugía).
Del mismo modo que la gula puede ser una manifestación de la reacción
ante la desposesión y de la tendencia antisocial lo mismo sucede con la suciedad,
la incontinencia y la destructividad compulsiva. Todas estas manifestaciones se
encuentran estrechamente interrelacionadas. En el caso de la incontinencia, tan
frecuente, el énfasis recae en la regresión en el momento del sueño, o en la
compulsión antisocial de reclamar el derecho a mojarse en el cuerpo de la madre.
En un estudio más completo del robo me haría falta referirme a la
compulsión de salir a comprar algo, que suele ser una manifestación común de la
tendencia antisocial que encontramos en nuestros pacientes psicoanalíticos.
Resulta posible efectuar un largo e interesante análisis de un paciente sin afectar
esta clase de síntoma, que es propio no de las defensas neuróticas o psicóticas
del paciente sino de la tendencia antisocial que constituye una reacción a la
desposesión de tipo especial y que tuvo lugar en un momento especial. Después
de esto quedará claro que los regalos de cumpleaños y el dinero para gastos
absorben parte de la tendencia antisocial que normalmente es de esperar.
Dentro de la misma categoría que la expedición de compras nos encontramos,
clínicamente, con un «salir » , sin finalidad determinada, con la inasistencia a
clase, tendencia centrífuga que sustituye al gesto centrípeto implícito en el robo.
LA PERDIDA ORIGINARIA
Hay un punto que quiero dejar especialmente aclarado. En la base de la
tendencia antisocial se halla una anterior experiencia buena que se ha perdido.
Con toda seguridad, constituye un rasgo esencial que el pequeño ha alcanzado la
capacidad de percibir que la causa del desastre reside en un fallo ambiental. El
correcto conocimiento de que la causa de la depresión o de la desintegración es
externa y no interna es responsable de la deformación de la personalidad y de la
urgencia en encontrar una cura por medio de una nueva provisión ambiental. El
estado de madurez del yo que permita una percepción de esta clase determina el
desarrollo de una tendencia antisocial en vez de una enfermedad psicótica. Un
gran número de compulsiones antisociales se hallan presentes y son tratadas con
éxito por los padres en las primeras etapas. Los ni ños antisociales, sin embargo,
reclaman constantemente esta cura a cargo del medio (inconscientemente o
mediante una motivación consciente) pero son incapaces de aprovecharlo.
Parecería que el momento de la desposesión originaria ocurre durante el
período en que el pequeño o el niño tienen el yo el proceso de alcanzar la fusión
de las raíces libidinales y las agresivas (de movilidad) del ello. En el momento de
esperanza el niño:
TRATAMIENTO
Notas:
3. Esta idea parece hallarse implícita en Maternal Care and Mental Health, pág. 47
de Bowlby, donde éste compara sus observaciones con las de otros y sugiere que
los resultados diferentes son explicables según la edad que tuviera el niño en el
momento de la desposesión.
16. PEDIATRÍA Y NEUROSIS INFANTIL (1956) (1)
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