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4.

LA ECONOMÍA Y LA SOCIEDAD EN EL SIGLO XVI

1. Las condiciones de la población

A pesar de las plagas colectivas y las deficiencias medicas, el siglo XVI estuvo caracterizado por un fuerte y general
aumento demográfico. Este fenómeno se produjo de modo desigual en las ciudades, relacionado a menudo con motivos
coyunturales.

En el siglo XVI, como luego en el XVII, muchas aglomeraciones fueron atacadas por enfermedades epidémicas. Estos
azotes afectaban más a las ciudades, en particular a los barrios pobres y con malas condiciones higiénicas; las personas
acomodadas se sustraían mas fácilmente a estas enfermedades, fuera por la mayor posibilidad de salir de los centros
afectados o por la de alimentarse mejor.

El aumento demográfico no prosiguió y entro ya en crisis antes de finales del siglo XVI. Condiciones meteorológicas
desfavorables causaron unas malas cosechas y mientras la peste se difundía hubo una gran carestía. Las zonas
mediterráneas resultaron más afectadas que las nórdicas. Las dificultades de aprovisionamiento de ciertas zonas de alta
densidad urbana se correspondían con las de la producción agrícola circundante, a menudo menor a las exigencias. La
carestía obligo a los estados costeros a recurrir a masivas importaciones de cereales del Báltico. Con todo, las
insuficiencias hay que relacionarlas también con una inversión de tendencia en el campo. De forma más general, se
instituyo una relación entre la presión demográfica y alquiler de tierras, ya que sus propietarios intentaban elevar a un
nivel correspondiente al de los precios los de los arriendos y sus otros derechos. Este deterioro de las condiciones de los
campesinos provoco los traslados de la población, al menos allí donde no existían particulares obstáculos a su movilidad.

Teóricamente, en la mayor parte de Occidente los campesinos ya no era siervos y no solo podían disponer de sus
haberes, sino también abandonar sus pueblos. Mientras los trabajadores agrícolas se convertían en mayoritarios en el
mundo rural, a causa del aumento demográfico, muchas haciendas resultaron demasiado exiguas e insuficientes para
garantizar unos ingresos regulares. Por eso no es de extrañar que el descontento, desde hacía mucho tiempo difundido
en el campo, no disminuyera de hecho y que se siguiese alimentando disturbios y revueltas de distinta entidad.

Si los campesinos no se beneficiaron en general del aumento del precio de los productos de la tierra, la mayor demanda
de estos últimos llevo a la ampliación de las áreas de cultivo. Así, la agricultura atravesó un periodo de notable
desarrollo, aunque no se verificasen progresos técnicos decisivos en los aperos, en los métodos de rotación ni en la
utilización de las cosechas.

Naturalmente, sobre los campesinos siguieron gravando el fisco con impuestos como la talla y el clero (incluso
protestante) con sus diezmos, mientras crecían los arriendos: con todo, un número impreciso se beneficio ciertamente
con el alza de los precios de los comestibles mientras pudo gozar de los cánones antiguos.

Esta época, no obstante, vio desarrollarse notablemente el pauperismo tanto en el campo como en la ciudad. Tanto la
reforma protestante como la católica buscaron nuevas soluciones. El luteranismo favoreció la transferencia a la autoridad
laica de la asistencia pública. También varias nuevas órdenes religiosas surgidas en el mundo católico se propusieron
entre sus objetivos principales la asistencia a los necesitados. Los grupos mercantiles se mostraron más sensibles que
otros a la amenaza social que constituían los pobres: fueron los más generosos en otorgar los medios, aunque fueron
también los más exigentes respecto a su empleo.

En la primera mitad del siglo XVI se recurrió al sistema de dar una licencia de mendicidad. Desde 1550 aproximadamente
se difundió el uso del impuesto para los pobres y se adopto la distinción entre hospitales, reservados para los inválidos
sin recursos, y hospicios para los mendigos sanos. Casi simultáneamente se empezaron a tomar medidas contra el
vagabundeo, también contra los pobres. La imagen viviente de Cristo se fue cambiando cada vez más por la del enemigo
de la sociedad de los pudientes, en nombre de una nueva ética del trabajo y de la productividad.

2. Las clases sociales

En el siglo XVI el grupo socialmente dominante siguió siendo la nobleza. Las monarquías siguieron practicando la política
inclinada a limitar los derechos de los feudatarios sobre quienes residían en sus dominios o jurisdicciones. De este modo,
sobre todo en la parte occidental de Europa, los príncipes perseguían un doble objetivo: consolidar cada vez más la
propia autoridad en el ámbito local y debilitar la fuerza de los nobles, inestables en su fidelidad. Los nobles no tardaron
en reaccionar, o batiéndose obstinadamente y a veces victoriosamente para restaurar sus antiguos derechos a menudo
caídos en desuso, o bien haciendo indispensable su apoyo a los monarcas y obteniendo a cambio privilegios. La relación
entre nobleza y monarquía se configuro de manera muy variada según los países. En algunos, la afluencia de los
elementos burgueses al servicio del soberano no puso de hecho en entredicho el vinculo privilegiado entre la corona y la
aristocracia: la segunda no se opuso al absolutismo progresivo de la primera, tanto más cuanto que los nobles
controlaban todas las ramas de la administración. Un caso distinto fue el de Francia, donde la monarquía tuvo que luchar
hasta la segunda mitad del siglo XVII para dominar la resistencia y la intolerancia aristocrática, de modo que se apoyo
mucho más en los elementos que provenían de la burguesía.

De todos modos, la burguesía ponía obstáculos de múltiples formas a la primacía aristocrática: mediante su riqueza
tendían a obtener los rangos de la nobleza. Cuando pudo, esta última intento cerrarle el camino erigiendo como
condición discriminante un estilo de vida heredado del periodo precedente. Era algo indispensable a su condición social
construirse costosas mansiones, tener un notable sequito de criados, darse al juego, a la caza y a los banquetes. Su
ética comportaba no solo el rechazo a consagrar su vida cotidiana a acumular dinero, sino también la prerrogativa de
gastarlo con largueza y generosidad, sin prácticamente tener en cuenta sus disponibilidades efectivas. Si por un lado los
beneficios de las tierras feudales y de los numerosos cargos públicos ocupados todavía por ellos eran por lo menos
notables, por el otro una innegable disminución de sus réditos y la subida de los costes debida a la inflación hicieron
ruinosos los consumos aristocráticos.

Los nobles, sin embargo, consideraron que no era una peor defensa el hecho de apelar a sus prerrogativas de raza y de
estilo de vida. Sobre todo en Francia los nobles se propusieron apuntalar los privilegios aun prácticamente reservados a
su clase afirmando que no podía entrar a formar parte de ella quien no fuera de sangre noble y que, por otra parte, los
perdía quien ejerciera la actividad mercantil.

Desde el siglo XIV y el XV se había consolidad en Francia la tendencia a la transmisión hereditaria de los cargos
públicos. La ley además de legalizar ese carácter hereditario, provoco un aumento del precio de los cargos venales. La
posesión de un cargo o de una tierra titulada no bastaba por si sola: era necesario además vivir como noble y demostrar
que así habían vivido también los propios antepasados; con todo, para quien fuese tenaz, el asalto del dinero a las
defensas de casta era en general coronado por el éxito. Esto no significa que obstrucción social quedase sin
consecuencias. Una de ellas fue el fortalecimiento de la conciencia de clase de algunos grupos burgueses que, a pesar
de doblegarse a ciertas exigencias de la vida noble, siguieron estando fundamentalmente anclados en los propios valores
peculiares, sin mostrar ningún entusiasmo por el ejercicio de las armas y sin considerar admisible la gestión
desconsiderada de los propios haberes, como hacían los nobles.

Como las relacionaos entre las aristocracias y los soberanos, las existentes entre la burguesía y la nobleza variaban
fuertemente de un país a otro. En casi todos los principados del Imperio germánico, los burgueses no podían adquirir
propiedades nobiliarias.

En Inglaterra la aristocracia era una autentica casta, sus miembros no perdían ni prestigio ni rango dedicándose a los
negocios. Los ingleses invirtieron sus fondos en el comercio o en la industria más que los otros. Los grandes aristócratas
seguían ocupando los cargos más elevados que la corona les reservaba, mientras que la administración efectiva de
Inglaterra estaba en manos de la pequeña nobleza (los oficios de sheriff y de juez de paz). La base de los éxitos de esta
capa social, aun más que las iniciativas mercantiles, era la tierra. Supo apoderarse de ella aprovechando en particular las
diversas secularizaciones de bienes eclesiásticos, y en muchos casos utilizo el suelo para la crianza de ganado más que
para la agricultura.

3. Los problemas de la tierra

La tierra tuvo una gran función social para las aristocracias, vinculado a las relaciones sociales. La tierra, en efecto, fue el
principal objeto de sus tensiones, así como de las osmosis y de las diferenciaciones que se verificaron. Con todo, existía
una única lógica subyacente a la diversidad de los fenómenos.

En todo caso parece que se debe corregir, al menos en parte, la imagen de un estado aristocrático incapaz o casi
incapaz de gestionar sus propios bienes territoriales. Es un hecho que la nobleza supo hacerse emprendedora no solo en
Inglaterra, sino también en zonas socialmente diferentes como Prusia, Polonia, Bohemia. En esas regiones las
burguesías ciudadanas cedieron cada vez más terreno frente al carácter emprendedor de la nobleza, que se manifestó
tanto en el plano social como en el plano económico y político. Esto perjudico únicamente a los centros urbanos, que así
perdieron muchas de sus posiciones privilegiadas en el plano comercial. Victimas aun mayores fueron los campesinos;
protegidos de un modo totalmente insuficiente por los soberanos, fueron reducidos al estado de servidumbre hereditaria.
Mientras que los aldeanos eran de tal modo explotados, el completo dominio de la tierra se traducía para los señores en
importantes exenciones de pagos de derechos y en franquicias comerciales concedidas a ellos por los soberanos.

En el mundo del siglo XVI, existió sin duda una interdependencia entre los polos de mayor desarrollo y las zonas
marginales, es decir, entre el Occidente europeo y los países americanos y asiáticos. Por otro lado, se puede afirmar que
existió una complementariedad entre los estados de la Europa oriental y los de la occidental, en el sentido de que las
aristocracias agrarias que se impusieron en los primeros prosperaron también gracias a la salida que sus productos
encontraron en los segundos.

4. La vida económica

Los fenómenos económicos se encontraron afectados por un conjunto de coyunturas insólitas y desconcertantes. La más
constante fue el aumento de los precios.

El aumento era perceptible a fines del siglo XV, aunque el proceso se hizo declaradamente inflacionista solo a partir de la
mitad del siglo XVI. Los precios agrícolas aumentaron bastante más rápidamente que los demás. El simultáneo
incremento demográfico debió de contribuir a ello, dado que los más afectados fueron los géneros de consumo.

El nivel de los salarios no se elevo en absoluto de un modo proporcionado, fuese por la lentitud con la que reaccionaron
los organismos corporativos, fuese por la abundancia de mano de obra y por la existencia de desocupados. Los salarios
se doblaron o triplicaron en el transcurso del siglo XVI, pero hubo una innegable perdida de su poder adquisitivo (debido
también a la repetida devaluación de la moneda).

Aun cuando no constituyo el único factor de tal fenómeno y de ese malestar, la llegada relativamente masiva de gran
cantidad de metal precioso (oro, aunque sobre todo plata) desde la América hispana agravo notablemente la inflación.

Las necesidades crecientes de los intercambios y las astucias técnicas cada vez más sutiles permitieron al crédito
prosperar en gran medida a pesar de esas dificultades. Sin duda, los bancos privados vieron minada su actividad. Para
hacer frente a la incertidumbre financiera se reclamo la creación de bancos públicos. El crédito se extendió a través del
uso cada vez más habitual de la letra de cambio.

El crédito se desarrollo no menos en el sector público que en el privado, fuese por las necesidades de los poderes
monárquicos o ciudadanos, fuese por la seguridad que daban los depósitos de tal naturaleza. Quien prestaba al estado
tenía, además de los intereses, las garantías representadas por los réditos o ingresos que eran cedidos a cambio a los
acreedores. En caso de bancarrota, los réditos no eran anulados. Este mecanismo animo la formación de un grupo de
personas, sobre todo burgueses que vivían de tales réditos y al mismo tiempo estaban vinculados a los destinos de las
instituciones.

No debe extrañar que en el transcurso del siglo XVI los propietarios territoriales procedieran al aumento de los cánones
de arriendo, como también a la pretensión de que los campesinos satisficieran las prestaciones tradicionales. Ante las
buenas perspectivas ofrecidas por el mercado, muchos de esos propietarios se dedicaron a la administración directa de
sus dominios, indudablemente más provechosa. Un nuevo patriciado rural prospero, así en muchas regiones de la Italia
centroseptentrional, como también en Inglaterra y en varios países de la Europa centrooriental.

En suma, el aumento de la población hizo del cultivo de la tierra no solo una inversión segura, sino también un buen
negocio tanto para los nobles como para los burgueses.

5. Comercios e industrias

El siglo XVI represento una gran frase de renovada expansión y no solo por el dominio de las comunicaciones oceánicas.
Centros marítimos se distinguieron en esto bastante más que los terrestres. En el siglo XVI las ciudades que se
impusieron incontestablemente fueron Sevilla, Lisboa, Londres y Amberes. También los puertos bálticos y mediterráneos
conocieron un importante desarrollo en el siglo XVI.
La expansión comercial resulto enormemente considerable y esencial para la formación de capitales (que permitió a la
vez el incremento de las actividades financieras y bancarias). Hasta muy entrado el siglo XVII, no obstante, no se pudo
advertir ninguna influencia de la ideología calvinista sobre este despliegue excepcional de los negocios y del espíritu
emprendedor.

Como en el pasado, la mayor parte de los mercaderes siguió negociando con una gran variedad de artículos,
preocupándose bastante más del provecho inmediato que de una especialización a largo plazo. No faltaron, sin embargo,
las tendencias monopolistas, de las que las monarquías ibéricas habían dado ejemplo, ni las concentraciones de
numerosos agentes económicos en torno a un determinado eje comercial. En este tipo de operaciones se distinguieron
en particular los ingleses, que vieron como luego muchos otros imitaban su ejemplo.

6. La cultura

En el siglo XVI la imprenta se convirtió entonces en un instrumento cultural de valor diverso, más vivo y dinámico. El
papel que desempeñaron los talleres tipográficos en la propagación de las controversias religiosas que invadieron el
continente, pero también el uso político y administrativo de la letra impresa no hizo más que acrecentarse.

De muy notable amplitud fue luego el uso de la imprenta como vehículo de obras literarias, geográficas, jurídicas,
científicas, técnicas o musicales.

El libro se convirtió en el objeto cultural mas vendido (no había aparecido aun prácticamente los diarios o los periódicos),
cada vez más en las lenguas vulgares y cada vez menos en latín. Con ello, la misma creación intelectual fue estimulada,
o condicionada por el innegable afán de dar a imprimir que se difundió, como también por la función cortesana que
asumieron las dedicatorias de las obras y a veces incluso sus contenidos.

Se puede afirmar que el siglo XVI se contrapone a la época anterior por una nueva artificiosidad del lenguaje vulgar, que
se hace académico, y por una tendencia excesiva al clasicismo.

Consideraciones análogas pueden hacerse con respecto a las artes figurativas. En este plano, sin embargo, hay que
observar que el producto de serie era claramente más popular que el similar salido de la imprenta. En efecto, para
disfrutar del segundo se necesitaba leer, mientras que para tener un contacto con el primero basta mirarlo.

Es innegable que el estilo renacentista, aunque no se difundió en igual medida en todos los países europeos, era
grandilocuente y estaba basado en valores doctos, cuando no aludía además a unos conocimientos que escapaban a la
mayoría. El peso específico del clasicismo fue mayor entre pintores y escultores que entre los escritores. El clasicismo
significaba una manera de ejecución estudiada y estilo amanerado. Tratándose en gran parte todavía de temas
religiosos, los contenidos siguieron siendo en gran medida tradicionales, pero su forma cambio claramente, tanto en
algunos casos llegaba a traicionar el espíritu cristiano de la historia o por lo menos lo descuidaba. El estilo renacentista
se impuso en todas partes en el siglo XVII. Durante el siglo XVI muchas zonas, sobre todo del norte de Europa,
permanecieron adheridas al gótico. Lo que se hizo sentir en todas partes sobre las artes figurativas fue el
condicionamiento de los encargos laicos.

Observaciones de este género deben hacerse también con respecto al campo arquitectónico. El nuevo lenguaje de los
artistas se hizo deliberadamente clásico. La única innovación relativa fue la cúpula para las construcciones religiosas. Se
impusieron también un rigor de perspectiva, una simetría espacial totalmente diferente de cuanto había realizado el
gótico.

Pero el estilo no permaneció fijo en ese estadio. Pronto se hizo más lleno de movimiento y sobre todo se abrió
ampliamente a intervenciones decorativas. Se desplego así la desenvoltura manierista, preludio del preciosismo y de la
audacia barroca.

Sin embargo, entre esas estructuras urbanas en transformación, no se desarrollaron todavía en el siglo XVI los
espectáculos pomposos y a veces compungidos que debían caracterizar en mayor grado el siglo siguiente. La vitalidad
se manifestaba todavía en formas bastante espontaneas y variopintas. El gusto por la manifestación pública era muy vivo
y no dejaba pasar ninguna ocasión para exteriorizarse. Los aristócratas no eran los únicos en figurar en este dimensión
espectacular, sino que también burgueses y gente del pueblo se aseguraban un puesto en ella.
La pasión por el espectáculo no hizo sino animar la producción teatral, todavía en parte religiosa, con sus misterios y sus
representaciones sacras, aunque cada vez más animada también por comedias típicamente laicas.

Una atención particular requiere el desarrollo de la música en este periodo. Las iglesias protestantes, sin excluir la
católica, contribuyeron a su valoración.

1. LOS EUROPEOS Y EL MUNDO

1. Las formas de la supremacía oceánica

El proceso de relaciones marítimas entre continentes, iniciado y desarrollado en el transcurso del siglo XVI, se intensifico
en el siglo siguiente. Mas que todos los demás se distinguieron los ingleses y holandeses. El curso de la historia se
estaba modificando en gran parte gracias a las nuevas orientaciones de los tráficos. Incluso en el plano de los cultivos y
de los consumos, el trasplante de vegetales de un área a otra llego a modificar la geografía de la producción agrícola.

Aunque los objetivos de conquista religiosa no habían desaparecido, habían cedido rápidamente el primer puesto a los
económicos ya en el transcurso del siglo XVI. La mayor parte de los soberanos confundían sin más el descubrimiento
con la infeudación.

En pleno siglo XVII, los distintos gobiernos concedían siempre la soberanía feudal a las compañías privilegiadas, que se
comprometían a cumplir sus obligaciones de vasallos.

De este modo, el aspecto de varias áreas de ultramar, sobre todo costeras, era remodelado según la pauta de los usos y
de los modelos de vida vigentes en Europa. La relación de dominio que fue mas naturalmente exportada fue la señorial,
dado que se trataba de ocupación del suelo y aprovechamiento de los recursos. Sobre todo en Francia, aunque también
en Inglaterra, la dirección de las compañías coloniales fue asumida a menudo por nobles de alto linaje, mientras gran
número de aristócratas participaba en su fundación y se convertía en su accionista.

Una particular relevancia asumieron en el siglo XVII las relaciones entre los gobiernos y las compañías monopolistas que
dependían de ellos. El desarrollo del aparato estatal no solo llevo a los primeros a intervenciones directas en sus
operaciones de ultramar, sino que también los estimulo a recuperar los derechos que al principio habían sido cedidos a
las compañías, con el objetivo de someterlas a las leyes validas para todos sus súbditos. Por lo demás, los estados se
interesaron en valerse de los privilegios que habían concedido para pasar a la gestión directa de las colonias y hacer de
ellas la base de auténticos imperios. Por otra parte, estos llegaron a enfrentarse con los colonos, cada vez menos
dispuestos a sacrificarse por las exigencias de los intereses de los grupos económicos de la madre patria. Es decir, en
poco tiempo se pasaba del estadio de la expoliación o de la explotación epidérmica al de la valoración autónoma de los
recursos de ultramar, surgiendo así las contradicciones del sistema colonial. La primera solución que se siguió durante
mucho tiempo fue la de las compañías comerciales, a la que ya se había recurrido para los tráficos con el este europeo o
el Levante.

Cada compañía tenía un estatuto que aseguraba cierta disciplina de los socios y promovía la solidaridad entre ellos,
además de reservarles poderes especiales y privilegios monopolistas. Es innegable que tale estatutos desempeñaron la
función de potenciar la economía capitalista y las redes de sus relaciones internacionales.

Las compañías que solo admitían a comerciantes cualificados se distinguían de las que aceptaban a cualquier que
invirtiese su propio dinero (las primera se caracterizaban sobre todo por los estatutos y las segundas por el modo de
reunir y utilizar el capital). Cada una se reservaba la potestad de autorizar a los particulares el ejercicio de ciertos tipos de
comercio. Las compañías que operaban en territorios geográficamente dispersos nombraron gobernadores locales,
sometidos de diferentes modos a la dirección central. Cualquier representante quedaba libre para negociar
personalmente, fuera del ámbito de la compañía, y por ello podía llegar a convertirse en el competidor más temible.

En muchos casos, sus comerciantes se encontraban frente a poblaciones que no tenían de hecho la misma mentalidad
económica y con las cuales era difícil comerciar. Otra dificultad era debida a la escasa elasticidad en la disponibilidad de
mano de obra. Las compañías tuvieron que recurrir frecuentemente al reclutamiento de colonos europeos. Con todo, no
fue ciertamente esta la fuente más abundante de fuerza de trabajo, sino la esclavitud y el empleo servil de los negros sin
los cuales no habrían sido posibles ciertos cultivos rentables.

2. Portugueses y españoles

Entre 1580 y 1640, los dos reinos ibéricos tuvieron el mismo soberano. Sin embargo, ambos imperios coloniales
siguieron estando separados a pesar de sus estrechas relaciones, que se saldaron mejor sobre todo en Extremo Oriente
y en el plano del transporte de los esclavos africanos a América central y meridional.

Por esto, la organización de los tráficos lusitanos no resulto modificada sustancialmente desde 1580 en adelante. El
monopolio real siguió concediendo a cuantos participaban del comercio el derecho a embarcar cargamentos personales
de mercancías que eran, globalmente, un tanto inferiores a las transportadas por cuente del erario público. Pese a que
desde el inicio del siglo XVII las tierras de ultramar fueron proclamadas parte integrante de la madre patria, los
funcionarios locales controlaron cada vez más a su placer los comercios y la vida económica. Por un lado, las técnicas
tradicionales empleadas por los portugueses se revelaban cada vez más adecuadas; por otro, su estado se mostraba
cada vez menos capaz de salvaguardar su monopolio.

Los lusitanos nunca perdieron la costumbre de confiar la dirección de sus unidades a nobles provistos de una experiencia
más militar que náutica. Al mismo tiempo, sus naves estaban concebidas más en función de la capacidad de almacenaje
que de la resistencia al mar o a los ataques del enemigo. Además, las naves resultaban demasiado grandes para ser
seguras. De este modo, las naves portuguesas sufrieron naufragios cada vez más frecuentes y mas desastrosos.

Antes de la llegada de los holandeses e ingleses (que produjeron el bloqueo de Goa, el centro del sistema económico y
administrativo lusitano en el océano Indico), la potencia portuguesa había iniciado su decadencia.

Los dominios portugueses, territorialmente restringidos, estaban distribuidos en un espacio inmenso: protegidos por una
marina gloriosa pero de mediana entidad, no podía escapar durante mucho tiempo a los ataques de los rivales. Esto no
sucedió solamente en el océano Indico, sino también en Atlántico y particularmente en Brasil, la primera tierra en que los
lusitanos intentaron sacar provecho en el plano agrícola. La concesión semifeudal del suelo practicada por la monarquía
favorecía el régimen de las plantaciones, cuyo apoyo era el empleo de la mano de obra negra.

A mediados del siglo XVI, España era todavía la segunda nación marinera de Europa.

Como a los colonos les estaban prohibidas numerosas actividades productivas, los tejidos, el vino, el aceita, el jabón, la
lana de la madrea patria llenaban las naves que conformaban la flota de Carrera en sus viajes de ida A pesar de la
estrecha subordinación de ese comercio a la autoridad estatal, las posesiones de ultramar no constituyeron para la
industria española ningún estimulo suficiente para el desarrollo adecuado. La economía colonial siguió estando basada
en la ganadería, en las plantaciones y en las minas; por otra parte, los competidores ingleses, holandeses y franceses
lograron romper el monopolio y abastecer con sus productos al Nuevo Mundo ibérico.

El mercantilismo español se ejerció también en el Pacifico. El periodo más feliz para esos tráficos fue el de las últimas
décadas del siglo XVI y las primeras del XVII. La seda china era adquirida a un precio que justificaba la larguísima
travesía: luego se enviaba al Perú o incluso a España. También el desgaste infringido en el océano Atlántico por los
corsarios franceses, ingleses y holandeses se hizo sentir cada mas sobre el sistema de tráficos españoles.

3. Los holandeses

Sus puntos de referencia consistieron en una dúctil capacidad de iniciativa, en una flota en rápido ascenso y sumamente
competitiva, y en hacerse prácticamente insustituibles como intermediarios comerciales. Los constructores navales
holandeses se distinguieron no solo por su pericia, sino también por el sentido de la economía en el uso de los materiales
para la construcción. La suya fue una producción sistemática a gran escala. Las innovaciones más notables fueron las
aportadas al diseño del casco, además del amplio uso de cabrestantes y aparejos que permitían economizar mano de
obra. El comercio de las especias, que los holandeses supieron organizar provechosamente, represento el precioso
complemento de sus comercios bálticos.

Amberes se había convertido en el gran emporio del siglo XVI, tanto de las especias como el comercio internacional. Con
todo, esta ciudad no fue nunca un centro de astilleros importante y, por lo tanto, dependía ampliamente de las marinas
extranjeras. Tras haberse reforzado la revuelta antiespañola en los Países Bajos, resulto por eso más fácil a la flota de
las Provincias Unidas bloquear el puerto de Amberes, que además se encontraba en el interior del estuario. Obviamente,
todo ello fue ventajoso para Amsterdam que, de gran centro de pesca, y de los productos bálticos, no tardo en
convertirse en el mercado mundial de la cochinilla, del cacao, de la planta peruana y a continuación del oro brasileño,
además de las especias. Los mismos holandeses, entre finales del siglo XVI y principios del siguiente, transformaron así
su gran capacidad marítima en un instrumento de dominio intercontinental.

Los holandeses se lanzaron a través del océano por motivos coyunturales. En 1621 se llego a la constitución oficial de
una Compañía de las Indias Occidentales. Con todo, lo que intentaban era crear colonias en el continente americano, a
fin de conseguir productos de venta segura en Europa. Los holandeses se establecieron en zonas diversas y bastantes
una de otras. Su colonia más importante en la costa del Atlántico fue Nueva Holanda.

Las mayores fortunas holandesas, sin embargo, se realizaron en Asia. En 1602 fue fundada la Compañía Holandesa de
las Indias Orientales. Aun cuando a su lado siguieron subsistiendo algunas compañías menores, desde el principio esta
asumió los caracteres de máximo ente semipublico, de hecho independiente en cualquier campo. La componían seis
cámaras distintas.

En Oriente, los holandeses evitaron con cuidado comprometerse en conquistas. Se opusieron también a una autentica
emigración de tipo colonial y, como hicieron los ingleses, evitaron mezclarse con los indígenas. Su única instalación
agrícola en la ruta de las especias fue realizada en Ciudad del Cabo a partir de 1652, aunque se trato de un caso
particular. El objetivo de la Compañía holandesa fue sobre todo el de dominar los comercios y controlar la producción. No
le faltaron las naves.

La verdadera fuente de la riqueza holandesa siguió estando en Indonesia, donde la Compañía se comportaba casi como
un soberano feudal con respecto a los príncipes locales. Su política consistía en apoyarlos militarmente y controlar la
producción de las especias a través de un residente. Este control era muy rígido y despótico. En segundo lugar, los
cultivos fueron concentrados en determinados territorios. Pero los holandeses exigían también prestaciones personales
de trabajo por parte de los indígenas, aunque a estos últimos se los dejaba en posesión de casi todas sus tierras.
Finalmente, los precios de las especias, vinculados a entregas obligatorias, eran fijados para unos cuantos años y en
condiciones favorables a los holandeses.

4. Ingleses y franceses

Mientras que la marina holandesa había optado por el autentico carácter mercante, la inglesa conservo el tipo de
embarcación armada. No obstante, existió una osmosis entre ambas marinas. La flota británica se acrecentó sobre todo
en la segunda mitad del siglo XVII.

La Compañía Inglesa de las Indias Orientales vio la luz exactamente al comienzo del siglo XVII, por una reacción de los
mercados londinenses frente a un acaparamiento de las especias por parte de los holandeses, que había hecho doblar
su precio en el mercado.

Mucho antes que los holandeses, los ingleses consideraron América septentrional como una tierra destinada a poblarse.
En Virginia se empezó el cultivo se empezó el tabaco hacia 1610. Ello indujo a muchos colonos a acudir a ella, aunque
para el trabajo de las plantaciones se recurrió en seguida a la mano de obra africana. La segunda colonia, la de Nueva
Inglaterra, tuvo sus orígenes en un grupo de puritanos.

La presencia inglesa en América septentrional fue bastante diferente de la española y de la portuguesa en el resto del
continente: en lugar de conquistadores, de feudatarios o de funcionarios, fueron en su mayoría agricultores y
comerciantes. Ciertamente, la Virgina Company estaba compuesta en gran parte por aristócratas y gentilhombres, pero
casi todo ellos permanecieron en la madre patria y, en general no trasladaron a las costas americanas un tipo de
relaciones feudales. El comercio con esas colonias constituía en la segunda mitad del siglo XVII casi un monopolio para
la madre patria, que lo considero como un sector fundamental de su riqueza. Los ingleses, tampoco descuidaron las islas
atlánticas. En esos asentamientos se cultivo pronto la caña de azúcar, para lo que se requirió la mano de obra negra.

Francia fue prácticamente la ultima en dedicarse a las empresas transoceánicas. Por un lado, su comercio gravitaba en
parte en torno al tráfico mediterráneo y, por otro, sentía poco interés por las aventuras de ultramar. Desde 1604 se
constituyo la Compañía Francesa de las Indias Orientales, no obstante, antes de Richelieu, Francia no tuvo el empujo
que había caracterizado a Holanda y también Inglaterra.

La energía del ministro logro solamente resultados parciales, aunque no despreciables, como los asentamientos en
Guayana, en las Antillas (1626) y en el rio San Lorenzo (donde en 1641 fue fundada la ciudad de Montreal). Richelieu
también dio impulso a la emigración a América y por consiguiente a la colonización. Esta, sin embargo, se enfrento en
Canadá con la resistencia de los iroqueses.

Un nuevo impulso fue dado a la expansión francesa por Colbert a partir de 1664, en particular a través de numerosas
compañías (sobre todo por la Compañía de las Indias Orientales y por la de las Indias Occidentales). Era natural que su
gestión fuese también gubernativa y que se encontrase inserta en la organización estatal. A través de su intervención, el
estado intento realizar objetivos no solo económicos, sino también políticos y estratégicos.

Por consiguiente, los contactos entre Europa y los demás continentes se ampliaron de modo muy notable en el
transcurso de siglo XVII. A ello contribuyo también la nueva política de la Santa Sede, que en 1622 decidió crear un
órgano especial para la coordinación de las misiones: la Congregación de Propaganda Fide. Anteriormente estaba en
vigor el régimen de patronato, que dejaba a cada estado colonizador el control de los religiosos que se dedicaban a la
difusión del cristianismo. Los nuevos vicariatos apostólicos empezaron a ser instituidos a partir de 1658: su presencia se
hizo sentir particularmente en zonas de reciente evangelización. Sin duda alguna, dejando aparte a comerciantes y
misioneros, así como ciertas zonas de América, la penetración europea siguió siendo bastante marginal en ultramar,
cuando no era además epidérmica.

Los europeos, pues, habían penetrado aun de un modo parcial en los demás continentes, igual que en un océano como
el Pacifico, cuyo control se les escapaba casi totalmente. Sin embargo, hay que poner en evidencia la penetración rusa
en Asia, iniciada ya en el siglo XVI, aunque prosiguió sin cesar en el siglo siguiente.

2. PERFIL ECONÓMICO Y SOCIAL DEL SIGLO XVII

1. La aclimatación animal y vegetal

En el cuadro de los intercambios internacionales no se tuvieron que registrar solamente modificaciones radicales en los
circuitos comerciales instaurados en el siglo XVI, sino también novedades importantes en los cultivos de los distintos
continentes. Se verifico, en efecto, una vasta aclimatación entre unos y otros, facilitada por el hecho de que los traficos
europeos se situaban en puntos de zonas muy diversas, pero entonces relacionadas entre si.

Si la aportación animal resulto claramente ventajosa por parte de los colonizadores, las tierras americanas prevalecieron
ampliamente en el plano vegetal.

2. Los alimentos

A causa de la preocupación cada vez más aguda por asegurar el alimento necesario a una población en aumento, el
siglo XVI había visto disminuir los pastos y aumentar la superficie cultivada de cereales. Si los granos constituyeron el
alimento básico en el siglo XVII, en el campo se tuvo que registrar a veces el fenómeno de la mortalidad por desnutrición.
Sobre todo en las zonas donde la propiedad campesina estaba muy fragmentada, las familias no podían contar con un
aprovisionamiento seguro y suficiente.

El transporte de los víveres por tierra a grandes distancias era costoso y lento, ya que debía ser efectuado a lomo de
mulo o por medio de carros. En cambio estaba en progresiva expansión los transportes marítimos, tanto de sal y de trigo
como de vino, aceite, queso y pescado salado. El aceite y el vino atravesaron incluso el Atlántico, el segundo seguía
siendo objeto de un comercio en Burdeos e Inglaterra. Los holandeses se pasaron a la cerveza, con todo, se
distinguieron mas por su iniciativa en el campo de la pesca, que comenzó a declinar en el siglo XVII (un capítulo aparte lo
constituía la pesca del bacalao en aguas islandesas). Los grandes competidores de los holandeses eran los hanseáticos
que, sin embargo, no tardaron en ser claramente superados.
En el transcurso del siglo XVII, la tendencia consolidada en el siglo anterior de extender los cultivos de cereales llego
primeramente a su punto más alto y luego empezó a retroceder. En efecto, la situación general estaba caracterizada por
fenómenos que contrastaban entre sí. Por un lado, algunas grandes ciudades estaban haciéndose más populosas: los
abastecimientos constituían un problema más serio para las capitales más grandes.

Por otro lado el incipiente estancamiento demográfico del siglo XVII provocaba la caída de los precios de trigo desde
Inglaterra hasta Alemania y desde Francia hasta Italia. Mientras que algunas zonas se abandonaban a causa de tales
fenómenos, otras empezaban de nuevo a pasar de los cultivos a los pastos. No sorprende el hecho de que en esta fase
de depresión agrícola, al disminuir las superficies cultivadas y los beneficios correspondientes, los propietarios de las
tierras intentasen aumentar las cargas que pesaban sobre los campesinos. También en el ámbito de los cultivos,
Holanda e Inglaterra se distinguieron bastante claramente de los demás países de Europa centrooccidental. Desde el
siglo XVI, la agricultura holandesa se había desarrollado como consecuencia del drenaje de extensos tramos de campo,
del empleo del nabo y del trébol como forrajes para los animales y de la una rotación de cultivos más intensa. De modo
análogo, en Inglaterra, sobre todo en el siglo XVII, se realizaron grandes mejoras. Las enclosures (o vallados de la tierra),
que en la isla habían estado prohibidas hasta 1640, empezaron otra vez a difundirse desde entonces rápidamente. Como
consecuencia de la introducción de nuevos tipos de cultivos y de pastos, se acrecentó la producción de los géneros
alimenticios, en particular del trigo y de la carne, además de los forrajes.

3. Los hombres

El final del siglo XIV represento un momento de clara disminución, seguido por un estancamiento, y luego por una
decidida recuperación, que culmino a finales del siglo XVI. En cambio, el siglo XVII marco sustancialmente un nuevo
estancamiento, en algunos casos una caída demográfica, antes de producirse el renovado y gran impulso del siglo XVIII.

Ante todo, la mortalidad fue claramente mayor en el siglo XVII que en el siglo anterior, principalmente la infantil.

La guerra de los Treinta Años provoco una parada brutal del desarrollo demográfico en Polonia y en Alemania. Un
retroceso análogo, aunque no tan grave, se observo también en otros países europeos. La peste de 1630 redujo en más
de un tercera parte a las poblaciones de las ciudades italianas. También podemos añadir las pérdidas humanas
causadas por las devastaciones que acompañaron a los turbulentos años de la Fronda (1648-1653) u otros descensos
demográficos como los que se registraron en Dinamarca en torno a 1650, en Inglaterra por la viruela.

La emigración del campo a la ciudad actuó de modo muy decisivo, sobre todo hacia las capitales, como lo ilustran
principalmente los centros de Paris y de Londres. En contrapartida, sin embargo, la intolerancia religiosa provocaba
desplazamientos más o menos forzados de poblaciones enteras u de grupos importantes.

4. Las tendencias de la economía

En el siglo XVII, al contrario del anterior, no se presenta para Europa como una fase de desarrollo y de expansión, a
pesar de ampliarse e intensificarse los intercambios con los demás continentes. Si se quiere explicar la evolución de la
situación económica, es más probable que se logre mejor si se analiza el contexto general. Se observa que el aumento
de las especias en Extremo Oriente, la equiparación de la relación asiática oro-plata con la europea, el freno impuesto
súbitamente a los productos europeos en el mercado mexicano contribuyeron al estancamiento por lo menos relativo de
los intercambios.

No obstante, fue decisivo el hecho de que la modificación de los circuitos intercontinentales no fue menos importante
para la misma Europa que las mutaciones que se verificaron en su interior. Los historiadores de la economía ven en el
siglo XVII una constelación de depresiones sin tener en cuenta que, particularmente sensible en España y en Italia, ya se
verifico una a finales del siglo XVI con el declive de las importaciones de metales preciosos de América. En el siglo XVII,
por otra parte, la economía castellana acuso bastante bruscamente el final de un periodo de expansión, así como de un
retroceso demográfico y dificultades financieras.

La economía mundial de España, tras haber condicionado el desarrollo europeo del siglo XVI, lo influenciaba ahora más
bien negativamente mientras su flota mercante declinaba de modo claro. Con todo, las dificultades que padecieron los
países meridionales no dependieron solamente de la trayectoria seguida por España. En el mediterráneo, en efecto,
repercutió en las primeras décadas del siglo XVII la llegada masiva de holandeses al océano índico, su acaparamiento de
las especias y de los mismos productos del mercado persa, que ahora llegaban a Ámsterdam por la ruta atlántica. Por lo
demás, las marinas mediterráneas cedían el paso en aguas de Levante a la victoriosa competencia de las naves
holandesas e inglesas. Se resentían en particular las exportaciones italianas y, por consiguiente, la misma producción de
la península. En el mismo periodo, la economía balcánica acusaba también un notable estancamiento. En suma, aun
cuando Europa entera fue invalidad progresivamente por una oleada de crisis en la primera mitad del siglo XVII, en los
países septentrionales no se verifico una autentica disminución de las fuerzas comerciales.

Como en los periodos precedentes, también en este las monedas de oro y de plata eran objeto de circulación popular,
sino que tendían a concentrarse en manos de quienes se ocupaban del comercio externo. A escala europea, el metal
precioso provenía sobre todo de España, aunque las exigencias de las transacciones lo enviaban constantemente hacia
Oriente, tanto a través del Báltico como por la vía del Levante y el cabo de Buena Esperanza.

Por esto no resulta paradójico el hecho de que en Europa se emplease cada vez más el cobre para la acuñación de la
moneda.

En el transcurso del siglo XVII, los imperativos religiosos cesaron también de ejercer su primacía sobre la actividad
económica, aunque la noción de justo precio siguió estando viva y siguió inspirando la política de las autoridades, sobre
todo en el campo de la alimentación.

5. Los comercios

A pesar de los progresos realizados en los tráficos terrestres, estos fueron turbados tanto por lo frecuentes y prolongados
conflictos bélicos como por fenómenos naturales. Sin embargo, este fenómeno no era paragonable con el incremento
registrado del tráfico marítimo de mercancías voluminosas.

Interesante fue el desarrollo seguido por el comercio de la lana inglesa y de sus productos. Los ingleses empezaron a
hacer también la competencia a los holandeses en el Báltico. El esfuerzo holandés dedicada al Báltico fue muy notable.
Por otro lado, para los comerciantes de Dantzig y de los puertos hanseáticos orientales, que debían exportar mercancías
voluminosas, la disponibilidad de la capaz y numerosa flota holandesa era caso indispensable. A fines del siglo XVII,
tanto los tráficos entre Europa septentrional y Francia como gran parte de los tráficos ingleses en el mismo sector
estaban todavía en manos de los holandeses.

Uno de los principales artículos casi monopolizados por ellas era la madera. Los holandeses operaban también
activamente en el Ártico: una compañía especializada se constituyo para la caza de la ballena y el comercio del aceite
que se obtenía de ella.

Las marinas nórdicas fueron muy activas en el Mediterráneo. Hay que mencionar también a los franceses de Marsella.

Así pues, el Mediterráneo era un teatro de intensas corrientes de intercambio y de esa zona y en particular de Italia los
países nórdicos copiaron la técnica comercial, sobre todo en el campo de la contabilidad. La expansión de este
capitalismo comercial favoreció innegablemente también la reorganización de la producción industrial.

6. Mercantilismo e industrias

El siglo XVII se distinguen en el plano económico por la supervivencia de visiones de tipo feudal o municipal que, por la
vastedad de sus aplicaciones, dieron vida a fenómenos en gran parte nuevos. En el siglo XVII, en efecto, algunos
gobiernos de grandes estados actuaron basándose en la convicción de que constituía una de sus funciones disciplinar
según determinadas nomas la actividad económica de sus propios súbditos. Uno de los criterios directivos fue el de
controlar el volumen de las importaciones y desarrollar las exportaciones. Por esta vía se llego a tener muy en cuenta la
balanza comercial e intentar equilibrarla con la producción agrícola e industrial. Pero estas ambiciones no podían dejar
de traducirse en incentivos para conflictos armados. La agresividad económica que estaba fuertemente implícita en ello
llevaba a la guerra propiamente dicha cuando ya no eran los particulares los que se inspiraban en esa idea, sino los
gobiernos. En efecto, la guerra apareció como la desembocadura natural de las rivalidades económicas y el comercio
con su prolongación por diversos medios. Esquematizando: a los motivos dinásticos de los conflictos propios de la
Europa de los siglos XIV y XV y a los confesionales del siglo XVI se unieron entonces los específicamente económicos.

Para los ingleses y franceses, la desorbitante actividad marítima de los holandeses era incompatible con la noción de
soberanía economía. Para los holandeses, en cambio, la razón de estado estaba subordinada a los intereses privados
del comercio, en tanto que el bienestar público no era conciliable con las exigencias y políticas de los gobiernos
monárquicos.

Casi opuesta era la situación de Francia, desde hacia tiempo orientada hacia el proteccionismo. Aunque allí se había
formado una comunidad de negociantes bastante numerosa, esta no logro tener influencia en la política del país. En
Inglaterra, en efecto, el rey y sus consejeros sabían que debían tener en cuenta el Parlamento, sumamente sensible a
múltiples intereses locales e inmediatos. En Francia, en cambio, el interés del soberano y de los aristócratas por el
comercio era preferentemente político y fiscal.

En el transcurso del siglo XVII, la organización de la industria siguió llevando no obstante, un retrasado bastante
considerable con respecto a la del comercio. Solo en Inglaterra y en Holanda la industria logro sustraerse al control de las
guildas y responder de un modo más ágil a las exigencias de la demanda y de la moda. El grueso de la actividad
manufacturera, el sector textil, siguió siendo de tipo artesano o incluso domestico. A pesar de algunos momentos de
crisis, la industria textil inglesa fue bastante prospera, además de estar protegida por las medidas gubernativas. Esa
industria supo sacar un gran partido también de la inmigración de numerosos oriundos de los Países Bajos meridionales,
que afluyeron a varios centros y, sobre todo, a Londres desde finales del siglo XVI en adelante. En el campo de la
producción sedera, la italiana siguió siendo la más destacada y mejor provista de materia prima. En el sector metalúrgico,
no solo se acrecentaron las dimensiones de los hornos, sino también su eficiencia. La industria del cobre y del hierro
resulto notablemente estimulada en Suecia a causa de las necesidades bélicas: la de las láminas estañadas fue
importada desde la zona de bohemia a Francia e Inglaterra. La introducción de la industria de la fundición tanto en
Inglaterra como en Suecia contribuyo a desplazar a favor de los países nórdicos el equilibrio económico europeo.

El carbón, a partir del siglo XVI, había empezado a sustituir a gran escala a la madera como combustible, al menos en
Inglaterra y en la parte septentrional de Francia.

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