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ESPIRITUALIDAD CRISTOCÉNTRICO-TRINITARIA

DE LA VIDA CONSAGRADA

Situados en el Plan Global del trienio 2015-2018, de Confederación Latinoamericana y


Caribeña de Religiosas y Religiosos (CLAR), que se inspiran en el icono bíblico de la
Visitación, para luego asumir como lema este deseo “salgamos aprisa al encuentro de la
vida”, vamos a abordar el tema que me pidieron les ayude en su reflexión: “Algunas
expresiones de una espiritualidad cristocéntrico-trinitaria de la vida consagrada”
(fundamentación espiritual).

Quiero descubrir con ustedes las expresiones de una espiritualidad centrada en Jesús donde
Dios se ha hecho visible en sus palabras y en sus obras. Para ello, les propongo seguir el
itinerario de vida espiritual de Felipe tal como aparece en el evangelio de Juan.

Les muestro el trayecto:

[1] El punto de partida del trayecto: El Hijo es el revelador del Padre. En Jn 1,18
encontramos esta indicación: A Dios nadie le ha visto jamás: El Hijo unigénito, el que está
en el seno (kolpos) del Padre, él lo ha revelado (exegeomai).

[2] Testimonio de Juan Bautista – Trinidad en acto: He visto al Espíritu que bajaba como
una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. El que me envió me dijo: Aquel sobre quien veas
que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo le he
visto y doy testimonio de que ése es el Elegido de Dios (Jn 1,32-34).

[3] Mirada puesta en Jesús: Fijándose en Jesús que pasaba, dice Juan: “He ahí el cordero
de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al
ver que le seguían, les dice: “¿Qué buscan?”. Ellos le respondieron: ¿Maestro dónde vives?
Les respondió: “Vengan y vean”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel
día (Jn 1,36-39).

[4] Encuentro de Jesús con Felipe: Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea y
encuentra a Felipe. Y Jesús le dice: “Sígueme”. Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés
y Pedro. (Jn 1, 43-44).

[5] Felipe comparte su experiencia con Natanael: Felipe encuentra a Natanael y le dice:
“Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado:
Jesús, el hijo de José, el de Nazaret. Le respondió Natanael: “De Nazaret puede haber cosas
buenas? Le dice Felipe: “Ven y lo verás” (Jn 1, 45-46).

[6] Mirada puesta en la multitud: Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha
gente, dice a Felipe: “Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos? Se lo decía para
probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan
no bastan para que cada uno tome un poco” (Jn 6, 5-7).

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[7] Algunos griegos quieren ver a Jesús: Había algunos griegos de los que subían a adorar
en la fiesta. Entonces se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: “Señor,
queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a
Jesús. Jesús les respondió: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre”.
[…] Vino entonces una voz del cielo: “Le he glorificado y de nuevo le glorificaré”. (Jn 12,
20-23.28).

[8] Muéstranos al Padre: Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Le dice
Jesús: ¿Tanto tiempo estoy con ustedes y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre
y el Padre está en mí? Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que
permanece en mí es el que realiza las obras. Créame, yo estoy en el Padre y el Padre está en
mí. En verdad, el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún,
porque yo voy al Padre. […] Yo pediré al Padre que les dé otro Paráclito para que estén con
ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no
le ve ni le conoce. Pero ustedes le conocen, porque mora con ustedes y estará en ustedes. (Jn
14,8-14).

En este itinerario espiritual propuesto reconocemos la presencia de Jesús, del Padre y del
Espíritu Santo en estrecha relación con el discípulo, en este caso con Felipe.

Por qué elegimos a Felipe para construir este itinerario de una espiritualidad cristocentrico-
trinitaria. En primer lugar, porque en el Evangelio de Juan, es el único discípulo que
originalmente recibe la invitación de Jesús a su seguimiento. Jesús es quien toma la iniciativa,
se acerca junto a él y le dice: “sígueme”. En segundo lugar, Felipe es un hombre inquieto,
que no se contenta con pocas cosas. Es capaz de enfrentarse con un Natanael incrédulo; se
encuentra en el aprieto de providenciar los panes para la multitud agolpada en torno al
maestro; pide a Jesús que le muestre al Padre y tal deseo le será suficiente; a su vez, se
encontrará en el mismo aprieto hecho por los griegos al manifestarle sus deseos de ver a
Jesús.

Felipe es el prototipo del religioso contemporáneo que la humanidad busca y espera hoy. Un
hombre que pueda estar a la altura de Natanael para acompañar a los pensadores inquietos de
nuestro tiempo, llevándolos a descubrir en Jesús la respuesta verdadera a sus interrogantes.
Un hombre con los pies en el suelo, aunque su lectura de la realidad no le cierra los cálculos,
confía al maestro su visión del mundo: “lo poco no alcanzan para que la multitud coman un
poco”. Un hombre con un deseo esencial: ver a Dios y eso le será suficiente. En la escuela
del maestro aprenderá a descubrir la encarnación y el gesto humano de este deseo fontal.

Retomemos el itinerario para descubrir en él algunos elementos fundadores.

1. El Hijo Jesús es el revelador del Padre.

Como hemos indicado precedentemente, el punto de partida es la revelación del Padre por el
Hijo. Se trata de una revelación profundamente particular porque los términos kolpos
(entrañas) y exégeomai (narrar, mostrar e interpretar) están reunidos para evocar una realidad.

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Por un lado, desde las entrañas más profundas del Padre, el Hijo nos da a conocer a su Padre.
Este conocimiento no se agota en un entendimiento racional, sino el término exegéomai alude
a las tres grandes expresiones del ser humano: el acto de narrar, mostrar e interpretar.

Jesús es el narrador (testigo) del Padre. De ahí, el conocimiento que surge o viene de las
entrañas del Padre, es narrado a través de la palabra. En el Evangelio de Juan, aparece un
ligero cambio en la comprensión del acto de narrar. Jesús no cuenta un evento que sucedió
en el pasado, sino un acontecimiento que él vive continuamente con el Padre. Jesús sitúa su
acto de narrar en un presente continuo, es decir, el evento del cual él alude sigue sucediendo
incluso, para el lector del Evangelio. Se trata de un relato abierto en el que Dios aún no ha
cerrado su historia. De ahí, el acto de contar se refiere a un acontecimiento que se está
realizando actualmente, en un tiempo presente, como una realidad permanente.

Jesús muestra al Padre. La segunda acepción, alude al acto de develar o mostrar. Evoca la
capacidad de hacer ver, muy propia de la pintura, del ámbito figurativo, de las imágenes y de
la fenomenología. Aquello que él devela (muestra), es el misterio de Dios encarnado, un
misterio escondido hasta el presente en Dios. Se trata de un arte visual que permite captar el
‘ser mudo’ sin imponerle un lenguaje ya acabado. El acto de ver permite acercarnos a lo
inexplicable. Es aprender a ver el mundo a través de las miradas de Jesús, quien nos acerca
a la fuente de toda visión (Dios). Un modo de pensar este acto de ver es el arte. El pintor
extiende ante nosotros el mundo percibido. El pintor presta su cuerpo a aquello que él ve y,
así, transforma lo visible en pintura. Es decir, se produce la fusión de la percepción del artista
con lo visible percibido. Podemos decir que Jesús hace que lo que él ve en el seno del Padre
se exprese y, por tanto, es capaz de humanizarlo. El pintor no es un imitador de lo invisible,
sino que lo hace visible.

Jesús pone en escena al Padre y hace su obra. En fin, la tercera acepción es interpretar,
que dice relación al teatro y a toda expresión corporal. Hay dos niveles de la teatralidad
corporal de Jesús. Por un lado, Jesús trabaja en la obra del Padre y hace las cosas del Padre.
Dios no cesa de actuar y sigue operando en bien de la humanidad. Y Jesús precisa: “yo
también trabajo”. De esta manera, Jesús participa de la obra del Padre: una obra de amor que
todavía está haciéndose y que atraviesa el momento presente. Por otro lado, Jesús muestra,
revela, poner en escena al mismo Padre (quien me ve a mí, ve al Padre, Jn 14,9).

Jesús propone un teatro de la vida radicalmente nuevo. La magia del teatro nos sitúa en el
acto de la auto-transfiguración capaz de cambiar la vida, un tal acto tiene su origen en el
deseo (en tanto energía trans-expresiva) del ser humano de vivir plenamente. Nicolás
Evreinoff, en su obra ‘El teatro en la vida’, se refiere a la epifanía o “la auto-transfiguración
del cuerpo [donde] reside el secreto de la verdadera influencia vivificante del teatro, de su
poder curativo” (p. 129). Es decir, Jesús, al poner en escena al Padre, no hace una imitación
de él, sino él mismo se ve transfigurado, porque lleva en su cuerpo la manifestación
vivificante del mismo Padre.

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2. El testimonio de una Trinidad en acto.

Juan Bautista es testigo de la acción del Espíritu que baja y queda sobre Jesús, el cordero de
Dios. El apelativo “cordero de Dios” tiene un contenido muy rico: subraya la inocencia, la
pureza, la dulzura y la docilidad. En el mundo de los sacrificios judíos, evoca la idea de un
cordero inmolado en el templo. Identificando este cordero con Jesús, san Pablo dirá: “Cristo
nuestra Pascua ha sido inmolado” (1Cor 5,7). El auditor atento podrá reconocer en la
afirmación de Juan Bautista al servidor sufriente de Isaías 53, que compara a un cordero,
ofreciendo su vida en sacrificio y carga sobre sí el pecado de muchos hombres. Este cordero
es el cordero de Dios, pertenece a Dios. Su presencia constituye la liberación de Dios. En la
expresión de Juan Bautista se hace alusión al cordero pascual y al servidor sufriente,
designando así a todo el ministerio mesiánico de Jesús.

Juan Bautista atestigua al mismo tiempo que Jesús es este servidor misterioso prometido por
el Padre y sobre quien reposa en permanencia el Espíritu. Además, Juan es advertido por la
voz de quien lo envió que, sobre quién baja el Espíritu y reposa en permanencia sobre él, ese
bautiza con Espíritu Santo. El Espíritu que reposa y actúa a través del enviado y ungido de
Dios, es de un poder actuante, revelador, regenerador y un acto que testimonia la presencia
de Dios en medio de su pueblo. El ungido de Dios manifiesta, por su presencia actuante, la
misma presencia actuante de Dios en medio de su pueblo.

Originalidad, cuerpo y espíritu están en estrecha relación. La vida religiosa encuentra su


sentido en esta tradición y descubre que más allá de un rito de agregación (o con-gregación),
se abre para ella un acto de expresión corporal: un cuerpo encarnado y ungido que vive al
ritmo de la originalidad desbordante de Dios. El espíritu en permanente reposo sobre el
Ungido es la expresión más noble del religioso en medio de este mundo. Se trata de una
transparencia discreta e imperceptible como Juan Bautista señala al desconocido en medio
del mundo con estas expresiones “en medio de ustedes está uno a quien no conocen” (Jn
1,26), pero precisamente este desconocido es el ungido, el cordero de Dios, el elegido de
Dios y sobre quien reposa en permanencia el Espíritu Santo. Es la expresión de una discreta
encarnación, el mundo del religioso convertido en un gran monasterio al ritmo de una
ferviente oración y del servicio generoso al hermano.

3. Entre la mirada y la permanencia

Retengamos este movimiento entre la mirada de Juan y la permanencia de los discípulos. Por
un lado, el texto dice: Juan Bautista se encontraba de nuevo allí. Fijándose en Jesús que
pasaba, dice: “He ahí el cordero de Dios”. Por otro lado, a la pregunta de los discípulos:
“¿Dónde vives? Y la respuesta de Jesús: “Vengan y vean”. El relato concluye: “Fueron,
vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día” (Jn 1,38-39). Se trata de fijar los ojos en
Jesús en su acto de atravesar el espacio y ponerse en camino para permanecer con él. Tanto
Juan Bautista como los dos discípulos buscan el reposo en Jesús, mientras que Jesús está en
un continuo movimiento.

Para el religioso contemporáneo, contemplar a Jesús no será en la adoración perpetua de un


acto inmóvil, sino en los trazos de la vida cotidiana. Fijar los ojos en Jesús dispone al
espectador atento de un movimiento corporal capaz de reposar la mirada entre los actos de
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alguien que atraviesa y dirige sus pasos por dónde circula la vida humana. Se trata de seguirle
con los ojos abiertos para señalarlo por donde él pasa. Aquí es donde entra en contacto la
percepción del espectador-amigo con el pasaje del ungido que, de pronto emerge la confesión
más noble y la expresión más sincera de alguien que se encontró sobrecogido por él: “he ahí
el ungido de Dios”, capaz de arrebatar la desnuda visión del espectador atento que se descubre
visitado.

4. Cercanía y seguimiento

El encuentro de Jesús con Felipe marca el punto de partida de un proyecto humano que se
construye en una red de relaciones. Jesús apela a Felipe a dar un paso decisivo: “sígueme”.
No le pide que siga una doctrina ni le exige el aprendizaje conceptual de un cúmulo de
fórmulas secretas. Jesús se acerca junto a él, le invita a la confianza, al abandono, a fiarse en
él, a romper sus andamios anteriores y disponerse a ir detrás de él, fijar sus ojos en él, convivir
con él, permanecer con él el resto de su vida. El impulso de su vida, sus deseos más luminosos
y todavía inciertos, se desplegarán y se expresarán yendo detrás de alguien, de aquel que se
le acercó un día para arrebatarlo y atraerlo hacia sí.

Según las expresiones de Luis Aute, en su música el arrebato, se hace patente este éxtasis
que envuelve el acto de vivir en compañía del amado: “Contigo quemaré los días y encenderé
las noches, los soles serán energía, las lunas, un derroche... Contigo sé que volveré a sentir
el arrebato, el arrebato de vivir. Demoraremos el ocaso huyendo de las prisas, yo quiero
amarte paso a paso, con pausas insumisas... Contigo encontraré el sentido del duelo entre
contrarios, y perderé lo resentido amando al adversario... Tú me dirás que has elegido los
mares del corsario, yo te diré que he preferido las olas de tu acuario... Contigo atraparé los
sueños que fueran clandestinos, aquellos que aún no tienen dueño, acaso el torbellino... Y
mantendremos el empeño de combatir molinos, que la razón, sin el ensueño, produce
desatinos...”.

5. El éxtasis de comunicar a otros

Felipe es atraído por la cercanía y la calidez humana del maestro que lo ha invitado a seguirlo.
Es la expresión de la belleza. Lo propio del artista es comunicar la belleza que descubre y le
envuelve, no puede quedarse consigo lo que ve y le habita. Felipe descubre el sentido de su
vida, reconoce que no puede quedarse con este encanto que le desborda; por eso, le hace salir
de sí buscando a alguien quien sintonice con él de la atmósfera de lo sublime, aquello que
excede de belleza y le da sentido a su vida. Su encuentro con Natanael es la evidencia más
profunda del drama de alguien que tiene tanto que compartir el excedente de transcendencia
que descubre en el seguimiento a Jesús, pero su interlocutor está distraído en ruidos de
sospechas, descréditos generacionales y estructuras culturales racistas. Le respondió
Natanael: “De Nazaret puede haber cosas buenas? La genialidad de la respuesta de Felipe es
remitir a su interlocutor a la originalidad de la experiencia: “Ven y lo verás” (Jn 1, 45-46).

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6. Cuando no cierran los cálculos numéricos

En el relato de la multiplicación de los panes, de nuevo Felipe es protagonista de un episodio


que es central en la vida mesiánica de Jesús. Aquel que toma parte de la comida pascual
confiesa su fe en el Dios liberador. Jesús es la realización plena de esa comida pascual y se
ofrece a la multitud en tanto pan vivo, invitándola a trascender y llevándola más allá de su
cotidiana necesidad: “el que venga a mí, no tendrá jamás hambre, y el que crea en mí, no
tendrá nunca sed”. (Jn 6,35).
Observemos el arco que se tensa entre la mirada compasiva de Jesús a la multitud que viene
junto a él y los cálculos de Felipe al evocar la cruda realidad que, para dar de comer a cada
uno un poco haría falta más de doscientos denarios de pan; es decir, el importe necesario de
doscientos jornales de trabajo (Mt 20,2). Podemos notar en este episodio la línea divisoria
entre una vida religiosa escéptica de lo que Jesús puede hacer y, en el caso de Felipe, de una
vida religiosa que sabe que los números no cierran, pero es capaz de abrirse a la novedad,
aún cuando los medios sean insignificantes. Felipe, también Andrés, son testigos y partícipes
de un acto de fe. Jesús introduce a todos en la lógica del don: toma en sus manos los panes
del muchacho, da gracias y los reparte.

Una vida religiosa que se instala en el ámbito del pesimismo, el cálculo estadístico de los
números de sus miembros, el miedo a abrir nuevas fronteras de servicio y tantas otras
seguridades que se ven amenazadas, paralizan el espíritu interior, devuelven escépticos y en
muchas ocasiones se congratulan por la mundanidad y la mediocridad. No hay lugar para la
creatividad ni para el asombro. Pero, por otro lado, una vida religiosa radiante que se abre a
la lógica del don es capaz de sorprendernos todavía con la frescura y la novedad del
Evangelio. Para ellos, no todo está perdido, sino todo está por hacerse. Es el poeta que habita
este mundo, señalándonos en medio de la multitud, dónde están los frescos del lavatorio de
los pies, dónde se está poniendo en escena el acto de la mujer pecadora, dónde habitan los
hermanos Lázaro, María y Marta. Y, dónde Jesús, una y otra vez, va camino a Jerusalén.

7. Queremos ver a Jesús

En el relato de la entrada de Jesús a Jerusalén, Felipe, de nuevo es testigo de un acto que


merece nuestra atención. Unos griegos que venían también a Jerusalén para la fiesta se
dirigieron a Felipe y le rogaron: “queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). En las expresiones de
Alessandro Pronzato, en su obra “La seducción de Dios” encontramos los trazos de la
epifanía de la vida religiosa. Dice el autor: “Queremos ver a Jesús”. Esta es la exigencia, la
demanda más urgente – aunque inconfesada – del mundo de hoy frente a la vida religiosa. A
nosotros nos corresponde satisfacer esta exigencia. Nosotros los “buscadores de Dios” somos
invitados a comprometer también a los demás en esta aventura fascinante. La vida religiosa
o es una epifanía, manifestación de Dios, o es una pobre academia espiritual, miserable
cadena de montaje de obras”.

Prosigue el autor, “si la búsqueda excesiva de Dios constituye la razón de ser de nuestra
congregación religiosa, me parece que compartir nuestros ‘descubrimientos’, representa la
meta natural de nuestros itinerarios”. En este ámbito, hemos de aplaudir los trabajos que
hacemos entre las congregaciones, los servicios inter-congregacionales. Muchas
congregaciones se juntan en redes y servicios para diseñar juntos un proyecto común.
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Tú que has abandonado todo para lanzarte a esta aventura, tú que te has jugado toda tu vida
en esta apuesta por la ‘perla preciosa’, da a conocer ahora lo que has encontrado. Explica los
resultados de tus exploraciones. Hay quien espera. “Queremos ver a Jesús”. Tú que eres de
Betsaida de Galilea, debes conocerlo bien, eres de su raza. Por tanto, encárgate tú. Si el Señor
no te ha decepcionado, procura a tu vez no decepcionar las esperanzas de los hermanos.

El autor nos lanza este desafío: “Intenta imaginar que alguien te aborda hoy y te lanza el
mismo ruego que hicieron a Felipe: “quisiera ver al Señor”. Está atento, que no hay excusas.
Te toca a ti proveer. Felipe, que era de Betsaida de Galilea. Eres de su pueblo. Debes
conocerlo bien. Has dejado todo para buscarlo. Has recorrido un largo camino. No puede ser
que, ahora, no estés en disposición de responder a esta pregunta… elemental”.

8. Muéstranos al Padre y nos basta

“Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (v. 8). El anhelo de Felipe es el anhelo humano, el
último de todos los deseos, lo absolutamente único que puede saciarnos y ser la respuesta de
todas las preguntas: Señor, muéstranos a Dios, que tú llamas “Padre”. Felipe pide ver a Dios,
no en el más allá, sino en el tiempo actual, mientras está todavía en la tierra.

La respuesta de Jesús es elocuente: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Jesús es la


realización del amor de Dios. Jesús desborda toda promesa, él mismo es la presencia de Dios
en el mundo. Dios sólo es visible en el hombre Jesús. Quien lo ve y lo sigue, ve y sigue a
Dios. Dios se ha hecho visible en sus palabras y en sus obras. En la medida en que el discípulo
descubre en Jesús la visibilidad de Dios obrando como el mismo Jesús, se hará realidad el
deseo de ver a Dios: lo estará experimentando en su propia vida de entrega al amor, porque
"Dios es amor" (1Jn 4,8).

Continúa Jesús: “el Padre que permanece en mí, él mismo hace las obras”. El Padre ejerce su
actividad creadora a través de Jesús. Él, a partir de su propia experiencia, propone las
“exigencias” que Dios le pide a él. La plena identificación que existe entre el Padre y el Hijo
es causa de que Jesús no hable ni obre "por cuenta propia". Es Dios mismo el que actúa a
través de Jesús.

Jesús insiste en su total identificación con el Padre, y, como último criterio, nos remite a sus
obras (Jn 10,37-38). Quien reflexione sobre ellas no tendrá más remedio que concluir que
son de Dios. Su amor "hasta el extremo" (Jn 13,1) es la más clara demostración de su unidad
con el Padre (Jn 17,11). Las obras son la única prueba de la honradez de nuestras palabras.

Los discípulos harán obras como las suyas, y aún mayores, porque desde su nueva condición
de resucitado él seguirá actuando con ellos. Las obras no serán fruto únicamente de la acción
de los suyos, sino principalmente de su oración junto al Padre. Los discípulos no están solos
en su trabajo ni en su camino.

P. Ricardo JACQUET SJ
Conferpar 2018
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