UMBRAL . Revista de Educacin, Cultura y Sociedad
PACHSE (UNPRG) Lambayeque. Afo TV N° 7 diciembre 2004 pp 169-171
No recuerdo con certeza
cendindo fue la primera vez que me
dicuenta de su existencia, Pero si |
‘no me equivoco, fue cierta tarde
de invierno en un tranvia que
atravesaba un battio popula, |
Cuando me abusro de mi
pieza y de mis conversaciones
habituales, suelo tomar algin
tranvia cuyo recortido desconozca
yppasearasi porla ciudad. Esa tarde
ievaba un libro por si se me
antojara leer, pero no lo abri
Estaba lloviendo esporidicamente
yel tranvia avanzaba casi vacfo. Me
senté junto a una ventana,
limpiando un boquete en el vaho
del vidrio para mirat las calles,
No recuerdo el momento exacto en que ella
se senté a mi lado, Pero cuando el tranvia hizo alto
en una esquina, me invadié aquella sensacién tan
cortiente, y sin embargo misteriosa, de que cuanto
veia, el momento justo ysin importancia como era,
Jo habia vivido antes, o tal vez sofiado, La escena me
parecié la reproduccidn exacta de otra que me fuese
conocida: delante de mi, un cuello ollizo vertia sus
pliegues sobre una camisa deshilachada; tres 0 cuatro
[personas dispersas ocupaban los asientos del tranvia;
‘en laesquina habia wna botica de barrio con sulletreto
Inminoso, y un carabinero bostez6 junto al buzén
rojo, en la oscuridad que cayé en pocos minutos.
Ademis, vi una zodilla cubierta pot un impermeable
verde junto a mi rodilla
Conocia la sensacién y, mas que turbarme,
‘me agradaba. Asi, no me molesté en indagar dentro
de mi mente dénde y e6mo sucediera todo esto
antes. Despaché la sensacién con tna iténica sontisa
interior, limiténdome a volver la mirada para verlo
«que sequia de esa rodilla cubierta con un impermeable
verde,
Erauna sefiora, Una seflora quelllevaba un
‘paraguas mojado en la manoy un sombreto funcional
cen a cabeza. Una de esas sefioras cincuentonas, de
las que hay por miles en esta ciudad: ni hermosa ni
fea, ni pobre ni rica. Sus facciones regulares
mostraban los restos de una belleza banal. Sus cejas
se juntaban mas de lo corriente sobre el arco de la
nariz, lo que era el asgo més distintivo de su rostro.
Hago esta descripcién a la luz de hechos
posteriores, porque fue poco lo que de la sefiora
observé entonces, Sond e! timbre, el tranvia partié
haciendo desvanecerse la escena conocida, y volvia
‘miarla calle por el boquete que limpiaea en el vidrio.
Los fatoles se encendieron. Un chiquillosalid de un
despacho con dos zanahorias y un pan en la mano.
Lahilera de casa bajas se prolongaba alo largo de la
‘cera: ventana, puerta, ventana, puerta, dos ventanas,
1@mientras los zapateros, gasfiteres y verduleros
cerraban sus comercios exiguos.
Tha tan distraido que no noté el momento
‘en que mi compafiera de asiento se bajé del tranvia.
eCémo habia de notarlo si después del instante en
que la miré ya no volvia pensar en ella?
No volvi a pensar en ella hasta la noche
siguiente.
Micasa esta simada en un barrio muy distinto
a aquél por donde me Hlevara el tranvia la tarde
anterior. Hay dtboles en las aceras las casas se ocultan
a medias detrés de rojas y matorrales. Era bastante
tarde, y yo estaba cansado, ya que habia pasado gran
parte de la noche charlando con amigos ante cervezas
ytazas de café. Caminaba a mi casa con el cuello del
‘brigo muy subido. Antes de atravesar ura calle divisé
una figura que se me antoj6 familiar, alejindose bajo
Ia oscuridad de las ramas. Me detuve, observéndola
un instante. Si era la mujer que iba junto a mien el
tranvia la tarde anterior. Cuando pasé bajo un farol,
reconocfinmediatamente su impermeable verde. Hay
miles de impermeables verdes en esta ciudad: sin
embargo, no dudé de que se trataba del suyo,
recordindola a pesar de haberla visto sélo unos
segundos en que nada de ella me impresiond. Crucé
ala otra acera. Esa noche me dorm sin pensaren la
figura que sc alejaba bajo los arboles por la calle
solitaria.
‘Una mafiana de sol, dos dias después, vi ala
sefiora en una calle céntrica, El movimiento de las
doce estaba en su apogeo. Las mujeres se detenian
cen as vidsierns para discutir la posible adquisicién de
tun vestido o de una tela. Los hombres salfan de sus,
oficinas con documentos bajo el brazo. La reconoci
de nuevo al verla pasar mezclada con todo esto,
aunque no iba vestida como en las veces anteriores.
Me cru26 una ligera extrafieza de por qué suidentidad
no se habfa borrado de mi mente, confundiéndose
con el resto de los habitantes de la ciudad.
En adelante comencé a ver a la sefiora
bastante seguido. La encontraba en todas partes ya
toda hora. Pero a veces pasaba tina semana o mis
sin que la viera, Me asaité la idea melodramatica de
«que quizas se ocupara en seguirme. Pero la deseché
al constatar que ella, al contrario que yo, no me
identificaba en medio de la multitud. A mi, en
cambio, me gustaba percibir su identidad entre tanto
rostro desconocido. Me sentaba en un parque y ella
Jo cruzaba llevando un bolsén con verduras. Me
detenia 2 comprar cigartillos, y estaba ella pagando
Jos suyos. Ibaal cine, yall estaba la sefiora, dos butacas,
mis alld, No me miraba, pero yo me entretenia
observindola. Tenia la boca mas bien gruesa, Usaba
unanillo grande, bastante vulgat.
Poco a poco la comencé 2 buscar. El diz no
me parecia completo sin verla. Leyendo un libro,
por ejemplo, me soxprendia haciendo conjeturas
acerca de la sefiora en vez de concentrarme en lo
escrito, La colocaba en situaciones imaginarias, en
medio de objetos que yo desconocia, Principié a
reunir datos acerca de su persona, todos carentes de
importancia ysignificacién. Le gustaba el color verde.
Famaba sdlo cierta clase de cigarrillos. Billa hacia las
compras para las comidas de su casa
A veces sentia tal necesidad de verla, que
abandonaba cuanto me tenia atareado para salir en
subusca. ¥ en algunas ocasiones la encontraba, Otras
veces no, y volvia malhumorado a encerrarme en mi
cuarto, no pudiendo pensar en otra cosa durante el
resto de la noche.
‘Una tarde sali a caminat. Antes de volver a
casa, cuando oscurecid, me senté en el banco de una
plaza. Sélo en este ciudad existen plazas asi, Pequetia
nueva, parecia un accidente en ese barrio utlitario,
ni prospero ni miserable. Los rboles eran raquiticos,
como si se hubieran negado a crecer, ofendidos al
ser plantados en terreno tan pobre, en un sector tan
‘opaco y anodino. En una esquina, rina fuente de soda
aclaraba las figuras de tres muchachos que chaslaban
en medio del charco de luz. Dentto de una pileta
seca, que al parecer nunca se terminé de construis,
habia ladrillostrizados, céscaras de fruta, papeles. Las
parejas apenas conversaban en los bancos, como si
Ia fealdad de la plaza no propiciara mayor intimidad.
Por uno de los senderos vi avanzar a la
sefiora, del brazo de otra mujer. Hablaban con
animacion, caminando lentamente. Al pasar frente a
ii, of que la sefiora decia con tono acongojado:
-ilmposible!-
La otra mujer pasé el brazo en tomno a los
hombros de la sefiota para consolarla. Circundando
lapileta inconclusa, se alejaron por otto sendero,
Inquieto, me puse de pie y eché a andar con
la esperanza de encontrarlas, para preguntar a la
sefiora qué habia sucedido, Pero desaparecieron pot
Ins calles en que unas cuantas personas teansitaban en
pos de los dltimos menesteres del dia.
No tuve paz la semana que siguié a este
encuentro, Paseaba por la ciudad con la esperanza
de que la sefiora se cruzara en mi camino, pero no lavi, Parecia haberse extinguido, y abandoné todos mis
‘quehaceres, porque ya.no poseia Ia menor faculted
de concentracién. Necesitaba verla pasar, nada més,
para saber si el dolor de aquella tarde en la plaza
continuaba. Frecuenté los sitios en que’ soliera
* divisatla,pensando detenera algunas personas que
s€ me antojaban sus parientes o amigos para
preguntarles por la sefiora. Pero no hubiera sabido
por quién preguntary los dejaba seguir No la vien
toda esa semana.
Tas semanas siguientes fueron peores. egué
apretextar una enfermedad para quedarme en cama
y asi olvidar esa presencia que llenaba mis ideas.
Quizis al cabo de varios dias sin slic a enconerara
depronio el primerdia y cuando menos lo esperara
Peto no logré resistirme, y sali después de dos dias
«en que la sefiora habits mi cuarto en todo momento,
Allevantarme, me senti débil, fisicamente mal. Aun
asi, tomé tranvias fui al cine, recore el mercado y
asist a una funci6n de un cireo de extramuros. La
sefiora no aparecié por parte alguna.
Pero después de algin tiempo, la volvia ver.
Mchabiaincinado para atar un cordén de mis zapatos
yylavi pasar porla soleada acera de enfrente,levando
tna gran sonrisa en la boca y an samo de aromos en la
‘mano, los primerosde aestac6n que comenzaba. Quise
seguitla, pero se perdi en la confusién de as calles,
Su imagen se desvanecié de mi mente
después de perderic el astro en aquella ocasisn, Volvi
a mis amigos, conoci gente y paseé solo 0
acompaiado por las calles. No es que la olvidar. St
presencia, més bien, parecia haberse fundido con el
resto de las personas que habitan la ciudad.
Una mafiana, tiempo después, desperté con
la certeza de que la sefiora se estaba mutiendo, Era
domingo, y después del almuerzo sala caminat bajo
Jos dsboles de mi barrio. En un baleén una anciana
tomaba el sol con sus rodilas cubiertas por un chal
‘peludo, Una muchacha, en un prado, pintaba de rojo
Jos muebles del jardin, alistindolos para el verano,
Habla poca gente, y-los objetos y los ruidos se
dibujaban con precision en el aire nitido, Pero en
alguna parte de la misma ciudad por la que yo
caminaba, la sefiora iba a morit.
m
Regresé a casa y me instalé en mi cuarto a
esperar
Descle mi ventana vi cimbratse en la brisa
Jos alambres del alumbrado, La tarde fue madurando
Jentamente mas ald delos techos,y més alls del cerro,
lau fue gastindose mas y ms. Los alambres seguian
vibrando, respicando. En el jardin alguien regaba el
ppasto.con una manguera. Los pijaros se aprontaban
para la noche, colmando de ruido y movimiento las
ccopas de todos los érboles que veia desde mi ventana,
Rié un nfo ene! jardin vecino. Un perro ladré.
Instanténeamente después, cesaron todos los
ruidos al mismo tiempo y'seabrié un pozo de silencio
a la tarde apacible. Los alambses no vibraban ya.
En un battio desconocido, la sefiora haba muctto.
Gierta casaentomaria su puerta esa noche, y arderian
citios en una habitacién lena de voces quedas y de
consuclos. La tarde se deslizé hacia un final
imperceptible, apagindose todos mis pensamicntos
acerca de Ia sefiora, Después me debo haber
dormido, porque no recuerdo mas de esa tarde.
Alda siguiente vien el diario quelos deudos
de dofia Ester de Arancibia anunciaban su muerte,
dando la hora de los funerales.