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INTRODUCCION
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en el plano de la vida diaria, en la contingencia del vivir mismo, puesto que el
crecer y desarrollarse como ser humano pleno ha llegado a concebirse como la más
grande e irrecusable de las aventuras que se le proponen al hombre. En
concordancia con esto, desaparecen las figuras representativas del prototipo de
héroe a la manera como lo concibieron las antiguas sociedades heroicas.
Pero el tema específico de este estudio es, precisamente, el análisis del ideal
heroico de ese tipo de sociedades y, en particular, el de los héroes literarios que lo
encarnaron dentro del ámbito de la epopeya. Con este propósito, se abordará en la
caracterización del espacio en que este tipo de obras se producen y del ideal
humano que a partir de esa forma de vida se postula. Al mismo tiempo,
considerando para ello tres epopeyas de la Antigüedad -el Poema de Gilgamesh,
la Ilíada y la Odisea- y dos cantares de gesta románicos -el Poema del Cid y La
Canción de Rolando- se establecerán algunos alcances acerca del modo en que
este modelo se expresa en estas epopeyas.
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I. EL CONCEPTO MITICO DE HEROE
En el caso específico del héroe, pensado como pauta de imitación para los
hombres de las sociedades heroicas, esta idealización está fundamentalmente
referida a su origen y destino, a su relación con los dioses y a sus capacidades
guerreras, siempre al servicio de causas nobles y justas.
La mitología griega, que abordó el tema de los hechos de los héroes en uno de
sus ciclos de leyendas, entregó también una caracterización directa y específica de
éste, la que, en términos generales, parece aplicable también al concepto sumerio.
Esta sistematización fue obra de Hesíodo, poeta que expuso con rigor doctrinal sus
teorías acerca del origen del universo, de los dioses y de los hombres.
El mito señala, en primer lugar, la existencia de una Edad Dorada, en la que los
hombres, procreados espontáneamente por Gea como el mejor de sus frutos,
constituían la llamada raza áurea y eran súbditos de Cronos. Estos bailaban y reían
mucho y vivían sin preocupaciones ni trabajos, porque la naturaleza les brindaba
todo cuanto apetecían. Se alimentaban de bellotas, de frutos silvestres, de la miel
que destilaban los árboles y bebían la leche que les proporcionaban las ovejas y las
cabras. En lo relativo a sus relaciones, eran absolutamente respetuosos con los
dioses, a quienes espontáneamente se subordinaban y rendían tributos, y no
generaban conflictos entre ellos, porque todo era común. Tampoco requerían de
leyes para regular la vida social, puesto que la armonía reinaba en forma natural. A
pesar de que no envejecían, no estaban libres de la muerte, pero para ellos ésta no
tenían caracteres terribles, sino que se trataba de una especie de sueño, porque,
luego, sus espíritus seguían viviendo como genios de los lugares de retiro rústicos,
dadores de buena suerte y mantenedores de la justicia.
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desobedecían, no se hacían la guerra entre sí, pero, en relación con los dioses,
eran pendencieros e ignorantes y no les ofrecían sacrificios. Por eso, Zeus los
destruyó a todos.
La cuarta raza también era de bronce, pero más noble y generosa. Sus
representantes eran semidioses, concebidos en la unión de dios y mortal, y, junto
con observar una conducta de absoluto respeto a los dioses, ejecutaban hazañas
magníficas en favor de su comunidad. A su muerte, estos héroes recibían un trato
especial en el mundo subterráneo y se convertían en objeto de culto. Otros, los que
no habían perecido en las guerras, obtuvieron de Zeus el permiso para habitar en
los confines del mundo, en las Islas de los Afortunados, lejos de los dioses, pero
llenos de honores y de fama.
En lo que dice relación con los héroes, éstos están ligados históricamente al
culto que la sociedad micénica le rendía a los muertos, pero más tarde -como se ve
ya en Hesíodo- intervienen en él elementos míticos. De acuerdo con las antiguas
creencias, el héroe actuaba desde el sepulcro y su poder estaba vinculado a sus
huesos, los que se trasladaban como reliquias de un lugar a otro. Sin embargo,
cuando los jonios -autores de las epopeyas- emigraron a Grecia, no pudieron llevar
consigo las tumbas de sus antepasados y esto, unido a la falta de tradiciones de la
vida de las colonias, fue desvirtuando cada vez más el concepto religioso primitivo.
De hecho, una corriente de racionalismo fue penetrándolo todo y poco a poco se fue
debilitando la fe en la existencia del alma y en la inmortalidad.
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Poema de Gilgamesh -, la vida aparece como un problema, como un desafío que el
hombre debe encarar con valor heroico, talento guerrero y cordura. En la medida en
que esto se realiza, se supera la tragicidad que está contenida en ella.
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II. SOCIEDAD E IDEAL HEROICOS
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En lo relativo al origen, el referente común es el linaje. Este, sin embargo, es
más abarcador en la Antigüedad, porque ésta, al concebir el mundo como una
proyección de los dioses, le atribuyó un carácter semidivino a sus héroes y no los
consideró sólo individualmente, sino como parte de una familia ilustre, cuyo origen
se remonta a un pasado mítico. De esta manera, el héroe nacía héroe y sus hechos
-muchas veces más atribuibles a la intervención divina que a ellos mismos- no
hacían sino confirmarlo. La preocupación por establecer la genealogía de cada uno
de ellos en la Ilíada es una manifestación muy clara de este fenómeno. También lo
es la Telemaquia, en la que opera igualmente la fuerza del linaje. En la epopeya
románica, el héroe también pertenece a algún sector de la nobleza, pero más que
su ascendencia, cuenta su propio actuar dentro de su grupo. En este sentido, la
obra más ilustrativa es El Poema del Cid, cuyo protagonista no era sino un simple
infanzón; es decir, un noble de segunda clase que, en definitiva, probó ser mejor
que los que pertenecían a una jerarquía superior. En el caso de Rolando, su
condición de par no es sólo producto de su posición social, sino también y
principalmente de sus propios méritos.
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en la idea del culto a los muertos de la antigua sociedad micénica- estriba en que
sus huesos y los de Aquiles permanezcan unidos para siempre en una misma urna,
y en la Odisea, el descenso al mundo subterráneo le enseña a Ulises que ni
siquiera el privilegio que en él se le otorga a los héroes, lo convierte en una
posibilidad consoladora. El testimonio de Aquiles, quien le dice que "preferiría ser
labrador y servir a otro, a un hombre indigente que tuviera poco caudal para
mantenerse, a reinar entre los muertos"(2), "que están privados de sentidos y son
imágenes de los hombres que ya fallecieron" (3), no deja lugar para mayores
expectativas. Por eso, a defecto de una creencia sólida en una vida plena después
de la muerte y fundado en la necesidad suprema que tiene el hombre de no morir
definitivamente, el heroísmo de los antiguos sólo podía estar orientado a buscar otra
forma de pervivencia. Y la única posibilidad real la ofrecía la fama, entendida como
un permanecer en el recuerdo de los hombres a través de los tiempos. Por eso, la
vida heroica tenía un sentido, porque era la única forma de conquistarla y, por ende,
de sobrevivir. A esto se unía la convicción de que los hechos dignos de memoria -y,
para desgracia de algunos, los que no lo eran tanto- podían ser eternizados a través
de la canción. No en vano, esas canciones que luego se trasmitirían de generación
en generación tuvieron su cuna en los campos de batalla, allí donde el héroe
desafiaba la muerte, porque era mejor una vida corta, pero gloriosa, que otra larga
destinada a la muerte eterna. En la Ilíada, el propio Aquiles canta las hazañas de
los héroes, de la misma manera que en el banquete pacífico lo hacían los aedos.
Pero también Helena se lamenta ante Paris, porque sabe que su historia será
motivo de oprobio para ellos a lo largo del tiempo. Y también la ira de Aquiles y la
arbitrariedad de Agamemnón quedaron fijadas como testimonio de conductas no
deseables para la imagen del héroe.
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algunas observaciones cuando se aplican al héroe medieval, sobre todo en lo que
se refiere al sentido último que persiguen. La diferencia de concepción de mundo ya
analizada justifica esta aclaración.
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determinante de orgullo personal. Por esto, la fuerza educadora de la nobleza
consiste en despertar la apetencia del ideal y toda violación de la norma despierta
en los demás el sentimiento de la némesis.(8)
Estos ejemplos ilustran el aspecto negativo del valor en cuestión, pero frente a
ellos podrían exhibirse muchísimos más de carácter positivo, expresados en estas
epopeyas no sólo en lo concerniente a las conductas guerreras, sino también a las
de la vida pacífica. Pero lo fundamental, en este sentido, es advertir que, en la
constitución misma de la acción de las obras de este género, es imprescindible la
presencia de ambas formas de conducta, puesto que siempre hay involucrado en la
epopeya un trasfondo ético en el que se produce el conflicto entre el bien y el mal,
entre lo adecuado y lo inadecuado, entre lo digno de elogio y lo que merece
repudio. De hecho, aunque el narrador no emita juicios al respecto y califique a los
pretendientes con el adjetivo "nobles", como ocurre en la Odisea, el desarrollo
mismo de los acontecimientos y el discurso de los personajes se encarga siempre
de poner de relieve lo que es meritorio frente a lo que no lo es.
Este orgullo caballeresco, experimentado por aqueos y troyanos, tiene una única
excepción: Paris. En el episodio en que, por casualidad, hiere a Diómedes, éste,
ante su jactancia, además de llamarle " fanfarrón, presuntuoso por tus trenzas y
corruptor de doncellas", le dice:
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y que no vale nada." (10 )
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En esta epopeya, el discurso de los personajes se destaca como un elemento
generador de energía, de movimiento, de acción. Los héroes de un mismo bando
discuten los problemas, se aconsejan, se arengan, realizan embajadas e, incluso, en
situaciones de conflicto, se agreden verbalmente entre sí. Frente al adversario, hacen
presente su estirpe y le dirigen palabras dictadas por el coraje antes de entrar en
combate. Con este intercambio verbal, acrecientan su valor y su arrojo y establecen
una relación directa y personalizada con el enemigo. Pero de la misma forma como se
exalta al buen orador, al orador inteligente, que habla siempre con prudencia y
mesura, se desprecia al fanfarrón, como Paris, o al que, como Tersites, se muestra
como "un charlatán desaforado" (14 )
En los tiempos homéricos, la idea del honor está siempre referida a la consideración
ajena, mientras que para los filósofos posteriores, lo fundamental se centra en la
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propia intimidad. Así, de una concepción eminentemente externa, se pasa a otra en
que la estimación social es sólo un espejo en el que se refleja la propia estimación.
Para la nobleza homérica, la negación del honor constituía la mayor tragedia humana
y por ello, en su interrelación, reclamaban su derecho a reconocimiento por los
servicios prestados. Así, el elogio y la reprobación son las dos caras de la moneda: la
fuente del honor y del deshonor.
Sin embargo, si esta posibilidad de estimación se busca con ahínco en la vida, es en
la muerte cuando adquiere su máximo relieve. Ella posibilita su perpetuación en la
fama, en la imagen de la areté que se mantiene en el recuerdo de los hombres.
Incluso, los mismos dioses, al exigir que se les rinda culto, están mostrando la misma
necesidad de reconocimiento. Por ello, para el hombre primitivo constituye un
mandamiento honrar a los dioses y a los hombres por causa de su areté.(16)
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considerar que tanto el Cid como Rolando no son reyes como los antiguos héroes, ni
Alfonso ni Carlomagno son -como ocurre con Agamemnón en la Ilíada- jefes
circunstanciales de un conjunto heterogéneo de hombres de distintos pueblos. Son,
por el contrario los señores naturales y se les debe, por tanto, respeto, obediencia y
lealtad, incluso cuando las relaciones entre ellos se muestran adversas. Esta actitud,
por tanto, constituye una norma dentro del código caballeresco feudal.
Por otra parte, la mayor amplitud que en término de los valores espirituales y
religiosos sería necesario darle al concepto areté -o a cualquier otro equivalente- si se
le aplicara al mundo medieval, obliga a considerar, en este sentido, una serie de
normas éticas y de valores religiosos que los héroes de este período encarnan.
Incluso, la fidelidad en la relación conyugal por parte del héroe, cuando éste se
encuentra fuera de su hogar, es un valor que sólo en la epopeya medieval se
encuentra. En ésta, a diferencia de lo que ocurre en la antigua, el concepto de
hombría, de dominio del mundo, no está ligado a la posesión de la mujer. De hecho,
esta idea de magnificación heroica a través del matrimonio místico con la diosa,
encarnada en cualquier mujer, y que se vincula con la capacidad del héroe para
obtener el don del amor, está, en este caso, exclusivamente concebida como una
relación de carácter monógamo, altamente estimada y estimable. Jimena y Alda -la
esposa del Cid y la prometida de Rolando- ocupan en este plano la totalidad del
espacio erótico-sentimental de estos héroes. Además, su participación no aparece
nunca destacada en el plano específicamente carnal. Otro ejemplo lo constituye el
sentimiento de piedad, de misericordia para con los vencidos, tan característico en la
fisonomía del Campeador. De todos modos, si, salvando las diferencias, se aplicara el
concepto de areté a los dos poemas medievales, La canción de Rolando estaría más
próxima a la areté guerrera de la Ilíada y El Poema del Cid, a la conjunción de lo
propiamente guerrero con los valores espirituales que se manifiesta en la Odisea.
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entredicho, lo que le dará a toda la empresa cidiana el carácter de una demostración
social de ese honor que, en su interioridad, siempre se había mantenido incólume.
De acuerdo con todo lo señalado, es posible concluir que lo que Jaeger distingue
como valores propios del código caballeresco de la sociedad aristocrática primitiva de
los griegos, es aplicable también a los héroes medievales, pero considerando las
variables que la concepción cristiana y feudal del medioevo aporta al concepto de lo
heroico. El sentido de trascendencia, fundado en la fe en una vida eterna, le da a
todos los grandes ideales humanos y a la vida terrena en que éstos se realizan una
nueva perspectiva, un nuevo sentido: el quehacer del hombre se convierte en su
propia responsabilidad, una responsabilidad libre y voluntariamente asumida que
orienta su accionar hacia la realización de un modelo de ser que tiene su máxima
expresión en la perfección suma del Creador.
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III. DE LOS PRIMORES DEL HEROE
En su obra El Héroe y el Discreto, Baltasar Gracián, escritor español del siglo XVII,
señala diversos primores o cualidades que forman parte de la psicología y del actuar
del héroe. Sus planteamientos, referidos en general al héroe como personaje histórico
y sin condicionamiento ninguno de época o lugar, pueden ser aplicados
universalmente al tipo humano y literario que es portador del paradigma heroico. Entre
otros primores, el autor barroco señala la inmensidad psicológica, la mesura, el gusto
relevante, la eminencia en lo mejor, la excelencia del primero y la emulación de ideas,
la prontitud de ingenio, el arrojo equilibrado por la prudencia, el natural imperio y la
simpatía sublime, la llaneza, el lanzarse a grandes empresas, la magnanimidad en el
ejercicio de la justicia y, como corona de las prendas del héroe, la virtud.
El héroe, por tanto, debe tener una personalidad tan rica en matices que sorprenda
con reacciones imprevistas más allá de lo que, por su condición, se espera de él. Un
ejemplo característico de inabarcabilidad lo constituye el llanto ante circunstancias
adversas o como producto de una emoción profunda. Este rasgo tan típicamente
humano no parece, empero, demasiado propio del hombre que está abocado a las
más temerarias empresas, que enfrenta día a día y sin temblar la muerte, que ,en
general, revela una fortaleza de ánimo capaz de sobreponerse a cualquier tipo de
emoción o debilidad. Sin embargo, los héroes de la epopeya sí lloran. Así, por
ejemplo, las lágrimas que derrama Aquiles cuando Agamenón le quita a Briseida es un
hecho que contrasta fuertemente con su personalidad dura y agresiva de guerrero.
Odiseo no puede ocultar su emoción cuando oye cantar al aedo la historia del caballo
de Troya y cuando se le pide que revele su identidad y el Cid llora copiosamente al
abandonar su lar, camino al destierro, porque el dolor del hombre se impone a la
fortaleza del héroe.
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conque éste siempre procede. Lo mismo ocurre con la conducta agresiva y un tanto
infantil que adopta Rolando, uno de los doce pares y el primero entre los guerreros de
las huestes de Carlomagno, frente Ganelón, a su padrastro, en momentos en que sólo
los grandes intereses del Imperio debían ocupar su centro de interés. Otro tanto
sucede cuando algunos de los héroes pierde la mesura, como ocurre con este mismo
y con Gilgames y Aquiles. Todos estos aspectos, que no parecen adecuarse a la
fisonomía del guerrero implacable o a la de un líder, le dan a estos personajes, como
contrapartida, una humanidad de la que, de otra forma, hubiesen carecido. Y es que el
héroe es grande precisamente porque es hombre; porque, a pesar de su condición de
mortal y de sus limitaciones, empeña su voluntad, su corazón y la fuerza de su brazo
en la realización de empresas de excepción. A este respecto, considerando entre las
posibilidades de la inmensidad psicológica incluso la caída del héroe, podría decirse
con Goethe que "el hombre puede errar mientras se afana", porque esa es la
prueba más contundente de la pasión por actuar que lo domina.
2. Cifrar la voluntad
Este rasgo, traducible por mesura, tan exaltado por los griegos como base de una
personalidad equilibrada, es también considerado por Gracián como un elemento
relevante de la personalidad del héroe. Este primor consiste en la capacidad para
responder en forma serena ante las situaciones dolorosas o conflictivas. Es el don de
saber mantener la calma ante la adversidad; de no dejarse arrastrar por la ira ni por la
desesperación ni por ninguna otra pasión que signifique el triunfo de las fuerzas
irracionales sobre la razón. (22)
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amigo Oliveros, obedece al vanidoso prurito de no poner en entredicho su valor y su
honor de guerrero. El resultado será su muerte y la de todos sus hombres.
3. El gusto relevante
En las epopeyas homéricas, este aspecto se destaca sobre todo en la Ilíada, puesto
que, a diferencia de la Odisea, tiene como escenario de la acción el campo de batalla.
Recuérdese al respecto que las armas de Aquiles habían sido fabricadas por Hefestos,
el dios herrero, y que, por ello, eran infinitamente superiores a las del resto de los
héroes. Su escudo, constituido por diversas capas, en las que había, incluso, música y
movimiento, constituye en sí, además de un elemento de enorme potencia protectora,
una verdadera maravilla artística, que sólo podía haber sido obra de una divinidad.
También el poeta, en relación con los diversos contingentes que formaban las huestes
aqueas, hace referencia a sus naves, las lanzas y caballos.
4. La eminencia en lo mejor
Pareja con la característica anterior, referida a las posesiones materiales del héroe,
y vinculada con el espíritu de emulación que también señalaba Jaeger, aparece esta
preocupación por sobresalir en aquello que es decisivo. El héroe, por tanto, no se
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empeña en tareas menores o en actividades en las que otro puede ser mejor. Su
acción se orienta siempre hacia aquello en que puede mostrarse insuperable.( 24)
En el Poema del Cid, éste delega en otros -especialmente dotados para ellas- las
tareas que no son esencialmente guerreras o de su especial predilección. Por ello,
envía a Minaya como embajador, a Martín Antolínez a tratar con los judíos y a Pero
Bermúdez a acompañar a sus primas en su viaje a Carrión. Incluso, en lo relativo a las
bodas de sus hijas, prefirió que el Rey asumiera la responsabilidad de entregárselas a
los Infantes. En cambio, nunca cede su posición de líder en el campo de batalla,
aunque en ocasiones le conceda generosamente a otros el honor de las primeras
heridas, ni tampoco deja en manos ajenas las grandes decisiones, aunque sí las
somete, de acuerdo con la costumbre feudal, a la consideración de sus consejeros.
5. Prontitud de ingenio
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"multiforme ingenio". En este plano, le sigue el Cid, quien testimonia esta cualidad en
episodios como el de la toma de Alcocer y el de las arcas de arena.
Asimismo, el héroe debe tomar lecciones de grandeza de otros héroes, pero no para
imitarlos, sino para superarlos, para adelantárseles, para llegar a ser el mejor. (27)
7. Arrojo y prudencia
Como señala Max Scheler, el arrojo es la virtud esencial del héroe, porque
el aceptar el llamado a la aventura involucra siempre un atreverse, un estar dispuesto
a enfrentar los desafíos. Sin embargo, para Gracián, este primor debe ir acompañado
del de la prudencia. Esto significa que el héroe no debe comprometerse con cualquier
empresa, no debe ser un aventurero sin medida en su ambición de poder o de gloria,
sino que debe asumir sólo aquéllas para las que efectivamente ha sido llamado,
habiendo medido antes sus posibilidades de éxito. Con sus propias palabras, "el
héroe ha de tener tanteada su fortuna al empeñarse." (28) El fracaso, por tanto, sólo
debe pertenecer al terreno de lo imponderable, a aquello que está más allá de sus
posibilidades de control. Para salir de la isla de la Ninfa Calipso, Odiseo, que había
desafiado tantos peligros, tuvo que esperar el permiso de los dioses. Irse de allí por su
cuenta y riesgo hubiese sido un suicidio seguro.
En las otras tres obras en referencia, en las que la acción es esencialmente bélica,
el arrojo es una constante en la actitud de los héroes, pero las estrategias utilizadas
en cada caso obedecen a una rigurosa planificación. Los ejércitos no improvisan sus
movimientos, sino que, por el contrario, manifiestan siempre un absoluto
profesionalismo en las tácticas utilizadas. Todos los guerreros saben que del equilibrio
entre su arrojo y su prudencia depende el éxito de la empresa. Sin embargo, en la
Canción de Rolando, la conducta de éste se desvía de esta norma y la consecuencia
necesaria es la derrota y la muerte para toda la retaguardia. Por ello, Oliveros, su
amigo y complemento, representa dentro de la obra la encarnación del ideal de la
prudencia.
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8. Natural imperio y simpatía sublime
La simpatía sublime está referida a la capacidad del héroe para ganarse la adhesión
de otros héroes, de establecer con ellos "un parentesco de corazones", de conquistar
sus voluntades.(30)
Este rasgo, que se cumple en todas las epopeyas en que al lado del héroe-
protagonista aparece el héroe-amigo, cuenta con múltiples manifestaciones. En
general, salvo algunas diferencias particulares, los héroes adhieren unos a otros, se
respetan y se reconocen mutuamente sus méritos. En el caso de las epopeyas de
Homero, esta actitud obedece, además, al principio básico de la cortesía, virtud que se
manifiesta tanto en la guerra como en la vida pacífica.
De todos los personajes señalados, el que manifiesta en forma más explícita esta
condición es el Cid, para quien derrotar ejércitos almorávides sólo significa "ganar el
pan". Por eso, a pesar de sus triunfos y de la demostración cabal que hace de su
superioridad por medio de sus hechos, no acepta sentarse en el escaño de su Rey
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cuando éste lo invita a hacerlo. Su actitud, lejos de representar un desaire al gesto del
monarca, es una prueba más de esa sencillez plena de grandeza que reviste todos
sus actos a través del Poema.
La contrapartida del Cid es Gilgamesh, quien peca con frecuencia de soberbia. Esta
no sólo está dirigida hacia su pueblo, sino que, incluso, se vuelve contra la divinidad.
Sin embargo, este caso constituye una excepción. La postura beligerante que asume
frente a la diosa Ishtar, fundada en la veleidad de la diosa del amor, no es lo más
característico de los héroes de la epopeya antigua, quienes, a pesar de tener
conciencia de la imperfección de aquéllos, rara vez -como ocurre con Agamemnón,
que se resiste a obedecer a Apolo- muestran gestos de rebeldía. Por el contrario,
reconocen normalmente su absoluta dependencia de ellos, se muestran respetuosos y
les rinden culto. Odiseo, por ejemplo, al llegar a cada nuevo lugar, preguntaba por la
deidad que tenía su dominio en ese territorio para elevarle sus oraciones.
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ejercicio de la justicia y en el deseo de vencer al contendiente. Es más, la violencia de
la vida guerrera engendra espontáneamente más violencia si no existe un severo
código de honor al respecto; y, aún existiendo, no siempre resulta fácil detener la
mano que, hasta ese momento, ha tenido como misión natural la de aniquilar al
oponente. Pero el héroe, de la misma manera como es capaz de dar muerte con
extraordinaria pericia y fiereza en el campo de batalla cuando su honor o sus ideales
se lo exigen, debe poseer un absoluto dominio de sí mismo e, incluso, una
generosidad a toda prueba para detenerse en el momento en que el el deseo de
venganza entra en pugna con el imperativo de justicia. (33)
En las epopeyas homéricas y en las dos epopeyas románicas analizadas, este tema
adquiere una especial relevancia. En las primeras, se plantea como una exigencia que
le impone la justicia cósmica a la desmesurada pasión de venganza por parte de los
protagonistas; en las segundas, como imperativo moral de una religión que pone su
acento en la caridad y en el perdón.
Los poemas homéricos están insertos dentro de una concepción de justicia cósmica
que opera como reguladora del equilibrio del universo. Dentro de esta visión de
mundo, toda falta cometida no involucra sólo al infractor, sino que produce una fisura,
una herida en el cosmos que requiere de una sanción justa para que la armonía sea
restituida. Así, la ira de Aquiles es castigada con la muerte de su amigo; el rapto de
Helena por Paris, con la derrota de los troyanos; la negativa de Agamemnón a
entregar a Criseida con la peste enviada por Apolo. Dentro de esta concepción,
empero, el castigo puede llegar también a ser causa de desequilibrio y esto ocurre
cuando el ejercicio de la justicia lleva a la desmesura. Este es el error en que cae
Aquiles por su falta de cordura y, en cambio, es el que no llega a cometer Odiseo al
vengar los abusos de los pretendientes.
Aquiles es, a la vez, vez un héroe épico y una víctima trágica. Víctima de un destino
implacable que le ha señalado una muerte pronta -un punto de su talón lo hace
vulnerable a ella- y de un temperamento apasionado que lo conduce fácilmente al
desequilibrio. Por eso, en la Ilíada, el desafío no sólo es de tipo exterior - la guerra y la
arbitrariedad de Agamemnón-, sino también de naturaleza interior. Aquiles es portador
de sus propios demonios, de fuerzas negativas que lo inclinan a la desmesura, a la
caída en la hybris. Su participación fundamental en la acción está al servicio de la
venganza y para satisfacer ese imperativo, llega hasta la más increíble rudeza y
crueldad. El negarse a participar en la guerra y el pedirle a los dioses que venguen su
humillación en el pueblo aqueo lo revela como un hombre que pone su propio interés
por sobre el de su comunidad. Por otra parte, su posterior participación en la acción
bélica no es un signo de reconocimiento de su falta, sino una vez más la obediencia a
su ciego instinto de venganza: Héctor, el victimario de Patroclo, debe pagar con su
vida y sin derecho al descanso eterno el dolor que le ha inferido y, por ello, no se
contenta con darle muerte, sino que, luego, somete su cuerpo al ultraje de ser
arrastrado por los caballos y toma la decisión de dejarlo sin sepultura para que sea
comido por los perros. Al término de la acción, Aquiles cambia su actitud y entrega al
héroe troyano para que se le dé la merecida sepultura.
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por Poseidón por cegar a su hijo -el Cíclope Polifemo- castiga a los pretendientes de
Penélope, que habían usufructuado de sus bienes y alterado el orden del reino. Pero,
como ocurre con toda acción de venganza, la sangre derramada empezó a exigir más
sangre y el héroe se sintió impulsado a darle entera satisfacción a sus instintos. No
obstante, a pesar de estar dominado por la violencia, escuchó a la razón,
representada por Atenea, quien le hizo ver que si no se detenía, acarrearía sobre él la
ira de Zeus, quien, en castigo a su desmesura, lo fulminaría con su rayo. De
inmediato, obediente al consejo de la diosa, Odiseo cesó la matanza y así fundó un
nuevo orden capaz de restablecer la armonía en Itaca. Así, por medio de la
participación de la diosa de la justicia, como garante del equilibrio cósmico, se
establecen, a través de toda la obra, algunos principios fundamentales de la
concepción que en relación con este valor regía al mundo griego primitivo: si bien los
dioses podían excederse como individuos en sus afanes de venganza -como ocurre
con Poseidón, por ejemplo- lo que le es propio a la divinidad es el amor a la justicia.
Por ello, si bien toda falta cometida requiere de una sanción, ésta debe ser
proporcional a la falta cometida y, a la vez, desprovista de pasión y abierta al perdón.
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través de las figuras de Atenea y de Ares respectivamente. Ambas actitudes son
posibles, por tanto, en la conducta humana, pero sólo por medio de la primera se
puede llegar al ejercicio pleno de la virtud heroica.
La figura del héroe alcanza un valor irrestricto cuando, al resto de sus primores, une
el de la virtud. Para Gracián, este concepto está íntimamente vinculado con los valores
cristianos y con la fisonomía del santo, porque "ser héroe del mundo poco o nada es;
serlo del cielo es mucho, a cuyo gran Monarca sea la alabanza, sea la honra, sea la
gloria." (34)
Dentro de este plano, la figura que encarna la plenitud de este ideal heroico es el
Cid, en quien se une la grandeza del guerrero con la fisonomía del santo.
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IV. EL HEROE, MODELO EN EL ACTUAR
La idea de héroe corresponde al valor vital de lo noble y, por ello, puede definirse a
éste como el tipo ideal que desde el centro de su ser tiende hacia su realización y
cuya virtud fundamental es la nobleza de cuerpo y alma.
Pero, ¿qué es lo noble? En el individuo -dice Scheler-, son nobles los modos de
actuar activos frente a los reactivos; es decir, las virtudes del saber inmediato de
desenvolverse, de crecer, de poder desarrollarse, de conquistar y de poder ampliar su
espacio vital, frente al poder adaptarse, a reaccionar correctamente. Son nobles, por
tanto, las acciones de desarrollo, que se remiten a la vida del organismo, frente a las
acciones de conservación, que se remiten al organismo como portador de vida.
Por otra parte, el héroe no actúa sólo como ser, sino por medio y con sus hechos y
los hechos son los que resumen concentradamente una vida. Por eso, aun después
de su muerte, sigue viviendo como autor de esos hechos en la imagen de la fantasía,
del mito, del canto y de la poesía. Secundariamente, a la manera del santo, puede
seguir viviendo también como modelo de ser.
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V. PALINGENESIA Y AVENTURA HEROICA
En la obra El héroe de las Mil Caras, que tiene como subtítulo "Psicoanálisis del
Mito", Joseph Campbell plantea la existencia de una íntima relación entre el mito y el
héroe, y señala que aborda desde esa perpectiva el análisis de la naturaleza de este
último, porque las mayores revelaciones relativas al estudio de la mitología han
surgido de las investigaciones de Freud, Jung y sus seguidores, quienes habrían
demostrado suficientemente que la lógica, los héroes y las hazañas del mito
sobreviven en los tiempos modernos.
Dentro de este marco, el autor vincula la condición heroica con la del hombre que, a
través de un proceso de palingenesia, sin aferrarse jamás al pasado, va superando las
distintas etapas de su vida, hasta lograr esa dimensión espiritual que le permite
reanudar el proceso de creación, puesto que sólo el nacimiento de algo nuevo puede
conquistar la muerte. Así, pues, el héroe es "el hombre de la sumisión alcanzada por sí
mismo"(39 ), de la sumisión a los imperativos de su propio ser, lograda a partir de su
personal panteón de sueños, del que derivan espontáneamente los símbolos
mitológicos, que son reflejo de una visión eterna y que le permiten llegar a las
profundidades de su propio yo. Así entendida,la función primaria de la mitología y del
rito es hacer avanzar el espíritu humano a fin de contrarrestar aquellas otras fantasías
constantes que tienden a atarlo al pasado, produciéndole la neurosis.(40)
Este retirarse y retornar, con todas las experiencias enriquecedoras que involucra,
se expresa a través de un viaje -exterior o interior- que recibe el nombre de aventura
heroica. Para Campbell, este camino común de la aventura mitológica del héroe, no es
27
sino la magnificación de la fórmula representada en los ritos de iniciación,
característicos de toda cultura primitiva, en los que se dan siempre una separación
del mundo familiar, una iniciación o penetración en una fuente de poder y un
retorno,, que le permite al hombre vivir con más sentido.
Así, el héroe inicia su aventura desde el mundo cotidiano hacia una región de
prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria
decisiva, lo que le permite regresar con la capacidad para otorgar dones a los suyos.
Cada una de estas etapas de la aventura heroica está conformada por varias
experiencias posibles. En la de separación, se encuentran el llamado a la aventura o
las señales de la vocación del héroe; la negativa al llamado o la locura de la huida del
dios; la ayuda sobrenatural; el cruce del primer umbral y el vientre de la ballena.(44)
Ante este llamado, el héroe puede optar por la aceptación o por el rechazo. Si
acepta, se compromete con su propio desarrollo, se aventura a romper los lazos que
le atan al pasado y se dispone a realizar su misión y hazaña de héroe. Si rechaza el
llamado, deja pasar la posibilidad de realizarse como tal, porque su negativa es
esencialmente una negativa a renunciar a lo que, en ese momento, constituye su
propio interés. En el caso del héroe épico, se produce siempre una aceptación de este
llamado, porque, como hombre de acción, posee una inclinación innata hacia la
aventura.
28
3. La ayuda sobrenatural
5. El vientre de la ballena
29
camino de las pruebas, el encuentro con la diosa, el descenso al mundo subterráneo,
la reconciliación con el Padre, la apoteosis y la gracia última.(46)
Está representado por una serie de obstáculos que el héroe debe vencer para lograr
el objetivo que se propone. Estos obstáculos, enviados muchas veces por algún dios,
pueden ser de muy distinta índole, puesto que a través de cada uno de ellos se pone a
prueba una capacidad diferente del héroe para enfrentar los peligros y tentaciones.
Sin embargo, la naturaleza superior de estos riegos hace necesario que también los
dioses intervengan para ayudar al héroe, sobre todo cuando el peligro que enfrenta
supera sus posibilidades de resolver positivamente la situación. Por ello, tanto la
persecución como la ayuda sobrenatural son tópicos característicos de esta etapa de
la experiencia del héroe.
Entre las pruebas, una de las más características en la aventura del héroe épico
antiguo es la que representa la mujer cuando se la muestra como fuente de tentación.
En estos casos, los dones que ella le ofrece al héroe son de tal calidad que fácilmente
pueden convertirse en un motivo de paralización de la aventura heroica y, como
consecuencia, de negativa al retorno, que es, en definitiva, la experiencia que
consolida la condición de héroe. En algunos casos, como ocurre con Circe y Calipso
en la Odisea, la mujer-diosa puede ofrecerle, junto con el regalo de su amor, el de la
inmortalidad, que es, sin duda, el don más preciado al que puede aspirar el hombre,
porque lo hace semejante a los dioses. En otros, puede tratarse de una atracción
fatal, como ocurre con el canto de las sirenas en la Odisea y con Ishtar en el Poema
de Gilgamesh.
30
Esta prueba de su habilidad es, sin embargo, una moneda de dos caras, porque,
como se anotaba en lo referente al camino de las pruebas, puede significar para él
tanto una instancia de crecimiento como de marasmo de su actividad heroica. Cuando
esto último no ocurre y el héroe cuenta con la bendición de la diosa para continuar su
camino, puede acceder al don superior que busca en su aventura.
31
Esta experiencia del viaje a ultratumba o del acceso a su conocimiento a través de
la revelación del amigo muerto aparece sólo en la epopeya antigua. En la Odisea,
Ulises desciende a las profundidades y conversa con las sombras que allí se
encuentran. Entre otros, conversa con Agamemnón, que se lamenta por no haber
muerto como un héroe, con el adivino Tiresias, con su madre y con Aquiles. En la
Ilíada, la referencia es breve, porque Patroclo, el amigo de Aquiles, emerge del mundo
de la muerte para pedirle a éste que le rindan los homenajes fúnebres necesarios para
su definitivo reposo. Asimismo, le hace prometer que, en el futuro, los huesos de
ambos reposen en la misma urna. En el Poema de Gilgamesh, también emerge el
amigo y ambos dialogan acerca del destino que le espera a cada hombre de acuerdo
con su forma de morir y con los hijos que ha engendrado.
El padre, visto primero como una fuerza destructora, enemiga, representa el acceso
a la zona más profunda del yo, el acceso al Ser. De hecho, el problema del héroe es
penetrar y con él su mundo a través del nudo clave de su existencia limitada para
llegar al secreto germinal del padre. Por eso, cuando trasciende la vida y se eleva
hasta tener una visión de la fuente, se reconcilia con él. Si en la experiencia anterior
había tenido acceso al nadir, en ésta logra la conquista plena del cenit.
6. La gracia última
El héroe, en su relación con los dioses, busca la sustancia de la fuerza que los
sustenta, es decir, la fuente de vida, la gracia de la inmortalidad, que es lo que los
hace divinos. Pero esta gracia sólo se la entregan los dioses a los elegidos y, por ello,
el héroe debe, a veces, apoderarse de su tesoro con engaños. Es, por ejemplo, el
caso de Prometeo, que tuvo que robarle el fuego a los dioses para entregárselo a los
hombres.
32
personajes cristianos en el medio para alcanzar la gracia suprema de la vida eterna.
1. La negativa al regreso
2. La huida mágica
Esta experiencia se produce cuando el héroe necesita recibir asistencia del mundo
exterior al regreso de su aventura sobrenatural. En la Odisea, son los propios dioses
y, en particular, Atenea, la que cautela el regreso del héroe a Itaca. En el Poema de
Mio Cid, es el rey, ya transformado en un "buen señor" como resultado del testimonio
de vida heroica y de lealtad de su vasallo, el que, con su perdón, le permite su glorioso
retorno.
33
Sin embargo, y precisamente por la condición inefable de la experiencia realizada y
de sus logros, el regreso no está exento de problemas. De hecho, siempre se produce
una incongruencia entre la sabiduría que se trae de las profundidades y la prudencia
que usualmente resulta efectiva en el mundo de la luz. Por eso, la última tarea del
héroe es entregar en el lenguaje propio del mundo de la luz, el mensaje que trae de
las profundidades, mensaje que desafía a las palabras. Esta tarea es difícil y sólo si el
héroe logra sobrevivir al impacto del mundo, se produce el cruce del umbral.
Este don supremo del héroe se consigue por medio de una conciliación del
individuo com la voluntad universal y esto se efectúa a través de una verdadera
relación entre los fenómenos pasajeros del tiempo con la vida imperecedera que vive y
muere en cada hombre.
34
como el reconocimiento del Padre Creador, como su propia divinización o
también, si las fuerzas le han permanecido hostiles, por el robo del don
que ha venido a ganar; intrínsecamente es la expansión de la concienciq
y, por ende, del ser. El trabajo final es el del regreso. Si las fuerzas han
bendecido al héroe, éste se mueve ahora bajo su protección; si no, huye y
es perseguido. En el umbral del retorno, las fuerzas trascendentales
deben permanecer atrás. El héroe vueve a emerger del reino de la
congoja y el bien que trae restaura el mundo." (48)
35
VI. HEROE PARADIGMATICO Y HEROE TRANSFIGURADO
1. El héroe paradigmático
36
El proceso que vive este héroe arquetípico se puede graficar en el siguiente
diagrama:
┌────────────────────Héroe arquetípico───────────────────┐
│ │
│ │
│ │
│ culpa aparente ──── castigo ─────── absolución │
│ o inevitable │ │ │
│ │ │ │
│ │
│ aventura heroica * retorno │
│ * glorificación│
│ * ordenamiento │
│ del mundo │
└────────────────────────────────────────────────────────┘
Entre las epopeyas señaladas, sólo dos tienen como figura central a un héroe de
tipo paradigmático: la Odisea y el Poema del Cid. Odiseo representa al héroe que
regresa de una aventura extraordinaria en la que ya ha probado suficientemente sus
cualidades. Es, a diferencia de lo que ocurre con su hijo Telémaco, un héroe
plenamente formado, aunque, como todo ser humano, susceptible de enriquecerse a
través de nuevas experiencias. Pero, en lo que respecta a su responsabilidad social,
aunque puede estar expuesto a tentaciones de naturaleza superior -como la que
representa Circe-, nunca la subordina a sus intereses personales. Su condición de rey
de Itaca y las obligaciones que ese cargo conlleva, además del deber que tiene como
padre y esposo, son el norte de todo su actuar. La oferta de convertirse en inmortal si
permanece al lado de Circe o de Calipso no logra apartarlo ni un ápice de la ruta
trazada.
Sin embargo, la misma cualidad que otrora le significó reconocimiento y fama, cual
fue su ingenio, en el curso de este viaje, lo conduce a una situación de conflicto con el
dios Poseidón, padre de Polifemo. No obstante, el acto de cegar al Cíclope no fue una
crueldad gratuita por parte del héroe. Por el contrario, era el único recurso de que
disponía si quería salvar a sus hombres y salir él mismo con vida d1 la temible
aventura. Pero para el dios esta inevitabilidad del hecho y el carácter de defensa
propia que la motivó no tiene significado alguno. En su personalidad esencialmente
vengativa -más que justiciera- no hay más opción que la persecución implacable ni
más anhelo que el de aniquilar a Ulises. Incluso, con posterioridad, cuando el héroe
logre su meta de regresar a Itaca con el beneplácito de los demás dioses, la ira de
poseidón se dirigirá contra las naves feacias que lo llevaron a su destino. Pero antes
de llegar a éste, Ulises, enfrentado a la venganza de Poseidón, con el arrojo propio de
los héroes, fue sorteando cada uno de los peligros y enfrentándose a nuevas
experiencias, acumulando así un conocimiento de naturaleza superior para entregarle
a su pueblo. De hecho, su retorno a Itaca representa para aquél el inicio de una vida
nueva.
37
En el Poema del Cid, la condición paradigmática del protagonista es indiscutible.
De hecho, ya antes de su destierro se había hecho acreedor de los títulos de Mio Cid y
de Campeador, con los que su fama como guerrero estaba asegurada. Por otra parte,
no hubo en él falta alguna para con Alfonso y si éste lo castigó de manera implacable
fue por la insidia de sus nobles y por su personal animadversión hacia el que fuera
lugarteniente de su hermano Sancho. El mismo juglar sitúa los hechos en esta
perspectiva cuando, refiriéndose al Cid, dice "¡Qué buen vasallo sería si oviese buen
señor!" y el mismo punto de vista adopta el héroe cuando, invocando a Dios, exclama:
Rodrigo es, por tanto, inocente de la falta de que se le acusa y, por lo tanto, su
honra sólo sufre menoscabo en su manifestación más externa, pero, precisamente por
ello, después de haber llorado a la salida de Vivar, se alegra de las posibilidades de
reivindicación social que le ofrece el futuro:
38
2. El héroe transfigurado
Para este tipo de héroe, esta caída significa también un impulso para la acción,
puesto que para llegar a alcanzar las formas universalmente válidas del ideal deberá
superar sus limitaciones y retornar a la mesura. Sin embargo, de acuerdo con lo que
muestra la tradición épica, ese movimiento de perfeccionamiento requiere de la
asistencia de otro héroe, en cuya fisonomía están cabalmente desarrollados los
atributos que al héroe en cuestión le faltan. La experiencia de aprendizaje se da así en
una interrelación entre dos figuras complementarias que han orientado su vida y sus
ideales en un mismo sentido.
39
Gilgamesh, Aquiles y Rolando personifican este tipo de figura, porque todos ellos,
como consecuencia de un carácter demasiado apasionado y en el caso del primero,
con tendencia, además, a la lujuria y a la tiranía, se convierten en los elementos
generadores y portadores del conflicto dentro de la acción. La acción negativa de otros
personajes -cuando la hay- no pasa de ser, en estos casos, un catalizador que
favorece la conducta impropia del protagonista.
40
poema, tuvo como causa directa la conjunción de dos almas soberbias: la de Ganelón,
que vendió a su patria para vengarse de Rolando, y la de éste, que decidió el curso de
la batalla por un egoísta prurito de honor.
Gilgamesh, el rey de Uruk, completa esta tríada, pero, a diferencia de lo que ocurre
con los anteriores, el poema que canta sus hechos, aunque no soslaya el tema de sus
imperfecciones, apunta hacia su total glorificación. De hecho, en la presentación del
tema el héroe ya aparece
consagrado como un modelo de ser, de hacer y de conocer como consecuencia de
toda su vida heroica. La razón de esto es que mientras los otros dos poemas,
exaltando fundamentalmente las virtudes guerreras del héroe, ponen su acento en su
desmesura y en la manera cómo ésta repercute en el curso de los acontecimientos,
para mostrar sólo al final el cambio de conducta, la epopeya sumeria resuelve en
primer término este conflicto personal de su protagonista por la vía de la creación
divina de un parigual y,luego, se dedica a cantar sus hazañas. No obstante esto, en un
sentido más profundo, también este poema aborda, a través de todo su desarrollo, el
tema de la transfiguración, pero no sólo en función del temperamento del héroe, sino y
principalmente de su actitud frente a la vida.
41
"Hijo de Lugalbanda, Gilgamesh es el modelo de
fuerza,
hijo de esa gran vaca salvaje, Ninsum.
Gilgamesh, deslumbrador, sublime." (50)
42
"Quiero dar a conocer al país a aquel que todo lo ha visto,
a aquel que ha conocido lo profundo, que ha sabido todas
las cosas,
que ha examinado en su totalidad todos los misterios.
A él, el sabio universal que lo ha conocido todo,
que ha descubierto el secreto de lo que estaba velado
y que nos ha trasmitido un saber mucho más antiguo que el
Diluvio." (54)
43
¿Hay algún rey como él en alguna parte?
¿Quién, como Gilgamesh, puede jactarse (de decir): ¡Yo
soy el rey!? " (57)
Así el héroe asume en plenitud su rol social y, por tanto, el carácter comunitario de
su función. Esto manifiesta también que su pauta de valor es la medida en que
produce un bien para su pueblo, a través del que logra como resultado la ampliación
de su propio espacio vital.
44
una motivación constante para nuevas y más fecundas acciones. Tras su frustrada
aventura en busca de la inmortalidad, Gilgamesh, a quien sus hechos gloriosos lo
inmortalizaron a través del recuerdo colectivo de la tradición, primero, y del canto
épico, después, comprendió que ésta era su verdadera misión heroica.
Sin embargo, a diferencia del resto de los héroes épicos, Gilgamesh posee
apetencias que lo sitúan en el filo de la experiencia trágica. Y esto no se vincula con
su relación con los hombres, sino con la que mantiene con la divinidad. En este plano,
tanto el héroe como su parigual son soberbios y no logran asumir las limitaciones que
su naturaleza humana les impone. Por eso, se enfrentan descomedidamente con la
diosa Ishtar, que, enamorada de Gilgamesh, le pide que se convierta en su esposo. En
respuesta de la actitud insultante del héroe, la diosa se venga pidiéndole a Anu -el
dios supremo- la muerte de Enkidu.
45
desoladora que su amigo Enkidu, que emerge de las profundidades, le entrega del
mundo de la muerte. Sin embargo, esta doble experiencia -la de reconocerse como un
mortal a quien los dioses no se lo otorgan todo y la de saber que no hay bienestar en
el mundo de la muerte, sino para aquellos que se han proyectado a través de su
descendencia o que han muerto gloriosamente- en lugar de sumirlo en la
desesperación y en paralizar su dinamismo vital, lo impulsan a mirar la existencia
desde una nueva perspectiva. Este héroe que retorna derrotado de su empresa sabe
ahora que es un ser limitado, que debe acatar la voluntad de los dioses y subordinarse
a sus mandatos y que su verdadera misión es la de asumir la vida como un accionar
permanente y esto a pesar de la muerte y, precisamente, porque la forma más digna
que ésta puede asumir es la del heroísmo.
46
CONCLUSION
47
factor de crecimiento social. De hecho, lo propio del héroe es proyectarse ante su
pueblo como un modelo digno de ser imitado, recuperar la armonía perdida y
enseñarle a los demás las lecciones que su aventura le ha entregado. En síntesis, el
héroe constituye un arquetipo humano, un restaurador del orden y un maestro que ha
crecido en sabiduría y que completa su misión al trasmitirla.
48
NOTAS
1. Cfr. Hesíodo: Los Trabajos y los Días. Citado por Robert Graves, Los Mitos
Griegos, tomo I, Editorial Losada, Buenos Aires, 1967, pp.38, 39. Históricamente, la
raza de los héroes corresponde a la de los reyes guerreros de la época micénica, pero
por efecto de la mitificación de que fue objeto con el transcurso del tiempo, pasó a
constituir parte del tiempo sagrado.
2. Homero: Odisea. Colección Austral, Editorial Espasa-Calpe, Buenos Aires,1969,
p.123.
3. Op. Cit., p. 122.
4. Jaeger, Werner: Paideia. "Los Ideales de la Cultura Griega". Fondo de Cultura
Económica, México, 1987, pp. 20 y 21.
5. Op. Cit., p.21.
6. Op. Cit., p.23.
7. Cfr. Op. Cit., p.23.
8. En la mitología, Némesis es la diosa de la venganza. Personifica el sentimiento del
derecho, según el cual repartía la suerte y la desgracia y vengaba y castigaba toda
maldad.
9.Cfr. Op. Cit., p. 23.
10. Homero: Ilíada. Ediciones Cátedra, Madrid, 1989, p.456.
11.Cfr. Jaeger, W.: Op. Cit.,pp.23 y 24.
12.Homero: Ilíada, p. 128.
13. Cfr. Jaeger, W.: Op, Cit., p.24.
14. Homero: Ilíada, p.89.
15.Jaeger, W: Op. Cit., p.25.
16. Cfr. Op. Cit., p.25.
17. Cfr. Op. Cit., p.28.
18. Cfr. Op. Cit., pp.28 y 29.
19. Cfr. Op. Cit., p.29.
20. Gracián, Baltasar: El Héroe y el Discreto. Colección Austral, Editorial Espasa-
Calpe, Buenos Aires, 1942, p. 10.
21. Op. Cit., p.9.
22. Cfr.Op. Cit., pp. 11 a 13.
23. Cfr.Op. Cit., pp. 18 a 21.
24.Cfr.Op. Cit., pp. 21 a 24
25 .Op. Cit., p. 13.
26. Cfr.Op. Cit., pp. 24 a 26.
27. Cfr.Op. Cit., pp. 47 a 49.
28. Op. Cit., p. 30
29. Cfr.Op. Cit., pp. 40 y 41
30. Cfr.Op. Cit., pp. 41 a 43.
31. Cfr.Op. Cit., pp. 46 y 47.
32. Cfr.Op. Cit., pp. 26 a 28.
33. Cfr.Op. Cit., pp. 16 a 18.
34. Op. Cit., p. 53.
35. Cfr. Scheler, Max: El Santo, el Genio, el Héroe. Editorial Nova, Buenos Aires,
49
1965, pp. 112 a 118.
36. Op. Cit., p. 112.
37. Op. Cit., p. 113.
38. Cfr. Op. Cit., p. 116.
39. Campbell, Joseph: El Héroe de las Mil Caras. Psicoanálisis del Mito. F.C.E.,
México, 1959, p. 22.
40. Cfr. Op. Cit., p. 18.
41. Cfr. Op. Cit., p. 23.
42.Op. Cit. p. 25.
43 Op. Cit. p. 26.
44. Cfr. Op. Cit., p. 40.
45.En esta leyenda, Dafne huye de la persecución amorosa del dios Apolo y su padre,
para ayudarla, la transforma en laurel.
46. Cfr. Op. Cit., p. 40 y 41.
47. Cfr. Op. Cit. p. 41.
48. Op. Cit. p. 223 y 224.
49. Anónimo: Poema de Mio Cid y el Romancero del Cid. Editorial Calomino, La
Plata, 1944, p.44.
50.Op. Cit., p. 45.
51.Anónimo: Poema de Gilgamesh. Editorial Tecnos, Madrid, 1988,p.7.
52. Op. Cit., p.9.
53. Op. Cit., p. 10.
54 Op. Cit., p. 10.
55 Op. Cit., pp. 3 y 4.
56. Op. Cit., p.6.
57. Op. Cit., pp. 6 y 7.
58. Op. Cit., pp. 7 y 8.
59. Op. Cit., p.4.
50
BIBLIOGRAFIA
51
UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACION A DISTANCIA
EL HEROE EN LA EPOPEYA
52
1991-1992
53