Professional Documents
Culture Documents
Querida Mariana: Le explicamos, pero tío Arsenio no quiso entender. Él insistió, dijo que esa figura
de caricatura era un Judas absurdo. ¡Cómo han cambiado los tiempos!, dijo, abrió una cerveza y le
dio un trago generoso. La tía, enojada, dijo que siempre andaba buscando pretextos para beber,
porque el tío, al abrir la segunda cerveza dijo que bebía de dolor, de ver cómo han cambiado los
tiempos. ¡Ah, mis tiempos sí eran buenos tiempos!, dijo y volvió a beber otro trago generoso.
En realidad, querida mía, esa tarde de sábado de gloria fui testigo de diversas percepciones
generacionales, porque Pau, juguetona, dijo que lo que hacía Bob Esponja era equilibrio sobre la
cuerda, y su mamá dijo que, en realidad, María había lavado el muñeco y luego lo había puesto a
secar, mientras tanto, el tío Arsenio abría la tercera cerveza y decía que estos tiempos eran
tiempos apocalípticos. ¡Ah, en mis tiempos, los Judas eran verdaderas obras de arte!
Y es que era sábado de gloria y, se sabe, en este país existe la tradición de quemar monigotes de
cartón o tela. La tradición, cuentan, comenzó como un motivo religioso (quemar al apóstol que
traicionó a Jesús) y derivó en una manifestación social (quemar imágenes de políticos que
traicionan al pueblo).
La mamá de Pau dijo que, a pesar que el calor era intenso, corría poco aire, por lo que el muñeco
tardaría en secarse. Pau dijo que era lógico, pues Bob era una esponja y las esponjas, por si no lo
sabía, sirven para absorber agua, por esto, Bob vive en el fondo del mar. Y, no satisfecha con esa
explicación, Pau dijo que, por lo tanto, Bob era primo de Aquamán y ocasional tío de la Sirena
Pancracia.
Cuando Pau dijo lo de la Sirena Pancracia medio mundo comenzó a elucubrar acerca del origen de
tal personaje. ¿Quién era Pancracia? Esto le sirvió de pretexto al tío Arsenio para abrir la cuarta
cerveza, porque, dijo, en sus tiempos, las únicas sirenas existentes tenían nombres griegos, eran
sirenas que seducían a los marinos, porque poseían una voz exquisita, algo fuera de este mundo,
de este mundo torcido y cambiante, y, ¡de puro coraje!, terminó la cerveza con un trago que hizo
que se derramara el líquido sobre su playera del Guadalajara, el equipo de su adoración.
Y digo que ese sábado de gloria reconocí diversas percepciones generacionales porque Víctor
(lector contumaz) dijo que la imagen del Bob Esponja le recordaba el inicio de la novela de Gabo,
Cien años de soledad, y poniéndose de pie, al centro del patio, como si fuese un actor
universitario, casi declamó: “Muchos años después, colgado en el tendedero, Bob Esponja había
de recordar aquella tarde remota en que su mamá lo sacó del mar y lo llevó a conocer el viento de
Comitán”. Las carcajadas brotaron de las bocas de todos, con excepción de la del tío que, después
de un farfulleo como de foca, se llenó con otro trago de cerveza.
El tío, como a las seis de la tarde, se levantó de su poltrona, se quitó el cinturón y dijo que en sus
tiempos, el sábado de gloria servía para dar de cuerazos a los niños malcriados. Y, tatarateando,
yendo de un poste hacia otro, deteniéndose en los maceteros y en las sillas, el tío, con el cinturón
doblado, con el brazo en alto, persiguió a los niños que ahí jugaban. Los niños disfrutaron la
carreriza, como toreros se hacían hacia la izquierda mientras el tío, convertido en miura bolo, se
iba en banda y trastabillaba.
A final de cuentas, todo mundo estuvo de acuerdo que el mundo es cambiante, pero que esa
tarde, el tío había logrado rescatar la tradición de los cinchazos del sábado de gloria y, por fortuna,
a nadie se le ocurrió aventarse agua, tradición boba de los tiempos del tío Arsenio.
Posdata: Al otro día, el tío, tomando un caldo de gallina de rancho, con chile sietecaldos, y una
cerveza para el descrude, contó que se había puesto una borrachera de órdago, porque al coraje
de los cambios en las tradiciones, en la noche se sumó la derrota de su amado equipo y quedó
fuera de la liguilla. Pero él, fiel hasta la muerte, seguía portando la playera del Guadalajara, que ya
apestaba de tanto sudor de borracho.
Y el tío siguió bebiendo todo el domingo, ya menos encorajinado, porque, dijo, celebraba el
Domingo de Resurrección; es decir, conmemoraba la vida por encima de la muerte.
en 6:32
en 4:21
viernes, 19 de abril de 2019
Querida Mariana: Es difícil que un libro se escape de las erratas. Casi todos los libros que se
publican en el mundo tienen algún error. Hay erratas ortográficas, así como palabras que omiten
alguna letra o duplican otra. Y no sólo libros, también hay exámenes con erratas. ¿Exámenes de
ortografía con errores? También. De todo hay en la viña del lenguaje.
Antulio, el joven, maestro de Taller de redacción revisó su examen y no halló errata alguna. Al otro
día, al distribuir el examen, los estudiantes resolvieron la prueba. Nunca se dieron cuenta que el
examen tenía una ligera errata, muy ligera: En lugar de escribir Vocación, el maestro escribió
Vacación. No se dieron cuenta, porque ellos no sabían que el maestro se había equivocado al
pasar la prueba a la computadora. Nadie pudo haber detectado tal error, porque, en estricto
sentido, no tenía error alguno. Era una errata simple, apenas del cambio de una letra, que no
afectaba en absoluto la validez de la prueba. En el borrador del examen, que Antulio, el joven,
había hecho a mano, con lápiz, escribió Vocación, pero al transcribir la prueba en la computadora,
por error de lectura o por error al escribirla, la palabra pasó de Vocación a Vacación.
El maestro solicitaba que los muchachos dieran una definición del concepto. Los muchachos
respondieron (tal como lo solicitaba la prueba) con una definición breve y concisa; es decir, con
precisión.
Cuando el maestro, en la tarde, tuvo el bonche de pruebas en la mesa de su estudio, comenzó a
calificarlas. Todos los alumnos, sin excepción, obtuvieron una palomita en la pregunta ocho, la que
decía: “Define el concepto: Vacación”.
Antulio no se dio cuenta del cambio de palabra. Olvidó que en el borrador había escrito Vocación.
La prueba consistía en revisar el grado de concisión. Los estudiantes habían hecho alarde de ello,
por lo que el maestro marcó como buena cada respuesta de la pregunta ocho del total de
exámenes.
Al azar tomó una prueba y leyó: “Vacación: Lapso en que el trabajo cotidiano se suspende”. Le
puso buena.
Todas las demás respuestas iban por el mismo sendero. Sólo una se salía del lugar de lo decente y
entraba al terreno de lo prosaico, pero Antulio también la calificó como buena, ya que consideró
que estaba dentro del rango de lo comprensible: “Vacación: Periodo en que mandamos a la
mierda el trabajo.”
En cuanto terminó de calificar y anotó en la relación del grupo todas las calificaciones vio el
borrador, lo tomó e iba a romperlo, pero algo, como si apareciese un arco iris a mitad de la noche,
envió su mirada hacia la palabra: ¡Vocación! ¡Se había equivocado en la transcripción! Torció la
boca como si fuese un trasatlántico chocando contra un iceberg.
Tal vez, pensó, viendo el jardín por la ventana, había colocado la palabra Vacación porque el
examen lo había practicado el último día de clases, antes del periodo vacacional de Semana Santa.
¡Sí, eso había pasado! Su mente le hizo un juego. En lugar de escribir la palabra Vocación, su
mente le ordenó escribir Vacación.
Antulio, el joven, se sentó en el sofá al lado de la lámpara de pie, sacó un cigarro de la cajetilla, lo
prendió y lo dejó en el cenicero que estaba sobre la mesa del té. Las dos palabras rondaron su
mente; como si saltaran la cuerda brincaron de un lado a otro: Vocación – Vacación.
Y pensó que él, igual que los alumnos, había dado gracias a Dios el último día de clases. Los
muchachos, igual que él, no veían que llegara la hora de salir de ese encierro y correr hacia la
puerta que era el mayor símbolo de libertad. El periodo vacacional los llevaría a los campos, a la
playa, a la alberca, a los antros, a las calles y plazas. Se levantarían tarde, comerían comida rica y
no los sándwiches desabridos de la cafetería. No verían la cara de Peptobismol del conserje, ni
sufrirían el maltrato de la apergaminada señora que atiende la biblioteca.
Pensó, entonces, que su vocación no era tal, pues prefería el concepto vacación. Su amigo Iván
estudió cinematografía en el CUC, de la UNAM. El cine fue su vocación, desde niño. Iván asistía al
Cine Comitán todas las tardes. Una vez, ya cuando él daba clases en la preparatoria, e Iván
presentaba su primer cortometraje en el Festival de Cine, de Morelia, supo que su amigo no tenía
vacaciones, porque no las buscaba, siempre estaba realizando su pasión: El cine. En cambio él,
cuando iniciaba el ciclo escolar, lo primero que hacía era revisar el calendario para ver los días de
asueto, los puentes programados y los periodos vacacionales de Semana Santa, Navidad y de Fin
de Cursos. Podía decirse que trabajaba de lunes a viernes esperando que llegara el periodo de
vacaciones. En cambio, su amigo Iván…
Había sido un ligero error, un simple cambio de letra: Vocación se había transformado en
Vacación. Sus alumnos habían respondido de manera breve y concisa. Antulio, el joven, había
puesto buena a todos los exámenes, en la pregunta ocho.
Vio hacia la mesilla y halló que el cigarro se había consumido, un chorizo frágil de ceniza salía de la
boquilla y se recostaba en la superficie del cenicero.
Posdata: Recordó que su papá, Antulio, el viejo, le había dicho de joven que seguiría la tradición y
él aceptó estudió la Licenciatura en Español, y en cuanto terminó buscó trabajo en una escuela. Sí,
siguió la tradición. Ahora, muchos años después, había descubierto que una simple letra
modificaba el concepto Vocación y se convertía en Vacación, concepto que significaba, más o
menos, “Mandar a la mierda el trabajo.”
en 4:59
en 4:32
en 5:59
en 5:10
Los niños jugaban todas las tardes. Colocaban una mesa de madera en el patio, al lado de la barda.
La mesa era un poco endeble, siempre quedaba chueca, con una ligera inclinación, pero como los
niños eran delgados y siempre estaban descalzos, la mesa los soportaba. Los niños trepaban a la
mesa para ver la calle, a través de las hendijas de la celosía. En esos tiempos no había llegado la
televisión, así que su diversión era esa: Ver la calle a través de la celosía.
La televisión (decían) era como el cine, en la pantalla se veían montañas, carreteras con carros
veloces, gasolineras solitarias en medio del desierto, vaqueros cabalgando en las praderas que
eran territorios de indios apaches, altos edificios de Nueva York, trasatlánticos en el mar, bañistas
en bikini, hombres peleando en las cantinas o recogiendo las redes de pescar. La televisión
mostraba escenas de muchas partes: mujeres africanas con los pechos desnudos, bailando
alrededor de una fogata; esquimales desplazándose en trineos en las superficies heladas; hindúes
trepando a la parte alta de los trenes; franceses tomando café mientras escuchan al acordeonista
debajo de un árbol sin hojas; mexicanos bebiendo tequila en medio de mariachis; argentinos
comiendo un asado en un patio lleno de árboles; norteamericanos comiendo un hot dog en una
avenida llena de rascacielos. Lo que los niños veían a través de la celosía era más modesto, mucho
más sencillo, pero era una manifestación de vida. La celosía, de igual manera, era bella y sencilla.
Era uno de los grandes prodigios de la arquitectura popular. Triángulos hechos con ladrillos,
recostados, sueños isósceles.
Los niños miraban lo que sucedía en la calle, escuchaban (de primera mano) los sonidos de la calle.
Reconocían los pasos de la abuela, después del rezo; escuchaban el grito del nevero y bajaban de
la mesa, corrían a la sala y pedían una moneda al abuelo; oían el silbato del afilador y avisaban a la
abuela. Por la celosía se colaba el viento que despeinaba sus cabelleras y les echaba un vaho de
frescura; por la celosía miraban al Chepe que, todas las tardes, metía sus manos debajo de la falda
de la Minga, quien dejaba en la banqueta la canasta con pan, y cerraba los ojos y acezaba como si
fuera una gata ronroneando.
No importaba que hubiese mucho calor (era un calor afectuoso) o estuviera lloviendo a cántaros.
Los niños trepaban a la mesa y oían cómo el agua de lluvia carrereaba afuera. En el patio (donde
ellos estaban) el agua caía a chorros, pero el sonido era monótono; en cambio, en la calle, el agua
se volvía como caballo y cabalgaba hacia abajo, cada vez el trote era más escandaloso, como si en
cada esquina se uniera un grupo a la cabalgata fenomenal. ¡Ah, qué tropel tan fastuoso! Los niños
escuchaban la algarabía del agua y chapoteaban sobre la mesa. Ellos (a diferencia de los demás
niños) no aventaban barquitos de papel al agua. Ellos, desde su altura, hacían avioncitos y, por
encima de la barda o por en medio de los huecos de la celosía, los aventaban para que cayeran
sobre el río fantástico que corría frenético. Tomaban los avioncitos con sus dedos pulgar e índice,
lo llevaban hacia atrás y luego los soltaban. Los avioncitos, de inmediato, se abrían como si fueran
paracaídas, por la fuerza del aguacero, y caían como pétalos enormes a la corriente y ahí,
¡mantarrayas de papel!, navegaban hasta desaparecer en la boca de una alcantarilla abierta.
Los tres niños cumplieron su destino. Uno de ellos estudió arquitectura, el otro fue a la Ciudad de
México y se convirtió en director de documentales, y el tercero se hizo escritor. Si alguien (en
entrevista periodística o en plática de amigos) preguntara acerca del origen de su vocación, cada
uno de ellos, sin dudar un instante, diría que lo pepenó a través del hueco de una celosía hecha
con simples ladrillos.
en 5:12
en 3:53
¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? ¡Ah, ya Sabines nos dijo cómo! Nos lo dijo en un
poema que colgó en el aire.
¿Cómo puede decirse un atardecer en Comitán? El poeta Sabines ya no vivió para decírnoslo. Se
fue antes, se volvió aire.
Pero, ahora, nosotros, sobrevivientes, podemos colgar un sol sobre la rama de una jacaranda en
primavera, que llena de morados y lilas los cielos azules de estos cielos.
Podemos, si queremos, desgajar los pétalos de una orquídea y ofrecerlos con las manos abiertas.
Pero, Robertoni, el gran ceramista chiapaneco, llegó a Comitán y dijo un atardecer a su manera, de
la mejor manera.
Robertoni llegó a Comitán por invitación de los organizadores del IV Festival Internacional de Artes
y Literatura Balún Canán. Llegó la tarde del once de abril de dos mil diecinueve, y llegó colgado de
una liana de aire, liana pariente de aquélla en la que Sabines se descolgó como un sencillo Tarzán
de las Letras.
Y Robertoni llegó desenfadado, libre, gozando del aire de Comitán y colocó las piezas de
exposición en los corredores del Centro Cultural que lleva el nombre de Rosario, quien, cuenta en
su novela Balún-Canán, una tarde en que fue a volar papalotes en los llanos de Nicalococ, conoció
¡el viento!, y corrió a contárselo a su nana y su nana, también hija del aire, le dijo, con voz
mesurada, con voz de cántaro de barro, que el viento era uno de los nueve guardianes de su
pueblo.
Y esto, sin decirlo, sin contarlo a voz abierta, porque los misterios del mundo deben conservarse
como si fueran pétalos de ámbar, Robertoni descolgó del aire y comió sus hojas, como si fueran
hojas de hierbabuena, y las maceró en su boca y luego soltó su aliento sobre las máscaras de barro
que estaban expuestas, que estaban recargadas sobre la columna vertebral de piedra del edificio.
Y fue un instante prodigioso, porque él, niño de barro, jugó esa tarde en Comitán, jugó porque su
oficio es jugar la tierra disuelta en agua. Descolgó el aire (el viento de Rosario, el guardián de Balún
Canán) y colocó sus manos sobre las bases de madera y aventó su huelgo (juelgo diríamos en
Comitán) y dio vida a sus máscaras, las que cerraron los ojos, abrieron sus bocas, dejaron que sus
cabellos se retorcieran ante esa manifestación de vida. Porque esto es lo que hace el poeta de la
cerámica, dar vida en donde sólo hay una pella de barro.
Se trata, demuestra Robertoni, que el lodo tome otra categoría, que, en lugar de manchar las
rodillas y los pies, pinte el espíritu con colores tierra, con sepias quemadas que, a su vez, dan vida
a los ojos del espectador.
Robertoni jugó al llegar a Comitán. Jamás lo había hecho. Esa tarde prodigiosa lo hizo, porque, al
fin poeta, debía nombrar un atardecer en Comitán. Y él, niño travieso, colocó las manos sobre las
bases de madera, hinchó sus pulmones y soltó una línea de aire que se enredó en los ojos y en el
cabello de sus máscaras, máscaras que, en ese instante, despertaron a una vida que las mantenía
encerradas en el sueño de Xibalba, de la otredad.
Robertoni dijo que esa era una forma de nombrar un atardecer en Comitán, en los corredores del
Centro Cultural, ahí en medio de esos muros que, dice Gladys Bonifaz, están bañados en piedra.
Conjunción de piedra y barro, de barro y huesos con carne, de la carne del gran ceramista, del gran
pepenador de hilos de tierra.
Robertoni vino a exponer sus obras en el corredor del edificio que lleva el nombre de Rosario. Ahí,
Robertoni jugó, nos dijo que basta un soplido para despertar del sueño de los tiempos.
¡Ah, qué artista tan juguetón, tan de meter las manos al barro, tan de darle forma, tan de darle
vida a la tarde, tarde de Festival, de arte y literatura, de barro encimado sobre la cuerda del aire,
del viento, del papalote que Rosario echó a volar, del vuelo enorme de los cielos llenos de lilas
jacarandas, de orquídeas comitecas, de blanco tenocté, de tejas, de tejas de barro, del mismo
barro con que juegan las manos de Robertoni!
en 7:14
LO MÁS BONITÍO
¡Lo dijimos! El número 10 de ARENILLA-Revista está bonitío. Hoy comenzamos a distribuir los dos
mil ejemplares de manera gratuita, para que nuestros lectores vean que, en efecto, este número
está ¡sen-sa-cio-nal! ¡No podía ser de otra manera! Llegamos al número 10, quisimos sacar la
máxima calificación. ARENILLA-Revista es una revista niña, apenas saliendo del cascarón, niña
escolar que sueña con que su maestro (el lector) dibuje un hermoso diez en la hoja de la libreta.
Este número está bien bonitío. Como todos los demás números y los que están por venir, lo
hicimos con mucho cariño, con mucha pasión. Lo hicimos ¡a la comiteca! Y los hombres y mujeres
de bien, de estas tierras, saben que hacer algo a la comiteca significa ¡hacerlo bien! Los comitecos
de buena cepa somos ¡bien hechos! Si no, cómo podríamos haber logrado construir esta ciudad,
este pueblo para la eternidad.
Por esto, porque Comitán está hecho a través de los siglos, por manos y corazones buenos, un día
decidimos hacer una revista que contuviera parte de lo mejor de nuestro pueblo y de la región.
Hoy comenzamos a distribuir nuestra revista, número 10. ¡Nuestra, porque es de todos! Sin la
colaboración generosa y decidida de nuestros patrocinadores, quienes le apuestan a Comitán,
sería imposible llegar a las manos de dos mil lectores cada bimestre, de manera gratuita. ¡Dos mil
lectores nos reciben en sus casas! Ellos, también generosos, nos abren sus puertas y sus
corazones. Ya nos hemos vuelto uno, ya somos un todo. ARENILLA-Revista conforma una triada:
patrocinadores, lectores y editores. Nuestros anunciantes son los más prestigiados inversionistas,
instituciones y empresas de la región. Para nosotros es un lujo contar con ellos, y ellos saben que
se anuncian en la mejor revista, de estos últimos tiempos, en la región.
Nuestros lectores ya nos esperan con ansia, con el mismo deseo con que muchos espíritus esperan
el sol del nuevo día.
Entregamos una revista impresa en papel, porque creemos firmemente que tener la revista en
físico, entre las manos, ofrece una experiencia imposible de describir. Tener una revista como la
nuestra es como meter las manos en un estanque con agua limpia, es como estar en medio de un
bosque y respirar el aire desempolvado. Nosotros sabemos que la mayoría recibe la revista, la lee
y luego, ¡bendito Dios!, la conserva en su librero, porque ARENILLA-Revista es una revista de
colección, es una revista que no tiene caducidad, porque lo mejor de Comitán y la región debe
conservarse para siempre. Ese es uno de nuestros objetivos.
Hoy comenzamos a distribuir el número 10 de ARENILLA-Revista, hoy comenzamos a entregar
parte de lo mejor de esta región.
Ya lo dijimos ¡está bonitío! En este número los lectores hallarán joyas: Encontrarán un
publirreportaje del Restaurante TA’BONITÍO. ¿Cómo el chef Sergio Caballero García comenzó a
construir este sueño que hoy está convertido en el toque mágico de la gastronomía comiteca?
Bueno, pues en este número 10 está una línea que da luz a esta interrogante. ¡Hmmm! A nuestros
lectores se les antojará probar el pan compuesto con pulpo, flameado con comiteco.
¿Y después de una rica comida, qué? Ah, pues un caramelito de aquella hermosa tierra llamada
Zapaluta. Ahí, doña Margarita Molina, quien es una joya de aquella joya, prepara los más ricos
caramelitos de miel. ¡Ah, qué historia tan dulce, tan rica! En nuestro número 10, los lectores
hallarán un testimonio de doña Margarita, que es como una gotita de propóleo para la piel de
nuestro espíritu.
Pero ¡hay más! ¡Mucho más! Adolfo Ruiseñor, uno de los mejores poetas de Chiapas, comparte
unas “Palabras para Rosario Castellanos”, artículo en el que, con maestría cercana a la genialidad,
nos dice que celebra a la célebre escritora ¡leyéndola!, e invita a hacer lo mismo a los lectores de
nuestra revista.
¿Qué más hay? Ah, bueno, ahora inauguramos una nueva sección que se llama LA TIENDITA DE
DOÑA PIFA, que es un homenaje a aquellas tienditas en las que, en estantes y mostrador de
madera, hallábamos diversos artículos. En esta primera entrega retomamos la frase “¡Ay, nanita!”,
que aparece en el libro GLOSARIO. HABLA POPULAR, de José Luis González Córdova, y decimos
que Santo, el enmascarado de plata, nunca la dijo, porque a él le bastaba una “quebradora” para
acabar con las mujeres vampiro y con los zombis.
Y tenemos más, un reportaje con algunos de los TALENTOS MARIANO; es decir, los alumnos que,
por su dedicación, están colocados en la relación de honor del Colegio Mariano N. Ruiz, en sus
niveles de secundaria, bachillerato y universidad.
¡Claro! Por supuesto que sí, en este número no podía faltar el cuentito, que los lectores adultos
deben compartir con los pequeños. ¡Uy, en este número el cuentito nos presenta un animal que es
invisible y que se llama Carinto! ¿Alguien conoce o ha visto a Carinto? ¿No? Ah, pues este número
es oportunidad para entrar al mundo maravilloso de la imaginación.
Sí (¡bendito Dios!) con este número obtuvimos un diez. Y así seguiremos, porque nosotros
insistimos en colocar una ARENILLA en la inmensa playa de las cosas bien hechas, de las cosas que
nos dan orgullo, de las que nos impelen a seguir luchando por construir un Comitán digno, el
Comitán que nos merecemos.
Gracias a todos nuestros lectores y a nuestros patrocinadores por su generosa complicidad.
¡Juntos estamos construyendo una mejor ciudad, una mejor región! ¡Gracias! ¡Salud! ¡Salud, por
siempre!
Nota: Los lectores interesados pueden pasar por su ejemplar gratuito en la Estética Vanity, a
cuadra y media del templo de El Calvario, en Comitán.
en 4:03
miércoles, 10 de abril de 2019
Querida Mariana: Azucena nunca lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías
era el hombre más bello del mundo, a pesar de que era chaparrito y tenía una cicatriz debajo del
labio, que parecía un gusano. La sociedad (las amigas de Azucena) dijeron que era un hombre
avaro, miserable, regiomontano, codo (dirían en Comitán). Esta avalancha hizo que Azucena
terminara su relación.
Todo sucedió en su primer cumpleaños que pasaron juntos, el cumpleaños de ella. Azucena estaba
acostumbrada a que sus enamorados (había tenido dos o tres) le llevaran serenata, le obsequiaran
perfumes, ramos de rosas y la invitaran a cenar a algún restaurante exclusivo.
Una tarde de abril, Elías le recordó que al día siguiente era su cumpleaños. ¡Claro!, dijo ella. Lo sé,
aseguró, llevo sabiéndolo veintidós años.
Esa misma noche, al despedirse, Elías le dijo al oído: Mañana es tu cumpleaños. Azucena dijo que
sí, ya un poco molesta, por la insistencia. Pensó entonces que esa noche, Elías le llevaría serenata.
Azucena se acostó a las diez (siempre lo hacía a las once o doce de la noche) y esperó que el
mariachi sonara, pero, como dice la canción: “Los mariachis callaron”, porque nunca hicieron acto
de presencia. El sueño venció a Azucena y se quedó dormida sobre su cama, con el vestido que
había elegido para bajar a la hora de la serenata.
Dos o tres meses después que Azucena se hizo novia de Elías respondió a la pregunta de Amalia:
¿Por qué te hiciste novia de Elías? Azucena no se lo había planteado con tal seriedad. En su casa
decía que las cosas se habían dado de manera natural, sin buscarla. Una tarde de abril, mientras
ella estaba en la biblioteca, se acercó Elías y colocó sobre la mesa un libro de Gabriel García
Márquez (ya no recordaba el título), Elías (en ese momento no sabía que ese era su nombre) le
sonrió y dio unas palmadas al libro, como si dijera que sugería la lectura. Azucena no era lectora
contumaz. Vio el libro a la distancia y pensó: “Qué sonso” y siguió haciendo la tarea de Química,
motivo por el que estaba esa tarde en la biblioteca. A la hora que guardó su libreta en la mochila y
salió de la biblioteca vio que el muchacho aparecía, dejaba un clavel blanco sobre un pretil y, con
su mano, hacía el mismo movimiento que había hecho con el libro. Azucena siguió caminando y
volvió a pensar: ¡Qué sonso! Pero, a partir de ese día, Azucena encontró claveles blancos por los
lugares que caminaba: en el asiento del templo, en la banca del parque, en el asiento del autobús
urbano, en el pretil de la ventana de su recámara, en la banqueta, en el asiento del cine, en la
portezuela de su auto. Ella supo que esos claveles venían de la mano del chico del libro. Y así
comenzó la historia del enamoramiento. Elías logró el objetivo de llamar la atención de Azucena.
Por esto, cuando Amalia le preguntó por qué se había hecho novia de Elías, un chico que no era,
según ella, el más apropiado para la chica más bella del colegio, dijo que le había llamado la
atención la forma sutil y diferente con que la sedujo, casi sin palabras, con una serie de símbolos
maravillosos, dijo que Elías no era un chico común. ¡Eso!, dijo, por eso me hice su novia.
Pero, cuando llegó el primer cumpleaños de ella, sus amigas le llamaron temprano por teléfono
para felicitarla y deslizaron la idea de que Elías era un chico miserable, porque no le había llevado
serenata y cuando en la noche se enteraron del obsequio que Elías le había dado, arreciaron los
comentarios al grado que Azucena se sintió mal y pensó que todo era culpa de él. Su novio la había
puesto frente al paredón de la crítica de la sociedad, ¡de sus amigas! Al día siguiente, Azucena fue
a casa de Elías y clavó en la puerta un mensaje de despedida. Tocó el timbre y se fue. En el
mensaje, Azucena había dejado muy en claro que no respondería a sus llamadas y a sus mensajes
y que no se atreviera a buscarla en persona porque lo ignoraría, así como un gato, al contrario del
perro, ignora la salida o llegada de su amo.
Azucena jamás lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías era el hombre más
bello del mundo. Ella, ¡qué pena!, olvidó por qué había aceptado a Elías como su novio; olvidó que
hay vientos suaves que traen lo mejor de otras regiones.
El día de su cumpleaños, Azucena había cancelado su malestar por la ausencia de la serenata, se
vistió con el vestido rojo que tan bien le sentaba, colocó su mejor sonrisa en su rostro y esperó a
que Elías llegara. A las doce en punto, ella escuchó el timbre, bajó apresurada, abrió la puerta, con
la misma intensidad con que abrió sus brazos y cerró los ojos en espera de una sorpresa, Elías la
abrazó, fuerte, con una mano retiró un mechón del cabello y le dijo al oído: “Hoy es tu
cumpleaños”, ella sonrió, dijo que sí. Abrió los ojos y vio que su novio nada llevaba entre las
manos. ¿Ni un ramo de flores? ¿Una caja de chocolates? ¿Nada? Elías vestía una playera polo, de
color azul. Repitió: Hoy es tu cumpleaños, mientras le daba un beso en la mejilla. Azucena
comenzó a impacientarse. Fue cuando Elías le dijo que le tenía una sorpresa, que subiera al auto.
Azucena recuperó su sonrisa, subió al auto y dejó que su novio le colocara una bufanda en los ojos
y le pusiera el cinturón de seguridad. Escuchó que Elías subió al auto, cerró la puerta, prendió el
carro y metió primera. El auto se deslizó por las calles llenas de baches, ella brincaba, pero se
divertía con el juego, esperaba con ansias el momento en que el auto se detuviera, él se bajara,
abriera la puerta, le retirara la bufanda, abriera los ojos, poco a poco, hasta acostumbrarse de
nuevo a la luminosidad del día y escuchara que él dijera: ¡Hoy es tu cumpleaños!, y, con las manos
abiertas, como si le entregara el mayor presente del mundo, le ofreciera ese ramo inmenso de
narcisos que se desprendían de lo alto de una barda. Él repetiría: ¡Es tu cumpleaños!, y la acercaría
al muro para que oliera el aroma fascinante del narciso.
Ella se fascinó con el obsequio, pero ya la ponzoña había hecho efecto en su espíritu
desprotegido.
Posdata: En fin, ella jamás comprendió a cabalidad que estaba al lado del hombre más bello del
mundo, el hombre que, lejos de ser un narcisista, le obsequió un buqué exquisito, que se
derramaba generoso en una mañana única, con fondo azul.
Los que saben dicen que el narciso sólo florea una vez al año y su perfume no se prolonga más allá
de veinte días, pero los espíritus sensibles que lo admiran guardan el buqué durante toda su vida.
en 4:14
EL SUEÑO DE TOPITO
Imaginá que te llamás tope, imaginá que sos tope. Tu territorio natural será Chiapas. Aunque hay
miles y miles de automovilistas que odian los topes, éstos proliferan (diría el poeta) como hongos
bajo la lluvia. ¡Ah, cómo hay topes en este estado! ¡Quién sabe de dónde viene esta herencia! Tal
vez de algún resabio de la época en que las carreteras estaban llenas de piedras. Chiapas (todo
mundo lo sabe) no termina de adaptarse a la modernidad. Muchos ciudadanos siguen añorando
los tiempos idos. Mientras en el norte de la república todo mundo ve hacia el futuro y trata de
construir un porvenir acorde a los nuevos tiempos, en el sur, muchísimos ven hacia el pasado. Su
mirada está llena de nostalgia. Esta nostalgia hace que no reparen en los instantes del presente,
que no formulen un mejor desarrollo. Así que si sos tope, aunque muchos te odien, vos vivirás
durante mucho tiempo, porque cuando llega un reglamento de prohibición y las autoridades
ordenan el retiro de topes, éstos vuelven a brotar un día después. Hay muchos habitantes que
viven en casas modestas construidas a la orilla de la carretera, estos habitantes son los encargados
de levantar túmulos que tienen mucha semejanza con las bardas, porque la altura provoca daños a
la panza de los autos.
Si sos tope cumplirás con éxito tu misión, porque el noventa de los carros se detendrá justo dos
centímetros antes de tu cuerpo, porque (¡faltaba más!) las carreteras de Chiapas no cuentan con
una señalética conveniente y, en lugar de avisar la cercanía de un tope, cien metros antes (como
sucede en cualquier carretera del mundo), en Chiapas el aviso de tope (escrito con letra chueca,
sobre una tabla húmeda) se encuentra justo al lado del tope, esto hace que el conductor que
maneja a ochenta kilómetros por hora tenga que meter el pie en el freno de manera abrupta, sin
dar tiempo para el aviso de los compañeros de viaje. En Chiapas, ¡Dios mío!, se debe bajar la
velocidad de ochenta a cero, en la absurda distancia de un metro.
Si sos tope te divertirás, porque el conductor y sus acompañantes brincarán como si estuvieran en
brincolín, se pegarán contra el toldo, rebotarán, se descoyuntarán, mentarán madres y se sobarán.
Todo esto en ¡fracciones de segundo! Tu presencia provocará todo un festejo inadvertido,
innecesario y violente.
Si sos tope, lograrás el sueño de todos los niños: que los papás se detengan y queden mudos de la
impresión, por, cuando menos, un segundo.
Claro, podrás elegir entre ser tope de la carretera de Comitán a San Cristóbal o tope de San
Cristóbal a Palenque o tope de alguna carretera rural, apenas transitada. Si decidís ser tope de
camino de extravío llenarás de polvo a los pasajeros, y alguno de ellos, enojado, bajará a orinar
encima de vos; pero si decidís ser tope de carretera asfaltada serás la delicia de los niños que
pensarán que están en Six Flag sobre uno de esos aparatos donde el vértigo es la cosa más
divertida del mundo; pero, en contraposición recibirás el rechazo de los conductores adultos,
quienes, con los riñones destrozados calcularán el coste de las descomposturas de sus autos.
Porque, ¡ah, cómo joden los topes! Los autos se desajustan y quedan como pollos deshuesados.
Si sos tope cumplirás el sueño de los huevones, porque estarás tirado todo el día en la carretera,
sin estar muerto. Alguien podrá pensar que no podrás dormir con tanto auto que pasa encima de
vos, pero, en realidad, vos disfrutarás ese constante movimiento, porque naciste para molestar, tu
vocación es estar ahí jorobando a los otros. A vos, lo sabés, nada te pasará. Tu panza, ¡enorme,
rotunda!, jamás perderá su forma, y, como ya dije, si alguien te elimina una tarde, como el Ave
Fénix, emergerás de tus cenizas, y volverás a estar en el lugar que te corresponde. Los chiapanecos
aman los topes. Esto es como un símbolo de su nulo desarrollo económico. No poseen la
capacidad de transitar por súper carreteras rumbo al porvenir. ¡No! Insisten en colocar túmulos
que hacen que el progreso se detenga a cada rato.