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LA TRANSICIÓN DESDE LA

FAMILIA RELACIONAL A LA
FAMILIA CELULAR
La importancia de la infancia en la
transformación

Resumen:

A lo largo de los siglos precedentes al XVIII la infancia era algo desconocido que no
levantaba el menor interés. Sin embargo, a partir de mediados y finales de dicho siglo,
somos testigos de una creciente preocupación por el cuidado y la educación de los niños.
Este cambio respecto a la idea de la infancia va a ser una pieza clave en la conformación
de un nuevo modelo familiar derivado de los cambios políticos, económicos y sociales.
La transformación de la idea de la infancia se podrá observar desde diferentes ámbitos,
de forma que podremos analizar los procesos que sigue esta transición desde el esquema
de la familia relacional a la medicalizada familia celular.

Abstract:

Throughout the centuries precedent the 18th, childhood was something unknown that did
not wake any interest. However, by mid and the end of said century, we are witnsesses to
a growing concern for children’s care and education. This change over the idea of
childhood is going to be key in the creation of a new family model derives from political,
economic and social changes. The transformation of the idea of childhoood will be able
to be observed from differet ambits, which is going to allow us to analyze the processes
this transition follows from the schemes of the relational family to the medicalized
cellular family.

Autores: Alberto Valenciano García y María Huergo Perea

Profesor coordinador: David Cano Serrano


Contenido
1. Introducción. ............................................................................................................................. 3
2. Las prácticas de la familia relacional ........................................................................................ 4
2.1. Contratación de las nodrizas. ............................................................................................. 4
2.2. La práctica de fajar a los niños. .......................................................................................... 9
2.3. La vivienda de la familia relacional. ................................................................................ 12
2.4. El niño en el arte del Antiguo Régimen ........................................................................... 15
2.5. La campaña antimasturbatoria. ........................................................................................ 18
3. La transformación de la familia relacional a la familia celular. El biopoder. ......................... 22
4. La transformación de las prácticas. La gestión de la vida. ...................................................... 27
4.1. Aplicación y consecuencias de la campaña antimasturbatoria ......................................... 27
4.2. El desprestigio de las nodrizas y la creación del papel de madre ..................................... 30
4.3. Transformación de la vivienda: espacio y organización interior...................................... 33
4.4. Protagonismo del niño en el arte. Reflejo del nuevo pensamiento en las obras artísticas 36
5. Esquema familiar con diferenciación de clases: la familia burguesa y la familia proletaria... 36
6. Conclusión............................................................................................................................... 39
7. Bibliografía………………………………………………………………………………...…41
1. Introducción.
En la Edad Media no existían los niños. A pesar de toda la liturgia cinematográfica que
nos proyecta una y otra vez imágenes de niños correteando vestidos con harapos y tiernas
escenas familiares, no había un solo niño en aquella época. Era el adulto dueño y señor
del mundo, no por imposición, sino por descarte: no había nadie más. Esta es la idea que
intentaremos demostrar con la siguiente investigación. Y, además, buscaremos un
sentido, una justificación, de por qué era así.

Comenzaremos señalando que nuestra investigación parte de los preceptos de la Escuela


de los Annales, por lo que el análisis histórico será diferente a la forma común de hacer
historia. Se manifestará en dos sentidos: el primero de ellos es la importancia por lo
considerado pequeño, no solo introduciendo ramas de estudio ajenas, o más bien
paralelas, a la historia (como en nuestro caso, la filantropía o psicología), sino también
centrando el estudio en las prácticas operatorias y los modos de vida, abordando lo
extraordinario desde lo cotidiano, y no al revés; el segundo será el rechazo a una
concepción lineal de los hechos, ya que buscaremos, más que causas para la
transformación acontecida, elementos que pudiesen determinar ciertas concepciones de
la vida que desembocasen en aquella.

Así, procederemos a analizar ciertos acontecimientos que creemos son síntomas de una
transformación en el modo de vida de la sociedad. Profundizaremos por supuesto en este
cambio, cómo aconteció y qué supuso, bajo qué esquema político se desarrolló y en qué
derivó.

Podríamos tomar como punto de partida la proliferación de textos a partir de mediados


del siglo XVIII sobre la conservación de los hijos: médicos (Des Essartz, Brouzet…),
administradores (Prost de Royer, Chamousset…) y otros cargos de la época comienzan a
centrar el foco de atención en la educación del niño, siendo bastante críticos.

¿Qué motivó la abundante publicación de esta literatura? Si los niños llevaban existiendo
dieciocho siglos, ¿por qué nace ahora esta preocupación por su cuidado? ¿Cuál es el
elemento que ha producido el cambio? Responderemos a estos interrogantes, junto a
otros, apoyándonos en textos que analizan el periodo desde el siglo XVI hasta el siglo
XVIII (algunos en Francia, otros en España. La localización resulta indiferente en tanto
que el proceso se llevó a cabo en todo Europa, aunque con variaciones cronológicas)
centrándonos en la figura del niño, y cómo la visión que se tiene de él va a estructurar un
modelo de familia diferente.

Recogiendo la idea esbozada anteriormente, queda de manifiesto que hubo una


transformación de la noción de familia (de donde deducimos que la idea de familia no es
algo invariable y eterno) en la que la visión sobre el niño tuvo especial protagonismo (por
lo cual deducimos que “un niño” no ha sido siempre lo mismo). Entonces, ¿cuándo
comenzó a existir la infancia?
2. Las prácticas de la familia relacional.
2.1. Contratación de las nodrizas.

La primera de las prácticas de vida que podemos relacionar con el tema propuesto es la
prolífica oferta de empleo como nodriza. Una nodriza era una mujer, habitualmente
proveniente del mundo rural, que acogía bajo su cuidado a los hijos de otras mujeres,
normalmente más pudientes, que podían permitirse sus servicios.

Durante siglos fue una profesión muy habitual, siendo prácticamente el empleo por
excelencia de aquellas mujeres que necesitaban un sobresueldo a su ya laborioso trabajo
en el campo, es decir, el de todas, ya que la agricultura apenas alcanzaba el calificativo
“de subsistencia”. Vemos por lo tanto que era un trabajo muy demandado, pero también
muy solicitado.

Las madres que demandaban el servicio de una nodriza pertenecían mayoritariamente a


la realeza, la aristocracia o, en menor medida, a la naciente burguesía acomodada. Solían
habitar en núcleos urbanos y rara vez trabajaban. Por lo que podríamos pensar que su
función era la de esposa y madre, pero no era así exactamente. Mónica Bolufer lo señala
de la siguiente forma: “La consideración de la maternidad como una función primordial
de las mujeres, por parte de los discursos morales y de las instituciones sociales a cada
época, ha constituido en buena medida una constante histórica. Sin embargo las formas
en que se ha concebido, imaginado y organizado esa función han variado sustancialmente
a través de los tiempos”1. Por tanto, cumplían con su función maternal, solo que esta
estaba mucho más restringida en aquel momento, casi al único hecho de engendrar y parir
al niño. Algunas incluso sobrepasaban ese mínimo establecido y amamantaban al hijo
mayor, al que sería el heredero de la familia, pero entregaban al resto al cuidado de las
nodrizas.

Esta desocupación laboral que señalábamos, unida a lo poco exigente que era el papel de
madre, nos hace preguntarnos: ¿por qué entonces no eran las encargadas del cuidado del
niño? Hay diversas causas que convergen en este desinterés por cuidar a los niños. Como
parecen apuntar los textos de la época, ofuscados en concienciar a las mujeres de su deber
como madres, estas preferían dedicarse a la vida pública (moda, cortejos, toros…).
Existían también motivos médicos que, aunque hoy sabemos son erróneos, en su época
gozaban de gran aceptación, como la creencia de que amamantar a los niños deformaba
el pecho, y no solo eso, sino que también tenía consecuencias negativas en la salud de la
madre. Asimismo, otras consecuencias estéticas hacían a las madres pudientes reticentes
a dar el pecho, como la creencia de que se marchitaba el rostro, que adelgazaba el
cuerpo… Además, en la época, amamantar se concebía como un acto servil e indigno que
no podía entenderse en una mujer de status social elevado, lo cual, unido a que “contratar
a una nodriza seguía siendo un signo de posición social, de la que hacían ostentación los

1
BOLUFER PERIGA, M., “Formas de ser madre: los modelos de maternidad y sus transformaciones
(siglos XVI-XIX)”, en Méndez Vázquez, J. (coord.): Maternidad, familia y trabajo: De la invisibilidad
histórica de las mujeres a la igualdad contemporánea, Ávila, Fundación Sánchez Albornoz, 2008, p.63
adornos de los variopintos uniformes que lucían las nodrizas en los paseos”2, confluyó en
esta demanda tan elevada de cuidadoras infantiles que antes señalábamos.

Cabe destacar que las motivaciones podían ser muy variadas, y algunas no dejaban otra
opción que contratar los servicios de una nodriza, como podía ser la muerte de la madre
o que no tuviera leche. También se requería su contratación por motivos laborales en las
familias de artesanos y comerciantes, ya que la mujer acostumbraba a trabajar con el
marido y no podía dedicarse a la crianza del niño, ni siquiera a amamantarlo. Tampoco
los amamantaban aquellas mujeres que buscaban concebir de nuevo tras el parto, pues
existía la creencia popular de que dar el pecho dificultaba los embarazos posteriores de la
mujer y que las relaciones sexuales disminuían la cantidad y la calidad de la leche.

Se observa que, por un amplio abanico de motivaciones, las madres se ven impulsadas a
delegar la crianza del niño a mujeres externas. Este es el motivo (una demanda
desmesurada) por el que en muchas ocasiones encontrar una nodriza era una labor
complicada, más aun teniendo en cuenta que se procuraba en la época delimitar quiénes
estaban cualificadas para la labor y quiénes no. En la realidad, esta necesidad imperante
llevaba a las parejas a descuidar su elección y escoger a completas desconocidas o a la
primera campesina que encontraban con leche en sus senos.

Había principalmente dos tipos de nodrizas: las que habitaban con las familias del
pequeño y las que criaban al niño en su propia casa. Sobre ambas se alzaron una serie de
características y requisitos que intentaban asegurar su cualificación para desempeñar tal
labor.

Estas debían estar casadas o ser viudas, aunque excepcionalmente se permitía a solteras.
Debían ser cristianas, requisito obviado en muchas ocasiones, aunque se decía de las
nodrizas no cristianas que incurrirían en herejías. La edad debía rondar entre los 20 y 35
años. Se buscaban nodrizas que se pareciesen a la madre del niño, tanto física como
psicológicamente (a no ser que la madre tuviese problemas mentales, en cuyo caso
buscaban otro perfil). Se estipularon interminables listas con las características a tener en
cuenta, algunas basadas en creencias médicas de la época, otras con cierto tono
prejuicioso (se decía de las pelirrojas que tenían la leche agria). Muchas de las
indicaciones iban ligadas no a las capacidades físicas que debía poseer para encargarse
del niño, sino a las que se creía repercutían directamente sobre la leche que el infante
recibiría (así, se sostenía que el carácter era determinante en el sabor de la leche y su
calidad); en fin, se persigue “que sea tan sana de alma como de cuerpo”3. Para ilustrar los
requisitos mencionados podemos citar a Santiago García, médico de la Inclusa de Madrid:
“la leche no ha de pasar de los dieciséis meses ni tener menos de un mes; es preferible la
que haya parido dos o tres veces a que sea primípara, ya que estas están expuestas a
padecer la enfermedad que llaman pelo, grietas y otras afecciones de los pechos que

2
MÉNDEZ VÁZQUEZ, J., Nodrizas y tratados de pediatría en el Madrid del Setecientos. Cuadernos de
Historia Moderna 2015, XIV, 107-133. p. 113
3
Ibidem, p. 112
regularmente vienen de no tener expeditos los conductos de la leche y que, además, será
más experta en el cuidado de la criatura”4.

No solo era difícil encontrar una buena nodriza que cumpliese los requisitos, sino que,
además, las carencias médicas impedían comprobarlo. Esto, unido al desinterés, hacía que
los padres no escogiesen a una nodriza adecuada. Muchas veces ni siquiera conocían a la
nodriza. Ocurría que, bien por la prisa de encontrar una nodriza ante el nacimiento del
niño, bien porque los criterios eran demasiado complicados para ser analizados por los
padres, en muchas ocasiones delegaban la elección a intermediarios que ponían en
contacto a familias y nodrizas. En ocasiones los padres entregaban a los niños a esos
intermediarios sin ver siquiera a la nodriza. También eran habituales las recomendaciones
entre vecinos o familiares, o los anuncios en los periódicos.

Como dijimos anteriormente, uno de los modelos de nodriza era aquella que los se los
llevaba a su casa para criarlos. Este es el modelo en el que se daban los casos que antes
señalábamos de padres que entregaban a sus hijos a mujeres desconocidas (gracias al
papel de los intermediarios). Existían dos opciones principalmente, aunque, como
veremos, los efectos que se derivan de ellas no son muy diferentes: que la nodriza viviese
en las cercanías de la urbe (o en la ciudad misma) o que viviese en un lugar rural alejado.

Recibían al niño unos dos o tres días después del parto y le criaban durante los siguientes
dos o tres años. Los padres tenían durante este periodo la posibilidad de visitar al niño
cuanto gustasen, pero la realidad es que raramente lo hacían. Puede ser más comprensible
que los padres no volviesen a ver al niño en el caso de que la nodriza viviese a una gran
distancia, pero tampoco lo visitaban cuando la casa de la nodriza se situaba cerca. Las
causas de este “abandono” del niño son diversas: era muy habitual que se mostrase
desinterés, la lejanía (reiteramos, grandes distancias o distancias menores) lo dificultaba,
la vida laboral lo impedía…

Muchos padres valoraban más la idea de enviar a sus hijos al campo que enviarlos a casa
de una nodriza en la ciudad. Era común la idea de que en los ambientes rurales los niños
se desarrollaban más fuertes y sanos. Bonells, en este caso, describe el lugar adecuado
para la crianza de los niños: “era preciso que el lugar de residencia de la nodriza estuviese
situado en una llanura alta bien oreada, lejos de lagunas y aguas estancadas; que su aire
sea sano, las aguas saludables y la casa ubicada en un buen paraje, cómoda, limpia y
ventilada”5. Desde luego, las casas de las urbes no cumplían con estos requisitos, muchas
estancias carecían de ventilación. Será necesaria una completa reformulación del espacio
urbano y, más concretamente, de la vivienda, para dotarla de la salubridad y ventilación
adecuada. Pero en el mundo rural las viviendas carecían también de estas características
asépticas, con el agravante de que era común que en el mismo espacio familiar habitasen
personas y animales, de lo que se deriva una situación higiénica pésima que poco tiene
que ver con lo propuesto por Bonells. Claro que los padres o desconocían estas

4
GARCÍA, S., Breve instrucción sobre el modo de conservar los niños expósitos, Madrid, 1794, p 39.
5
BONELLS, J., Perjuicios que acarrean al género humano y al Estado las madres que rehúsan criar a sus
hijos, y medios para contener el abuso de ponerlos en Ama, Madrid, 1786, pp. 146-147.
recomendaciones, o las ignoraban por la necesidad de encontrar una nodriza (o por
conservar a la que ya habían contratado, pues se creía que el cambio de nodriza durante
la lactancia era muy perjudicial para el lactante), o simplemente no las llegaban a
comprobar nunca por no visitar al niño.

La realidad es que, aunque habitualmente la casa de las nodrizas estaba desbordada por
el moho y la suciedad, este no era el mayor peligro para la correcta formación del niño.
Gracias a la falta de costumbre de visitar al niño por parte de los padres, las nodrizas
descuidaban su atención con regularidad. En algunas ocasiones el niño moría (a veces
incluso en el viaje desde la ciudad al campo) y las nodrizas (a veces con la colaboración,
no caritativa evidentemente, de los ya mencionados intermediarios) fingían que el niño
seguía con vida para seguir cobrando.

Muchas veces los niños eran abandonados durante largas horas mientras la nodriza se
dedicaba a otras labores como el trabajo en el campo. Esto impedía que pudiesen
amamantarlos con la regularidad que requerían. Además, las duras jornadas en el campo
dejaban a las mujeres exhaustas y solo podían ofrecer al niño una leche de mala calidad,
a veces completada con las de otra nodriza por insuficiencia de la primera (con los
correspondientes malestares que eso provocaba en el niño). Además, no podemos olvidar
que estas mujeres eran también madres y que muchas veces su leche no bastaba para
alimentar a varios niños, por lo que les preparaban papillas que sus tiernos estómagos no
podían digerir, generando malestares estomacales o incluso la muerte. Las madres,
muchas veces enfermas, contagiaban a los bebés que cuidaban. También se decía que las
relaciones sexuales afectaban a la calidad de la leche (frente al consenso de los otros
puntos este tema suscitaba debate).

Autores de la época señalan la mala intención de las nodrizas y las describen como
personas avaras que sacrifican la salud del niño en su beneficio. La realidad es que estaban
abocadas, por su situación económica, a estas situaciones. Sin ir más lejos, no solo les
debilitaba el trabajo en el campo, también una dieta escasa y con alimentos poco
nutritivos. Se elaboran toda una serie de directrices sobre la alimentación que debería
seguir una nodriza, todas inalcanzables para unas mujeres que vivían en la más absoluta
pobreza.

La otra modalidad de crianza con nodriza consistía en “acoger” a la nodriza en la propia


casa. Era una práctica llevada a cabo por los más pudientes, que podían permitirse no solo
su salario sino también su manutención. Presentaba ciertas ventajas frente a la crianza en
el campo, pero para los médicos no debía sustituir la crianza de la madre.

Por lo que toca a la alimentación, era también perjudicial para el niño. En este caso no
por carencia, sino por exceso. Las nodrizas eran mujeres que buscaban en este trabajo
escapar, en cierta medida, de la pobreza de su ambiente. Al convivir con la familia del
pequeño, reciben una comida abundante, se vuelven más sedentarias (dejan de trabajar en
el campo) y, además, se critica que se vuelven exigentes aprovechando el miedo de los
padres a que abandonen el puesto (obligándoles a cambiar de nodriza). Bonells señala:
“Su leche, en principio buena, degenera, y suele producir en los niños cólicos,
estreñimiento, lombrices, hincha y endurece su barriga y obstruye las glándulas,
particularmente las del mesenterio (…) Y si además ingieren bebidas alcohólicas, su leche
llena de partículas fermentativas, produce en el niño la coagulación de la linfa, irrita el
sistema nervioso, cardialgias, disenterías, fuegos de la piel, calenturas agudas y
convulsiones; con el agravante de que algunas de estas afecciones le pueden causar la
muerte”6.

Pero muchos progenitores, entre los que podían permitírselo, optaban por este modelo de
crianza que les permitía tener más controlada a la nodriza (sobre todo para evitar que
mantuviese encuentros sexuales).

No obstante, los médicos de la época estaban “en pie de guerra” contra las nodrizas,
viviesen en casa de los padres o en su casa propia. Las hacían responsables de corromper
a los niños. Así lo expresa, por ejemplo, Buchan: “A veces nos sorprendemos al ver a los
hijos de padres honestos y virtuosos revelar, desde sus primeros años, un fondo de bajeza
y maldad. No cabe duda de que esos niños adquieren todos sus vicios en casa de sus
nodrizas. Podrían haber sido honestos si sus madres los hubieran amamantado”7. De esta
forma se dibuja la profunda repulsión de los médicos e intelectuales hacia las nodrizas, la
cual, no obstante, parece no pudieron transmitir a la población, pues las contrataciones de
nodrizas no disminuyeron hasta finales del XVIII.

Dichos autores buscaban convencer a las madres para que ampliasen sus funciones más
allá de la concepción y el parto. Para ello surge en la literatura de la época multitud de
escritos que hacen prevalecer la leche materna frente a la de las nodrizas, además de una
campaña de concienciación sobre la maternidad. Asimismo, popularizaron la idea de que
los malos hábitos eran transmitidos a través de la lactancia y de que “El esclavo (la
nodriza), naturalmente enemigo del amo (las parejas), debió de serlo de su hijo; sólo
experimentaron por ellos sentimientos de temor y desarrollaron con alegría vínculos que
les permitían abandonarlos sin correr ningún peligro que pudiera traicionar su
negligencia”8.

De la leche de la nodriza se dice que, por muy buena que sea, siempre será peor que la
materna. La de la madre está adaptada al hijo y le transmite algo que la de las nodrizas no
posee: los calostros. Se busca que la nodriza haya parido en el mismo momento que la
madre, porque la composición de la leche varía y el niño no se puede adaptar. Y como
encontrar una nodriza con leche de buena calidad y además adaptada temporalmente al
parto de la madre era no solo improbable, sino casi imposible, los médicos determinan
que la leche de cualquier madre siempre será mejor que la de cualquier nodriza. E, incluso
si la leche de la madre es insuficiente o si esta muere, muchos facultativos recomendarán
la leche de animales antes que la de las nodrizas, como es el caso del doctor Ballexerd:

6
BONELLS, op. cit., pp. 113-114.
7
BUCHAN, Médecine domestique, 1775.
8
LEROY, A., Recherches sur les habillements des femmes et des enfants, 1772.
“será mejor dar a los niños buena leche de animales, que mala leche de mujer”9. Pero
ningún tratado médico consiguió en aquel momento que las madres diesen el pecho a sus
hijos. ¿Por qué? Fernández Valencia propone: “los discursos de la incompatibilidad
belleza-lactación generan la resignación socio-sexual del cuerpo que da sentido en la vida
de las mujeres y pudo condicionar su autopercepción y sus prácticas respecto al
amamantado y el cuidado corporal”10.

La última herramienta era intentar que, si no lo hacían por el niño, lo hiciesen por ellas
mismas. Los ideólogos ilustrados prometieron la felicidad y el respeto social a aquellas
mujeres que adoptasen la maternidad con decoro y trabajo. Se desarrolla así el papel de
la madre, como afirma Elisabeth Badinter, “el faro ideológico ilumina a la madre que se
convierte en el personaje esencial en detrimento del padre”11, se busca convencer a las
mujeres de lo placentero y gratificante de ser madre, aunque sin mucho éxito, pues el
recurso de la nodriza siguió siendo muy recurrido hasta mucho tiempo después.

2.2. La práctica de fajar a los niños.

Como hemos visto, las nodrizas fueron durante siglos pieza angular de la crianza del niño.
Recibían a los niños en su momento más prematuro, cuando más indefensos son y más
cuidados necesitan, muchas veces sin vigilancia alguna y con las complicaciones
derivadas de su estilo de vida, de su trabajo (ya fuese en el campo o como nodriza de
varios niños a la vez), de su alimentación… Y hay que destacar la falta de preparación de
estas trabajadoras, debido a que no abundaban los textos dedicados a la crianza de los
más pequeños, como ocurrirá a partir del siglo XVIII. Pero, aunque así fuese, los autores
de dichos textos se habrían enfrentado al analfabetismo de las cuidadoras (pues las
mujeres que sabían leer, burguesas, renunciaban como hemos visto a la maternidad) y al
peso de la tradición popular. Bajo esta última se apoyó la práctica de la crianza durante
siglos, repitiendo las nodrizas lo que probablemente les habían hecho a ellas, e
incurriendo de este modo en ciertas prácticas tremendamente perjudiciales para la salud
de los pequeños.

Una de esas prácticas es la vieja costumbre de fajar a los infantes. “Para fajar a los niños
les colocaban primero unas mantillas, después les pegaban los brazos al pecho y les
pasaban bajo las axilas una banda ancha que les bloqueaba los brazos y piernas. El lienzo
y las bandas se plegaban entre los muslos y quedaba todo el conjunto en forma de una
sola banda circular apretada al máximo desde los pies hasta el cuello”12. Así era como

9
BALLEXERD, J., Crianza física de los niños desde su nacimiento hasta la pubertad, y método el más
seguro de robustecer la especie humana contra los insultos de las enfermedades, Madrid, 1787, primera
edición 1762, traducido por Patricio de España, p. 69.
10
FERNÁNDEZ VALENCIA, A., “Cuerpo nutricio: iconografías de los discursos de la lactación”, en
FERNÁNDEZ VALENCIA A. y LÓPEZ FERNÁNDEZ CAO, M. (coords.): Contar con el cuerpo:
Construcciones de la identidad femenina, Madrid, Editorial FUNDAMENTOS, 2011, PP. 167-205.
Véase también BOLUFER PERUGA, M.: “Actitudes y discursos sobre la maternidad en la España del
siglo XVIII: la cuestión de la lactancia, Historia Social, 14 (1992), pp. 3-24.
11
BADINTER, E., ¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal. Siglos XVII al XX, Barcelona,
Paidós, 1991, p. 16.
12
MÉNDEZ VÁZQUEZ, op. cit., p. 12
acostumbraban a mantener a los niños durante horas. Al menos en teoría. En la práctica
era una labor tediosa y, en ocasiones, el fajado era realizado de forma errónea, lo cual
podía resultar aún más perjudicial.

Bien o mal hecho, fajar a los niños era una práctica que llevaba tiempo, ya no por la
complejidad de la labor, sino porque el cuerpo de los recién nacidos debía ser tratado con
cuidado y delicadeza, lo cual requería un tiempo del que las nodrizas no disponían.
Entonces, ¿por qué recurrían al fajado si este les hacía perder demasiado tiempo?

Hay múltiples motivos que pueden explicar la costumbre de fajar a los niños. Se podría
apelar a la tradición, cuyo peso es evidente, pues siendo las nodrizas cuidadoras ineptas
desde el punto de vista médico y sin los conocimientos suficientes para poder ejercer su
profesión, la tradición y las creencias populares constituían “el manual de instrucciones”
para criar a un niño. También se afirma que la costumbre de fajar a los niños era un signo
de prestigio, pues se utilizaban buenas telas, caras y con adornos, de manera que el niño
fajado se utilizaba como símbolo de ostentación familiar. Además, existía la falsa
creencia de que la faja era beneficiosa para la salud del pequeño: se decía de ella que
ayudaba a que los niños creciesen derechos. Se apela incluso a que la faja es un elemento
de humanización del niño y que sin ella tendería a su estado animal (a cuatro patas,
encorvados…), por lo que se trataba de que el niño quedase erguido, impidiendo “la
‘reafirmación’ de la naturaleza del niño, es decir, la regresión a un estado más animal”13.

Pero probablemente la causa más determinante fuese que evitaba que el niño se moviese.
Podemos deducirlo al describir la práctica: las pequeñas extremidades de los niños quedan
atrapadas en las telas e imposibilitan cualquier movimiento. Aunque la faja no solo
comprimía sus extremidades, sino también el resto de su cuerpo, afectando al tórax, por
ejemplo. Es esta compresión del cuerpo delicado del pequeño la causante de que la faja
abomine a los médicos. Los niños se ven obligados a soportar la presión del fajado y
crecían con deformaciones, sufrían enfermedades a causa de la presión abdominal y veían
reducida su capacidad respiratoria por la presión en el tórax. El intento de los niños por
librarse de las telas o la ya mencionada falta de cuidado de las nodrizas a la hora de
fajarlos repercutía en que algún miembro se apretase excesivamente y creciese menos que
el resto.

La justificación para incurrir en estas prácticas es sencilla: la faja era de tremenda utilidad
para las nodrizas porque les permitía dejar al niño solo sin temor a que pudiese lastimarse,
ya que no podía moverse. Era la herramienta perfecta para poder compaginar el trabajo
de nodriza con el trabajo en el campo o como comerciante, que exigía y obligaba a las
nodrizas a estar fuera del hogar durante la mayor parte del tiempo. Con los niños fajados
se aseguraban de que estos no serían capaces de hacerse daño, aunque paradójicamente
la faja ya les provocaba daños considerables. El niño se consideraba peligroso para sí
mismo, y de esta forma evitaban que se autolastimara. Así que, si bien existían diversas
razones para fajar a los niños, está claro cuál de ellas es la que reportaba beneficio a las

13
WIRTH MARWICK, E., “Naturaleza y Educación: Pautas y tendencias de la crianza de los niños en la
Francia del siglo XVII”, en DeMause, Historia de la infancia, Madrid, Alianza ed., 1982, p. 300.
nodrizas (pues ellas no hacían gala de ostentación de los pequeños ni parece que
mostrasen gran interés porque el niño se desarrollase de manera correcta, adoptando la
postura natural del hombre).

Los largos periodos de ausencia suponían, además, que el niño, al orinar y defecar, pasaba
largas horas con los excrementos pegados al cuerpo. Esto tenía consecuencias terribles
para la salud del pequeño que era objeto de irritaciones y llagas en la piel debido al
contacto con los excrementos, acentuado por la presión de las telas. Además, recordando
lo laborioso de la práctica, era frecuente que las cuidadoras, aun conscientes de que debían
hacerlo, no cambiasen las telas con la frecuencia requerida a los lactantes. Aunque fuese
necesario, ya sea porque estaba mal fajado o porque había restos de excrementos, las
nodrizas no desenvolvían al niño y lo volvían a fajar con frecuencia. Así ahorraban tiempo
a costa de la salud de los pequeños.

Pero, aun fajados, las viviendas rurales donde residían estas nodrizas podían resultar
lugares peligrosos para los niños, principalmente por la habitual presencia de animales.
Para remediarlo “colgaban al niño de un clavo o escarpia por el andador”14 (es decir, lo
colgaban en alto) de forma que los animales no pudiesen alcanzarlos y causarles
mutilaciones o la muerte. De esta práctica resultan niños con deformaciones permanentes.
Si fajarles ya suponía causarles en muchas ocasiones sofocaciones, convulsiones,
vómitos, malas digestiones, llagas en la piel, irritaciones… además colgarlos acentuaba
la dureza de esta práctica.

Lo más probable es que esta costumbre no tuviese maldad alguna. En caso de relacionar
las enfermedades derivadas con la faja, se creería que tenían más peso sus virtudes que
sus defectos. Cierto es que sirvió como instrumento para compaginar la exigente vida
laboral de las nodrizas, pero no hay razones para creer que las nodrizas no pluriempleadas
(las que vivían en casa de los padres de la criatura) no fajasen a los niños. Sí hay, en
cambio, un aspecto tan curioso como inaudito que relatan los médicos de la época y cuyas
razones son inverosímiles para la mentalidad de hoy en día. Hay relatos que exponen y
critican la costumbre de los padres de utilizar al niño fajado como una pelota. En
ocasiones el niño sufría facturas de huesos por esta costumbre, cuya única finalidad
parecía ser la diversión de los progenitores, pues a diferencia del fajado, ninguna falsa
creencia puede justificar este comportamiento. DeMause señala: “los médicos se
quejaban de que los padres rompían los huesos a sus hijos pequeños con la ‘costumbre’
de lanzarlos como pelotas”15.

Para sustituir la faja los médicos como Bonells sugieren un pañal de lienzo fino, otro más
recio y una mantilla de lana prendida con cintas, todo ello más ligero y menos opresivo
que la faja. Después utilizar una camisita abierta y unos pañales fácilmente cambiables16.
En suma, liberar el cuerpo de los niños de las zafaduras de las telas que comprimen sus

14
BONELLS, op. cit., p.180.
15
DEMAUSE, Ll., Historia de la infancia, Madrid, Alianza ed., 1982, p. 57.
16
BONELLS, op. cit., p.174.
pequeños cuerpos y sustituirlas por prendas que les permitan respirar y desarrollarse
plenamente.

No obstante, la faja no desapareció completamente hasta el siglo XIX. Y no se aplicó solo


a los lactantes. Tras ella, cuando el niño crecía, se le ponía la cotilla, una “especie de
coraza que se inventó para formar talles derechos y airosos”17. Compartía con la faja la
realización del efecto contrario para la que se ideó y el reducir la capacidad del tórax,
además de que no permitía desarrollarse completamente. “En las mujeres producía
infecundidad, abortos o alumbrar niños raquíticos y contrahechos”18.

Como vemos, la faja incurría en múltiples perjuicios para los niños, pero su uso seguía
siendo popular a pesar de ello. Se cree que si se seguía usando era por la avaricia de las
nodrizas y su falta de cuidado hacia el niño, pero contratar a una nodriza seguía siendo
una práctica recurrente. ¿Por qué, entonces, siguieron fajando a los niños? ¿Por qué
mantener una costumbre que producía vómitos, malformaciones e incluso la muerte a los
lactantes?

2.3. La vivienda de la familia relacional.

Mencionábamos anteriormente un fragmento de un texto de Bonells cuyo contenido


refería a las indicaciones que debían poseer las viviendas en las que las nodrizas criaban
a los niños a su cargo. Aunque la consideración más acertada responde a relacionarlo con
uno de tantos escritos ofuscados en derribar la popularidad de la que gozaban las nodrizas,
imponiendo condiciones de espacio e higiene que sabían perfectamente eran imposibles
de lograr, también podemos englobar esta idea en una corriente reformuladora de la
vivienda social.

Es innegable que la vivienda y la familia que en ella habita guardan una estrecha relación,
siendo “familiar” un término considerado a veces sinónimo de “aquel que vive bajo mi
techo”, como si la convivencia fuese relación directa de la familiaridad. Bonells, en este
caso, centraba su atención en el aspecto médico derivado de unas viviendas insalubres,
llenas de moho y malos olores. Y aunque es probablemente el principal foco de atención,
no es el único. Michel Foucault, por ejemplo, junto a otros autores, estudia no solo las
características de la vivienda (a saber, calidad de ellas, espacio, salubridad…), sino
también su orden interno, la organización de los miembros en torno a ella, las posiciones
que ocupan, los cuartos que habitan, las relaciones entre ellos…

Veremos entonces, al igual que en otros aspectos ya señalados, cómo se formulan escritos
y manuales destinados a la correcta organización de las estancias, a la limitación de los
individuos en ellas y su organización en los núcleos familiares representados por la idea
de la vivienda como “hogar privado de la familia”.

Durante siglos la vivienda se encuentra totalmente ajena al foco de atención político. Ni


siquiera tras las grandes migraciones del mundo rural a las ciudades se presta atención a

17
MÉNDEZ VÁZQUEZ, op. cit., p. 127.
18
Ídem.
satisfacer la ingente demanda de viviendas, de modo que su número es insuficiente, y las
existentes carecen a su vez de unas condiciones mínimamente básicas. La falta de planes
urbanísticos y de compromiso político dificultan la creación de nuevas viviendas y
condenan a que las construidas estén hacinadas, causa muy relacionada con el desarrollo
de enfermedades según los higienistas (cuyo papel cobrará gran importancia sobre todo
en el siglo XVIII).

“En una calle que apenas mide cuatro metros y sobre un número muy limitado de palmos
cuadrados, veíamos alzarse un edificio que, impulsado según parece por el orgullo o quién
sabe si por la codicia de su amo, pretende llegar a los cielos como otra Babel, con olvido
punible de todas las prescripciones higiénicas; […] este edificio de atlética altitud y
raquítica latitud presenta en su fachada un escaso número de aberturas […]. Si entramos
allí, un hedor indefinible es lo que se percibe […]. Un visible número de puertas
demuestran sin esfuerzo que sus habitantes no son pocos. La habitación del obrero tiene
reducidísimo espacio […]; horroriza pensar cómo en una habitación donde apenas cabe
poco más que una cama, de techo bajo y sin más abertura que la puerta de entrada, se
entregan en brazos de Morfeo, cuatro seres”19.

Tomando el texto anterior como base, podemos extraer toda una serie de características
de lo que era la vivienda: un lugar pequeño, insalubre, donde se apiña a más individuos
de los que las recomendaciones sugieren. Esta es la realidad de los miles de obreros que
habitaban los suburbios de las ciudades, normalmente en barrios de iguales o peores
condiciones cercanos a la naciente industria. De igual modo eran las viviendas rurales:
exentas de condiciones higiénicas, muchas veces empeoradas por la presencia habitual de
animales, de un tamaño reducido para el número de integrantes…

Pero, como adelantábamos, el surgir de las ciencias médicas supondrá una tentativa de
modificación de este espacio familiar para intentar mejorar sus condiciones materiales y
las relaciones personales de los convivientes. Así, debemos entender esta campaña de
transformación desde dos perspectivas diferentes: la estructuración de la vivienda, y la
relación de la familia para con la vivienda.

Por un lado, tendremos a figuras representantes del saber, como los urbanistas o
higienistas, que procurarán unas viviendas donde el desarrollo de la vida se vea
potenciado y no menguado por las malas condiciones de vida. Se basarán sobre todo en
la importancia de la ventilación. Repetimos las palabras de Bonells ya citadas: “que su
aire sea sano […] (vivienda) limpia y ventilada”20. También el fragmento del texto
mencionado anteriormente: “escaso número de aberturas […] un hedor indefinible”21.
Es, como vemos, de importancia capital para los higienistas el desarrollo de viviendas
cuya ventilación sea la adecuada. Esto se conseguirá a través de la regulación de las
viviendas y de la planificación de los barrios. Antes de ello, las casas se amontaban sin

19
AGUILAR MARTÍNEZ, F., Estado actual de las clases obreras de esta ciudad y medios que pudieran
utilizarse para su perfeccionamiento en el orden físico y moral, Alcoy, Impr. La revista de Alcoy, 1882,
pp.10-11.
20
BONELLS, op. cit. (nota 5).
21
AGUILAR MARTÍNEZ, op cit. (nota 19).
ningún orden en los ensanches urbanos; ahora procurarán la ordenación de las viviendas
favoreciendo que el aire pueda circular entre ellas evitando estos hedores y malas
condiciones del aire.

Pero, como avanzábamos, es una reforma que toma otro camino paralelo. En el mundo
rural o en las primitivas urbes anteriores a la Revolución Industrial la vivienda acogía en
su interior a multitud de miembros, familiares o no. Esto ocurría también, como hemos
visto, con el éxodo masivo tras la Revolución Industrial, cuando en las viviendas se
agrupaban varias familias de proletarios. Pero la motivación era diferente: en este segundo
caso eran la escasez de viviendas y la imposibilidad de alquilar una propia debido a los
bajos salarios los principales motivos para congregar en una casa a varias familias.

En el primer caso, en la época previa a la Revolución Industrial, aunque el fenómeno de


compartir vivienda también respondía a la eminente pobreza general, respondía además
a una concepción más genérica de la familia. En el mismo hogar convivían padres, hijos,
abuelos… pero también compañeros de trabajo pertenecientes al gremio. Confinados en
las mismas habitaciones, comúnmente sin distinciones de edad, familiares y no familiares
cohabitaban juntos. Son las viviendas núcleos heterogéneos donde habitan niños y
adultos, solteros y casados…

Pero esta manera de concebir la convivencia será lentamente modificada a través del
desarrollo de una nueva forma de entender los núcleos familiares. Nos alejaremos de la
idea de “vivienda” para desarrollar la concepción que tenemos de un “hogar”. Dicha
transformación tomará impulso en la valoración del “trabajo de las jóvenes, de las mujeres
solteras, de las esposas pobres […] como una necesidad ocasional, pero no como un
destino normal. Si el hombre logra mejorar su situación a través de la estabilidad y el
mérito profesional, ella podrá permanecer en la casa y desplegar allí las competencias que
al conviertan en un verdadero hogar”22. Doble misión de la mujer: el hogar como estancia
aséptica higiénica y socialmente, eliminando tanto los elementos nocivos para la salud
como los externos a la familia, perjudiciales para la moral. Excluir a los extraños para que
ingrese el marido y, sobre todo, los hijos. Al luchar contra la insalubridad de estos lugares,
los higienistas luchaban también contra la idea de hogar misma, conformando un
entendimiento totalmente novedoso.

En una búsqueda para mejorar las condiciones materiales de las familias se altera toda
una concepción de la familia misma, que va a desembocar en importantes cambios. A
modo de resumen, advertimos cómo sucede la transición desde la desatención por las
viviendas a su colocación en un punto central del debate político: el desarrollo de saberes
médicos sitúa la salubridad de las casas como necesidad imperiosa. Se configura así la
ordenación de los barrios y las viviendas y se busca desarrollar planes urbanísticos que
aseguren la salubridad de los espacios familiares, contando con la complicidad de la
madre que velará por la integridad de estas condiciones en beneficio de todo el cuerpo
familiar, atendiendo a los consejos de los higienistas y cercando el espacio familiar de un
modo más privado y resguardado que en épocas anteriores. Pero, ¿por qué se busca

22
DONZELOT, J., La policía de las familias, Ediciones nueva visión, Buenos Aires, 2008, p. 46.
expulsar de la vivienda a aquellos miembros que no forman directamente parte de la
familia? ¿Cómo se deforman las relaciones anteriores con el resto de integrantes de la
casa hasta llegar a relaciones de desconfianza, de repulsión del ámbito del hogar? Y no
debemos olvidar que no se modifica solamente la estructuración de la vivienda, sino las
relaciones mismas que toman forma en ella. Hemos hablado de los individuos ajenos a la
familia. Nos queda comprender cómo se ordenó la familia en este nuevo hogar. Hemos
expulsado al extraño del hogar. Y ahora, ¿qué?

2.4. El niño en el arte del Antiguo Régimen.

A lo largo de esta investigación hemos analizado diversas prácticas ejercidas hacia los
niños. Como hemos visto, la crianza de los niños va a ser irremediablemente criticada por
el floreciente saber médico con el fin de transformarla por completo. El por qué surge
esta abundancia de consejos, dictámenes y, en suma, el conjunto de saberes que
conformarán una guía de cuidados que debe recibir el niño, tan tardíamente (teniendo en
cuenta que el niño ha existido desde el principio de los tiempos) no ha sido descrito
todavía. Pero sí podemos estudiar una transformación paralela acontecida en el arte. El
arte ha sido y es reflejo de las sociedades que lo realizan. Por eso puede ser muy
importante analizarlo para entender cómo conciben la vida aquellos que lo realizaron.
¿No conocemos las culturas muertas a través de sus vasijas decorativas, de sus pinturas,
de sus instrumentos musicales o sus arquitecturas? Vamos, en esta ocasión, a realizar un
estudio del papel del niño en el arte, que quizás podamos extrapolar más tarde a la
sociedad.
“Hasta aproximadamente el siglo XVII, el arte medieval no conocía la infancia o no
trataba de representarla”23. Esta es la tesis propuesta por Philippe Ariès para justificar la
ausencia de la infancia en las representaciones pictóricas o escultóricas. Claro está que
era necesario representar a niños, especialmente a Jesús. El arte, y en general la Edad
Media, estuvo dominada por el teocentrismo. Las representaciones de Dios eran el tema
principal y casi único del Medievo, ya fuese el Juicio Final (tímpano de la iglesia de Santa
Fe de Conques), la Última Cena (capitel de San Juan de la Peña), el Pantocrátor (Frescos
del ábside de San Clemente de Tahull) … En fin, cualquier temática cristiana era objeto
de representación. Pero las que más nos pueden interesar son aquellas que muestran la
infancia de Jesús, normalmente acompañado por la Virgen.
Era este el caso más habitual en el que los artistas medievales tenían que representar la
infancia. Una infancia que hemos dicho no tenía cabida en el arte. ¿Cómo, entonces,
relataban los pasajes bíblicos en los que aparecían niños o en los que el protagonista era
Jesús tras su nacimiento? Respuesta: no representaban niños, sino hombres en miniatura.
Las figuras, de menor tamaño por ser niños, no solo adoptaban rostros adultos, lo cual
podría dar cierto margen de duda, sino también una musculatura nada relacionada con la
de los niños, con abdominales y pectorales de un hombre.
Lo que defendemos es que esta realidad histórica no responde a la falta de maestría de los
artistas y artesanos de la Edad Media, sino a un sentimiento de indiferencia frente a la
figura del niño, un desinterés general por representarlos.

23
ARIÈS, P., “El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen”, El observador nº8, sept. 2011, p.82.
Tal vez vengan a la cabeza ahora aquellas representaciones helenísticas de Eros o de
Dioniso (Hermes con el niño Dioniso) que con tanta fidelidad representaban la figura del
niño con los rasgos específicos de la infancia. Debemos ver que estos rasgos y estas
representaciones desaparecen junto al mundo clásico y que serán sustituidas por las vastas
representaciones de hombres en miniatura del Románico. Pero, ¿por qué en Grecia sí se
representaba a los niños? Como en muchas otras facetas podemos concluir que el mundo
griego representó una anomalía histórica respecto a lo venidero. También podemos
extraer la consideración de que, si se hubiese querido, se podrían haber tomado estas obras
como modelos y, tal vez sin la calidad técnica de las representaciones helenísticas, acercar
la imagen del niño de forma que se asimilase más a los rasgos de la infancia que a los de
la adultez, como ocurría.
Durante siglos la altura será la única forma de diferenciar en el arte a los niños de los
adultos. Lo podemos ver en multitud de representaciones, como en una miniatura francesa
de fines del siglo XI24, donde los niños resucitados por San Nicolás poseen el aspecto
antes descrito. También en una miniatura otoniana25, donde se falsea la figura del niño
para hacerle parecer adulto. En el Salterio de San Luis, de Leyden26 (finales del siglo XII-
principios del siglo XIII), el protagonista recién nacido muestra ya musculatura
desarrollada. Todos responden a una misma concepción: el niño es un adulto en miniatura.
Philippe Ariès afirma que “vemos en ellos algo más que una simple coincidencia.
Partimos de un mundo de representación en el que se desconoce la infancia”27.
Durante estos siglos, podemos observar que la figura del niño no era reflejada ni siquiera
cuando la escena lo demandaba, solventando el problema con una representación alejada
de las características de la infancia y cercana al mundo del adulto. La infancia se concebía
como una etapa de transición entre el nacimiento y la edad adulta, una etapa de obligado
cumplimiento, pero exenta de protagonismo. No tenía para los artistas de la época ningún
interés representarla e inmortalizarla, sino que centraban la atención en los adultos. Pero
lo cierto es que, siglos más tarde, la figura del niño adopta un protagonismo sublime que
le coloca como centro de muchas composiciones. Es más, la concepción evoluciona hasta
percibir la infancia como algo tan etéreo que es necesario capturarla a cada instante.
¿Cómo pasamos de la indiferencia más absoluta a la obsesión?
Ya a partir del siglo XIII comienzan a aparecer representaciones que podrían recordarnos
más a los niños modernos. El primero de los tipos de estas representaciones responde a
los ángeles. Estos empiezan a asimilarse a adolescentes jóvenes. Se cree que se basaban
en la figura del monaguillo: niños más o menos jóvenes educados para ayudar en misa.
Fra Angélico, Botticelli o Ghirlandaio muestran ya a estos ángeles más jóvenes y
comúnmente con rasgos afeminados. El segundo tipo consiste en la representación del
niño Jesús, precursor a su vez de la representación del resto de los personajes de la liturgia
cristiana en su niñez. Dicha temática sufrirá una transformación, desde su representación
como un adulto en miniatura a una escena emotiva, exacerbando la maternidad de la

24
Evangeliario de Otón III, Munich.
25
Vie et miracle de Saint Nicolas, Biblioteca Nacional, París.
26
Salterio de San Luis, de Leyden.
27
ARIÈS, op. cit., p. 83.
Virgen cuando se le representa con ella. De este modo, la pequeña infancia (a través de
la maternidad de la Virgen) se introduce en el arte. El tercer tipo de representación que
aparece ya en el gótico es la del niño desnudo (el niño Jesús rara vez está desnudo).
Estas temáticas irán evolucionando desde el siglo XIII y adquiriendo protagonismo,
dejando atrás la concepción del siglo XI. Además, las temáticas con niños se tornarán
cada vez más cotidianas, y progresivamente se abrirá paso la representación del niño en
obras no religiosas, al igual que en el ámbito religioso se comenzarán a representar con
más frecuencia otras infancias además de la de Jesús.
Podemos seguir la progresión que va desde la representación del niño Jesús a la
representación del resto de infancias santas, predominando la de la Virgen. Más adelante,
se realizarán obras laicas en las que se representa a los niños, pero no como protagonistas
aún, sino como parte del círculo social, normalmente cercanos a la madre o a la nodriza.
“El niño se convierte en uno de los personajes más frecuentes de estas historietas, el niño
en la familia, el niño y sus compañeros de juegos, que son frecuentemente adultos, niños
entre la multitud […] o jugando, o a veces orinando; el niño en medio de la multitud
asistiendo a los milagros, a los martirios, escuchando las predicaciones, siguiendo los
ritos litúrgicos como las presentaciones o las circuncisiones; o el niño aprendiz de
orfebrería, de pintura, etc.”28. Es, por tanto, una variación importante: de ignorar su figura
a representarle como parte del cuerpo social.
Pero lo que realmente marcará un punto de inflexión respecto a la tradición anterior es el
hecho de que el niño cobre protagonismo. Y esto se hará latente en dos tipos de
representaciones: el retrato y el putto.

Durante la Edad Media, a partir del siglo XIII, vemos como el niño ha comenzado a
aparecer, pero nunca como un individuo real. Esto es, nunca ha protagonizado una escena,
sino que se incorporaba a las escenas las infancias que mostraban que adultos y niños
participaban en los eventos sociales. Con la aparición del retrato se dota de protagonismo
a estos pequeños seres. Llama especialmente la atención el retrato de los niños muertos.
Esto supone una transformación radical, pues hasta el momento “a nadie se le ocurría
conservar la imagen de un niño, tanto si había vivido y se había hecho hombre como si
se había muerto en la primera infancia. En el primer caso, la infancia no era más que un
pasaje sin importancia, que no era necesario grabar en la memoria; en el segundo caso, si
el niño moría, nadie pensaba que esta cosita que desaparecía tan pronto fuera digna de
recordar: había tantos de estos seres cuya supervivencia era tan problemática…”29. A
saber, esta representación rompía con el anonimato de la infancia y suponía un cambio de
perspectiva, una transformación, pues “el sentimiento que ha persistido arraigado durante
largo tiempo era el que se engendraban muchos niños para conservar solo alguno”30.
Testimonios de la época lo certifican, tales como: “Antes que puedan causarte muchos
sufrimientos, habrás perdido la mitad, si no todos”31.

28
ARIÈS, op. cit., p. 86.
29
Ibidem, p. 87.
30
Ibidem, p. 86.
31
Le Caquet de l’accouchée,1622.
La representación del retrato del niño, más concretamente del niño muerto, no será una
temática aislada, sino que acompañará la tumba o lienzos primero de sus profesores,
después de sus padres. Normalmente se situarán a los pies de los progenitores, en una
especie de retrato de familia ya en el siglo XVI-XVII.

Durante el siglo XVII comenzarán a desarrollarse obras que representan al niño solo (por
citar un ejemplo entre la multitud de ellos, Los cinco hijos mayores de Carlos I, de Van
Dyck). Desde este momento las familias pudientes gustarán conservar retratos que
representen la infancia de sus hijos y que inmortalicen esta etapa, costumbre que no cesará
y será retomada por la fotografía.

La otra representación que adquiere gran importancia es el putto: el niñito desnudo. Hasta
el siglo XVI, y sobre todo en el XVII, rara vez eran los niños representados desnudos,
mucho menos teniendo en cuenta que hasta el siglo XIII la representación de la infancia
estaba monopolizada por el niño Jesús. Pero a partir del XVII el niño desnudo cobra gran
protagonismo, heredero innegable del gusto clásico por la representación de la desnudez
en general. No es más que otro síntoma del gusto por lo infantil, por la representación de
la niñez, y del protagonismo sobresaliente que aporta a los niños sus cuerpos desnudos
frente a las ropas de los adultos.

2.5. La campaña antimasturbatoria.

A mediados del siglo XVIII, se publica en Francia el famoso libro de (S.A.A.D.) Tissot
donde se retoma el gran discurso de la masturbación, que había sido tan empleado en la
religión cristiana (sobre todo en la católica), en su discurso sobre el control de las almas,
los deseos y el cuerpo de placer. Hasta el momento, esta plática antimasturbatoria solo
había tenido un significado moralista. La dirección de conciencia de escuelas religiosas
llamaba a sus fieles a la evasión del vicio y del deseo. Sin embargo, a partir de la
publicación del libro antes mencionado, comienzan a surgir textos, libros, folletos y
octavillas con este discurso antimasturbatorio que, no sorprendentemente, aparece antes
en los países donde no existía la rígida dirección de conciencia católica. Así, países como
Francia, Inglaterra o Alemania, de religión protestante, son los primeros en recibir esta
oleada de propaganda antimasturbatoria, enfocada de una forma muy distinta a como
podía aparecer en los países católicos, donde esta nueva concepción se plantearía un poco
más adelante. En estos textos no se trata la sexualidad desde el punto de vista decoroso y
decente que era el discurso cristiano de la carne. De hecho, en ellos hay una ausencia total
de términos como "deseo" o "placer" e incluso parece estar ausente la propia sexualidad,
que actualmente relacionaríamos de forma casi inconsciente con la masturbación. Apenas
interviene la sexualidad adulta, ni si quiera lo hace la sexualidad del niño. Estos textos
tratan la masturbación en sí misma, completamente despojada de un contexto moral o
sexual. Tratan, en definitiva, del acto de la masturbación.

Todos estos documentos de la época distan mucho de tener un carácter plenamente


científico; más bien, parecen tener carácter de campaña divulgativa. Están compuestos en
su mayoría por manuales. Algunos de ellos van dirigidos a padres e incluyen consejos
sobre la manera de impedir que los niños se masturben; otros están dirigidos a los propios
niños y adolescentes. El más famoso es el Livre sans titre, que incluía tanto las desastrosas
consecuencias que provocaba la masturbación, como inéditas ilustraciones que reflejaban
la esquelética y amorfa fisonomía de aquellos jóvenes que sucumbía a esta práctica. Esta
campaña incluía también prospectos y recetas médicas destinadas a atender o curar a los
jóvenes enfermos.

Por ejemplo: "entre los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, en Francia
se instaló un museo de cera al que se invitaba a los padres a concurrir acompañados por
sus hijos, en caso de que estos hubieran mostrado indicios de masturbarse"32. Ese museo
representaba todos los perjuicios que traía el acto de la masturbación, perjuicios de los
que, naturalmente, hoy sabemos su falsedad. Entonces, ¿cómo es que la sociedad del siglo
XVIII considera que la masturbación trae tan nefastas consecuencias? ¿Cómo es que está
enfocada exclusivamente en el cuerpo del niño?

Van Ussel, en su libro Histoire de la répression sexuelle, analiza la aparición de la


masturbación como el gran problema del siglo XVIII, y explica que, al desarrollarse la
sociedad capitalista, el cuerpo antes considerado "órgano de placer" pasa a convertirse en
un "instrumento de prestación", esclavo de la producción. Sus textos afirman que, tanto
la represión del cuerpo del adolescente como la exaltación del cuerpo productivo, son el
fin último de la campaña, de manera que no se atiende a la sexualidad. Sin embargo,
autores como Foucault se preguntan: "¿por qué destacar y subrayar de tal modo
únicamente la masturbación, y no poner en entredicho la sexualidad en su forma más
general?"33. También es interesante destacar el hecho de que esta campaña recaiga de
forma directa sobre los niños y adolescentes burgueses y no sobre la clase obrera adulta,
que es la que realmente ocupa el cuerpo de trabajo.

La campaña antimasturbatoria, en primera instancia, no pretende la culpabilización de los


niños. Lo cierto es que no trata de moralizarlos, como antes comentábamos, para evitar
el vicio sexual y el desenfreno. Más bien se trata de una somatización, una patologización
de la masturbación que presenta el futuro del niño como una vida llena de enfermedades.
La somatización se produce de tres formas diferentes. La primera se da mediante lo que
Foucault denomina la ficción de la enfermedad total. En muchos documentos se aprecia
con frecuencia la descripción de una enfermedad polimorfa que surge a partir de la
masturbación; una enfermedad que acumula innumerables síntomas y que padecen los
agotados masturbadores, a los que se les describe demacrados, débiles y deformados. En
artículos científicos como el Dictionnaire des sciences médicales de Serrurier, se describe
la naturaleza degenerada de un joven que se caracteriza por un olor desagradable, el
cuerpo inerte y el continuo derrame de líquidos corporales, que finalmente muere. Como
segunda forma de somatización encontramos la fabulación científica de la enfermedad
total, donde tanto los las normas médicas de la época como la posición de autoridad del
médico en la sociedad, se vuelcan en la campaña antimasturbatoria y declaran esta

32
FOUCAULT, M., Los anormales. Curso en el Collège de France (1974-1975), FCE, Buenos Aires, 2009
p 220.
33
Ibidem, p 221.
práctica como causante de todas las enfermedades posibles. Es causante de meningitis
según Serres en su Anatomie comparée du cerveau, causante de encefalitis y flegmasía
según Payen en su Essai sur l'encéphalite, causante de enfermedades óseas según Boyer
en su Leçons sur les maladies des os, causante de afecciones oculares según Sanson en
su artículo “Amaurose” del Dictionnaire des sciences médicales o causante de
enfermedades de corazón según afirma Blaud en un artículo de la Revue médicale.

La última forma de somatización es el delirio hipocondríaco, por el cual los enfermos


mismos asocian todos los síntomas que experimentan a la masturbación, considerada la
causa en origen. En muchos de los manuales, prospectos y otros documentos médicos
encontramos las llamadas cartas del enfermo. Algunas eran inventadas por los médicos
para incluirlas en sus textos, por ejemplo, las de Tissot; pero otras eran auténticas. Estas
cartas del enfermo eran verdaderas autobiografías del masturbador y relataban tanto la
historia de sus enfermedades como todo lo relativo a su cuerpo, sus sensaciones y su
experiencia desde la adolescencia. Rozier en su libro Les Habitudes secrètes chez les
femmes dice: “A la mañana, al levantarme, [...] tenía desvanecimientos. Mis miembros
dejaban oír en todas sus articulaciones un ruido semejante al de un esqueleto que se
sacudiera. Algunos meses después, […] al salir de la cama a la mañana, empecé a escupir
y echar sangre por la nariz, tan pronto de color intenso como descompuesta. Sentía
ataques nerviosos que no me dejaban mover los brazos. Tuve mareos, y de vez en cuando
náuseas.”34

Así, con estos tres métodos de somatización, nos encontramos ante una campaña que se
centra en el cuerpo del niño burgués y en la patologización de la masturbación, la cual se
presenta como una enfermedad polimorfa por la propia sentencia de los médicos. Con
esto deducimos que la masturbación no tiene síntomas propios, sino que, más bien,
cualquier enfermedad puede derivar de ella. Es decir, la masturbación es la posible causa
de todas las enfermedades. El niño arriesga su bienestar y su futuro sin conciencia alguna
de que la causa la provoca él mismo. “En el fondo, al llevar la mano hacia su sexo, el niño
pone en juego, de una vez y para siempre, y sin poder calcular en absoluto sus
consecuencias, aunque ya sea relativamente mayor y consciente, su vida entera.”35

En el nacimiento de la medicina clínica, con el desarrollo de esta campaña


antimasturbatoria, se pone de manifiesto el papel que juega esta práctica en la
enfermedad. El paciente se hace responsable de su dolencia, de forma que, según explica
Foucault “si estás enfermo, sin duda es porque lo quisiste; si tu cuerpo está afectado, sin
duda es porque lo tocaste”36. Es bien sabido que los médicos del siglo XVIII tendían a
atribuir cierta responsabilidad al paciente de sus propias enfermedades por abusar o
excederse en su vida cotidiana. Este acontecimiento de la responsabilidad, que solía
atribuirse únicamente a las enfermedades venéreas, se extiende con la masturbación a
todo lo demás. El resultado de la fusión del autoerotismo y la responsabilidad produce

34
ROZIER, Des habitudes secrètes ou maladies produites par l’onanisme chez les femmes, París, 1830, pp.
81-82.
35
FOUCAULT, op. cit., p. 226.
36
FOUCAULT, op. cit., p. 227.
una “autopatologización” que se asociará a la infancia. El niño se convierte en
responsable de toda su vida, sus enfermedades y su muerte, pero no por ello se le
considera culpable, pues no se piensa que la causa sea endógena. No cabe duda que la
pubertad, el desarrollo de los órganos sexuales, el calentamiento de los humores y otros
cambios fisiológicos pueden explicar que el niño se masturbe; sin embargo, su naturaleza
misma debe ser exculpada. Por ello, los médicos de la época insisten en que no está ligado
al desarrollo natural del adolescente. Desde finales del siglo XVIII aparecen muy
regularmente una serie de observaciones sobre la masturbación en niños muy pequeños:
Moreau de la Sarthe observa niñas de 7 años que ya se masturbaban, Sabatier recoge
confesiones de niñas que admiten haberse masturbado con 6 años, Cersie en su texto
Médecin des salles d'asile dice haber encontrado a niños de 2 o 3 años sumergidos en este
tipo de actos y De Bourge en su libro Mémento du père de famille advierte “Hay que
vigilar a los niños desde la cuna”37.

La importancia de estas prácticas prepuberales se debe precisamente a la intención de


disculpar al niño de su naturaleza, aún haciéndole responsable de todo lo que va a
sucederle. De modo que, si los niños no son los culpables, algún otro elemento debe
ocupar su lugar. “A menudo, desde la más tierna edad, hacia los 4 o 5 años y a veces
antes, los niños dedicados a una vida sedentaria son empujados por el azar o llevados por
algún prurito a poner la mano sobre las partes sexuales y la excitación que resulta de un
leve frotamiento atrae la sangre a ellas y causa una emoción nerviosa y un cambio
momentáneo en la forma del órgano, lo que despierta su curiosidad”38. No interviene el
placer, únicamente surge por azar, un gesto aleatorio y mecánico que aparece fruto de la
curiosidad. Sin embargo, otras veces la causa que provoca el acto es la seducción por el
adulto. Las incitaciones involuntarias de los padres y educadores en costumbres
cotidianas como el aseo o las excitaciones voluntarias de las nodrizas, son la verdadera
causa del problema. La campaña antimasturbatoria se orienta en seguida contra la
seducción sexual de los niños por los adultos. Los criados, las nodrizas, los educadores...,
son llamados a la represión. Deslandes decía: “Desconfíese sobre todo de las domésticas:
los niños se confían a sus cuidados, a menudo buscan en ellos un resarcimiento del
celibato obligado que guardan”39. De modo que comienza a aparecer una tendencia
antidomesticidad, y se produce un fuerte rechazo a los personajes de la intermediación
familiar. Finalmente, la culpa no reside en los intermediarios familiares que seducen al
niño y provocan su masturbación; la culpa recae en los padres, por permitir estos
incidentes debido a su clara despreocupación. La ausencia de cuidados, la desatención y
la pereza parentales son el verdadero desencadenante de la masturbación infantil.

En conclusión, vemos que se obtiene por un lado la eliminación de los intermediarios y


por otro la vigilancia continua del cuerpo del niño para crear una atmósfera sexualmente
aséptica. El niño debe tener atención permanente en cualquier momento del día. Ahora,

37
DE BOURGE, J.B., Le Mémento du père de famille et de l’educateur de l’enfance, ou les Conseils intimes
sur les dangers de la masturbation, Mirecourt, 1860, pp. 5-14.
38
DE METZ, S., Traité d'hygiène appliquée à la jeunesse, París, 1827, p. 153.
39
DESLANDES, L., De l’onanisme et des outres abus vénériens considérés dans leurs rapports avec la
santé, París, 1835, p. 516.
cualquier detalle anormal en la conducta del niño se relacionará con la masturbación: si
busca la soledad, si no tiene las manos fuera de las sábanas o si esconde la cabeza debajo
de las mantas, si contrae rápido el sueño, o si su cama desprende un olor especial, el niño
ha abusado de sus órganos. Los progenitores crearán un acercamiento especial hacia sus
hijos, con el fin de vigilarlos con detenimiento. Se recomienda incluso que duerman en la
misma habitación o incluso en la misma cama al lado del niño para evitar que se masturbe.
Además de dormir juntos, encontramos toda una clase de técnicas que vinculan de manera
casi continua a los padres con los hijos. Se los hacía dormir con cuerdas atadas a sus
manos y otra atada a las del adulto, para que, si el niño movía las manos, el adulto se
despertase. También se les ataba a las sillas con una campanilla para que, si se agitaba
durante la noche, el adulto lo despertara e impidiera el desencadenante de todos los males
que abordarían a su hijo si no lo evitaba.

3. La transformación de la familia relacional a la familia celular. El


biopoder.
Hemos descrito y analizado diversas prácticas, modos de vida, costumbres…, que reflejan
cómo era la vida durante los siglos anteriores al s. XVIII, centrándonos especialmente en
los ss. XVI y XVII. Como es obvio, no se pueden analizar todas las costumbres de vida
de una sociedad, pues sería un estudio tan inmenso que se alejaría de cualquier objetivo
claro. Hemos centrado el foco, no sin intención, en ciertas prácticas relacionadas con la
familia. Podemos reducir aún más el campo de acción y afirmar que las prácticas se
relacionan en última instancia con la infancia. No solo cómo se cría a los niños, también
el papel que ocupan en la sociedad (y en la familia). Pudiera parecer que el análisis de la
vivienda es el más alejado de este punto de partida, pero veremos cómo la reorganización
de la vivienda también responde a la disposición del niño como núcleo de ella, como
figura central, objetivo de las miradas y la vigilancia.

Esto se debe a que mantenemos la importancia que tuvieron dichos siglos a la hora de
conformar la noción actual de la infancia. Sin miedo a ser osados podríamos afirmar la
importancia de esos siglos a la hora de crear la idea de infancia o, al menos, reinventar o
traer de vuelta la idea de infancia de la antigua Grecia. Por supuesto, esta idea de la
infancia sería en todo caso heredera, pero no copia, de la griega.

Nos apoyamos, para justificar tal cambio, en la transformación de la diversidad de las


prácticas, desde el punto de vista tanto teórico (la abundancia de tratados destinados a la
crianza de los niños, a su correcto cuidado, dirigidos a los padres para formarles en la
labor de la educación…) como práctico (creación de asociaciones que vigilan a padres y
nodrizas, leyes que configuran la patria potestad, mandatos que alteran los hogares,
sistemas de recompensas y presiones que incitan u obligan a los padres a escolarizar a sus
hijos…). Mantenemos que estas transformaciones no son fruto de la casualidad, sino que
responden a un cambio de mentalidad en cuanto a la concepción del niño y, por tanto, de
la familia. Sostenemos también que es impensable creer que se pueden aplicar estas
nuevas prácticas a los sujetos de las sociedades anteriores al cambio, pues chocan
frontalmente con muchos de sus principios de vida. Por ejemplo, sería impensable
procurar que un padre lleve a la escuela a su hijo si considera que su hijo es un adulto más
(una vez ya no es dependiente de su nodriza o madre), siendo su obligación trabajar junto
al resto de los adultos. No obstante, se produce un cambio en la forma de vida. Así que,
¿en qué cambia la concepción de la familia?

“Durante el Medievo el individuo forma parte del cuerpo colectivo de los vasallos del
señor feudal o del rey, en el Estado Moderno de la Ilustración, el sujeto es individualizado,
adquiere un valor por sí mismo como miembro de ese Estado, y como elemento integrado
en un proyecto de gobierno que necesita de sus súbditos para desarrollarlo.”40 Es la
familia durante la Edad Media, como dice Donzelot, “sujeto y objeto de gobierno”. Sujeto
en tanto que los poderes se distribuyen en ella y se organiza en torno a las órdenes del
núcleo de familia que es el padre. Objeto porque, a su vez, ese padre de familia se inscribe
en organizaciones o grupos de la vida social, a través de los cuales se ejerce también la
autoridad hacia él. Es la familia, pues, una organización política propia pero no exenta
del cuerpo social, que necesita de estas relaciones privadas para sostener la jerarquía de
sus relaciones públicas. Este esquema recibe el nombre de familia relacional.

La familia relacional no sería para la mentalidad contemporánea una familia. Se


presentaba como un apéndice de la sociedad, irremediablemente dependiente de ella. Era
mucho más amplia respecto a la idea de familia posterior, pues estaba formada por una
serie de individuos que no debían compartir lazos de sangre ni responder a los roles
típicamente familiares (véase, el padre, la madre, el niño…), sino que compartían
relaciones, normalmente productivas, que los unían bajo el mismo techo. Era una familia
cuya función política consistía en el reparto de bienes. Claro que, como pieza elemental
del devenir social, también afectaba de forma involuntaria a este cuerpo social, al cual
obedece y compone. Es un esquema familiar que, sin quererlo, se introduce en la política
general y forma parte del poder social al que está sujeto. Así, el Estado hace al cabeza de
familia responsable de sus subordinados, pero exige a cambio el control de estos, el pago
de impuestos, el trabajo… El Estado utiliza a las familias como elemento privado para
sustentar el orden público, aprovechando su temor al descrédito provocado por la
desviación de sus miembros (vagabundos, mendigos…) y sus ambiciones privadas.
Donzelot, para exponer esta idea, figura un diálogo con el Estado, el cual diría a las
familias: “Si ustedes mantienen a los suyos bajo el marco de las reglas de obediencia que
exigimos, podrán darles el uso que más les convenga, y, si alguno de sus miembros llegara
a contravenir estas órdenes, les daremos el apoyo necesario para que vuelvan al orden”41.
Es la familia un contrato entre los miembros y un contrato para con el Estado.

“Hasta mediados del siglo XVIII, la familia aristocrática y burguesa […] era
esencialmente, de todas maneras, una especie de conjunto relacional, haz de relaciones
de ascendencia, descendencia, colateralidad, primazgo, mayorazgo, alianza, que
correspondían a esquemas de transmisión del parentesco, de división y reparto de los

40
MÉNDEZ VÁZQUEZ, op. cit., p. 132.
41
DONZELOT, op. cit., p. 55.
bienes y los status sociales”42, dice Foucault. Desde luego en nada se asemeja a la familia
moderna, pues su nexo son las relaciones de parentesco, pero también de producción.

Esta familia relacional, propia del Antiguo Régimen, se corresponde con la forma de vida
de la época. Todas las prácticas analizadas en los apartados anteriores (renunciar a la
maternidad, delegar la crianza de los niños en nodrizas inexpertas, fajar a los niños, no
prestar atención a la infancia, formar hogares donde habitan individuos ajenos a la
familia…) son modos de vida que no suponen contradicciones en la familia relacional,
pero que con la mentalidad contemporánea sería impensable tener por ciertos, pues no
podríamos entender el porqué del abandono de los niños o el rechazo de las madres a
cuidarlos, el porqué de la intromisión de individuos ajenos dentro del núcleo familiar, el
porqué de ignorar la infancia y considerarla una etapa de obligado tránsito. ¿No se dice
ahora que la infancia es la etapa más bonita y pura de una persona? ¿No está popularizado
el tópico que invita a los adultos a volver a la niñez?

Es evidente que el esquema familiar cambió, ya a finales del siglo XVIII, derivando en
un nuevo modelo familiar. Claro que este modelo no surgió en el siglo XVIII, sino que
las prácticas que lo definirían vinieron siendo arrastradas durante los siglos precedentes.
No debemos cometer el error de pensar que fue la aparición de un nuevo esquema familiar
el que modificó las prácticas. Todo lo contrario: como cambiaron las prácticas, surgió una
nueva forma de entender la familia. Es importante que esta idea permanezca latente en
todo el análisis. Entonces, ¿cómo cambiaron las prácticas?

Esta puede ser probablemente una de las preguntas más importantes, y su respuesta es
demasiado vasta y compleja. Las causas del cambio del régimen familiar pudieron ser (y
seguramente así fue) muy variadas. Pero nosotros nos centraremos principalmente en la
figura del niño como eje del proceso: el niño va a ser, a la vez, sujeto de cambio y motor
de cambio. Los cuidados, la educación, el comportamiento hacia los niños, su
vigilancia… todo ello va a ser progresivamente modificado por nuevos modos
operatorios, síntoma de que la crianza del niño ha permutado, al igual que la idea que de
él se tiene, siendo este cambio causa de la transformación de la familia relacional, la cual
se encierra ahora en torno al niño y su cuidado, hace de él objeto central del hogar, de la
atención de los adultos, de la vigilancia. Se convierte al niño en centro neurálgico de todas
las relaciones familiares, en torno suyo se distribuye la familia, que encuentra en él, en su
cuidado, el motivo de su existencia. No será ya la familia una institución de transmisión
de bienes y status social, no será ya únicamente axioma del cuerpo social, sino que se le
dotará de una función: “la familia […] asume una función moral y espiritual; será quien
forme los cuerpos y las almas (de los niños)”43. No por coincidencia se considera el gran
acontecimiento de la era moderna “la reaparición del interés por la educación”44, como
atestiguan los moralistas ya en el siglo XVII (si bien habrá que esperar aún para que sus
recomendaciones supongan algún cambio), cuya preocupación por que los padres manden
a la escuela a sus hijos es destacable: “Los padres que se preocupan por la educación de

42
FOUCAULT, op. cit., p. 234.
43
ARIÈS, op. cit., p. 107.
44
Ibidem, p. 106.
sus hijos (liberus erudiendos) tienen derecho a más honores que los que se contentan con
traerlos al mundo, pues les dan no sólo la vida, sino además una vida buena y santa. Por
eso los padres tienen razón en enviar a sus hijos, desde la más tierna edad, al mercado de
la verdadera sabiduría (es decir, al colegio), donde se harán artesanos de su propia fortuna,
ornatos de la patria, de la familia y los amigos”45.

Este nuevo cuerpo familiar, que ya hemos visto cumple una función diferente a la familia
relacional, ya que se construye alrededor del niño y se encierra sobre sí misma para
protegerle y vigilarle, aislándole de lo ajeno (representado por el cuerpo social que antes
era parte la familia misma), recibe el nombre de familia nuclear o familia célula. La
formación de la familia nuclear que destituye el régimen de la familia relacional viene
acompañada de otras transformaciones en el ámbito económico, político… O, más bien,
recoge aquellos cambios motivados por estas transformaciones y conforma una nueva
forma de entender la vida (y a los niños). Ese interés reciente por la figura del niño, que
va a modificar todas las relaciones familiares, puede apreciarse en las alteraciones de las
prácticas hacia él (prácticas como las que hemos desarrollado ya). El cómo surgieron las
modificaciones de esas prácticas es más difícil de cercar, aunque tomaremos como punto
de inicio una transformación político-económica: el cambio del sistema feudal al sistema
fisiocrático.

Podríamos decir que, una vez el feudalismo comenzó a ser sustituido por un
“protocapitalismo” motivado por el comercio interior, se asentaron los pilares de lo que
acabaría siendo una revolución en la familia. Esta transición del Estado feudal al Estado
moderno tiene una consecuencia fundamental: la necesidad de desarrollar una economía
social. Esta falta de economía social responde a aquellos recursos que el Estado destina
en la crianza de individuos y que no le reportan ningún beneficio posterior, debido
principalmente a dos consecuencias: el pauperismo y la mortalidad infantil. Tenemos, por
un lado, estos individuos (mendigos, vagabundos) que nada aportan a la sociedad más
que costes en los hospitales generales y en los albergues. Por el otro lado, tenemos niños
que son abandonados por sus padres y recogidos por el Estado, cuyos cuidados
ineficientes les hacen perecer antes de llegar a adultos y devolver al Estado lo que de él
han tomado. Para ambos problemas la solución es la misma: la familia.

Los filántropos se alzan en armas contra los orfanatos y las nodrizas. A ambos les culpan
de la alta tasa de mortalidad infantil. Ciertamente, la mortalidad infantil era muy alta, pero
había descendido. Gracias a este tránsito del feudalismo y el consiguiente desarrollo,
prematuro pero importante, del comercio, la mortalidad infantil descendió ligeramente.
También la menor incidencia de las guerras influyó en esta disminución de la mortalidad.
Y este descenso provocó una reacción enorme: ya no se veía la muerte del niño como
inevitable. Era el primer paso para abandonar la idea de tener muchos hijos para que
sobreviviesen unos pocos. Eran comunes los testimonios de la época que expresaban esta
idea, como el ejemplo que ya usamos: “Antes que puedan causarte muchos sufrimientos,

45
Academia sive Vita scholastica, Arnheim, 1602.
habrás perdido a la mitad, si no todos”46, le decía una vecina a una madre mientras paría
a su sexto hijo. Pero este leve descenso de la mortalidad motivará cierta preocupación por
la vida del niño y conllevará otras prácticas posteriores, como el uso de algunas vacunas
(por ejemplo, contra la viruela), que también harán descender su mortalidad.

Y aunque este pequeño cambio no parezca muy relevante, es el desencadenante de una


idea importante: se puede conservar la vida del niño, su muerte no es inevitable. El Estado
procurará que así sea, pues el nuevo esquema estatal de la época moderna se aleja de la
dinámica medieval, al ser el Estado no finalidad de la producción, sino medio; es decir,
debe procurar que la producción sea máxima. De esta idea nace la necesidad de proteger
y desarrollar la vida de los individuos, lo que Foucault denominó el “biopoder” y definió
como “el poder de hacer vivir y dejar morir”, de “optimizar un estado de vida”, de
“colocar la vida bajo gestión”. Y, como parte de este proyecto ilustrado, cobra especial
protagonismo no solo desarrollar la vida de los individuos, sino asegurar a los individuos
futuros: los niños.

Podemos decir que bajo el biopoder se agrupan todos estos intentos reformuladores que
procuraban la transformación de la familia. “Durante siglos en la concepción de la vida y
del cuerpo, al niño se le consideraba vástago del tronco comunitario, parte del gran cuerpo
colectivo”47. Será a finales del siglo XVIII cuando se individualice al niño, el cual pasa,
de ser un elemento más de la comunidad, a pertenecer a la familia nuclear. Este cambio
“es la afirmación del sentimiento de la infancia como síntoma de una profunda
transformación de las creencias, y de las estructuras mentales, de una mutación, sin
precedentes, de la conciencia de la vida y el cuerpo en Occidente”48. Cambio incentivado
por la voluntad de salvar a los niños de la muerte prematura que les acecha y que merma
las fuerzas del Estado.

La familia nuclear o celular, como hemos analizado, se basará en el cuidado y la atención


sobre el niño. Es entendible que esta preocupación no existiese en el Medievo, pues tras
su destete, o un poco más tarde, el niño pasaba a ser compañero del adulto. Esta nueva
atención tendrá varios focos significativos: la medicalización de la familia, la
escolarización de los niños o el consagramiento del papel de la madre son algunos de los
más importantes. Gracias a ellos y a la transformación de los modos de vida, del
surgimiento de nuevos saberes o la aplicación de ellos a nuevos ámbitos, podemos afirmar
que se produjo este cambio. Y, como hemos adelantado, el niño será el protagonista de
esta transición, al igual que será después núcleo de la familia célula.

Veremos a continuación qué novedades acarrea el nuevo esquema familiar respecto al


anterior y cómo se han modificado el papel y la función de los individuos, también la
función de la familia misma. Todo ello bajo el gobierno del biopoder que orienta las
fuerzas del Estado a procurar la vida, y también bajo el saber médico que fagocita a la

46
Le Caquet de láccouchée, 1622 (nota 31).
47
GÉLIS, J., “La individualización del niño”, en ARIÈS, Philippe y DUBY, Georges (dirs.): Historia de la
vida privada. El proceso de cambio en la sociedad de los siglos XVI-XVIII, Madrid, Taurus Ediciones,
1991. Tomo 5, Traducción de Mª Concepción Martín Montero, p. 313.
48
Ibidem, p. 328.
familia; saber que dotará de poder a una figura que nace junto a la familia nuclear: el
médico de familia. Queda, por tanto, describir cómo es este esquema familiar para poder
entender la transición. Aunque el primer elemento diferenciador ya está claro: los niños
han nacido.

4. La transformación de las prácticas. La gestión de la vida.


4.1. Aplicación y consecuencias de la campaña antimasturbatoria.

Como ya hemos examinado, la presencia física de los padres, cada vez más cercanos a
sus hijos, deriva en su permanente vigilancia; tal proximidad y contacto, fruto de la
desaparición de los intermediarios, permitirá la construcción de un nuevo cuerpo familiar.
A mediados del siglo XVIII, la familia aristócrata y burguesa (que es en la que nos
centraremos por el momento, ya que la campaña estaba enfocada exclusivamente en ella),
constituida como una familia relacional, estaba basada en un conjunto de lazos de
descendencia, de alianzas, de reparto de bienes y de status sociales. Sin embargo, la
construcción de un espacio familiar afectivo y corporal, con relaciones directas de
contacto entre padres e hijos, constituyen lo que denominaremos como familia celular o
nuclear. Pero, ¿cómo pudo producirse un cambio tan pronunciado en el modelo de
familia? ¿Por qué se inició la campaña antimasturbatoria que anteriormente
analizábamos?

Pues precisamente esta transición, al igual que otras prácticas anteriormente descritas,
que van alumbrando el desplazamiento de un tipo de familia (relacional) a otro (celular),
se produce debido al cambio de circunstancias. Los niños empiezan a sobrevivir más
debido al cambio de sistema económico, a los avances técnicos, médicos y científicos,
que facilitan el aumento de las cosechas y del comercio mediante la navegación, y la
disminución de la incidencia de las guerras. De modo que no debe entenderse la campaña
antimasturbatoria como causa de una mayor supervivencia y cuidado del niño, sino como
una idea que aparece al compás de esta supervivencia y por el cambio de la concepción
misma que se tiene sobre la infancia.

Así, el resultado de esa campaña deriva en una intensificación de relaciones que ya habían
comenzado a establecerse entre padres e hijos, y que estaban constituyendo las bases de
lo que posteriormente sería la familia celular en su forma más completa. Tanto la
sexualidad perseguida del niño, su autoerotismo y la masturbación, como su consecuente
vigilancia, contribuyen de manera inmediata a la normalización del nuevo sistema
familiar, tal preocupación por la salud y la sexualidad del niño une de manera
irremediable al cuerpo familiar, aumentando los lazos familiares que ya estaban siendo
asimilados por los progenitores. Esta campaña se enfoca de manera que el cuerpo del niño
aparezca como el elemento central del cuerpo familiar, al igual que todas las demás
prácticas que estaban sometiéndose a cambio y que también colocaban al infante en el
centro de todas las miradas.
En este contacto que se produce entre padres e hijos, el poder recae enteramente en los
progenitores. Ellos son los que vigilan, controlan y observan de manera meticulosa a sus
hijos para evitar que actúen de manera precipitada. Aunque, en cierto modo, ellos también
son objeto de vigilancia. La nueva ética, la nueva moral de la sociedad, así como la
medicina, exigen que la vigilancia de los infantes debe ser asumida como una
responsabilidad, una obligación. Si quieren ser buenos padres y ser aceptados
socialmente, deben hacerlo. El saber médico influye tan directamente como la concepción
ético-moral del momento: los médicos conocen la enfermedad, sus causas y sus efectos,
y por supuesto su remedio. Deben vigilarlos y, al mismo tiempo, ser padres y madres
diagnosticadores de la enfermedad total. La relación que antes se reducía a médico-
paciente, ahora se amplía a padres-hijos. Al recurrir a una fuente externa de saber-poder,
la medicina se convierte en un elemento más del sistema familiar. Mediante este
fenómeno surge la familia medicalizada.

Sin embargo, la verdadera curación de los niños solo se producirá de manera plena y
efectiva si el enfermo llega a reconocer su mal. De modo que no basta con diagnosticar e
identificar al niño enfermo, él mismo debe confesar su autoerotismo. Por eso “de todas
las pruebas, la que es más importante conseguir es la confesión”49. Pero esa confesión no
puede hacerse a los padres, debe hacerse a los médicos. En todos estos textos, aparecen
ejemplos de curaciones obtenidas gracias a las confesiones de los niños.

Al igual que las confesiones ayudan a alcanzar la curación del paciente, los medicamentos
suministrados por los médicos jugarán el mismo papel, así como las camisas de noche,
los corsés, las vendas, el famoso cinturón de Jalade-Laffont (un corselete de metal que se
sitúa bajo el vientre, en el caso de los varones con un pequeño tubo de metal con agujeros
para que puedan orinar, y que se mantenía cerrado durante toda la semana), la varilla de
Wender (una vara hueca donde se colocaba el miembro y se ataba), la acupuntura, los
opiáceos, baños y lavativas con soluciones diversas, el bicarbonato de sodio, utilizado en
disolución e inyectado en la uretra, provocando lesiones que tardaban días en sanar, o la
cauterización de la uretra y la ablación del clítoris. Sobre la amputación del clítoris, hay
varios documentos que testifican que, a principios del siglo XIX, este tratamiento fue muy
recurrido para tratar la masturbación en niñas. La legitimidad y la efectividad de estas
castraciones fue muy discutida durante este mismo siglo, aunque Deslandes continúa
defendiendo “se sacrifica lo accesorio en bien de lo principal, la parte por el todo” pues
“no les impide llegar a ser buenas madres y esposas modelo”50.

En conclusión, de todo esto deducimos que la familia se convierte en el registro moral y


patológico, mediante el saber médico y el poder parental, del cuerpo del niño, en torno al
cual gira, de manera que se normaliza. “Es esa familia, […] la que ahora, a partir de las
primeras décadas del siglo XIX, va a poder poner de manifiesto lo normal y lo anormal
en el orden sexual”51.

49
DESLANDES, op. cit., pp. 375-376.
50
Ibidem, pp. 430-431.
51
FOUCAULT, op. cit., p. 240.
Es hora de retomar la pregunta que anteriormente planteábamos, ¿por qué surgió esta
campaña antimasturbatoria? Podemos ver que aumenta exponencialmente el interés por
preservar aséptico el cuerpo de niño, que estaba convirtiéndose en una apuesta importante
por varias razones. Por una parte, sabemos que se pidió a las familias que cuidaran de sus
hijos por el simple hecho de que ahora sobrevivían. Por otra, al incrementarse esta
supervivencia infantil, comienza a surgir un interés económico y político por el cuidado
y la vigilancia de los niños. Lo que el Estado demanda a las familias es que sus esfuerzos
por preservar la vida de sus hijos no sean en vano.

Paralelamente, vemos aparecer la idea de una educación natural de los niños, con la que
se pretende confiar enteramente su educación a los padres, suprimiendo a todos los
educadores, domésticos, nodrizas... en términos generales, a los intermediarios. Pero la
educación natural también conlleva seguir unas normas, unas reglas que deben garantizar
la supervivencia. Por tanto, a finales del siglo XVIII, se pone en vigor la educación natural
y se pide que los hijos deban ser, al mismo tiempo, útiles al Estado, de modo que este
acabará por solicitar la educación de los niños de clases favorecidas. Este fenómeno
aparece al mismo tiempo que la campaña antimasturbatoria, en Francia y en Alemania:
se pide a los padres que se desprendan de sus hijos cuando estos deben adaptarse a la
educación estatal. “Conserven a sus hijos con vida y bien sólidos, corporalmente bien
sanos, dóciles y aptos, para que nosotros podamos incorporarlos a una maquinaria cuyo
control ustedes no tienen y que será el sistema educativo, de instrucción de formación del
Estado”52. La sexualidad es de propiedad de los padres, pero no la educación.

Pero este contacto entre padres e hijos acarrea un riesgo que los moralistas conocen ya:
el incesto. El cuerpo de los padres debe ser omnipresente frente al hijo, deben cuidarlo en
todo momento, pero manteniendo la distribución óptima de la sexualidad adulta. El niño
atrae y coagula la familia: los padres, su sexualidad, se distribuye en torno a él a través
de relaciones de peligro. Como ya vimos al tratar los contenidos de la cruzada
antimasturbatoria, el autoerotismo de los niños no estaba sino estimulado por el deseo y
la seducción de los adultos, motivo que impulsó la desaparición de los intermediarios. Sin
embargo, el nuevo e intenso contacto entre padres e hijos, jugaría un papel similar. Los
padres estaban embaucados por el deseo incestuoso de sus hijos hasta el punto que llegan
a aceptar que sus hijos los deseaban, aunque desde hacía cien años se afirmaba que su
sexualidad no iba más allá del autoerotismo. De forma contraria, se les había dictado a
los padres que era necesario que se mantuvieran cerca de sus hijos, pues era
imprescindible el contacto y la vigilancia; al cabo de un siglo, se los exculpa moralmente
del acercamiento que se había forzado y que dio lugar a la actitud deseante de los hijos
hacia ellos. Ahora, también el deseo de los hijos les pertenece, de forma que “esta nueva
garantía dada a los padres corresponda a una nueva ola en la desposesión del cuerpo del
niño respecto a la familia, cuando, a fines del siglo XIX, la ampliación de la
escolarización y de los procedimientos de encauzamiento disciplinario separe aun más

52
FOUCAULT, op. cit., p. 243.
efectivamente al niño del medio familiar”53. De modo que se hace del incesto crimen y
origen de todas las anomalías que serán encauzadas por el saber médico.

4.2. El desprestigio de las nodrizas y la creación del papel de madre.

La expulsión del hogar de los extraños supuso, de nuevo, reabrir (o más bien reavivar) el
debate sobre las nodrizas; ya que se pretendía expulsar a los extraños de las viviendas, se
buscaba expulsar a los intermediarios de las familias: las nodrizas. Como ya
comprobamos anteriormente, su uso era tan popular como criticado. Hasta el siglo XIX
su uso sería habitual, aunque desde mediados y finales del siglo XVIII ira en declive. Esto
se debe a dos fenómenos paralelos: el progresivo descrédito de las nodrizas y el
ensalzamiento de la maternidad.

Será de vital importancia promover no solo la figura de la madre como cuidadora del
niño, sino como educadora moral, hacerla partícipe de la educación de su hijo de modo
que críe niños útiles. No hacer solo que sobrevivan los niños, sino intentar que los padres
procuren el bienestar de estos. Muchos padres “que habían considerado a sus hijos como
bocas inútiles o cosas a explotar los abandonan fácilmente en sociedades que aceptaban
encargarse de criarlo. Pero, cuando consideraban que ya tenían edad suficiente, los
reivindicaban para explotarlos, entregarlos al vagabundeo y a la prostitución”54. De nada
serviría cambiar solo dónde se cría el niño los primeros años de su vida (junto a sus padres
o en manos de una organización) si el único destino reservado para él es la explotación y
los abusos de sus padres al crecer.

Bajo el biopoder, como dijimos, era de especial interés preservar a los individuos futuros.
Además, la necesidad de construir una economía social de los cuerpos obligaba a que
estos individuos fuesen útiles para la producción, para el Estado. Las nodrizas y las
prácticas que llevaban a cabo (abandono de los niños, fajamiento, desatención, mala
alimentación que producía mala lactancia… todos ellos ya descritos) representaban una
oposición total a lo que debía ser el nuevo modelo de crianza de los infantes, añadiendo
además que era otro tipo de “extraño” (como lo era el aprendiz) que pretendía introducirse
en el hogar (hablamos de aquella sección de nodrizas que criaban al niño en casa de los
progenitores).

En el siglo XVIII se hará cada vez más redundante culpar a las nodrizas de la alta
mortalidad infantil. La filantropía, los higienistas, moralistas, educadores… culpan tanto
a las nodrizas, incompetentes y faltas de cualquier voluntad o motivación no lucrativa,
como al Estado, incapaz de encontrar para los niños abandonados buenas nodrizas o, al
menos, suficientes nodrizas; pues era habitual que las nodrizas fuesen obligadas a cuidar
y amamantar a varios niños, con los perjuicios que ya sabemos conlleva esta práctica. Si
era culpa únicamente de las nodrizas no lo sabemos, pero lo cierto es que la mortalidad
de los niños criados por nodrizas era altísima, alrededor de dos tercios morían en el caso
de las más alejadas, y un cuarto en el caso de las más cercanas. Esto no quiere decir que

53
FOUCAULT, op. cit., p. 248.
54
Fragmento de un folleto de la Unión para el Rescate de la Infancia, 1885.
el pequeño porcentaje de niños criados por sus madres no tuviese una mortalidad infantil
alta, que la tenía, pero era menos sobresaliente que la de los niños criados con nodriza.

Lo que en la época pudieron pasar por alto, cegados tal vez por su aversión hacia las
nodrizas, es que no era solamente la figura de la nodriza la que podía perjudicar al niño.
La mortalidad infantil era menor en los niños que no eran criados con nodrizas. ¿Y qué
niños eran estos?: los niños del campo. Evidentemente, estas familias no podían
permitirse contratar el trabajo de una nodriza. “Toda la medicina del siglo XVIII podría
del mismo modo ordenarse en torno a la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que los
campesinos –y en especial sus hijos–, que llevan una vida más dura y consumen un
alimento menos rico que el de los burgueses y los nobles, pese a todo tengan mejor
salud?”55. Donzelot nos responde que se debe a las imposiciones estéticas. Por supuesto,
la vida en el campo no es comparable a la vida de la burguesía y la nobleza, y cuando
Donzelot dice “imposiciones estéticas” se refiere a numerosas cuestiones, pero podemos
señalar una que ya hemos tratado: el fajado. ¿No respondía el fajado a un método para
estilizar los cuerpos? ¿No era además símbolo de ostentación de las clases pudientes fajar
a los niños con caras telas? Desde luego que había más motivaciones, pero el fajar a los
niños era una “imposición estética” propia de las clases pudientes, y tremendamente
utilizada por las nodrizas (les facilitaba el cuidado de los niños). Es más, algunos autores
buscan la genealogía de esta práctica en las nodrizas: “el uso de la faja se instituyó cuando
aquellas madres que se negaban a alimentar a sus hijos los confiaron a viles esclavas que
nada hacía por desarrollar las fuerzas de un niño que algún día podría haberlas
agobiado”56. Es causa directa de la alta mortalidad infantil tanto el interés de las nodrizas
como la búsqueda de prestigio de la familia, aunque evidentemente no es la única causa.

También lo era, como hemos dicho, la incapacidad del Estado para encontrar nodrizas a
los niños abandonados. Sabemos que el trabajo de nodriza era muy popular, pero también
lo era el abandono de los niños. Una de las causas achacadas era el intento de los criados
de burgueses y nobles por imitar su estilo de vida, lo que les llevaba a concebir hijos que
no podían mantener y se veían obligados a abandonar. Pero lo más alarmante es que
muchas familias que tenían recursos para cuidar a los hijos también los abandonaban en
manos del Estado. “En el momento de su fundación, el orfanato Saint Vincent de Paul
acogía a 312 niños; en 1740, a 3150; en 1784, a 40000; en 1826, a 118000; en 1833, a
131000; en 1859, a 76500”57. Para reducir el número de niños abandonados, se intenta
que estos no puedan ser plantados de forma anónima en la puerta de las iglesias y los
conventos. Además de porque el anonimato de esta práctica incentivaba al abandono,
porque muchas veces los niños morían antes de que se ocupasen de ellos. Al organizar el
abandono de los niños como una oficina abierta donde se identifican a aquellas familias
que abandonan a los hijos, se consigue por un lado disminuir los abandonos, y por otro
conocer la situación real de las familias y hacer un seguimiento del niño.

55
DONZELOT, op. cit., p. 20.
56
LEROY, op. cit.
57
DONZELOT, op. cit., p. 34.
Si la situación lo requería, el Estado podía dar ayudas a las madres que lo solicitasen,
incentivando acudir a estas oficinas en lugar de abandonar al niño directamente de forma
anónima. Pero con estas ayudas se conseguía algo más que facilitar la crianza del niño a
las madres, se abría la puerta a la intervención externa. “Pese a los consejos
desinteresados, el brutal empecinamiento de los campesinos y los estúpidos consejos de
las matronas mantienen vivos hábitos fatales para los niños, cuya higiene está muy mal
dirigida; me basta añadir un detalle característico, a saber: los únicos niños bien cuidados
en los departamentos pobres, aquellos cuya mortalidad desciende al seis por ciento, son
los hijos de las madres solteras que han logrado obtener ayudas mensuales del
departamento, y que son especialmente vigiladas por un inspector de la prefectura al que
temen y cuyos consejos escuchan”58. Esa medicina tradicional, nada científica, estaba
siendo destituida por la intromisión del biopoder.

Pero no bastaba con desacreditar a las nodrizas. Es más, el rechazo a las nodrizas exigía
alguien que ocupase el lugar que quedaba vacío; lugar que, se decía, por naturaleza debían
ocupar las madres, pero que lo habían abandonado, despojándose de sus lazos maternales
y arrojando a sus hijos a la mortífera industria de las nodrizas. El proyecto ilustrado ya
había intentado hacer ver a las mujeres que la maternidad las haría felices, no obteniendo
gran repercusión. Tal proyecto se complementa ahora con todo el saber médico dirigido
a la madre, saber que debe adoptar y ejercer, que centra sus principales puntos en el
cuidado del niño. Todos estos textos que se dirigen a la madre para formarla la dotan del
poder de ejercer la maternidad. También tienen relación las campañas de la época que
intentaban popularizar el matrimonio, pues se decía de las parejas casadas que eran más
propensas a tener un hogar y a cuidar de los hijos. Y se espera de las mujeres que aporten
al matrimonio su trabajo en el hogar (mientras que el marido trabajará fuera): tanto para
convertir el hogar en un lugar que facilite la vida privada de la familia (alejando, por
ejemplo, a los extraños, o al marido de la vida pública, como los burdeles), como para la
crianza del niño como función básica.

Es la madre, con las herramientas de la que se le dota (la vivienda, el saber médico…) la
encargada de reorganizar el panorama familiar. Los filántropos y demás cuerpos de saber
(y también el Estado) encuentran en la mujer una alianza decisiva para llevar a cabo su
cometido. Cumplirá la función de cuidar y educar al niño, de vigilarlo, a fin de cuentas,
mantenerlo vivo y desarrollarlo como una persona de provecho, porque de ello depende
el prestigio familiar y la medición de su propia capacidad como madre. Será además brazo
ejecutor de la medicina: el médico receta y la madre asegura su cumplimiento. Doble
beneficiario de esta asociación: por una parte, el Estado y la medicina se aseguran de tener
un aliado dentro de la familia que hará cumplir sus recomendaciones y pautas; por otra,
la mujer sale beneficiada al adoptar una misión dentro de la familia que supondrá un
reconocimiento de sus funciones y utilidad en la vida familiar y la educación de los niños.
El faro ideológico ilumina a las mujeres y el Estado les da herramientas para que apliquen
los conocimientos que se les brindan.

58
ROUSSEL, T., Rapport sur l’application de la loi de 1874, 1882.
Se modifica así el papel de la mujer: eminentemente esposa con anterioridad, ahora madre
entregada a la crianza de los niños. Claro que, hubo madres a las que este discurso
ilustrado no convenció y buscaron la felicidad y la realización fuera de la maternidad. Es
por ello que la proliferación de los tratados que relataban los perjuicios que causaban las
nodrizas a los niños eran tan abundantes como los que aconsejaban qué requisitos debía
cumplir una nodriza: puede que fuese un fracaso que aquellas madres diesen a sus hijos
a las nodrizas que se intentaban demonizar, pero, si lo hacían, se intentaba que al menos
eligiesen lo mejor posible.

Esta nueva maternidad va a ser clave en la familia nuclear. ¿De qué otra forma se entiende
que la familia se encierre alrededor de la vigilancia del niño si no hemos convencido a
los padres de que eso es lo que deben hacer? Pero el Estado, que ha dotado del saber y el
poder a la madre, sabe que no es suficiente con dictar los consejos y esperar que se
cumplan. Por eso, esa intromisión que señalábamos antes de los inspectores es tan
determinante. Digamos que, aunque la madre sea delegada de la vigilancia y el control,
al adoptar este rol se coloca también ella bajo la inspección. Surgen asociaciones
destinadas al control de madres y nodrizas (ya a finales del siglo XIX) como la Sociedad
por la Infancia Abandonada y Culpable, el Patronato de la Infancia y de la Adolescencia
o la Unión Francesa para el Rescate de la Infancia, que se encargarán de velar por los
niños y su crianza. Además, se elaboran leyes que limitan la patria potestad. Por ejemplo,
la ley de 1889 que decreta la inhabilitación de los “padres y las madres cuyo alcoholismo
frecuente, mala conducta notoria y escandalosa, o malos tratos comprometan la seguridad,
la salud o la moral de sus hijos”. Y la ley de 1898 “concede al juez el poder de confiar la
tutela de un hijo ya a la Asistencia Pública, ya a una personas o sociedad caritativa, en
todos los casos de ‘delitos o crímenes cometidos por niños o sobre niños’”59. Digamos
que esta revalorización del papel de madre que obtienen las mujeres supone un coste que
han de pagar si no cumplen su cometido. En definitiva, el Estado y la moralización
filantrópica imponen la obligación de retener y vigilar a los hijos a las familias si estas no
quieren ser ellas objeto de vigilancia.

En resumen, durante el siglo XVIII se revaloriza la educación pública, pero también la


educación familiar, gracias a la figura de la madre. Las madres obtendrán los
conocimientos y la soberanía que le permitirán educar al niño, vigilarlo y conducir su
conducta, de modo que será adecuado posteriormente para la disciplina de la educación
pública, y crecerá como un individuo útil para la sociedad. Este novedoso cometido
maternal será primordial en la configuración de la familia nuclear, en su medicalización
y en su transformación a objeto y sujeto de la vigilancia y la disciplina.

4.3. Transformación de la vivienda: espacio y organización interior.

Sabemos, a través de los textos de la época y el trabajo de investigación posterior, que la


vivienda sufrió una progresiva transformación, en parte enfocada para convertirla en un
hogar. Hemos examinado cuáles fueron algunos de estos cambios y qué los motivó. Tanto

59
DONZELOT, op. cit., p.84.
la búsqueda de viviendas más salubres, como de viviendas que solo atiendan a los
familiares, como de viviendas acogedoras… todo ello responde a una transformación, una
transición, en la forma de entender el hogar, la familia y, también, la vida.

El régimen familiar anterior era más amplio en extensión. Acogía en su seno personas
que, según nuestra concepción actual de la familia, nada tienen que ver con ella (véase
compañeros de trabajo). Por eso no era de extrañar, incentivado por las causas
económicas, que abundase la convivencia de familia y no familia bajo el mismo techo.
Era, además, de una jerarquización y organización más laxa, lo cual permitía que se
agrupasen en torno a la vivienda sin ordenación alguna, combinando sin conflictos
numerosas personas e insuficientes estancias. Sin lugares definidos para cada individuo,
no hay más opción que la de que la totalidad sea de todos y ningún lugar de nadie.
Concepción también influida por las deficientes condiciones materiales de las casas, claro
está.

Sin embargo, tal concepción del espacio cambiará posteriormente; por ejemplo, se
procurará que las viviendas estén mejor aireadas, que se construyan de manera que
permitan y favorezcan la circulación del aire, que tengan ventanas y no concentren en su
interior hedores que perjudiquen la salud. Y es esta intromisión la causante de alterar el
orden del hogar y, en consecuencia, también de la familia. No obstante, como veremos,
no es la única reforma que se lleva a cabo en la vivienda.

La oposición del Estado ante estas grandes viviendas que aglomeran entre sus muros a
tantas personas se debe a diferentes causas: 1) la heterogeneidad de estos grupos humanos
impide aplicar reglamentaciones y, además, la convivencia de solteros y familias puede
suponer una mengua de la moralidad; 2) el aglutinamiento de tantas personas en un
espacio reducido hace a las viviendas insalubres; 3) se cree que esta concentración de
individuos puede ser origen de revueltas y huelgas. Y para hacer frente a todo ello se debe
concebir una vivienda “lo bastante pequeña como para que ningún ‘extraño’ pueda vivir
allí, pero asimismo lo bastante grande para que los padres puedan disponer de un lugar
separado de los niños, para que tengan la facultad de vigilarlos en sus ocupaciones sin ser
observados por ellos en sus propios retozos”60. Es, por tanto, objetivo principal expulsar
a los extraños de la vivienda, a la par que organizar a la familia que debe habitar el hogar.
Estos “extraños” son comúnmente los aprendices y compañeros de trabajo, quienes
(además de por los altos precios de los alquileres) tenían por costumbre residir en casa de
sus maestros u otros compañeros, práctica muy ligada a la organización familiar de la
producción. Esto convertía lo que debía ser un espacio familiar en un espacio social. Pero,
una vez se expulsa de las viviendas a estos extraños, puede originarse un espacio familiar,
un hogar. Vemos cómo se está atentando contra el principio de amplitud de la familia
relacional, tendiéndose así al nuevo esquema: la familia celular.

Para “echar” a estos individuos ajenos a la familia se recurre a la medicalización del


espacio. Así, se dice que esta costumbre es causa de la falta de higiene de las viviendas,

60
BLANQUI, Encargado por la Academia de Ciencias Morales y Políticas de elaborar un informe sobre
L’État des clases ouvrières après le formidable mouvement révolutionaire de 1848.
pero también achacan a esta práctica la falta de moralidad de las capas populares, pues
“concentrar en un mismos cuarto a los niños, varones y mujeres, y a veces también a los
padres”61 puede conllevar a esta inmoralidad que anunciábamos.

Es esta medicalización de la vida usada como instrumento, verdadero brazo teórico del
poder de gestión de la vida que antes señalábamos, la que expulsa al extraño y reorganiza
el espacio familiar. “El objetivo es reducir la parte ‘social’ de la vivienda en provecho de
los espacios íntimos de padres e hijos”62, por varios motivos: 1) corregir esta falta de
moralidad derivada de la convivencia en los mismos cuartos de mujeres y hombres,
padres y niños; 2) favorecer la vigilancia de los padres hacia los hijos para evitar malas
prácticas (como, por ejemplo, el incesto o la masturbación). Para ello surge un espacio,
no de forma física (pues ya existía), sino como elemento central de la vivienda: el
dormitorio.

El dormitorio será para los padres centro neurálgico de control, y a la vez espacio oculto
de la intimidad. Los niños tendrán “un cuarto cerca del dormitorio de los padres, que
quitará a una vigilancia oculta aquello que podría tener de ofensiva si fuera más evidente
y le deja lo que tiene de eficaz”63, al más puro estilo del panóptico. Se trata de esta
necesidad novedosa de vigilar a los hijos, de gestionar su vida, moralizar su conducta y
procurar su bien. Con esta idea se separará también a los hijos de las hijas: “Para la
moralidad y la decencia, la separación de los sexos es indispensable”64, procurando que
duerman en habitaciones separadas o, si no fuese posible, en camas separadas,
preferiblemente habiendo cortinas entre ellas.

Resumiendo, la nueva vivienda busca acondicionar un espacio que sea suficientemente


grande en relación a las personas que lo habitan para que sea higiénico, busca un espacio
lo suficientemente pequeño como para que solo viva en él la familia, y busca que este
espacio esté distribuido de manera que los padres puedan vigilar a los hijos.

Esta vigilancia del niño supone el fin de la idea del niño como un adulto en miniatura.
Separa el mundo adulto del mundo infantil y procura que el primero vigile al segundo
para garantizar su bienestar. Cabe añadir que no es el único objeto de vigilancia, toda la
familia celular se conforma a través de las relaciones circulares de control y vigilancia de
sus miembros, que los alejan de las tentaciones exteriores, donde tomará importancia el
papel de la madre. Todas estas tentaciones exteriores deben ser evitadas en favor del
recogimiento familiar en torno a la educación y el cuidado del niño, centro ahora de la
familia. Y cuanto más recogida está la familia en su función más aislada se encuentra del
campo social, que va abandonando hasta quedar como célula propia.

61
HAROU-ROMAIN, “Projet dássociation financière pour l’amélioration des habitations des ouvriers de
Bruxelles”, Annales de charité, 1847 y 1848.
62
DONZELOT, op. cit., p. 49.
63
Ídem. Donzelot reproduce aquí las palabras de Fonssagrives.
64
Fragmento de los debates del Congrès d’hygiène publique de Bruxelles, en 1851, sobre la cuestión de la
“distribución interior de las casas”.
4.4. Protagonismo del niño en el arte. Reflejo del nuevo pensamiento en
las obras artísticas.

Como ya comprobamos, el arte puede ser muy representativo a la hora de entender cómo
funcionan las sociedades. Por eso, podemos ver cómo a partir del siglo XVIII se elaboran
obras que colocan al niño en el centro de la composición, como protagonista. Ya
estudiamos cómo evolucionó la representación del niño desde el siglo XIII (o, más bien,
la ausencia de representación) hasta el siglo XVI-XVII. Habiendo llegado hasta la
representación del niño, será ahora cuando este se convierta en pleno protagonista.

En el siglo XVII abundan los temas dedicados a la educación de los niños (lección de
lectura, niños y niñas leyendo, dibujando, jugando…). También cobra importancia,
durante los siglos XVII y XVIII, la representación de la niñez sola. Esto hubiese sido
imposible considerando la niñez como una etapa de tránsito, pues si así fuese no habría
interés en representarla. También muestra el abandono de la idea de que la muerte del
niño era inevitable, pues se le inmortaliza para recordarle. Y su representación aislada
muestra cómo se ha separado el mundo de los niños del mundo de los adultos. Aquella
idea de que, poco más tarde del destete, el niño se incorporaba al mundo adulto se rompe.

Se representa a los niños solos, en las escenas comunes se les representa ya no


dependientes de las madres, sino junto a otros niños viviendo su infancia. El artista
combina el mundo adulto y el mundo infantil, mientras que antes el primero absorbía al
segundo. Este será el antecedente de los internados y el precedente directo de la enseñanza
pública. La nueva familia retira al niño del mundo de los adultos, pero lo introduce en la
disciplina de la escuela, que derivará finalmente en el aislamiento total del mundo de los
adultos a través del régimen de internamiento.

5. Esquema familiar con diferenciación de clases: la familia


burguesa y la familia proletaria.
Cuando la sociedad estamental se diluye en la sociedad de clases, propia de la
industrialización, podemos decir que se confrontan dos formas de vivir. Este es, quizás,
uno de los mejores ejemplos que demuestra cómo conceptos que creemos universales no
lo son. Durante la investigación hemos tenido que separar en algunas ocasiones a las
clases pudientes de las más pobres. Curiosamente, aun cuando estas dos clases conforman
un espacio de confrontación, será el momento en el que se tenderá con mayor fuerza a la
unificación de las costumbres. Puede que se deba a que la relación de dependencia sirva
como método de contagio. Puede que la relación de enfrentamiento suponga la
imposición de los modos de vida de la clase dominante, a saber… Lo que está claro es
que los tratados y saberes de la época se enfocaron en las familias burguesas y, no
obstante, acabaron siendo adoptados por todas las familias.

Esto se debe a que el biopoder busca la multiplicación de la vida para obtener sus máximas
potencialidades. Busca, a través de la medicalización, la maximización de los cuerpos
útiles, productivos, funcionales. Indistintamente de si son burgueses o proletarios, están
sujetos al mismo saber que los subjetiva y, por tanto, su “yo”, el individuo, tenderá a ser
similar. Pero, evidentemente, no puede ser idéntico, pues hay muchas conductas dispares.
No obstante, estas diferencias acabarán por diluirse. ¿Cómo? A través de la filantropía.

La principal razón para determinar que las corrientes ideológicas señaladas no fuesen
dirigidas al proletariado no es la discriminación hacia las clases populares, ni que esta
educación se tratase, ni mucho menos, de un privilegio de la clase poderosa. Para
empezar, debemos caer en la cuenta de que estas ideas se transmitían a través de tratados
y ensayos, y hasta el siglo XIX el analfabetismo en las clases populares era
extremadamente alto. También debemos recordar que esta reorganización de la familia
va acompañada de la intromisión de la medicina dentro de ella, ya que la familia celular
es una familia medicalizada. Como hemos examinado, su introducción no fue sencilla y
tuvo que reformar y revalorizar el constructo de la maternidad. Parte de esa dificultad
radica en que el saber popular y las tradiciones tenían demasiado peso frente al naciente
saber médico. Además, dicho saber médico era algo heterogéneo que hacía que cualquiera
se considerase experto en medicina, con la consecuente gravedad de esa situación para
los pacientes, que se dejaban aconsejar por estos “falsos médicos”, y la pérdida de poder
y status social que eso suponía para los médicos consagrados. Por si fuese poco, en las
clases populares los médicos debían enfrentarse a las comadres. Las comadres eran las
mujeres que asistían a las parturientas, las cuales compartían su saber y lo ponían en
práctica. Siendo las comadres una figura tan cercana, y el médico una figura tan extraña
para las familias rurales, era de entender que fuese difícil su introducción en el seno
familiar.

No obstante, también lo fue para las familias burguesas. Ante la intromisión de la


medicina en la vida familiar no había más respuesta que el rechazo. De ahí nace la figura
del médico de familia, cuya alianza con la madre le permitirá introducirse en la familia y,
además, ganarse su confianza, de forma que escuchen sus consejos, y no los de esos
“charlatanes” que se autoconsagran como médicos. Menos efectiva fue esta campaña en
las familias rurales, pues no tenían dinero para contratar los servicios del médico de
familia.

¿Pero, por qué acabarán adoptando el modo de vida burgués? Ciertamente por una
imposición no obligada. Una vez desarrollada esta familia celular, que es en su momento
una “familia burguesa”, deja de ser tal para ser considera solo una familia. Es decir, no es
que adopten el modo de vida de las familias burguesas, es que adoptan el modo en el que
se ha de vivir. Los filántropos no imponen la nueva familia, y, porque no imponen sus
medidas, consiguen expandirse. Se limitan a dar consejos porque, aunque saben que nadie
tiene la obligación de cumplirlos, tampoco tienen razones para no hacerlo. Y con el paso
de las generaciones el modo de vida sugerido se convierte en el modo de vida natural. Y
como a los burgueses no les cuesta nada aconsejar, lo hacen. Y como los proletariados no
tienen porqué no hacerles caso, lo hacen. “El consejo eficaz antes que la caridad
humillante, la norma preservadora antes que la represión destructiva”65.

65
DONZELOT, op. cit., p. 61.
Si bien es cierto que los diferentes modelos de vida exigen diferentes recomendaciones.
Es decir, no se puede pretender que sigan las mismas pautas desde el principio. Por eso
surgen hacia los obreros ciertas campañas que no van dirigidas a la burguesía. Destaca,
por ejemplo, la campaña a favor de casamiento.

El casamiento era una práctica habitual en las distintas clases sociales, ya fuese como
mecanismo de transmisión de bienes, de status social, o por presión eclesiástica en el
mundo rural. Y, aunque tras la Revolución Industrial esta costumbre sigue viva en la
burguesía, lo cierto es que los proletarios empiezan a rechazarla. Se popularizan lo que
se llamará “sexualidad extramatrimonial”. Como los soportes materiales y las
obligaciones del matrimonio no tienen ya ninguna utilidad, se desarrolla la unión libre en
ámbitos obreros. Esto no tenía especial importancia, al principio. Es más, podríamos decir
que la producción se veía favorecida por una masa de trabajadores que habían roto sus
raíces con su tierra, el mundo rural, y se habían sumergido en la urbe sin estar ligados a
nada. Dependientes solamente del trabajo, sin tierra que sientan propia ni familia a la que
pertenezcan, son trabajadores flexibles a los caprichos de la industria, que no muestran
reticencia a la hora de desplazarse.

Pero, con la consolidación y proliferación de la industria, se hace cada vez más necesario
que se restrinjan los flujos de obreros. Pero no hay que verlo solo como una cuestión
económica. Recordemos que estamos en la etapa del máximo desarrollo de la infancia del
niño, y sabemos que la consolidación de la familia es la mejor herramienta para
protegerlo. Por ejemplo, se creía que: “El hombre y la mujer […], cuando viven en el
desorden, no tienen casa ni hogar. No se hallan a gusto sino donde el vicio y el crimen
reinan con total impunidad. No ahorran nada; el hambre y la enfermedad los separan. Por
lo general, no suelen preocuparse en modo alguno por sus hijos o, en caso de mantener
con ellos alguna relación, los pervierten. Por el contrario, […] (cuando) se casan,
abandonan los sucuchos infectos que hasta entonces constituía todo su hogar para
instalarse en casa amobladas. […] retiran a sus hijos de los hospicios donde los han
dejado. Estos padres y estas madres casados constituyen una familia, es decir, un centro
donde los niños son alimentados, vestidos y protegidos; mandan a sus hijos a la escuela
y les enseñan un oficio”66. Es por tanto el matrimonio beneficioso para que se salve el
niño, y la ausencia de él ya no es beneficiosa para el capital, por lo que no habrá
impedimento alguno para que los obreros vayan adoptando esta práctica del mundo rural
que habían perdido: casarse.

Es más, para incentivar el casamiento no solo proliferan los escritos que lo alaban, sino
que también se distribuyen facilidades de tipo económico: “sociedades de socorros
mutuos”, cajas de ahorro, políticas habitacionales..., de las que solo se beneficiaban las
personas legítimamente casadas.

Pero no es la única diferencia respecto a los burgueses. Si a estos se les había aconsejado
que envolviesen el cuerpo de sus hijos, a los proletariados se les recomendará ser más

66
Resolución de la Academia de Ciencias Morales y Políticas publicada en los Annales de la charité, tomo
II, 1847.
cautelosos con el acercamiento hacia ellos. En oposición a la campaña burguesa, en esta
se quería evitar todo el contacto posible: es preciso evitar los dormitorios comunes, las
camas compartidas entre padres e hijos, entre hijos de diferente sexo... y se establece
como ideal una cama por persona. El mensaje es claro: debe haber el menor contacto
posible entre los cuerpos. Pero, ¿por qué en la familia proletaria urbana se rehúsa el
contacto físico y el acercamiento familiar si en la familia burguesa era tan imprescindible?
¿Qué diferencia hay entre ambas? El incesto.

El incesto, en este caso, no gira en torno al deseo que puedan tener los niños por sus
padres y la exculpación de los mismos por no ser considerados responsables de su
autoerotismo. En este caso se trata del incesto hermano-hermana, y entre padres e hijas.
Las dos campañas, tanto la burguesa como la obrera, temen al incesto, pero desde una
perspectiva muy diferente. Por un lado, tenemos el acercamiento familiar, y por otro, la
dispersión de las relaciones. En la familia burguesa, la que se considera peligrosa es la
sexualidad del niño. En la familia obrera, lo peligroso es la sexualidad adulta. Sin
embargo, ambas campañas son formas de organizar la familia celular en torno a la
sexualidad mediante una intervención autoritaria, que es distinta en cada caso. La
medicina, por un lado, advierte los peligros de la sexualidad infantil. Por otro lado,
encontramos un saber de tipo jurídico. El tribunal, los jueces, la policía, etc. serán los
encargados de advertir de este peligro. El fin, sin embargo, es exactamente el mismo,
proteger al niño de los peligros: de la enfermedad y del abuso.

6. Conclusión.
Durante el Medievo, el poder de muerte, jerárquico frente al rey o el señor feudal, derivó
en una concepción del individuo y de la familia que cambiará a partir de finales del siglo
XVIII. Entre el siglo XVIII y XIX tendrán lugar no solo grandes revoluciones, también
cambios económicos y políticos. Y, además, se transformará la familia.

No como objetivo, sino como residuo de la práctica del biopoder, se conformará un nuevo
esquema familiar denominado familia nuclear o celular. Esta será contraria al anterior
esquema familiar, la familia relacional. Dicha oposición se mostrará en las prácticas de
vida que estas familias llevan a cabo, destacando su relación con el niño.

Podríamos decir que es la familia nuclear la que hace nacer al niño, pues la concepción
de la gestión y maximización de la vida afecta también a estos individuos futuros, cuyo
destino estaba anteriormente lapidado por un régimen demográfico antiguo que les
impulsaba a la muerte prematura y al olvido e indiferencia absolutos. Pero cuando
comienzan a vivir más, gracias a ciertas transformaciones políticas y económicas
(desarrollo más amplio de la medicina, impulso de los higienistas al desarrollo de
viviendas más salubres, incremento del mercado nacional con su consecuente mejora en
la calidad de vida, industrialización…), se realza la figura del niño que, aun en un régimen
de alta natalidad y alta mortalidad infantil, va a empezar progresivamente a desligarse de
la idea de una muerte inevitable para convertirse en un activo futuro que proteger.
Este recogimiento en torno al niño, para protegerle y también vigilarle, va a ser pieza
fundamental para entender el surgimiento de la familia nuclear, que se separa del cuerpo
social para ganar privacidad y control sobre sus individuos, entre los que se establecen
relaciones de vigilancia mutua. A su vez, se puede afirmar que se modificó también el
papel de madre debido al saber que se le había proporcionado, la responsabilidad que se
le había encomendado y la vigilancia que recaía sobre ella. Este cambio se observa muy
bien en lo que sería el paso de la mujer esposa a la mujer madre. O también en la
transformación de la concepción de la mujer hacía sus hijos. Antes, la maternidad
consistía en poco más que parir al pequeño. Ahora, la maternidad es la función principal
de la mujer, a la que tiene que consagrar su vida para ser feliz.

A través de la gestión de la vida del biopoder nace la infancia y se medicaliza a la familia


para asegurar su bienestar. Especialmente manifiesto en el afán por salvar de la muerte
prematura al niño, el biopoder se despliega en multitud de escenarios. Hemos podido
seguir la transformación de este saber/poder a través de ciertas prácticas que iban siendo
reformuladas.

En cuanto a las nodrizas, por ejemplo, estaba claro que la exaltación de la maternidad las
relegaba a la desaparición, aunque este trabajo siguió vivo hasta finales del XIX. La
multitud de tratados y ensayos destinados a la codicia, ignorancia y pereza de las nodrizas
es abrumadora. Se les responsabiliza de todos los males, se les impone cánones físicos
inalcanzables para mujeres pobres… Puede que los ensayistas y médicos de la época
fuesen demasiado impasibles, y que muchas nodrizas no cuidasen al niño de manera
correcta por incapacidad. A fin de cuentas, eran mujeres de campo que intentaban
completar sus escasos ingresos.

En definitiva, podemos ver que los nuevos individuos derivados del biopoder han
construido una nueva forma de vivir, forma que se hará extensiva a todas las capas de la
sociedad, siendo ya no una “forma de vida”, sino “la forma en que se vive”. Esta familia
dependerá de la medicina como un paciente depende de su médico, y tendrá como misión
ya no la transmisión de bienes y status social, sino criar y educar al niño, mantenerlo vivo.
Será, pues, un instrumento moralizador, pero también disciplinario, retirando al niño de
la libertad de la que gozaba en el mundo adulto, para introducirle en la vigilancia familiar
que lo preparará para la disciplina educativa.
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DONZELOT, J., La policía de las familias, Ediciones nueva visión, Buenos Aires, 2008.

FERNÁNDEZ VALENCIA, A., “Cuerpo nutricio: iconografías de los discursos de la


lactación”, en FERNÁNDEZ VALENCIA A. y LÓPEZ FERNÁNDEZ CAO, M.
(coords.): Contar con el cuerpo: Construcciones de la identidad femenina, Madrid,
Editorial FUNDAMENTOS, 2011.

FOUCAULT, M., Los anormales. Curso en el Collège de France (1974-1975), FCE,


Buenos Aires, 2009.

GARCÍA, S., Breve instrucción sobre el modo de conservar los niños expósitos, Madrid,
1794.
GÉLIS, J., “La individualización del niño”, en ARIÈS, Philippe y DUBY, Georges (dirs.):
Historia de la vida privada. El proceso de cambio en la sociedad de los siglos XVI-XVIII,
Madrid, Taurus Ediciones, 1991. Tomo 5, Traducción de Mª Concepción Martín
Montero.

HAROU-ROMAIN, “Projet dássociation financière pour l’amélioration des habitations


des ouvriers de Bruxelles”, Annales de charité, 1847 y 1848.

LEROY, A., Recherches sur les habillements des femmes et des enfants, 1772.

MÉNDEZ VÁZQUEZ, J., Nodrizas y tratados de pediatría en el Madrid del Setecientos.


Cuadernos de Historia Moderna 2015, XIV, 107-133.

ROUSSEL, T., Rapport sur l’application de la loi de 1874, 1882.

ROZIER, Des habitudes secrètes ou maladies produites par l’onanisme chez les femmes,
París, 1830.
ANEXO I:

¿Cómo se hizo?
Supongo que todo nace de la curiosidad y de una buena pregunta. Recuerdo que, viendo
un documental en Hª de España, se mencionó ligeramente el hecho de que, durante la
transición, se popularizó la sociedad de consumo y que los jóvenes comenzaban a vivir
una vida que sus padres no entendían, y ya no hablemos de sus abuelos…

Fue algo que me impactó mucho, pero que parecía que, para mis compañeros, y los
mismos redactores del documental, era algo normal. Estaban relatando una brecha
generacional abrumadora. No compartían ya el modo de vida, los jóvenes no entendían a
los adultos, y viceversa. Pero seguían siendo familia, sin entenderse. ¿Qué es eso que
mantiene unida a la familia hasta en una crisis de esta escala? ¿Por qué puede esta
institución mantenerse hasta en los peores momentos? En resumen (y aquí viene esa
buena pregunta): ¿qué es la familia?

Tras comentar esta duda existencial con mi compañera de trabajo, acudimos a mi


excelente y, por desgracia, ex-profesor de filosofía para preguntarle. Tras una distendida
charla, nos interesamos aún más por el origen de la familia. Después, cuando descubrimos
el concurso, pensamos que era una oportunidad magnífica para hacernos expertos en la
materia, así que nos pusimos manos a la obra.

En cuanto a la temática, estaba claro que era la familia. Pero era un concepto demasiado
vasto y extenso, y necesitábamos concretarlo para poder abarcarlo correctamente.
Decidimos centrarnos en la figura del niño, ya que este iba a ser origen del modelo
familiar posterior al siglo XVIII. No fue necesario concretar un lugar, pues esta
transformación que íbamos a estudiar se dio en casi toda Europa, es cierto que con
diferente cronología. Aun así, muchos casos son citados de España y Francia.

La investigación consistió en situar la importancia del niño en la creación de esta nueva


familia y establecer cuál era el régimen familiar anterior y cuál era el régimen familiar
posterior a esta puesta en valor del niño.

La metodología de estudio fue, en primer término, leer (y releer) los textos que
encontramos con relación a nuestra temática. Así fue durante meses, tomando notas y
citas de aquellas partes más sustanciosas. Utilizamos como fuentes tratados y ensayos,
tanto de la época como posteriores, autores que analizaban ciertos aspectos que nosotros
podíamos luego trabajar. Tras esto, procedimos a elaborar borradores que nuestro
profesor se encargaba de revisar.

Como conclusión general, podríamos decir que los niños no han existido siempre. Es,
desde luego, polémico afirmar tal cosa. Pero creemos que, tras la posterior investigación,
como mínimo, hay que reflexionar sobre lo que pensamos que es eterno e inalterable. Y
sobre todo preguntarnos: ¿la respuesta a ‘¿qué es la familia?’ ha sido la misma siempre?

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