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Fantasma y Cine
En el punto al que los he conducido, lo intimo como representación del sujeto en vías de
constitución y revuelta nos confronta con lo imaginario. Quedémonos ahí por ahora: supongamos
que lo imaginario sea nuestro acceso más inmediato a lo intimo, el acceso más sutil, pero también el
mas peligroso. No podemos eludir, sin embargo, el sentido que le da Lacan: “que lo imaginario
tenga como soporte el reflejo de lo semejante a lo semejante, es seguro (…) Desde siempre, se ha
imaginado que el ser debe contener algún genero de plenitud que le sea propio. El ser es un
cuerpo”.1
Pero seamos concretos. Ni real ni simbólico, lo imaginario aparecerá ante ustedes con su lógica – y
con sus riesgos – si los introduzco en él por el sesgo del fantasma. Todos ustedes tienen fantasmas,
seductores o pavorosos, a escoger; o mas bien, inevitablemente. Y por el sesgo del cine: vivimos en
la sociedad de la imagen – se lo ha dicho de sobra – y, por añadidura, nuestra escuela doctoral los
invita pronto a una jornada sobre El Cine y el Mal. He aquí este discurso directo de hoy con su
doble actualidad.
¿Qué es el fantasma? La raíz griega –fae,faos,fos expresa la noción de luz y, con ello, el hecho de
Cuando emplea el término phantasie, Freud lo entiende como la creación íntima de representaciones
y no como la facultad de imaginar en el sentido filosófico del término; la lengua alemana posee otro
vocablo para esto: Einbildungskraft. Después, la palabra francesa fantasme designa un libreto
deseo en última instancia sexual. Se comprenderá entonces que, de comienzo, el término francés no
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
¿Cuáles? Lean sobre este punto – provechosamente una vez más – el Diccionario de psicoanálisis
de Laplance y Pontalis, 2 que resume las cosas mejor que como podría hacerlo yo aquí.
Pero, puesto que debo guiarlos en esta lectura, les recuerdo sumariamente una distinción que se
hace entre fantasmas diurnos, fantasmas subliminales, fantasmas inconscientes, y entre estos
últimos, fantasmas originarios. Los fantasmas diurnos son nuestras ensoñaciones de la vigilia, esas
novelas sin público en las que, de manera más o menos paradisíaca o infernal, y como contrapunto a
nuestros destinos reales, nos contamos nuestros deseos: nuestros cuentos de hadas o nuestras
reflexiva o no, que son las precursoras de los síntomas histéricos: se trata de los fantasmas
inconsciente subliminales. 4 Por último, los fantasmas inconscientes en sentido estricto – ligados a
los deseos inconscientes – se sitúan en el fundamento del trayecto progrediente que culminará en el
fuente de los síntomas. El trabajo analítico consiste en hacer consciente el fantasma – en formular el
La tos de Dora analizado por Freud6 nos brinda un ejemplo bien típico de fantasma inconsciente
enlazado al deseo sexual. Como ustedes recordarán, esta jovencita vienesa está aquejada por una tos
que ningún recurso médico clásico consigue aliviar. Freud revela que en las raíces de este síntoma
se esconden varios fantasmas sexuales, especialmente este: de niña, Dora, quien creía a su padre
impotente, imaginó a la amante de éste practicándole una felación. Este libreto es inaceptable para
el sujeto mismo y permanece inconsciente. De ellos resulta una erotización de la garganta, la lengua
exteriorizados en una tos inacabable. Observen como llega Freud a detectar el fantasma.
Naturalmente, y como en Lacan, su punto de partida es el lenguaje: Dora suele repetir que su padre
es “infortunado”, unvermöglich. Ahora bien, esta palabra alemana designa a la vez al que carece de
dinero y al que careza de fuerza física. Freud descifra: un hombre desprovisto de potencia sexual.
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
En ustedes que el “significante”, para Freud, se encarna inmediatamente. Como Proust, Freud es un
mientras que Proust escribe la carne en sus metáforas y en sus frases hiperbólicas. La diferencia es
notable, pero la intención es análoga: se trata de alcanzar con el verbo las vibraciones del deseo. El
fantasma es, precisamente, lo que surge en la intersección. De la misma manera, en las crisis
histéricas de otra paciente Freud descubre que ésta, con sus movimiento espasmódicos, remeda a la
vez el gesto de arrancarse la ropa y el de volver a ponérsela: activa y pasiva, hombre y mujer, ella re
Dos particularidades se imponen cuando nos proponemos entrar en el mundo singular del fantasma.
La primera es ésta: aunque se trate de escenas que pueden tener su punto de origen en recuerdos
infantiles, nos confrontan con una realidad particular que se distingue de la realidad perceptual. El
sujeto imagina: vive una ilusión. Pero esta ilusión es fuerte, estable, persistente y se encuentra
sometida a una lógica propia y rigurosa: se trata de la realidad de un deseo. El universo del
fantasma nos conduce a tomar en serio esta otra realidad – la realidad psíquica – que en un mundo
psíquica es una forma especial de existencia que no debe confundirse con la realidad material”.7
La segunda especificidad les va a interesar aún más: estas formaciones ilusorias, estos libretos,
construcciones híbridas entre dos estructuras psíquicas – entre lo consciente y lo inconsciente – que
juegan a la vez con la represión y con el entorno reprimido. La presión de las pulsiones sexuales les
asegura una base biológica, prepsíquica; pero se manifiestan como narración, con sintaxis,
gramática, construcción lógica y todo un despliegue narrativo. De forma tal que, en el fantasma, el
armazón del espíritu no es en absoluto deficiente sino que admite, deformándolo, el deseo del
sujeto: Dora ama a su padre, ama también a esa otra mujer que es la querida de éste, pero no puede
admitir en su espíritu este pensamiento, no lo admite salvo bajo la forma… de un síntoma doloroso
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
(inversión del placer anhelado en el dolor), y a nivel de un órgano (la garganta que tose) antes que
su representación psíquica. Dicho de otra manera, el fantasma inconsciente nos conduce a pensar la
vida psíquica como una vida de estratos múltiples y heterogéneos, como un aparato psíquico
Freud nunca atribuyó los fantasmas únicamente al empuje pulsional (biología), ni únicamente a una
formación simbólica (prohibiciones parentales, ideología religiosa y moral, etc.), sino que siempre
sugirió una interdependencia y una traducibilidad de todos los niveles de la vida psíquica. El
traducción: “Debemos compararlos con las personas de sangre mestiza que, a grandes rasgos, se
parecen casi a las de raza blanca pero que, por tal o cual peculiaridad llamativa, traicionan su color
de origen y por este hecho permanecen excluidas de la sociedad y no gozan de ninguna de las
Luego, distinguiendo siempre estos diversos regímenes del fantasma, Freud señala estrechas
perverso que puede ponerlos en acto o de temores delirantes en el paranoico que los proyecta sobre
los demás con un sentidos hostil, o incluso de deseos eróticos que el psicoanálisis descubre detrás
de los síntomas en la histérica,9 el sujeto hablante y sexuado es sujeto de fantasmas y un sujeto con
fantasmas.
Finalmente, Freud postula la existencia de fantasmas mucho más arcaicos y profundos que él llama
fantasmas originarios: se trata de libretos referidos a nuestros orígenes y que él supone se remontan
son esquemas hereditarios. El niño inventa estos libretos y los reprime, pero la invención es tan sólo
un eterno retorno de esquemas hereditarios que tuvieron lugar realmente en las generaciones
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
Si es verdad que todos los fantasmas poseen estructuras análogas y remiten al fantasma
inconsciente, comprenderán ustedes que el conjunto de la vida del sujeto aparezca modelada por
una “fantasmática”. El lugar favorito, no de una realización sino de una formulación de fantasmas,
es la literatura y el arte. La fantasmatica paroxística de Sade, por ejemplo, pone en escena una
hipertrofia del goce, y particularmente del que es provocado por la violencia y el dolor. En forma
más discreta, una sensibilidad diáfana y refinada, como la de En busca del tiempo perdido de
Proust, se sustenta en una fantasmática de la profanación (la señorita Vinteuil escupiendo al retrato
de su padre) y de la flagelación (la escena del prostíbulo del barón Charlus).11 En otro registro, la
incertidumbre psíquica -¿Soy hombre o mujer? Y, más profundamente: ¿Soy humano o inhumano?-
se despliega en los fantasmas de metamorfosis o anamorfosis: por ejemplo, Goya y sus Caprichos
inspirados en la violencia sufrida por España durante las guerras posrevolucionarios, pero también
El comentario social tiene a veces dificultad para distinguir el fantasma de la realidad. Puede
ocurrir, por ejemplo, que se acuse a un escritor de acciones horrorosas que fueron ejecutadas
realmente por verdugos (Sade equiparando a un nazi). Muy por el contrario, podemos pensar que la
puesta en forma – verbal o pictórica – de los fantasmas es nuestro más sutil reparo contra los
pasajes al acto: hacer conocer los propios fantasmas formulándolos y comentándolos procura un
Se preguntarán ustedes: ¿no estamos hoy acaso, gracias a la mediatización visual, en un verdadero
paraíso de fantasmas? ¿No estamos saturados de fantasmas, estimulados para producirlos y para
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
La llamada sociedad del espectáculo es, paradójicamente, poco propicia al análisis de los fantasmas
imágenes de las que algunas entran en resonancia con nuestros fantasmas y nos apaciguan, pero
que, a falta de palabras interpretativas, no nos liberan de ellos. Por añadidura, la estereotipia de
estas imágenes nos priva de la posibilidad de crear nuestras propias imaginerías, nuestros propios
libretos imaginarios.
Didier, un paciente del que tuve ocasión de hablar más extensamente, 13 se queja de dificultades de
relación y síntomas cutáneos. Despliega durante años un discurso técnico sin llegar a hablarme de
sus conflictos y deseos: no hay sueños, no hay fantasmas o, si los hay, son rápidamente
en reproducirse: me trae producciones de sus obras, collages con pedazos de cuerpos y de caras de
vedettes ensamblados con pintura y variadamente dispuestos. El comentario del paciente es siempre
de carácter técnico: Rauschenberg, Jasper Johns, Andy Warhol… Soy yo quien injerta el fantasma:
carnicería, violencia, matanza, sobre el fondo de su vivencia de culpabilidad por haber provocado la
muerte de su madre con su vida de soltero sin mujer, sin hijos… Seguirá a esto un rechazo que me
confrontará con las primeras agresividades de Didier a mi respecto. En la agitación de esta relación
Cuando realiza sus cuadros, Didier pone en ejecución fantasmas operatorios: estos “operan”. Quiero
decir que Didier consigue tener una vida en apariencia satisfactoria, pero estereotipada, como si lo
hubiesen operado de sus fantasmas operantes: no tiene interioridad, no ama ni es amado, no entra en
contacto consigo mismo ni con los demás y permanece amurallado en la soledad y la masturbación.
En cambio, las novelas fantasmáticas que sucedieron en la exhibición de los cuadros nos habrán
abierto el verdadero universo de sus fantasmas – agresivos y eróticos – y le habrá permitido tener
una vida psíquica más libre, una vida sexual y de relación más compleja. Mientras se hallaba en el
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cuadro, el fantasma inconsciente no era solamente o simplemente reprimido: algo más grave
sucedía, no se había formado como fantasma al volcarse la pulsión sexual en un gesto carente de
representación psíquica. El papel del lenguaje es primordial para la formación de los fantasmas: sin
fue preciso simplemente traer lo reprimido a la conciencia; hubo que crear la representación
Se ha dicho de sobra que la así llamada sociedad del “espectáculo”,4 a la que añaden ciertas
conduce a la pobreza e incluso a la vaciedad fantasmática. De este modo, las pulsiones y los
somatización. Banalidad del mal consecutiva, sin duda, a la imposibilidad de juzgar. Pero hay algo
“fuero interno” mismo, esa camera oscura que constituyó hace milenios la vida psíquica del hombre
hablante. En este aspecto, el arte y la literatura son los aliados del psicoanálisis; ellos abren la vía
Vayamos ahora al universo de la imagen en el que nos han sumergido el cine y la televisión.
“imagen periodística” o la “imagen documento” de la imagen que nos fascina. Sin ser el equivalente
de nuestros fantasmas, esta imagen que nos fascina entra en resonancia con ellos.
El cine se ha arrogado el universo del fantasma: planteemos esto para comenzar, aunque en seguida
nos parezca que cosas no son tan simples. Porque el cine también puede, por ejemplo, echar a
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perder el fantasma: sea por la estereotipia de las imágenes en esas “operas de jabón” que reducen al
espectador al rango de consumidor pasivo; sea, a la inversa, por esa pulverización del fantasma que
produce el llamado cine de autor cuando inventa una verdadera escritura cinematográfica con
ambición de pensar lo especular… Pero empecemos por postular que cierto cine llamado realista
proyecta fantasmas. Dado que lo visible es el puerto de matricula de las pulsiones, la síntesis de
estas como contracara del lenguaje, el cine en cuanto aposteosis de los visible se ofrece al despliego
pletórico de los fantasmas. “El hombre camina en la imagen”, decía San Agustín, a quien comentare
más adelante. Más que cualquier otra imagen, la cinematográfica hace caminar al hombre (¡Y, para
qué decirlo, a la mujer!). Los films que nos seducen o nos espantan, desde Arsénico y encaje
antiguo (Frank Capra, 1944) hasta Un hombre y una mujer (Claude Lelouch, 1966), desde
Nosferatu (Munaru, 1922) hasta James Bond contra el doctor No (Terence Young, 1962), captaron
los fantasmas de una época que es desde entonces la del cine. Hasta el extremo de que las otras
condensación máxima –poesía, meditación, deformación, abstracción – para explorar otras regiones
Por su lado, también, el cine –cierto cine, un cine otro – presume de mostrar esa escritura
condensada y meditativa como cara y contracara de los fantasmas. Llamemos a este segundo tipo de
imágenes, lo especular de lo pensado. El cine – cuando se trata del gran arte, de Eisenstein a
¿Por qué lo visible se presta a una síntesis primaria y frágil de pulsiones, a una figurabilidad más
plástica, menos controlada y también más riesgosa de los dramas pulsionales, de los “juegos “de
Eros y Tánatos? Entiéndase “juego” como intercambio lúdico regulado (“juego de damas”, por
ejemplo), pero también como espacio de ajuste, como libre movimiento entre dos elementos (“dar
juego a un ventana”, por ejemplo). El voyeur hace un síntoma con esta articulación primera de las
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pulsiones: goza de ellas en el sadomasoquismo de una ósmosis auto erótica, incestuosa, con un
objeto del que no está verdaderamente separado. Pero conocemos también variantes más corrientes,
más indispensables y, en este sentido, más nobles. Cuando un paciente que se queja de diversas
invitamos a poner en juego sus pulsiones, a mostrarlas: gesto e imagen. La actuación del
psicodrama es en gran parte una actuación especular: “uno” se muestra, “uno” se apoya en la
“acción parlante”15 del propio analista antes de convertirse eventualmente en un “yo” [je] capaz de
Para que aprecien ustedes el papel de la mirada efectuando esa primera síntesis especular lindante
con la pulsión sadomasoquista, les daré dos ejemplos. François no tiene todavía un año y habla pro
ecolalias: ritmos, entonaciones, intensidades variables. Ve en los objetos otras tantas prolongaciones
molestas y accidentales de su cuerpo, que siente aun disperso. El grabador puede registrar su voz sin
que él proteste: son los registros del drama entre la emisión sonora y su respiración, sofocaciones,
trabajosas regulaciones entre intensidades y frecuencias, pero que ya se están organizando gracias a
ese primer ordenador que es el ritmo. Unos meses después, los objetos comienzan a existir para
François; él los ve, los esconde, los pierde. Ve también el grabador y, sea cual sea la estratagema
que utilicemos para que el aparato no perturbe en lo más mínimo sus movimientos, el simple hecho
de ver lo hace llorar. Como si los dramas vocálicos anteriores se hubieran proyectado sobre el
objeto visible. El aprendizaje vocálico demandado por el adulto era insoportable y el adulto
quedaba así rechazado; ahora, esta tensión se liberaba sobre un objeto visible (el grabador)
encargado de representar a la pulsión subyacente a la función verbal. La más simple ecolalia obtiene
una función simbólica, pues comienza a designar objetos que están separados y que François ve
ahora como tales. En este mismo momento, la pulsión, que antes se consumaba exclusivamente en
las ecolalias, se ve representada por un objeto que guarda una relación metonímica con éstas y pasa
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a ser el “objeto malo”. Antes incluso del “estadio del espejo” que va a consolidar esta disociación,
un objeto aparece ante la mirada como designable, nombrable. El aprendizaje del lenguaje como
sistema de signos con función comunicativa se concreta precisamente porque el objeto visto se ha
vuelto posible, porque la imagen está en lo sucesivo allí, como soporte y captación de la agresividad
y la angustia.
En el vaivén de los amores y las amistades, los sueños no esperan al diván del analista: circulan
como dones. Antoine me dice que tiene con frecuencia la misma pesadilla: tiene cuatro años, están
una bestia enorme, algo entre la rana y el cocodrilo pero de piel transparente, como si se tratara de
castigo. Estamos aquí, en efecto, ante un montaje aterrador entre la pulsión anal, el placer
autoerótico ligado a los cuidados maternos del esfínter, el deseo incestuoso por esa madre invisible
y la subordinación al padre para un coito anal. Montaje también entre un fantasma de pene anal y de
nacimiento cloacal. Antoine da a luz un objeto como si fuera una mujer, al mismo tiempo que él es
ese objeto fecal que su madre hace nacer. A este vector pulsional y deseante, ambiguo y reversible,
viene a prender la mirada del padre: el ojo del otro, del tercero, amenazante y seductor, el ojo
paterno Notarán ustedes que en este sueño están indisociados, por un lado, el objeto (Antoine/el
desecho/el cuerpo materno expulsante/el cuerpo de Antoine apresado en su goce autoerótico) y, por
el otro, el ojo paterno figurando la instancia primera de separación respecto del autoerotismo y de la
díada madre-hijo. Esta separación, no efectuada todavía en el sueño y sin duda inconsciente de
Antoine, se realiza en y por la representación visual, al mismo tiempo que en y por la prohibición
simbólica que el padre instaura. El sueño de Antoine nos presenta un conglomerado fantasmático y
onírico que no ha erigido todavía un sujeto separado de las otras dos instancias del triángulo
familiar (padre, madre). ¿Por qué? Porque mantiene, en beneficio de un placer sadomasoquista y
autoerótico, una indistinción, lo repito, entre el ojo paterno – la instancia simbólica – y el yo-
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vacilación que exterioriza Antoine en su vida cotidiana en lo que concierne a la diferencia sexual,
de la que se queja incluso ante sus seres cercanos. Activo o pasivo, vidente o no, mi ojo o su ojo, ser
“hombre” o dejarse hacer como objeto erótico sadizado por el “padre” (o por algún superior
jerárquico, pero a menuda también por las superwomen que Antoine elige como compañeras). La
pensamiento y al lenguaje. Pero nada garantiza que esta separación vaya a ser alguna vez clara y
definitiva en ninguno de nosotros. El sueño, ese cine privado de público, está ahí para recordar cuán
pulsional; cuán estriado está el lenguaje por la imagen misma y suspendido por el placer pulsional;
psíquicas endógenas, nuestros polimorfismos. Sueño pesadilla o sueño delicioso, pero siempre
seductor: lo especular es una prima de placer que Antoine se niega en la vida diurna, injerto de un
goce que no tiene lugar, que jamás tendrá lugar suficiente en el orden de la vigilia.
Ahora estamos en condiciones de definir lo especular como el depositario final y harto eficaz de las
y Antoine, la seducción especular como una derivación de las aperturas (ritmos, ondas somáticas,
oleadas de colores, excitaciones erógenas…) hacia ese punto de mira posible en el que deben
converger las series jamás terminadas de las imágenes en las que “yo” [je] se constituye como
La seducción última, si existiera, sería la madre ideal, aquella que me tiene el espejo ideal en el que
“yo” [je] me veo, seguro y autónomo, por fin liberado de las ansias narcisistas anteriores al estadio
del espejo y de esos paraísos perfumados pero abyectos donde “yo” [je], más o menos indistinto de
“ella”, dependía de la madre. Con todo, es el ojo paterno – ojo de la ley – el que toma el relevo de
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esa madre ideal y remplaza su seducción desestabilizadora por una llamada al orden. François y
Antoine son hijos incestuosos que tienen necesidad de una fuerte intrusión paterna para despegarse
de la ósmosis con su madre. Padre aterrador, pero que no es por ello menos seductor y que renvía la
efecto, antoine tiene dificultad para contentarse con una sola identidad (para empezar: con una sola
inestabilidad narcisistica, ofreciéndose como objeto pasivo a la mirada del padre, como si él fuera la
mujer del padre; otra manera de acabar fusionado con su madre. Lo especular, seductor y
reencontraremos estas regiones arcaicas con alguien a quien no esperaban en este lugar, con Sartre,
Una vez instalado en lo especular, seducido por la imagen que tiene el padre, seducido en
consecuencia por “mi” imagen, “yo” [je] seduzco a los otros: “Yo” [je] puedo engañar a los otros
dirigiéndoles la pulsión agresiva como una llamada deseante. Lo especular transforma a la pulsión
pulsión, y de él emana el engaño identificario con su espejismo narcisistico y su llamada a los otros.
especular sigue siendo el soporte más avanzado para la inscripción de la pulsión (con respecto al
sonido o al material táctil, por ejemplo). Por lo tanto, lo especular es también el más precoz punto
de partida de los signos, de las identificaciones narcisisticas y de las zozobras fantasmasticas de una
identidad hablante a otra. Por otra parte, en este nudo de espanto y seducción que lo especular les
propone, los hombres y las mujeres se ubican de manera diferente. Esta dura prueba de la diferencia
sexual, como la de la homosexualidad, este choque con nuestras identidades imposibles hasta la
psicosis, el cine no ceja en hacerlos ver. Pienso en el cine que explora lo especular, que lo
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de éste hacia el sentido, el lenguaje, el pensamiento. EL cine más directo, que proyecta fantasmas
más o menos modificados, nos estremece en ese lugar de nuestra vida psíquica en el que la
Recalquemos una vez más este punto: lo que yo veo no tiene nada que ver con lo especular que me
fascina.
Por un lado, existe la mirada mediante la cual identifico un objeto, un rostro: el mió, el del otro. La
mirada me ofrece una identidad que me tranquiliza porque me brinda aperturas, espantos
colores, ritmos, tonos. La así llamada especulación intelectual deriva de esta mirada identificante,
de enganche: la histérica sabe algo de ellos cuando, no pudiendo hallar nunca un espejo lo bastante
insensatas, refugio en el que “yo” [je] puedo saber sin verme, porque “yo” [je] he delegado en otro
(en la contemplación filosófica) el cuidado de representar una (mi) identidad tranquilizadora a la par
que engañosa, puesto que hace la oscuridad sobre los espantos, sobre las aperturas. Las así llamada
especulación intelectual “me” socializa, y tranquiliza a los otros sobre “mis” buenas intenciones en
cuanto al sentido y a la moral. Pero de mi cuerpo soñado ella no les propone sino lo que sostiene el
espéculo del médico: una superficie deserotizada que “yo” [je] le concedo en un guiño mediante el
cual “yo” [je] le hago creer que él no es otro, sino que sólo tiene que mirar como “yo” [je] lo haría
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
Existe también una mirada diferente. Basta, en efecto, que la apertura o el espanto irrumpan en lo
visto para que éste cese de ser simplemente tranquilizador, trompe-l ceil o iniciación a la
especulación, y que devenga –si aceptan ustedes el termino – en lo especular fascinante, es decir, a
la ve encantador y maléfico. El cine nos estremece en ese lugar, precisamente. Tal es, lo he dicho,
cinematográfica hace pasar a lo identificable (y nada más certeramente identificable que lo visible)
ni en le lenguaje-; o, para decirlo de manera más brutal, hace pasar la agresividad. El fantasma está
Todo especular es fascinante porque lleva la huella –en lo visible- de esa agresividad, de esa pulsión
fantasmas se designan como tales; ejercen su poder de fascinación al mismo tiempo que se burlan
de su especular fascinante. Les propongo llamar especular pensado a los signos visibles que
designan el fantasma y lo denuncia como tal. Esta información ya no tiene que ver con el
“referente” (o con el objeto), sino con la actitud del sujeto respecto del objeto. El cine de Godard,
que en este curso todos conocen, es especular pensado: no hay imágenes-informaciones, sino
señales captadas, recortadas y dispuestas de manera tal que el pensamiento fantasmatico de escritor-
cineasta se perfila en ellas y los invita a encontrar primero en ellas vuestros propios fantasmas, y
luego a vaciarlos.
Los estoicos griegos distinguían el objeto real o “referente” de los que ellos llamaban un
“expresable”, el lekton. Yo diré que lo que distingue al referente de lo expresable (del lekton), es
que este es la expresión de un contrato deseante, de esa alquimia subjetiva que transforma una
imagen planta (un signo denotativo) en síntoma (un especular). No hay imagen planta en godard, en
él todo es especular pensado; todo es síntoma: el suyo, el nuestro; pero la tristeza de este síntoma se
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pulveriza en ironía. Las imágenes fantasmaticas mismas no están nunca en primer grado; por el
contrario, los fantasmas están como deshuesados, desarticularos, en última instancias sólo queda de
ellos una cierta música; la lógica, el movimiento que asocia, desplaza, condensa y, con ellos, juzga:
suplementarias en la imagen bruta, de asociar los tonos, ritmos, colores, figuras; en suma, de hacer
terminología-, esa captura primaria de las pulsiones siempre en exceso con respecto a lo
representado, a lo significado.
Que el arte moderno – pintura, escultura, música – haya encontrado su terreno privilegiado en la
Matisse, Klee, Rothko, Schönberg, Webern para recordárnoslo. Equivocadamente. Nada más
desplazando-condensando las energías semióticas del cuerpo pulsante, deseante. En este especular
es posibles optar, sin dudar, por descifrar cálculos matemáticos, pero ello implicaría ignorar que
disimula aperturas y espantos. Philippe Sollers lo ha dicho y, lo que es más, en Paradis: “Escribir es
del orden del terror”17. Lo imaginario es tanto especular pensado, quiero decir lo imaginario que
filtra y vacía el fantasma, es del orden de la agresividad, del miedo, del mal dado-padecido; y ´le se
des-piensa como tal. Después de Sartre, Lacan y Barthes (quien dedicó su cámara lúcida a Lo
imaginario de Sartre), ustedes saben como yo que lo imaginario no es un reflejo, sino una síntesis
subjetiva: esto es lo que revela la fenomenología. Volveremos a hablar de ellos cuando releamos
juntos Lo imaginario de Sartre.18 Ahora señalo únicamente lo que se les aparecerá como una
diferencia básica entre lo que les propongo aquí y lo imaginario según Sartre: que yo busco en lo
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
¿Significa esto que lo especular es necesariamente revelador del “mal”? ¿O podríamos llegar a
Es éste un paso que daría con gusto, a condición de abstraer el “mal” de sus connotaciones morales
y de referirlo a las aperturas y espantos ya mencionados. Entre tanto, el cine tiene una función
social que no nos permite soslayar la moral; hablaremos de ello un poco más adelante.
El conflicto representable
Resulta, pues, que el cine, desde su nacimiento, no sólo supo proyectar lo especular
seductoras y más espantosas aún que las otras artes, sino que también se arrogó la fuerza de pensar
este especular. De pensarlo de una manera especular a su vez: porque se trata de utilizar lo visible,
forzosamente en su ingenuidad onírica, sino de exhibir sus líneas de fuerza, sus aristas, su lógica.
Con el efecto de un placer distinto: el de la lucidez, y por lo tanto de la risa. Vale decir que los
grandes cineastas supieron siempre incluir la apertura del espanto en la seducción cinematográfica,
persigue le proyecto de hacer pasar, con y por encima de las imagen-signo referencial, lo que yo
llamo una red de “huellas lektónicas”. En sus clases, da a sus alumnos un ejemplo sugestivo: se
trata ni más ni menos que de lo invisible fundamental, de la “escena primitiva” y, lo que es más,
“ilegítima”. Al volver del frente, un soldado encuentra a su mujer encinta. “¿Cómo distribuir los
objetos, los actores y las réplicas?” se pregunta Eisenstein, para dar cuerpo en lo especular a la
conflictividad del deseo de saber “de dónde vino ese hijo” y “cómo operó el mal”. Con ese fin, el
director recomienda a sus alumnos cineastas presentar todos los elementos de la puesta en escena
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
siguiendo una rigurosa topología del drama: la de un conflicto entre dos complejos espaciales.
cada sonido y de cada replica en orden a insertar espacialmente un conflicto subyacente: he aquí las
“huellas lektónicas”, las aristas del fantasma que debían añadir a lo demasiado visible una
dimensión “rítmica”, “plástica”, enigma que no debe salir inmediatamente a la vista, en el cual se
cifra la angustia del cineasta, angustia que debe suscitar la del espectador más profundamente que
cuanto lo hace la imagen-signo referencial. “En la escena, todos los elementos deben expresar de
manera espacial y temporal el contenido interno del drama. Nuestra solución (en el episodio en
cuestión) consiste en la clara confrontación de las dos tendencias que representar dos complejos
espaciales diversamente caracterizados: una tendencia rectal, frontal, y una tendencia oblicua,
diagonal”.19 gráficamente, este ritmo será dibujado por eisenstein del siguiente modo:
interiorizados en todos los elementos de lo visible; que el menor átomo de lo visible esté saturado
de conflictividad y, dice él, de “ritmo” dramático. “solamente cuando se puede oír el significante
mortal.”20
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
Esta preocupación por el “ritmo” puede variar de un cineasta a otro: “orgánico” en Eisenstein,
“métrico” en Pudovkin, “melódico” en Walt Disney:21 tales son al menos las distinciones
establecidas por el propio Eisenstein. Pero es siempre necesario que el cineasta permanezca al
Demos un paso más. Desde una perspectiva menos estructural, más explícita, podría sostenerse que
es “drama orgánico” al que apunta Eisenstein tomaría sencillamente, y al fin de cuentas, la forma…
Esta insistencia de Eisenstein en la necesidad de saturar lo visible del conflicto (de la agresividad,
del mal) del que él es la apariencia, ¿no nos evoca… la novela policial o el fil de horror? ¿No será
Hitchcock, quien une el ritmo de Eisenstein a la visión del terror, el cineasta por excelencia? El
público moderno lo entiende muy bien: de lo más sofisticado a lo más vulgar, no resistimos a los
vampiros o a las masacres del Far West. La catarsis, regulamiento que toda sociedad necesita, hoy
ya no pasa por Edipo, Electra u Orestes, sino por Los pájaros o Psicosis cuando no es, simplemente,
por los disparos del fusil de cualquier western o por una alternancia de horror y embellecimiento en
los filmas X. Y además, cuanto más tonto, mejor, porque la imagen fílmica no tiene por qué ser
inteligente: lo que importa es que lo especular presente gracias a su significado directo (el objeto o
la situación representado) y que cifre gracias a su ritmo plástico (es red de elementos lektónicos:
sonidos, tono, colores, espacio, figuras) la pulsión – la agresión- que nos vuelve del otro sin
respuesta y que, por consiguiente, quedó sin captar, sin simbolizar, sin consumar.
Pero, entonces, veo asomar vuestra pregunta: ¿existe una seducción especular sin espanto? ¿Un
especular pensado que no sería melancólico-irónico ni aterrado estridente, sino pura seducción?
Esta seducción la soñamos, con o sin imagen: cuerpo fragmentado, soliviantado por alcances
tonales, ojo que radiografía con serenidad el interior de las vísceras, cámara enroscada en el
laberinto de las cavidades como en un cuadro de Georgia O’Keeffe, azul-rojo-verde que se eleva en
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
flor sobre alas, a caballo… Algunos de ustedes han tenido sin duda esta clase de sueño, éxtasis
nocturnos u otros, yo se los deseo. Si quieren en cambio un personaje o un relato fanstamático que
ponga en escena la seducción, ¡Siempre pueden recurrir a Mozart! Don Juan, en efecto, continúa
siendo el héroe especular ideal: seductor, porque es un amo que desafía a los padres; y un
conocedor de mujeres, que las cuenta una por una hasta mille e tre. Él transforma la pasión acallada
por su madre (como en Antoine nuestro paciente de hace un rato) en una serie de amantes; y su
pasión por el padre, no en autodresprecio (como en Antoine también), sino en asesinato recíproco,
un blasón, sería él, Don Juan. Pero Don Juan está hecho de música (Mozart) y de texto (Da Ponte,
pero sobre todo Moliere). Las artes visuales no se atreven a medirse con esa densidad de fantasmas
seductores que la imagen teme banalizar y que lo especular pensado – si existiera a este propósito –
volvería insostenible. ¿Sería qué cosa la seducción pasada por el tamiz de lo especular pensado? Yo
sueño con un film imposible: Don Juan por Eisenstein y Hitchcock, con música de Schönberg. Este
último buscó – ustedes lo recordarán – la solución al debate que él mismo califica de falso, entre su
Aarón y su moisés: entre el alborozo de los idólatras seducidos por el “becerro de oro” (¿los
devotos de la imagen?) y la amenaza divina que estalla con el trueno sin imagen. Porque tal es el
mismo tiempo la verdad simbólica (el trueno divino sin imagen)… ¡imaginen el resultado!
El cine y el mal
Hitchcock ni a Godard para percatarse. Encontrarán ustedes la prueba en uno de los primeros genios
de los tiempos modernos: San Agustín. Éste no sólo considera que la imagen es constitutiva de la
mens, es decir del orden simbólico (él considera como “inmascible” es imagen en la que se
inscriben, como en el espíritu, la memoria, la vista, el amor y la voluntad); sino que, además, viendo
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
A la biblia que enuncia en el salmo XXXVIII, 7: “Aunque el hombre camine en la imagen, sin
embargo se inquieta en vano, acumula e ignora para quién amas”,22 Agustín opone esta versión:
astucia del teólogo, en particular el católico: ¿no es el cine una culminación de esta astucia católica
que hace que, a despecho de su inquietud, el hombre “camine la imagen”? En la penumbra de las
iglesias, el arte cristiano conoce, multiplica y explota esa fascinación: la calma reina ante el infierno
puesto en imagen. Al menos lo esperaremos al apostar por esa virtud de pacificación mediante la
imagen. Al menos lo esperaremos al apostar por esa virtud de pacificación mediante la imagen. La
imagen, compensación de la angustia y proyecto cultural: esto estaba ya en Agustín. ¿No será la
Sin embargo, una cosa es decir que el mal – en cuanto pulsión de muerte no simbolizada – articula
en todas las formas lo imaginario y que lo imaginario apacigua este mal (“el hombre camina en la
imagen”, die Agustín); y otra es destacar que el mal es la culminación del espectáculo. Porque
justamente esto es lo que sucede en esta sociedad tan bien descripta por Guy Debord como
ahogarse en su falsedad en el ballet de quienes nos gobiernan y que intercambian, por ejemplo,
Airbus por derechos humanos, al dejarse invadir por la representación de la que conoce empero sus
hilos, el hombre moderno tropieza con la lógica del fantasma. Pedimos a la imagen que represente,
por un lado, un deseo de felicidad pero, por el otro, y sobre todo, su reverso sadomasoquista.
Extenuados, buscamos por la noche films policiales en la pantalla de los televisores, y los crímenes
que miramos nos aplacan. Yo misma acabo de terminar una policial metafisica24 que leerán ustedes
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
fácilmente por cuanto es solo una novela: lo especular exhibe lo reprimido sadomasoquista de la
Llegados a este punto, no podemos evitar la cuestión moral que les anuncie al comiendo: al exhibir
el mal, ¿participa el cine en una mistificación más, en una banalización suplementaria del mal? De
hecho, el riesgo no es nulo, pero creo que puede tratarse también de otra cosa. ¿Con que condición?
Con la condición de que, saturado el mal, el cine no nos haga solamente “caminar”, sino tomar
nuestras distancias. Me aparto aquí de San Agustín y alego por el hombre que “no camina” en la
imagen…
espectacular que no tributaria de entrada al orden. La carcajada sigue siendo el medio más saludable
para una operación como ésta: cunado la imagen saturada de mal se autoriza además a reír, la
especular: él nos presenta el orden exitoso de la psicosis encarnada, pero de tal manera que el mal
sólo es representable si ustedes pueden reírse de él, con conocimiento de causa. El gran dictador
abre como una nueva era del imaginario occidental: “Aunque el hombre camine en la imagen, ya no
camina”.
El actor chapliniano, pero también el desajuste entre sonido e imagen, o el “desmontaje impío de la
espectador – siempre inmerso en el fantasma – a distancia de la fascinación. Hacía falta sin duda
que la fascinación especular llegara a su perfecto y total cumplimiento por medio del cine, y que el
cine mismo se exhibiera como lugar privilegiado del fantasma sadomasoquista, para que el espanto
contentara con complacerse en la representación ingenua del mal, entonces no sería otra cosa que
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Julia Kristeva – “Fantasma y Cine” en “La revuelta íntima”
La apuesta contemporánea estriba –y ustedes lo advierten – en esta alternativa: ¿Pretende el cine ser
una exhibición de lo reprimido sadomasoquista del espectáculo, o una perversión autorizada, una
Dejo abierto la pregunta: ¿Cómo hacer otra cosa? Más aún cuando el cine no es verdaderamente
parece, sin embargo, imposible. Pero la apuesta fue aceptada muy cerca de nosotros, especialmente
por Roland Barthes, cuyo recorrido tomaré en las semanas próximas. Que la desmitificación nos
conduzca lógicamente a Barthes es algo que nos sorprenderá a aquellos de ustedes que lo hayan
leído. Y me servirá de transición para acentuar el alcance literario de este curso. Relean, entonces,
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