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Maristella Svampa

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Maristella Svampa

DESDE ABAJO
La transformación
de las identidades sociales

Maristella Svampa
(editora)

Javier Auyero
Alejandro Isla
Gabriel Kessler
Daniel Lvovich
Denis Merklen
Pablo Semán
Maristella Svampa

Universidad Nacional de General Sarmiento

Editorial Biblos

Desde abajo 2
Maristella Svampa

316.334.56 Svampa, Maristella


SVA Desde abajo. La transformación de las identidades sociales
- 1ª ed. - Buenos Aires: Biblos; Universidad Nacional de
General Sarmiento. 2000
252 pp.: 23 x 16 cm
ISBN 950-786-267-6
I. Título - 1. Sociología Urbana

Armado: Ana María Souza


Coordinación: Mónica Urrestarazu

© Universidad Nacional de General Sarmiento, 2000 Roca 850, 1663 San Miguel, Provincia
de Buenos Aires © Editorial Biblos, 2000 Pasaje José M. Giuffra 318, C 1064ADD Buenos
Aires info@editorialbiblos.com / wwweditorialbiblos.com Hecho el depósito que dispone la
Ley 11.723 Impreso en la Argentina
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grabación o de fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte de la editorial.

Impreso en Gráfica Laf S.R.L. Loyola 1654, Buenos Aires,


República Argentina, en octubre de 2000.

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ÍNDICE

Introducción, por Maristella Svampa ................................................................................9


La transformación de las identidades sociales, 9 - Desde abajo:
los contenidos de este libro, 18

Redefinición del mundo social en tiempos de cambio. Una tipología


para la experiencia de empobrecimento, por Gabriel Kessler ............................................25
El dilema. 25 - La redefinición del inundo social, 27 - La construcción
de la tipología, 31 - "Meritocráticos": el refuerzo identitario, 32 –
"Solidarios": el refuerzo grupal, 35 - "Luchadores": la reducción
temporal, 38 – "Encapsulados": la reducción espacial, 40 –
"Conversos": e1 cambio de valores, 42 - "Pragmáticos": la dispo-
sición estratégica, 45 - Conclusiones, 47

Colgados de la soga. La experiencia del tránsito desde la clase media a


la nueva pobreza en la ciudad de Buenos Aires, por Daniel Lvovich ..................................51
"Subsistir, nada más...", 54 - "No tengo un peso, no me queda
una moneda...", 60 - "¿Qué nos quedaba a nosotros. que éramos
un porotito?". 65 - "...A los treinta y ocho ya sos viejo para el tra-
bajo", 71 - La experiencia del descenso social, 77

Vivir en los márgenes: la lógica del cazador. Notas sobre sociabilidad


y cultura en los asentamientos del Gran Buenos Aires hacia fines
de los 90, por Denis Merklen ..........................................................................................81
Javier, la radio y el barrio, 82 - "Mi viejo es un tipo que está fue-
ra de tiempo", 87 - "Yo no veo que gente de mi edad pueda conse-
guir un laburo estable". 90 - "Puedo seguir estudiando porque mi
vieja me banca a veces el boleto", 92 - Marcelo y su tío Manuel,
102 - De la marginalidad y del modo como las instituciones mo-
delan la vida social, 109

Identidades astilladas. De la patria metalúrgica al heavy metal,


por Maristella Svampa ..................................................................................................121
Introducción, 121 - En busca de perfiles sociales generacionales,
125 - El tiempo de las identidades fuertes: la vieja generación de
metalúrgicos. 125 - El viejo militante sindical histórico, 125 - EL
viejo trabajador integrado, 129 - La identidad deteriorada: la ge-
neración intermedia, 134 - El militante Metalúrgico crítico tradi-
cional, 135 - E1 trabajador metalúrgico crítico-escéptico, 138 - El
tiempo de las identidades fragmentarias: los jóvenes trabajado-
res, 140 - El joven trabajador "integrado", 143 - El joven trabaja-
dor "tribal", 146 - Conclusión, 150

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INTRODUCCIÓN
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LA TRANSFORMACIÓN DE LAS IDENTIDADES SOCIALES

¿Qué significa hoy hablar de la transformación de las identidades sociales en el seno de las
sociedades periféricas? ¿Qué nuevos procesos involucra y cuáles son los contextos en los que se
inscribe? ¿Cuáles son las nuevas pautas de integración y de exclusión social que emergen de estas
transformaciones mayores? Por último, ¿cuáles son las categorías analíticas que actualmente se
disputan el campo de las ciencias sociales para explicar estos cambios?
Desde una perspectiva teórica, el tratamiento de esta problemática remite a un análisis de las
consecuencias sociológicas de las nuevas relaciones que se establecen entre estructura y acción. Por
un lado, para conceptualizar las transformaciones estructurales de la sociedad en la época de la
globalización se han .acuñado varias categorías como la de "sociedad red" (Castells, 1998),
"modernidad tardía" (Giddens, 1995), "sociedad del riesgo" (Beck, 1997a) o "sociedad mundial"
(Luhmann et al, 1998). Más allá de los nombres que adoptemos para designar estos nuevos
procesos, la mayoría de los autores coinciden en señalar la profundidad de los cambios que afectan
el actual orden global, que han producido la reestructuración de las relaciones sociales y, como
consecuencia, el desencastramiento de los marcos de regulación colectiva desarrollados en la época
anterior. Gran parte de los debates sobre la "cuestión social" actual giran en torno de los efectos
perversos de este proceso de mutación estructural. Más aun, la "nueva cuestión social" ha sido
ampliamente tematizada en las sociedades avanzadas del centro, pese a que sus consecuencias han
sido notoriamente más desestructurantes en la periferia globalizada que en los países del centro
altamente desarrollado, en donde los dispositivos de control público y los mecanismos de regulación
social suelen ser más sólidos, así como más amplios los márgenes de acción política.
Por otro lado, para conceptualizar los cambios en la acción, la mayoría de los autores subraya la
especificidad que adquieren los procesos de individualización en la actual fase de inflexión estructu -
ral. Expulsados de las antiguas estructuras (normativas y sociales) que definían la orientación de sus
conductas y los dotaban de certezas, los sujetos se ven obligados a producir su acción en un contex-
to donde los márgenes de imprevisibilidad, contingencia e incertidumbre se amplían
considerableemente. Pero, mientras algunos consideran que la dinámica de individualización se
caracteriza por la progresiva emancipación del agente respecto de las estructuras, otros ponen de
relieve el carácter deficitario del individualismo contemporáneo, despojado de sus “antiguos”
soportes colectivos.
En la perspectiva primeramente enunciada podemos situar los trabajos de A. Giddens y U. Beck,
para quienes el sujeto aparece como un individuo compulsivamente emancipado, productor y
responsable de su propia biografía; por consiguiente, la identidad deviene un proyecto reflexivo y
autónomo a construir. Los individuos son expulsados de las estructuras normativas y sociales que

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definían sus orientaciones básicas, arrojados a "la turbulencia de la sociedad del riesgo", como
afirma Beck parafraseando a Sartre, "obligados a individualizarse" (Beck, 1997b: 28). Para Giddens,
el rasgo sobresaliente de la modernidad tardía es la reflexividad institucional (apropiación reflexiva
del saber a la luz de nuevas informaciones) y la experiencial (el individuo se ve obligado a justificar
sus decisiones y opciones vitales, a la vez que la creciente reflexividad carga de nuevas dimensiones
el ámbito de la vida privada) (Giddens, 1993, 1995 y 1998). Es cierto que los nuevos modos de
subjetivación encierran un marcado carácter ambivalente que alude no sólo a las oportunidades de
vida sino también a los nuevos riesgos existentes (riesgos laborales, técnicos y ecológicos), a la
producción de nuevas formas de dependencia (y adicciones), así como a sus imprevisibles
consecuencias políticas (comunitarismo, tribalismos, racismos). Sin embargo, ambos autores
concluyen en un diagnóstico notoriamente optimista acerca de las grandes tendencias abiertas por la
nueva época: mayor autonomía de acción, posibilidad de una planificación reflexiva de la vida
moderna, nacimiento de una política que problematiza y debate las nuevas oportunidades y riesgos
de vida, son algunas de las "consecuencias" de la modernidad.
Por último, dentro de la línea interpretativa que acentúa los procesos de reflexividad, se insertan
los trabajos de Scott Lash, quien considera que los nuevos modelos identitarios deben ser
comprendidos también (y principalmente) desde la óptica de la reflexividad estética o expresiva. A
diferencia de la reflexividad cognitiva (de la que hablan Giddens y Beck), ésta trae consigo "una
comprensión de sí, y la comprensión de prácticas sociales implícitas" (Lash y Urry, 1998: 18). La
reflexividad estética hace referencia a la posibilidad de cultivar un uso reflexivo de los sistemas
estéticos, del cine, la televisión de calidad, la poesía, los viajes y la pintura, como medios en la
autorregulación de la vida cotidiana. Es un tipo de reflexividad que apunta a la construcción de
modelos de subjetividad basados en el cultivo de la imaginación creadora, de la autenticidad, del
deseo y del placer, de lo afectivo. Asociado a los nombres de Charles Baudelaire, George Simmel y
Walter Benjamin, este tipo de reflexividad, tan ligado al modernismo literario, ha sido descuidado
por la sociología y sólo parece haber adquirido letras de nobleza en el campo de los estudios
culturales. Ahora bien, Lash es consciente de que la “producción” de reflexividad estética enfrenta
dos riesgos mayores: en tanto se refiere a prácticas centradas en el yo, puede culminar en una
deriva narcisista; en tanto remite a "señales producidas por las industrias culturales, está sometida
a un creciente proceso de mercantilización que tiende a desembocar, entre otras cosas, en el
consumismo de masas.
En suma, en los tres autores citados la afirmación de un sujeto competente se instala en el
centro de esta representación del individuo contemporáneo (reflexividad cognitiva y estética) como
base para comprehender y "superar" el distanciamiento entre las estructuras y la acción.
De manera muy diferente, para otros, la exigencia de autonomía y la necesidad de subjetivación
ponen al descubierto un déficit básico de “soportes” que caracteriza la situación del individuo
contemporáneo y pone de manifiesto, de manera más general, la crisis del "lazo social". Fue sin
duda Émile Durkheim el primero en centrar el análisis sociológico en las consecuencias de la
desestructuración de los marcos tradicionales de integración social y, asimismo, en la emergencia de
las nuevas formas de individuación. En efecto, Durkheim estableció que mientras el primer proceso
ponía de manifiesto el riesgo de anomia propio de las sociedades contemporáneas, el segundo
desembocaba en el llamado "culto al individuo".1 Ambos constituían consecuencias del
individualismo y aparecían entre los factores centrales a la hora de explicar las principales causas de
ruptura del lazo social: el déficit de integración conducía al suicidio anómico, así como una
individuación desmesurada podía llevar al suicidio egoísta.
Retomando a Durkheim, Robert Castel distingue, desde un punto de vista histórico, dos formas
de individualismo: el negativo, "que se traduce en términos de carencia -carencia de consideración,
de seguridad, de bienes asegurados y de lazos estables"(1995: 472) y remite a las figuras propias
de la anomia y la desocialización; y el individualismo positivo, que postula la recomposición del

1
En La división del trabajo social, Durkheim dice explícitamente que el "culto al individuo" no puede generar lazo social, puesto que no nos une
a la sociedad sino a nosotros mismos.

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conjunto de la sociedad sobre una base contractual, exigiendo que los individuos desprotegidos
actúen como sujetos autónomos. Castel coincide con Durkheim al afirmar que estas dos formas de
individualismo moderno no crean lazo social sino que requieren la existencia de soportes colectivos.
Fue sobre todo bajo la forma contemporánea de la sociedad salarial, consolidada luego de la
Segunda Guerra Mundial, como se resolvió, al menos temporariamente, el dilema planteado por
Durkheim, a saber, cómo crear un tipo de vínculo capaz de asegurar la cohesión social y, al mismo
tiempo, promover la autonomía individual. En efecto, la sociedad salarial impulsó la creación de
protecciones colectivas (un valor agregado respecto de la visión liberal del orden contractual) y
redujo también el riesgo del individualismo negativo, asegurando la cohesión social. En otras
palabras, el éxito de la sociedad salarial radicó entonces en el equilibrio que logró entre la
promoción (relativa)2 del individualismo positivo y la referencia a marcos colectivos.
Sin embargo, a partir de los años 70 se producen dos fenómenos mayores. Por un lado, la crisis
de la sociedad salarial conduce a la progresiva desestructuración de los antiguos marcos colectivos
de socialización. Por el otro, la afirmación de autonomía encuentra sus inflexiones narcisistas, hecho
que se combina con la expansión de una cultura psicologizante (que implica la extensión de las
terapias a los "normales") en las clases sociales más cultivadas, fuertemente resistida por los
sectores populares. El fin del compromiso social que sustentaba las bases de la sociedad salarial
produce un doble efecto perverso: el individualismo positivo surgido del acoplamiento exitoso entre
seguridad y propiedad social se deshace. Y como consecuencia de lo anterior resurge la figura del "
individualismo en masa o negativo", que afecta a los grupos más vulnerables y desafiliados,
caracterizado por el déficit de marcos colectivos, cuyo horizonte es la atomización, el aislamiento y
la desconexión. En suma, Castel nos confronta con la figura de un individuo fragilizado por la
ausencia de consideración y de seguridad; en el límite, con un individuo anómico y desocializado,
cuyas figuras extremas son los desocupados sin domicilio fijo. Pero puesto que Castel centra su
preocupación en la crisis de la sociedad salarial y, por ende, en las formas que asume el
individualismo negativo (vulnerabilidad, desafiliación), poco y nada nos dice acerca del
individualismo positivo (al que aluden Giddens y Beck, entre otros), cuyo rasgo más claro es el alto
involucramiento subjetivo.
Dentro de esta corriente de pensamiento, Ehremberg (1999) abordó recientemente el análisis de
las formas de individualismo positivo. En su perspectiva, el individuo se define también desde el
déficit aunque, a diferencia de Castel, Ehremberg desplaza la pregunta desde los soportes colectivos
al centro mismo del sujeto. En efecto, lo propio de la nueva etapa en la modernidad es que la
identidad no aparece más como un dato; ésta emerge más bien como una pregunta, como un
cuestionamiento. La insatisfacción identitaria se convierte en el problema central del individuo
moderno, "fatigado de ser uno mismo", obligado a convertirse "en uno mismo". A causa de las altas
exigencias de la vida moderna, la individualidad puede asumir entonces la forma de una carga. Esto
explica por qué, pese a los múltiples recursos reflexivos existentes (o precisamente a causa de
ellos), la exigencia de producir una identidad revela nuevas formas de vulnerabilidad, tanto sociales
como psicológicas (depresión, dependencia). Ehremberg reflexiona sobre el rol de ciertos difundidos
"mediadores", como los psicofármacos (mediación respecto de uno mismo, pues permiten
respuestas rápidas, "desconflictualizando" el yo) y la televisión (con respecto a los otros,
produciendo un sentimiento de proximidad). Así, tras las nuevas formas de mediación que ayudan al
individuo a afrontar la exigencia de iniciativa y la acción autónoma, se esconden los peligros de las
nuevas dependencias y adicciones. Además, éstos ponen de manifiesto también cómo la
postergación de la responsabilidad ilimitada del individuo puede reducir su capacidad de acción y
derivar en impotencia psíquica (malestar, estrés, depresión). Así, dependencia y depresión son las
dos caras del "individuo soberano".

2
A esto hay que añadir que, si bien la sociedad salarial transformó el orden tutelar o el simple contrato a través de la creación de marcos
protectores, al insertar al individuo en regímenes generales y colectivos contribuyó también a generar un proceso de desindividualización. Dicho
de otro modo, el mundo el trabajo no condujo a la formación de una "sociedad de individuos": el resultado fue más bien un conjunto
jerarquizado de colectividades ligadas por el derecho y la solidaridad, producto de la división del trabajo (Castel, 1995: 462-474).

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La reflexión de autores como Castel y Ehremberg3 presenta una mayor afinidad con aquellos otros
que también señalan como punto de partida teórico, para el estudio de la relación entre estructura y
acción, la correspondencia y no separación entre las posiciones objetivas y las dimensiones
subjetivas de la vida social. Entre los autores que desarrollan una visión "clásica" desde esta
perspectiva teórica se encuentran Pierre Bourdieu y Norbert Elias. Para Bourdieu, la figura de la
adecuación entre lo objetivo y lo subjetivo aparece dada y producida por el habitus (1980b); para
Elias (1979, 1996) el proceso "civilizatorio" da cuenta de la articulación "funcional" entre las
estructuras cognitivas y emotivas y las estructuras sociales. Por último, también podemos acudir a
las categorías desarrolladas por la fenomenología (Schutz: 1987), cuyo punto de partida es la
"naturalización del mundo social", a fin de analizar la manera cómo el cambio posicional repercute
sobre la vida cotidiana. Más simple, estas tres perspectivas colocan en el centro de sus
preocupaciones los aspectos negativos producidos por la situación de desajuste entre las posiciones
objetivas y las vivencias de los actores, sin cuestionar el punto de partida teórico (la adecuación).
Se trata entonces de leer la realidad actual en términos de "desestructuración" de la experiencia
social y personal, a partir de la crisis y separación de los marcos referenciales que orientaban las
conductas: "histeresis", para Bourdieu; "desfuncionalización", para Elias, o la categoría de
"desnaturalización", a partir de Schutz, son los conceptos que enfatizan este dramático proceso de
separación y distanciamiento respecto del rol, esta reflexividad coactiva (no natural) de los actores
en un contexto de crisis y recomposición de las relaciones sociales y personales.
Resumiendo, mientras los primeros autores mencionados (Giddens, Beck y Lash) realizan el
inventario de los nuevos recursos, especifican los agentes, indican la formación de nuevos clivajes y
explican a partir de ello la dinámica propia del proceso de individualización, los segundos desarrollan
una lectura de sus consecuencias negativas, enfatizando la ausencia de recursos o su fragilización;
en fin, a partir de esto, señalan la multiplicación de formas de anomia, los rostros de la desafiliación
contemporánea, así como las nuevas relaciones de dependencia y, aun más, el catálogo de las
nuevas patologías sociales. Autores como Richard Sennet (2000) van más lejos al señalar los efectos
corrosivos que sobre el carácter y la moralidad tiene el ethos manifiesto en las nuevas reglas del
capitalismo flexible o incluso cuando rescata aquellos aspectos considerados más alienantes del
sistema capitalista, como la rutina laboral.
Sin embargo, por encima de las diferentes lecturas acerca de las consecuencias sociológicas de
las nuevas relaciones que se establecen entre estructura y acción en este período, todos los trabajos
subrayan la individualización de lo social4 y su carácter compulsivo. Repercusiones sobre la
experiencia individual que no sólo aluden a cuestiones de orden económico, tecnológico e industrial
sino que designan también los efectos de un proceso de desinstitucionalización de los marcos
colectivos que estructuraban la identidad social e individual (familia, escuela, tradiciones, religión) y
que, por ende, obligan a repensar las nuevas dimensiones, que adquieren los procesos de
socialización en las sociedades contemporáneas. Así, los autores citados coinciden en afirmar que los
cambios estructurales han colocado en el centro del debate las nuevas pautas de integración social
así como sus consecuencias en la transformación de la subjetividad. En otras palabras, las
tendencias actuales señalan la necesidad de realizar el pasaje, desde el punto de vista teórico, de
una concepción de la socialización en términos de correspondencia entre las posiciones objetivas y
las actitudes subjetivas, a una visión que subraye el distanciamiento del sujeto en relación con los
roles, en favor de un manejo más reflexivo de las imágenes sociales. Sin embargo, tanto la "toma
de distancia" como la "individualización" se expresan de manera diferente según el tipo de
"desajuste" que el individuo atraviese respecto del rol, especialmente en sociedades periféricas
como la nuestra, caracterizadas por marcadas tendencias a la dualización social. Así, por ejemplo,
en nuestro país es posible observar cómo tiende a profundizarse la brecha existente entre, por un
lado, los que viven positivamente la radicalización de la individualidad y el distanciamiento reflexivo
apoyados sobre estructuras de integración y marcos de protección colectiva y, por otro lado,

3
En sintonía con esta visión se hallan los trabajos de Pierre Rosanvallon y Marcel Gauchet.
4
La expresión fue acuñada por Rosanvallon (1997).

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aquellos otros que padecen una situación de vulnerabilidad y caída social y por ello tienden a vivir la
exigencia de individualización en términos negativos.
Sin duda, teóricos de la reflexividad como Giddens, Scott Lash y Beck nos ayudan a especificar
las nuevas dimensiones del actual proceso de individualización, a condición de ver en ella (la
reflexividad) un recurso social primario distribuido de manera desigual. Más aún, existe una relación
privilegiada entre reflexividad cognoscitiva y estética y elites planificadoras, clases gerenciales,
sectores medios profesionales, nuevos intermediarios estratégicos o nueva clase de servicios. En
suma, todos aquellos que podemos denominar como los "ganadores" del nuevo orden global y que,
como tales, se hallan en condiciones de hacer jugar positivamente su individualismo. Existen
también importantes componentes reflexivos en las lógicas de acción que desarrollan los sectores
medios en caída, como bien lo reflejan los tres primeros estudios que abren el recorrido de este
libro, que centran sus análisis en la experiencia del empobrecimiento (nuevos pobres), así como en
la vida cotidiana en los márgenes de la sociedad. En efecto, estos sujetos, situados en los grupos y
regiones más vulnerables del mundo globalizado, cuyos posibles marcos de referencia remiten a
formas diversificadas de desorganización social, cuentan con menores posibilidades objetivas de salir
airosos frente a los nuevos desafíos y dilemas que plantea la individualización. Carentes de apoyos y
de protecciones colectivas, no pueden asumir positivamente las exigencias de su propia
individualidad y por ello tienden a encarnar, cabalmente, las figuras del " individualismo negativo"
del que habla Castel.
Sin embargo, como apunta Lash, es necesario tomar nota de la creciente afinidad entre modelos
de subjetividad y reflexividad expresiva, presente en una serie de recursos y mediaciones centrados
en el yo. Este tipo de prácticas encuentra su encarnación paradigmática en los jóvenes de hoy,
aunque también se percibe como rasgo importante en la cultura "new age" y en las nuevas
religiones-movimiento, cada vez más expandidas en los sectores medios y en los sectores populares
respectivamente. Más claro, la proliferación de las "nuevas industrias de la subjetividad" 5 da cuenta
de la creciente importancia que adquieren las formas de reflexividad estético-expresiva en el
proceso de emergencia de nuevos modelos identitarios en amplios sectores sociales, incluso en
grupos sociales vulnerables, caracterizados por un déficit de integración social. Así, en nuestro país,
la recurrencia a formas de expresión artísticas (la poesía, el teatro) como estrategia de
sobrevivencia y, al mismo tiempo, como principio (sustitutivo) desde el cual rearticular la identidad
personal, dado que la identidad social (clase media) se halla en crisis, es cada vez más frecuente.
Hoy en día no es raro encontrar en los transportes públicos a individuos itinerantes que ofrecen a la
venta un cuadernillo de poemas, de manufactura casera, o bien un mini-espectáculo artístico. Esta
nueva estrategia no sólo es utilizada -como es la tradición por una juventud bohemia y más o
menos marginal, sino también por individuos de mediana edad, que en épocas anteriores
desarrollaban una actividad formal y contaban con una clara inscripción en el amplio colectivo de los
sectores medios.
En suma, el nuevo individualismo marca el pasaje tendencial de lo colectivo a lo individual, la
entrada a una época en la cual las identidades se definen por su implicación subjetiva. Como lo
muestran los jóvenes, el trabajo y la política dejan de ser un eje central de referencia. Crisis de la
cultura del trabajo, manifiesta en la imposibilidad de asegurar pleno empleo a los sujetos sociales,
pero también resquebrajamiento progresivo de la cultura o la civilización del trabajo, que estaba en
la base de las formas de sociabilidad del modelo anterior. Cierto es que el trabajo continúa siendo (y
no podría ser de otro modo) un principio de integración social a partir del cual se definen soportes
colectivos del sujeto, pero ya no constituye -necesariamente- un principio de subjetivación
determinante. De esta manera, el trabajo como actividad se separa de su dimensión más cultural
identitaria.6 Esto significa que una aproximación a las características de los nuevos procesos de
individualización debe poner de relieve la necesidad de pensar en diferentes niveles las
5
La expresión nos fue sugerida por Inés González Bombal
6
El desencantamiento de estas visiones promueve un cambio en la reflexión más general sobre el carácter del vínculo social en las sociedades
actuales, el que para algunos, como Meda (1997), debe ser abordado desde un plano más estrictamente político, centrado no en la producción
sino en la interacción.

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consecuencias de la no correspondencia entre subjetivación y socialización. Dicho de otro modo, la


integración social, siendo condición necesaria (estructural), ya no parece constituir una condición
suficiente en la dinámica de la construcción de una subjetividad positiva. La nueva dinámica de
individualización señala la tensión, en algunos casos la separación, entre socialización y
subjetivación, no necesariamente coincidentes como antaño.
Por otro lado, los márgenes de la teoría de la "modernización reflexiva" (Giddens, Beck, Scott
Lash) deben ser rigurosamente problematizados, a fin de extraer todas las consecuencias (negativas
y positivas) respecto de la emergencia de nuevas estructuras de la subjetividad en diferentes
sociedades y contextos. Así, en nuestras latitudes, la desvinculación de las estructuras de protección
social y la crisis de los marcos de socialización tienden a reforzar las facetas negativas de las nuevas
formas de individualismo. Como afirma Castel, resulta difícil vivir la individualidad a través de sus
exigencias contemporáneas de autonomía y autenticidad, allí donde el individuo aparece fragilizado
por la falta de recursos objetivos y protecciones colectivas. La aleatoriedad de la vida en un contexto
de destrucción de las antiguas pertenencias colectivas aumenta las posibilidades de la exclusión no
sólo social, sino también institucional y simbólica, constituye una especie de "no-lugar"7desde el cual
la exigencia de autonomía e individualización no se diluye sino que toma un carácter más anómico.
En síntesis, este vasto conjunto de problemáticas en torno de la integración social y de las
transformaciones de la subjetividad nos propone diversos desafíos: en primer lugar y en términos
genéricos, nos obliga a pensar en los profundos cambios producidos en la naturaleza del vínculo
social; en segundo lugar y en diferentes niveles, nos induce a dar cuenta del carácter plural y
heterogéneo que los procesos de individualización adoptan en el interior de diferentes sociedades y
contextos y, por último, de manera específica, nos lleva a reflexionar acerca de cómo en el presente
período de inflexión estructural la producción de nuevas asimetrías tiende a reforzar la distancia
existente entre la periferia globalizada y las sociedades avanzadas del centro.

DESDE ABAJO: LOS CONTENIDOS DE ESTE LIBRO

En la Argentina, la inflexión estructural fue concretada durante la década menemista


(1989-1999), aunque muchos de sus pasos previos fueron gestados durante la última dictadura
militar (la política de desindustrialización, cuyos efectos sociales se hicieron visibles -acentuándose-
durante el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín). A mediados de la década del 90, la nueva cartografía
social argentina ya revelaba una creciente polarización entre los "ganadores" y los "perdedores" del
modelo, imagen que echó por tierra el poderoso mito integrador del progreso indefinido,
estrechamente asociado a la idea de una clase media fuerte y culturalmente homogénea, cuya
expansión a lo largo del siglo xx parecía haber confirmado su adecuación con los modelos
económicos implementados.
El proceso de polarización social que caracteriza a la Argentina contemporánea está sin duda
atravesado por la creciente heterogeneidad social tanto de las situaciones como de las posiciones.
En términos sociales, el resultado de este proceso de mutación estructural muestra una alta
concentración de la riqueza y de las oportunidades de vida en los sectores altos; una fractura cada
vez mayor en el interior de las clases medias; un notorio empobrecimiento y reducción cuantitativa
de las clases trabajadoras y, por último, un superlativo incremento de los excluidos. En este
contexto de profunda transformación de las pautas de integración y de exclusión social se
registraron cambios importantes en las identidades sociales. En muchos casos, los marcos sociales
que orientaban las conductas y las prácticas de los actores desaparecieron casi por completo, y los

7
H. Lustiger-Thaler, L. Maheu y P. Hamel (1998: 173-187) recrean la noción antropológica de no-lugar, de Marc Augé, para afirmar que "los
no-lugares representan en el seno de las instituciones las secuelas de la no correspondencia entre actor y sistema. Se trata también de un
acceso limitado -tomando la forma de una privación relativa- al saber reflexivo-informacional y global así como a las redes de acción. El marco
ontológico de la exclusión social que nosotros presentamos depende sin embargo del estatus social de la experiencia [...] Más que nunca. la
exclusión forma parte del universo institucional, de su estructura jerárquica, encontrándose experimentada en el plano individual en el
anonimato del no-lugar".

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sujetos se vieron obligados a redefinir la nueva experiencia para afrontar la situación de


empobrecimiento o de exclusión social. En otros casos, los marcos emergentes van configurando
nuevas identidades sociales, más frágiles y volátiles que antaño. Otros modelos de subjetividad,
anclados en la vivencia religiosa, quizá constituyan la base de experiencias sociales más
unificadoras. Por otro lado, la transformación de las identidades también se opera en aquellos
contextos en los cuales se cristalizan procesos de larga duración, como sucede con el clientelismo y
ciertas formas autoritarias de representación política, que terminan por refuncionalizar valores
tradicionales y estilos políticos jerárquicos dentro de una matriz política democrática.
Los trabajos aquí presentados engloban la experiencia de diferentes grupos sociales, cuya
diversidad ocupacional reenvía a un conglomerado heterogéneo de actores sociales, entre los cuales
se encuentran sectores de la "antigua" clase trabajadora, grupos pertenecientes a los pobres
"estructurales", así como aquellos otros que constituyen la abultada franja de los "nuevos pobres" y
"empobrecidos", provenientes de sectores medios y medios-bajos. El libro se abre con tres trabajos
que analizan el impacto que ha producido el debilitamiento de los mecanismos de integración social
sobre los marcos de inteligibilidad social y cultural de los sujetos. Le siguen dos trabajos que
focalizan su interés en las formas de cultura popular, especialmente a partir de la proliferación de
nuevas expresiones culturales, como las subculturas juveniles y las nuevas formas de religiosidad.
Por último, los dos trabajos que cierran este volumen abordan el estudio de algunas de las
transformaciones operadas en la cultura política, centradas en la (re)producción de lazos políticos
autoritarios y clientelares.
El trabajo de Gabriel Kessler, "Redefinición del mundo social en tiempos de cambio", nos presenta
una tipología desde la cual se da cuenta de la heterogeneidad con relación a la experiencia de la
nueva pobreza. El análisis coloca el acento en la transformación global operada en la vida cotidiana
de los individuos, a partir del colapso de los marcos sociales que la estructuraban. En efecto, la
situación del empobrecimiento implica reconocer el trastocamiento del mundo familiar y social, en el
momento cuando grandes partes del universo social y cultural de referencia se desmoronan, sin que
por ello éste se vea reemplazado por nuevos marcos de inteligibilidad. Desde esta situación, la
realidad no sólo se torna incomprensible sino también peligrosa e incierta. Esta experiencia de
"desnaturalización" coloca al individuo en una posición que lo obliga a redefinir el mundo exterior, a
través de la cual se pueda establecer una nueva relación con él. En fin, veremos cómo cada uno de
los tipos sociales que Kessler establece, se trate de meritocráticos, solidarios, encapsulados,
luchadores, pragmáticos o conversos, ejemplifica de manera diferente las posibilidades de
articulación entre elementos subjetivos y objetivos, entre valores y recursos.
El estudio de Daniel Lvovich, "Colgados de la soga: la experiencia del tránsito desde la clase
media a la nueva pobreza en la ciudad de Buenos Aires", ilustra el proceso de movilidad social
descendente de sectores medios y medios-bajos a través de las historias de vida de cuatro
individuos. Se indaga en particular por las causas que impulsaron tal proceso de caída social, las
estrategias económicas de adaptación a la condición de "nuevo pobre", los recursos culturales con
los que enfrentan la nueva condición y las formas predominantes de percepción de la política. El
trabajo arroja una mirada sobre las consecuencias de estos fenómenos, vinculadas tanto al
agotamiento de un imaginario centrado en la creencia en el progreso social como a la profundización
de la desconfianza en las formas de representación política. En efecto, por un lado, la inversión del
signo de la movilidad social en la Argentina y la centralidad alcanzada por los procesos de
inestabilidad y precarización implican un profundo cambio en el imaginario social. Por otro lado, para
estos sectores la actividad política aparece cada vez más desgajada de la sociedad civil y cada vez
más reducida a la dimensión mediática.
El trabajo de Denis Merklen, "Vivir en los márgenes: la lógica del cazador. Notas sobre
sociabilidad y cultura en asentamientos del Gran Buenos Aires hacia fines de los 90", analiza
aspectos que van configurando los cambios en la cultura de los sectores populares y en sus formas
de socialización. Merklen se apoya en el estudio de caso de dos jóvenes, con historias de vida y
trayectorias sociales diversas, que comparten una misma situación (inestabilidad laboral) y

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participan de un mismo proyecto grupal (la ocupación de tierras que dio origen y sostiene un
asentamiento). La estructura casi literaria del relato nos obliga a adentrarnos y dejarnos llevar por
él. En el trayecto, el autor va mostrando el universo de estos dos jóvenes atravesados por la
distancia no sólo geográfica y social sino también cultural, que caracteriza el mundo cotidiano del
asentamiento respecto de la sociedad en su conjunto. Desde ese lugar la experiencia de la vida se
halla marcada por la fragilidad de los vínculos institucionales y la débil integración y regulación
social, aunque también existe un espacio para las formas de organización y de movilización
colectiva. Pero, sobre todo, "vivir en los márgenes" fuerza a los habitantes a la búsqueda
permanente del intersticio que ofrecen las instituciones, desde una situación de vulnerabilidad e
inestabilidad. La sugestiva figura del "cazador", contrapuesta a la del "agricultor", es utilizada aquí
para ilustrar la lógica de acción individual y colectiva que orienta la vida cotidiana en la ciudad,
semejante a un bosque que esconde un diversificado repertorio de posibilidades, pero que implica la
aceptación del riesgo y la incertidumbre. En suma los tres primeros trabajos dan cuenta de cómo, en
un contexto de desregulación social y colectiva, los sujetos se ven obligados a desarrollar una
reflexividad creciente (de carácter coactivo), a buscar los resortes de su acción en sí mismos,
desplegando competencias culturales y sociales a fin de sortear los riesgos de una sociedad en
déficit de integración, desde una posición de vulnerabilidad en la cual, por regla general, la
contingencia y la incertidumbre tienden a conjugarse negativamente.
Los dos trabajos siguientes abordan aspectos no tradicionales de la cultura popular. En primer
lugar, nuestro estudio "identidades astilladas. De la patria metalúrgica al heavy metal" analiza los
cambios operados en los procesos de construcción de las identidades sociales en trabajadores del
sector metalúrgico pertenecientes a diferentes generaciones. Uno de los objetivos de la comparación
es asir la especificidad que tales procesos adoptan en los más jóvenes. En efecto, las nuevas
generaciones, más centradas en los consumos culturales o en el primado del yo, dan cuenta de
importantes discontinuidades respecto de los marcos de representación y los modelos de acción de
los mayores. Una de las consecuencias de este proceso es el cuestionamiento de la hegemonía
tradicionalmente atribuida al peronismo en los sectores populares. Pero, a partir del quiebre del
mundo obrero y de la crisis de transmisión generacional del peronismo, se desliza también una de
las problemáticas mayores de la época moderna: el fin de las identidades "fuertes" y el ingreso a
una era en la cual las identidades son más efímeras más centradas en la subjetividad de los actores,
quienes desarrollan así compromisos políticos y sociales más parciales.
El trabajo de Pablo Semán, "El pentecostalismo y la religiosidad de los sectores populares", nos
introduce en el tema de las formas de religiosidad popular a partir de un relato construido sobre la
trama cotidiana de los habitantes de un barrio policlasista de Avellaneda. Se trata de un texto que
conjuga la puesta en escena de las relaciones entre vida cotidiana, supuestos culturales y prácticas
religiosas, sin descuidar el tratamiento conceptual (y sin duda polémico) de la temática. Semán
estudia el fenómeno de difusión del pentecostalismo en los sectores populares, ofreciéndonos una
interpretación que se aleja de los lugares comunes propios de las ciencias sociales sobre este tema,
los que a partir de una mirada superficial y negativa tienden a correlacionar de manera un tanto
rápida el fenómeno del aumento de la pobreza con la expansión creciente de las sectas y religiones
protestantes. El núcleo interpretativo subraya la proximidad cultural, suerte de afinidad electiva,
entre la religión pentecostal y las prácticas de los grupos populares. El autor afirma que el
pentecostalismo crece y se diversifica porque ha desarrollado un corpus doctrinario que tiene la
capacidad de movilizar los supuestos culturales preexistentes de los grupos populares, aspectos que
no pueden ser rescatados o resignificados por la cultura popular moderna o por la Iglesia Católica,
excesivamente burocratizada y racionalizada.
En consonancia con nuestro propio artículo, la lectura de Semán nos permite reflexionar sobre la
pluralidad de expresiones culturales y religiosas que hoy podemos observar, a partir de la pérdida
del monopolio de lo popular por parte del peronismo. En efecto, durante mucho tiempo la
hegemonía del peronismo en los sectores populares se tradujo en una suerte de homogeneización
político-cultural, que implicaba la subordinación y hasta la deslegitimación de otras prácticas o

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creencias populares. En la actualidad, el crecimiento de las sectas y religiones pentecostales se


asienta sobre una cultura popular peronista que se debilita y pierde unidad, a partir de la cual
convive y vuelve a entremezclarse de diferente manera todo un conjunto existente de supuestos
culturales, prácticas políticas y creencias religiosas. Más aún, ambos artículos nos advierten sobre la
emergencia de nuevos modelos identitarios, que enfatizan la autenticidad y la expresividad
(reflexividad estética o expresiva formas culturales que conducen no sólo a un reencantamiento del
mundo y, en algunos casos, de manera paradójica, a un proceso de des-individualización, sino
también a la pluralización de visiones y prácticas que se oponen a un mundo excesivamente
racionalizado, vehiculizando modos de subjetivación diferentes al de épocas anteriores.
Los dos trabajos que cierran este volumen abordan el estudio de la cultura y los lazos políticos. El
primero, "Cultura política, destitución social y clientelismo político en Buenos Aires. Un estudio
etnográfico", de Javier Auyero, se adentra en el estudio del clientelismo político, una de las formas
que asume la política en los sectores marginales. La multiplicación de políticas sociales focalizadas,
orientadas a la gestión de las necesidades básicas insatisfechas, como consecuencia de la crisis del
Estado populista-distribucionista y del crecimiento de la pobreza, volvió a colocar en el centro del
debate la proliferación de formas políticas clientelares, en especial en la Provincia de Buenos Aires
-donde se concentra un tercio del electorado nacional-. El trabajo de Auyero, centrado en la
convergencia del peronismo con la política clientelar, presenta un enfoque destinado a cuestionar la
unilateralidad de aquellas lecturas escolásticas y externalistas del intercambio clientelar, que se han
detenido de manera exclusiva en el estudio de las dimensiones objetivas del clientelismo,
descuidando aquellas de carácter subjetivo. Se subraya entonces la necesidad de plantear un
estudio que dé cuenta de las formas clientelares cotidianas, "desde abajo", desde la perspectiva del
cliente, ligada a las acciones de los mediadores o punteros, y a un conjunto de representaciones
culturales en relación con la política.
El último trabajo, "Los apoyos de Bussi. Valores domésticos, espacios públicos en el presente
tucumano", de Alejandro Isla, nos presenta un estudio sobre la expansión y cristalización de una
cultura política autoritaria en vastos sectores de la sociedad tucumana. Este texto, resultado de un
trabajo de campo realizado a lo largo de varios años, establece la relación entre los núcleos
centrales del bussismo (orden y respeto) y aquellos valores que atraviesan y fundan la cultura
política en el Tucumán posdictatorial. En efecto, en un contexto de crisis de los partidos políticos
tradicionales y de rechazo de la democracia (asociada a temas como la corrupción, el caos, el
desorden económico), valores transversales incuestionados como el orden y el respeto habrían
hallado la posibilidad de una nueva articulación en el partido fundado y comandado por el general
Antonio Bussi. El acento interpretativo de Isla está puesto en las correspondencias observables entre
valores domésticos y espacio público, cuyas raíces se hunden en el pasado dictatorial de la
provincia, y que explicarían, en gran medida, el triunfo electoral de Bussi, apoyado por un amplio
espectro de la sociedad tucumana.
Tanto el artículo de Auyero como el de Isla llevan a plantearnos una reflexión más general acerca
de las posibilidades de una efectiva democratización, en un particular contexto de desarticulación
económica y social, como el que implicara el rápido tránsito de la crisis hiperinflacionaria a una
desesperante situación de precarización laboral y desempleo. El caso de Bussi es, a este título,
particularmente perturbador, pues no sólo alude a procesos de larga duración sino que da muestra
cabal de la actual funcionalidad política de pautas tradicionales y estilos políticos jerárquicos dentro
de un régimen político democrático.

***

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Una nota final acerca del sentido de la metodología aquí propuesta. Todos los artículos
presentados se apoyan en investigaciones empíricas que combinan la utilización de diversas
metodologías y técnicas cualitativas -como la entrevista en profundidad, el trabajo etnográfico y las
historias de vida-, aplicadas sobre diferentes grupos de actores. El resultado despliega una variada
gama de relatos etnográficos que colocan el acento en la vivencia y las representaciones de los
sujetos sociales en juego, sin que esto signifique suprimir la distancia que efectivamente existe
entre la representación de éstos y las ciencias sociales. Esto no significa tampoco que las
perspectivas que aquí se presentan desdeñen el tratamiento general o más teórico de las
problemáticas planteadas. Lejos de ello, postulan una articulación entre investigación empírica y
reflexión teórica, a partir de la aplicación -y, muchas veces, el cuestionamiento- de determinadas
herramientas y categorías analíticas difundidas en las ciencias sociales.
Por último, todos los trabajos realizan una lectura "desde abajo", privilegiando el análisis de la
experiencia y la subjetividad de los actores. En realidad, la necesidad de desarrollar un enfoque que
enfatice el estudio de tales dimensiones parte de un déficit observable en la sociología argentina,
abocada al estudio de las transformaciones del vínculo social y político (ilustrado a través de la
profusión de formas políticas clientelares o por las recientes transformaciones del peronismo), a
partir de enfoques que privilegian una mirada "desde arriba". Más aún, como ya hemos señalado, la
actual crisis por la que atraviesan los modelos de referencia en las diferentes dimensiones de la vida
social nos obliga a adentrarnos en los marcos de significación de los actores, a reflexionar acerca del
proceso de destrucción y recomposición de las identidades sociales a partir de la variedad de
respuestas que los sujetos elaboran.8
Proponemos al lector recorrer los relatos que estructuran este libro cuyo objetivo no es otro que
el de contribuir, con una visión construida desde abajo, a la interpretación y divulgación de algunas
de las cuestiones más inquietantes que atraviesan la sociedad argentina contemporánea.

8
Perspectiva que se coloca en continuidad con el trabajo que dedicamos al estudio de las transformaciones del peronismo, escrito juntamente
con D. Martuccelli (1997).

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