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Adviento–Navidad

2015
Siempre tenemos necesidad de contemplar
el misterio de la misericordia (MV 2)

Grande es el Señor y eternamente misericordioso. Siempre


tenemos necesidad de contemplar el misterio de su
misericordia, cuánto más en los tiempos litúrgicos especiales
que nos regala la Iglesia como don precioso y oportunidad
única de profundización, conversión, revitalización.

Desde la Promoción del


Culto Eucarístico, como
servicio pastoral a todo el
que quiera servirse de
este material, os
ofrecemos la oportunidad
de intimidad comunitaria y
personal con el Señor.
Preparando su venida en
Adviento, gozándonos con
su amorosa presencia,
tierna e infante, en la
Navidad. Siempre es
tiempo oportuno si es para
el Señor.

Hemos comenzado el gran


Jubileo de la Misericordia.
El Papa Francisco nos lo
anunciaba en la bula
Misericordiae Vultus. He
querido escoger las
reflexiones y el título de la
Bula para que nos ayude
en la oración, en la meditación, en la contemplación para la
vida.
En esta idea insistíamos en el reciente encuentro Eucarístico
Diocesano en relación a la Eucaristía: Celebrar, Adorar,
Contemplar, Vivir.
Todo encuentro con Cristo nos hace crecer hacia dentro,
hacia la raíz de nuestro espíritu pero también hacia afuera,
para ofrecer de nuestros frutos sabrosos a los que transitan a
nuestro derredor.

Deseo de corazón que os sea de provecho y que muchos


encuentren en Cristo Misericordioso, como decía el Santo
Místico de la Cruz, la fonte que mana y corre aunque es de
noche. En estos tiempos aciagos, oscuros por los nubarrones
de la violencia, cuánto más necesitamos la luz de Cristo, la
luz de la Navidad que es fuente de la vida presente y futura.
Feliz Adviento, feliz espera, feliz encuentro, feliz Navidad.

Con mi afecto, oración y siempre a vuestro servicio.

Mariano
Cabeza
Peralta
Promotor
Eucarístico
Diocesano
TIEMPO DE ADVIENTO
Siempre tenemos necesidad de contemplar el
misterio de la misericordia (MV 2)

Monición ambiental:

Adviento, abrid la puertas a Cristo que llega, preparad sus


caminos y senderos,
convertíos cada uno de
vosotros en camino
por el que pase el
Señor. Su paso, su
pascua es liberadora,
deja que Dios te libere
de tus oscuridades, de
tus miedos, de tus
ansiedades porque
Dios es Luz.

Aquí estamos Señor,


junto a tí como María
de Betania, atentos a tu
mirada misericordiosa,
atentos a tu enseñanza
Divino Maestro,
sedientos de tu amor.
Te damos gracias por
el Papa Francisco y
por su iniciativa de
convocar un Jubileo de
la Misericordia,
necesitamos tanto tu
misericordia para curar nuestras heridas, como bálsamo que
ayude a cicatrizar nuestras llagas. Concédenos la gracia y
humildad de saber recibir tu misericordia y ser
misericordiosos con aquellos que nos rodean. Que
aprovechemos los frutos de este año Jubilar.
Gracias Señor por tu presencia, gracias Señor por tu amor.
Reflexión:

Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El


misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en
esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha
alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, «
rico en misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado
su nombre a Moisés como « Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y
fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en
varios modos y en tantos momentos de la historia su
naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4),
cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación,
Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para
revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él
ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra,
con sus gestos y con toda su persona revela la
misericordia de Dios. (MV 1)

(dejamos unos minutos de silencio para la reflexión, luego


respondemos con la oración, nos ayudamos del Salmo 50 que
se puede recitar a dos coros y que luego se puede hacer eco
del mismo salmo con los que están participando)
SALMO 50
Misericordia, Dios mío

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,


tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,


en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,


y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,


que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,


renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,


afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,


Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:


si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,


reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,


como eran en un principio ahora y siempre
por los siglos de los siglos amen.
Reflexión sobre el Salmo 50
Si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de
Dios está dispuesta a purificarlo radicalmente. Así se
pasa a la segunda región espiritual del Salmo, es decir, la
región luminosa de la gracia (cf. vv. 12-19). En efecto, a
través de la confesión de las culpas se le abre al orante el
horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no
actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino
que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su
Espíritu vivificante: infunde en el hombre un «corazón»
nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le
abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto
agradable a Dios. ( Catequesis de San Juan Pablo II)

Monición:

Un año Jubilar es un tiempo de gracia y salvación para el


Pueblo de Dios y todo hombre de buena voluntad. Jesucristo
dio a Pedro las llaves para abrir y cerrar, para atar y desatar
(Mt 16,18) Y la Iglesia, en nombre de Cristo, dispensa las
medicinas que curan al mundo de sus enfermedades. Es la
farmacia divina donde encontramos remedio a nuestros
males.
El mismo Papa Francisco en el número 4 de Misericordiae
Vultus nos explica la motivación de este Jubileo:
He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran
significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto,
abriré la Puerta Santa
en el quincuagésimo
aniversario de la
conclusión del
Concilio Ecuménico
Vaticano II. La Iglesia
siente la necesidad de
mantener vivo este
evento. Para ella
iniciaba un nuevo
periodo de su historia.
Los Padres reunidos
en el Concilio habían percibido intensamente, como un
verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de
Dios a los hombres de su tiempo en un modo más
comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho
tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela
privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el
Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la
evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para
todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo
y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la
responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor
del Padre.
(MV4)

(Dejamos unos minutos de silencio y reflexión)


Oración de petición y súplica:

• Por el Papa Francisco, administrador principal de la


Misericordia de Dios al mundo enfermo y perdido. Escucha
Señor nuestra oración.
• Por nuestro Obispo Ramón, sucesor de los Apóstoles,
administrador principal de la misericordia de Dios en
nuestra Diócesis de Jaén. Escucha Señor nuestra Oración.
• Por nuestro presbiterio diocesano, cooperadores en la
administración de la misericordia de Dios en nuestras
comunidades. Escucha Señor nuestra Oración.
• Por los bautizados mas alejados y perdidos, necesitados
del bálsamo de la misericordia de Dios. Escucha Señor
nuestra oración.
• Para que surjan vocaciones consagradas en nuestra
Diócesis, para que nuestros niños y jóvenes estén bien
abiertos a la llamada de Dios. Escucha Señor nuestra
Oración.
• Para que este tiempo de Adviento, aire nuevo y fresco en
nuestra vida cristiana junto con el Jubileo de la Misericordia
nos ayuden a vivir más profundamente nuestra condición de
bautizados. Escucha Señor nuestra Oración.
Presentamos todas estas oraciones movidos por el Espíritu
Santo y con las palabras que el mismo Cristo nos enseñó:
Padre nuestro....

* Terminamos con la oración del Papa Francisco para el


Jubileo de la Misericordia. Nos unimos a las intenciones del
Papa y al sentir de la Iglesia:

Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos
como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo
de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad
solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia
la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia
sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti,
su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros
fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión
por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos
se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia
sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,
llevar la Buena Nueva a los pobres
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María,
Madre de la Misericordia,
a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén.
TIEMPO DE NAVIDAD
Siempre tenemos necesidad de contemplar
el misterio de la misericordia (MV 2)
Monición ambiental:

La Palabra se hizo carne. Dios se ha hecho carne. La


Misericordia se ha hecho carne. Nació de Santa María
Virgen, se hizo hombre. La Misericordia tiene rostro, tienes
manos, tiene pies, voz, oído, corazón.
¡Qué accesible el misterio de Dios! Para los sencillos y
pobres de corazón, de espíritu. ¿Lo eres tú?

Necesitamos contemplar en medio de un mundo de prisas,


ruidos y distracciones. En este tiempo de navidad venimos a
contemplar como los pastores, como los perplejos habitantes
de Belén, como los magos de oriente, como María y José.
Contemplar, abrir los ojos del cuerpo pero también del
espíritu, del corazón, de la mente, abrir nuestra ventanas de
par en par al Dios misericordioso que nos visita.
Ahora lo podemos hacer, en este instante, en esta misma
oportunidad. ¡Es tu momento aprovechalo! Bien venido.
Reflexión:

Con la mirada fija en Jesús y en su rostro


misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima
Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha
sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud.
« Dios es amor » (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y
única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista
Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en
toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino
amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus
relaciones con las personas que se le acercan dejan ver
algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre
todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres,
excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el
distintivo de la misericordia. En Él todo habla de
misericordia. Nada en Él es falto de compasión.

Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían,


viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y
sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa
compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor
compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt
14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de
grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a
Jesús en todas las circunstancias no era sino la
misericordia, con la cual leía el corazón de los
interlocutores y respondía a sus necesidades más reales.
Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su único
hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso
dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo
resucitándolo de la muerte (cfr Lc 7,15). Después de
haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta
misión: « Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la
misericordia que ha obrado contigo » (Mc 5,19).
También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte
de la misericordia. Pasando delante del banco de los
impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo.
Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba
los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia
de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y
publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el
Venerable, comentando esta escena del Evangelio,
escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso
y lo eligió.

(MV 8)

Oración

Deseo transformarme en Tu misericordia y ser un vivo reflejo


de Ti, ¡Oh, Señor! Que este más grande atributo de Dios, es
decir, su insondable misericordia, pase a través de mi
corazón y mi alma al prójimo.

Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para


que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino
que juzgue lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a
ayudarle.

Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para


que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea
indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para
que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra
de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas y


llenas de buenas obras para que sepa hacer solo el bien a mi
prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para


que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo,
dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo
verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para


que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie
rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los
cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me
encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús.
Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que Tu
misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.
SALMO 136

1. ¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno


su amor!

2. Dad gracias al Dios de los dioses, porque es eterno su


amor;

3. dad gracias al Señor de los señores, porque es eterno su


amor.

4. El solo hizo maravillas, porque es eterno su amor.

5. Hizo los cielos con inteligencia, porque es eterno su amor;

6. sobre las aguas asentó la tierra, porque es eterno su amor.

7. Hizo las grandes lumbreras, porque es eterno su amor;

8. el sol para regir el día, porque es eterno su amor;

9. la luna y las estrellas para regir la noche, porque es eterno


su amor.

10. Hirió en sus primogénitos a Egipto, porque es eterno su


amor;

11. y sacó a Israel de entre ellos, porque es eterno su amor;

12. con mano fuerte y tenso brazo, porque es eterno su amor.

13. El mar de Suf partió en dos, porque es eterno su amor;

14. por medio a Israel hizo pasar, porque es eterno su amor;

15. y hundió en él a Faraón con sus huestes, porque es eterno


su amor.

16. Guió a su pueblo en el desierto, porque es eterno su


amor;

17. hirió a grandes reyes, porque es eterno su amor;


18. y dio muerte a reyes poderosos, porque es eterno su
amor;

19. a Sijón, rey de los amorreos, porque es eterno su amor;

20. y a Og, rey de Basán, porque es eterno su amor.

21. Y dio sus tierras en herencia, porque es eterno su amor;

22. en herencia a su siervo Israel, porque es eterno su amor.

23. En nuestra humillación se acordó de nosotros, porque es


eterno su amor;

24. y nos libró de nuestros adversarios, porque es eterno su


amor.

25. El da el pan a toda carne, porque es eterno su amor;

26. ¡Dad gracias al Dios de los cielos, porque es eterno su


amor!

Gloria al Padre y al Hiijo y al Espíritu Santo, como era en un


principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
Reflexión:

“Eterna es su misericordia”: es el estribillo que


acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la
historia de la revelación de Dios. En razón de la
misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo
Testamento están cargadas de un profundo valor
salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con
Israel una historia de salvación. Repetir continuamente
“Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo,
parece un intento por romper el círculo del espacio y del
tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del
amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la
historia, sino por toda la eternidad el hombre estará
siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. (MV 7)

Monición:

Ahora, en la presencia del Señor Eucaristía, Rey de la


Misericordia y el Amor, en silencio, con recogimiento
profundo y agradecido, repasamos nuestra propia historia,
los momentos más destacados de nuestra vida y añadimos al
final de cada pensamiento: Porque es eterno su amor, porque
es eterna su misericordia. ¡Hay tantas cosas en la vida para
darle gracias, para ensalzar su amor con nosotros!

(Tiempo de silencio y reflexión)


Oración de los Fieles:

Respondemos: Ten misericordia de nosotros.

Por la Iglesia siempre llamda a la reforma y conversión en las


personas y en las estructuras. Oremos.

Por el mundo, con aquellos que hacen sufrir, con aquellos


que son víctimas de los sufrimientos. Oremos.

Por las familias, en su vida cotidiana, en la educación de sus


hijos, en la vivencia del amor y la fidelidad. Oremos.

Por los jóvenes y niños, a los que Dios llama al sacerdocio, a


la vida consagrada en medio de los gritos y distorsiones del
ambiente materialista y laicista. Oremos.

Por los enfermos, impedidos, disminuidos, que no son


productivos en una sociedad de producción. Oremos.

Por los que ya marcharon de nuestro espacio y tiempo hacia


la eternidad. Oremos.

Por nosotros, los que


estamos participando en
esta adoración, Iglesia
suplicante, con nuestra
virtudes y pecados.
Oremos.

Recogemos estas
oraciones y las de todos
los creyentes en este día y
las ofrecemos con la
oración que el mismo
Cristo nos enseñó: Padre
nuestro.
Monición Final:

Terminamos con la oración del Papa Francisco para el


Jubileo de la Misericordia. Nos unimos a las intenciones del
Papa y al sentir de la Iglesia:

Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos
como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo
de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad
solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia
la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia
sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti,
su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros
fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión
por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos
se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia
sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,
llevar la Buena Nueva a los pobres
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María,
Madre de la Misericordia,
a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén.
Diócesis de Jaén

Promoción Diocesana
del Culto Eucarístico

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