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Tomando esta propuesta en consideración como proyecto general de filosofía podemos entender con mayor claridad la
inclinación de Platón por postular la existencia de un mundo exento de la transitoriedad y corrupción propias del mundo
material, esto es, su necesidad por concebir un mundo de las “ideas”. Sin embargo, no me parece ocioso recordar, al menos
de manera breve, los antecedentes filosóficos que dieron pie a la teoría de las ideas platónica: “Los heracliteanos sostenían
que en el mundo del espacio y el tiempo todo estaba en perpetua fluencia. El cambio ni por un momento dejaba de
producirse, y nada era la misma cosa en dos instantes consecutivos. La consecuencia de esta doctrina era que no podía
haber conocimiento de este mundo, pues nadie puede decir que ha conocido algo que en este momento es diferente de lo
que era hace un instante. El conocimiento requiere un objeto permanente que pueda ser conocido. Por otro lado,
Parménides había dicho que esa realidad permanente existe, y que solo puede ser descubierta por la actividad de la mente,
completamente a parte de la actividad de los sentidos. E l objeto del conocimiento tiene que ser inmutable y eterno, libre
del tiempo o y del cambio, en tanto que los sentidos solo nos ponen en contacto con lo mudable y perecedero.”6
Esta breve reconstrucción de los momentos de la razón, tomando como una expresión de la razón el curso de la historia de
la filósofa, nos permite acercarnos al proceso por el cual el pensamiento comenzó paulatinamente a colocarse como lo “otro”
de la existencia material. Es en este sentido que la teoría de las ideas de Platón es relevante para el tema aquí tratado,
considerada como la formulación de un mundo distinto al material, y perimetralmente opuesto a él en tanto a su
transitoriedad y corruptibilidad.
Un pensador en que tuvieron hondos ecos las ideas platónicas fue Aurelio Agustín (354-430). No óbstate el hecho de que,
en cierto sentido, en el pensamiento de Agustín la razón termina por presentarse como “limitada” para cumplir con el
propósito de alcanzar la certeza, certeza que le estaría reservada a la fe, y más concretamente, a la revelación cristiana, es
importante tomar su pensamiento en consideración, sobre todo, poniendo de relieve las relaciones que lo unirán con la
posterior reflexión cartesiana. En lo que respecta al tema aquí tratado, un momento importante en la vida intelectual de
Agustín será su acercamiento al pensamiento de los académicos y la interpretación que realizo de dichas ideas: “Entonces
también se me presentó la idea de que los filósofos que llaman académicos habían sido los más prudentes, pues habían
juzgado que se debe dudar de todo y habían resuelto que nada verdadero puede ser comprendido por el hombre”
(Confesiones, V, 10, 19.). Tras su contacto con el pensamiento académico y con ello, su caída en el escepticismo,
escepticismo que cabe decir, en el caso de Agustín no fue un escepticismo permanente, sino una etapa que posibilito el
repliegue de la razón al fuero interno, o, en otras palabras, que hiso posible el descubrimiento de la certeza en el exilio de
la conciencia del mundo sensible: “Por lo cual, lo primero que de ti deseo saber, para que comencemos por lo más
manifiesto, es si tú mismo existes. ¿O, acaso temes engañarte ante esta pregunta, cuando realmente no podrías engañarte
si no existieras?” (De libero arbitrio, II, 3, 7.)
Este último pasaje remite, como antecedente, casi de manera directa al cogito de Descartes (1596-1650) como momento
incuestionable de la búsqueda de la certeza. Búsqueda que, desde Parménides, posteriormente en Platón y Agustín, no se
centrara en el mundo material, o en el ámbito de la extensión, sino en la razón. En el caso de Platón formara un mundo
trascendente y separado de la materialidad, y en Agustín y Descartes, tomara el pensamiento mismo como elemento
incuestionablemente existente. Basta aludir al título completo de las meditaciones para sentar con mayor fuerza el punto
que ocupa al presente escrito: “meditaciones acerca de la filosofía primera, en las cuales se demuestra la existencia de dios,
así como la distinción real entre el alma y el cuerpo del hombre”. Por lo tanto, uno de los propósitos de las meditaciones
será reafirmar la distinción entre el cuerpo y el alma, y con ello, en términos más generales la extensión y el pensamiento.
El proceso por el cual las meditaciones cartesianas lograran separar radicalmente extensión y pensamiento requerirá la
puesta en escena del escepticismo, esto es, que al igual que la biografía intelectual de Agustín, asumirán como antecedente
necesario de la certeza al escepticismo: “En la primera, propongo las razones por las cuales podemos dudar en general
de todas las cosas, y en particular de las cosas materiales”, escepticismo que posibilitara la radical separación del cuerpo
y el alma: “el espíritu, que, usando de su propia libertad, supone que ninguna cosa de cuya existencia tenga la más mínima
duda existe, reconoce ser absolutamente imposible que el mismo, sin embargo, no exista. Lo cual es también de gran
utilidad, ya que de ese modo distingue fácilmente aquello que le pertenece a él, es decir, a la naturaleza intelectual, de
aquello que pertenece al cuerpo”7
En consonancia con el comentario de Días, y tomando en consideración los antecedentes agustinianos, podemos considerar
el pensamiento cartesiano como un momento de separación del cuerpo y el alma, del pensamiento y la extensión. Sera en
este movimiento que la substancia saldrá de si para poner lo “otro”, movimiento que se efectuar como la desvinculación
(necesariamente parcial) de la conciencia en su relación con el mundo material, pues el mundo físico, o la extensión se
presentaran como ajenos a la razón, como lo “otro”, y de igual manera, el pensamiento deviene lo “otro” de la materialidad.
Sin embargo, en tanto la substancia es una, debemos admitir que esta diferenciación no acontece por fuera de ella, esto es,
que ambos elementos que constituyen dicha distinción no pueden ser otra cosa que la substancia misma.
Con este rodeo hemos dado cuenta del movimiento realizado por la substancia, “movimiento del ponerse a sí misma o la
mediación de su devenir otro consigo misma”, en un movimiento de auto contraposición, como “desdoblamiento de lo
simple o la duplicación que contrapone”, diferenciación que deberá ser posteriormente negada para efectuar una
restauración de la unidad perdida, más una restauración que rebelara, como forma verdadera de la substancia, no solo un
resultado o un movimientos, sino la conjunción de ambos, esto es, que la substancia deberá ser entendida como “el circulo
que presupone y tiene por comienzo su término como su fin y que solo es real por medio de su desarrollo y de su fin”. Es
este movimiento por medio del cual, de acuerdo con Días, la conciencia entenderá el sentido de su acto reflexivo, como
movimiento de la substancia, y por lo cual, deberá asumir que es por medio, y en el sujeto que dicha substancia se tornara
auto consiente, esto es, que no será ya solamente la substancia “en sí”, sino que será consiente de sí misma, esto es, que será
substancia “para sí”. Mas es necesario hacer énfasis en la relación que guardaran proceso y resultado, o mejor dicho, la
irreductibilidad tanto del resultado como del movimiento que ha conducido ha dicho resultado, pues el movimiento de la
substancia, que se ha tornado visible como sucesión de diversos momentos de la razón, y más aún, la comprensión del papel
de cada uno de esos momentos , como momentos necesarios para la constitución de la substancia como autoconsciente, es
la vía que permite asumir que dicha substancia sea lo más “real”. Pues, de acuerdo con lo mencionado, lo real es únicamente
lo racional, o aquello que existe en perfecta concordancia con las normas de la razón y que por lo tanto es plenamente
inteligible. Es en este sentido que, el único modo en que la substancia pueda considerarse como lo más real, supone que
dicha substancia es plenamente inteligible, esto es, que puede ser aprendida en su totalidad por la razón, por lo cual, de ser
así, debemos suponer que la razón tiene un conocimiento perfecto del movimiento que ha llevado a la substancia de ser
potencialmente autoconsciente, a efectivamente autoconsciente, en otras palabras, que los sucesivos momentos que han
culminado en la autoconciencia de la substancia son plenamente conocidos por la razón.
Notas:
1 Hegel.G (2003) fenomenología del espíritu. F.C.E. México.
4 Díaz, J. (2009). Lo absoluto del saber absoluto. Eidos: Revista de Filosofía de la Universidad del Norte, (11), 10-34
5 Guthrie.w. (2010). Los filósofos griegos. F.C.E. México. (P.33-34)