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TRATADO DE PNEUMATOLOGIA
INTRODUCCION
Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito”, el Espíritu Santo. Este, que actuó
ya en la creación (cf. Gn1, 2) y “por los profetas” (credo Nicea-Constantinopla), estará ahora
junto a sus discípulos y en ellos (cf. Jn 14, 17) para enseñarles (cf. Jn 14, 16) y conducirlos “hasta
la verdad completa” (Jn 16, 13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con
relación a Jesús y al Padre.
El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los
apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una
vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 14). El envió de la persona del Espíritu
tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7, 39), revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad.
¿Cuál es la obra del Espíritu? Concedernos la gracia de poder experimentar a Jesús como Señor y
a Dios como Padre, así lo expresa San Pablo cuando afirma: “Nadie puede decir: Jesús es el
Señor! sino por influjo del Espíritu Santo” (1Co 12, 3). “Dios ha enviado a nuestros corazones el
Espíritu Santo de su Hijo que clama, Abbá, Padre” (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es
posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente
haber sido atraído por el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo con su gracia es el primero que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida
nueva que consiste: conocer al Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. Jn 17, 3). No
obstante es el último en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad, por eso afirma San
Gregorio Nacianceno:
El A.T. proclamaba muy claramente al Padre, más oscuramente al Hijo. El N.T. revela al Hijo y
hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros
y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando aún no se confesaba
la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún
admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario... Así por avances y progresos de
gloria en gloria, es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndida (PG
36, 161. 35, 849).
Creer en el Espíritu Santo, es profesar que es una de las Personas de la Santísima Trinidad,
consubstancial al Padre y al Hijo, que en el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra
salvación y hasta su consumación. Pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la
Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido
y acogido como persona. Entonces, este designio Divino, que se consuma con Cristo,
primogénito y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es
dado: la Iglesia, la comunidad de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne,
la vida eterna.
Se ha afirmado que el Espíritu Santo ha sido el gran ausente dentro del proceso teológico en la
Iglesia antes del Concilio Vaticano II, y una causa de dicha ausencia y olvido es la falta de
manifestaciones, lo cual obedece a que sus manifestaciones propias son muy poco sensibles y
perceptibles. Al Padre se le conoce, se le ama y se le adora por su obra de la Creación; al Hijo
porque se conoce su persona, su mensaje y su obra de redención, además, sobre él se nos predica
2
casi exclusivamente y de forma permanente; en cambio con el Espíritu Santo las cosas son muy
distintas, aunque es verdad lo que afirma San Basilio:
Todo cuanto las criaturas del cielo y la tierra poseen en el orden de la naturaleza y en el de la gracia,
provienen del Espíritu de modo más íntimo y espiritual; la santificación que obra en cada persona y
en la vida sobrenatural que difunde por todas partes escapan, en lo absoluto a la percepción de los
sentidos. Nada más visible que la creación obrada por el Padre y nada más oculto que la acción del
Espíritu Santo1.
Es necesario, por tanto, que nosotros nos dispongamos al trabajo de este apartado teológico,
sobre la Persona del Espíritu Santo, su acción y actuación en la historia de la salvación y que
luchemos por profundizar en su conocimiento.
Ahora, al Espíritu Santo lo podremos contemplar y conocer objetivamente en una doble
perspectiva: en la Trinidad Inminente y en la Trinidad Económica, es decir, en sus relaciones
intratrinitarias con las otras dos personas divinas o en la historia de la salvación, en su actuación
en esta historia; debemos tener presente que no tenemos acceso a la Trinidad Inmanente sino a
través de la Trinidad Económica, o sea, a través de sus manifestaciones históricas en favor de los
hombres.
También es de vital importancia, detenernos en la “unción de Jesús por parte del Espíritu”; el
Espíritu Santo como “el alma de la Iglesia”, quien tiene la misión de transformar y santificar a cada
persona que se abre humildemente a su acción. Además nos detendremos en lo que hoy se llama
“el bautismo en el Espíritu Santo”, que es una nueva obra de la gracia, obra antigua aunque en la
práctica sea algo nuevo, este bautismo en el Espíritu es una oración y unción renovadora de
cuanto engloba la iniciación cristiana y de lo que ello significa y, es una experiencia más de
reafirmación que de iniciación cristiana.
La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio Ecuménico en el año
381 en Constantinopla: “creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del
Padre”. La Iglesia reconoce así al Padre como “la fuente y el origen de toda la divinidad” (Conc.
Toledo VI, año 638). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del
Hijo: “El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al
Hijo, de la misma substancia y también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es sólo el
Espíritu del Padre, sino a la vez el Espíritu del Padre y del Hijo” (Con de Toledo XI, año 675). El
Conc. de Constantinopla (381) confiesa, “con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria”.
La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu “procede del Padre y del Hijo (Filioque), así
el Conc. de Florencia, año 1438, explica: “El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del
Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y
por una sola espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único,
al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir
del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente”.
La introducción del filoque constituye, aun hoy, un motivo de no convergencia con las iglesias ortodoxas.
La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu
Santo. Al confesar al Espíritu como “salido del Padre” (Jn 15, 26), esa tradición afirma que este procede
del Padre por el Hijo. La tradición Occidental expresa en primer lugar la comunión substancial entre el
Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (filoque). Esto es razonable porque el
orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen
primero del Espíritu en tanto que “principio sin principio”, pero también, que en cuanto Padre del Hijo
Unico, sea con él “el único principio que procede el Espíritu Santo” (Conc. Lyon II, año 1274; CEC 243-
248)
Dos modelos distintos de Teología Trinitaria: Para comprender la génesis de la controversia
sobre la procesión del Espíritu o, más precisamente, sobre el papel del Hijo en la procesión del
1
San Basilio, Tratado sobre el Espíritu Santo, p. 29
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Espíritu, hay que recordar ante todo que este misterio no había sido precisado por el Cons-
tantinopolitano I. Éste había afirmado la divinidad del Espíritu Santo y que Él «procede» del
Padre, pero no había dicho nada sobre la relación entre el Hijo y el Espíritu Santo. La teología
trinitaria oriental y occidental se venía desarrollando, en los siglos posteriores, con sensibilidades y
perspectivas distintas. Tratemos de sintetizar estas diferencias, porque serán fundamentales para
explicar la diversa solución que Oriente y Occidente darán del problema dejado abierto por el
Constantinopolitano I.
La teología oriental parte de las Personas: el Dios Uno es el Padre que da la divinidad al Hijo,
mientras que el Espíritu recibe su divinidad del Padre por medio (díá) del Hijo. Se subraya la
«monarquía» del Padre y la táxis (el proceder ordenado) del Hijo y del Espíritu.
En cambio, la teología occidental parte de la única naturaleza divina que se actúa en las tres
Personas: en el conocimiento que Dios tiene de sí, el Padre engendra al Verbo; del amor recíproco
entre el Padre y el Verbo procede el Espíritu.
Se podría decir que los orientales hablan de un Dios en tres personas, y los occidentales de tres
personas en Dios.
P
El de los occidentales es el triángulo (o el círculo): E
H
En la perspectiva oriental es, pues, evidente que el Espíritu procede del Padre por medio del Hijo.
En la occidental, que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque), aunque la fuente primera
sigue siendo el Padre.
* Siguiendo el esquema lineal, los orientales subrayan que el Espíritu Santo es el extremo de Dios,
el desbordarse del amor del Padre y del Hijo en la historia del hombre; y, al mismo tiempo,
subrayan la distinción de las Personas y su «orden» (táxis, jerarquía) en la vida divina. Además, si-
guiendo la línea de los Capadocios, mantienen decididamente la trascendencia del misterio,
privilegiando la vía «negativa» (apófasis).
En cambio, con su esquema circular, los occidentales subrayan que el Espíritu Santo es lo íntimo
de Dios, el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo; y privilegian la unidad y la equi-divinidad de
los Tres. Y cada vez más, a partir de la irrupción de la teología escolástica, tratan de explotar al
máximo los recursos de la razón para penetrar en el misterio.
* La figura clásica que ilustra la perspectiva oriental es el icono de la Trinidad de Rubliov, con las
tres Personas divinas representadas bajo la forma de los tres ángeles aparecidos a Abraham (cf. Gn
18). En Occidente se afirmará la representación del Padre que, sentado en su trono, sostiene la
cruz del Hijo, mientras que sobre ellos aletea el Espíritu bajo forma de paloma.
Razones próximas de la polémica sobre el “Filioque”: Como se puede notar, aun expresando
distintas sensibilidades teológicas y espirituales, y aun teniendo cada una sus propios valores y sus
propios defectos, las dos perspectivas no son contradictorias, sino en cierto modo compatibles y
complementarias. Pero la distancia cultural que, a lo largo de los siglos, fue incrementándose entre
Oriente y Occidente, las cuestiones políticas y eclesiásticas que se mezclaron con la diferenciación
litúrgica, espiritual y teológica, volvieron cada vez más incomprensibles recíprocamente los
respectivos lenguajes.
A esto se añadió una cuestión lingüística de no pequeña importancia que (corno ya había sucedido
con los términos hipóstasis y persona) causó muchas incomprensiones. Para hablar de la relación
entre el Espíritu y el Padre -en la línea del Constantinopolitano I -los griegos emplearon el término
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joanico ekpóreusis, que significa precisamente «proveniente de fuente» y -como tal- no puede ser
empleado más que en relación al Padre. Los latinos, en una lengua filosóficamente más pobre y
menos precisa, traducían este término con el vocablo processio, que tiene un significado más am-
plio, porque significa sencillamente “proceder de otro”, y que por tanto se podía emplear para el
Padre y pata el Hijo. Por eso, una fórmula que -aun no siendo conciliar- era plausible para los
latinos, resultaba inaceptable para los griegos.
Sin embargo, fue la introducción unilateral del “Filioque” -en el símbolo niceno-
constantinopolitano por parte de los Occidentales (a partir del sínodo de Toledo del 589, difundido
más tarde por Carlomagno e introducido en Roma el año 1014 por el Papa Benedicto VII), lo que
constituyó la causa próxima de la ruptura. Primero con el patriarca Focio (867): radicaliza la línea
oriental y afirma que el Padre es el principio del Hijo y del Espíritu Santo, y critica a los latinos,
acusándolos de sostener que en Dios hay dos principios, con lo que destruyen la unidad trinitaria.
Luego, con Miguel Cerulario, cuando no son ya teólogos sino juristas los que tratan el problema,
y la ruptura se hace inevitable (1054).
Las posiciones siguen siendo divergentes, existe la excomunión recíproca. Y no tendrá éxito el
intento de unión del Concilio de Florencia (1438-1445). Bajo la presión de los acontecimientos
políticos (los turcos se disponen a conquistar Bizancio), se aprobó una «fórmula de unión» en la
que se afirma que las dos tesis (el per Filium de los Orientales y el Filioque de los Occidentales)
no se excluyen mutuamente: pero en Bizancio no se aceptó el compromiso, con lo que todo el
proceso se frustró por completo.
En 1742 y en 1755, el Papa Benedicto XIV reafirmó que la fórmula del símbolo sin el Filioque
podía ser empleada en la liturgia de las Iglesias de rito griego unidas con Roma. Actualmente, el
diálogo teológico ha hecho muchos progresos. Por parte católica se afirma sustancialmente que -si
no se llega a los extremismos de Focio- el acuerdo es posible y deseable; más diversificada es la
posición ortodoxa: hay quien (como y Losski) afirma que el Fílíoque sigue siendo inaceptable,
porque de él derivan todos los defectos de la teología y de la eclesiología católica
(“cristomonismo”, es decir, exagerado cristocentrismo en menoscabo del Espíritu Santo; primado
romano en merma de la colegialidad, etc); otros son mas conciliadores, y coinciden en ver en las
dos fórmulas dos opiniones teológicas diversas y en buscar una fórmula común.
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El Dios que buscamos conocer no es como las demás realidades, porque buscamos al Dios real y
viviente de nuestra fe, que tiene que ver con nuestra existencia humana. Pero no es "mi Dios" sino
el Dios de todos los hombres en quien creemos como Iglesia. Por eso debemos hablar del Dios real y
viviente y a al vez de la "esencia de Dios", con afirmaciones inteligibles y vinculantes para todos.
Nuestro camino hacia Dios está trazado por el camino de Dios hacia nosotros, más antiguo y más
vigoroso.
Así pues, el comienzo de nuestra fe está en Dios que se revela y da al hombre luz y fuerza, a esto
sigue la respuesta del hombre que es don de Dios: por ella el hombre escucha, responde y confía. La
fe surge en el marco de la Iglesia en la que actúa el Espíritu.
La salvación del hombre consiste sólo en Dios; la experimentamos por medio de Cristo en el
Espíritu. Si no nos encontramos con Dios en su misma revelación no nos podemos salvar. En este
sentido, la experiencia de un Dios en la economía de la salvación es la experiencia de un Dios como
El es en su propia vida eterna.
La instancia más clara de la identidad de la Trinidad de la Economía de la salvación y la Trinidad
Inmanente es la unión hipostática. La humanidad de Cristo es el símbolo real de Dios. Cuando más
comprendamos este símbolo, tanto más comprendemos el misterio de Dios. Hay, pues, un ligamen
entre su persona y su misión.
La salvación obrada por Cristo consiste en el hecho de que seamos hijos del Padre por medio de El.
Esta autocomunicación de Dios llega a nosotros por medio del Espíritu Santo que el Hijo infunde en
nuestros corazones. Lo que Jesús posee por naturaleza divina, nosotros lo poseemos por medio de
la gracia.
No hay un habitar general de la Trinidad en la persona humana; hay más bien un habitar personal del
Espíritu Santo en la subjetividad humana. El Padre se acerca a nosotros por medio del Hijo en el
Espíritu Santo. Porque vivimos en el Espíritu estamos unidos al Hijo, y por medio del Hijo con el
Padre.
El Espíritu Santo no es solo el amor de Dios ofrecido al mundo, sino también el amor del Padre por
el Hijo en su vida eterna.
El axioma de Karl Rahner: “La Trinidad Económica y la Trinidad Inmanente y viceversa, significa
que solo desde la historia de la salvación (desde la misión del Hijo y del Espíritu Santo) es posible
adentrarnos en el misterio intra-trinitario. La Trinidad Económica es la que nos revela el Misterio de
Dios, de tal manera, que en las misiones salvíficas del Hijo y del Espíritu es donde contemplamos a
Dios en sí. La Trinidad es para nosotros el modo de darse Dios Padre en el Hijo y en el Espíritu
Santo a los creyentes.
De las consideraciones sobre el Misterio Trinitario (identificando la Trinidad Económica con la
Inmanente) se puede llegar a afirmar que cada una de las personas divinas que se comunican al
hombre tiene un carácter personal. Estas tres formas de auto-comunicación subsisten en sí en el
único Dios en la forma triple de subsistencia. Ahora, este modo de concebir la Trinidad, es lo que
nos permite afirmar con realismo y veracidad que cuando Dios se da, se entrega en realidad a sí
mismo.
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1.1. Imágenes bíblicas para cada una de las personas en Dios: La imágenes cristiana de Dios
tiene su origen en la Sagrada Escritura La revelación tiene importancia radical, esa revelación de
Dios que se dio en Jesús de Nazareth, como revelación personal que habla con plena autoridad.
a. El Padre:
Siempre en relación con el Hijo y el Espíritu, es el Padre de Jesús (Mt 6-7; 11,22; Mc 13,22; Lc 10,
22) y el Padre nuestro (Os 11, 16; Lc 11, 5; 18,19ss..). El NT. aplica la palabra THEOS la mayor
parte al Padre, es el Padre Todopoderoso.
También con la confesión de fe en "Dios Padre" se entiende desde el comienzo por Dios a la primera persona
de la Trinidad y no, desde luego, a un "Dios" que esté antes y por encima de las tres personas. (cf. Conc. XI de
Toledo). No obstante lo cual, el título Pantókrator, aparece desde el principio vinculado de un modo especial a
ese "Dios Padre".
El Padre es origen del Hijo (Mt 10, 40; Mc 9, 37; Jn 5, 23.36; 6, 29.40-44.57; 7, 28.33; 8, 16.29.42;
Rm 4, 4; 8, 3s). Al "ser engendrado" del Hijo se opone el ser ingénito del Padre. La teología no
hablará de Dios Padre como "ser en sí" para evitar una explicación panteísta. La aseidad pertenece a
la divinidad, no a la persona del Padre.
b. El Hijo:
El Mesías, tiene su base en Yavhé que libró de Egipto y al final de los tiempos reinará desde
Jerusalén sobre todos los pueblos (Zc 14, 9; 16, 3). La esperanza de salvación se concretó en un
descendiente davídico (2Sam 7, 14). Así, los escritos del NT. parten afirmando que Jesús es el
Mesías (Mt 1, 1; Mc 1, 1). Jesús no usó ese título para sí pero ya en el primer discurso de Pedro
aparece (Hc 2, 36).
El Hijo de Dios, el punto de partida es 2Sam 7, 12-14 y Sal 2,6. De manera implícita o explícita es
uniformemente utilizado en los evangelios y en Pablo. Este título primero era aplicado al Mesías,
pero el NT. es claro en afirmar que Jesús es realmente "Hijo natural de Dios".
Imagen del Padre, así lo llama Pablo en 2Co 4, 43; Col 1, 15.17. Cristo es la epifanía del Dios
invisible (Hb 1, 3; Sal 110, 1). El Verbo, en Jesús se ha hecho visible el misterio de Dios (Col 1, 25-
27; Jn 1, 1-3.14; Ap 19, 13). Cristo es el Señor, los LXX traducen como Kyrios el nombre de
Yavhe. En el NT. Jesús es llamado Señor por los no Judíos. Pablo da ese título al Cristo exaltado
que se identifica con el terreno (Flp 2, 6-11). Cristo Dios, es la identidad que se expresa como
verdad de fe (Rm 9, 5; Tt 2, 13; Jn 1, 1.18; 20, 28).
c. El Espíritu Santo:
Si las afirmaciones de la Sagrada Escritura sobre Jesús el Cristo, expresan toda la acción de Dios “Ad extra”
(creación, revelación, redención, santificación y consumación), en las manifestaciones sobre el Espíritu Santo
la visión ahonda en la acción “Ad intra” de Dios, en su propia interioridad y en la interioridad del mundo y
del hombre.
La Sagrada Escritura presenta a Dios como Espíritu de vida (Jr 10, 10; Dn 6, 26; 14, 24; Jn 4, 24; 6,
57). El aliento vital del hombre y del animal es llamado “Ruah o Nephesh”. Al mismo Espíritu se lo
llama Espíritu de Santidad (Sal 51, 3; 73, 10-14) que los LXX tradujeron por Espíritu Santo. Ahora
bien, la santidad es la esencia íntima de Dios, de modo que el Espíritu Santo indica a Dios mismo en
su acción santa sobre el mundo.
El Espíritu de Dios es mediador permanente de la voluntad salvífica de Dios. A los grandes
personales del AT. se les atribuye el Espíritu de Dios aunque la plenitud reposará en el Mesías (Is 11,
2.6-16; 61, 1-13). Así, se remite Cristo a este vaticinio (Lc 4, 16-21).
El Espíritu como verdadera personalidad, San Juan presentó a Cristo hablando del Espíritu como de
una auténtica realidad al lado del Padre y del Hijo (Jn 14, 16s. 26; 15, 26; 16, 13-15) a diferencia de
Cristo que se entrega por la salvación, el Espíritu es dado por el Padre (Jn 14, 16; Lc 11, 13) y
enviado por el Padre y el Hijo (Jn 14, 26; 16, 7). Sin embargo, el Espíritu actúa por cuenta propia
(Jn 14, 26; 16, 13; Mt 10, 20).
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El Espíritu y la comunidad de Cristo, con el descendimiento del Espíritu Santo, Cristo inicia su vida
pública (Mt 3, 16), de la misma forma la Iglesia inicia en Pentecostés (Hch 2, 2ss). El Espíritu se
confiere para el ministerio (Hc 6, 3.10; 13, 2s); sus carismas son diferentes (1Co 12, 4-11; 14, 13-
16). De él procede la fuerza para la misión (Rm 12, 6-9; 1Tim 4, 14; 2Tm 1, 6). La vida interior del
cristiano y de la Iglesia se sostiene por el Espíritu (Rm 8, 23-26; Ga 4, 6).
El Espíritu como don, Cristo lo pide al Padre para nosotros (Jn 14, 16); es el don que debemos
implorar (Lc 11, 9-13). El don puede ser algo antes de ser donado, mientras que ser "donado" sólo
puede decirse de algo cuando realmente ha sido otorgado"2.
El Espíritu cual comunión, los textos de San Juan (14, 26; 15, 26; 16, 7.27) llevan a pensar que el
Espíritu representa de modo especial comunión entre Padre e Hijo, que debe expresar algo
específico por encima de la unidad del ser divino común a las tres personas. Aún más, no solo Cristo,
sino también los cristianos realizan todas las obras de valor salvífico en el Espíritu (Rm 8, 9-11; 5,
5). El Espíritu cimienta la unidad de los cristianos, es el don de comunión (1Jn 4, 8.13.16; Rm 5, 5).
del Padre. Se llama también Espíritu del Hijo no porque proceda del Hijo, sino porque a través de El
procede del Padre.
e. Para Occidente, en la edad antigua son sobresalientes Hilario de Poitiers por su obra “De
Trinitate”, igualmente San Ambrosio y especialmente San Agustín. La exposición de Agustín es
existencial, a diferencia de la oriental que es cósmica.
* Hay dos errores de más relieve en la forma de comprenden la triada divina:
1. El Monarquianismo, que se basa en un monoteísmo rígido.
2. El Triteísmo.
El Monarquianismo reagrupa diferentes errores: 1. El dinamismo, Pablo de Samosata que
presenta al Logos y al Pneuma como puras manifestaciones y efectos del Dios único, 2)
Modalismo: Noeto y Praxeas dicen que Cristo es el hombre en el que el Padre actua; Sabelio dice
que el Espíritu es la forma de operación y manifestación del Padre; 3) Dialéctico-actualista:
continuado en la filosofía protestante alemana por Hegel, Dios es el Espíritu absoluto en su ser
mismo, en el ser ajeno y en su unidad que vuele así misma; 4) Simbolista: Para Kant la Trinidad es
simbolización del poder, sabiduría y bondad de Dios.
* Las fórmulas de fe trinitaria más importantes: Carta del papa Dionisio del 262 (Dz 112; D 48).
Símbolo Niceno-Costantinopolitano del 381 (Dz 150; D 86). Símbolo de la Iglesia de Roma 382
(Dz 153-176; D 59-85). Símbolo Atanasiano (Dz 46). Concilio XI de Toledo 675 (Dz 525-532; D
275-281). Concilio IV de Letrán 1215 (Dz 800). Concilio II de Lyon 1274 (DZ 851-853; D 461-
463). Credo de Florencia 1442 (Dz 1330-1332; D 703). Ha sido todos un intento por iluminar el
contenido de la fe; a esto invitan Rm 1, 18-20; o 13,12. Pero, por muy valiosa que sean las
conclusiones, tienen un sentido analógico.
3.
Or. XXV del año 379, 16: PG 35, 1221, citado por CTD, V 296-297.
9
Padre e Hijo como único principio de la espiración del Espíritu (Jn 14, 16.26; 15, 26; 16, 15; Mt 10,
20; Rm 8, 9; 1Co 3, 16; 15, 45; 2Co 3, 17), es motivo de división entre oriente y occidente.
d. Las misiones del Hijo y del Espíritu: La realidad histórica del Hijo de Dios hecho hombre y la
acción del Espíritu Santo en la Iglesia, fueron el fundamento para la doctrina trinitaria. Al menos 40
veces dice Jesús que ha sido enviado por el Padre. Expresa unidad positiva con el Padre (Jn 17,
5.7.10; 5, 21.22.27), unidad operativa (Jn 5, 19s) y unidad esencial (Jn 10, 30.36-38).
La misión pertenece esencialmente a las producciones y procesiones de Dios, nosotros la
comprendemos desde el acontecimiento histórico de Jesús de Nazarth y del Espíritu santo (Dz 538;
D 285). Como finalidad de las misiones divina es salvar al hombre se ha hecho la distinción ente
visible (la del Hijo) e invisible (la del Espíritu).
1.4 Pericoresis: unidad esencial de cada persona en el ser divino
San Gregorio de Nacianzo decía que es tan equivocado amalgamar las personas como desgarrar la
naturaleza en Dios.
Juan Damasceno introdujo el término Pericoresis cuyo contenido se puede expresar así: La mutua
inmanencia y sesión de las personas significa que son inseparables y no se distancian, y que poseen
una interpenetración inconfusa, no de modo que confluyan y se mezclen, sino estando unidas entre
sí4.
Dos citaciones que vale la pena tener en cuenta: San Hilario de Pointiers dice: “Lo que está en el
Padre está también en el Hijo, uno puede ser del otro y ambos son una misma cosa, No son dos
unos, sino que el uno está en el otro, puesto que en ellos no hay algo diferente (de su propio se
divino total), y así se relacionan entre sí (In se invecem), pues como todo está completo en el
Padre ingénito, así también todo está completo en el Hijo Unigénito.. El Hijo es Dios porque
procede de Dios”5.
San Agustín de Hipona: “En la santísima Trinidad una persona es tanto como las tres juntas, y dos
no son más que una. Todas son infinitas en su ser. Así, una está en otra y todas en cada una, todas
en todas y todas en una”6.
En cuanto a la inteligencia del término la teología griega deduce más bien de la Pericoresis como
unidad vital esencial unidad de las tres personas; mientras que la teología latina prefiere entender
desde la unidad esencial la unidad vital que late en la Pericoresis.
4.
De fide Orth. L, 14; PG 94,860.
5.
III, 4: PL 10, 78A, citado por CTD 327-328.
6.
De Trin. VI 10,12; PL 42, 932, citado por CTD,V 328.
10
tienen la misión de realizar el plan de Dios para su pueblo, y este Espíritu puede ser comunicado a
otros para la misma misión (Nm 11, 16ss). Veamos la actuación del Espíritu sobre los personajes
más importantes en el AT.
a. La acción del Espíritu en los Jueces: Los Jueces son una especie de jefes guerreros
carismáticos, suscitados por Dios en las circunstancias críticas en que se encontraba Israel, por su
culpa, durante los 150 años que separan la conquista de Josué y la institución de los reyes.
La empresa de los Jueces se atribuye pues a una irrupción repentina del Espíritu de Yavhé:
Otoniel (Jc 3, 10); Jefté (Jc 11, 29); Sansón (13, 25;14, 19).
Todos estos textos ponen de relieve por una parte, el cambio brusco que transforma en héroes a
hombres que no parecían preparados a ello, ni tenían presentimiento alguno de tal transformación,
y por otra parte, el origen sobrenatural y divino de tal transformación. Estos personajes son
ungidos por el Espíritu para ser guías carismáticas del pueblo... Sus hazañas de liberación que
forman parte de una misma historia y señalan etapas de la marcha progresiva que lleva a Israel a la
independencia. El Espíritu de Dios aparece desde los principios de la comunidad nacional de
Israel.
b. El Espíritu en los Reyes: Las hazañas de los reyes son signo evidente de una intervención
temporal o pasajera del Espíritu de Yavhé. Los jueces tienen por heredero al rey, encargado
permanentemente de asegurar la independencia y la existencia del pueblo. En los reyes aparece el
don del Espíritu de Dios como una virtud estable, como una fuerza permanente que los acompaña
en todo el tiempo para que cumplan la misión para la que han sido ungidos. Tan pronto como
Samuel hubo derramado su cuerno de aceite sobre David (unción) “el Espíritu de Yavhé bajó
sobre él”, lo que supone una asistencia habitual (1S 16, 13). Sobre el Mesías que anuncia Isaías,
rey ideal de un pueblo regenerado, reposará permanentemente, consagrándole a su misión
sobrenatural, el Espíritu de Yavhé con sus dones de sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza y
temor de Dios (Is 11, 2). Aquí el Espíritu no baja para asegurar el gobierno normal de Israel.
Viene a establecer el nuevo Reino de Dios como fruto de la transformación de los corazones en el
que la paz es “obra de la justicia”(Is 61, 1).
El signo de la unción del Espíritu quedará definitivamente como el signo de la presencia del
Espíritu en aquellos que Dios ha elegido para que lo representen ante su pueblo y los conduzca a
la salvación (Is 61, 1).
El Espíritu se comunica para cumplir unas acciones salvíficas en favor del pueblo elegido. El
significado de estas acciones, la palabra que explica su sentido también será fruto de la fuerza
transformante del Espíritu en los profetas.
La efusión del Espíritu tiene como objetivo imponer la justicia en las relaciones humanas (Gn 18,
18). Israel es elegido fundamentalmente para la realización de su plan de establecer la perfecta
justicia en el mundo. Pero el pueblo falla en su deber y en vez de derechos produce asesinatos, en
vez de justicia lamentos. Por eso va a ser rechazado por Dios (Is 5, 1-7). Yahvé, sin embargo, no
cesa en su empeño de justicia y para la restauración promete un Mesías bajo la figura de siervo,
cuya misión será llevar derecho a las naciones (Is 42, 1ss).
b. La actuación del Espíritu en los Profetas: La acción del Espíritu en los profetas y los
sabios, como configuradores de la historia, está encaminada a conservar la alianza, es decir, a
mantener al pueblo en su especificidad de instrumento para la justicia (Ag 2,6; Is 61.1ss; Lv
25,10-18; Dt 15,12- 19; Jr 34,8-22; Jb 32,7).
* El profeta Isaías: Expresa lo que es común al sentimiento bíblico sobre el Rúah o soplo: lo que
da vida digna de este nombre viene del soplo de Dios. Dios comunica la vida. En la profecía de
Emmanuel afirma: “saldrá un renuevo del tronco de Jesé. Reposará sobre él el Espíritu de Yavhé,
el Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de temor de
Yavhé” (11, 1ss), se trata del Mesías; recibirá del Espíritu todos los dones necesarios para reinar
según la justicia.
12
En los capítulos 60-61 de Isaías, aparecen dos mensajes dirigidos a los exiliados de Israel y que
comienzan: “El Espíritu de Yavhé está sobre mí, puesto que Yavhé me ha ungido para dar la
buena nueva a los humildes”. Este Mesías que presenta rasgos no de un rey sino de un profeta no
es llamado siervo pero evoca los rasgos que encontramos en los capítulos 42- 49-50. En la
tempestad y en los peligros, Isaías anuncia la liberación y un porvenir de esperanza ( 7, 10ss; 37,
21-35). La extensión universalista de la elección en la que Israel constituye el centro es celebrada
por el trifo-Isaías en los capítulos 60 y 61, como anotamos anteriormente.
* El profeta Ezequiel: Ve una serie de desgracias como las ruinas de Jerusalén, pero así como
Yavhé está más presente que nunca, el reconstructor de Israel es Dios mismo, su Espíritu
reanimará sus huesos, su soplo les devolverá la vida y además, se comunicará a sus corazones (36-
37). La catástrofe de la invasión y la prueba de exilio interpretados por los demás grandes
profetas, llevaron a una visión del Espíritu de Dios que purifica los corazones, que penetra en la
interioridad y santifica la presencia del pueblo de Dios.
* El profeta Joél: Unos 350 años antes de Cristo, en un anuncio de acontecimientos
escatológicos, extiende este don a todos los pueblos (3, 1-2). Pero anunciará el cumplimiento de
esta promesa el día de pentecostés.
c. Escritos de la Sabiduría: Los cuatro siglos que preceden a Jesús en su entronización en el
mundo son testigos del desarrollo de una literatura de sabiduría: Job, Proverbios, Eclesiastés y
Eclesiástico, Salmos y Sabiduría. La literatura sapiencial del Judaísmo helenista, contiene una
notable reflexión sobre la sabiduría que la sitúa cerca al Espíritu casi hasta identificar las dos
realidades. La acción de la sabiduría es similar a la del Espíritu, la diferencia está en que ella
carece del carácter de una fuerza o energía interior de transformación.
El Espíritu se caracteriza por su sutileza y pureza, que le permite expresarse en todo lugar
permaneciendo único en cada hombre y en cada cosa, es principio de vida, es novedad de
conducta santa. El Espíritu de Dios, en primer lugar, es por el cual Dios se manifiesta activo para
dar animación, la vida en el plano de la naturaleza. En segundo lugar, el Espíritu es medio por lo
que Dios conduce a su pueblo suscitando para El héroes, guerreros poderosos, reyes, guías,
profetas y sabios. El progreso es claro en el AT. y desembocará en el NT. unido a una revelación y
a una experiencia más perfecta del Espíritu; así se entrevé como obra del Espíritu la santificación,
la habitación, la intimidad y la moción en la vida del hombre.
El cometido específico de la sabiduría consiste en guiar a los hombres en la conformidad con la
voluntad de Dios; así ha formado amigos de Dios eligiendo residencia en Israel.
La sabiduría es Espíritu que ama al hombre, más no dejará impune al de labios blasfemos, porque
Dios es testigo de recónditos impulsos y fiel observador de su corazón y escucha cuanto dice su
lengua. Porque el Espíritu del Señor ha llenado el mundo y el que todo lo abarca tiene
conocimiento de cuanto se habla (Sb 1, 6-7).
3. Reflexión Teológica:
Sobre los datos bíblicos recogidos hasta el presente vamos a hacer una reflexión teológica que
explique con otras palabras el contenido de la revelación divina acerca del Espíritu de Dios en el
A.T..
a. Concepto sobre el Espíritu en la Antigua experiencia religiosa: de manera general debemos
afirmar que para el AT. el concepto de Espíritu no implica una substancia separada, valiosa por sí
misma, independiente. El Espíritu es más bien la constatación de que el ser humano se halla
inmerso en un ámbito de fuerzas y presencias que le influyen. El hombre no está aislado sobre el
mundo. No es un simple explorador que avanza por el vacío, porque en torno a su persona se
entretejen campos de poder que le dirigen; le ayudan o destruyen (Espíritu como bueno o como
malo).
13
Esta experiencia del Espíritu es común a casi todo el mundo antiguo, incluso en el pensamiento
Griego, el pneuma es una especie de aliento superior que empapa al hombre y le confiere
posibilidades nuevas de actuación o de experiencia. Es energía divina que se manifiesta sobre todo
a través de aquellos hombres que son capaces de superar el estado de conciencia dejando que lo
divino actúe por ellos. Estos son los adivinos y poetas, los que en momentos de entusiasmo,
inspiración y hondura estática permiten que poderes superiores hablen a través de sus palabras y
gestos. En este plano se mueven todavía aquellos que en el mundo suponen hoy, que a través de
los fenómenos parasicológicos actúan fuerzas que están por encima del ser humano normal. Israel
se ha movido en este plano. Sus más antiguos profetas fueron aquellos que empleando las
técnicas usuales del tiempo (Danza, música, movimientos violentos) lograban alcanzar el éxtasis
sagrado. En esta situación se convertían en hombres de Dios, se hallaban llenos de su Espíritu y
podían pronunciar palabras decisivas de ayuda, de exigencia y de consuelo.
b. Maduración del concepto de Espíritu en Israel: En primer lugar, el Espíritu ha dejado de
ser para Israel una fuerza divina incontrolable y se convierte en el poder o la presencia de Yavhé,
es decir, de Dios. El mundo no se encuentra flotando en un vacío peligroso en el que puede influir
lo inesperado. El mundo está apoyado, sostenido y dirigido por la mano de Dios y por su influjo.
Tal es precisamente lo que quiere señalar el viejo testamento refiriéndose al Espíritu.
En segundo lugar, con los grandes profetas escritores (Amós, Oseas, Isaías, Jeremías, Ezequiel)
desaparece prácticamente el concepto de Espíritu como fuerza estática que guía a los adivinos y
guerreros. El Espíritu se convierte en la expresión de la presencia salvadora de Yavhé (Dios de
Israel) que ha originado el mundo (Gn 1, 1-12), que suscita al pueblo de Israel (2S 22, 16) y le
conduce hacia el futuro de la plenitud definitiva (Is 11, 1-2; 61, 1-2; Ez 37, 6; Jl 3, 1-2).
Según esto el Espíritu no alude en Israel al ser de Dios, sino en su obrar o actuación hacia fuera.
El Espíritu es el campo de amor y realidad que Dios suscita, el campo en que la vida de los
hombres cobra sentido y permanece. Esto significa que, de acuerdo a la experiencia de Israel, el
hombre no vive nunca desde sí mismo sino para sí mismo; existe inmerso en un ámbito de ser que
Dios suscita (es el Espíritu) y caminando hacia el futuro del nuevo nacimiento escatológico que el
mismo Espíritu le abre.
Concluimos diciendo que para el AT. el ser del mundo y, de una forma peculiar la historia de los
hombres, se encuentra sostenida y apoyada en el halo de amor y de creación que Dios suscita en
torno a la persona, por eso, la existencia del hombre individual y del pueblo en su conjunto está
enmarcada en un campo de dialéctica: por un lado cada hombre y todo el pueblo, tomado en sí
mismo, son pequeños, limitados, vacilantes amenazados por la muerte; pero a la vez se hallan
abiertos al Espíritu y se mueven en un campo de presencia creadora, por eso, existe salvación, hay
esperanza o pervivencia.
2.2 El Espíritu Santo en el Nuevo Testamento
El Espíritu prometido en el AT. es difundido ampliamente para el cumplimiento de la promesa en la
persona de Jesús poseedor y dador del Espíritu de Dios. Actuación y promesa son las dos
vertientes de un mismo dinamismo que promueve la historia dándole sentido; porque al mismo
tiempo que en Cristo se cumple la promesa del Espíritu de Dios que resuena en toda la historia de
Israel, el mismo Jesús promete a su vez la comunicación del Espíritu a los que crean en El.
Los autores del NT. no han desarrollado de manera sistemática las relaciones de Jesús con el
Espíritu. En nuestro esfuerzo vertebramos este numeral en tres partes: presentamos una visión
global de la presencia y actuación del Espíritu en la vida pública de Jesús; en segundo lugar, nos
detendremos en los momentos privilegiados de la actuación del Espíritu en Cristo para culminar
con la promesa de Cristo sobre la efusión del espíritu y, en tercer lugar, el Espíritu Santo abre para
nosotros la dimensión de la salvación y señorío de Cristo, dimensión que aparece en el cuerpo de
Cristo, es decir, en la Iglesia. Sus miembros son aquellos que se abren al Espíritu en la obediencia
de la fe y viven plenificados por el Espíritu.
El don pleno del Espíritu no había sido dado todavía en el AT. era preciso un gesto maravilloso del
Padre para que el Espíritu descendiera definitivamente (cf. Jn 8, 39; Is 63, 17-19) y, este gesto se
14
cumplió en Cristo. Tanto su persona como su misión aparecen, según los evangelistas, selladas y
llenas del Espíritu y de sus dones.
1. Momentos privilegiados de la actuación del Espíritu en Cristo
Podemos distinguir algunos momentos peculiares, en la vida de Jesús, que manifiestan de un modo
especial la presencia y actuación del Espíritu. La fe apostólica descubre en la resurrección la plena
posesión del Espíritu por Jesús. Pero si la pascua es el momento en que se manifiesta todo su
poder y esplendor, la tradición sinóptica deduce que esto fue posible porque Jesús ya era poseedor
del Espíritu antes de ese momento, y además adelanta de algún modo el hecho de la pascua a otros
momentos decisivos de la vida terrena de Cristo: la transfiguración y muerte, el bautismo,
encarnación y nacimiento.
a. En la Encarnación: desde la encarnación vemos ya la presencia y actuación del Espíritu en
Cristo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra “ (Lc
1, 20). Como explicación teológica tenemos que decir, en primer lugar, que Jesús entra en el
mundo como la palabra de Dios que se pronuncia en la historia de manera inteligible al hombre,
haciéndose carne (Jn 1, 14). En este instante decisivo, a la Palabra está asociado el Espíritu, pero
la Palabra y el Espíritu tienen rasgos distintos: la Palabra se impone desde fuera con dura
plasticidad (Hb 4, 12; Is 49, 2), el Espíritu es un fluido que se infiltra sin que se le vea. La palabra
resuena en los oídos (Rm 10, 17). El Espíritu interioriza la palabra en el corazón de creyente (1Jn
5, 6; 3, 24; 4, 2.6.13).
La concepción de Jesús es fruto del Espíritu; Cristo no existe en la carne sino por el Espíritu, que
le engendra en su humanidad a través de María incorporándose así a nuestro mundo como Hijo de
Dios. Jesús no proviene del Espíritu por haber nacido sin intervención humana, sino por el hecho,
de que en toda su existencia está surgiendo totalmente desde Dios y expresa su presencia entre los
hombres.
b. En el Bautismo: Señalaremos algunas aportaciones sobre un análisis teológico del bautismo
de Cristo. El pasaje lo podemos considerar desde una doble perspectiva,
* Desde una perspectiva histórica-psicológica: El bautismo marca el momento en que Jesús
habiendo madurado su vocación temporal a impulsos de su conciencia de la paternidad de Dios, ha
decidido presentar en público su “pretención mesiánica”. En la encarnación la intervención del
Espíritu estaba encaminada a dar a Jesús su identidad personal en su entrada en la historia, su ser
como hijo de Dios (Lc 1.32-35). En el bautismo interviene para dar un actuar acorde con su
condición de hijo de Dios en su vida pública. Pasa del ser al obrar, de la esencia a los hechos,
sobre todo en medio de una sociedad hostil a esa pretensión, encierra una serie de dificultades,
cuya superación sólo se logra con una especial fuerza del Espíritu, la misión de Cristo se ha
explicitado posteriormente como testimonial (profética), liberadora (sacerdotal y redentora), y real
(normativa).
Para mejor cumplimiento de esta triple misión, el Espíritu desciende sobre Jesús en el momento de
su bautismo, viniendo a ser este descenso el “Chrisma” (Unción) por el que Jesús se convierte en
“Cristo” (Ungido). Mientras que en la antigua alianza los sacerdotes, reyes y profetas eran
ungidos con óleo material, en la nueva, Cristo y los cristianos son ungidos con el espíritu para que
realicen todas las cosas en la fuerza del espíritu. La actividad pública de Jesús comienza con una
experiencia inédita del Espíritu y así, Jesús viene a ser el “espiritual” por excelencia, el prototipo
de los que se dejan llevar por el Espíritu (Rm 8, 14).
* Desde una perspectiva Sacramental: El bautismo de Jesús pretende adoctrinar a los creyentes
acerca del significado teológico de los sacramentos de la iniciación cristiana. La Iglesia primitiva
ve en los ritos de la iniciación cristiana la aceptación por parte de Dios del creyente como amado y
la concesión del Espíritu Santo para el testimonio público de su fe.
2. Presencia y actuación del Espíritu en la vida pública de Jesús
a. En sus Obras: Jesús aparece en todo momento actuando en el Espíritu. Prepara su aparición
en público con oración y ayuno en el desierto, a donde es impulsado por el Espíritu que impone la
15
voluntad de Dios, repitiéndose así aquellas traslaciones rápidas de los profetas en aras del Espíritu
(Mc 1, 12; 1R 18, 12; Ez 3, 14).
Marcos dice que es impulsado, Mateo suaviza la expresión por llevado o conducido (4,1), y Lucas
hace que sea el mismo Jesús quien lleno del Espíritu se aleje del Jordán para ir “en” Espíritu al
desierto. Los Evangelios manifiestan de manera especial que Jesús estaba constantemente lleno
del Espíritu Santo y que se le debe considerar no tanto como a un carismático, sino como Señor
del espíritu.
La finalidad de la entrega específica del Espíritu en este caso no es otra que la victoria de la
prueba a la que había de someterse Jesús en el desierto, como si tales pruebas no pudieran ser
superadas airosamente sin la fuerza suplementaria del Espíritu de Dios.
Existe un pasaje en San Marcos, que según los exégetas, ofrece todas las garantías de autenticidad
(3, 28-30: “Yo os aseguro que se perdonará todo a los hombres...pero el que blasfema contra el
Espíritu Santo no tendrá perdón nunca”). Esta sentencia se vuelve contra aquellos que calumnian
las acciones poderosas de Jesús diciendo que era obra del demonio, no reconociendo la presencia
del Reino de Dios en Jesús (Lc 11, 14-22).
b. En su Mensaje: Jesús se aplica así mismo el oráculo de Isaías (Lc 4, 18; Mt 12, 22-29; Is 61,
1-3;). El heraldo que toma la palabra es un profeta, la noticia que presenta es tan maravillosa que
es necesario un don excepcional del Espíritu, una unción que viene a impregnarle definitivamente y
no una unción pasajera. Jesús es el tipo de profeta por excelencia a quien el Espíritu no investirá
sólo por algún tiempo y para alguna misión particular, sino para toda su vida, porque su existencia
entera será mensaje divino y cada uno de sus gestos será la buena nueva, el evangelio.
San Juan es el evangelista que pone en boca de Jesús las mejores enseñanzas acerca del Espíritu de
Dios: En el diálogo con Nicodemo (3, 5-8) presenta el Espíritu como principio de vida y de
nuevo nacimiento; ciertamente, el hombre logra la propia identidad personal, a través de la
configuración con Cristo, esto sólo puede ser obra del Espíritu de Dios y no de las propias fuerzas
y artificios.
En el diálogo con la Samaritana, Jesús se refiere a la adoración de Dios en Espíritu y en verdad (4,
24); la expresión “Dios es Espíritu” no encierra una definición estimativa de Dios, sino una
descripción operativa, nos dice cómo obra Dios con nosotros, no como es en sí. Adorar a Dios en
Espíritu y verdad no significa escapar de los signos sensibles y esconderse en el santuario interior
de nuestra conciencia para adorarle, sino renunciar a toda tentativa de acercarse a Dios por
itinerarios personales y reconocer para nuestra suficiencia que viene de Dios (cf. 2Co 3, 5).
Todas las construcciones de los hombres para dar culto a Dios no son sino ilusión , mentira en
sentido bíblico, cuando a Dios se le encuentra en la vida que su Espíritu ha esparcido y sigue
gobernando: la naturaleza y la historia.
En el discurso “Eucarístico” en Cafarnaúm (6, 63), se afirma la oposición de los dos términos
antitéticos carne-espíritu (el Espíritu que da la vida). Carne designa al hombre entero abandonado
a las propias fuerzas y por lo mismo expuesto a la debilidad y caducidad, frente al Espíritu que es
el mundo de las fuerzas y vida divina que ha transformado la carne inerte.
En la afirmación “todo el que tenga sed que venga y beba...” (7,37-39) se conjura cuatro
realidades: Cristo resucitado, el Espíritu, la fe y el agua. Cristo resucitado es la fuente del
Espíritu, el Espíritu es como el agua que calmará la sed de los hombres evitando una muerte
segura por la sed (Ex 17, 6; Dt 8, 15); la fe es el medio de apropiarse el espíritu, convirtiéndose así
en el manantial del mismo Espíritu.
En otros textos de San Juan encontramos diversas afirmaciones en relación al Espíritu Santo:
Juan Bautista presenta a Jesús como el que bautizará en Espíritu Santo (1, 29-34); El don del
espíritu Santo sin medida (3, 31-36); expresiones sobre el Espíritu Santo (14, 15-26; 15, 18-16,
4b-15); el don del Espíritu Santo (20, 19-23).
3. La promesa del envío del Espíritu Santo por Cristo
16
En efecto si el Espíritu de Dios “reposaba” y actuaba en Cristo, también iba a ser transmitido a
todos cuantos creyeran en él. Por eso, Cristo lo promete a sus discípulos como el fruto mesiánico
de su redención (Jn 7, 39; 20, 22ss; Lc 24, 49; Hch 2, 33).
a. Con vista al testimonio: Leer primero los textos de Mc 13, 9-11; Mt 10, 18-20; Lc 12, 11ss;
21, 14s. Estos textos reflejan la situación de persecución de las primeras comunidades
palestinences y judeo-helenísticas. Podemos admitir que los neoconversos cristianos
experimentaron de una manera particularmente viva la asistencia del Espíritu Santo con ocasión de
las persecuciones a que se vieron expuestos por parte de sus conciudadanos paganos o
judíos(1Tes 1, 5s; 2, 14). Podemos decir que estos vaticinios puestos en boca de Jesús son fruto
de la reflexión cristiana sobre las calamidades experimentadas durante la persecución. El estupor
que causó a los medios cristianos la reacción, al mismo tiempo audaz (no violenta), de los fieles
perseguidos, inmediatamente hace pensar en la fuerza secreta del Espíritu Santo unida a su
testimonio público por Cristo; una fuerza que tenía su origen en el mismo Jesús.
Esta asociación del Espíritu al testimonio no es nueva. Por primera vez aparece Neh 9,30 donde
se llama al espíritu de Yahvé expresamente testigo; toda su acción a través de los profetas no fue
otra cosa que dar un testimonio de Dios ante los hombres. Asociación que se prolonga en el
nuevo testamento. En los sinópticos, el Espíritu sustituye a los discípulos acusados ante los
tribunales “para dar testimonio de Jesús”, es decir, el testimonio dado por los discípulos se
identifica con el Espíritu.
Igualmente, Jesús renueva antes de su ascensión la promesa del Espíritu, que revestirá a los
apóstoles de fortaleza con vista al testimonio público que habrá de dar a su favor (Hch 1, 8; Lc 24,
49). De manera semejante, el anuncio del Espíritu Santo que hace Jesús en su última Cena le
asigna esta función del testimonio en apoyo del testimonio de los apóstoles (Jn 15, 26s). Y este
testimonio convencerá al mundo del “pecado, de la justicia y del juicios” (Jn 16, 8).
Toda esta terminología de la promesa es la empleada por la técnica de jurisprudencia y entiende la
historia como un basto proceso judicial que prolongará el proceso seguido contra Cristo en su
pasión y al que la intervención del Espíritu Santo le dará un giro inesperado. En efecto, el nuevo
modo de vida “en el espíritu” que está a punto de surgir entre los discípulos se opone al modo de
vida del mundo, suscitando con ellos enfrentamientos y hasta persecuciones (Jn 15, 18-16, 4).
Es en esta nueva situación donde la intervención del Espíritu revestirá un carácter judicial. En el
caso de su pasión, Cristo, pide su proceso contra el mundo; será convicto de pecado (Mt 26, 65),
no le será reconocida su justicia (Hch 3, 14) y un juicio le condenará a muerte (Jn 19, 12-16; 8,
15). Pero el Espíritu apelará y cambiará la sentencia, desempeñando una función simultánea de
abogado defensor (Paráclito) y de ministerio fiscal (acusador) contra el mundo: el mundo será
ahora convicto de pecado (el rechazo de Jesús) y se hará justicia a Cristo reivindicándole su
inocencia ante el tribunal de la historia. El verdadero culpable será desenmascarado: el príncipe
de este mundo (Jn 16, 11). En este magno proceso judicial, los discípulos son requeridos por la
defensa del Espíritu, para que actúen como testigos insobornables con sus vidas y palabras. El
cristiano está promoviendo constantemente este juicio de apelación a lo largo de la historia con su
testimonio de vida “en el espíritu” testimonio que puede llegar a ser martirial, heroico, imposible
sin las fuerzas del Espíritu, por darse en medio de un clima hostil y conflictivo y a través de un
pronunciamiento público siempre arriesgado.
b. Con vista a la enseñanza: Nos fijamos ahora en los textos de Juan 14, 17-26; 16, 13 en los
que se presenta el Espíritu prometido en sus funciones de maestro de la verdad.
En el curso de la última cena, Jesús promete el Espíritu, bajo este apelativo en tres momentos
diferentes: además de los ya citados tenemos también el de 15, 26, que ya queda explicado en el
apartado anterior del testimonio. Pero para que los apóstoles den con su vida y palabras un
testimonio exterior en favor de Cristo, tienen que ser adoctrinados debidamente por este mismo
Espíritu en su interior. Por eso, además del aspecto judiciario de la presencia del Espíritu en la
comunidad, Jesús subraya su papel educativo.
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La verdad tiene en San Juan un significado amplio, profundo, que supera lo que nosotros
entendemos por verdad “lógica” o conformidad del conocimiento con la realidad objetiva. En
general, para la Biblia, la verdad es la misma realidad, o mejor, es la suprema realidad, es el mundo
de las realidades divinas, que son las únicas duraderas y consistentes en la contraposición de todas
las demás verdades de carácter creatural, que son efímeras, caducas y en la misma medida,
engañosas.
Esta verdad, aplicada a la historia, consistirá en descubrir, bajo la alternancia cambiante de los
acontecimientos, la secreta voluntad de Dios, que conduce la trama de la historia hacia metas
previstas de salvación.
A esta verdad parece referirse San Juan en la promesa del Espíritu hecha en la última cena. Están a
punto de acontecer sucesos que dejarán desconcertados a los apóstoles: la muerte y la
resurrección de Cristo. Su profundo sentido, su finalidad último en la mente de Dios no puede
ser entendida por ellos a la razón con el conocimiento oscurecido por tantos intereses egoístas.
Lo entenderán más tarde (Jn 16, 12), se convertirá en “la palabra de la verdad”, la buena noticia de
la salvación (Ef 1, 13).
El Espíritu Santo no enseñará verdades nuevas, sino simplemente inducirá con sus ilustraciones
internas en la inteligencia de las verdades ya reveladas por Cristo. El magisterio externo de Jesús
se completará con el magisterio interior del Espíritu Santo, el cual está capacitado para
desempeñar esta función porque no hablará por propia cuenta, sino que transmitirá a los creyentes
lo que recibe en su comunión con el Padre y con el Hijo en el seno de la Trinidad (Jn 16, 14ss).
En segundo lugar, Juan se hace eco de una antigua idea de los medios Judíos, en especial de los
que se movían entorno a Juan el Bautista, según la cual se esperaba a un hombre que “purgaría” a
los hombres de su espíritu de “impiedad” y los purificaría por medio del Espíritu Santo de toda
acción impura, procediendo así a una nueva creación (Sal 50-51, 12-14; Ez 36, 25-27). Al insuflar
su Espíritu Cristo reproduce el gesto creador de Gn 2, 7 (cf. 1Co 15, 42-50), en donde Cristo
debe su título de segundo Adán al Espíritu que recibe en la resurrección (Rm 1, 14). Mediante la
resurrección, Cristo se ha convertido en el hombre nuevo que, por la comunicación del soplo de
que está animado, es capaz también de engendrar la nueva humanidad que compartirá su triunfo
sobre la muerte y el pecado (Poder perdonar).
Por último, Jesús, infunde su Espíritu sobre los apóstoles en el momento en que éstos están a
punto de asumir en público sus responsabilidades misioneras, el mismo que El recibió en el
bautismo, momento en que decidió presentar en público su pretensión mesiánica: la universal
paternidad de Dios como exigencia de una mayor justicia en las relaciones interhumanas.
Este sería el pentecostés joánico o, si se quiere, la plenitud de la pascua joánica, que incluye ya el
don del Espíritu de Cristo.
* Para San Lucas, Pentecostés se da cincuenta días después de la Pascua: La efusión del
espíritu, que teológicamente considerada está vinculada a la resurrección (Jn 20, 22), es historiada
y escenificada por Lucas, al igual que la ascensión, en un cuadro de movimiento dinámico y
trasladada a una fecha más tardía, cincuenta días después de la primera experiencia pascual.
Según el acuerdo actual de los exégetas, esta separación ofrece poca posibilidad de ser histórica,
en el sentido más corriente de la expresión. Lucas la propondría así buscando poner de relieve la
importancia del acontecimiento para el comienzo de la misión de la Iglesia. Sólo aquel que no
distinga entre el hecho sustancial (La presencia del Espíritu Santo en la Iglesia) y su formación
literaria (llamas, viento, ruido, etc), se sentirá obligado a admitir que la primitiva comunidad sólo
recibió el Espíritu cincuenta días después de pascua. En realidad, el envío del Espíritu es sólo una
consecuencia de la glorificación de Jesús (Jn 7, 39; Hch 2, 33).
Sea lo que fuere, de todo esto, lo cierto es que este acontecimiento de pentecostés (Hch 2, 1-42)
marca una etapa decisiva en la historia de la salvación. Lo que Cristo había prometido, lo que los
profetas habían anunciado, llega a su cumplimiento en la Iglesia. No sin razón, la comunidad
cristiana primitiva sitúo la venida del Espíritu Santo en un día de Pentecostés. Intentemos seguir
la evolución de esta fiesta para comprender esas razones y descubrir su sentido teológico.
d. La convocatoria de una comunidad universal: Al pié del Sinaí tuvo lugar la convocatoria de
todas las tribus Judías que habían salido de Egipto en sucesivas oleadas, esta era la
“Iglesia”(convocatoria y reunión) del AT. Ahora en pentecostés tiene lugar la convocatoria de una
nueva asamblea (Iglesia), pero esta de carácter universal, universalismo puesto de manifiesto por:
- La mención de la multitud (v.6), como una alusión a la promesa que Dios hizo a Abraham de
hacerle un día padre de una “multitud” (el mismo término) de naciones (Gn 17, 4s; Dt 26, 5).
- La lista de las naciones: Partos, Medos, Elamitas, Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia,
Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Cirene, y hasta Romanos, etc, (V,11). Ciertamente ésta lista es
simbólica del universalismo, porque la mayor parte de los presentes serían Judíos de la diáspora
que se hallaban ocasionalmente presentes en Jerusalén. De todas formas, el universo entero está
presente en sus primicias Judías.
- El don de Lenguas (v.5), que no parece ser solamente el carisma de la glosolalia como un hablar
a Dios estático en lenguas ininteligibles (1Co 12, 30; 13, 1, 14, 2-29), si no que participaba del
carisma de la profecía como una proclamación de la fe destinada a los demás en sus lenguas
vernáculas.
Pero lo más importante el acontecimiento consiste en que el Espíritu Santo es el gran protagonista
de esta unidad en la diversidad. El Espíritu se presenta aquí como el garante de la unidad y, al
mismo tiempo, como la fuente de la diversidad, San Pablo desarrollará después esta doctrina (1Co
12, 13, Ef 4, 4).
e. La nueva Alianza en el Espíritu: Al pié del Sinaí tuvo lugar la confederación de todas las
tribus Israelitas en un estado único por la aceptación de una alianza común expresada en las
estipulaciones de la ley (Ex 11, 19; 36, 26). En Pentecostés se presentan los primeros cristianos
como la inauguración de la alianza nueva y la promulgación de una ley que ya no está grabada en
la piedra, sino en el espíritu, en el corazón y en la libertad (v.4; cf. Ez 11, 19; 36, 26). Esta
convicción ha contribuido, sin duda, a la redacción imaginativa del descenso del Espíritu. Lo
esencial, sin embargo, se encuentra más allá de las imágenes; Dios no nos da sólo una ley sino
también su propio Espíritu.
Explorando la comparación con el pueblo de Israel podemos decir que, si la Pascua de Cristo nos
ha ganado la libertad de los hijos de Dios, pentecostés nos ha constituido en “Iglesia”. Pero esta
“constitución” ya no es legal, sino espiritual, porque el Espíritu ha venido a sustituir la ley, y el
Espíritu Santo es recibido en la Iglesia no sólo para su naturaleza o estructura, sino también para
su misión. Cuando la Iglesia está a punto de inaugurar su misión pública, en medio de unas
circunstancias hostiles necesita ser revestida de la “fuerza del Espíritu Santo” con vistas al
testimonio, es decir, con vistas al martirio (Hch 1, 8s). La Iglesia nace así con carácter de
universalidad y, la Alianza que el Espíritu concluye con ella interesa a toda la humanidad. Por eso
será misionera hasta el fin de los tiempos, pero poniéndose al servicio de todas las lenguas y de
todas las culturas, porque las asume a todas sin dar prioridad a ninguna de ellas.
6. Características del Pentecostés Cristiano
Si queremos todavía describir sumariamente las notas distintivas de la venida del Espíritu Santo en
pentecostés, diremos que se trata de un:
a. Acontecimiento Escatológico: Esto puede apreciarse en que el Espíritu se da un modo
“pleno”(“Pleroun”: “complere”, “replero”), llenándolo de todo con su fuerza (2, 1-3); se trata de
un don universal que se extiende a todas las razas y pueblos: “Todos les oímos hablar en nuestras
lenguas las maravillas del Señor” (2, 8-11); Pedro y la comunidad vieron en este acontecimiento el
cumplimiento de la profecía de Joél (2, 16-21), y es entonces cuando los apóstoles comprenden y
empiezan a predicar la muerte y resurrección de Cristo (2, 22-36). Todos estos datos demuestran
que no se trata de una manifestación temporal o pasajera del Espíritu, sino del don escatológico,
de la efusión definitiva y universal de los últimos tiempos.
21
Existen visiones invisibles del Verbo en los efectos de gracia por los que Dios se da a conocer y se
expresa.
La misión del Espíritu Santo es invisible en los efectos de gracia por los que Dios se da para
hacernos amar todo lo que procede de su amor. La Iglesia depende de estas dos misiones. Ella es
la fecundidad fuera de Dios, de las procesiones trinitarias. La vida profunda de este gran cuerpo,
la Iglesia, a la vez disperso y uno, es el término de la criatura, de la misma vida de Dios. La
expresión de San Cipriano sobre la Iglesia “Una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo”, expresa la realidad concreta que afirmamos en la fe.
Se dan venidas del Espíritu Santo acompañadas de signos que las manifiestan visibles: vientos,
paloma, lenguas de fuego, milagros, hablar en lenguas, fenómenos sensibles de la vida llamada
mística, pero estos son sólo signos de su venida, de su acción y su procesión eterna.
San Ireneo, hablando de las dos manos de Dios, dice que la Iglesia vive de dos misiones: la del
Verbo y la del Soplo. Presenta también a los apóstoles, instituyendo y formando la Iglesia al
comunicar a los creyentes el Espíritu que ellos habían recibido del Señor. Esto quiere decir que el
Espíritu no viene tan solo a animar una institución totalmente determinada en sus estructuras, sino
que es verdaderamente cofundados.
Para reflexionar en el misterio de la Iglesia, a partir de su profunda realidad pneumatológica, es
oportuno examinar las llamadas notas o atributos de la Iglesia profesados en el Credo: “Creo en la
Iglesia una, santa, católica y apostólica”. Es ciertamente el Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, quien funda y hace verdaderas las notas de la Iglesia, y cada Persona divina se
relaciona con cada uno de estos atributos
1. El Espíritu Santo hace Una a la Iglesia
El agente de la unidad de la Iglesia es el Espíritu Santo; para el inicio de la vida Pública, Jesús
recibe el Espíritu y el Padre lo proclama como su Hijo amado, a quien debemos escuchar.
Luego Jesús lo da a sus apóstoles, que se habían dispersado, para que volvieran a la unidad, los
invita a la oración y allí se los da como signo de esa unidad que seguirá creando en su cuerpo, la
Iglesia, después lo recibe todos los que quieran participar de la obra de Cristo, en la unidad (Hch
2, 1).
Este Espíritu es enviado para transformar los corazones de los primeros cristianos que aún no eran
capaces de vivir en unidad y tener los mismos sentimientos que Cristo, para que esta obra no se
destruya con la dispersión, viene el Espíritu Santo que los une en el amor y los hace tener esa
experiencia de unidad.
Jesús que es el máximo sacramento de unidad, les enseñó esta experiencia a los apóstoles, pero
como era conciente de la fragilidad humana, de la posibilidad de olvido que tenemos los hombres,
quiso dejarnos su Espíritu para que siempre nos esté recordando esa característica esencia de El, y
que la debe poseer todo aquel que quiera unirse a su cuerpo.
De lo anterior se desprende que hay que estar unidos a Cristo para recibir ese Espíritu unificador.
Esta unión no es ideal sino real; hay que unirse al único cuerpo la Iglesia, en la que se recibe al
espíritu. Pero el que sea uno en el Espíritu no depende de la Iglesia, sino que ella es una, Porque
uno fue el Espíritu dado; así el Espíritu es principio de unidad del cuerpo místico. Pero el Espíritu
no está determinado por el cuerpo al que fue dado, porque el conoce que su cuerpo no está
determinado, no ha alcanzado su plenitud, por ello como el Espíritu es de amor y el amor todo lo
atrae, él actúa para traer hacia su cuerpo, y allí se da una plenitud produciéndose su mayor efecto
que es el don de la unidad, que nuestra Iglesia lo manifiesta en los sacramentos, especialmente en
el bautismo que se realiza en un mismo Espíritu para todos (1Co 1.12,13).
El que la Iglesia sea una, no es capricho de los católicos, sino que es por estar animada por el
Espíritu que le hace una comunión, una fraternidad de personas movidas por ese principio de
unidad que hace de su jerarquía una obra del Espíritu Santo.
25
El hecho de que el objetivo del Espíritu Santo sea hacer ‘Una’ a la Iglesia, no significa que no se
de a cada miembro (Jn 14,16): “Se os dará y os hará acceder a la verdad”. El es quien hace de las
personas autónomas y originales para así multiplicar sus dones en la comunidad. Esto es lo que se
caracteriza la unidad y la grandeza, parece incomprensible la unidad en tan gran diversidad.
Es el Espíritu Santo el que le da el verdadero sentido a la Jerarquía; El la sostiene y la hace apta
para la comunidad, pero su acción va más allá, nos la quiere asegurar por la vía de la comunión,
no por presiones autoritarias sino de una manera humana, de tú a tú, ya que El conoce a cada
persona por su nombre.
Hoy nuestra comunión con el Espíritu Santo es distinta a la comunión con Cristo, aunque ellas
sean inseparables. El Hijo fue enviado al mundo en persona humana, para que lo vean los ojos, en
cambio el Espíritu Santo fue enviado a los corazones para ser conocido por experiencia (Ga 4, 4-
6); la comunión con el Espíritu Santo es inmediata y directa, El escudriña las profundidades de
Dios y se las comunica al hombre, y al mismo tiempo entra en el hombre para comunicarles a Dios
sin violentar nada porque El es respetuoso de la libertad, pero poderoso para iluminarla.
Su objetivo es llevar a la plenitud la obra divina comenzada en el principio y manifestada en la
Encarnación y puesta en la acción por la Palabra, para que opere la transformación de los
corazones, de tal manera, que sean todo en todos (1Cor 15, 28).
La comunicación con el Espíritu nos lleva a la actualidad de la Palabra; pues el mismo Jesús nos
dijo: “Os enseñará todo, y os conducirá a la verdad completa” (Jn 14, 26). Está presente hoy en la
Iglesia cumpliendo esta promesa; de ahí que sea El por su fuerza, que hace que el tiempo sea
sacramental, es decir, en el presente se celebra el pasado y el futuro. El realiza la unidad en la
Trinidad, de allí que sólo El puede revelarnos su misterio por eso se quedó en la Iglesia como el
Espíritu de Jesús para santificarla y hacerla Una.
Hoy en medio de tantas tensiones el mundo tiende paradójicamente a la unidad, es el signo de los
tiempos; cuando no se tiene experiencia del Espíritu Santo, no se tiene experiencia de la unidad y
mucho menos si los miembros de la Iglesia no la muestran. Pero allí sigue actuando el Espíritu
Santo en los corazones, y suscita este deseo; como en la Iglesia no se tiene ojos sensibles para
descubrirlo y anda más bien a tientas defendiéndose de los enemigos, crean la división antes de
unir, y descuida el secreto de la unidad que es la que transforma y fue lo que Jesús empleo o quiso
de que se quisiera empleando, cuando expresó: “que todos sean uno en el amor, para que el
mundo crea” (Jn 17, 23).
El mundo de hoy anda mal porque en su ser lleva algo que lo mueve, pero sin saber que es, y
busca hacerlo realidad de cualquier manera; no hay quien conduzca al hombre a la experiencia del
Espíritu, que llegue al corazón para que experimente ese algo inexplicable pero comprensible que
trae paz nunca antes experimentada, alegría desconocida, deseos de amar más y más, espíritu de
heroísmo, iluminación para comprender y conocer las Escrituras y para interpretar y descubrir la
acción de Dios en los acontecimientos de nuestra vida.
2. El Espíritu Santo, principio de Catolicidad
La unidad es la de numerosas personas según la totalidad, y esto mismo es lo que designa la
cualidad de Católico; además la unidad, es por vocación de extensión universal, contenido que
pertenece sin duda a la nota de catolicidad.
Cristo realiza su obra dentro de una comunidad y un país, pero desde allí es luz del mundo y Señor
de todo (Jn 8, 12). De El puede hablarse de universalidad concreta, pero su realidad de Hombre-
Dios, sobrepasa todo planteamiento filosófico, lo podemos afirmar de la Iglesia guardando la
distancia entre El y Ella.
En el presente sólo gozamos de las arras del Espíritu que debe renovarlo todo. Aunque El no
despliegue toda la plenitud de la acción de la que hará que Dios sea todo en todos, es ya el don
escatológico, sustancial presente en la Iglesia y activo en Ella. La hace católica tanto en el espacio
del ancho mundo como en la historia.
26
La acción del Espíritu Santo como principio de apostolicidad está marcada en Pentecostés al
comenzar su acción en los apóstoles en el cenáculo, donde se les confiere el don del Espíritu y son
enviados a cumplir una misión: “recibid al Espíritu Santo...a quienes perdonéis los pecados le
serán perdonados y a quienes los retengáis le serán retenidos...” (Jn 20,19-20).
Según la misma promesa de Jesús, el Espíritu Santo, que descendió sobre los apóstoles y los fieles
del día de Pentecostés es principio de vida y de actividad de los discípulos mudándolos en otros
hombres e impulsándolos a propagar por todas partes el nombre de Jesús. En el libro de los
hechos se percibe el don del Espíritu Santo como don o principio de apostolicidad de tal modo
que san Juan Crisóstomo llama al libro de los hechos el evangelio del Espíritu Santo. Esta virtud
de Dios dada a los apóstoles se transmite después a los santos Padres de la Iglesia sometidos a la
autoridad del Papa que gobierna en cada época.
El concepto de apostolicidad se entiende dentro de la Iglesia fundada por Jesucristo, como la
fundación de una Iglesia a partir de los apóstoles y la continuidad por sus sucesores.
La acción del Espíritu Santo actúa con fuerzas en los apóstoles y seguidores de Cristo, hasta el
punto de que no seguir sus impulsos cuando esto son comprendidos, llega a llamarse acción contra
el Espíritu Santo. De igual modo Mateo nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo no se
perdona ni en esta vida ni en la otra (Mt 12,31).
Por ser Dios el fundados de la Iglesia, con el fin de salvar a los hombres, forzosamente la Iglesia
sigue y se perpetúa a través de los sucesores de Pedro o sucesores de los apóstoles, a los que pasó
la misión de Jesucristo: “Se mudó el instrumento no la causa; se ha cambiado el cauce del canal,
no el agua que corre por él”
El Espíritu Santo es principio de apostolicidad, por cuanto confiada la misión del Padre a su Hijo
en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo para que indeficientemente santificara a la Iglesia y de
esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en el Espíritu Santo.
La eficacia de la apostolicidad se realiza por la acción del Espíritu Santo que reparte a todos los
fieles su gracia, tal como les fueron dadas a los apóstoles, anunciadas en el libro de los hechos
(2,17); “Sucederá que en los últimos días derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres; sus
hijos y sus hijas profetizarán; los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños”.
4. El Espíritu Santo, principio de Santidad de la Iglesia
La Iglesia es santa porque es una asamblea de fieles donde cada uno de sus miembros tienen
derecho de participar de la misma santidad de Cristo. Nosotros somos templos de Dios y ese
templo es santo, los fieles de esta asamblea son hechos santos por cuatro títulos: 1- Así como una
Iglesia es lavada materialmente en su consagración, los fieles son lavados con la sangre de Cristo
(Hb 13,12) 2- Por una unción . Del mismo modo que la Iglesia recibe una unción, los fieles son
ungidos para ser consagrados por una unción espiritual, Cristo significa ungido, esta unción es la
gracia del Espíritu Santo (2Cor 1,21, 1Cor 6,11) 3- Por la inhabilitación de la Trinidad, porque allí
donde Dios habita es lugar santo (Gn 28,13; Sal 92,5) 4- Porque Dios es invocado. “Tú estás
entre nosotros Señor, y tu nombre ha sido invocado sobre nosotros” (Jr 14,9).
Es una Iglesia santa por ser una elegida de gracia mediante una selección y llamamiento por medio
de un amor antecedente: Es la decisión que el verbo, Hijo, se despose con naturaleza humana por
su encarnación. Cristo tomó la naturaleza humana mancillada y la purificó, haciéndola su esposa.
Mediante el bautismo, el don del Espíritu y después la eucaristía en la que Jesús la alimenta con su
propio cuerpo, espiritualizándola. La Iglesia esposa se convierte en el cuerpo de Cristo y forma
con El, espiritual y misteriosamente una sola carne.
Por la comunión de los santos se participa de los bienes de la comunidad de salvación,
solidariamente con los miembros de esta comunidad terrena. Se trata del amor con el que Dios se
ama así mismo, este amor que es la gracia increada, produce para ser verdaderamente nuestro, un
efecto o una gracia creada en nosotros la caridad.
28
Santo Tomás relaciona con la caridad la unidad por la que se realiza entre los fieles una
comunicación de los bienes espirituales.
Sólo Dios puede, por lo que en El es gracia y don, por su Espíritu, ser en nosotros el principio
radical de esta vida eterna, que es la comunicación de su propia vida. Es la realización más
sublime, aquí abajo, de la comunicación de los santos incluso la santidad vivida por los hombres, la
de la vida en el Espíritu que contribuye a su plenitud (1Pe 4, 10).
El Espíritu Santo es principio de santidad en la Iglesia, porque con sus carismas santifica al
hombre y a la Iglesia por medio de gracias; por esa presencia entre nosotros desde el bautismo,
porque es transformador, por su acción en la liturgia eucarística, porque es principio de vida nueva
(1Ts 4, 8; Lc 11, 13; Rm 1, 4); porque nos salva mediante su acción y la fe en la verdad (2Tes
2,13), porque permanece con los apóstoles y en la Iglesia (Jn 14, 16-17; 15,26); porque es nuestro
continuo defensor (Jn 16,7); porque nos comunica la fuerza para ser testigos del mismo Cristo
(Hch 1, 4-8); porque dirige la obra de la Iglesia primitiva (Hch 5, 32); porque nos da el don de la
fe en Cristo y nos hace aptos para Dios, que podamos fructificar, porque nos santifica mediante los
sacramentos, porque desde Pentecostés continúa santificando permanentemente a la Iglesia.
El Espíritu Santo es, pues, fuente de santificación porque por él podemos fructificar en el orden
sobrenatural para ser uno en Cristo Jesús. De él nos viene en la Iglesia toda vida, gracia y verdad,
somos templos del Espíritu Santo y partícipes de su divinidad.
- El carácter transitorio de los carismas y primicia de la caridad: no hay duda que estos dones de
palabra y conocimiento enriquecen sobremanera a los creyentes (1Co 1, 5), pero proporcionados
en la vida presente y, en este sentido, transitorios, desaparecerán algún día (13, 8). Por eso, son
comparables con las virtudes teologales, que ejercitándose aquí, subsistirán, sin embargo, más allá,
alcanzando las realidades eternas sobre todo no son comparables con la caridad, que constituye el
camino más excelente y seguro (12, 31) y que, por otra parte, como los carismas, también precede
del Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5; Col 1, 8).
- La utilidad para la edificación de los demás: la luz del principio anterior de la preferencia de la
caridad se deduce fácilmente que los carismas deben observar un orden en función de la mayor o
menor utilidad para la edificación propia y del grupo asistente. Así pues es preferible orar con la
inteligencia (entendiendo uno mismo lo que dice) que orar solamente con el Espíritu; es deseable
que en las reuniones carismáticas se halle presente un intérprete o traductor del glosolalo porque,
de lo contrario, los demás no entienden nada y no podrán decir “Amen”: es preferible media
docena de palabras inteligibles que diez en lenguas extrañas, porque estas de nada ayudan a los
demás (14, 14.21).
- Reabsorción y control de los carismas por los ministerios: los carismas principales persistirán
siempre en la Iglesia, pero muchos de ellos son reabsorbidos por las instituciones estables de la
Iglesia, como los “Ministerios” o al menos controlados por ella. La Liturgia absorberá los cantos
inspirados y las acciones de gracias. La Enseñanza pasará de la categoría de los dones espirituales
a la de los ministerios regulares de las comunidades, estrechando sus vínculos con los apostolados
y las jerarquías locales.
El Apóstol opone a la anarquía una regla más eficaz para los carismas proféticos o de la palabra.
Hay quien profetiza de una manera libre y relativamente desordenada, fomentando el éxtasis. En
cambio, los profetas de vocación se ponen al servicio de Dios para cumplir una misión
determinada. Y en este sentido los primeros profetas carismáticos fueron los Apóstoles, los doce y
algunos testigos oficiales de la resurrección nombrados en primer lugar, en la lista de 1Co 12,
28ss., y Ef 4, 11. El carácter colegial de la función de los Apóstoles, así como la sumisión a una
tradición que ya se inicia y que les liga, no es un obstáculo a su “inspiración” personal. Buena
prueba de ello es el mismo San Pablo que sabe unir la libertad “espiritual” al respecto de las
decisiones del grupo apostólico y de sus tradiciones (cf. Ga 2, 1-14; 1Co 15, 3).
“Si es posible colocar el apostolado entre los carismas y otorgarles primer puesto, será señal de
que puede ejercer en este dominio su supremacía y su autoridad. Es pues, por lo demás que se
deduce en concreto de manera de obra de Pablo: los profetas están sujetos a los Apóstoles (1Co
14, 37; cf. Flp 3, 15). El regula el uso de los carismas, apoyándose en que poseía el Espíritu e
imponiendo a los carismáticos la obligación de reconocer la importancia de las medidas
disciplinarias. El mismo Espíritu que inspira a los carismáticos, inspira al Apóstol en su papel de
fundador y jefe de la Iglesia”.
Resumiendo podemos afirmar: que la presencia del Espíritu Santo en los creyentes se manifiesta
en los dones carismáticos. Incluso el más elemental ejercicio del carisma de profecía que es la
precisa confesión de fe “Jesús es el Señor” no puede pronunciarse sin el influjo del Espíritu (1Co
12, 3). No es de extrañar, por tanto, la recomendación de Pablo: “No apaguéis el Espíritu; no
desprecies la profecía” (1Ts 5, 19ss.). Sin embargo, los carismas por su independencia un poco
anárquica del conjunto orgánico de los valores cristianos, pueden terminar en “carne” habiendo
empezado con “espíritu”. ¡Tremenda paradoja! pudiera ser quizás que han sido recibidos
“carnalmente” y que su imperfección prevenga del abuso que ellos hacen en Corinto. Será
necesario, pues, jerarquizarlos debidamente y regular su ejercicio de alguna manera.
1. Los carismas del Espíritu Santo: “Estos dones, ordinarios y extraordinarios, se encuentran
abundantemente en laicos, religiosos y clérigos”: Se llaman carismas del Espíritu “ordinarios o
extraordinarios”, según su carácter de frecuencia o de particular impacto, y se encuentran en toda
clase de cristianos.
“La justa comprensión y uso correcto de los carismas, en armonía con otros elementos de la vida
de la Iglesia, son una fuente de fuerza para los cristianos en su camino hacia la santidad y en el
30
cumplimiento de su misión”: esta idea es importante. Los carismas no son los únicos elementos
de la vida de la Iglesia (existe además, por ejemplo, la vida litúrgica y sacramentaria); pero su
comprensión y su uso correcto son una “fuente de fuerza” en el camino hacia la santidad y para el
cumplimiento de la propia misión.
Se dice que los carismas son para el bien común y para la edificación de la Iglesia. Y aveces se
agrega: “No son para provecho propio...”. Esto no es del todo correcto, porque los carismas son
para construir la Iglesia, y el que tiene y ejercita sanamente su carisma es también parte de la
Iglesia; y así, él es el primer beneficiado por su propia carisma. De manera que, ejercitando su
carisma personal, el cristiano se va edificando así mismo como miembro que es de la Iglesia.
Además de eso, si el carisma funciona al impulso de la virtud teologal del amor, el ejercicio de los
carismas es fuente indiscutible de santificación personal.
2. Reflexiones sobre los carismas: A propósito de los carismas del Espíritu Santo, queremos
tratar los siguientes puntos: Recordar algunos carismas que se manifestaron en los Apóstoles el
día de Pentecostés, los dones, carismas y ministerios” en la teología de San Pablo y, los ministerios
y carismas en la Exhortación “Christifideles Laici”..
a. Los carismas de Pentecostés: El día de Pentecostés, el Espíritu Santo, además de santificar a
los Apóstoles, les comunicó todos aquellos “carismas” que iban a necesitar para la gran tarea
evangelizadora que de inmediato les esperaba, y construir así la Iglesia del Señor en el mundo:
Les comunico luz en el entendimiento para comprender el misterio de Cristo Jesús (Ef 3, 4-19).
Los armó de decisión en la voluntad para entregarse al Señor y seguirlo, a pesar de las
tribulaciones que vendrían sobre ellos (Mc 1, 16-20; Jn 6, 44; Hch 5, 41). Les concedió el don de
alabanza para cantar “las grandezas y maravillas de Dios” (Hch 2, 11). Les dio fuerza, vigor,
valentía, atrevimiento y audacia para dar testimonio de Jesús en medio de persecuciones y
sufrimientos (Hch 4, 8-31; 5, 28-32). Les concedió el don de la palabra para comunicar
adecuadamente la Buena Nueva acerca de Jesús (Hch 3, 12-26; 4, 13; Lc 12, 11-12). Los
capacitó con signos y prodigios para confirmar la proclamación del evangelio (Hch 3, 1-10; 4, 29-
31; 5, 17-21). Los enriqueció con el don de idiomas al servicio del testimonio (Hch 2, 6-11).
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos describe de forma impactante, en 2, 42-5, 42, la obra
admirable del Espíritu Santo a partir del día de Pentecostés. La proclamación de la Palabra de
Dios que hacían los apóstoles iba acompañada del ejercicio de los carismas del Espíritu, y, en esa
forma, en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos”. (Hch 6, 7).
b. Los Carismas y Ministerios en la teología de San Pablo.
En la teología del Apóstol Pablo, podemos distinguir dos series de textos importantes. Unos miran a la
“unidad de un solo cuerpo”, el cuerpo de Cristo, formado por todos los cristianos (Rm 12, 4-5; 1Co 12, 12;
1Co 12, 27); otros se refieren a los “diferentes carismas” que el Espíritu Santo reparte entre los diversos
miembros para beneficio de ese único cuerpo (1Co 12, 7-11; 1Co 12, 28; Rm 12, 6 -8; Ef 4, 11 - 13). En la
misma línea de pensamiento, San Pedro afirma, que “cada cual coloque al servicio de los demás el
carisma que ha recibido” (cf. 1P 4, 10-11). Ahora demos el paso a una pequeña reflexión apoyados en los
textos bíblicos anteriores.
* Carisma - Ministerios - Operaciones: Un texto básico en la teología de los carismas es 1Co 12, 4 - 7.
“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, poro el Señor es el
mimo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todo: y a cada uno se le da la
manifestación del Espíritu para el bien común”.
A primera vista, por la presentación de los dones como “carismas, ministerios y operaciones”, se podría
pensar que los dones espirituales se clasifican clara y distintamente en tres categorías: uno sería “carisma”;
otros, “ministerios”; y otros, “operaciones”. Y así, cada don sería catalogado en un grupo preciso y
cerrado. Sin embargo, no es así.
La terminología utilizada por el Apóstol no es rígida. A veces, coloca “ministerios” y “operaciones” en lista
que llevan el título de “carisma”. Dos textos pueden servir de ejemplos. En 1Co 12, 31, después de
31
mencionar nueve dones: “apóstoles, profetas, maestros, milagros, curaciones, asistencia, gobierno, lenguas,
interpretación”. Pablo los designa como “carisma”, invitando a los Corintios a “desear los carismas
mejores”.
En Rm 12, 6-8, el Apóstol habla de “carismas diferentes, según la gracia dada”, y luego hace una breve
enumeración: “profecía, ministerio, enseñanza, exhortación, dadivosidad, presidencia, misericordia”. Es de
notar que en esta lista la “diakonía - ministerio” es llamado carisma. Siendo así, es preferible entender las
expresiones del Apóstol de la siguiente manera.
Todos los “dones espirituales” son regalos del Espíritu Santo, que tiene como finalidad común “el
provecho de la comunidad” (1Co 12, 27). “la definición de la Iglesia” (1Co 14, 12), y funcionan al
impulso del mismo Espíritu. Pues bien, cada uno de ellos puede considerarse bajo tres aspectos:
En cuanto que son dones gratuitos, se les designa como “carismas”;
En cuanto que son para servir a los demás, se les llama “ministerio”;
En cuanto que funcionan al impulso divino, se les da el nombre de “operaciones”.
Hay dones en los que brilla más el carácter de gratuidad, de gracia, de regalo; y por eso se le llamará
preferentemente “carismas” (ejemplo: la profecía, las visiones, el don de lenguas). Hay otros dones en los
que luce más el carácter de servicio; y por eso se le llamará preferentemente “ministerios” (ejemplos: el
pastor, la enseñanza, la presidencia, el gobierno). Hay otros dones en los que resplandece más la energía
divina; a éstos se les llamará preferentemente “operaciones-energémata” (ejemplos: las curaciones, los
milagros, los exorcismos).
En conclusión, todo “don para construir la Iglesia” es a la vez “carisma”, “ministerio”, “operación”, pero en
él puede brillar más uno de los tres aspectos: y así, más se le llamara o “carisma” o “ministerio” u
“operación”.
Origen de los carismas: La donación de los carismas se atribuye de ordinario al Espíritu Santo en razón de
este texto paulino: “todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu. Distribuyéndolas a cada una
en particular como él quiere” (1Co 12, 11).
Sin embargo, el mismo Apóstol en 1Co 12, 4-6 atribuye los “dones - carismas” al Espíritu Santo, por que él
es el don por excelencia: los “dones - ministerios”, al Señor, porque Jesús vino a servir, no a ser servido; y
los “dones - operaciones”, a Dios Padre, porque él es el Omnipotente, el todo poderoso. En definitiva Dios
es el origen de todo carisma.
Diversidad de los Carismas: Por lo que se ha visto una sistematización rígida de los carismas resultaría
inadecuada. Así como en los colores del arco iris, unos son bien definidos, pero otros resultan de la fusión
de los colores firmes. De manera semejante sucede en los carismas.
Unos son precisos y pueden clarificarse bajo un solo apartado; otros, en cambio, por razón de su riqueza
presentan notas variadas que le permiten ser colocados en dos o más apartados. Además, los carismas son
innumerables.
Por todo esto, sin pretender hace una clasificación exacta, perfecta y completa de los carismas mencionados
en los textos y -solo a manera de ejemplo- e aquí un ensayo de agrupación.
6). Interpretación de Lenguas (1Co propia vida (1Co 13, 3). Diferentes diaconías (Rm 12, 7; Ef
12, 10.30) 4, 12; 1P 4, 11; 1Co 16, 15-16).
Unos carismas miran a un estado de vida: por ejemplo, el matrimonio y la virginidad consagrada (1Co 7,
7); otros se ordenan a una actividad concreta en el cuerpo de Cristo: por ejemplo el presidir, el ejercicio de
la misericordia; el gobierno (Rm 12, 8).
Sin embargo, en esta rica variedad de carismas, lo que todos tienen en común es que no son solamente
aptitudes, talentos o capacidades naturales dadas por el creador, si no que se trata de dones sobrenaturales
que el Espíritu Santo comunica o hace seguir en cada miembro del cuerpo de Cristo para que cada uno
contribuya con la construcción total, y todos ellos realizan su función y entran en ejercicio en virtud de una
moción activa, positiva y sobrenatural del Espíritu de Dios.
c. Los Ministerios y Carismas en la exhortación Apostólica “Christifideles Laici”
Esta Exhortación dedica los Números 21-24 a la enseñanza sobre “ministerios y carismas”. Ofrece la
doctrina general sobre “ministerios y carismas”. Esta terminología no es rígida ni taxativa, pues luego
hablará, en lenguaje mas amplio, de dones jerárquicos. Dones carismáticos, oficios, funciones, dones,
tareas. Más aún, al “ministerio ordenado” le llamara “carisma del Espíritu” (No.22ª); y entre los carismas
se mencionarán dones que el mismo Espíritu da para la utilidad eclesial, para la edificación del Cuerpo de
Cristo, para servicio de los hombres del mundo.
El número se abre con una definición clara y precisa, a saber: “los misterios y los carismas son dones del
Espíritu Santo para la edificación del cuerpo de Cristo y para el cumplimiento de su misión salvadora del
mundo”. Esta definición es rica y es clave. Señala dos elementos muy importantes: Ya sean ministerios o
carismas, no se trata sólo de cualidades o capacidades naturales, sino que son “dones del Espíritu Santo”.
Su finalidad es la construcción del cuerpo del Cristo y el cumplimiento de su misión salvífica en el mundo.
En un segundo principio afirma que todos los ministerios en la Iglesia, con sus diversas modalidades, son
una participación en el ministerio de Cristo. Por lo demás, la doctrina de la “constitución ministerial de la
Iglesia” aparece clara en las epístolas de San Pablo, y se citan como fundamento tres textos clásicos (1Co
12; Ef 4, 7.11-13; Rm 12, 4-8).
Los números 22-24 de la Exhortación ofrecen una clasificación global de ministerios y carismas:
Ministerios: Ordenados, Ministerios, oficios, funciones de los laicos y Carismas: otros dones e impulsos
del Espíritu Santo.
1. Ministerios:
Los Ministerios ordenados que derivan del sacramento del Orden:
Los ministros reciben de Cristo resucitado el carisma del Espíritu Santo, mediante el sacramento del
Orden. Reciben así la autoridad y el poder sacro para servir a la Iglesia “in persona Christi capitis”
(personificando a Cristo Cabeza), y para congregarla en el Espíritu Santo por medio del evangelio y de
los sacramentos.
Los ministerios ordenados son una gracia para la Iglesia entera.
Expresan una participación en el sacerdocio de Jesucristo que es distinta, no sólo por grado sino por
esencia, de la participación otorgada con el Bautismo y la Confirmación a todos los fieles.
Este sacerdocio ministerial es enteramente necesario para la vida de los fieles y para su participación en
la misión de la Iglesia.
Ministerios, oficios, funciones de los laicos.
Hay unos que derivan de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, y para muchos, también
del Matrimonio (cfr. EN 70).
Hay otros conectados al ministerio de los pastores, sin el carácter de orden. Ejemplo: ejercitar el
ministerio de la palabra; presidir oraciones litúrgicas, administrar el bautismo, dar la sagrada
comunión.
2. Carismas:
Son otros dones e impulsos del Espíritu. Como fuentes bíblicas se mencionan: 1Co 12, 4; 10, 28-31;
Rm 12, 6-8; 1 P 4, 10-11. Pueden asumir las más diversas formas: sea en cuanto expresiones de la
absoluta libertad del Espíritu que los da, sea como respuesta a las múltiples exigencias de la historia de
la Iglesia.
34
Son gracias del Espíritu Santo que tiene una utilidad eclesial: están ordenados a la edificación de la
Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Los carismas han de ser acogidos con
gratitud, pues son una singular riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del
entero Cuerpo de Cristo. Ningún carisma. Por otra parte, dispensa de la relación y sumisión a los
Pastores de la Iglesia.
del Espíritu Santo, puede comprender los secretos de la sabiduría divina; el hombre psíquico o
animal no alcanza los misterios divinos (2, 12-16).
Un ejemplo palpable de todo esto es la misma predicación de Pablo, sin ostentación de elocuencia
sino con la fuerza del Espíritu, para que la fe no se apoye en la sabiduría humana, sino en la fuerza
de Dios.
3. El Espíritu Santo frente al Estoicismo: San Pablo ha sido testigo de la degradación de
costumbre de los paganos abandonados a sus deseos y pasiones (Rm 1, 24-27). Junto a esta
situación conocía también los ideales éticos de la filosofía estoica, que gozaron de una gran
autoridad en el mundo pagano y tuvieron mucha afinidad con el cristianismo (no olvidemos que
San Pablo era contemporáneo de Séneca).
Tanto la moral legalista de Israel como los ideales estoicos de autodominio, como la corrupción de
costumbres de los medios gentiles, son confrontados por San Pablo con la nueva moral cristiana,
que es una moral del Espíritu en oposición a la de la carne. Si la ley mosaica de los judíos no
disponía de fuerzas para vencer la carne, ni la ley natural de los paganos, tampoco “puesto que
todos pecaron y se hayan privados de la gloria de Dios, no habiendo ya distinción entre Judíos y
Gentiles” (Rm 3, 23), tiene con el cristianismo un nuevo régimen que asegura la victoria del
Espíritu sobre la carne y hace posible finalmente la adquisición de la justicia.
4. La antítesis carne-Espíritu: Ha sido preparada en el AT. La carne en sentido bíblico, es una
designación metafórica del hombre entero abandonado a sus propias fuerzas naturales, que no
pueden dar como resultado otra cosa que caducidad física en incapacidad moral. Por eso es carne
en sentido moral el hombre que intenta acreditarse ante Dios con el mérito propio de la
observancia de la ley (el Judío), tanto como el hombre que pretende realizarse a sí mismo como
persona con los propios recursos de sus fuerzas naturales (el pagano estoico) o como el que
“oprime con injusticias la verdad” (Rm 1, 18) o se entrega a la esclavitud de sus pasiones (Rm 1,
24).
El paso de la carne al Espíritu es el paso del antes (judío o pagano) al ahora cristiano. Por eso
Pablo se enoja con razón contra los Gálatas que liberados de la “carne” del paganismo para
iniciarse en el “Espíritu” del cristianismo, han vuelto a caer en la carne del judaísmo, al pretender
recibir al Espíritu por la observancia de la ley en el judaísmo equivale a la esclavitud de los
“elementos” del mundo, los elementos que rigen las religiones paganas (4, 8-11). Las tendencias
de la carne impiden a los judíos obedecer la ley y a los paganos someterse a la razón para agradar
a Dios (Rm 8, 5-8).
La victoria del Espíritu: Pero los cristianos ya no están sujetos a la carne, sino al Espíritu (Rm
8,9). Ya no proceden dirigidos por los bajos instintos, sino por el Espíritu. Nos apoyamos en Rm
8,1-13 y Gal 5,16-25.
Cuál es, pues, la situación del cristiano bajo el Reino del Espíritu? La victoria que Cristo ha
ganado en la cruz promete ya todas las victorias de los cristianos. Nosotros con toda seguridad,
realizaremos plenamente la justicia que la ley había propuesto y mandado (Rm 8, 3).
Esta victoria se realiza, con todo, como don del Espíritu Santo, con nuestra colaboración... La
idea teológica que tratamos de expresar con esto se insinúa con la fórmula: Los frutos del Espíritu
Santo (Gal 5,22). El Espíritu Santo es en nosotros como la sementera, la sementera llama a la
cosecha, pero ésta no se hace sin el trabajo del hombre. La experiencia revela que no ha cesado
todo conflicto íntimo: “la carne codicia contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne”, puesto
que son dos cosas contrarias entre sí, de manera que no hacéis lo que queréis (Ga 5,17; Rm 7, 13-
25). La carne no se transforma por completo bajo el dominio del Espíritu. Esto ocurrirá en la
resurrección cuando los cuerpos sean “espiritualizados”, pero la tragedia ha desaparecido. Se ha
realizado la liberación. El hombre si quiere con sinceridad, no tiene por qué temer ya a la carne y
a sus concupiscencias. Basta con dejarse llevar por el Espíritu que está en él. Su voluntad es
libre; ya no está “necesitada”, si así podemos decirlo, por la carne, y el Espíritu le devuelve su
autonomía, atrayéndola suavemente haca el bien.
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Conclusión: Frente al mundo pagano, el cristianismo poseía, merced al espíritu, una superioridad
manifiesta. El culto del Dios vivo, único Señor de la historia, es su patrimonio específico. En el
orden noético, la inteligencia, abierta a los misterios de Dios, ofrece en el mismo Espíritu Santo, el
acceso a una especie de superfilosofía, la sabiduría cristiana revelada. En el orden ético, pone en
nuestras manos un campo de posibilidades inusitadas con vistas al logro de un hombre nuevo
individual y social.
En el año 375 Epifanes de Salamina escribe lo siguiente: “Tenemos el deber de aceptar los
carismas y la Santa Iglesia de Dios los acoge igualmente (a los montanistas) pero en ellos se trata
de carismas verdaderos, autentificados por el Espíritu para ella, que le vienen de los profetas, de
los Apóstoles y del Señor mismo”. A los padres de la Iglesia les toca volver a recalcar que sólo
hay una Iglesia, a la vez corporal y espiritual, jerárquica y pneumática, institucional y carismática.
Tienen que superar la oposición del Tertuliano Montanistas entre la Iglesia-Espíritu y la Iglesia
colección de Obispos que nace de una Iglesia Sectaria.
Esta es la Iglesia que conocía Ireneo, la de la sucesión de los presbíteros y de la asamblea fraterna
en la comunión en la fe de los Apóstoles. Ve un condicionamiento recíproco entre el Espíritu y la
fe. Puede decirse, allí donde está el Espíritu está también la Iglesia, pero también allí donde está la
Iglesia también está el Espíritu. Toda la historia que tenemos que recorrer, toda la teología que
describimos, participan de esa dialéctica divina. Si la perdemos de vista en algún momento,
habremos traicionado una de las dos componentes. Es que el Espíritu Santo asegura la
conservación de la tradición.
Noviciado en el 251 escribió la más bella página de la teología o eclesiología del Espíritu Santo:
Este Espíritu que dio a los discípulos el don de no temer, por el nombre del Señor, ni los poderes
del mundo ni los tormentos, este mismo Espíritu hace regalos, similares como joyas, a la esposa de
Cristo, la Iglesia. El suscita profetas en la Iglesia, instruye a los doctores, anima las lenguas,
procura fuerza y salud, realiza maravillas, otorga el discernimiento de los espíritus, asiste a los
que dirige, inspira los consejos, dispone los restantes dones de la gracia. De esta manera,
perfecciona y consuma la Iglesia del Señor por doquier y en todo.
Cambió la situación después de la paz de Constantino? Es cierto que los favores otorgados de la
Iglesia por Constantino y sus sucesores extrañaban una cierta relajación de la que son testigos los
padres del siglo IV que lamentaban la situación. Los carismas extraordinarios se dan en menor
abundancia. Se han presentado a la corriente monástica como la que toma el testigo del mártir; se
la presentado como una protesta, con un cristianismo escatológico opuesto al siglo; como desafío
frente a una Iglesia demasiado carnalmente poderosa, tentada por la amenaza de mundanizarse. El
Obispo-Padre formado en el monaquismo se encuentra en la calidad de hombres de Dios habitados
y animados por el Espíritu. Se llamará clásicamente “virdei” hombre de Dios, aquel en que se
manifiesta la presencia activa de Dios, aquel que está lleno del Espíritu Santo. La virtud de Dios
reposa sobre él, le anima, actúa por medio de él sobrepasando frecuentemente los límites de lo
ordinario por un discernimiento de espíritus, un poder sobre las almas, luces proféticas, dones de
conocimiento, facultades taumatúrgicas. Reforzamos lo anterior con un testimonio de Patricio:
“Estoy atado al Espíritu y no soy yo, sino el Señor quién me ha pedido que venga...Acaso ha
venido a Irlanda por motivos terrenos y no por Dios? Quién ha empujado -atado por el espíritu- a
no ver a nadie de mi parentela?”
De nuevo le ha visto orando en mi mismo y yo estaba como en el interior de mi cuerpo y oía orar
en favor mío, es decir, del hombre interior, y él oraba fuertemente con gemidos. Y durante aquel
tiempo yo me mantenía estupefacto, me asombraba y preguntaba quién era el que oraba en mi,
pero al final de la oración, dijo como si fuera el Espíritu y así me desperté y recordé al apóstol que
decía: “El Espíritu viene a ayudar las debilidades de nuestra oración. Porque nosotros no
sabemos orar como conviene, pero el Espíritu mismo pide en nuestro lugar, con gemidos
inenarrables”
2. Hacia una teología y un dogma acerca del Espíritu Santo:
Ya Gregorio Nazianceno puso de manifiesto el lento progreso de la revelación del misterio de
Dios del antiguo testamento, después en el nuevo y en la misma reflexión cristiana.
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Para Hermas (148-150), el Espíritu Santo es el hijo de Dios. También Justino parece identificar
pneuma y Logos. A partir del concilio de Sárdica (343) se profesó una fe trinitaria en la
celebración del bautismo. En Ireneo se encuentra desarrollada una profesión de fe en la que
expresa toda una catequesis: “En primer lugar ella (la fe) recomienda que nos acordemos de que
hemos recibido el bautismo para remisión de nuestros pecados en el nombre de Dios padre, y en el
nombre de Jesucristo, el hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el espíritu Santo de
Dios...por esta razón en nuestro nuevo nacimiento en Dios padre por medio de su hijo en
artículos que nos confiere la gracia del nuevo nacimiento en Dios padre por medio de su hijo en el
Espíritu santo...porque los que lleven el Espíritu de Dios son conducidos al verbo, es decir, al hijo,
pero el hijo los presenta al padre y el padre les otorga la incorruptibilidad. Por consiguiente, sin el
Espíritu no es posible ver al hijo de Dios, y sin el hijo nadie puede aproximarse al Padre...en
cuanto al Espíritu, es dispensando por el hijo, en la manera como le place al Padre, a título de
ministro a quien quiere y como quiere el Padre”.
En oriente surgió la herejía de los pneumatómacos capitaneados por Macedonio, para quienes el
Espíritu Santo era una fuerza, un instrumento de Dios, creado para actuar en nosotros y en el
mundo. Su error consistía en afirmar que la acción y el ser del Espíritu Santo no serían los de una
persona divina. Son rebatidos por Atanasio, Basilio el Grande y Gregorio de Nazianceno quienes
sostienen que el Espíritu Santo comparte con el Padre y con el hijo la misma divinidad, en la
unidad de una misma sustancia. La lucha y la victoria sobre los “Pneumatómacos incluyó en el
desarrollo litúrgico en dos aspectos principales: en cuanto a la Epíclesis o invocación del Espíritu
Santo sobre el pan y el vino toma mayor relieve y en cuanto a la distinción de las fiestas de la
resurrección de la ascensión y Pentecostés”.
San Agustín (354-430) Dice: “Numerosos son los libros que hombres sabios y espirituales han
escrito sobre el padre y el hijo...por el contrario, el Espíritu Santo no ha sido estudiado con tan
abundancia y cuidado por los doctos y grandes comentaristas en las divinas escrituras, de tal
suerte que resulta fácil comprender su carácter propio que hace que no podamos llamarle ni hijo ni
padre, sino únicamente Espíritu Santo”. El mismo se propone profundizar y escribir sobre el
Espíritu santo enriqueciendo la pneumatología existente por ejemplo de San Hilario, Cirilo de
Jerusalén, Dídimo, Ambrosio, con su tratado de Espíritu Santo”, San Cirilo de Jerusalén, San
Cirilo de Alejandría, San Efrén llamado “lira del Espíritu Santo”, etc. Agustín escribe: “Espíritu
Santo asístenos tú el lazo del Padre y el Hijo. En tu reposo, tú eres el Padre, en tu posesión el
hijo, uniendo todo en la unidad, eres el Espíritu Santo”. Para Agustín el Espíritu Santo es el
Espíritu del padre y el Espíritu del hijo (Mt 10, 20; Rm 8, 11; Ga 4, 6 y Rm 8, 9). El Espíritu
sería lo que, siendo distinto, es común al padre, su santidad común, su amor, su unidad.
Tampoco san Agustín es capaz de dar el paso eficaz de los esencial a lo nocional, es decir, a lo
personal. Ejemplo Dios es amor. Pero quien es amor, el padre, el hijo?. El Espíritu Santo? La
trinidad?¨ se ha de entender que todas y cada una de las tres divinas personas tiene en su esencia
tiene las perfecciones”. El Espíritu es pues Espíritu y amor de las dos personas. Debe decirse que
procede de ellas.
Frecuentemente Agustín llama al Espíritu “Don de Dios”, referiéndose a la escritura (Hch 2, 37-
38; 8, 18-20; 10, 44-46; 11,15-17; Ef 4,7-8). Ciertamente el Espíritu es dado cuando existen
criaturas capaces de “poseerla” y de gozar de él, pero él procede eternamente como “donable” y,
en este sentido como don. Es una de sus propiedades, uno de sus nombres personales. Cuando
nos es dado, nos une a Dios y entre nosotros por el mismo principio que sella la unidad del amor
y de la paz en Dios mismo.
3. Destino del tema del Espíritu Santo, amor mutuo del Padre y del Hijo:
San Anselmo (1.3033-1109) escribió el Monologion en el nos habla de la procesión del Espíritu
Santo, siguiendo en parte a san Agustín, no trata del Espíritu Santo como amor mutuo del padre y
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del hijo, prolonga la analogía antropológica, no como psicólogo sino como metafísico nato.
Deduce en su obra la existencia de un verbo y de un amor de la perfección que es preciso atribuir
al summus spiritus. Efectivamente que no puede negarse al Espíritu supremo en acto de
inteligencia, por consiguiente de expresarse, es decir: El verbo así expresado es semejanza
perfecta, por consiguiente consubstancial e Hijo. Pero quién se recuerda y se conoce a sí mismo
se ama también necesariamente. De esta manera se establece la existencia de la tercera persona.
Pero el Espíritu supremo, la memoria es el Padre, la inteligencia el Hijo y el amor procede de los
dos, y como de un principio único.
Ricardo de san Víctor, siguiendo a san Anselmo y desembocado directamente en una oración y en
una experiencia personal, dice que tenemos que atribuir lo que colocamos más alto en la visión de
nuestros valores, y esto es el amor, la caritas. Esta noción permite unir las dos afirmaciones que la
fe y la oración nos hacen confesar: tres y sin embargo, uno. Las caritas exige una multiplicidad de
sujetos. Pasa del esencialismo al personalismo. Ricardo de san Víctor elabora una nueva
definición de persona. La caridad perfecta suscita la necesidad de un consortium amoris, de amar
juntos a un tercero y hacer juntos que éste participe de su felicidad. A diferencia de Agustín y de
Anselmo en vez de hablar de inteligencia y voluntad habla o deduce todo del amor.
Tomás de Aquino acepta plenamente la idea del Espíritu Santo lazo de amor entre el Padre y el
hijo. Pero que papel le atribuye en su esfuerzo por dar cuenta intelectual del ministerio de la
Trinidad, inaccesibles a la razón natural y transcendente a toda experiencia o explicación, incluso a
la interior de la fe?
Tomás en el “Compendium Theologiae”, siguiendo a San Agustín nos presenta la imagen de la
trinidad: “podemos considerar tres aspectos en el hombre: el hombre que existe en su naturaleza,
el hombre que existe en su intelecto y el hombre que existe en su amor. Pero estos tres no son sin
embargo, uno porque aquí pensar no en ser, ni amar; y uno sólo de los tres es una realidad
subsistente, el hombre que existe en su propia naturaleza. Pero es Dios ser, conocer y amar una
sola cosa. Por consiguiente, Dios que existe en su intelecto, Dios que existe en su propio ser
natural y Dios que existe en su amor, no hacen sino uno, pero cada uno de los tres es una realidad
subsistente”.
Para Santo Tomás todo lo que es activo es Dios (no la esencia) es de las personas. El
conocimiento y el amor esenciales de si no existen sino hipostasiados en sujetos personales que no
se distinguen sino por la oposición de las relaciones que les constituyen. Pero cuando estas
relaciones se establecen en la sustancia divina, que es existencia absoluta, son ellas mismas
sustancias. Todo el pensamiento tomista (excesivamente filosófico?) está en armonía con el
concepto de procesión. El hijo procede por vía de entendimiento como verbo, y el Espíritu Santo
procede por vía de la voluntad como amor. Pero el amor procede necesariamente del verbo, pues
no amamos cosa alguna sino cuando la hemos concebido en la mente. Por tanto esto mismo
prueba que el Espíritu Santo procede del hijo.
4. San Simeón, nuevo teólogo: una experiencia del espíritu:
Uno de los mayores místicos cristianos. Nacido 949. Nuevo teólogo significa que él ha hecho y
comunicado una experiencia nueva. Es el que es muy espiritual. Su doctrina emana de su
experiencia espiritual que fue extraordinariamente intensa.
En su relato en el que testimonia su conversión ayudado por un buen director espiritual (Simón el
piadoso) Simeón pasa del agua a la luz, del acto de lavarse que representa el esfuerzo ascético, a
la irrupción de la luz que el llama “luz del Espíritu Santo”. Su mística es completamente
Pneumática y Cristológica totalmente.
Las oraciones al Espíritu Santo son infrecuentes en oriente en ese tiempo. Simeón coloca una
frente a sus himnos: “ven, luz verdadera, ven, vida eterna, ven luz sin ocaso...ven, tú que deseaste
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y desea mi vida miserable. Ven tú solo al solo, pues ya ves que me encuentro sólo...ven tú
convertido en tú mismo en mi deseo, que has hecho que te desee a ti, el absoluto inaccesible. Ven
mi soplo y mi vida”. Para Simeón es el principio de toda la vida espiritual.
La encarnación tiene por término y por finalidad la comunicación del Espíritu Santo, lo que
corresponde a la vez a la economía y a la procesión en Dios. El término de la economía responde
a la plenitud de la vida intratrinitaria que nos es otra cosa que nuestra divinización.
Para San Simeón el Espíritu Santo tiene una cierta autonomía no sobre Cristo, sino sobre las
instituciones sacramentales y jerárquicas. Es decir, los sacramentos deberán ir seguidos de un
bautismo en el Espíritu que lo hacen eficaz, fructuoso, verdadero, “sino se es bautizado en el
Espíritu Santo, no se llega ha ser hijo de Dios, no coheredero de Cristo”.
Al igual que no es suficiente el sacramento puro, para san Simeón tampoco lo es la fe pura como
simple creencia, la fe catequística de las fórmulas. Son necesarias las obras que ella requiere y que
la verifican y le dan credibilidad. El se refiere a las obras de la “penitencia” (el bautismo de
lágrimas, que ocupa un lugar tan importante) y la caridad eficaz, al igual que los frutos del Espíritu
como signo de que él nos habita. Para Simeón la posesión del Espíritu y su animación son objeto
de experiencia de manera habitual y normal. Oigamósle textualmente: “si alguien dijera que cada
uno de nosotros, los fieles, recibe y posee el Espíritu sin tener conocimiento y conciencia de ello
blasfema haciendo mentir a Cristo que dice: En el que producirá una fuente de agua brotará para
vida eterna”.
El considera al Espíritu Santo como la llave que nos introduce al hijo de Dios como puerta de
acceso al padre.
El sacramento sin Espíritu es vano; igualmente la dignidad del sacerdote: “En cuanto a guiar a los
otros o enseñarles la voluntad de Dios (o conferir o celebrar los sacramentos) no es más
capaz...hasta que no posea brillando en él, la luz”. Este don es conferido únicamente por el
Espíritu Santo a quien se ha abierto o ha correspondido a su venida por la penitencia y la ascesis,
para reconciliar con la santidad de Dios es necesario ser santo uno mismo; para dar el Espíritu
Santo, es necesario tenerlo uno mismo, la pureza de vida. (Jn 20,22-24 es la gran referencia para
Simeón).
Con la siguiente transcripción quiero dejar en claro la concepción que Simeón tenía de la persona
poseída por el Espíritu y actuando bajo sus misiones en la que radica la dignidad igual, así no sea
reconocido por los hombres o por las autoridades eclesiásticas: “Insistimos tal vez, que alguien
sin la dignidad episcopal supere a los obispos en conocimiento divino y en sabiduría? En caso
afirmativo, repito lo que acabo de decir: Aquel quien ha sido dado el poder de manifestar el
Espíritu por la palabra, en él brilla también el destello de la dignidad episcopal.
En efecto: si alguien aunque no haya sido ordenado obispo por los hombres, ha recibido sin
embargo, de lo alto la gracia de la dignidad apostólica...aquel es...en efecto el obispo ante Dios y
ante la Iglesia de Cristo, que ha manifestado en ella bajo la influencia del Espíritu Santo como
portavoz de Dios, más que aquel otro que ha recibido la ordenación episcopal de manos de
hombres y tiene necesidad aún de ser introducido en los misterios del reino de Dios...para mi es
pues el obispo, Aquel que como consecuencia de una participación abundante del Espíritu Santo,
ha sido purificado...En estas condiciones, se jerarca aquel que posee la conciencia de estos
misterios; es obispo aunque no haya recibido de los hombres la ordenación que hace obispos y
jerarca”.
5. El Espíritu Santo en la plegaria de Occidente, durante la edad Media:
La liturgia celebra el “misterio” en los actos que comunitariamente los fieles profesan su fe en las
palabras y gestos; ella actualiza en el tiempo de los hombres, el don de la gracia que Dios no ha
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aquellos que el Espíritu santifica sobre el fundamento de la fe. Ha visto en María el ejemplo más
preclaro del caminar del cristiano, ya que ella habla después de haber hecho una experiencia
personal por la que el Espíritu santo la iluminó y enseñó. Es necesario experimentar, probar la
acción del espíritu. En ellos cabe la posibilidad de atribuir e identificar el testimonio interior del
Espíritu con la voz de la conciencia o con su razón.
a. George Fox: la sociedad de los amigos o cuáqueros:
Nacido en julio de 1924; se sintió fuertemente impresionado, siendo muy niño, por la seriedad de
las cosas y de la vida interior. Confirmado en la certeza probada de que Dios le amaba e iluminaba
interiormente comenzó una vida errante consagrada completamente a escuchar a Dios y a
comunicar a los hombres un mensaje irradiado por una ardiente llama interior. El mensaje se
centra en esta frase: Existe una luz de Dios de la que toda persona puede hacer una experiencia y
en esto constiste el verdadero cristiano, pues no consiste en el culto exterior. No hay otro
principio de culto no otra regla que el Espíritu Santo, que se revela a luz interior y que bautiza con
un bautizo verdadero. Los cuáqueros están convencidos del carácter sagrado de toda persona,
capas de una relación personal, directa y autónoma con Dios. Ese es el fundamento de su rechazo
de la violencia y de una actividad de asistencia que no conoce fronteras. No distinguen bien los
límites que separan la luz de la conciencia y el Espíritu Santo. Carecen completamente de teología
del Espíritu Santo como tercera persona y del sentido de la Iglesia. El individualismo absoluto de
su inspiración es una limitación terrible para una vida que fue heroica.
b. EL Pietismo:
El pietismo considera indispensable la tarea de vivificar e individualizar la fe del creyente, de
comprometerlo a fondo en el combate cristiano, de estimular su sentido de responsabilidad
personal, de llevarle a una iluminación, la única capaz de convertirlo en verdadero Hijo de Dios y
desposado con Cristo. Los fervorosos visitados así por el Espíritu se reunen en pequeños grupos,
discuten la biblia, se intercambian y se comparten las experiencias íntimas, se consideran como la
levadura de la Iglesia. Estos cenáculos se caracterizan por una intensa fermentación moral y
sentimental unidad a un sentimiento agudo de la observación de si mismos.
Un principio pietista es: El pastor no tiene monopolio ni la totalidad de los carismas, pues el
Espíritu Santo actúa en todo los fieles. En la actualidad el término “Pietismo” tiene
frecuentemente un sentido amplio, tendencia a contentarse con un fervor de corte más bien
sentimental, poco preocupado tanto de la doctrina precisa como del estudio exigente. A veces se
ha hablado de pietismo al referirse al neopentecostalismo o la renovación en el espíritu.
c. El profetismo de los Cevenas:
Eran un grupo heróico de combatientes que defendían su fe y la liebertad de su conciencia, con
manifestaciones espectaculares sospechosas. Sun mensajes inflamados tuvieron un eco muy fuerte
en las cevenas, su levantamiento se inició en un ambiente en que se daba una mezcla de excitación
apocaliptica (aludida a Joel 2, 28-29) y de un realismo guerrero.
El levantamiento se produjo en 1702; no es peciso exagerar el papel que tuvo en todo esto un
profetismo más o menos mal sano, pero se percibe más allá de la exaltación profético bíblica de los
que dirigían la guerra de Dios, escenas en las que es difícil trazar una separación ante la
intervención del Espíritu y una exaltación morbosa: lo profetas frecuentemente muy jóvenes, se
golpeaban la cabeza, rodaban en el suelo, echaban espuma, caían durante algún tiempo como en
estado de catalepsia, eran presa de temblores, de convulsiones, proferían palabras en lenguas
desconocidas o profetizaban la resistencia, el socorro de Dios, eventualmente procedimientos y
comportamientos de lucha sin piedad y matanzas.
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El carácter escatológico del don del Espíritu es afirmado por Pedro en su discurso de Pentecostés
con su cita de Joel (Hch 2, 16ss). Está implícito en el título de prometido, que designa al Espíritu
Santo. Deriva finalmente del lazo existente entre resurrección-glorificación, y acción del Espíritu
según todo poder (Rm 1, 4; 8, 10-11) Así la carta a los Efesios dice: “En El también vosotros,
después de haber oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, en El también de
haber creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, el cual es arras de nuestra
herencia para la redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria (Ef 1,
13-14).
San Serafín de Sarov, decía: “La verdadera finalidad de nuestra vida cristiana es la conquista de
nuestro Espíritu divino, la oración, el ayuno, la limosna, la caridad y las demás buenas obras
realizadas en nombre de Cristo son los medios para adquirir el Espíritu divino”. Es de destacar
que este Santo pone al Espíritu como término, como meta, pero subraya fuertemente el papel de la
ascesis y de la cooperación del hombre.
3. El Don del Espíritu Santo en los tiempos mesiánicos
Su presencia se registra en el AT. , es la manifestación misma de Dios, su dadiva es una bendición
futura que nos rebela la presencia de Jesucristo en medio de los hombres. Es Espíritu Santo como
fuente de Santidad es la revelación del prometido Reino de Dios; por eso el Espíritu comienza a
darse en el pueblo de Israel a ciertos escogidos y sin duda a todo lugar donde existía verdadera
piedad. Tal derramamiento del Espíritu fue predicho por los profetas, al anunciar que el Espíritu
Santo sería derramado sobre el pueblo en una medida sin precedente. “Yavhé purificará el corazón
del pueblo, pondrá su Espíritu dentro de ellos y escribirá su ley dentro en sus corazones” (Ez 36,
25-29).
El rasgo fundamental que distinguió el pueblo de Dios en la Antigua Alianza fue la posesión y
revelación de la Ley de Dios, el rasgo que debe distinguir al pueblo de la Nueva Alianza ha de ser
la posesión de las Leyes divinas el corazón y la morada del Espíritu Santo en él. El Espíritu Santo
se revela en el AT. de tres maneras:
* Es Espíritu Creador y cósmico, por cuyo poder el Universo y todas las criaturas vivientes fueron
creadas.
* El Espíritu Dinámico o dador de poder, con el objeto de formar una sociedad gobernada por
Dios; en otras palabras, el Reino de Dios.
* El Espíritu Regenerador, por el cual la naturaleza humana es cambiada.
a. El Don del Espíritu relacionado con la venida del Mesías
El gran derramamiento del Espíritu Santo culminaría o daría cima en el Mesías Rey, sobre quien el
Espíritu de Dios descansaría en forma permanente como el Espíritu de Sabiduría y entendimiento,
consejo y poder, conocimiento y Santo temor. El sería el profeta perfecto quien proclamaría las
buenas nuevas de liberación, sanidad, consuelo y alegría.
Adentrémonos en la palabras proféticas de Isaías: “Será derramado sobre de nosotros el soplo
venido de lo alto; el desierto se tornará en vegel y el vergel volverá a ser selva. El derecho morará
en el desierto y la justicia en el vergel; la paz será obra de la justicia y fruto del derecho una
seguridad perpetua” (Is 32, 15-17).
Este es el anuncio de los tiempos mesiánicos, presentados como una época privilegiada del “soplo
de Dios”. Por una parte, el Mesías es aquel que el soplo de Dios llenará sin medida, por otra, el
momento de su llegada, será una época de intensa difiusión del soplo divino el cual permanece en
nosotros activo, haciendo del hombre una persona nueva, dinámica, liberada y liberadora. El
Mesías será un hombre lleno del soplo de Dios. Un “vástago nace del tronco de Jesé, un retoño
brota de sus raíces”.
El Mesías que sale de la raíz de Jesé, de una familia debilitada como un árbol que solo tiene raíces,
poseerá después, lo que el soplo de Dios había comunicado a Salomón: sabiduría e inteligencia; lo
que había comunicado a Moisés, a los profeta: ciencia y temor de Yavhé, o sea la plenitud de lo
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que Dios había comunicado a su pueblo. Por esta razón, serán válidos los nombres que se darán al
Mesías, correspondiendo a aquellos nombres que convenía a la sabiduría de Salomón al coraje de
David, a las cualidades religiosas de Moisés y los Patriarcas: “consejero maravilloso, Dios fuerte,
Padre eterno, príncipe de la paz” (Is 9, 5).
El soplo de Dios reposa sobre el Mesías, y este es Jesús el Cristo, resulta interesante hacer
observar en los textos los distintos verbos que indican la comunicación del soplo. Es distinto en
efecto, el soplo que reviste al Profeta (Jc 6, 34) del soplo que cae sobre él como el rayo o como el
viento mistral (Ez 11, 5), del que lo “arrebata” (Ez 3, 12 - 14). del que “reposa” sobre él (Nm 11,
25), o de aquel soplo que simplemente está sobre el Profeta (Is 61, 1-2).
El soplo de Dios principio de la creación será así mismo, en tiempos mesiánicos, por mediación de
Cristo, principio de renovación interior, y su donación se realizará a través del signo del agua, a
los que la reciban los hará aptos para observar la ley divina, un nuevo corazón les será dado (Ez
11, 19-20). “Dios infundirá el Espíritu sobre ellos”. El AT. dice que el Espíritu Santo es sobre
todo, un poder que se apodera de la persona en ocasiones concretas.
b. El Espíritu Santo: tiempos mesiánicos, NT.
Sólo Dios es santo y santifica, por la unidad que existen en la comunidad trinitaria y especialmente
por la fuerza del Espíritu. Dios a través de su Espíritu actúa y está presente en quien realiza o
cumple su volunta en su obra: reyes, profetas, fieles que le sirvan con fidelidad.
El NT comienza por describir como el Espíritu Santo descenderá sobre Jesús y como permaneció
en El (Jn 1, 33; Mt 3, 11; 11, 11; Lc 7, 2; 16, 16).
El Espíritu es una realidad de las profecías que anuncia la realidad proclamada por los profetas, la
verdad del Reino entre nosotros, Reino del aquí y ahora de nuestra economía de la salvación. El
Espíritu que es dado es un don escatológico, manifestación, experiencia del mundo venidero. Es
innegable que por el don del Espíritu, el pueblo exista en la situación de cuerpo y del templo del
Espíritu. Fuimos bautizados en un sólo Espíritu para formar un sólo cuerpo (1Co 12, 13). Nos
hallamos ante una novedad radical.
La presencia del Espíritu en los tiempos mesiánicos hace transformar un culto de ídolos, de
imágenes, hechicería, etc. y nos hace experimenta la hora de la adoración en espíritu y en verdad
(Jn 4, 23).
Al leer la Carta a los Hebreos, encontramos que ahora se nos da lo que la ley era incapaz de
procurar, el acceso al verdadero Santo de los Santos. El Espíritu nos abraza del mismo modo que
nos abrazó Cristo en la Cruz. El Espíritu nos revela al Hijo y la creación de un hombre nuevo por
el fuego del amor en el Espíritu. El Espíritu Santo hace del Hombre, presencia nueva por
Jesucristo; por ello San Pablo atinadamente, relaciona con la Pascua la creación de un hombre
nuevo (2Co 5, 17).
La existencia del Espíritu afirma de que la Pascua-glorificación, inauguró un régimen en la
comunicación del Espíritu a los hombres. Espíritu dado no sólo a uno pocos como en el AT., sino
a todos sin distinción de raza, lengua, pueblo o nación.
El Espíritu ha existido desde siempre, pero en el NT. actúa de manera especial, aporta una
revelación y por consiguiente la posibilidad de un conocimiento y de una conciencia de lo que
comparta la gracia. Teniendo necesidad de una nueva actualización ligada a las misiones históricas
del Hijo del Espíritu, para obtener los efectos plenos de la gracia. Gracia como irrupción del amor
de Dios en el mundo a través de un hecho trascendente que afecta totalmente la vida del hombre y
la orienta sobre una misma base. Es la presencia de Jesucristo lo que supone la fe, al mismo
tiempo que es causa de una vida personal en el Espíritu, lleva en sí un carácter carismático y
escatológico. Nuestra intención esencial es la de reconocer los momentos decisivos de la
economía salvífica.
Dios mismo dado por sus dones y alcanzado por ellos, hace que en adelante se encuentren en
plenitud, sin alcanzar sin embargo la consumación escatológica. Entonces una nueva
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comunicación del Espíritu, llevará a su fructificación definitiva una gracia, un don, una habitación
que pertenecen a nuestra situación en los tiempos mesiánicos vividos hoy por nosotros.
c. El Espíritu es promesa de la Nueva Alianza
Esta interiorización, esta compenetración del Espíritu de Dios y del Espíritu del hombre no será
sólo la herencia de un enviado excepcional. La función del Espíritu será renovación de todos; es
el todo el “resto de Israel”, el que conocerá esta renovación espiritual. El reino de la justicia y de
la paz será universal, porque en todas partes, en todo, reinará el Espíritu del Señor (Is. 61, 1). El
Espíritu es Espíritu de justicia y de misericordia porque introduce al hombre en lo más profundo
de las exigencia de la voluntad de Dios. El es en primer lugar sentido de Dios, participación de su
propia sabiduría: “seréis conducidos por mi causa ante los gobernadores y reyes, para dar
testimonio ante ellos y los gentiles... Pues no sois vosotros los que habláis, es el Espíritu de
vuestro Padre el que habla en vosotros” (Mt 10, 18).
Hemos de concluir esta parte con las palabras del comentario de San Cirilo de Alejandría: “Somos
todos una sola cosa con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, una sola cosa por la identidad de
condición, por la asimilación que obre el amor; por la comunión de la carne sagrada de Cristo y
por la participación de un único y santo Espíritu”.
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CONCLUSIÓN
Para concluir este tratado pneumatológico, es importante detenernos un poco sobre los siguientes
apartados: La funciones del Espíritu Santo y la importancia del Espíritu en nuestra vida cristiana.
Es cierto que hemos sido “sellados, ungidos” con el don del mismo Espíritu, pero también es
cierto que nos ha sido dado como “prenda” ,como “primicia” (2Co 2, 22) de un movimiento hacia
el Padre, que nos suprime la lucha. “Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto”. Y no sólo ella, también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en nuestro interior, anhelando la redención de nuestro cuerpo. Porque
“nuestra salvación es objeto de esperanza, y una esperanza que se ve, no es esperanza” (Rm 8, 22-
24).
d. Función Transformadora: El Espíritu es así, una fuerza que transforma internamente nuestra
vida, pero también una fuerza que tiende a una transformación externa de la vida. Es luz y fuerza
para el combate interno. Es algo evidente en Pentecostés, donde los apóstoles se lanzan
valientemente a dar testimonio. “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo...y seréis mis testigos en
Jerusalén, en Judea y en Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). Pero debe ser algo
constante en la vida del cristiano: “el Espíritu mismo se une a nuestro Espíritu para dar
testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8, 16). En realidad, no somos tanto nosotros los que
damos testimonios del Espíritu, sino el Espíritu el da testimonio por nosotros.
Y este testimonio a de consistir fundamentalmente en el amor, en la radical disposición para
escuchar obedientemente al Espíritu que habita en nosotros, en la libertad propia de los hijos de
Dios, en la abolición de discriminaciones religiosas, sociales y culturales, porque “ya no hay
distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en
Cristo Jesús” (Ga 3, 28).
Sólo en esta fuerza que transforma realmente la vida y sus condiciones externas, es posible
comprender el entusiasmo del testimonio de las primeras comunidades cristianas. Para ellos era
evidente que la experiencia del Espíritu Santo iba ligada a una redoblada atención a la vida
cotidiana.
e. Función Eclesiológica: Pablo no olvida que el Espíritu que poseemos es el Espíritu de Cristo
y de la Iglesia o, si se quiere, el Espíritu que edifica el cuerpo de la Iglesia a través de la
santificación de sus miembros (1Co 12).
Por eso, es preciso añadir que se nos ha dado el Espíritu también para la edificación de la Iglesia.
Así, los carismas, signos vivenciales y externos de la presencia del espíritu, tienen para los
apóstoles una función eminentemente social o eclesial. Su diversidad no puede matar la unidad,
porque el Señor es siempre el mismo (1Co 8, 11). Bien se trate de apóstoles, profetas, maestros,
o bien se posea el don de lenguas o el poder de milagros (1Co 12, 28; 12, 8ss). Todos estos dones
o ministerios están destinados a dar testimonios del evangelio (1Tes 1, 5ss; 1Co 1, 5s), a crear la
unidad de la Iglesia en la caridad (1Co 12, 13; 2Co 6, 6; Ef 4, 3-4), a la edificación del cuerpo de
Cristo. “Pues a cada uno se les otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1Co
12, 7).
Digamos para concluir, con G. Martelet, que el Espíritu no sólo es un don de Cristo, sino también
un don que nos lleva a Cristo, un don que nos da a Cristo y nos hace entrar en él. Existe una
reciprocidad entre Cristo y el Espíritu: el Cristo que nos da el Espíritu, nos lo da para que
nosotros podamos recibir verdaderamente a Cristo; el Espíritu que procede de Cristo nos conduce
a él indefectiblemente...para definir de una manera válida la identidad del Espíritu Santo es preciso
tener en cuenta la economía de la encarnación y de la Iglesia, donde el Espíritu de Dios aparece
engendrando a Cristo en si mismo y en nosotros...Si se quiere decir quién es el Espíritu Santo, es
preciso, pues, mirar a Jesucristo y reconocer que el Espíritu es el incorporador del Hijo en sí
mismo y en nosotros. Más aún, el Espíritu es aquel que nos da sentido que la voluntad del Padre y
el deseo del Hijo no serían nada sin la obra del Espíritu, que es quien pone todo en acción para
que “el misterio escondido desde siglos en Dios, creador de todas las cosas” (Ef 3, 9), encuentra
en la historia las vías y los medios de realización paradójica en Cristo y en nosotros.
a. Dios envió el Espíritu Santo a nuestros corazones: El Padre nos ha dado por Cristo su
Espíritu Santo para que obre maravillas en nosotros. No es un adorno como algunos imaginan.
La falla de una doctrina sólida puede llevar a algunos a poner énfasis exagerado en aspectos
menos importantes de la acción santificadora del Espíritu santo, o a creer que su obre se limita a
unos cuantos aspectos que aparentemente tienen gran importancia, por parecer extraordinarios y
llamativos.
Nuestra atención debe fijarse primero en la persona divina del Espíritu Santo y luego en la
prodigiosa y multiforme acción que El realiza en toda la Iglesia y en cada uno de sus miembros.
Algunos se preocupan exclusivamente por sus dones y carismas. Esta visión no es exacta; primero
hemos de adorar la persona divina, después debemos apreciar sus funciones y luego agradecer sus
regalos. Este es el orden lógico, pero no siempre se tiene en cuenta.
La primera función que cita el Concilio cuando habla del Espíritu Santo es la santificadora:
“Consumada la obra que el Padre encomendó realizar a su Hijo sobre la tierra, fue enviado el
Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar la Iglesia”. La misión del Espíritu es un don
del Padre y del Hijo que nunca sabremos admirar ni agradecer como es debido, pero que puede
quedar sin mayor eficacia en nuestras vidas por falta de docilidad al Espíritu y de generosidad en
nuestra entrega. Dios en su infinita bondad nos predestinó “ desde la eternidad para ser conforme
a la imagen de su Hijo” (Rm 8, 20) y “quiso que nos llamáramos y fuésemos sus Hijo (1Jn 3, 1),
por eso, nos llamó a la Santidad. Esta vocación universal a la santidad es recordada e inculcada
por el Concilio: “ La Iglesia es Santa, pues Cristo la amó como a su esposa, entregándose a sí
mismo por ella para santificarla, la unión a sí como su propio cuerpo y la enriqueció con los dones
del Espíritu para gloria de Dios” (LG. cap. V).
Cuando Jesús habló del Espíritu Santo a los Apóstoles les dijo: “Yo rogaré al Padre y os dará otro
abogado que estará con vosotros para siempre” (Jn 14, 16).
El Concilio dice: “El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un
Templo” (LG. 4). Y San Pablo había empleado esta figura del Templo en su carta a los Corintios:
“no sabéis que sois Templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?” (1Co 3, 16)
Al saber que el Espíritu Santo actúa eficazmente y sin cansancio en quienes le abren la puerta de
su corazón y se entregan dócilmente a su acción amorosa, debemos preguntarnos por qué su
presencia en nuestras vidas no ha sido más fructuosa , y ver lo que debemos hacer para que lo sea
en adelante. No podemos limitarnos a decir: “Ven Espíritu Santo, ven Espíritu creador”.
Debemos ser fervorosos en el Espíritu y entregar nuestras vidas sin reserva a quien nos ama y por
amor vive en nosotros.
Pero esta presencia del Espíritu nos es como decíamos antes, algo decorativo; sino que El viene a
nosotros a obrar porque es “dador de vida” y es amor. Más esa actuación está condicionada a
nuestra aceptación y libre colaboración. Comprenderemos así muy bien por qué en tantos
cristianos no aparecen los efectos y frutos de esta permanencia divina en medio de ellos.
El Espíritu Santo, es un “gran caballero”, no toma por asalto los corazones ni los obliga a que se
comporten de determinada manera. Nos invita constantemente, y si nos entregamos a su acción
amorosa y santificadora hará maravillas en nosotros.
Nos damos cuenta como Cristo habita en la inteligencia de muchos cristianos, pero esta diferencia
es vital. Mientras no llegue al corazón, es decir, mientras no se sienta experiencia de su amor y no
sintamos como los discípulos de Emaús que “su corazones ardían cuando hablaban en el camino y
escuchaban la explicación de las Escrituras” (cfr. Lc 24, 32), Cristo no pasará de ser para nosotros
un gran personaje, pero en realidad lejano y sin la verdadera importancia en nuestras vidas.
Para que el Señor pueda penetrar en nuestro corazón y apoderarse de él, es necesario que esté
libre, limpio y dócil a su actuación. Si está ocupado por una criatura no podrá ser llenado del
Espíritu. Si está sucio tampoco servirá para morada del Señor. Aquí esta la explicación del por
qué muchos desean que Cristo habite por la fe en sus corazones y no lo consiguen. Necesitamos
pedir con humildad para que el Señor nos de un corazón limpio y que el divino Espíritu cambie
nuestro corazón de piedra en un corazón de carne (cf. Ez 36, 36). Un corazón petrificado,
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enorgullecido, esclavo, se hace muy resistente a la acción del Espíritu Santo. No es realmente un
Templo donde habita Dios, como diría el Apóstol. Un corazón de Carne, limpio de toda maldad,
abierto a la acción del Espíritu es un corazón (persona) dispuesto a ser portador de su gracia
divina.
Hoy más que nunca debemos invocar la acción del Espíritu para todos y cada uno de nuestros
corazones, para que ese Espíritu de amor transforme nuestro corazón endurecido y petrificado por
un corazón que realmente sienta, por un corazón de carne que se deje guiar y conducir por el
Espíritu. El corazón se abre por dentro, no por fuera. Es la persona quien se encarga de abrir sus
puestas para que el Espíritu penetre, invada y cumpla en él una misión santificadora. El Espíritu
Santo cuenta con la respuesta del hombre, no lo obliga sino que le deja en libertad.
Dios ha enviado al Espíritu Santo a nuestros corazones para que nos santifique y nos transforme
en criaturas nuevas, para que nos de nueva vida, para que nos fortalezca en este peregrinar por la
tierra y nos conduzca nuevamente a la casa del Padre donde tendremos con El una nueva morada.
Dios que es amor, quiere manifestarnos que el Espíritu Santo que ha enviado a nuestros corazones
y que nos hace pronunciar el nombre de Padre. Ya somos Hijos de Dios y si somos Hijos también
somos herederos de sus promesas.
b. La vida en el Espíritu y según el Espíritu: Conviene tener presente que vida espiritual,
significa una vida en el Espíritu y según el Espíritu, por consiguiente vamos a ver algunos aspectos
de la vida cristiana. Congar sintetiza esta forma de vida en dos aspectos:
1. El Espíritu realiza, personaliza e interioriza la vida en Cristo: Ser cristiano es estar en
Cristo, hacer de Cristo el principio de la vida, llevar una vida guiada por él. San Pablo utiliza los
términos de “Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo”. Pablo se regocija, se entristece, es
fuerte, exhorta en Cristo o en el Señor; pero expresa esa misma idea utilizando varias expresiones,
en particular los verbos que él ha creado: “asociado en Cristo en el sufrimiento, en su muerte, en la
resurrección y en la gloria”, o expresa la misma idea por medio de genitivos: “tener la caridad de
Cristo, la paciencia de Cristo y ser prisioneros de Cristo”.
El mismo Espíritu que hizo fecunda a María es el que fecunda a la Iglesia; desde el punto de vista
espiritual que nos da el Espíritu de Jesús, como principio de identidad cristiana, hasta la
consumación escatológica. Que esta semilla de Dios sea también la palabra recibida por la fe, pone
de manifiesto una vez, hasta que punto está unidos los dos.
El Espíritu Paráclito no se casa de repetir que el Espíritu revela al Hijo como éste revela al Padre.
La confesión de la verdad sobre Cristo, es a su vez, el criterio de autenticidad de la acción del
Espíritu (1Co 12, 3). El Espíritu de Dios, el único que sabe lo que hay en Dios es el que nos
puede llevar a la verdad teocéntrica de Cristo en toda la profundidad. El Espíritu está presente en
el Hijo desde siempre; es también su testigo privilegiado e insustituible; El es quien escudriña las
profundidades de Dios y puede hablarnos de la identidad radical de Cristo.
San Pablo nos dirá: Que no hemos recibido el Espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de
Dios, para que conozcamos las gracias que Dios nos ha concedido. Este es también nuestro
lenguaje, que no consiste en palabras enseñadas por sabiduría humana, sino en palabras enseñadas
por el Espíritu, expresando las cosas del Espíritu con lenguaje espiritual. El hombre puramente
humano no capta las cosas del Espíritu (1Co 2, 12-14). La vida en Cristo bajo la acción del
Espíritu Santo es una vida filial. Cristo es el centro e incluso la cima, pero no es el término. “Hijo
del Hombre”, tipo del hombre, va más allá y conduce más allá de sí mismo. Está volcado al Padre
y para El. De lo contrario no nos llevaría a superar al hombre. El Espíritu nos lleva al Hijo y éste
al Padre”, decía los autores clásicos. Hemos visto que nuestra filiación se fundamenta en Jesús.
El Plan de Dios es ir del uno al otro pasando por muchos: “nadie ha subido al cielo, sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13). Sólo por El llegamos al Padre, por ello, Dios ha
constituido en Jesús una realidad única de relación filial perfecta con El y nos llama a la comunión
con su Hijo para que éste sea el primogénito de una multitud de hermanos en una historia
coextensiva a la nuestra, hasta que se someterá el mismo hijo al que los sometió todo: “para que
sea todo en todos” (1Cor 15, 28).
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Nuestra vida filial será nuestra obediencia, nuestra búsqueda de la conformidad amante y fiel a la
voluntad de Dios, sin dimitir de nuestra inteligencia ni de nuestra dignidad de hombres. Esta
voluntad de Dios se encarna, entre otros campos, en el de nuestro deber de estado. Este es el
común denominador de Pablo. Pero la cima de nuestra filiación consiste en unirnos a Jesús en su
oración: “Te bendigo Padre” (Lc 10, 21), bajo la acción del Espíritu Santo. “Padre en tus manos
encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). El Espíritu Santo hace que pronunciemos el nombre del
Padre, incluso la articula en nosotros (cf. Ga 4, 6).
2. Hoy en la consumación final el “ya pero todavía no”: “¡Ved que gran amor nos ha dado el
Padre: que seamos llamados Hijos de Dios y lo somos! Ahora somos Hijos de Dios y todavía no
se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a El”
(1Jn 3, 1-2).
Lo que caracteriza esa tensión del Reino y de la vida eterna es el “ya pero todavía no”; Pablo habla
en el plano del todavía no, San Juan en el Ya. Pra Pablo nuestra cualidad de Hijos por adopción,
es la promesa y seguridad de heredar los bienes de Dios. Para Juan obtendremos la vida eterna si
creemos en Aquel que Dios ha envida.
En la perspectiva bíblica, la verdad de una cosa es un término, aquello a lo que ella está destinada,
“poseyendo las primicias del Espíritu, suspiramos dentro de nosotros mismos esperando ser
tratados y verdaderamente como Hijos y que nuestro cuerpo será rescatado” (Rm 8, 23). Seremos
resucitados para vivir con Cristo, de igual manera que Cristo vive para Dios. En nosotros esta
vida ha comenzado y es todavía objeto de esperanza; jamás nos cansaremos de releer un texto de
tal plenitud: “Gemimos”. No se trata de una queja o un lamento, es desear ardientemente que
venga el Reino de Dios. Escatológicamente reinaremos con El: “Si padecemos con El,
resucitaremos con El (1Tm 2, 12).
Leonardo Boff, trata de manera clara y profunda la vida según la carne y según el Espíritu, en su
libro “vivir en el Espíritu y según el Espíritu”, consideremos brevemente estos dos modos de
organizar la vida:
La existencia de la Carne: El ser humano presenta una dimensión vuelta hacia el mundo y
participa del destino del mundo. Todo en el mundo de la naturaleza y de la historia se revela como
mortal, caduco y pasajero. Existe la debilidad, las necesidades de todo orden, que no satisfechas
causan sufrimiento y opresión.
La Escritura llama a esta situación existencial vivir en la carne. El hombre en las dimensiones del
mundo mortal es el hombre de la carne. No trata de una parte del hombre, su cuerpo, su carne,
contrapuesta al espíritu. Se trata del hombre entero, sometido al nacimiento, crecimiento,
enfermedad y a la misma muerte. Cuando se dice que el Verbo se hizo carne y puso su morada
entre nosotros (Jn 1, 14) significa: “El Verbo se hizo criatura débil, expuesta a las influencias del
mundo, vulnerable y mortal”.
Cuando se dice que el hombre es criatura, se afirma que el hombre no es Dios, no es realidad
absoluta ni independiente. Par dilucidar su existencia tiene que apelar a otra realidad más
originaria y primera, el Creador. La criatura, es la que viene del Creador y fue creada para el
Creador. Decir criatura es expresar dependencia, y por lo mismo, limitación. La criatura fue
hecha mortal; la muerte no le fue impuesta como castigo; la estructura de la vida es mortal porque
es vida desgastándose, día a día va muriendo lentamente hasta acabar de morir. La muerte es
natural.
La Existencia en el Espíritu: El ser humano enraizado en el mundo no se pierde en el mundo, es
el único ser de la creación capaz de traspasar los límites que vive.
El hombre es espiritual, porque es hijo de Dios; como carne el hombre participa con los demás
seres del mundo, es criatura con ellos y como ellos. Como espiritual es el único, solamente él es
hijo de Dios por una relación más radical que la establecida por la creación; hijo no es una simple
fatalidad, ni define el nexo causal entre padre e hijo. Hijo implica además una dimensión personal
y libre, por cuanto implica una relación de conocimiento.
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Como hijo de Dios, el hombre es imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26); participa de la
naturaleza de Dios, como el hijo participa de la naturaleza del padre. Por eso, en cuanto espiritual
el hombre es sagrado e inviolable; como espíritu el hombre es inmortal y destinado a la plenitud de
vida. El hijo recibió como herencia de Dios el mundo para ejercer en él su libertad y ayudar a
construirlo como Reino de Dios.
El hombre tiene dos opciones en la vida: o vivir según el Espíritu o según la carne, es libre para
elegir. Estas dos situaciones que caracterizan al hombre, son desafíos que exigen una definición y
una opción fundamental. El hombre puede vivir un proyecto de vida según la carne y sus
imperativos. Organiza su vida conforme a las normas de un mundo débil, caduco, mortal. Se
cierra sobre sí mismo, goza egoístamente de los bienes terrenos, se deja llevar por las pasiones; no
tiene esperanza, todo se reduce a construir este mundo lo mejor posible.
En otras palabras, la vida según la carne conduce a una existencia inauténtica y pretendidamente
feliz. Por esto, la Escritura entiende como sinónimo andar según la carne y vivir en el pecado.
Carne es la debilidad moral, la infidelidad en al obediencia a Dios.
Existe otra opción fundamental para la existencia humana: “vivir según el Espíritu”; el que así vive
no está libre del peso de la vida, de las tribulaciones, de las enfermedades, de las angustias y de la
sujeción al imperio de la muerte. El que vive según el Espíritu asume sin lamentos esta condición
humana, acoge la mortalidad y la pequeñez como venidas de Dios, pero no organiza la vida en
función de la carne.
El hombre espiritual ve este mundo con los ojos de la eternidad, ve que la vida sobrepasa más allá
de la muerte y la condición presente como ordenada a la condición celeste todavía por venir.
Esta vida no es todo, el mundo es un puente para el Reino, por eso, no constituye en absoluto,
subsistente en sí mismo. Pero el Reino y la vida celestes se alcanzan mediante la vida honesta en
este mundo.
Vivir según el Espíritu es vivir filialmente frente a Dios en la devota obediencia de su voluntad;
quien vive según el Espíritu vivirá siempre aunque pase por la muerte, porque participa de la
fuente de la vida que es Dios. A la luz de esta comprensión, Jesús podía decir: “El Espíritu es
quien da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6, 33) y Pablo repetía: “las tendencias de la carne
son la muerte, las del Espíritu son la vida y la paz” (Rm 8, 6).
Está claro que vivir según la carne, es vivir centrado sobre sí mismo; alguien puede ser religioso y
enmarcar la religión en los intereses de la carne. Al orar no busca a Dios, sino que se busca a sí
mismo utilizando a Dios como consuelo y para el éxito de sus intereses.
Está igualmente claro que vivir espiritualmente significa también asumir las dimensiones materiales
de la vida, del trabajo, de la transformación del mundo, las forma de ordenamiento social y
económico, vistas a partir de la instancia divina y dignidad hacia el Reino de Dios. Vivir
espiritualmente es vivir la totalidad de la vida en cuanto se esclarece y define en su sentido último,
no a partir de ella misma, sino a partir del misterio de Dios y de su revelación plena en Jesucristo.
Cada ser humano es penetrado y atravesado por estas dos maneras de ser; su vida es la arena
donde se traban las luchas por la opción fundamental orientada por la carne o por el Espíritu.
Ninguna logra derrotar totalmente a la otra; la opción por el Espíritu redime al ser humano pero la
carne hace notar permanentemente su presencia; la opción por la carne no logra ahogar las
interpretaciones de la conciencia y las invitaciones precedentes de Dios.
El hombre carnal se apodera del mundo, lo destroza y desala en él virulencia de su agresión, hace
del mundo su propio Dios. Sólo el hombre espiritual puede asumir al mundo como un ser libre y
responsable, porque sabe la tarea recibida de Dios y porque comprende que no solamente el
mundo pertenece al hombre, sino que también el hombre pertenece al mundo.
En conformidad con esto, la causalidad recíproca del Hijo y del Espíritu nos parece algo
perfectamente lógico. Es normal el afirmar que Jesús es la expresión más plena, el fruto más
perfecto que ha surgido en ese campo de actuación de Dios que es el Espíritu. Por tanto, si
queremos conocer de lo que es capaz el poder de Dios, tenemos que acudir a su expresión más
plena y más perfecta: Jesucristo. Pero también, es normal, por otro lado, el suponer que
Jesucristo ha convertido en accesible para el hombre el campo de presencia y fuerza de Dios que
es el Espíritu. En este sentido, recibir el Espíritu, la herencia de Jesús, equivale a incorporarse a
Jesucristo, identificarse con su persona, ponerse al alcance de su influjo.
d. Perspectiva Eclesiológica: La Iglesia, mediación para el don del Espíritu de Cristo; Jesús que
posee el Espíritu de Dios en plenitud, lo promete también en una generosa difusión y se encuentra
en perfecta condiciones para hacerlo. Para nosotros los creyentes, el Espíritu que se ha
concretado a través del seguimiento de Jesús se comunica y se expresa de una forma preferente,
decisiva y clara en el grupo de los que están en comunión con Jesús, la Iglesia.
Pentecostés, que siempre debe entenderse dentro del misterio Pascual de Cristo, constituye el
momento más significativo del cumplimiento de la promesa. Es la manifestación visible de que
Cristo continúa presente por su espíritu, que ha sido infundido generosamente en la comunidad
apostólica para hacerse en ella la prolongación histórica de Cristo. Pentecostés es un punto de
llegada y un punto de partida, es el momento más importante de la constitución de la Iglesia y el
principio del cumplimiento de su misión.
Es totalmente cierto que, desde Cristo, la Iglesia es el grupo de personas que se esfuerzan en
seguirle y que se pueden presentar como su cuerpo, su extensión entre los hombres. Esta posición
es indudablemente positiva, se corre el riesgo de hacer de Cristo el único sujeto de valor, el centro
en que convergen y se esfuman de algún modo todos los creyentes. Por eso, es necesario
completar la perspectiva y afirmar que la Iglesia es el conjunto de personas que, siendo individual
y colectivamente distintas, de Jesús han recibido su Espíritu y continúan, por tanto, dentro de su
mismo campo de cercanía de Dios (exigencia de amor, fidelidad hasta la muerte y esperanza
Pascual).
Esta segunda definición de la Iglesia nos parece más ajustada a la realidad, aún cuando sea hijo de
Dios y constituya el centro (punto de partida y de convergencia) de la nueva comunidad, Cristo es
un hombre concreto y nosotros no podemos identificarnos con su persona. sin embargo, es
perfectamente lógico que podemos y debemos recibir el Espíritu, que trasmite a los que han
aceptado su palabra, se esfuerzan en seguir su ejemplo y se mantienen a la espera de su Reino
(parusía). Tal es precisamente el cometido externo de su Pascua.
La Pascua significa para Jesús su glorificación personal y el encuentro con el Padre. Para
nosotros no es otra cosa que la recepción del don de su Espíritu. Ese campo de fidelidad, de
encuentro, de exigencia y de promesa que constituye la relación entre Jesús y el Padre se ha
ampliado por la Pascua y se convierte en el ámbito germinal de la existencia de los hombres; tal es
el misterio, que ha venido a reflejarse en nuestra Iglesia. Por eso, conocer al Espíritu implica
conocer la fuerza, la urgencia y la esperanza que animan a la Iglesia.
e. Perspectiva Soteriológica: La Gracia, el don creado del don increado; la experiencia del
Espíritu se concreta en aquella dimensión de la existencia cristiana que llamamos “Gracia”. La
gracia es el don de Dios en que se asienta la vida de los hombres, el ámbito de vida que les hace
ser distintos y les posibilita la victoria sobre el pecado del mundo; pues bien, la gracia es el fondo
del mismo Espíritu Santo, Dios en nosotros, o si se prefiere, la nueva situación en que nos coloca
la presencia de Dios por su Espíritu con vistas a un nuevo modo de ser y de actuar, el nuevo
estado de nuestras relaciones con Dios y con los demás.
El Espíritu Santo, es la gracia original que, ofrecía desde Cristo a todos los hombres, se identifica
con el mismo amor de Dios que se difunde en nuestras vidas. Con esto planteamos el problema de
la identidad del Espíritu, que perteneciendo al misterio de Dios se presenta a la vez como elemento
de la vida de los hombres, su hondura personal y definitiva.
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Es Espíritu es, por tanto, realidad dual: por una parte, es Dios como don y campo de la realización
en la profundidad de nuestras vidas y, por otra partes, es la misma hondura de la vida del hombre.
Esta dualidad se entiende solo a partir de la categoría de encuentro. El Espíritu es la unión del
amor de Dios y de Jesús, y es a la vez, el don divino en que se asienta la hondura más profunda de
los hombres, la tierra nutricia desde la que se puede crecer lozana la identidad humana. Por eso
podemos asegurar que hay Espíritu de Dios (y de Jesús, que ya es lo mismo) allí donde se
despliega un amor transformante en el respeto, en el perdón, en la reconciliación, en la liberación
de los perdidos; hay Espíritu de Dios allí donde se vive el gesto de fidelidad de Jesús muriendo por
el amor y la verdad; y donde se hace presente este Espíritu de Dios, allí se ha penetrado hasta la
profundidad máxima del hombre y se está gestando la transformación del cosmos.
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CAPITULO II
EL ESPIRITU SANTO EN LA DIVINA TRINIDAD
INTRODUCCION
La dependencia de la vida sobrenatural del Espíritu Santo, es un principio fundamental del
cristianismo. Esta orientación que de él se deriva es el punto de partida de todo progreso
espíritual, de la ascención dinámica desde la común y simple vida crsitiana, hasta las formas
elevadas y sublimes de la santidad. El Espíritu vivificante es la referencia en donde está contenida
de una manera especial la teología de la gracia.
De donde resutal que sin un adecuado conocimiento y culto al divino Espíritu, el germaen de la
vida cristiana, sobrenaturalmete infundido por El en el Bautismo, se encuentra como paralizado o
contrariado en su ulterior desenvolvimiento. El alma sugre, vegeta, se debilita y muy difícilmente
podrá llegar jamás a la virilidad cristiana.
Es mundo de gracia, este verdadero y único consorcio del alma con Dios, con todos sus elementos
divinos, con sus sagrados deberes, con su incomparable magnificencia, con su realidad eterna, con
sus luchas, con sus alegrías, sus alternativas y su fin, este mundo superiro, para elc ual ha sido
creado el hombre y con el que debe vivir, moverse y habitar, no tendría ningún sentido sin la
presencia dinamizadora del Espíritu Santo que todo lo vivifica, lo transforma, lo cubre y lo
engrandece. De ahí que el hombre apoyado con la luz del Espíritu encuentra su razón en una
fuerza que le significa su existencia.
La doctrina católica nos enseña como dogma principal y fundamental entre todos, que exsite un
solo Dios en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Consta de manera explícita en
la divina revelación y ha sido propuesto infaliblemente por la Iglesia en el símbolo de la fe.
San Atanasio nos dice: “Es pues el Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que
procede del Padre y del Hijo, no por vía de generación como el Hijo, sino en virtud de una
corriente mutua e inefable de amor entre el Padre y el Hijo.
El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por una sublime aspiración de amor. Pertenece a la
esencia infinita de un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; ese es el misteiro de
la Santísima Trinidad. La fe aprecia en Dios la unidad de naturalezas y la dsitinción de personas.
El Padre, conociéndose a sí mismo, enuncia, expresa ese conocimiento en una Palabra infinita: el
Verbo, con acto simple y eterno. Y el Hijo que engendra el Padre, es semejante e igual a El
mismo, porque el Padre le comunica su naturaleza, su vida y sus perfecciones. El Padre y el Hijo
se atraen un al otro con amor mutuo y único. Es el Padre perfección y hermosura; es el Hijo
imagen perfecta del Padre. Por eso se dan el uno al otro y ese amor mutuo, que deriva del Padre y
del Hijo como de su fuente única, es en Dios un amor subsistente, una persona distinta de las otras
dos, que se llama Espíritu Santo.
2.1 Etapas y formas de una Teología del Espíritu Santo
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Podemos distinguir tres grandes momentos: Ante de la crisis Arriana, frente al Arrianismo y
construcciones sistemáticas.
2.1.1 Antes de la crisis Arriana
En este tiempo de los Apologiístas, utilizan los datos filosóficos y hablan más bien del Logos que
del Espíritu (sabiduría) están eternamente en Dios antes de que este les proyectase en la creación y
en el tiempo para manifestarse.
El Espíritu ha hablado en los profetas y se une al alma de los que viven en la justicia. San Ireneo,
Tertuliano y Orígenes, en general coinciden en la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del
Hijo. Aunque en Tertuliano hay que entenderlo muy de fuente, río, mar, raíz, rama y fruto.
2.1.2 Frente al Arrianismo
Arrio (+318), sacerdote encargado la Iglesia de Baukali en alejandría, comenzó a predicar una
doctrina que negaba la divinidad de Cristo, solo el Padre era Dios el Hijo una creatura. Ante esta
herejía, San Atanasio y el Concilio de Nicea, afirmarán: El Padre crea todas las cosas por el Verbo
en el Espíritu, ya que allí donde esta el Verbo allí también esta el Espíritu, y las cosas creadas por
mediación del Verbo reciben del Espíritu por el Verbo la fuerza del Ser.
Dídimo el ciego, continúa la posición de San Atanasio. Igualmente San Ambrosio y San
Gerónimo. El Espíritu es de Dios y ha sido derramado sobre nosotros, cuando Cristo dijo:
“Recibid el Espíritu Santo”. San Epifanio se apoya en el texto de Jn 15, 26: “El espíritu que esta
junto al Padre os lo enviaré a vosotros”.
En el Concilio de Costantinopla, los Padre capadocios nos dicen: “Ante la herejía de Aecio y
Eunomio, que sostenían que el Hijo y el Espíritu no eran de la misma sustancia que el Padre, sino
que el Espíritu era creatura del Hijo como éste era criatura del Padre. Macedonio y Eustacio de
Sabaste (361), sitúan el Espíritu Santo entre Dios y las criaturas. Contra estos los Padres
Capadocios y especialmente en el concilio de Cosstantinopla, afirman la procedencia y divinidad
del Espíritu Santo, su divinidad igual al Padre y al Hijo. San Gregorio Nacianseno pone de
manifiesto que el Espíritu Santo tiene todas las cualidades y realiza todas las acciones de Dios.
Los padre Capadocios manifiestan claramente la consubstancialidad de las Tres Divinas personas.
El concilio de Calcedonia confirma, al anterior en cuanto al Espíritu Santo, que es igual y que
merece la misma adoración y gloria que el Padre y el Hijo que hablando por los profetas y hacen a
la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. Cirilo y San Juan Damasceno hablan de la teología
trinitaria como una Monarquía, pero sin desconocer la divinidad que las tres personas y de la
consubstancialidad.
2.1.3 Los padres Occidentales
San Agsutín: contra las herejías arrianas, eunomio, parte de las Sagradas Ecrituras como su fuente
y expresa la unidad trinitaria y la diversidad de Personas. Se fundamenta en los términos absolutos
aplicados al Padres igual al Hijo y al Espíritu Santo bueno, omnipotente.
Considera las misiones visibles y las invisibles del Verbo y del Espíritu, las misiones revelan una
persona divina en su origen ertno. El Espíritu procede del padre y del Hijo.
San Agustín termina diciendo, que el alma es más imagen de Dios, cuando por el conocimiento,
que el Verbo le comunica y el amor que el Espíritu pone en ella, actualiza la semejanza de aquel de
que ella es imagen. Las misiones aseguran un crecimiento en la fe y en el amor. El Espíritu Santo
es el Espíritu del Padre y del Hijo.
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San Anselmo concluye que el Padre se ama, que el Hijo se ama, que ambos se aman
recíprocamente, que este amor es sino lo que son el Padre y el Hijo, la suma esencia que esta amor
es único. De tal suerte que el Padre y el Hijo junto con el Espíritu Santo son igualmente Dios.
Ricardo de San Victor en 1.172, más propiamente nos habla de la fe bajo el signo del amor. En
Dios, bien supremo y absolutamente perfecto, se encuentra la bondad total en plenitud y
perfección y donde hay bondad se da la caridad perfecta. Esa carida se expresa en el que se es
amado, así atiende la procesión de la segunda y tercera persona de la Santísima Trinidad.
Cuandomás hacemos subir a nuestro creador el amor que le es debido, más somos configurados a
la propiedad del Espíritu Santo. Es Espíritu recibe del Padre y del Hijo todo lo que posee; y
puesto que de uno y de otro tiene el ser, poder y querer, tenemos razón al decir que ellos lo envían
y dan; que ha recibido de ellos el querer y poder venir a nosotros y habitar en nuestro interior.
Alejandro de Hales y San Buenaventura, para el primero el Espíritu Santo porcede del Padre y del
Hijo en cuanto son Dios; y San Buenaventrua habla del bien difusivo y que el Sumo bien es
difusivo por sí mismo. Por consiguiente, si no existiera eternamente el bien soberano, una
fecundidad actual y consubstancial y, una hipóstasis de igual dignidad, como es la fecundidad por
medio de generación y de espiración, de suerte que sea un principio eterno doblemente principio
en la eternidad, de manera que haya amada y compañero de amor, engendrado y espirado, es decr,
Padre, Hijo y Espíritu Santo; jamás tendríamos bien soberano, porque no se difundiría de manera
soberana. Dos valores presiden y animan esta síntesis: el bien difusivo de por sí y que este bien se
comunica al Hijo en su amor que es el Espíritu de los dos.
Santo Tomás, en su metafísica del amor, así como cuando uno entiende una cosa, le nace una
cierta concepción intelectual de la misma cosa que se llama Verbo; así también, cuando uno ama
una cosa le nace una cierta impresión por hablar así de la cosa amada, en el efecto del amante (1q
37 a.1).
Los Padres orientales estuvieron de acuerdo con los Padres occidentales al profesar unidad en lo
esencial en cuento a la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo.
Concluyendo podemos decir lo siguiente:
* La Tradición apostólica muestra la regla de la fe trinitaria.
* Nombre al Espíritu Santo después del Padre y del Hijo en las formas litúrgicas, bautismales y de
oración.
* La fe, tal como nos la entregaron los presbíteros discípulos de los Apóstoles testifica así: en
primer lugar, que nosotros recibimos el bautismo en remisión de los pecados en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (San Ireneo).
* Los Santos Padres demuestran la divinidad y consubstancialidad del Espíritu a través de su
funsión específica: santificación.
* El mismo San Agustín afirma, que no se ha valorado ni estudiado lo suficiente sobre el Espíritu
Santo, no se le ha asignado lo que le es propio a su persona, el no ser ni Hijo ni Padre, sino sólo
Espíritu Santo.
* Tanto los Padres Orientales como Occidentales reconocen la real dependencia del Espíritu Santo
del Hijo y del Padre.
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Podemos concluir que la maternidad de Dios y la feminidad del Espíritu Santo en la devoción
católica moderna, la función maternal del Espíritu Santo ha sido asumida frecuentemente por la
Virgen María, es un gran valor que forma parte de las profundidades del misterio cristiano.
2.2.5 Cristología Pneumatológica:
Cristo como Dios da el Espíritu Santo, como hombre lo recibe.
Desde el momento de su concepción es santificado por el Espíritu Santo en su humanidad.
El Espíritu Santo congrega hoy las grandes comunidades entorno al Padre y al Hijo y habla por
boca del apóstol. Su misión es renovar al hombre viejo, animarlo, ilusionarlo, llevarlo al
reencuentro, a la esperanza de feliz resurrección. El hombre espiritualizado apunta a Cristo el
hombre perfecto.
2.2.6 El magisterio de la Iglesia:
En la L.G.4, se nos habla de la misión del Espíritu Santo en la Iglesia: la santifica, le da vida,
habita en ella y en el corazón de los fieles como un templo, la guía a la verdad, la unifica, la provee
y la gobierna, la embellece con sus frutos, con la fuerza del evangelio la rejuvenece y la conduce a
la unión consumada con su esposo.
En efecto: el Espíritu Santo y la esposa dicen al Señor Jesús: !Ven! (Apc 22,17). Así toda la
Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del padre y del hijo y del Espíritu
Santo.