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Introducción
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de significaciones que, para los individuos, articulan una heterogeneidad de posiciones
preferibles dentro del proceso de producción hortícola como por fuera del sector. Sin
desconocer que las trayectorias individuales se encuentran condicionadas por los marcos
estructurales en los que se hayan insertos los agentes sociales, es dable resaltar que las
oportunidades de trabajar que tienen los mismos no dependen exclusivamente del
mercado laboral; por ello es importante recuperar la dimensión individual que interviene
en la elección ocupacional y los factores particulares que orientaron las decisiones
tomadas. Es importarte aclarar que partimos de la idea que los procesos actuales en los
que se enmarcan estas cuestiones nos enfrentan a una heterogeneidad de situaciones y
que el hecho que estén englobadas en la producción hortícola esto no implica una sola
manera de vivir ni de acercarse al trabajo; por el contrario, nos muestra una diversidad y
por ende nos presenta el desafío de rescatar los matices que se dan. Por ejemplo,
rechazando la idea de homogeneidad por inserción social y ocupacional equivalentes, en
aquellas situaciones de trabajo similares; considerando los distintos modos de vida
asociados a las diversidades étnicas, variable relevante al momento de los análisis
socioculturales ya que están aparejados a las migraciones y a las configuraciones
identitarias características de estos espacios.
Por ende, nuestra mirada no busca simplificar la complejidad de estos procesos,
por el contario, nos lleva a rechazar la idea de homogeneidad en las dimensiones
consideradas e indagar las múltiples contradicciones que acompañan la vida cotidiana
de los sujetos en interacción con su propia realidad social. En esta configuración es de
destacar, a su vez, la relevancia de los lazos que van conectando a los sujetos y a los
grupos familiares con un entorno económico-productivo, sociocultural y socioterritorial
específico. A los fines de explicitar esto último y mostrar la manera en que se ubican en
la región a partir del entretejido de relaciones que se presentan –lo cual se ha rescatado
del conjunto de relatos y valoraciones recabadas a lo largo de la investigación-, hemos
constatado que los lazos sociales suelen estar fuertemente permeados por el parentesco
y la etnicidad, por lo que estos factores pasan a ser un aspecto significativo en las
elecciones en varios sentidos. Permiten, por un lado, insertarse en el espacio platense
por el conocimiento que se transmite del lugar; brindan información importante para
conocer la situación local, elemento que posibilita, a su vez, más seguridad, más
confianza al provenir del propio grupo de pertenencia y además, de su entorno más
cercano desde lo familiar.
2
Cabe aclarar que el propósito de esta presentación es explicitar un conjunto de
interrogantes y problematizaciones que estamos abordando al interior de nuestro equipo
de investigación, a partir de los acontecimientos sociales por los que vienen transitando
los horticultores en el rururbano platense desde fines del S. XX; cuestión que estamos
abordando a partir de lo trabajado en etapas anteriores y que en esta nueva etapa nos
llevó a abordarlo desde la perspectiva propuesta y a partir de nuevos datos que estamos
recolectando desde el trabajo de campo que está en proceso.
¿Cómo se fueron reflejando las reformas estructurales de los noventa y los cambios
posteriores en el medio agrario?
La implementación de las reformas estructurales en la década de los 90s tuvieron
importantes repercusiones sobre el contexto macroeconómico en el que los sujetos
agrarios desarrollaban su actividad. En principio se puede decir que la producción
agrícola global fue aumentando por los cambios que se dieron en diversos cultivos, lo
cual se vislumbró en un aumento de los rendimientos y de la superficie dedicada a la
agricultura (Rapoport, 2006). Nos estamos refiriendo, al crecimiento en aquellos
cultivos que estaban destinados a la exportación (como en el caso de las oleaginosas y
los cereales), en los cuales se evidencia mejoras tecnológicas y cambios en las formas
2
Aronskind, 2001; Schorr y Waigner, 2005; Rapoport, 2006; Burkun, 2006; Gambina, 2007; Svampa,
2006; Novaro, 2006; entre otros.
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de producción; aunque no ocurre lo mismo en otros cultivos orientados al consumo
interno. Pero por otro lado, hay que tener en cuenta que en el marco de una economía
ampliamente desregulada, los productores quedaron condicionados por las fluctuaciones
que experimentaban los precios internacionales. (Rapoport, 2006; Rodríguez y Seain,
2007; Gras, 2009). Estos vaivenes con fuertes repercusiones sobre la rentabilidad,
tuvieron mayor impacto sobre los productores de menor tamaño. Algunos
investigadores (Cloquell, 2007; Muzlera, 2009) han resaltado para este período y para
la región pampeana, la confluencia de dos procesos: una notable disminución del
número total de explotaciones y el aumento de la superficie trabajada por aquellas que
permanecen en la actividad3; esto último, debido a que una estrategia común para
enfrentar la caída de ingresos fue aumentar la escala de producción. En este contexto y
durante este período, no podemos dejar de señalar lo que se conoce como la
“sojización” del país.
Estos procesos van a dejar su impronta sobre la estructura agraria. Como rasgo
destacado, se da una disminución del peso relativo de la agricultura familiar, a partir de
la expulsión de la producción de unidades agropecuarias pertenecientes a los estratos
medios y pequeños (Lattuada y Neiman, 2005). A su vez, presenciamos la aparición de
nuevos agentes en la estructura agraria: los pequeños rentistas, ex productores que no
pueden continuar en la producción y que alquilan sus campos a otros productores que
buscan aumentar la superficie trabajada (Cloquell, 2007; Gras, 2009). De este modo, se
estructura una de las características principales del nuevo modelo: la separación entre
propiedad de la tierra y dirección de la unidad productiva, ya que “quienes entran o se
expanden, lo hacen sin el control de la tierra bajo la forma de propiedad y quienes salen
de la producción, lo hacen mayoritariamente sin perder la condición de propietarios”
(Gras, 2009:23).
Los productores familiares que permanecen en la producción lo hacen a partir de
modificar sus perfiles: en general son propietarios que expanden la superficie bajo
producción a través del arrendamiento, incorporan innovaciones tecnológicas, dedican
la mayor parte de su tiempo a tareas de gestión y administración de la explotación, han
tercerizado una o más etapas de la producción (siembra, fumigación, cosecha), e
incorporan como recurso permanente el asesoramiento de agentes portadores del saber
especializado (ingenieros y técnicos) (Gras, 2009).
3
De acuerdo con Cloquell, de la comparación entre los censos 1988 y 2002 surgen los siguientes datos:
en cuanto al número total de explotaciones, de la existencia de 36.844 se pasó a 28.034; y en lo que
refiere a la superficie media por establecimiento se pasó de 300,4 ha. a 401,4 ha. (Cloquell, 2007:52).
4
Para completar el paisaje agrario, no podemos dejar de mencionar a los fondos
de inversión o pooles de siembra, en donde el proceso de gestión de la producción está a
cargo de un administrador -en general un ingeniero agrónomo-, quien se encarga de
arrendar tierras y contratar servicios de maquinaria (Balsa, 2009; Gras, 2009). La
presencia de estos actores ha tenido una incidencia relevante en la elevación de los
precios y en las nuevas condiciones económicas en las que debían desarrollarse las
explotaciones agrarias que –tal como habíamos señalado- apuntaban a ampliar la
superficie de tierra trabajada para mantener los mismos niveles de ingreso (Lattuada y
Neiman, 2005).
La salida de la Convertibilidad en 2002 -que inició un nuevo ciclo de
acumulación que mejoró la rentabilidad del sector-, no ha alterado de manera
significativa la configuración productiva estructurada en la década anterior; esto se
puede visualizar, por ejemplo, en que la mayor rentabilidad de las producciones no
implicó mayores inversiones (Cloquell, 2007; Gras, 2009; Rodríguez y Seain, 2007).
Pero sí es de resaltar las consecuencias que se vislumbran en la reproducción de
ciertas explotaciones, especialmente la referida a la agricultura familiar, en cuanto a la
capacidad de acumulación, las posibilidades de exportar sus productos, las posibilidades
en la compra de insumos y de accesos a créditos, etc. Es así que, retomando las palabras
de Gras (2009:19-20), podemos afirmar que “las características del nuevo modelo
agrario ponen en cuestión no solo las posibilidades de persistencia de productores
familiares sino también de uno de sus rasgos distintivos, su nueva estabilidad”.
Por último, no podemos dejar de mencionar de qué manera repercutieron los
cambios mencionados en el mercado de trabajo y su organización en el agro. Tema que
no puede analizarse de manera lineal 4, ya que la producción agropecuaria está mediada
por diversos cambios que inciden en la variabilidad del uso de mano de obra y que lleva
por ejemplo a que en determinados períodos del año se acreciente la ocupación; se
profundice la transitoriedad o permanencia de los trabajadores, que por un lado
promueve la migración de los mismos y al tipo de trabajadores (asalariados,
estacionales, con mano de obra familiar); y, por otro lado, repercute también en la
estabilidad y precariedad del empleo en dicho sector. Obviamente no podemos
generalizar estas tendencias, ya que dependen de otros factores, tales como por ejemplo
el tipo de producciones y las diferentes regiones productivas.
4
Para ampliar estas cuestiones cfr. a Benencia (1992); Aparicio y Benencia (1999); Neiman (2002);
Lattuada y Neiman (2005).
5
¿Cómo repercutieron estos procesos en la reorganización de los espacios locales?
En principio podemos plantear que en términos muy generales, la horticultura
puede ser asimilada a las actividades agrícolas. Sin embargo, tiene características
distintivas en aspectos tales como la productividad, el tipo de producción, de
comercialización, la conformación de la mano de obra, etc.; por lo que entendemos que
la horticultura -como un tipo específico y diferente de producción, aunque enmarcado
en el contexto agrario- debe ser estudiada y entendida en sus particularidades (Waisman
y Rispoli, 2008).
Varios autores5 han analizado las características del impacto de los cambios
socioeconómicos acaecidos en los espacios rurales y en especial en el sector hortícola.
Señalemos en primer lugar y de manera general algunos cambios tecnológicos, como
fueron las incorporaciones en el sistema productivo del uso de agrotóxicos en los ‘70,
de híbridos durante la década de los ’80, de coberturas plásticas en los ´90. La
introducción de esta última innovación tecnológica y la adopción de las técnicas
asociadas (fertirrigación, climatización, utilización de semillas especiales), constituyen
un hito significativo en el proceso de modernización de la actividad hortícola. Esto trae
aparejado profundas consecuencias (tales como en la ocupación de la mano de obra;
organización y modalidades de la inserción laboral; dinámica en el uso y acceso a los
recursos; reconfiguración de los lazos sociales; variabilidad en las migraciones), las
cuales creemos que cobran otra dimensión en la presente década del S. XXI e inciden en
la redefinición de este espacio social.
Hang y Bifaretti (2000) han analizado el impacto que, durante la década del ’90,
ha tenido el crecimiento de las grandes cadenas de súper e hipermercados
(supermercadismo) sobre los criterios organizacionales de los establecimientos
hortícolas que se manejan con un perfil empresarial, en el ámbito de influencia del
partido de La Plata. Según estos autores, la dimensión alcanzada por el
supermercadismo trae aparejado una serie de cambios en los canales de
comercialización tradicionales y demandas crecientes sobre la calidad y variedad de los
productos (asociados a cambios en los hábitos de consumo), que repercuten en el
planteo de estrategias productivas y comerciales de los productores hortícolas de la
región.
5
Benencia (1997, 2000); Benencia y Quaranta (2005); Ringuelet et al. (1991, 2000); Hang et al. (2000);
Han y Bifaretti (2000); Ringuelet, Caccivio y Benitez (2003); Selis, (2000); García y Kebat (2007).
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Por otro lado, no se puede dejar de reconocer el impacto que han tenido estos
procesos sobre el mercado de trabajo hortícola, expresado en la expansión de la figura
del mediero6; en la sustitución de personal permanente por mano de obra transitoria con
baja calificación y remuneración; en el aumento de la demanda de mano de obra
especializada a partir de la producción bajo cubierta (Benencia, 1996; Ringuelet et al,
1991; 2000; Archenti et al, 1993).
Otra cuestión a considerar en correlación con los últimos procesos acaecidos en
nuestro país, es de qué modo incidió la salida de la convertibilidad en la horticultura
platense. Autores como García, Kebat y Miérez han reflexionado al respecto, señalando
que el arraigo del sistema de producción bajo invernáculo dependiente de insumos
redundó en un incremento de los costos de producción, sobre todo, teniendo en cuenta
que las ventas se realizan principalmente en el mercado interno, y que “la crisis del
2001 generó un fuerte abandono de la actividad” (García y Kebat, 2007:8). Pero
después de la devaluación de 2002 se registra una “reactivación” del sector hortícola y
“se evidencia un aumento de la producción, la productividad, el número de
explotaciones hortícolas y hasta la importancia de esta actividad como generadora de
empleo” (García y Mierez, 2007:1). En este sentido, consideramos plausible la
interpretación que hacen estos autores, a partir de los datos extraídos del CHFBA/2005,
cuando refieren que el aumento en la cantidad de EH [Establecimientos Hortícolas], el
crecimiento de la producción (aunque con menor superficie total y superficie hortícola)
y, el crecimiento en la superficie cubierta (aunque con mayor intensidad en el uso del
suelo y productividad por hectárea), podría ser explicada en gran parte por ex-medieros,
en su mayoría de origen boliviano, “que tras acumular un pequeño capital y
fundamentalmente aprovechando la crisis del 2001 (crisis = oportunidad) apostaron a
transformarse en pequeños productores a través del arrendamiento de tierras” (García y
Kebat, 2007:14).
En relación a esto, nos interesa resaltar que los procesos de cambio tecnológico,
productivo y del mercado de trabajo se articulan con cuestiones específicas en lo social
y cultural. En este sentido, consideramos que es relevante profundizar en aspectos que
6
Si bien acá no haremos una caracterización de la figura del mediero, no se puede dejar de reconocer que
se trata de un caso que presenta una complejidad particular para su caracterización por el hecho de
fluctuar entre el trabajador que aporta mano de obra familiar y una rara condición de “socio” en
condiciones precarias cumpliendo tareas como “patrón” (equivalente a otro “productor familiar” al
interior de la misma quinta) al contratar él también mano de obra. A esto hay que añadirle su tiempo de
permanencia en las quintas.
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venimos trabajando, tales como la conformación de trayectorias y estrategias laborales y
de vida y como entran a jugar los lazos sociales en estas instancias, así como el papel de
la migración y la identidad étnica, y cómo se articulan estas cuestiones, ya que creemos
que son relevantes al momento de pensar en el proceso de reconfiguración del espacio
rururbano platense.
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“esencia” de la actividad desde la interpretación de los propios sujetos. Aunque esto
apareciera como central en la caracterización de la horticultura como actividad, no es la
única representación circulante en torno a este tipo de producción.
Esto nos llevó a la necesidad de ahondar en las representaciones sociales que los
trabajadores hortícolas tienen sobre su trabajo, para poder articularlo con otras
dimensiones de la esfera laboral y de vida, tales como las trayectorias, las decisiones
laborales, entre otras. ¿Por qué estamos considerado este aspecto en la investigación?
Porque el estudio de las representaciones, demostró ser efectivo para el análisis de las
“formas interiorizadas” o simbólicas de la cultura (Giménez, 2005). Si tenemos en
cuenta que las personas conocen la realidad en la que viven por las explicaciones que
extraen de los procesos comunicativos y por el pensamiento social, entonces podemos
entender a las representaciones sociales como una síntesis de esas explicaciones y, por
lo tanto, en referencia a un tipo específico de conocimiento que juega un papel crucial
sobre cómo la gente piensa y organiza su vida cotidiana: el conocimiento del sentido
común. En este sentido, recuperamos la definición dada por Farr según la cual las
representaciones consisten en “…sistemas cognoscitivos con una lógica y un lenguaje
propios. No representan simplemente “opiniones acerca de”, “imágenes de” o “actitudes
hacia” sino “teorías o ramas del conocimiento” con derechos propios para el
descubrimiento de la organización de la realidad. Sistemas de valores, ideas y prácticas
con una doble función: establecer un orden que permita a los individuos orientarse en su
mundo material y social y dominarlo; y también posibilitar la comunicación entre los
miembros de una comunidad proporcionándoles un código para el intercambio social y
un código para nombrar y clasificar sin ambigüedades los diversos aspectos de su
mundo y de su historia individual y grupal” (Farr, 1984: 496, citado por Araya Umaña,
2002: 28).
Otro eje que estamos rescatando como relevante en esta etapa investigativa, está
centrado en las formas particulares en que las representaciones se articulan con prácticas
específicas en el devenir cotidiano de estos sujetos. Por tanto, creímos que sería
conveniente ahondar en cómo se presenta esta articulación entre las representaciones y
el accionar de estos sujetos, que nos permitiera comprender mejor las decisiones y
elecciones elaboradas por los sujetos. En este sentido, el enfoque de las trayectorias9 lo
9
Coincidiendo con Dávolos (2001) concebimos las trayectorias como espacios de tomas de decisiones
que, aunque socialmente limitados y acotados por instituciones y normas que restringen las opciones de
los sujetos, comprenden siempre un margen de maniobra para hacer frente a los determinantes
9
consideramos de gran utilidad, dado que nos permitiría captar los hitos significativos de
la vida de un sujeto vinculados a sus prácticas; esto es, no sólo las coyunturas
atravesadas sino las respuestas y estrategias elaboradas. Por tanto, se parte de considerar
a los individuos como sujetos activos, que hacen elecciones y toman decisiones, y no
como entes pasivos sometidos exclusivamente a las influencias y limitaciones sociales.
No se desconoce, sin embargo, que el ejercicio del libre albedrío se da en el contexto de
una estructura de oportunidades que está moldeada social e históricamente.
En referencia a la toma de decisiones acerca de la vida laboral, nos preocupaba
relevar las complejas relaciones establecidas entre los elementos intervinientes en dicho
proceso: las opciones estructuralmente posibles, las opciones preferibles, percepciones y
valoraciones, los recursos disponibles, etc. En otras palabras, en función de las opciones
y representaciones, y de los recursos subjetivamente evaluados se toman decisiones que
plasman trayectorias particulares. Es así que, cuando los entrevistados expresaban que
la horticultura “es un trabajo duro”, “es muy sacrificado” o “es como jugarle a la
lotería”, creemos que estas valoraciones nos están indicando las direcciones que pueden
adquirir sus trayectorias. De ahí la relevancia de continuar en esta dirección.
estructurales.
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En relación a esto es dable destacar que la población que hoy conforma este
espacio se fue constituyendo a lo largo de varias décadas a partir de las diversas oleadas
migratorias tanto nacionales como internacionales; esto nos muestra la importancia que
tiene el fenómeno migratorio en este espacio social, que conjuntamente con otras
variables ya mencionadas convergen en la configuración de identidades sociales locales.
Es por ello que estas dimensiones son significativas por cuanto se trata de un espacio en
el que se entremezclan diversidades culturales y formas de desigualdad (Archenti y
Ringuelet, 1997; Archenti, 2005, 2008; Ringuelet y Attademo, 2008).
10
Cfr. Censo Nacional Agropecuario, 1988 y Censo Hortícola, 1998. En el partido de La Plata se verificó
para 1988 una superficie de explotación de 4753,2 has con 575 establecimientos, siendo la superficie
promedio de los mismos de 8,26 has. Mientras que para 1998 la superficie aumenta a 6145,3 has y los
establecimientos sólo a 593 incrementándose el valor promedio del establecimiento a 10,3 has (Attademo
et al, 2005)
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referencia a partir de los datos de Cloquell) esto fue incrementándose; creemos que de
por sí estos datos no explican el proceso por el cual se dan las variaciones registradas,
para ello necesitamos saber cuál es la variación de tamaños entre los diferentes
establecimientos, observar si crecieron en superficie, esclarecer qué formas adopta la
tenencia de la tierra, si aumenta el arrendamiento o la transferencia implica cambios en
la titularidad, cómo se produce esa transferencia, y ver cómo esto estaría indicando un
proceso de diferenciación social.
Es cierto que en el complejo entramado de este espacio social, hemos venido
observando que las situaciones de desigualdad y diferencialidad, constituyen una
precondición necesaria en la programación de acciones y explicaciones, en la medida
en que sus procesos rural-urbanos se manifiestan básicamente fragmentados (Archenti
y Ringuelet 2000). Y en los últimos años estamos registrando un avance en los procesos
de diferenciación social, lo cual nos lleva a preguntarnos si esto puede explicarse sólo
por los procesos socio-económicos de los últimos años o podrían estar incidiendo otras
cuestiones: ¿cómo quedan ubicados los sujetos en este proceso de diferenciación?; ¿qué
capitales intervienen que nos permitan comprender por qué se ubican diferencialmente?;
¿se trata de capitales económicos, sociales, por la posibilidad de lazos construidos, por
las experiencias previas, o quizás por un conjunto de éstos?; ¿este proceso de
diferenciación es el que está reconfigurando el espacio?; ¿en qué forma opera esta
remodelación?; ¿en qué medida es similar o diferente a los procesos de la década
precedente y a otros procesos históricos de la región?. Tal como hemos aclarado
anteriormente, los procesos migratorios han incidido en esta reconfiguración
socioterritorial, ¿pero los motivos e intereses de los sujetos que se insertan actualmente
son los mismos?
Esto nos enfrenta a lo que en apariencia estamos observando actualmente en el
trabajo de campo, donde varios propietarios no se desprenden de sus tierras, sino que las
arriendan y se reubican a su vez en otros emprendimientos que parecería no siempre
estar vinculados con lo hortícola. Conjuntamente con esto, es de destacar que los nuevos
arrendatarios –al menos lo que venimos registrando en las últimas entrevistas- son
grupos de bolivianos que entran a trabajar en las quintas ya no sólo como medieros
como se reflejaba en décadas anteriores.
Creemos, por tanto, que hay un conjunto de factores que no aparecen de
manera visible pero que están incidiendo en estos nuevos engranajes del espacio
hortícola en su interior y en relación con los sectores agrarios centrales. En este sentido,
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nuestra perspectiva actual es tratar de desentrañar estas invisibilidades para comprender
los actuales procesos de remodelación de estos escenarios; lo cual nos lleva a
preguntarnos si son los mismos que los que presenciamos en la última década del siglo
XX; si se están profundizando las mismas diferenciaciones sociales y, si es así, si está
ocurriendo en el mismo sentido.
Si bien estas transformaciones en el espacio rururbano pueden interpretarse
desde un análisis estructural, económico o sociológico, queremos enfatizar la
importancia de nuestra mirada antropológica que nos permitirá dar cuenta de las
visiones y representaciones que los actores tienen sobre esta diferenciación y rescatar
las visiones y explicaciones que los sujetos tienen sobre los otros actores involucrados
en la actividad hortícola en particular.
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