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oy
Todas las prácticas humanas son susceptibles de ser objetivo del humor. Todas,
hasta aquellas vinculadas con lo más sagrado del hombre y de su comunidad (dios, la
muerte o la guerra, por ejemplo). A su vez, el humor es una forma de representación
muy particular.
Una de las vías más comunes para desatar la risa en el oyente o lector es la parodia.
La imitación burlesca de un personaje o una situación, ya por medio de la exageración
de sus rasgos, ya por trasladar la acción a un espacio y tiempo que no es el suyo, arranca
la carcajada, la cual, durante un periodo de tiempo y en lo más profundo de cada ser,
acciona un distanciamiento con el objeto parodiado —a veces, y solo a veces, un
distanciamiento irreversible.
Estos efectos terapéuticos del humor se dan con especial viveza cuando las acciones
representadas con humor son acciones bélicas, hechos que, en su última realidad, se
saldan con el vivir o el morir. En esos momentos, uno diría que no hay ocasión para el
humor ni para la risa. Todo lo contrario, son momentos de ser o no ser, del aquí y del
ahora, de la valía y del valer.
Todo eso es absolutamente cierto. No obstante, no hay nada que corroa más el valor
de un objeto que su repetición y su cercanía. Los que habitan el mundo de la guerra
están abocados por su misma repetición a ver como farsa lo que para nosotros es
tragedia y como feo y sucio lo que para otros puede llegar a ser hermoso y rebosante de
gloria. En torno a la guerra y a aquellos que la sufren o practican se puede estudiar
cómo se desarrolla una cierta forma de humor que tiene como objeto la misma guerra.
Estudiar el humor bélico sería estudiar cómo hombres y mujeres, niños, adultos y
ancianos, vencedores y vencidos, todos han intentado e intentan ya no solamente aliviar
la durísima carga que supone un conflicto bélico, sino también hacerse comprender,
representarse la sucesión de hechos traumáticos que compone la trama de toda guerra.
Eso sí, no debemos juzgar las formas humorísticas en virtud de su moralidad o
inmoralidad, sino en virtud de lo que manifiestan, a saber: a seres humanos de carne y
hueso aliviando sus cargas y comprendiendo su realidad más inmediata por medio de
tan particular modo de representación —e, incluso, actuando sobre ella, ya que nada
hay más corrosivo que el humor, como dijimos.
El estudio del humor bélico entroncaría así con una corriente historiográfica actual,
de interesantísimos resultados, que nos está revelando cómo era y es la vida del soldado
de a pie (una tendencia historiográfica en sinergia y a la par que una corriente cultural
que pretende representar la guerra con un rostro humano). A partir del estudio de las
formas de humor del mundo bélico en cada época y lugar veríamos de qué manera
representaban la guerra y sus efectos aquellos que la sufrían o llevaban a cabo. ¿Cómo
se representaban a sí mismos en tal situación? ¿Había espacio para el héroe o la guerra
había perdido ya todo rastro de belleza? ¿Creían en aquello por lo que luchaban? ¿Había
algo de lo que no hacían humor?
En la Odisea 1se puede encontrar un pasaje, quizá el primero, en el que se hace una
burla explícita del héroe clásico. Cronológicamente, este poema no antecedería en
demasiado tiempo a la Ilíada y, sin embargo, a ningún lector se le pasa por alto que la
distancia que los separa es mayor que aquella que la cronología nos ofrecería. Parecen
como dos visiones del hombre distintas. No obstante, tanto en una como en otra
aparecen enfrentadas dos miradas sobre la guerra que, atribuidas a determinados tipos
de personajes, nos revelan un concepto de la misma ambivalente y muy cercano a
nosotros.
Poema de marineros, la Odisea traza la primera parodia del héroe griego a través de
la figura del marino Elpénor, remero de Odiseo, el cual se cayó del tejado de Circe tras
beber más de la cuenta. Odiseo se lo encuentra en su mal llamada bajada a los infiernos,
ya que no baja sino que convoca a los muertos ante sí. La parodia reside en aquello que
Elpénor pide a Odiseo que haga por él:
“al llegar [a Ítaca], ¡oh mi rey! haz memoria de mí, te lo ruego, / no me dejes allí en soledad, sin
sepulcro y sin llanto/, no te vaya mi mal a traer el rencor de los dioses./ Incinera mi cuerpo vestido de
todas mis armas/ y levanta una tumba a la orilla del mar espumante/ que de mí, desgraciado, refiera a las
gentes futuras;/ presta oído a mi súplica y alza en el túmulo el remo/ con que vivo remé compañero de
todos los tuyos” (Od. XI, 71-78)
“Así partió el monstruoso Ayante, baluarte de los aqueos/ […] / Mientras que los argivos, al
mirarlo, estaban alegres, / a cada troyano un atroz temblor le invadió las piernas,/ y al propio Héctor su
ánimo le palpitó en el pecho./ Pero ya no podía retroceder en modo alguno ni reintegrarse/ a la multitud
de las tropas, tras haberlo desafiado a duelo. (Il., VII, 211-218)
Sin embargo, y estos son los detalles que multiplican el disfrute en la lectura de
Homero, aquí y allá se esparcen momentos que derrumban aquella imagen de contornos
nítidos. El caso de Elpénor es uno de ellos, pero uno humorístico: reclamar para la
muerte más mísera el mayor de los honores parodia aquel mundo de los superiores ante
el que los demás asistían como simples espectadores y el cual encontraba su culmen en
una bella muerte. Su ejemplo puede ser el primero en la literatura que conjuga humor y
guerra, pero no es el único en los poemas homéricos en el que dos representaciones de
la misma pugnan entre ellas. Constantemente una guerra idealizada del mundo de los
héroes se contrapone a una cruel para el resto de los mortales:
“¡Mas recordemos la alegría/ de la lid ahora mismo! No hay por qué seguir aquí charlando/ y
perdiendo el tiempo; pues una gran faena queda por hacer.” (Il. XIX, 148-14)
“Las gentes pronto se tornan hartas de contienda, / pues es muchísima la paja que en ella el bronce
vierte al suelo/ y poquísima la cosecha cuando hace que se incline la balanza/ Zeus el árbitro supremo de
los combates humanos” (Il., XIX, 221-223)