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Literatura

Universal 1
Módulo de Consulta

Oscar Albahaca

Universidad Pedagógica
Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de
Barquisimeto
“Luis Beltrán Prieto Figueroa”
Departamento de Castellano y
Literatura

[ANTOLOGÍA DE
POESÍA
GREcOLATINA]
Selección y compilación del Prof. Oscar Albahaca
POESÍA GRIEGA

SAFO DE LESBOS
(Isla de Lesbos, hacia el 610 a.C-hacia el 580 a.C.)

Igual parece a los eternos Dioses


quien logra verse frente a ti sentado.
¡Feliz si goza tu palabra suave,
Suave tu risa!

A mí en el pecho el corazón se oprime


Sólo en mirarte; ni la voz acierta
De mi garganta a prorrumpir, y rota
Calla la lengua.

Fuego sutil dentro de mi cuerpo todo


Presto discurre; los inciertos ojos
Vagan sin rumbo; los oídos hacen
Ronco zumbido.

Cúbrome toda de sudor helado;


Pálida quedo cual marchita yerba;
Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte,
Muerta parezco.
A UNA AMADA

Paréceme a mí que es igual a los dioses el mortal que se sienta frente a ti, y desde tan cerca te
oye hablar dulcemente y sonreír de esa manera tan encantadora.

El espectáculo derrite mi corazón dentro del pecho. Apenas te veo así un instante, me quedo sin
voz. Se me traba la lengua. Un fuego penetrante fluye en seguida por debajo de mi piel. No ven
nada mis ojos y empiezan a zumbarme los oídos. Me cae a raudales el sudor. Tiembla mi cuerpo
entero. Me vuelvo más verde que la hierba. Quedo desfallecida y es todo mi aspecto el de una
muerta...

UNA AMADA AUSENTE

Te igualaba a una diosa insigne, y tú te embelesabas con su canto como con otro ninguno. Pero
se fue, y ahora sobresale entre las damas lidias lo mismo que la luna de rosados dedos eclipsa
todas las estrellas una vez puesto el sol. Y su brillo baña de plata el mar salobre, e ilumina las
campiñas floridas, donde ha caído el rocío y han brotado las rosas, el tierno perifollo, las dulces
flores del trébol.
Mas en el ajetreo de su nueva vida no deja de añorar el cariño de su amada Atis, y en el pecho le
duele de nostalgia el corazón.

EN LA DISTACIA

De veras, quisiera morirme.


Al despedirse de mí llorando,
me musitó las siguientes palabras:
"Amada Safo, negra suerte la mía.
De verdad que me da mucha
pena tener que dejarte." Y yo le respondí:
"Vete tranquila. Procura no olvidarte de mí,
porque bien sabes que yo siempre estaré a tu lado.
Y si no, quiero recordarte lo que tu olvidas:
cuantas horas felices hemos pasado juntas.
Han sido muchas las coronas de violetas,
de rosas, de flor de azafrán y de ramos de aneldo,
que junto a mí te ceñiste.
Han sido muchos los collares que colgaste de tu delicado cuello, tejidos
de flores fragantes por nuestras manos.
Han sido muchas las veces que derramaste
bálsamo de mirra y un ungüento regio sobre mi cabeza.
RESIGNACIÓN
(descubierto en el año 2007 y publicado por la revista Times Literary)

Vosotras cuidad, hijas, de los dones hermosos de las Musas


de fragante regazo, y de la vibrante lira compañera del canto.
Pero mi piel que antes fue tan suave la sometió ya la vejez
y blancos se han vuelto mis negros cabellos de antaño.
Pesado se ha hecho mi ánimo, y no me sostienen las rodillas
que otro tiempo fueron tan ágiles como corzas en la danza.
De eso me lamento día tras día. ¿Pero qué puedo hacer?
Cuando se es humano, no es posible dejar de envejecer.
De Titono, en efecto, contaban que la Aurora de brazos de rosa,
inflamada de amor, lo raptó para llevarlo al confín de la tierra
porque era bello y joven. Mas de igual modo a él con el tiempo
lo atrapó la grisácea vejez, aun teniendo una esposa divina.

ANACREONTE
(Teos, Asia Menor (actualmente Siğacik, Turquía), más o menos a la muerte de Safo de
Lesbos. Se supone que su vida discurrió entre los años 572 y 485 adC.)

I
¿A qué me instruyes en las reglas de la retórica?
Al fin y al cabo, ¿a qué tantos discursos
que en nada me aprovechan?
Será mejor que enseñes a saborear
el néctar de Dionisios
y a hacer que la más bella de las diosas
aun me haga digno de sus encantos.
La nieve ha hecho en mi cabeza su corona;
muchacho, dame agua y vino que el alma me adormezcan
pues el tiempo que me queda por vivir
es breve, demasiado breve.
Pronto me habrás de enterrar
y los muertos no beben, no aman, no desean.

II
De la dulce vida, me queda poca cosa;
esto me hace llorar a menudo porque temo al Tártaro;
bajar hasta los abismos del Hades,
es sobrecogedor y doloroso,
aparte de que indefectiblemente
ya no vuelve a subir quien allí desciende.
LIBRO I

Dame la lira de Homero,


pero sin cuerdas teñidas de sangre;
traedme las copas,
sobre las cuales reine la ley del festín;
traédmelas, mezclaré en ellas el vino,
siguiendo las reglas consagradas;
quiero embriagarme, bailar y tontear un rato:
quiero entonar el canto báquico
sobre la lira con mi voz mas fuerte.
Dadme la lira de Homero,
pero sin sus cuerdas manchadas de sangre.

una marca impresa a fuego.


Los partos son fáciles de reconocer
por su tiara.
Yo por mi parte,
se descubrir enseguida a los amantes.
Llevan, en el fondo del alma,
una marca muy leve.

Vamos, tráenos, muchacho, la copa


que de un trago la apuro.
Échale diez cazos de agua y cinco de vino,
para que sin excesos otra vez
celebre la fiesta de Dionisio

Ea, otra vez,


no sigamos de este modo,
entre estrépitos y gritos
bebiendo como los escitas,
sino entre bellos cantos
bebiendo con moderación.

Arrojándome de nuevo su pelota de púrpura


Eros de cabellera dorada
me invita a compartir el juego
con la muchacha de sandalias multicolores.
Pero ella, que es de la bien trazada Lesbos,
mi cabellera, por ser blanca, desprecia,
y mira, embobada, hacia alguna otra.

Oh, muchacho,
que tienes una mirada virgen,
te estoy buscando
y tu no me haces caso.
Y es que no eres consciente
de que eres al auriga de mi alma.

De Clébulo estoy enamorado,


por Clébulo enloquezco,
a Clébulo mis ojos lo persiguen.

Oh Soberano, compañero de juegos


de Eros seductor y de las Ninfas
de párpados azules y de la purpúrea Afrodita,
tu que reconoces
las elevadas cumbres de los montes.
A ti te imploro, y tú benévolo acúdenos
a escuchar nuestro ruego agraciado.
Sé tú de Clebulo un buen consejero,
y que acepte, Oh Dionisio, mi amor.

Arrojándome de nuevo
desde la roca de Léucade (1)
me sumerjo en la mar canosa,
ebrio de amor.

Canosas ya tengo las sienes


y blanquecina la cabeza,
pasó ya la graciosa juventud,
y tengo los dientes viejos;
del dulce vivir el tiempo
que me queda ya no es mucho.
Por eso sollozo a menudo,
estoy temeroso del Tártaro.
Pues es espantoso el abismo del Hades,
y amargo el abismo de bajada.
Seguro además
que el que ha descendido no vuelve.

Potrilla tracia, ¿por qué me miras


de reojo, y sin piedad me huyes,
y piensas que no sé nada sabio?
Ten por seguro que a ti muy bien
yo podría echarte el freno,
y con las riendas en la mano
dar vuelta a las lindes del estadio.
Pero ahora paces en los prados
y juegas con ágiles cabriolas,
porque ni tienes un jinete
experto en yeguas.

De nuevo amo y no amo


y deliro y no deliro.

¿ Para qué me enseñas las leyes


y argumentos de los retóricos ?
¿Qué tengo yo que ver con semejantes
discursos que de nada me sirven ?
Mejor enséñame a beber el suave licor.
Mejor enséñame a divertirme
con la adorada Afrodita.

¡Por los dioses! ¡Déjame beber!


¡Beber sin interrupción! Quiero enloquecer.
¡Toma tú las armas, yo bebo...!
Muchacho tráeme la copa.
Si he de yacer por tierra,
es mejor que sea embriagado que no muerto.

Trae agua, trae vino.


¡Oh, muchacho, tráeme guirnaldas.
¡Que sea pronto, que estoy
luchando ya contra Eros.(2)

Alzo el vuelo al Olimpo


con unas alas tenues.,
Eros tiene la culpa:
pues mi chico no quiere
pasar su tiempo a mi vera.

Ten por seguro que a ti muy bien


yo podría echarte el freno,
y con las riendas en la mano
dar vuelta a las lindes del estadio.
Pero ahora paces en los prados
y juegas con ágiles cabriolas,
porque ni tienes un jinete
experto en yeguas.

(1) El salto desde la roca de Léucade era la forma de suicidio de los enamorados.
(2) Estos versos fueron encontrados en un mosaico del Siglo II D.C. en donde había una figura que representaba a Anacreonte

LIBRO II

Hace diez meses que Megisto, el anfitrión


se corona con juncos y bebe el dulce vino.
En una vasija limpia, vacía cinco a tres.
Las batallas y las locuras
son los dados del amor.
De nuevo el amor,
a la manera de un herrero
me ha golpeado con su hacha de bronce
y me ha arrojado en la impetuosa corriente.
Cortaste la irreprochable flor de tu mórbida cabellera
armando tu propia mano contra ella.
Agitando la espesa cabellera tracia.
Oh! que me llegase la muerte
no veo ninguna otra salida a mis penas.
Con los ojos dulces
como un ciervo joven y lactante
que ha sido abandonado en la selva
por su corneada madre.
El celador que pelea, es un bribón.
Y se llevó un gran tesoro.
Con el jarrete, curvó el cótabo siciliano.
Ciñamos las guirnaldas sobre nuestras cejas
y celebremos las fiestas de Dionyso.
Los danzantes brasáridas de Dionyso.
Y ella despojándose del manto
interpretó el canto dorio.
Y tú me desacreditarás entre mis vecinos.
Los rebeldes pescadores de la Isla
intentan gobernar la sagrada ciudad de las Ninfas, Oh Megisto.
Temes en demasía.
Brilla con el deseo y se proclama con perfumes.
El guerrero Ares se complace en luchadores imperturbables.
No es hermoso, ni es de los nuestros.
Pero he aquí que la corona de la ciudad ha sido destruida.
Asteris, no te amo a ti,
pero tampoco a Apeles.
Quiso engañarnos.
Odio todo lo que posee un ritmo infernal
y todo lo difícil.
Tengo entendido, Megistos, que te comportas como un niño.
PÍNDARO
(Cinoscéfalos, Beocia, hacia el 518 a.C.)

OLÍMPICAS
(Fragmentos)

A HAGESIDAMO, NIÑO, VENCEDOR EN EL PUGILATO

Leedme en voz alta el nombre del vencedor olímpico,


el hijo de Arquéstrato, a ver en qué parte de mi espíritu
está escrito, pues se me había olvidado que le debía
un dulce canto. Musa, tu y la Verdad,
hija de Zeus, con la mano enderezadora,
rechazad la censura embustera
de que he faltado contra el huésped....
así también cuando un hombre, Hagesidamo,
que ha conseguido victorias llega al predio de Hades
sin ser cantado, con vana aspiración ha obtenido para su esfuerzo
placer breve; pero sobre ti la lira de grata voz
y la dulce flauta esparcen su encanto.
Nodriza de tu ancha fama
son las Piérides, hijas de Zeus.

Yo he emprendido esta tarea con afán y me he posado


sobre el glorioso pueblo locro, para verter
miel sobre esta viril ciudad.

Al hijo seductor de Arquéstrato


he elogiado, pues le vi vencer con la fuerza de su puño
junto al altar de Olimpia
en aquella ocasión:
poseía esa mezcla de hermosura externa
y lozanía que antaño a Ganímedes (*)
libro de la muerte, que a nadie respeta
con la ayuda de la Cípride.
(*) La Cípride es Afrodita, diosa del amor. Ganímedes fue raptado por Zeus en plena adolescencia al haberse enamorado el Dios del
Olimpo del joven príncipe, y destinado a ser su copero, con vida y juventud eternas. La equiparación del vencedor con Ganímedes no
puede ser mas elogiosa.

A ARISTÓCLIDES, VENCEDOR EN EL PANCRACIO

Si bello de cuerpo y con una conducta que no desdice de su hermosura


el hijo de Aristófanes ha alcanzado la cima de su virilidad,
ya no es fácil seguir surcando el mar inaccesible
más allá de las columnas de Heracles,
héroe dios, dispuso como gloriosos testigos
del límite de la navegación, sometió éste en el mar a descomunales
monstruos de la navegación, sometió éste en el mar a descomunales
monstruos y por propio impulsa exploró de las marismas
las corrientes, por donde llegó hasta el punto final que le condujo de regreso
y descubrió aquella tierra. Corazón mío, ¿hacia que ajeno
promontorio desvías mi navegación ?
Te pido que lleves la Musa a Eaco y su raza.
Con mis palabras se compadece lo mas sublime de la justicia elogiar al valeroso....

Del rubio Aquiles, ya de niño, cuando en casa de Fílira


vivía, grandes hazañas eran los juegos: muchas veces
con sus manos lanzaba, veloz como el viento, la jabalina de breve hierro,
en su lucha a leones salvajes la muerte causaba
y a los jabalís aniquilaba;
hasta los pies del Crónida Centauro
llevaba los cuerpos agonizantes,
a los seis años por vez primera y en todo el tiempo postrero...

A Teóxeno de Ténedo (*)

Hay un tiempo para recolectar amores,


corazón mio, cuando acompaña la edad:
pero aquel que al contemplar los rayos
rutilantes que brotan de los ojos de Teóxeno
no siente el oleaje del deseo, de acero
o de hierro tiene forjado su negro corazón
con fría llama y, perdido el aprecio
de Afrodita, la de vivaz mirada,
o violentas fatigas padece por la riqueza,
o se deja arrastrar por la femenina osadía
esclavo de todos sus (...) vaivenes.

Más yo me derrito como cera de sagradas abejas.


por el calor mordida en cuanto pongo mis ojos
en los lozanos miembros de adolescentes mozos.

¡ Era cierto que tambien en Ténedo


Persuasión y Donosura tenían su sede
en el hijo de Hagesilao !
(*) Según la leyenda Teóxeno fue el último amor efébico de Píndaro, y la persona en cuyos brazos falleció el poeta.
POESÍA LATINA

VIRGILIO
PUBLIO VIRGILIO MARÓN
(Italia, Andes 70-19 a.C.)

FRAGMENTO DE LA ENEIDA

Libro II.

Enmudecieron todos, conteniendo


el habla, ansiosos de escuchar. Eneas
empieza entonces desde su alto estrado:
«Espantable dolor es el que mandas,
oh reina, renovar con esta historia
del ocaso de Ilión, de cómo el reino,
que es imposible recordar sin llanto,
el Griego derribó: ruina misérrima
que vi y en que arrostré parte tan grande.
¿Quién, Mirmidón o Dólope o soldado
del implacable Ulises, referirla
pudiera sin llorar? Y ya en la altura
la húmeda noche avanza, y las estrellas
lentas declinan convidando al sueño.
Mas si tanto interés tu amor te inspira
por saber nuestras lástimas, y en suma
lo que fue Troya en su hora postrimera,
aunque el solo recuerdo me estremece,
y esquiva el alma su dolor, empiezo.
Del Hado rebatidos, tantos años,
los caudillos de Grecia, hartos de lides,
con arte digno de la excelsa Palas,
un caballo edifican -los costados,
vigas de abeto, un monte de madera-;
y hacen correr la voz que era el exvoto
por una vuelta venturosa. Astutos,
sortean capitanes escogidos
y en los oscuros flancos los ocultan,
cueva ingente cargada de guerreros.
Hay a vista de Ilión una isla célebre
bajo el troyano cetro rico emporio,
Ténedos, hoy anclaje mal seguro:
vanse hasta allí y en su arenal se esconden.
Los creemos en fuga hacia Micenas,
y de su largo duelo toda Troya
se siente libre al fin. Las puertas se abren
¡qué gozo ir por los dorios campamentos
y ver vacía la llanura toda
y desierta la orilla! «Aquí, los Dólopes,
aquí, las tiendas del cruel Aquiles;
cubrían las escuadras esta playa;
las batallas, aquí…» Muchos admiran
la mole del caballo, don funesto
a Palas virginal. Lanza Timetes
la idea de acogerle por los muros
hasta el alcázar -o traición dolosa,
u obra tal vez del Hado que ya urgía-.
Mas Capis, y con él los más juiciosos,
están porque en el mar se hunda al caballo,
don insidioso de la astucia griega,
tras entregarle al fuego, o se taladre
a que descubra el monstruo su secreto.
Incierto el vulgo entre los dos vacila.
De pronto, desde lo alto del alcázar,
acorre al frente de crecida tropa
Laoconte enardecido, y desde lejos:
«¡Oh ciudadanos míseros! -les grita-
¿qué locura es la vuestra? ¿al enemigo
imagináis en fuga? ¿o que una dádiva
pueda, si es griega, carecer de dolo?
¿no conocéis a Ulises? O es manida
de Argivos este leño, o es la máquina
que, salvando los muros, se dispone
a dominar las casas, y de súbito
dar sobre Ilión; en todo caso un fraude.
Mas del caballo no os fiéis, Troyanos:
yo temo al Griego, aunque presente dones.»
Dice, y en un alarde de pujanza,
venablo enorme contra el vientre asesta
del monstruo y sus igares acombados.
Prendido el dardo retembló, y al golpe
respondió en la caverna hondo gemido.
¡Y a no ser por los Hados, por la insania
de ceguera fatal, la madriguera
de esos Griegos hurgara él con la pica,
y en pie estuvieras, Troya, y sin quebranto os irguierais, alcázares de Príamo!
En este trance unos pastores teucros
con grande grita a un joven maniatado
traían ante el rey. A la captura
no había resistido: empeño suyo
era franquear Ilión a los Argivos;
y resuelto venía a todo extremo,
o a consumar su engaño, o de la muerte
a afrontar el rigor. Para mirarle,
ansiosa en torno de él se arremolina la juventud troyana y le baldona.
Mas oye la perfidia…, y por un Dánao
podrás sin falla conocer a todos.
Porque al verse indefenso entre el concurso,
todo él turbado, en torno la mirada
tiende por la dardania muchedumbre,
y «¡Ay! -suspiró- ¿qué mar, qué tierra amiga
me podrá recibir? ¿o qué me queda
cuitado, sin asilo entre los Griegos,
y reo cuya sangre airados piden
los Dardanios a una?» Este gemido
nos conmueve y abate nuestro encono.
Le alentamos a que hable, que nos diga
de qué raza es nacido, qué le trae
y en qué fundó, al rendirse, su esperanza.
Depuesto el miedo al fin, «Oh rey -prosigue-,
de cuanto ha sido, fuere lo que fuere,
la verdad diré yo. Y antes que nada,
no niego ser argivo: la Fortuna
pudo hacer a Sinón desventurado
mas no hablador mendaz y antojadizo.
Tal vez haya llegado a tus oídos
un nombre: Palamedes, el Belida,
rey glorioso, que, al tiempo de una falsa
alarma de traición, se vio acusado
-atropello inmoral de un inocente
sin más delito que objetar la guerra-.
Lo arrastraron los Griegos al suplicio;
llóranle hoy, tarde ya. Como, aunque pobres,
éramos de su sangre, yo desde Argos,
mandado por mi padre, joven vine
a iniciarme en las armas a su sombra;
y mientras el mantuvo su fortuna
e intacto su prestigio entre los reyes,
también logró mi nombre algún decoro.
Mas cuando, al galope del falsario Ulises,
partióse, como sabes, de esta vida,
derrocado yo al par, triste y oscura
arrastraba mi suerte, protestando
a solas del malogro del amigo.
Y no callé, loco de mí: venganza
me atreví a prometer, si con victoria
volvía yo a mi patria, y duros odios
con esto concité. Tal fue el principio
de mi infortunio y del afán de Ulises
por aterrarme con achaques falsos
y dichos que esparcía por el vulgo.
Consciente de su crimen, dase mañas,
armas buscando contra mí, ni ceja
hasta lograr que Calcas, su ministro…
Mas ¿por qué revolver lo que a vosotros
nada puede importar? ¿a qué alargarme?
Si ante vuestro rigor los Griegos todos
son una cosa, y ser yo Griego basta
para el castigo, tiempo es ya: matadme…
¿Qué más se quiere Ulises? ¡y a buen precio
de seguro os lo pagan los Atridas!»

HORACIO
Quinto Horacio Flaco (en latín Quintus Horatius Flaccus)
(Venusia, hoy Venosa, Apulia, 8 de diciembre del 65 adC – Roma, 27 de noviembre del 8 adC)

Carminum I, 11 («Carpe diem»)

No pretendas saber, pues no está permitido,


el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.
Carminum I, 30 (A Venus)

Oh Venus, reina de Gnido y Pafos,


abandona tu Chipre tan querida
y acude a la adornada estancia
de Glícera, la que te invoca
con numeroso incienso.
Venga contigo el Niño ardiente
y las Gracias de talles desceñidos;
vengan las Ninfas y la Juventud,
que sin ti a nadie atrae;
venga Mercurio.

Carminum IV, 3 (El don de la Musa)

A aquel a quien miraste, Melpómene, al nacer,


con ojos apacibles no lo ensalzará púgil
el esfuerzo en el Istmo, ni un fogoso caballo
lo conducirá vencedor en carro de Acaya,
ni la guerra, caudillo adornado con hojas
de Delos, lo presentará al Capitolio
por haber aplastado hinchadas jactancias de reyes;
antes bien, las aguas que bañan la fértil Tíbur
y las tupidas cabelleras de los bosques
lo harán célebre en el canto Eolio.
El pueblo de Roma, la primera de las ciudades,
juzga digno situarme entre los coros amables de sus poetas,
y ya me muerde menos el envidioso diente.
¡Oh Piéride, que templas el dulce ruido de mi lira de oro!
¡Oh tú, que, si quisieras, darías la armonía del cisne
a los peces mudos! Todo es regalo tuyo
si me señala el dedo de los que pasan
como cultivador de la Romana cítara.
Mi inspiración y mi buena fama, si es que la tengo,
son sólo tuyas.

Carminum III, 1 (A sí mismo)

Odio al vulgo profano y lo rechazo.


Tened las lenguas: sacerdote de las Musas,
voy a cantar versos jamás oídos antes
a los niños y a las doncellas.
A sus propios rebaños rigen
temibles reyes, y a ellos los gobierna
Júpiter, famoso por su triunfo Giganteo,
el que lo mueve todo con su ceño.
Sucede que un hombre alinea en los surcos
mayor número de árboles que otro hombre;
éste, de más noble linaje, baja
al Campo a competir; aquél,
mejor por sus costumbres y su fama
rivaliza con él; otro tiene mayor
cantidad de clientes.
Con justa ley, Necesidad
sortea a los notables y a los ínfimos:
una amplia urna mueve todo nombre.
Aquel sobre cuya impía cabeza
pende desnuda espada
no encuentra dulce el sabor de los festines Sículos
ni el canto de las aves y de la cítara
le devuelven el sueño. Ese sueño
apacible que, en cambio, no desdeña
la casa humilde del campesino,
ni la umbrosa ribera,
ni Tempe, el valle oreado por los Céfiros.
Al que desea sólo lo suficiente
no lo seduce el mar tumultuoso,
ni el ímpetu cruel de Arturo al ponerse,
ni el nacimiento de las Cabrillas,
las viñas azotadas por el granizo
o una finca mendaz, ya culpen sus plantíos
a las aguas, a las estrellas
que abrasan los campos
o a los inclementes inviernos.
Sienten los peces reducido el mar
por las moles lanzadas a sus aguas,
pues allí van a parar las piedras
que sin cesar arrojan el empresario con sus obreros
y el señor harto ya de tierra.
Mas Temor y Amenazas
suben adonde está el señor,
y la negra Inquietud no se separa
de su trirreme guarnecida de bronce
y cabalga tras él, jinete.
Y, si ni el mármol Frigio,
ni el uso de la púrpura más brillante que un astro,
ni la viña Falerna,
ni el costo Aquemenio
alivian el dolor del que sufre,
¿por qué voy a construir un atrio grandioso
con puertas envidiables, según el nuevo estilo?
¿Por qué voy a cambiar
mi valle de Sabina
por riquezas tan pesarosas?

Carminum III, 25 (A Baco)

¿Adónde, Baco, me arrebatas, lleno de ti?


¿A qué bosques, a qué cavernas
soy arrastrado velozmente por una mente nueva?
¿En qué antro seré oído
meditando introducir la gloria eterna
del egregio César en los astros y en la asamblea
de Júpiter? Cantaré lo insigne, lo nuevo,
lo que ninguna boca ha cantado.
No de otro modo que la insomne Bacante
se queda atónita mirando desde la cumbre el Hebro,
la Tracia blanca por la nieve
y el Ródope hollado por pie bárbaro:
así a mí me complace, extraviado,
admirar las riberas y los bosques desiertos.
¡Oh señor poderoso de las Náyades
y de las Bacantes capaces de derribar
los elevados fresnos con las manos!
Nada pequeño, ni en tono humilde,
nada mortal celebraré. Dulce peligro
es, oh Leneo, seguir al dios que ciñe sus sienes
con verde pámpano.

OVIDIO
Publio Ovidio Nasón (En latín Publius Ovidius Naso)
(Sulmona, 20 de marzo de 43 adC † Tomis, actual Constanza, 17)

EL ARTE DE AMAR
Ars Amandi o Ars Amatoria

LIBRO PRIMERO
(Fragmento)

Si alguien en la ciudad de Roma ignora el arte de amar, lea mis páginas, y ame instruido por sus
versos. El arte impulsa con las velas y el remo las ligeras naves, el arte guía los veloces carros, y
el amor se debe regir por el arte. Automedonte sobresalía en la conducción de los carros y el
manejo de las flexibles riendas; Tifis acreditó su maestría en el gobierno de la nave de los
Argonautas; Venus me ha escogido por el confidente de su tierno hijo, y espero ser llamado el
Tifis y el Automedonte del amor. Éste en verdad es cruel, y muchas veces experimenté su enojo;
pero es niño, y apto por su corta edad para ser guiado. La cítara de Quirón educó al jovenzuelo
Aquiles, domando su carácter feroz con la dulzura de la música; y el que tantas veces intimidó a
sus compañeros y aterró a los enemigos, dícese que temblaba en presencia de un viejo cargado
de años, y ofrecía sumiso al castigo del maestro aquellas manos que habían de ser tan funestas a
Héctor. Quirón fue el maestro de Aquiles, yo lo seré del amor: los dos niños temibles y los dos
hijos de una diosa. No obstante, el toro dobla la cerviz al yugo del arado y el potro generoso
tiene que tascar el freno; yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y
sacuda sobre mí sus antorchas encendidas.

Cuanto más riguroso me flecha y abrasa con sin par violencia, tanto más brío me infunde el
anhelo de vengar mis heridas. Yo no fingiré, Apolo, que he recibido de ti estas lecciones, ni que
me las enseñaron los cantos de las aves, ni que se me apareció Clío con sus hermanas al
apacentar mis rebaños en los valles de Ascra. La experiencia dicta mi poema; no despreciéis sus
avisos saludables: canto la verdad. ¡Madre del amor, alienta el principio de mi carrera! ¡Lejos de
mí, tenues cintas, insignias del pudor, y largos vestidos que cubrís la mitad de los pies! Nosotros
cantamos placeres fáciles, hurtos perdonables, y los versos correrán limpios de toda intención
criminal.

Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto
digno de tu predilección; en seguida trata de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y en
tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo. Éste es mi propósito, éste el
espacio por donde ha de volar mi carro, ésta la meta a la que han de acercarse sus ligeras ruedas.

Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la ocasión y escoge a la que digas: «Tú sola me
places.» No esperes que el cielo te la envíe en las alas del Céfiro; esa dicha has de buscarla por
tus propios ojos. El cazador sabe muy bien en qué sitio ha de tender las redes a los ciervos y en
qué valle se es-conde el jabalí feroz. El que acosa a los pájaros, conoce los árboles en que ponen
los nidos, y el pescador de caña, las aguas abundantes en peces. Así, tú, que corres tras una mujer
que te profese cariño perdurable, dedícate a frecuentar los lugares en que se reúnen las bellas. No
pretendo que en su persecución de las velas al viento o recorras lejanas tierras hasta encontrarla;
deja que Perseo nos traiga su Andrómeda de la India, tostada por el sol, y el pastor de Frigia robe
a Grecia su Helena; pues Roma te proporcionará lindas mujeres en tanto número, que te obligue
a exclamar: «Aquí se hallan reunidas todas las hermosuras del orbe.» Cuantas mieses doran las
faldas del Gárgaro, cuantos racimos llevan las viñas de Metimno, cuantos peces el mar, cuantas
aves los árboles, cuantas estrellas resplandecen en el cielo, tantas .jóvenes hermosas pululan en
Roma, porque Venus ha fijado su residencia en la ciudad de su hijo Eneas.

Si te cautiva la frescura de las muchachas adolescentes, presto se ofrecerá a tu vista alguna


virgen candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud, hallarás mil que te seduzcan con sus
gracias, vién-dote embarazado en la elección; y si acaso te agrada la edad juiciosa y madura,
créeme, encontrarás de éstas un verdadero enjambre. Cuando el sol queme las espaldas del león
de Hércules, paséate despacio a la sombra del pórtico de Pompeyo, o por la opulenta fábrica de
mármol extranjero que publica la munificencia de una madre añadida a la de su hijo, y no olvides
visitar la galería, ornada de antiguas pinturas, que levantó Livia, y por eso lleva su nombre. Allí
verás el grupo de las Danaides que osaron matar a los infelices hijos de sus tíos, y a su feroz
padre, con el acero desnudo. No dejes de asistir a las fiestas de Adonis, llorado por Venus, ni a
las del sábado que celebran los judíos de Siria, ni pases de largo por el templo de Menfis que se
alzó a la ternera vendada con franjas de lino; Isis convierte a muchas en lo que ella fue para Jove.

Hasta el foro, ¿quién lo creerá?, es un cómplice del amor, cuya llama brota infinitas veces entre
las lides clamorosas. En las cercanías del marmóreo templo consagrado a Venus surge el raudal
de la fuente Appia con dulcísimo murmullo, y allí mil veces se dejó prender el jurisconsulto en
las amorosas redes, y no pudo evitar los peligros de que defendía a los demás; allí, con
frecuencia, el orador elocuente pierde el don de la palabra: las nuevas impresiones le fuerzan a
defender su propia causa; y Venus, desde el templo vecino, se ríe del desdichado que siendo
patrono poco ha, desea convertirse en cliente; pero donde has de tender tus lazos sobre todo es en
el teatro, lugar muy favorable a la consecución de tus deseos. Allí encontrarás más de una a
quien dedicarte, con quien entretenerte, a quien puedes tocar, y por último poseerla. Como las
hormigas van y vuelven en largas falanges cargadas con el grano que les ha de servir de
alimento, y las abejas vuelan a los bosques y prados olorosos para libar el jugo de las flores y el
tomillo, así se precipitan en los espectáculos nuestras mujeres elegantes en tal número, que
suelen dejar indecisa la preferencia. Más que a ver las obras representadas, vienen a ser objeto de
la pública expectación, y el sitio ofrece mil peligros al pudor inocente.

¡Oh Rómulo, tú fuiste el primero que alborotó los juegos escénicos con la violencia, cuando el
rapto de las Sabinas regocijó a tus soldados, que carecían de mujeres! Entonces los toldos no
pendían sobre el marmóreo teatro, ni enrojecía la escena el líquido azafrán; con el ramaje que
brindaba la selva del Palatino, dispuesto sin arte, levantábase el rústico tablado; el pueblo se
acomodaba en graderías hechas de césped, y el follaje cubría de cualquier modo las hirsutas
cabezas. Cada cual, observando alrededor, señalaba con los ojos la joven que para sí codiciaba, y
revolvía muchos proyectos a la callada en su pecho; y mientras el danzante, a los rudos sones de
la zampoña toscana, golpea cadencioso tres veces el suelo con los pies, en medio de los aplausos,
que entonces no se vendían, el rey da a su pueblo la señal de lanzarse sobre la presa. De súbito
saltan de los asientos, y con clamores que delatan su intención, ponen las ávidas manos en las
doncellas. Como la tímida turba de palomas huye las embestidas del águila, como la tierna
cordera se espanta en presencia del lobo, así huyen, aterradas, de aquellos hombres sin ley que
las acometen, y no hubo una sola que no reflejase la palidez en la cara. El espanto fue en todas
igual, mas no se manifestó de la misma manera. Las unas se arrancan los cabellos, las otras
pierden el sentido; éstas guardan un sombrío silencio, aquéllas llaman a sus madres; quiénes se
lamentan, quiénes quedan embargadas de estupor, algunas permanecen inmóviles y no pocas se
dan a la fuga. Las doncellas robadas, presa ofrecida al dios Genio, desaparecen de allí, y el temor
multiplicó en muchas los naturales encantos. Si alguna se resiste tenaz a seguir al raptor, éste la
coge en brazos, y estrechándola contra el ávido seno, la consuela con tales palabras: «¿Por qué
enturbias con el llanto tus lindos ojos? Lo que tu padre es para tu madre, eso seré yo para ti.»
Rómulo, tú fuiste el único que supo premiar a los soldados; si me concedes el mismo galardón,
me alisto en tu milicia. Desde entonces sigue la costumbre en las funciones teatrales, y hoy
todavía son un peligro para las hermosas.

No dejes tampoco de asistir a las carreras de los briosos corceles; el circo, donde se reúne
público innumerable, ofrece grandes incentivos. Allí no te verás obligado a comunicar tus
secretos con el lenguaje de los dedos, ni a espiar los gestos que descubran el oculto pensamiento
de tu amada. Nadie te impedirá que te sientes junto a ella y que arrimes tu hombro al suyo todo
lo posible; el corto espacio de que dispones te obliga forzosamente, y la 1ey del sitio te permite
tocar a gusto su cuerpo codiciado. Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación, y que
tus primeras palabras traten de cosas generales. Con vivo interés pregúntale a quién pertenecen
los caballos que van a correr, y sin vacilación toma el partido de aquel, sea el que fuere, que
merezca su favor. Cuando se presenten las imágenes de marfil en la solemne procesión, aplaude
con entusiasmo a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso el polvo se pega al vestido de la
joven, apresúrate a quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caído polvo ninguno, haz como
que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el manto le desciende
hasta tocar el suelo, recógelo sin demora y quítale la tierra que lo mancha, que bien pronto
recabarás el premio de tu servicio, pues con su consentimiento podrás deleitar los ojos al
descubrir su torneada pierna. Además, observa si el que se sienta detrás de vosotros saca
demasiado la rodilla y oprime su ebúrnea espalda. La menor distinción cautiva a un ánimo ligero.
Fue útil a muchos colocar con presteza un cojín o agitar el aire con el abanico, y deslizar el
escabel bajo unos pies delicados. El circo brinda estas ocasiones al amor naciente, como la arena
del foro que entristecen las contiendas legales. Allí descendió a pelear mil veces el hijo de
Venus, y el que contemplaba las heridas de otro, resultó herido también; y mientras habla, toca la
mano del adversario, apuesta por un combatiente, y, depositada la fianza, pregunta quién salió
victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava en el pecho, y, simple espectador del
combate, viene a ser una de sus víctimas.

¿Qué espectáculo iguala en lo emocionante al simulacro de una batalla naval en la que César
lanza las naves de Persia contra las de Atenas? Desde uno y otro mar acuden mozos y doncellas,
y el orbe entero se da cita en Roma. Entre tanta muchedumbre, ¿quién no hallará la mujer de su
predilección? ¡Ah, cuántos se dejaran abrasar por una hermosa extranjera! César se dispone a
sojuzgar pronto lo que le falta del orbe, y pronto serán nuestros los últimos confines del Oriente.
¡Reino de los parthos, vas a sufrir rudo castigo¡ ¡Alborozaos, manes de Craso; estandartes que, a
pesar vuestro, pasasteis a poder de los bárbaros, aquí está vuestro vengador, acredi-tado de
insigne caudillo en los primeros encuentros, pues muy joven obtiene victorias no concedidas a la
juventud! ¡Espíritus apocados, no preguntéis el día natal los dioses: el valor de los Césares se
adelanta siempre a la edad, su genio soberano brilló desde los tiernos años, rebelde a los tardíos
pasos del creci-miento! Hércules, de niño, ahogó con sus manos dos serpientes, y ya en la cuna
se mostró digno vástago de Jove. ¡Tú, Baco, que seduces con tus gracias juveniles, cuán grande
apareciste en la India, conquistada por tus tirsos victoriosos! Joven prínci-pe, combatirás
alentado por los auspicios y el valor de tu padre, y gracias a los mismos reportarás la victoria;
debes ilustrar con hazañas heroicas tu nombre glorioso, y si hoy eres el príncipe de la ju-ventud,
luego lo serás de la vejez. Hermano genero-so, venga la injuria de tus hermanos; modelo de
hijos, defiende los derechos de tu padre. Tu padre, que lo es también de la patria, te puso las
armas en la mano; el enemigo arrebató con violencia el reino al autor de tus días, pero tus dardos
serán sagrados, y las saetas de aquél sacrílegas; la justicia y la piedad combatirán bajo tus
enseñas, y el partho, ya vencido por su mala causa, lo será asimismo por las armas, y mi joven
héroe añadirá a las del Lacio las riquezas del Oriente. ¡Marte, que eres su padre, y tú, César, su
padre también, prestad ayuda al guerrero, ya que uno de vosotros es dios, y el segundo lo será
presto! Sí, te lo aseguro: vencerás; yo cantaré los versos ofrecidos a tu gloria, y tu nombre
resonará en ellos con sublime acento. A punto de combatir, animarás las huestes con mis
palabras, y ojalá no sean indignas de tu esfuerzo. Pintaré al partho fugitivo, el brío animoso de
los romanos, y los dardos que lanza el enemigo, volviendo las riendas de su caballo. Partho, si
huyes para vencer, ¿qué dejas a los vencidos? Al fin tu Marte te amedrenta con presagios
funestos. Pronto lucirá el día en que tú, el más hermoso de los hombres, aparezcas
resplandeciente en el carro de cuatro blancos corceles. Delante de ti caminarán los jefes
enemigos con los cuellos cargados de cadenas, sin que puedan, como antes, buscar su salvación
en la fuga; los jóvenes, al lado de las doncellas, contemplarán regocijados el espectáculo, y este
día feliz ensanchará todos los corazones. Entonces, si alguna muchacha te pregunta los nombres
de los vencidos reyes, y cuáles son las tierras, los montes y los ríos de las imágenes conducidas
en triunfo, responde a todo, aunque no seas interrogado, y afirma lo que no sabes como si lo
supieses perfectamente. Esa imagen con las sienes ceñidas de cañas es el Éufrates; la que sigue,
de azulada cabellera, el Tigris; aquélla, la de Armenia; ésta representa la Persia, donde nació el
hijo de Dánae; estotra, una ciudad situada en los valles de Aquemenia; aquél y el de más allá son
generales; de algunos dirás los nombres verdaderos, si los conoces, y si no, los que puedan
convenirles.

Las mesas de los festines brindan suma facilidad para introducirse en el ánimo de las bellas, y
proporcionan además de los vinos otras delicias. Allí, con frecuencia, el Amor de purpúreas
mejillas sujeta con sus tiernos brazos la altiva cabeza de Baco; cuando el vino llega a empapar
las alas de Cupido, éste queda inmóvil y como encadenado en su puesto; mas en seguida el dios
sacude las húmedas alas, y entonces, ¡desgraciado del corazón que baña en su rocío! El vino
predispone los ánimos a inflamarse enardecidos, ahuyenta la tristeza y la disipa con frecuentes
libaciones. Entonces reina la alegría; el pobre, entonces, se cree poderoso, y entonces el dolor y
los tristes cuidados desaparecen de su rugosa frente; entonces descubre sus secretos, ingenuidad
bien rara en nuestro siglo, porque el dios es enemigo de la reserva. Allí, muy a menudo, las
jóvenes dominan al albedrío de los mancebos: Venus, en los festines, es el fuego dentro del
fuego.

No creas demasiado en la luz engañosa de las lámparas; la noche y el vino extravían el juicio
sobre la belleza. Paris contempló las diosas desnudas a la luz del sol que resplandecía en el cielo,
cuando dijo a Venus: «Venus, vences a tus. competidoras.» La noche oculta las macas, disimula
los defectos, y entre las sombras cualquiera nos parece hermosa. Examina a la luz del día los
brillantes, los trajes de púrpura, la frescura de la tez y las gracias del cuerpo. ¿Habré de enumerar
todas las reuniones femeninas en que se sorprende la caza? Antes contaría las arenas del mar. ¿A
qué citar Bayas, que cubre de velas sus litorales y cuyas cálidas aguas humean con vapores
sulfurosos? Los que salen de allí con el dardo mortal en el pecho dicen de ellas: «Estas aguas no
son tan saludables como publica la fama.» Contempla el ara de Diana en medio del bosque
próximo a nuestros muros y el reino conquistado por el acero de una mano criminal; aunque la
diosa es virgen y odia las flechas de Cupido, ¡cuántas heridas causa a su pueblo y cuántas
causará todavía!
Hasta aquí mi Musa, exponiendo sus advertencias en versos desiguales, te advirtió dónde
encontrarías una amada y dónde has de tender tus redes; ahora te enseñará los hábiles recursos
que necesitas poner en juego para vencer a la que te seduzca. Quienesquiera que seáis, de esta o
de la otra tierra, prestadme todos dócil atención, y tú, pueblo, oye mi palabra, pues me dispongo
a cumplir lo prometido. Primeramente has de abrigar la certeza de que todas pueden ser
conquistadas, y las conquistarás preparando astuto las redes. Antes cesarán de cantar los pájaros
en primavera, en estío las cigarras y el perro del Ménalo huirá asustado de la liebre, antes que
una joven rechace las solícitas pretensiones de su amador: hasta aquella que juzgues más difícil
se rendirá a la postre; los hurtos de Venus son tan dulces al mancebo como a la doncella; el uno
los oculta mal, la otra cela mejor sus deseos. Conviene a los varones no precipitarse en el ruego,
y que la mujer, ya de antemano vencida, haga el papel de suplicante. En los frescos pastos la
vaca llama con sus mugidos al toro y la yegua relincha a la aproximación del caballo. Entre
nosotros el apetito se desborda menos furioso y la llama que nos enciende no traspasa los límites
de la naturaleza.
¿Hablaré de Biblis, que concibió por su hermano un amor incestuoso, expiado valerosamente
echándose un lazo al cuello? Mirra amó a su padre, no como debía amarle una hija, y convertida
en árbol, oculta bajo la corteza su crimen y hoy nos sirven de perfumes las lágrimas que destila
el tronco oloroso que aun lleva su nombre. Pacía en los opacos valles del frondoso Ida un toro
blanco, gloria del rebaño, señalado por leve mancha negra en la frente; era la única, pues el resto
de su cuerpo igualaba la blancura de la leche. Las terneras ardientes de Gnosia y Cidón desearon
sostenerlo sobre sus espaldas, y la adúltera Pasifae, que se regocijaba con la ilusión de poseerlo,
concibió un odio mortal contra las que consideraba más hermosas. Cuento hechos harto
conocidos. Creta, la de las cien ciudades, y nada escrupulosa en mentir, no osará negarlo. Dícese
que ella misma cortaba con poca habilidad las hojas recientes de los árboles y las tiernas hierbas
de los prados, ofreciéndoselas al toro; ella seguía al rebaño sin que la contuviese el temor de su
esposo, y Minos quedó vencido por el cornudo animal. ¿De qué te sirve, Pasifae, ponerte
preciosas vestiduras, si tu adúltero amante desconoce el valor de esas riquezas? ¿De qué el
espejo que llevas en tus excursiones por las montañas y para qué, necia, cuidas tanto el peinar tus
cabellos? Mírate en ese espejo, y te convencerás de no ser una ternera; mas ¿con qué ardor no
desearías que te naciesen los cuernos en la frente? Si aun quieres a Minos, renuncia a torpes
ayuntamientos, y si pretendes engañar a tu esposo, engáñale con un hombre. Pero la reina,
abandonando su tálamo, vaga errante por montes y selvas como la Bacante soliviantada por el
dios de Aonia. ¡Ah!, ¡cuántas veces distinguía a una vaca con ceño iracundo y exclamaba!: «¿Por
qué ésta agrada a mi dueño? Mira cómo retoza en su presencia sobre la fresca hierba. Sin duda
cree en su imbecilidad estar así más bella. Dice, y al momento ordena separar a la inocente del
rebaño y someter su cerviz al pesado yugo, o la obliga a caer ante el ara del sacrificio, como
víctima, y alegre recoge en sus manos las entrañas de una rival. Muchas veces aplacó a los
númenes con tan cruentos espectáculos y apostrofaba así las carnes palpitantes: «Ea, id a cautivar
al que amo. Ya deseaba convertirse en Europa, ya en la ninfa Io; en ésta porque se transformó en
vaca, en la otra porque fue arrebatada sobre la espalda de un toro. El jefe del rebaño se juntó con
Pasifae engañado por el cuerpo de una vaca de madera, y el fruto de esta unión descubrió la
naturaleza del padre.

REFERENCIAS:
● Horacio (2006) Sobre el Arte Poética. Caracas: Ministerio de la Cultura – Fundación El Perro y La Rana.
● Ovidio (2006) El Arte de Amar. Caracas: Ministerio de la Cultura – Fundación El Perro y La Rana.
● Píndaro (2006) Odas y Fragmentos. Caracas: Ministerio de la Cultura – Fundación El Perro y La Rana.
● Safo de Lesbos (1945) Poesía. Madrid: Aguilar. Colección Crisol.
● Virgilio (1962) La Eneida. Madrid: Espasa-Calpe. Colección Austral.

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