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Agrarismo e historia agraria de Guatemala

El célebre Jesús Silva Herzog es-cribió un libro monumental de más de 600 páginas, El agrarismo mexicano y la
reforma agraria (FCE, México, 1959), que debemos leer una y mil veces para comprender mejor la problemática
de la tenencia de la tierra en Guatemala.

J.C.Cambranes
El autor expone de manera sencilla, pero brillante, la trayectoria del agrarismo en México,
desde el período prehispánico hasta 1960, comparando las ideas y proyectos agraristas hechos
realidad en cada momento histórico. Los orígenes del problema agrario, dice Herzog, están en
“el derecho de conquista” de América y en las concesiones reales, “mercedes de tierras”,
otorgadas a los descubridores, conquistadores y colonizadores españoles. Después del uso del
arcabuz, la espada y la cruz, la jurisprudencia anuló al nativo americano como sujeto de derecho
agrario y de la Historia, legalizándose la propiedad de la Iglesia y de particulares enriquecidos
a costa de las tierras comunales y del trabajo del campesinado esclavo, semiesclavo (sistema del
peonaje) y trabajador del empresario capitalista en el medio rural.

Hace pocos días falleció Andrés Girón, a quien conocí como dirigente del Movimiento Pro-
Tierras, en 1986. Lleno de entusiasmo por su movimiento agrarista, le invité a acompañarme a
Washington, donde gracias a amigos comunes nos recibió el senador Patrick Leahy, presidente
de la Comisión de Agricultura del Senado. En nuestra entrevista nos sorprendió no solo su
profundo conocimiento de la antigua civilización maya, sino también el alto grado de
comprensión que mostró por la miseria en la que se encontraban los trabajadores del campo,
mayas y ladinos pobres, y la necesidad que existía en Guatemala de una reforma agraria que
diera fin a la desigualdad social y económica. Nunca más volví a ver al senador progresista, pero
sé que actualmente es uno de los hombres más influyentes y poderosos del gobierno
norteamericano. Si llega a Guatemala, le deseo una estadía fructífera y que contribuya al
bienestar de nuestro pueblo maya y ladino pobre.

Como producto de dicho viaje, escribí el libro Agrarismo en Guatemala (Serviprensa


Centroamericana, Guatemala, 1986), en donde el cura agitador expresa vivamente su proyecto
agrarista, poniendo énfasis en la necesidad de que los campesinos guatemaltecos administren
sus tierras y su vida en entera libertad, de manera autogestionaria. Es la primera vez en la
historia agraria de Guatemala que se hace la propuesta Tierra y Libertad. Estuve cerca de don
Andrés o padre Girón hasta que viajé a España en 1988 e inicié mis investigaciones históricas
en el Archivo de Indias en Sevilla, dedicándome a la investigación y estudio de la invasión
española al Petén en 1697. Rompí mis vínculos con el señor Girón. Me enteré de que la
politiquería hizo fracasar el proyecto agrarista, al convertirse Girón en diputado-marioneta de
Vinicio Cerezo.

Hace pocos días he sabido que se convirtió en sacerdote de la Iglesia Ortodoxa y que falleció.
Mis pésames a sus familiares. El padre Girón es ya un personaje histórico
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El fantasma de la reforma agraria
La versión políticamente correcta de la historia de Guatemala se divide en cuatro etapas o
períodos, dos claros o buenos y dos oscuros o malos. En la primera etapa, antes de la Conquista,
todo sería paz y amor entre las naciones ancestrales de Guatemala, con tierra para todos,
igualdad, libertad, fraternidad y justicia. Prevalecía el amor y cuidado de la madre naturaleza,
la igualdad de género, libertad de culto, servicios de salud, educación, seguridad y justicia para
todos. El egoísmo, la explotación y la maldad eran inexistentes.
La segunda etapa inicia con la Conquista, es toda oscura y reina el mal; es la patria del criollo,
que dura cuatro siglos. La tercera etapa inicia en Octubre de 1944, cuando regresa la claridad
de la luz, la bondad y la justicia social revolucionaria, se impone la igualdad y la felicidad. Esta
etapa de luz dura apenas una década y llega a un trágico final en 1954, con un golpe de Estado
propiciado por la CIA y fuerzas reaccionarias, dando inicio al cuarto período, oscuro, donde
reina la injusticia que prevalece hasta el presente. Si tan solo Guatemala pudiera regresar a la
etapa uno, o a la tres, triunfarían el bien y la justicia.
La semana pasada circuló una iniciativa de ley, titulada Ley de Tierras, con la firma de tres
diputados. Presentaron la iniciativa para conmemorar el 65 aniversario del decreto 900, Ley de
1952. La justificación de la propuesta sería que “es una vergüenza para el país que más de 10
millones de personas se encuentren entre la pobreza y pobreza extrema y un millón de niños
desnutridos”.
Esta propuesta de reforma agraria, calco actualizado del decreto 900 de 1952, sería la respuesta.
Ojalá fuera así de fácil y certero. La pobreza extrema y la desnutrición son una tragedia,
remediable en el tiempo, pero no con una “reforma agraria” de este corte.
Continúan viendo la problemática con el prisma del “clamor por la tierra” de la teología de la
liberación, en lugar de entenderlo como el “clamor por una vida mejor”.
Esta es la verdadera dicotomía, entre la expropiación y repartición de tierras, o la
modernización y extensión de la actividad económica para crear empleo y elevar el nivel de vida,
como respuesta a la pobreza. Los millones de chapines que han migrado al norte no lo han
hecho en busca de tierra, sino persiguiendo el sueño de un mejor nivel de vida. Las economías
más prósperas y avanzadas del planeta no alcanzaron su condición confiscando y repartiendo
tierras o persiguiendo el espejismo de la soberanía alimentaria.
La Ley de Tierras, al igual que el decreto 900, contempla la nacionalización de propiedades y el
otorgamiento de usufructo vitalicio a campesinos de parcelas de hasta 25 manzanas para
producir el tan ansiado progreso rural y la soberanía alimentaria. La propiedad sería del
Gobierno y no de los campesinos.
¿En dónde ha funcionado esto? ¿Qué efectos imprevistos tendría resucitar el decreto 900? Sería
altamente disruptivo a la inversión y la economía formal, provocando fuga de capital y talento,
desempleo e incertidumbre. Las invasiones, enfrentamientos y conflictividad social se
incrementarían exponencialmente.
La clase política y la burocracia serían las encargadas de implementar esta “reforma”, creando
enormes avenidas de discrecionalidad, abuso, clientelismo y corrupción.
La reforma agraria suena romántica, pero no es la solución a los problemas económicos y
sociales de Guatemala. Es una receta para profundizar la tragedia de la pobreza que impera en
el país, un retroceso que la alejaría aún más de las oportunidades del siglo que vivimos.

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