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PROCESO JUSTO
Por providencia de 4 de marzo de 1999 la Sala acordó incorporar a las actuaciones comunicación recibida del
Juzgado de Primera Instancia, a la que se adjuntaba el emplazamiento de las partes personadas en el previo proceso
judicial, y dar vista de las actuaciones recibidas a la parte recurrente y al Ministerio Fiscal para que formularan las
alegaciones que considerasen convenientes en el plazo común de veinte días.
En las actuaciones remitidas a este Tribunal, tramitadas en el Juzgado de Primera Instancia núm. 5 de Albacete y en la
Audiencia Provincial, obran, entre otros particulares, en las correspondientes al Juzgado, tres documentos de marzo
de 1997, unidos a aquéllas inmediatamente después de la Sentencia de 7 de abril de 1997 y de su notificación a la
parte demandante, pese a ser de fecha anterior, que, en lo pertinente a los fines de este recurso, se relacionan a
continuación en lo sustancial:
a) Comunicación del Servicio de Orientación Jurídica del Ilustre Colegio de Abogados de Albacete al Juzgado de
Primera Instancia núm. 5 de dicha ciudad, de fecha 4 de marzo de 1997, en la que le hace saber que don Manuel S.
M. «ha presentado con fecha 4-3-1997 solicitud de Abogado y Procurador de oficio, habiéndosele advertido de que,
en el plazo de diez días hábiles, deberá presentar la documentación requerida a efectos del RD 108/1995, de 27 de
enero ( RCL 1995, 510) ». Asimismo, según consta en dicho documento, el expresado Servicio y el peticionario
señor S. M. solicitan del órgano judicial «la suspensión del Plazo». Dicho escrito lleva un sello de la Secretaría del
citado Juzgado con fecha 4 de marzo de 1997, y asimismo una anotación a mano que dice «Ejecutivo núm.
188/1996».
b) Un documento del Ilustre Colegio de Abogados de Albacete, que es el dictamen que formula el Servicio de
Orientación Jurídica respecto de la solicitud deducida por don Manuel S. M. Tiene fecha y sello de salida de 14 de
marzo de 1997, con la indicación de que se ha de remitir al Juzgado de Primera Instancia núm. 5 de Albacete, juicio
ejecutivo núm. 188/1996.
c) Un escrito con membrete del Ilustre Colegio de Abogados de Albacete, con sello de su Secretaría y firma del
Secretario, de fecha 14 de marzo de 1997, dirigido al Juzgado de Primera Instancia núm. 5, en el que se le comunica
que ha sido designado Abogado de oficio don Félix M. J. para la asistencia letrada de don Manuel S. M.
9. El Ministerio Fiscal formuló sus alegaciones en escrito presentado en el Registro de este Tribunal el 13 de abril
de 1999, y en él interesa que se dicte Sentencia otorgando el amparo.
En efecto, destaca el Ministerio público que el recurrente actuó de conformidad con el art. 12 de la Ley 1/1996
de Asistencia Jurídica Gratuita, instando el beneficio del Colegio de Abogados de Albacete el 4 de marzo de 1997, en
cuya fecha se comunicó al Juzgado de Primera Instancia núm. 5, mediante escrito en el que se solicitaba la
suspensión del procedimiento. El Juzgado, dice el Ministerio público, «hizo caso omiso o extravió
tan fundamental documento, pasándose a dictar Sentencia en 7-4-1997 sin hacerse referencia a aquél y mandando
seguir adelante la ejecución». Asimismo señala que, siendo apelada dicha Sentencia por el recurrente en amparo, «la
misma fue confirmada por la Sala en sentencia de 9 de febrero de 1998 entendiendo erróneamente que la solicitud se
presentó en el Colegio de Abogados extemporáneamente, es decir, en providencia notificada en 21-2-1997, lo que fue
determinante para la confirmación del fallo de instancia».
Añade el Ministerio Fiscal que «el escrito de 4 de marzo tenía existencia real según resulta, no sólo de la copia que se
presentó con el recurso de amparo, sino de una copia igual que obra en el testimonio de las actuaciones remitidas por
el Juzgado, si bien se observa la irregularidad de su unión al conjunto de folios (de forma sesgada y sin numerar)», de
modo que «ello confirma que la irregularidad procesal se debió no a la indiligencia de la parte sino a la actividad del
Juzgado que extravió el decisivo documento».
Por todo ello, sigue señalando el Ministerio público, «[se] privó al recurrente de participar de modo activo en la fase
de primera instancia al no poder articular motivos de oposición (arts. 1463 y ss. LECiv) y quedar precluído el
trámite». Se trata de una irregularidad que «reúne todos los requisitos de la indefensión material, al haber quedado
excluido de un medio fundamental de alegación y defensa, cuáles son las excepciones y motivos de nulidad en la Ley
previstos». Y asimismo «quedó definitivamente perjudicada la posición en el proceso del allí apelante, ya que el
trámite perdido no podía recuperarse de modo alguno en la apelación, en cuya sentencia no se penetró en el fondo de
la pretensión al detenerse el razonamiento de la Sala en la carencia de oposición en base a un documento que no
acreditaba el deseo de la parte de participar en él, lo que sí se derivaba del escrito extraviado».
De lo anterior deriva el Ministerio público que debe otorgarse por parte de este Tribunal el amparo, debiendo
procederse a la anulación de las Sentencias impugnadas y de todo lo actuado con posterioridad a la comunicación de
la petición de nombramiento de Procurador y Letrado de oficio, y a la consiguiente retroacción de las actuaciones al
momento de dicha comunicación, todo lo cual interesa de este Tribunal.
Transcurrido el plazo concedido en la providencia de 4 de marzo de 1999, conforme a las previsiones del art. 52.1
LOTC, la parte recurrente no presentó escrito de alegaciones, lo que consta mediante diligencia de Secretaría de 15
de abril de 1999.
Por providencia de 11 de julio de 2002, se señaló para la deliberación y votación de la presente Sentencia el día 15 del
mismo mes y año.
II. Fundamentos jurídicos
II. FUNDAMENTOS JURIDICOS
La demanda de amparo se dirige contra la Sentencia dictada el 7 de abril de 1997 por el Juzgado de Primera
Instancia núm. 5 de Albacete en el juicio ejecutivo seguido con el núm. 188/1996, y contra la Sentencia dictada en
trámite de apelación por la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Albacete en fecha 9 de febrero de 1998.
La primera de las Sentencias mencionadas, estimando la demanda ejecutiva interpuesta por la Caja de Ahorros de
Castilla-La Mancha contra el ahora recurrente en amparo, don Manuel S. M., y otros, ordenó seguir la ejecución
adelante hasta hacer trance y remate de los bienes embargados a los entonces demandados. La segunda de dichas
Sentencias desestimó el recurso de apelación interpuesto contra la de instancia por quien ahora recurre en amparo.
El demandante de amparo invoca como derechos fundamentales vulnerados por dichas Sentencias el
derecho a la tutela judicial efectiva sin indefensión (art. 24.1 CE [ RCL 1978, 2836 y ApNDL 2875] ) y el derecho a
la defensa y asistencia de letrado (art. 24.2 CE). En realidad, dado el curso y el tenor de los hechos que fundamentan
la demanda de amparo, las vulneraciones alegadas se basan en el último de los derechos mencionados, ya que la
indefensión, en forma de perjuicio real y efectivo para el recurrente, se manifiesta, según resulta de la propia
exposición de la demanda, como una consecuencia de la falta de asistencia letrada.
Los hechos en los que se fundamentan tales invocadas vulneraciones, que con más detalle se expresan en el
segundo y en el tercero de los antecedentes de esta Sentencia, se concretan sustancialmente en los extremos, entre sí
relacionados, que a continuación se exponen: a) En el curso de las actuaciones del juicio ejecutivo, después de que la
Procuradora que representaba al demandado señor S. M. renunciara a tal representación y de que hubiera decidido
éste solicitar la asistencia jurídica gratuita, se dictó providencia en fecha 27 de enero de 1997 (notificada
personalmente al interesado el 21 de febrero), por la que se concedió a dicho demandado un plazo de quince días para
nueva personación y formalización de la oposición; b) el Juzgado no dio respuesta a la petición de suspensión del
expresado plazo, petición deducida por dicho demandado el 4 de marzo de 1997, conjuntamente con el Servicio de
Orientación Jurídica del Ilustre Colegio de Abogados de Albacete, mediante escrito en el que, a la vez, este Servicio
ponía en conocimiento del Juzgado que en dicha fecha de 4 de marzo aquél había solicitado la designación de
Procurador y Abogado de oficio; c) por providencia de 13 de marzo de 1997 se acordó traer los autos a la vista para
sentencia, al no haber sido formalizada la oposición; d) el 7 de abril de 1997 se dictó Sentencia que ordenó seguir la
ejecución adelante, en la que se reitera la afirmación de la falta de formalización de la oposición; e) una vez
notificada la Sentencia y recurrida ésta en apelación, dictó Sentencia la Sección Segunda de la Audiencia Provincial,
que desestimó el recurso, y en la que se afirma, fundamentando tal decisión, que el entonces demandado y apelante
había presentado su petición de nombramiento de Abogado y Procurador de oficio el 14 de marzo de 1997, «esto es,
posterior a los quince días que le fueron otorgados» (fundamento jurídico segundo).
El recurrente alega, a la vista de tales hechos, que el Juzgado de Primera Instancia desconoció la
comunicación hecha sobre la formulación de la solicitud de nombramiento de Abogado y Procurador de oficio y la
petición, deducida en el mismo escrito, de suspensión del procedimiento, lo cual constituye ya, de suyo, la
vulneración de los derechos fundamentales antes citados. Y añade que dicha vulneración se confirma por la posterior
Sentencia de la Audiencia Provincial que desestimó la apelación, tras tomar por error como fecha de la comunicación
y petición antedichas (que en realidad era el 4 de marzo de 1997) la fecha en que se emitió dictamen sobre la solicitud
de asistencia jurídica gratuita y en la que se nombró Abogado de oficio (que fue la de 14 de marzo de 1997).
El Ministerio Fiscal entiende que procede el otorgamiento del amparo ya que se ha producido una
irregularidad «que reúne todos los requisitos de la indefensión material, al haber quedado excluido (el ahora
recurrente) de un medio fundamental de alegación y defensa, cuáles son las excepciones y motivos de nulidad en la
Ley previstos».
Es jurisprudencia de este Tribunal -como hemos recordado recientemente en la Sentencia 101/2002, de 6 de
mayo, F. 2— que entre las garantías que integran el derecho a un proceso justo se incluyen el derecho a la defensa y a
la asistencia letrada que el art. 24.2 CE consagra de manera singularizada ( SSTC 47/1987, de 22 de abril [ RTC
1987, 47] , F. 2; 245/1988, de 19 de diciembre [ RTC 1988, 245] , F. 3; 105/1996, de 11 de junio [ RTC 1996,
105] , F. 2; 92/1996, de 27 de mayo [ RTC 1996, 92] , F. 3). Este derecho tiene por finalidad, al igual que todas las
demás garantías que conforman el derecho en que se integra, la de asegurar la efectiva realización de los principios de
igualdad de las partes y de contradicción, que imponen a los órganos judiciales el deber positivo de evitar
desequilibrios entre la respectiva posición procesal de las partes o limitaciones en la defensa que puedan generar a
alguna de ellas la indefensión prohibida por el art. 24.1 CE ( RCL 1978, 2836 y ApNDL 2875) ( SSTC 71/1999,
de 26 de abril [ RTC 1999, 71] , F. 3, y 217/2000, de 18 de septiembre [ RTC 2000, 217] , F. 2).
Este Tribunal ha señalado, asimismo (STC 101/2002, de 6 de mayo, F. 4), que la designación de Abogado y
Procurador de oficio para asegurar el derecho a la defensa es una obligación jurídico-constitucional a la que se da
cumplimiento por diversos poderes públicos, singularmente los órganos judiciales y los Colegios de Abogados y
Procuradores ( STC 135/1991, de 17 de junio [ RTC 1991, 135] , F. 2) y que la exigencia legal a la parte de tener un
defensor acentúa la obligación de dichos poderes públicos de garantizar la efectiva designación de letrado ( SSTC
42/1982, de 5 de julio [ RTC 1982, 42] , F. 2; 12/1993, de 18 de enero [ RTC 1993, 12] , F. 1; y 91/1994, de 21 de
marzo [ RTC 1994, 91] , F. 2). Se precisa incluso en alguna ocasión que la pasividad del titular del derecho ha de ser
suplida por el órgano judicial ( SSTC 42/1987, de 5 de julio [ RTC 1987, 42] , F. 2, y 229/1999, de 13 de
diciembre [ RTC 1999, 229] , F. 2).
Además, para estimar que se ha producido una vulneración del derecho a la asistencia letrada ha de
constatarse que se ha producido indefensión material. En efecto, debe señalarse que este Tribunal, en consonancia con
la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sustentada, entre otras, en las Sentencias de dicho Tribunal
de 9 de octubre de 1979 ( TEDH 1979, 3) (caso Airey) y de 25 de abril de 1983 ( TEDH 1983, 6) (caso Pakelli),
ha señalado que, desde la perspectiva constitucional, la denegación de la asistencia letrada no conlleva sin más una
vulneración del art. 24.2 CE. Para que esto suceda es necesario que la falta del Letrado de oficio solicitado, en
atención a las circunstancias concurrentes en este caso, haya producido al solicitante una real y efectiva situación de
indefensión material, en el sentido de que la autodefensa se haya revelado insuficiente y perjudicial para el litigante
impidiéndole articular una defensa adecuada de sus derechos e intereses legítimos en el proceso, es decir, que se haya
producido un menoscabo real y efectivo de su derecho de defensa (por todas, SSTC 176/1985, de 17 de diciembre
[ RTC 1985, 176] , F. 5; 92/1996, de 27 de mayo [ RTC 1996, 92] , F. 3; y 101/2002, de 6 de mayo, F. 2).
En el caso que nos ocupa el ahora recurrente en amparo pidió la suspensión del procedimiento –
propiamente, la suspensión del plazo otorgado para personación y formalización de la oposición– el día 4 de marzo
de 1997, es decir, cuando se cumplía el noveno de los quince días concedidos a tal fin. Tal petición era expresamente
apoyada por el Servicio de Orientación Jurídica, el cual, a la vez, comunicaba al Juzgado en el mismo escrito la
formalización de la solicitud de nombramiento de Abogado y Procurador de oficio.
La formulación de una tan concreta y explícita petición, que versaba sobre cuestión decisiva en el marco del
proceso, exigía una decisión, también explícita, del órgano judicial, cualquiera que ella fuera. Decimos que versaba
sobre cuestión decisiva en el marco del proceso ya que atañía a la posibilidad de ejercicio del derecho de defensa del
interesado, derecho que, dado el trámite procesal en que se hallaba el procedimiento ejecutivo, había de tener por
objeto la alegación de excepciones y motivos de nulidad que pudieran estar previstos en la Ley como causas
impeditivas del éxito de la pretensión actora entonces ejercitada. Interesa resaltar que, en todo caso, la pérdida de la
oportunidad de tal alegación defensiva, por preclusión del trámite, hacía imposible que pudiera recuperarse
posteriormente, incluso en apelación.
Es cierto que entonces se hallaba vigente lo acordado en el proveído de 13 de marzo. Mas una petición
como la ahora contemplada, deducida con posterioridad –durante el curso del plazo que se había concedido–, merecía
una explícita respuesta. A ello no es óbice el hecho de que la notificación de tal respuesta hubiera de entenderse
personalmente, en su caso, con el propio interesado, pues de modo directo y personal se había entendido con éste la
notificación de la citada providencia de 13 de marzo. La necesidad de una efectiva respuesta se refuerza, además, por
la consideración de varias circunstancias como son, en primer lugar, la apuntada importancia del trámite procesal en
curso (trámite de alegaciones) y los efectos de su preclusión; en segundo lugar, el carácter imprescindible de
la asistencia letrada en el procedimiento ejecutivo; y, por último la constancia de que se había solicitado del órgano
competente la asistencia jurídica gratuita.
En consecuencia, hemos de estimar que el silencio judicial, la omisión de toda respuesta a tal petición
(limitándose el proveído de 13 de marzo a acordar traer los autos a la vista para sentencia por no haberse formalizado
la oposición), produjo una efectiva indefensión al recurrente en amparo, el cual no pudo, por tal razón, instrumentar
una reacción procesal adecuada a sus intereses en el procedimiento de referencia.
Por otra parte, y en segundo término, es claro que existe un error patente causante de indefensión en la
Sentencia de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Albacete de 9 de febrero de 1998. Tal error se produce
–con efecto directo en el sentido desestimatorio de la resolución del recurso– en la fundamentación jurídica
[transcrita en el antecedente segundo, letra m)], más concretamente, en el fundamento jurídico segundo, al afirmarse
que el señor S. M. formuló la solicitud de nombramiento de Abogado y Procurador de oficio el 14 de marzo de 1997,
fuera ya del plazo de quince días que le habían sido concedidos para personarse y formalizar la oposición. Se trata, en
efecto de un error, consistente en confundir la fecha de tal solicitud (que fue el 4 de marzo de 1997, dentro, por lo
tanto, del meritado plazo de quince días) con la fecha en que se emitió el dictamen por el Servicio de Orientación
Jurídica y en la que se designó provisionalmente un Letrado de oficio (que fue el 14 de marzo de 1997), según resulta
de las actuaciones y se hace constar en los antecedentes de esta Sentencia [antecedente segundo, letra g), y
antecedente séptimo].
El error expresado reúne los caracteres que nuestra jurisprudencia exige para que sea relevante a los efectos
de causar la vulneración del art. 24.1 CE (por todas, STC 134/2001, de 13 de junio [ RTC 2001, 134] , F. 6), que se
traduce en el presente caso, según ya se indicó, en la vulneración del derecho a la asistencia letrada. Es, en efecto, un
error determinante de la decisión adoptada (en cuanto constituye su «ratio decidendi»); un error de hecho y no de
Derecho (al manifestarse la equivocación en la determinación y selección del presupuesto fáctico sobre el que se
asienta la decisión); un error no imputable a la parte actora, sino al órgano jurisdiccional; un error patente (esto es,
inmediatamente verificable de forma clara e incontrovertible a partir de las propias actuaciones judiciales) y,
finalmente, un error lesivo por producir efectos perjudiciales reales para el ciudadano, como ha sido el haberle
privado del derecho a defenderse.
Según lo que antecede, el Juzgado de Primera Instancia núm. 5 de Albacete, al dictar sentencia sin dar
respuesta a la petición de suspensión deducida por el interesado y sin que se hubiera nombrado Abogado y
Procurador de oficio, impidiendo al recurrente formalizar su oposición a la ejecución, no sólo le privó de su derecho a
la defensa y a la asistencia letrada, sino que le colocó en una situación de efectiva indefensión. Igualmente, la
posterior Sentencia de la Audiencia Provincial de Albacete insistió en la lesión al confirmar, por el error ya
relacionado, la Sentencia del órgano judicial «a quo». Por todo ello, procede otorgar el amparo y anular las
resoluciones judiciales impugnadas.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, por la autoridad que le confiere
la Constitución de la Nación Española ( RCL 1978, 2836 y ApNDL 2875) ,
Ha decidido
Otorgar el amparo solicitado por don Manuel S. M. y, en su virtud:
1º Declarar vulnerados los derechos fundamentales a la defensa y asistencia letrada y a la tutela judicial efectiva sin
indefensión del demandante en amparo por la Sentencia del Juzgado de Primera Instancia núm. 5 de Albacete, de 7 de
abril de 1997, recaída en el procedimiento ejecutivo núm. 188/1996, así como por la Sentencia de la Sección Segunda
de la Audiencia Provincial de Albacete de 9 de febrero de 1998, dictada en recurso de apelación interpuesto contra la
anterior.
2º Restablecer al demandante en amparo en la plenitud de su derecho, y, a tal fin, declarar la nulidad de las citadas
Sentencias y retrotraer las actuaciones al momento procesal oportuno para que, con respeto de los
derechos fundamentales vulnerados, pueda formalizar la oposición.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a quince de julio de dos mil dos.
EL POR QUÉ DEL DERECHO DE DEFENSA ES UNA DE LAS GARANTÍAS DEL PROCESO JUSTO
Recurso de amparo contra Auto de 8 septiembre 1994 de la Sala Primera del Tribunal Supremo, que inadmite recurso
de casación interpuesto contra Sentencia de 30 septiembre 1993 de la Audiencia Provincial de Murcia, desestimatoria
del recurso de apelación interpuesto contra Sentencia de 16 octubre 1992 del Juzgado de Primera Instancia núm. 1 de
Murcia, dictada en juicio declarativo de menor cuantía: el recurrente en amparo alega indefensión sufrida en la
primera instancia, al no haberse producido el nombramiento del Abogado de oficio. Vulneración de los
derechos fundamentales a la defensa y asistencia de letrado y a obtener la tutela efectiva de Jueces y Tribunales:
existencia: otorgamiento de amparo.
La Sala Segunda del Tribunal Constitucional, compuesta por don Carles Viver Pi-Sunyer, Presidente; don Rafael de
Mendizábal Allende, don Julio Diego González Campos, don Tomás S. Vives Antón, don Vicente Conde Martín de
Hijas y don Guillermo Jiménez Sánchez, Magistrados, ha pronunciado
EN NOMBRE DEL REY
la siguiente
SENTENCIA
En el recurso de amparo núm. 3344/1994, interpuesto por don Antonio C. C. , representado por la
Procuradora de los Tribunales doña Beatriz Ruano Casanova, y asistido del Letrado don Lorenzo Bonmatí Giner,
contra el Auto dictado por la Sala Primera del Tribunal Supremo en recurso de casación (rollo 2801/1993). Ha
intervenido el Ministerio Fiscal y ha comparecido el Procurador don Argimiro Vázquez Guillén, en nombre y
representación de doña Felisa P. G. y nueve personas más, siendo Ponente el Magistrado don Rafael de Mendizábal
Allende, quien expresa el parecer de la Sala.
I. ANTECEDENTES
1. El 17 de octubre de 1994, se registró en el Juzgado de Guardia de Madrid escrito referido a la demanda de amparo
que se hace mérito en el encabezamiento. Allí nos cuenta que el recurrente en amparo y su esposa fueron demandados
en juicio declarativo de menor cuantía, con objeto del deslinde de unas determinadas fincas; que dicho pleito fue
tramitado en el Juzgado de Primera Instancia núm. 1 de Murcia. Admitida la demanda civil, el demandante de amparo
compareció debidamente representado con Procurador y asistido de Abogado, que concurrieron a la celebración de
buena parte de los actos procesales (incluido el recibimiento a prueba). Se produce la renuncia de la Procuradora doña
Emilia Alvarez y la designación en su lugar de doña María Vicente Martínez, quien también poco más tarde renuncia,
y también lo hace el Letrado que venía asistiendo al recurrente; éste solicita, entonces, el beneficio de justicia
gratuita, para la designación de Procurador y de Abogado de oficio y al mismo tiempo pide, y así se hace la
suspensión del curso de los autos durante la tramitación del correspondiente incidente.
Así las cosas, mientras que el Colegio de Procuradores designa al oportuno profesional, no hace lo propio el Colegio
de Abogados, a pesar de los reiterados recordatorios que el Juzgado oficia para que dicha Corporación procediera a
indicar cuál fuera el Abogado designado. Trascurridos dos años, el Juzgado levanta la suspensión que afectaba al
procedimiento, y acuerda la continuación del mismo con la declaración de rebeldía de los demandados, el actual
recurrente y su esposa, y dicta Sentencia el día 16 de octubre de 1992, donde estima las pretensiones de la parte
demandante. Se interpone recurso de apelación, que es desestimado por la Audiencia Provincial de Murcia, en
Sentencia de 30 de septiembre de 1993. En la tramitación del recurso de apelación el recurrente solicitó la práctica de
determinadas pruebas, alegando, entre otras cosas, que había sufrido indefensión en la primera instancia, al no
haberse producido el nombramiento de Abogado de oficio. Contra dicha Sentencia preparó recurso de casación, que
la Sala Primera del Tribunal Supremo no admite el 8 de septiembre de 1994, por incurrir en la causa de inadmisión
prevista en el art. 1710.1.2ª LECiv.
El recurrente entiende que se han vulnerado sus derechos a la tutela judicial efectiva (art. 24.1 CE [ RCL 1978\2836 y
ApNDL 2875]), a la defensa y asistencia letrada y a utilizar los medios de pruebas pertinentes (art. 24.2 CE).
2. La Sección Tercera de este Tribunal, en providencia de 22 de septiembre de 1995, admitió a trámite la demanda y
acordó dirigir atenta comunicación a la Sala Primera del Tribunal Supremo, a fin de que ésta remitiera las actuaciones
correspondientes, y a que por el Juzgado se procediera al emplazamiento de quienes fueran parte en el procedimiento
para que, en el plazo de diez días, pudieran comparecer en este proceso de amparo.
3. En providencia del día 20 de noviembre siguiente, la Sección Cuarta tuvo por personado y parte al Procurador don
Argimiro Vázquez Guillén, en nombre y representación de doña Felisa P. G. y nueve personas más, dándoles vista de
las actuaciones, así como al Ministerio Fiscal, por plazo común de veinte días, para que las partes personadas, de
conformidad con el art. 52.1 LOTC ( RCL 1979\2383 y ApNDL 13575), pudieran formular las alegaciones que
estimasen oportunas.
4. El Ministerio Fiscal formuló su alegato en escrito presentado, 20 de diciembre de 1995. En primer lugar, advierte
que la vulneración de los derechos fundamentales alegados no aparece ligada al Auto del Tribunal Supremo que
inadmitió el recurso de casación sobre la base de una causa legal razonada y que está absolutamente desconectado de
los argumentos de la demanda de amparo, Auto que cumple así la misión única de agotar la vía judicial a los efectos
del art. 44 LOTC. A continuación analiza ya la triple conculcación de derechos fundamentales que, a su juicio, tiene
el origen en la petición del recurrente de contar con asistencia letrada y en la posterior declaración de rebeldía del
mismo. Para el Ministerio Fiscal, no deja de ser chocante que tal declaración de rebeldía se hiciera con respecto a una
persona que había contestado a la demanda, en el procedimiento civil, y que había comparecido y solicitado el
recibimiento del pleito a prueba, a través de la representación y la defensa que entonces ostentaba. La negligencia del
Colegio de Abogados no exime la obligación del Juzgado para que fuera cumplida la provisión efectiva de Abogado
al recurrente, según una constante jurisprudencia de este Tribunal de la que el Ministerio Fiscal cita la STC 62/1993
( RTC 1993\62). Por ello, se ha incurrido en una indefensión de contenido material, pues, además, la prueba que se
había propuesto no pudo llevarse a cabo ante la renuncia masiva de los Procuradores y la suspensión durante dos años
del pleito. Y cuando éste se reinicia, hasta llegar al acto de resumen de pruebas, sólo lo puede cumplimentar la parte
actora, toda vez que el recurrente estaba declarado en rebeldía y, tampoco, la Audiencia Provincial atendió a su
subsanación. En consecuencia, el Ministerio Fiscal pide el otorgamiento del amparo, que ha de obligar a la
retroacción de actuaciones, con anulación de los actos procesales habidos desde que dejó de prestarse la asistencia
letrada solicitada por el recurrente.
5. El 22 de diciembre de 1995, el Procurador don Argimiro Vázquez Guillén presentó escrito de alegaciones en
nombre de doña Felisa P. G. y nueve personas más, que se personaron así en este proceso constitucional para
oponerse al recurso sobre la base de que el recurrente de amparo incurrió en una evidente mala fe cuando solicitó el
nombramiento de Abogado y Procurador de oficio. Este carecía absolutamente de derecho a los mismos, al tratarse de
«un hombre hacendado propietario de múltiples inmuebles», según dicen en su alegato. Además, en realidad, nunca
ha sufrido indefensión durante el procedimiento, que iniciado en 1988, atravesó todas las sucesivas fases procesales,
hasta alcanzar este Tribunal Constitucional. El comportamiento irregular del señor C. C. con los profesionales que
sucesivamente se hicieron cargo de su representación y defensa, la obstaculización que practica sobre las tarifas del
Colegio de Abogados, son la causa a juicio de los alegatos, de que no hubiera podido disponer de Abogado de oficio.
Por ello, en definitiva, el Juzgado actuó correctamente cuando decretó la rebeldía del demandante de amparo
recurrente y levantó la suspensión del procedimiento en evitación de dilaciones indebidas, solicitando en conclusión
una sentencia en la que se desestimara el amparo impetrado.
6. Por providencia de 19 de julio de 1999 se acordó señalar el siguiente día 22 del mismo mes y año para la
deliberación y votación de la presente sentencia.
II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS
1. Aunque en la demanda apenas se perfile su apoyatura jurídica puede, sin embargo, inferirse que se invocan como
vulnerados el derecho a la tutela judicial efectiva para conseguir, la cual se instrumentan otros dos, a la defensa y
asistencia letrada y a la práctica de las pruebas pertinentes (art. 24.1 y 2 CE [ RCL 1978\2836 y ApNDL 2875]), para
justificar la nulidad que se predica de un auto de la Sala Primera del Tribunal Supremo, donde se declaró la
inadmisibilidad del recurso de casación. Diseñado así el objeto de este proceso de amparo, no está de más sin
embargo, antes de abordar el núcleo de la pretensión, plantearnos «ex officio» si se da en este trance una de las varias
circunstancias que, a guisa de presupuestos de su admisibilidad, sirven de protección al carácter subsidiario del
amparo, como «ultima ratio» para garantizar los derechos fundamentales, cuya primera línea de defensa son los
Jueces y Tribunales que componen el Poder Judicial.
Se trata de aquella consistente en la exigencia de que en tiempo oportuno se haya denunciado o protestado el peligro
corrido o la lesión sufrida por cualesquiera de tales libertades o derechos, y en concreto el aducido en esta sede que
«prima facie» parece ofrecer algunas dudas al respecto. Tal exigencia arrastra la de invocar formalmente en el
proceso previo el derecho fundamental cuya vulneración actúe como soporte de la protección que se pida al Tribunal
Constitucional, invocación que ha de hacerse tan pronto como, una vez conocido el hecho determinante de la
violación, hubiere lugar para ello [art. 44.1 c) LOTC ( RCL 1979\2383 y ApNDL 13575)]. Este requisito procesal
cumple una doble función, anverso y reverso de una misma raíz, esa su naturaleza subsidiaria del amparo, y por ello,
la conveniencia de que el juzgador, en su ámbito propio, pueda remediar por sí mismo la violación del derecho o
libertad fundamental, a cuyo efecto ha de brindársele la oportunidad de tal subsanación, haciendo innecesario así el
acudir a esta sede. Esta explicación funcional actúa como factor de comprensión para una interpretación teleológica,
más allá de la letra, de esta regla preventiva.
La protesta, denuncia o invocación ha de ser expresa y unívoca e inteligible pero no explícita necesariamente.
La invocación, aun cuando «formal», seria y consistente, se predica del derecho sedicentemente atacado, no del
precepto constitucional que lo cobija y menos aún del ordinal en la Constitución o de su nombre en el lenguaje
jurídico, «nomen iuris» . Aun cuando la configuración de ese presupuesto procesal parezca implicar necesariamente
la cita de la norma correspondiente (por ser la numeración el modo habitual de precisar la porción del texto legal que
se maneja), no resulta sin embargo imprescindible tal indicación para individualizarla o identificarla si se aduce el
contenido con suficiente claridad en las alegaciones o se induce de la pretensión. Preferir una lectura tal del requisito
sería incurrir en el defecto de formalismo, perversión de la forma cuya función consiste en la garantía, que nunca
puede ni debe volverse contra sí misma. No cabe cerrar la puerta, pues, a la eventualidad de que el tema se introduzca
en el debate no ya implícita, sino también tácitamente. Ahora bien, cuando, por el contrario, el silencio o la omisión al
respecto se extienda, no sólo a la invocación «nominatim» de los artículos, sino también a los datos o circunstancias
de hecho constitutivos del agravio como tal, sin nombrarlo ni calificarlo, es claro que no se le da la oportunidad al
Juez o a la Sala para corregir los defectos y restaurar los derechos fundamentales presuntamente menoscabados o
desconocidos, cuya es la razón de esta exigencia formal.
Por otra parte, esa carga de haber invocado formalmente en el proceso el derecho constitucional vulnerado, ha
de ser cumplida por el agraviado tan pronto como, una vez conocida la violación, hubiere lugar para ello ,
carga cuyo incumplimiento produce también un efecto obstativo e impide el enjuiciamiento de los temas a los cuales
afecte. El sitio y el momento adecuados como sede previa y ocasión oportuna para la protesta o denuncia de los vicios
o defectos es, en principio, el momento mismo de la producción y en el acto, o en otro caso por medio de la
interposición del recurso correspondiente (reposición, súplica, apelación...) que a su vez en algún caso sirve para
cumplir simultáneamente el otro presupuesto procesal de este remedio subsidiario del amparo.
2. Pues bien, es cierto que en este caso quien hoy pide amparo no mencionó el art. 24.1 de la Constitución en el rollo
de apelación, pero no lo es menos que el soporte de ese remedio procesal hincaba su raíz en el concepto de
indefensión, la tacha más grave y negación en suma de la tutela judicial, para cuya efectividad evitando aquélla, se
configura la constelación de derechos instrumentales mencionados en el siguiente párrafo de la misma norma
constitucional. En el testimonio de los autos de menor cuantía núm. 99/1993, incorporados a las actuaciones, se puede
comprobar que en escrito de fecha 16 de mayo de 1993, donde el apelante pidió el recibimiento a prueba a la
Audiencia Provincial, ya se quejaba de que no se le hubiera proveído por el Juez a la solicitud de nombrarle Abogado
y Procurador del turno de oficio y por ello aducía también que se le había dejado «en un evidente estado de
indefensión». Por otra parte, cualquier duda acerca de si existió la preceptiva y oportuna invocación previa del
derecho fundamental queda definitivamente despejada cuando se comprueba que en el escrito interponiendo el
recurso de casación se recoge expresamente como motivo segundo la infracción del art. 24 de la Constitución. La
situación en sí misma, nacida de la declaración de la rebeldía del demandando, «chocante» a decir del Fiscal, y el
alzamiento de la suspensión del procedimiento acordada por el Juez, sirvieron también para que el entonces
demandado alegara en el recurso de súplica contra el Auto de la Audiencia denegando la práctica de la prueba en esa
segunda instancia, su evidente y claro estado de indefensión al haberse alzado dicha suspensión sin notificación al
Colegio de Abogados (folio 35). En consecuencia, la utilización del remedio procesal adecuado, cortado a la medida
para evitar que se prive del proceso «debido», con todas las garantías (audiencia y defensa, entre ellas) a quien estuvo
ausente del mismo por haber sido expulsado de él, pone de manifiesto por sí misma cual era el derecho fundamental
de cuya lesión se dolía entonces y se duele ahora por considerarse víctima suya. No cabe la menor duda de que la
Audiencia Provincial y el Tribunal Supremo tuvieron la oportunidad de conocer el agravio y de haberlo reparado, si
así lo hubieran visto conveniente. Con ello basta para tener por cumplida esta carga procesal que, en caso contrario,
conllevaría la inadmisibilidad de la pretensión de amparo como es bien sabido, sin que merezca distraer la atención
con citas en apoyo de algo tan obvio (STC 134/1995 [ RTC 1995\134]).
3. Una vez despejado el camino de obstáculos, y en trance ya de abordar el fondo del asunto, dicho sea en la usual
terminología forense, una ojeada a las actuaciones de las dos instancias procesales permite fijar como hecho
«inconcuso» que el aquí demandante se personó como demandado a la sazón con Abogado y Procurador de su libre
elección en un procedimiento civil, donde, una vez contestada la demanda, se abrió el correspondiente ramo de
prueba, practicándose algunas de las propuestas a lo largo de los años 1988 y 1989. Así las cosas, su Procuradora
presentó la renuncia «por incompatibilidades» surgidas con el cliente, a quien se requirió para designar un nuevo
profesional que lo representara en juicio, que a su vez también presentaría más tarde la renuncia, en cuya coyuntura el
entonces demandado pidió asistencia judicial gratuita. En tal momento y a tal efecto fue suspendido el procedimiento
principal sin que el Colegio de Abogados llegara a cumplir la orden de nombrarle un Abogado de oficio, por lo que,
tras insistentes recordatorios y pasados dos años, el Juez alzó la suspensión declarando en rebeldía al demandado y
una vez practicada la prueba que la parte actora había propuesto, así como otras acordadas para mejor proveer, dictó
sentencia donde dio lugar a la demanda, notificada personalmente al demandado por haberlo pedido así el
demandante. Dicho esto, interesa destacar que en la sentencia se afirma que «la representación y defensa del
demandado don Antonio C. C. , renunciaron a este procedimiento, por lo que se requirió a dicho demandado para que
designara otros profesionales, lo cual no verificó por lo que se le declaró en rebeldía procesal». Pues bien, tal
afirmación, transcrita, no casa con los datos que acaban de exponerse. En tal aspecto, único relevante aquí y ahora,
una vez alzada la suspensión que congelaba la tramitación y declarado el demandado en rebeldía, éste no pudo, en
consecuencia, actuar en la fase probatoria, y ni siquiera incluso participar en la práctica de algunas pruebas
propuestas por él, que habían sido admitidas. Si es así como así es, no hay ninguna duda de que aquella decisión
judicial ha percutido negativamente en el ámbito del derecho a la defensa y a la práctica de las pruebas pertinentes.
4. Siendo esta la situación y desde su perspectiva tópica, conviene recordar que el derecho fundamental a un juicio
justo, un proceso público sin dilaciones indebidas o el «proceso debido, due process» en la terminología de la
Constitución norteamericana, conlleva, por una parte y con carácter instrumental, el derecho a la defensa en juicio
con la asistencia de jurisperitos, Abogado y Procurador, derechos ambos consagrados constitucionalmente en nuestra
Ley fundamental, como es bien sabido. El ingrediente social del Estado de Derecho «que significa una acción tuitiva
del más débil o desvalido cuando surge un conflicto en el cual la prepotencia del contrario le haría siempre ser el
perdedor, para conseguir así la igualdad real y efectiva de individuos y grupos, a la cual encamina el art. 9 de la
Constitución (STC 123/1992 [ RTC 1992\123]), explica la raíz profunda del derecho a la justicia gratuita de quienes
no tengan los medios económicos suficientes para afrontar los gastos que genere un litigio (art. 119 CE). Pues bien,
en cualquiera de estas manifestaciones la preceptiva asistencia de Letrado, ha de tener un contenido real y operativo,
y por ello, cuando tal asistencia fuera gratuita, este derecho fundamental de naturaleza prestacional no puede
agotarse en el mero nombramiento sin relación alguna entre cliente y abogado que permita la instrumentación
de una defensa en juicio a la manera habitual, cuando hay honorarios por medio. En consecuencia, quien hace
la designación ha de ponerla también en conocimiento del beneficiario para que use y disfrute del patrocinio
con entera normalidad (STC 162/1993 [ RTC 1993\162] y los allí mencionados).
En definitiva, la indefensión, que se concibe constitucionalmente como la negación de la tutela judicial y para cuya
prevención se configuran los demás derechos instrumentales contenidos en el párrafo segundo del art. 24 de la
Constitución, ha de ser algo real y efectivo, nunca potencial o abstracto, según hemos dicho tantas veces, en este
Tribunal. De ahí que siempre hayamos hablado de indefensión «material» y no formal, para lo cual resulta necesaria,
pero no suficiente la mera transgresión de los requisitos configurados como garantía, siendo inexcusable la falta de
ésta, cuando se produce de hecho y como consecuencia de aquélla. No basta, pues, la existencia de un defecto
procesal si no conlleva la privación o limitación, menoscabo o negación, del derecho a la defensa en un proceso
público con todas las garantías, «en relación con algún interés» de quien lo invoca (por todas, STC 181/1994
[ RTC 1994\181]). No se nos oculta que, en este caso, la situación de indefensión en que se situó al litigante podría
haberse paliado en la segunda instancia, pues la Audiencia Provincial que conoció de la alzada actuaba con plena
jurisdicción y por otra parte, con anterioridad a la renuncia del defensor, habían sido practicadas bastantes pruebas
que la Sala pudo manejar como material suficiente para resolver el fondo del asunto. Sin embargo, nada de ello
justifica que el Juez consintiera que no se nombrara Abogado de oficio al demandado, a pesar de que había acordado
la procedencia de tal nombramiento y levantara la suspensión sin hacer constar los motivos, impidiendo así al
litigante no sólo la participación en la práctica de una parte de las pruebas, sino la presentación del escrito de resumen
de las mismas y su intervención en la diligencia para mejor proveer también acordada en el procedimiento. En fin, del
mismo modo que se veda quejarse de indefensión a quien con su actitud pasiva o negligente haya contribuido a crear
tal estado, no puede tenerse tampoco en consideración que unas hipotéticas malas relaciones con los
profesionales encargados de su defensa impidan a un ciudadano el disfrute real y efectivo de
tal derecho fundamental . En definitiva, el amparo que se pide ha de ser acogido.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE LA
CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA,
Ha decidido
Otorgar el amparo solicitado por don Antonio C. C. y, en su virtud:
1º Reconocer que se ha lesionado su derecho a la tutela judicial efectiva sin indefensión, así como a
la defensa y asistencia letrada.
2º Restablecerle en su derecho y, a tal fin, declarar la nulidad del Auto que el 8 de septiembre de 1994 dictó la Sala
Primera del Tribunal Supremo, así como las Sentencias pronunciadas el 16 de octubre de 1992 por el Juez de Primera
Instancia y el 30 de septiembre de 1993 por la Audiencia Provincial de Murcia, retrotrayendo las actuaciones al
momento en que se alzó la suspensión y se declaró en rebeldía al demandado en aquel proceso civil.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid a veintidós de julio de mil novecientos noventa y nueve. Carles Viver Pi-Sunyer.-Rafael de
Mendizábal Allende.-Julio Diego González Campos.-Tomás S. Vives Antón.-Vicente Conde Martín de Hijas.-
Guillermo Jiménez Sánchez.-Firmados y rubricados.
SILABO
SILABO
SILABO
SILABO
II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS
1 El recurso de amparo se dirige contra el Auto de 5 de junio de 2000 y contra las providencias de fechas 29 de junio
y 7 de julio de 2000, que se dictaron por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 4 de Andalucía con sede en El
Puerto de Santa María, así como contra el Auto de 6 de noviembre de 2000 de la Audiencia Provincial de Cádiz,
Sección Primera.
El Auto de 5 de junio de 2000 revocó el beneficio de libertad condicional que al hoy demandante se le había
concedido por otro anterior de 15 de noviembre de 1999. Las restantes resoluciones judiciales deniegan al
demandante de amparo que su Procurador y su Letrado puedan personarse en su representación y defensa en el
expediente de revocación de libertad condicional mientras se encuentre sustraído a la acción de la justicia.
2 El demandante aduce diversas vulneraciones constitucionales. Invoca como primer motivo la lesión de su derecho a
la tutela judicial efectiva sin indefensión (art. 24.1 CE [ RCL 1978, 2836] ), en sus vertientes de acceso al proceso y
a los recursos, conectándolo con el derecho a un proceso equitativo del art. 6.1 del Convenio europeo de derechos
humanos ( CEDH [ RCL 1999, 1190] ), puesto que, a partir de una situación en la que se ha pasado de la libertad
condicional a su revocación sin que se hubiera oído al interesado, entiende que se aplica una sanción
desproporcionada al negársele la personación en el proceso, el acceso a los recursos y la obtención de información
sobre las actuaciones. Además denuncia lesión de su derecho de defensa (art. 24.2 CE), exigible igualmente en la fase
de ejecución, pues, aun permaneciendo ausente, cabe que lo ejerciera por medio del Abogado de su elección.
Finalmente, con invocación del art. 17.1 CE, señala una vulneración del derecho a la libertad personal, que relaciona
con el principio de legalidad en la ejecución de las penas, lesión que derivaría de la revocación del beneficio de
libertad condicional sin previa audiencia del afectado.
El Ministerio Fiscal se opone a la pretensión de amparo. Considera que las resoluciones judiciales impugnadas han
tenido en cuenta tanto la sujeción personal de los implicados en causas criminales como el fraude de Ley que implica
impetrar la acción de la justicia y paralelamente sustraerse a la misma, parámetros que han sido estimados como
válidos por el Tribunal Constitucional. No siendo la evasión un hecho neutro en la ejecutoria de un penado, la
exigencia de comparecencia personal de los que pretenden discutir el modo de extinción de sus condenas atiende a la
finalidad de proteger un bien constitucionalmente legítimo, cual es el cumplimiento coactivo de las condenas penales.
El Fiscal tampoco asume la queja de indefensión, alegando que ésta se remediaría mediante el cumplimiento del
requisito de previa sujeción al órgano judicial impuesto al penado. Rechaza por último que las decisiones judiciales
impugnadas hayan supuesto una toma de decisión respecto al derecho a la libertad.
3 A la vista de las pretensiones deducidas hemos de tener en cuenta que, como hemos dicho en nuestras SSTC
115/2002, de 20 de mayo ( RTC 2002, 115) , F. 3, y 65/2003, de 7 de abril ( RTC 2003, 65) , F. 2, corresponde a
este Tribunal, en función de las circunstancias concurrentes en cada supuesto concreto sometido a su consideración,
determinar no sólo el orden del examen de las alegaciones, sino también si resulta necesario o conveniente
pronunciarse en la Sentencia sobre todas las lesiones de derechos constitucionales denunciadas en el caso de que se
haya apreciado la concurrencia de una de ellas.
En el presente caso nuestro enjuiciamiento debe realizarse dando prioridad a las concernientes a la denegación
judicial respecto de la petición de personación del demandante en el proceso por medio de Procurador y Abogado, así
como a la invocación del derecho a la defensa a través de Abogado, quejas todas que se apoyan en los dos apartados
del art. 24 CE ( RCL 1978, 2836) . Y ello porque su eventual estimación daría lugar no sólo a la anulación de las
resoluciones judiciales que denegaron la personación, sino también conllevaría la retroacción de las actuaciones
dentro del expediente donde se produjo la vulneración hasta un momento procesal en que el resto de las quejas
esgrimidas, relacionadas con el Auto de revocación de libertad condicional, pudieran ser examinadas por los órganos
judiciales competentes, después de que la parte ejerciese, en su caso, sus posibilidades procesales, salvaguardándose
así el carácter subsidiario del amparo constitucional ( SSTC 68/2002, de 21 de marzo [ RTC 2002, 68] , F.
1; 70/2002, de 3 de abril [ RTC 2002, 70] , F. 2). Además, como sugiere el Ministerio Fiscal, se impone el
enjuiciamiento conjunto de los motivos reseñados en primer término habida cuenta de su estrecha vinculación,
resultante de que la defensa a través de Letrado está posibilitada, caso de que constitucionalmente se admita, en el
supuesto enjuiciado, la personación del demandante ausente por medio de Letrado y Procurador.
4 Según nuestra doctrina el derecho a la tutela efectiva sin indefensión, consagrado en el art. 24.1 CE ( RCL 1978,
2836) , comporta la exigencia de que en todo proceso judicial debe respetarse el derecho de defensa, alcanzando su
máxima intensidad en el ámbito penal por la trascendencia de los intereses en presencia y los principios
constitucionales que entran en juego en dicho ámbito ( SSTC 102/1998, de 18 de mayo [ RTC 1998, 102] , F.
2; 68/2002, de 21 de marzo [ RTC 2002, 68] , F. 3). También hemos dicho que entre las garantías que integran el
derecho a un proceso justo se incluyen el derecho a la defensa y a la asistencia letrada, que el art. 24.2 CE consagra
de manera singularizada ( SSTC 92/1996, de 27 de mayo [ RTC 1996, 92] , F. 3; 105/1996, de 11 de junio [ RTC
1996, 105] F. 2; 145/2002, de 15 de julio [ RTC 2002, 145] , F. 3; 222/2002, de 25 de noviembre [ RTC 2002,
222] , F. 2), como igualmente el art. 6.3 c) CEDH ( RCL 1999, 1190) , en el que se reconoce el derecho «a
defenderse por sí mismo o a ser asistido por un defensor». Asimismo hemos destacado la íntima conexión que existe
entre el derecho de defensa y el de asistencia letrada ( SSTC 47/1987, de 22 de abril [ RTC 1987, 47] , F. 2; 9/1997,
de 14 de enero [ RTC 1997, 9] , F. 3), derecho que tiene como finalidad, al igual que todas las demás garantías que
conforman el derecho en el que se integran, el de asegurar la efectiva realización de los principios de igualdad de
partes y de contradicción, y que imponen a los órganos judiciales el deber positivo de evitar desequilibrios entre la
respectiva posición procesal de las partes o limitaciones en la defensa que puedan inferir a alguna de ellas resultado
de indefensión, prohibido por el precitado art. 24.1 CE.
Es también reiterada doctrina, que se recuerda en nuestras SSTC 91/2000, de 30 de marzo ( RTC 2000, 91) , F. 2,
y 191/2001, de 1 de octubre ( RTC 2001, 191) , F. 2, que para poder apreciar la queja de indefensión es preciso que
la situación en la que el ciudadano se haya visto colocado no sea debida a una actitud voluntariamente aceptada por él
o imputable a su propio desinterés, pasividad, malicia o falta de la necesaria diligencia ( SSTC 68/1986, de 27 de
mayo [ RTC 1986, 68] ; 103/1993, de 22 de marzo [ RTC 1993, 103] ; 334/1993, de 15 de noviembre [ RTC
1993, 334] ).
5 Como se relata más extensamente en los antecedentes de esta Sentencia, el demandante de amparo es un penado de
nacionalidad italiana condenado a cinco años de prisión por un delito contra la salud pública, y a quien, después de
permanecer en prisión algo más de tres años y tres meses, se le había concedido el beneficio penitenciario de libertad
condicional, situación de la que disfrutó hasta que fue detenido y, más tarde, constituido en prisión provisional por
Auto del Juzgado de Instrucción núm. 7 de Sevilla, dictado en unas diligencias penales en las que se investigaba un
delito contra la salud pública. Incoado en el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria competente expediente de revocación
del beneficio de libertad condicional, dicho órgano judicial lo concluye pronunciando Auto revocatorio que no llegó a
ser notificado al penado, ya que éste, después de que fuera puesto en libertad por el Juzgado de Instrucción, se
sustrajo a la acción de la justicia, por lo que fue dictada orden para su búsqueda y captura.
Hallándose en ignorado paradero, el demandante, sin comparecer en persona o someterse con carácter previo al
Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, pretendió, no obstante, promover ante éste la defensa de sus intereses en el
expediente de revocación del beneficio mediante una personación con Procurador y Abogado, personación que fue
denegada por los órganos judiciales. Se invoca en la resolución judicial que cierra el proceso –el Auto de 6 de
noviembre de 2000 de la Audiencia Provincial de Cádiz– la doctrina que recogen nuestras SSTC 87/1984, de 27 de
julio ( RTC 1984, 87) , F. 5, y 149/1986, de 26 de noviembre ( RTC 1986, 149) , F. 2, por las que se negó el
amparo constitucional a procesados rebeldes que, sin comparecer ante el órgano judicial, pretendieron sin éxito la
personación de su Procurador y su Abogado en la causa penal.
Entonces dijimos que el derecho a la tutela judicial efectiva no es un derecho absoluto susceptible de ser ejercitado en
todo caso y al margen del proceso legalmente establecido, sino que se ha de ejercer dentro de éste y con
cumplimiento de los requisitos que cada caso requiera, interpretados de manera razonable y no pudiendo ser tales
que, de hecho, supriman o cercenen de manera sustancial el derecho de defensa.
Dicho esto, igualmente debe tenerse en cuenta que la compatibilidad con el derecho de defensa de las limitaciones
impuestas legalmente depende de las circunstancias del proceso particular y de la clase del proceso mismo ( STEDH
caso Khalfaouiz , de 14 de diciembre de 1999, § 37 [ TEDH 1999, 68] ). A este respecto es pertinente recordar que
en la desestimación de aquellos recursos de amparo se tuvo presente, en primer lugar, que, tratándose de la fase
sumarial de proceso por delito, la propia presencia del procesado rebelde (situación en la que se hallaban quienes
había recurrido en amparo) «puede ser conveniente y aun necesaria para el esclarecimiento de los hechos» ( STC
87/1984, de 27 de julio [ RTC 1984, 87] , F. 5, y en igual sentido STC 149/1986, de 26 de noviembre [ RTC 1986,
149] , F. 2), y, en segundo lugar, que es propio de nuestro proceso ordinario por delitos graves la suspensión del
curso de la causa –en especial en lo pertinente al señalamiento y celebración del juicio oral–, una vez concluido el
sumario y ya declarado en rebeldía el procesado al no hallarse a disposición del órgano judicial (arts. 840 y
841 LECrim [ LEG 1882, 16] ). Ello excluye que el acusado sea condenado en ausencia «y le permite ejercitar su
derecho de defensa cuando se proceda a su reapertura por haberse presentado o sea habido». La Ley procesal, pues,
es la que prohíbe terminantemente la celebración de un juicio en ausencia en esa clase de procesos, opción legal que
satisface las exigencias constitucionales pues, como se dijo en nuestra STC 91/2000, de 30 de marzo ( RTC 2000,
91) , F. 14, «al menos en los procesos penales por delito muy grave, aquellos en los que está en juego una imputación
que afecta a su dignidad personal y que comporta una seria privación de su libertad, la presencia en el acto del juicio
oral no es sólo un derecho fundamental, sino también una de las reglas esenciales del desarrollo del proceso, sin cuya
concurrencia la idea de juicio justo es una simple quimera».
Ahora bien, en supuestos como el presente, el condicionamiento judicial del ejercicio del derecho de defensa a la
comparecencia voluntaria o involuntaria del reo no viene impuesta por la literalidad de la norma legal. Tampoco
puede afirmarse que se infiera de las reglas esenciales que disciplinan la tramitación del expediente de revocación de
libertad condicional, como una fase o incidencia que es del proceso penal de ejecución, en la que se dilucida el
mantenimiento de los beneficios penitenciarios de quien ya no está amparado por la presunción de inocencia y sufrió
la reprobación que implica la condena penal. En fin, la presencia del penado no se justificaría en particulares ventajas
para la resolución de las cuestiones que pudiera plantear el penado en los recursos judiciales contra la revocación de
su libertad condicional, recursos que, junto al conocimiento de las actuaciones, integrarían el núcleo de sus
posibilidades procesales. De ahí que la cuestión que ahora nos ocupa presente rasgos que la singularizan respecto de
las resueltas en las SSTC 87/1984, de 27 de julio ( RTC 1984, 87) , y 149/1986, de 26 de noviembre ( RTC 1986,
149) . Por ello la aplicación de la doctrina contenida en ellas a este caso no resulta satisfactoria.
6 Tendremos que avanzar, pues, para la adecuada resolución de la cuestión constitucional que se nos plantea. Los
derechos fundamentales reconocidos por la Constitución, y entre ellos los invocados por el demandante, no son
absolutos, de ahí que sea descartable de principio toda interpretación que postule en materia penal
un derechoincondicional a la defensa mediante Abogado, ya que, como en alguna ocasión se ha argumentado, ello
incitaría a los implicados en hechos delictivos a negarse a su presentación ante la justicia o a organizar su huida
mientras que sus Letrados pleitean por ellos.
Los derechos a no padecer indefensión y a ser defendido por Abogado, por lo tanto, pueden ceder ante los límites que
la propia Constitución expresamente imponga o ante los que de manera mediata o indirecta se infieran de la misma al
resultar justificados por la necesidad de preservar otros derechos o bienes jurídicamente protegidos ( SSTC 11/1981,
de 8 de abril [ RTC 1981, 11] , F. 7; 2/1982, de 29 de enero [ RTC 1982, 2] , F. 5). Debe tenerse en cuenta, al
efecto, que, con carácter general, en el proceso penal rige el principio de sujeción del acusado al procedimiento (art.
118 CE [ RCL 1978, 2836] ), y asimismo que quien ha sido condenado penalmente tiene un cualificado deber de
comparecer al llamamiento del Juzgado o Tribunal, siendo en principio razonable una interpretación de las normas
procesales que desanime acerca de la realización de posibles ausencias injustificadas, y es oportuno que insistamos
aquí en el interés general que subyace en que los pronunciamientos penales sean ejecutados en sus propios términos.
Dicho lo cual, este interés debe modularse con relación al derecho de defensa, garantía esencial de un proceso justo,
no debiendo olvidarse que, si bien la revocación de la libertad condicional se enmarca en el ámbito de ejecución de
una pena, y, por tanto, no es una decisión sobre la restricción de la libertad en sentido estricto, sin embargo afecta al
valor libertad en cuanto que modaliza la forma en que la ejecución de la restricción de la libertad se llevará a cabo
( SSTC 25/2000, de 31 de enero [ RTC 2000, 25] , F. 3, y 8/2001, de 15 de enero [ RTC 2001, 8] , F. 2). En esta
fase de ejecución del proceso penal el Estado sigue ejerciendo el «ius puniendi», que implica una profunda injerencia
en la libertad del imputado y en el núcleo más sagrado de sus derechos fundamentales ( STC 68/2002, de 21 de
marzo [ RTC 2002, 68] , F. 3), por lo que, aunque el reo ya no esté amparado por la provisional presunción de
inocencia, el derecho a ejercer su defensa se mantiene todavía como uno de los elementos esenciales de un proceso
equitativo, sin que, dada la orden de ingreso en prisión, la incomparecencia del penado pueda entenderse
necesariamente como una renuncia voluntaria a su derecho de defensa, como se recordó en nuestra STC 91/2000, de
30 de marzo ( RTC 2000, 91) , F. 15, en la que, con invocación de las SSTDEH casosPoitrimol , de 23 de
noviembre de 1993, § 38 ( TEDH 1993, 53) ; Lala , 22 de septiembre de 1994, § 27 ( TEDH 1994,
33) ; Guerin , de 29 de julio de 1998, §§ 44 y 45 ( TEDH 1998, 87) ; y Omar , de 29 de julio de 1998, §§ 40 a 44
( TEDH 1998, 88) , advertíamos que «cualquier otra sanción que pretenda anudarse a la incomparecencia ha de ser
proporcionada a la conducta que se sanciona y por consiguiente, no puede alterar las garantías básicas del proceso
justo».
En el presente caso los órganos judiciales impusieron al demandante, como condición previa para el ejercicio de su
derecho de defensa, su personal comparencia y sujeción ante el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria. Así pues, hemos
de preguntarnos si la exclusión condicionada del derecho de defensa del demandante es respuesta proporcionada a su
incomparecencia –teniendo en cuenta, por lo demás, que la propia personación del demandante conllevaba su
inmediato ingreso en prisión–, pues las limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho fundamental
más allá de lo razonable. Y es que todo acto o resolución que limite derechos fundamentales ha de asegurar que las
medidas limitadoras sean necesarias para conseguir el fin perseguido, ha de atender a la proporcionalidad entre el
sacrificio del derecho y la situación en que se halla aquel a quien se le impone y, en todo caso, ha de respetar su
contenido esencial (por todas, STC 14/2003, de 28 de enero [ RTC 2003, 14] , F. 9). En definitiva, tendremos que
determinar si la medida restrictiva de derechos fundamentales supera las exigencias del juicio de proporcionalidad,
debiendo comprobarse si contribuye a conseguir el objetivo propuesto (juicio de idoneidad); si además es necesaria,
en el sentido de que no exista otra medida más moderada para la consecución del tal propósito (juicio de necesidad);
y, finalmente, si la misma es ponderada o equilibrada, por derivarse de ella más ventajas o beneficios para el interés
general que perjuicios sobre otros bienes o valores en conflicto, lo que constituye el juicio de proporcionalidad en
sentido estricto [ SSTC 270/1996, de 16 de diciembre ( RTC 1996, 270) , F. 4 e); 37/1998, de 17 de febrero ( RTC
1998, 37) , F. 8; 186/2000, de 10 de julio ( RTC 2000, 186) , F. 6].
7 Sentadas las anteriores premisas, hemos de concluir que las resoluciones impugnadas no superan en este caso las
exigencias del principio de proporcionalidad.
En efecto, el juicio constitucional de proporcionalidad ha de partir de la correcta identificación de los valores o bienes
jurídicos concurrentes. En el presente caso tales valores o bienes jurídicos son, de un lado, el derecho de defensa (art.
24.2 CE [ RCL 1978, 2836] ) que invoca el demandante en su personal interés y, de otro lado, el innegable interés
general de que un condenado penalmente quede a disposición de los órganos judiciales a fin del adecuado
cumplimiento de su condena. Respecto de este último extremo hemos de señalar que, como este Tribunal ha tenido
ocasión de declarar, la persecución y castigo del delito constituye un bien digno de protección constitucional, a través
del cual se defienden bienes como la paz social y la seguridad ciudadana, reconocidos en los arts. 10.1 y 104.1 CE
[ SSTC 166/1999, de 27 de septiembre ( RTC 1999, 166) , F. 2; 127/2000, de 16 de mayo ( RTC 2000, 127) , F. 3
a); 292/2000, de 30 de noviembre ( RTC 2000, 292) , F. 9].
Pasando al examen de las resoluciones impugnadas que rechazaron la personación en nombre del penado, se advierte
que la providencia de 29 de junio de 2000 del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria no contempla en su integridad los
bienes jurídicos concurrentes, pues se detiene en la consideración de que la pretensión de personación del
demandante constituye un inadmisible fraude procesal y abuso del derecho. La providencia del mismo Juzgado de 7
de julio de 2000 se limita a remitirse a lo acordado por la anterior de 29 de junio. Por su parte, el Auto de 6 de
noviembre de 2000 de la Audiencia Provincial de Cádiz señala que en el caso que nos ocupa «la puesta del reo a
disposición del Tribunal está justificada no por la buena marcha del procedimiento... sino para el cumplimiento de su
finalidad primordial», puesto que «ha dejado de ser un medio para asegurar que se logre el buen fin del juicio, para
pasar a constituir un fin en sí misma, la realización de lo resuelto en él»; e indica, al efecto, que «el poder coactivo
del Estado se ha manifestado en forma de sentencia y no hay más que llevar a cabo lo mandado por ella». Con tales
consideraciones tampoco se satisfacen las exigencias constitucionales del principio de proporcionalidad, pues se
concibe la presencia del reo como un mero deber dirigido a la ejecución de la Sentencia en sus propios términos,
obviando con ello toda consideración acerca del invocado derecho de defensa, garantizado a través de la
contradicción en el expediente de revocación de la libertad condicional.
Es precisamente por las razones que acaban de exponerse por lo que debemos llevar a cabo el expresado juicio de
proporcionalidad. Ciertamente la medida cuestionada puede contribuir a la consecución de fines o bienes
constitucionalmente protegidos, a «objetivos legítimos» ( STEDH Khalfaoui , de 14 de diciembre, § 36 [ TEDH
1999, 68] ) conectados con el interés general y a los que antes se hizo mención; mas ello no es suficiente a los fines
del juicio de proporcionalidad, según se razona a continuación.
Así, no queda justificada la estricta necesidad de la medida (juicio de necesidad) en su relación con el derecho de
defensa. En primer lugar porque, atendiendo al aspecto puramente procesal en relación con la determinación de si
procede o no confirmar la revocación de la libertad condicional, es lo cierto que la personal presencia del reo no
aporta particulares ventajas para su resolución (con lo que la condición impuesta tendría sólo como objetivo la
inmediata ejecución de aquella decisión). En segundo lugar porque las exigencias legítimas de presencia del reo ante
el órgano judicial pueden ser aseguradas o estimuladas por otros medios distintos al de la pérdida del derecho de
defensa ( SSTEDH caso Khalfaoui , de 14 de diciembre de 1999, § 44 [ TEDH 1999, 68] ; caso Van Geysehgem ,
de 21 de enero de 1999, § 34 [ TEDH 1999, 2] ; caso Krombach , de 13 de febrero de 2001, § 89 [ TEDH 2001,
88] ), entre los cuales se significa por su eficacia que el evadido sea objeto de orden judicial de busca y captura,
concurriendo además la perspectiva de que su ausencia le comporte la pérdida de beneficios penitenciarios o, en su
caso, que incurra en nueva responsabilidad criminal por quebrantamiento de condena (art. 468 CP [ RCL 1995, 3170
y RCL 1996, 777] ).
Por otra parte conviene señalar que, a efectos de neutralizar una posible interferencia fraudulenta de la representación
del penado en los objetivos de averiguación del paradero de éste y su puesta a disposición judicial, propios del
proceso penal de ejecución, cabe imaginar otras decisiones que, modulando las posibilidades de defensa, sin embargo
no las hubieran excluido en su totalidad; como aquélla que permitiera la personación y la presentación de escritos, y
al mismo tiempo privara a la representación del penado del conocimiento del contenido de la ejecutoria en todo lo
que se estimara necesario para evitar conductas procesales espurias.
Por las razones expuestas, y a la vista de las circunstancias descritas –las particulares del presente caso y del proceso
judicial, conviene insistir–, no cabe entender que exista una estricta necesidad derivada del interés general, atinente a
la presencia del penado, que justifique la decisión judicial de excluir absolutamente el ejercicio
del derecho de defensa de éste durante la tramitación del expediente de revocación de libertad condicional.
En consecuencia la medida limitadora dispuesta judicialmente, y que se cuestiona en el presente recurso, es excesiva
respecto de lo que constituye el fin legítimo de asegurar la presencia del reo, y por ello debe ser estimada como una
reacción desproporcionada ante la impropia conducta procesal del demandante de amparo.
8 Los anteriores razonamientos nos conducen a considerar que las providencias de 29 de junio de 2000 y de 7 de julio
de 2000 del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 4 de Andalucía, y el Auto de 6 de noviembre de 2000 de la
Audiencia Provincial de Cádiz, que denegaron al Procurador y al Abogado del demandante la personación en el
expediente de revocación de libertad condicional, han lesionado el derecho del demandante a la tutela judicial
efectiva (art. 24.1 CE [ RCL 1978, 2836] ), en su vertiente de derecho a no padecer indefensión, así como sus
derechos de defensa y a la asistencia de letrado (art. 24.2 CE), al haberle impedido defenderse en el proceso judicial y
ser asistido por el Abogado de su confianza. Por ello procede el otorgamiento del amparo de tales derechos
fundamentales, que no se extiende al Auto de 5 de junio de 2000, según los razonamientos expuestos en el
fundamento jurídico 3 de esta Sentencia.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE LA
CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA,
Ha decidido
Otorgar el amparo solicitado por don Aurelio L. B., y en su virtud:
1 Declarar que el recurrente en amparo ha visto vulnerado su derecho a la tutela judicial efectiva sin indefensión (art.
24.1 CE [ RCL 1978, 2836] ) y sus derechos de defensa y de ser asistido de letrado (art. 24.2 CE).
2 Restablecerlo en sus derechos y, a tal fin, anular las providencias de 29 de junio de 2000 y de 7 de julio de 2000 del
Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 4 de Andalucía y el Auto de 6 de noviembre de 2000 de la Sección Primera
de la Audiencia Provincial de Cádiz, retrotrayendo las actuaciones al momento anterior a la providencia de 29 de
junio de 2000 del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 4 de Andalucía, a fin de que se dicte una nueva resolución
conforme con el contenido de los derechos fundamentales ahora vulnerados.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a diez de noviembre de dos mil tres.–Pablo Cachón Villar.–Vicente Conde Martín de Hijas.–
Guillermo Jiménez Sánchez.–Elisa Pérez Vera.–Eugeni Gay Montalvo.–Firmado y rubricado.
SILABO
CASOS EN QUE LA ASISTENCIA DE ABOGADO ES PRECEPTIVA
FUNDAMENTOS JURIDICOS
1 El presente recurso de amparo se dirige contra la Sentencia del Juzgado de Instrucción núm. 4 de Torrejón de
Ardoz, dictada el 26 de enero de 2000 en el juicio de faltas núm. 558/1999, y contra la Sentencia de la Sección
Decimoquinta de la Audiencia Provincial de Madrid, dictada el 7 de noviembre de 2000 ( JUR 2001, 47650) en el
rollo de apelación núm. 384-2000.
La primera de estas Sentencias condenó al ahora recurrente en amparo, como autor de una falta de injurias, a la pena
de multa de quince días con una cuota diaria de trescientas pesetas, y, como autor de una falta de malos tratos, a la
pena de multa de quince días con una cuota diaria de trescientas pesetas, así como al pago de la mitad de las costas
procesales. Asimismo dicha Sentencia condenó a un tercero, como autor de una falta de lesiones, a la pena de multa
de un mes, a razón de una cuota diaria de trescientas pesetas, así como al pago de la mitad de las costas procesales,
debiendo indemnizar al ahora recurrente en amparo (sujeto pasivo de las lesiones) en la cantidad de seis mil pesetas.
La segunda de las Sentencias desestimó el recurso de apelación interpuesto por quien ahora recurre en amparo (así
como también desestimó el recurso de apelación interpuesto por el otro condenado en la instancia), confirmando en
su integridad la expresada Sentencia del ya mencionado Juzgado de Instrucción.
2 En la demanda de amparo se alega, en primer lugar, que las mencionadas resoluciones vulneran el derecho a la
tutela judicial efectiva ya que, según afirma el recurrente, ni para el acto del juicio de faltas ni para el recurso de
apelación se procedió al nombramiento de Abogado de oficio por él solicitado, por lo que no pudo contar con apoyo
técnico en la defensa de sus derechos, ni se mantuvieron las condiciones de igualdad con la otra parte procesal, que sí
contó con asesoramiento de letrado. En tal sentido invoca el recurrente la infracción del art. 24.2 CE ( RCL 1978,
2836) en relación con el art. 14 CE.
En segundo lugar también se alega vulneración del derecho a la tutela judicial efectiva en su dimensión de necesidad
de motivación de las resoluciones judiciales (art. 24.2 CE), basada en que la Sentencia de apelación rechazó su
petición de nulidad de actuaciones sin motivación alguna.
En definitiva, dado que la invocación del art. 14 CE no se sustenta sobre una argumentación autónoma sino solamente
sobre la referencia al art. 24.2 CE, en relación con el derecho a la asistencia letrada, el
único derecho fundamental que se invoca como realmente vulnerado es el derecho a la tutela judicial efectiva, bien
que con referencia a tres diferentes presupuestos fácticos: a) el primero, la omisión de la designación de Letrado de
oficio para el acto del juicio de faltas; b) el segundo, esa misma omisión respecto del recurso de apelación; y c) el
tercero, la inexistencia de motivación alguna que fundamente el rechazo en apelación de la solicitud de la nulidad del
juicio de faltas. Los dos primeros se refieren a la relevancia constitucional de la asistencia letrada de oficio en los
procedimientos en que la actuación del Letrado no es preceptiva y el último a la necesidad de motivación de las
resoluciones judiciales.
3 El Ministerio Fiscal rechaza la existencia de la primera vulneración en lo que se refiere a la falta de designación de
Abogado de oficio para el acto del juicio de faltas. Y ello porque tal omisión es imputable en realidad al propio
recurrente, ya que éste sólo puso de manifiesto al final de acto del juicio, en la fase de formulación de las
conclusiones, la indefensión que le producía el actuar sin asistencia letrada. Sin embargo considera que existe
vulneración del derecho a la tutela judicial efectiva por la falta de designación de abogado de oficio en la apelación,
ya que en ese caso sí hubo una solicitud expresa en ese sentido en el escrito de recurso, constando además que dicho
escrito carece de la calidad propia de los que redactan los Abogados, pues ni contiene alegación alguna sobre
supuesta vulneración de derechos fundamentales en la vista, ni es congruente con la petición de absolución propia y
de condena de contrario que formuló en la vista, amén del hecho de que no da respuesta al recurso de apelación de
contrario.
4 Este Tribunal se ha pronunciado ya en varias ocasiones sobre la eventual relevancia constitucional de la ausencia de
asistencia letrada de oficio cuando ésta ha sido solicitada por una de las partes en los procedimientos en los que la
actuación de Letrado no es preceptiva, así como sobre en qué medida se vería afectado el derecho a la tutela judicial
efectiva (art. 24.1 CE [ RCL 1978, 2836] ) y el derecho a la defensa y a la asistencia de Letrado (art. 24.2 CE).
A ese respecto ha de recordarse, por una parte, que este Tribunal ha reconocido la especial proyección que tiene la
exigencia de asistencia letrada en el proceso penal por la complejidad técnica de las cuestiones jurídicas que en él se
debaten y por la relevancia de los bienes jurídicos que pueden verse afectados [ SSTC 18/1995, de 24 de enero
( RTC 1995, 18) , F. 2 b); 233/1998, de 1 de diciembre ( RTC 1993, 233) , F. 3; 162/1999, de 27 de septiembre
( RTC 1999, 162) , F. 3]; y, por otra, que la exigencia de asistencia letrada no tiene un alcance único ni un contenido
unívoco en todos los supuestos en que está reconocida constitucionalmente, sino que está vinculada a la diferente
función que como garantía constitucional ha de cumplir en cada uno de dichos supuestos.
Así, el derecho del detenido a la asistencia letrada en las diligencias policiales y judiciales, reconocido en el art. 17.3
CE, adquiere relevancia constitucional como una de las garantías del derecho a la libertad protegido en el apartado
primero del propio artículo. En este sentido su función consiste en asegurar que los derechos constitucionales de
quien está en situación de detención sean respetados, que no sufra coacción o trato incompatible con su dignidad y
libertad de declaración y que tendrá el debido asesoramiento técnico sobre la conducta a observar en los
interrogatorios, incluida la de guardar silencio, así como sobre su derecho a comprobar, una vez realizados y
concluidos con la presencia activa del Letrado, la fidelidad de lo transcrito en el acta de declaración que se le presenta
a la firma (por todas, SSTC 196/1987, de 11 de diciembre [ RTC 1987, 196] , F. 5; 252/1994, de 19 de septiembre
[ RTC 1994, 252] , F. 4; 229/1999, de 13 de diciembre [ RTC 1999, 229] , F. 2).
Por el contrario, el derecho a la defensa y a la asistencia de Letrado reconocido en el art. 24.2 CE adquiere
relevancia constitucional en una doble dimensión, diferente a la expresada, según que, de acuerdo con su
configuración legal, dicha asistencia técnica sea preceptiva o potestativa. Todo ello en los términos que se expresan a
continuación.
5 En el supuesto en que la intervención de Letrado sea preceptiva esta garantía constitucional se convierte en una
exigencia estructural del proceso tendente a asegurar su correcto desenvolvimiento ( STC 42/1982, de 5 de julio
[ RTC 1982, 42] , F. 2), cuyo sentido es satisfacer el fin común a toda asistencia letrada, como es el lograr el
adecuado desarrollo del proceso como mecanismo instrumental introducido por el legislador con miras a una
dialéctica procesal efectiva que facilite al órgano judicial la búsqueda de una Sentencia ajustada a Derecho ( SSTC
47/1987, de 22 de abril [ RTC 1987, 47] , F. 3, y 233/1998, de 1 de diciembre [ RTC 1998, 233] , F. 3, entre otras).
La conexión existente entre el derecho a la asistencia letrada y la institución misma del proceso determina que la
pasividad del titular del derecho deba ser suplida por el órgano judicial para cuya propia actuación, y no sólo para el
mejor servicio de los derechos e intereses del defendido, es necesaria la asistencia del Letrado ( SSTC 229/1999, de
13 de diciembre [ RTC 1999, 229] , F. 2; 101/2002, de 6 de mayo [ RTC 2002, 101] , F. 4; 145/2002, de 15 de
julio [ RTC 2002, 145] , F. 3).
En los supuestos en que la intervención de Letrado no sea legalmente preceptiva la garantía de la asistencia letrada no
decae como derecho fundamental de la parte procesal. A este respecto ha de tenerse en cuenta que el hecho de poder
comparecer personalmente ante el Juez o Tribunal no obliga a las partes a actuar personalmente, sino que les faculta
para elegir entre la autodefensa o la defensa técnica, dejándose a su libre disposición la opción por una u otra
(así, SSTC 215/2002, de 25 de noviembre [ RTC 2002, 215] , F. 4, y 222/2002, de 25 de noviembre [ RTC 2002,
222] , F. 2). Todo ello conlleva, en principio, el derecho del litigante carente de recursos económicos para sufragar un
Letrado de su elección a que se le provea de Abogado de oficio, si así lo considera conveniente a la mejor defensa de
sus derechos, siendo procedente el nombramiento de Abogado de oficio cuando se solicite y resulte necesario ( STC
152/2000, de 12 de junio [ RTC 2000, 152] , F. 3; y las ya citadas SSTC 215/2002, de 25 de noviembre [ RTC
2002, 215] , F. 4, y 222/2002, de 25 de noviembre [ RTC 2002, 222] , F. 2).
De ese modo el derecho constitucional a la asistencia letrada –en los casos en que la intervención de Abogado no sea
legalmente preceptiva, especialmente si afecta a procedimientos penales– exige que, cuando se opte por la defensa
técnica de un Abogado de oficio por carencia de medios económicos y se ponga de manifiesto esa circunstancia con
las debidas formalidades legales ante el órgano judicial, éste se pronuncie expresamente sobre su pertinencia,
ponderando si los intereses de la justicia así lo exigen. Para ello debe atender el órgano judicial a las concretas
circunstancias del caso, con especial atención a la mayor o menor complejidad del debate procesal, a la cultura y
conocimientos jurídicos del solicitante [ STC 233/1998, de 1 de diciembre ( RTC 1998, 233) , F. 3 b)] y a si la
contraparte cuenta con una asistencia técnica de la que pueda deducirse una situación de desigualdad procesal ( STC
22/2001, de 29 de enero [ RTC 2001, 22] , F. 4). Y todo ello porque, como ha sido reiterado, los órganos judiciales
tienen la función de asegurar la efectiva realización de los principios de igualdad de las partes y de contradicción, lo
que les impone el deber positivo de evitar desequilibrios entre la respectiva posición procesal de las partes o
limitaciones en la defensa que puedan causar a alguna de ellas resultado de indefensión ( STC 38/2003, de 27 de
febrero [ RTC 2003, 38] , F. 5, que cita, a su vez, las SSTC 47/1987, de 22 de abril [ RTC 1987, 47] , F. 2,
y 233/1998, de 1 de diciembre [ RTC 1998, 233] , F. 3).
La exigencia de que el interesado solicite formalmente ante el órgano judicial la designación de Letrado de oficio
( SSTC 22/2001, de 29 de enero [ RTC 2001, 22] , F. 2, y 145/2002, de 15 de julio [ RTC 2002, 145] , F. 3) se
deriva de que lógicamente –si el contenido de este derecho se concreta en la posibilidad de optar por la autodefensa o
por la asistencia técnica– sólo a través de la emisión expresa de su voluntad de ser asistido de Letrado podrá el órgano
judicial proceder a su designación. Esta solicitud, además, debe realizarse por el interesado lo más tempranamente
que pueda con el fin de evitar en la medida de lo posible la suspensión de actos judiciales, que implicaría la
afectación a otros intereses constitucionalmente relevantes, principalmente el derecho a un procedimiento sin
dilaciones indebidas del resto de partes procesales ( SSTC 47/1987, de 22 de abril [ RTC 1987, 47] , F.
3; 216/1988, de 14 de noviembre [ RTC 1988, 216] , F. 3); todo ello sin olvidar, tanto la incidencia negativa que
pueda tener en el deber de colaboración con la Administración de Justicia de otros participantes en dichos actos,
como testigos y peritos, por las molestias innecesariamente causadas con sus desplazamientos a los Juzgados para
actos que sean finalmente suspendidos, cuanto criterios de eficiencia en el gasto público y en la organización judicial,
por la inversión de medios económicos y personales de la Administración de Justicia en la celebración de actos
procesales fallidos.
6 En atención a lo expuesto procede, en primer lugar, examinar la denunciada ausencia de designación e intervención
de Letrado de oficio en el acto del juicio de faltas. De la lectura de la cédula de notificación hecha al recurrente se
verifica que expresamente se le comunicó que «podrá acudir asistido de Letrado, si bien éste no es preceptivo».
Igualmente en las actuaciones se acredita que esta cédula de notificación le fue entregada en mano al recurrente en su
comparecencia ante el Juzgado de Instrucción y que ni en dicho momento ni hasta el acto del juicio de faltas hizo
manifestación alguna relativa a la designación de Letrado de oficio. Del mismo modo, en el acta del juicio de faltas
tampoco se documenta que haya habido solicitud ninguna en dicho sentido al comienzo del acto, apareciendo sólo la
mención en la fase de conclusiones e informes de que el recurrente solicitaba que «se le considere indefenso según el
art. 7.3 LOPJ ( RCL 1985, 1578, 2635) ».
Así pues, a pesar de que el recurrente en su recurso de apelación y en la demanda de amparo alegó que había
solicitado insistentemente la designación de Letrado de oficio, lo cierto es que en las actuaciones no aparece
acreditada dicha solicitud, sino únicamente una alegación –formulada al final del acto del juicio– referida a la
indefensión que, en su caso, le habría generado la ausencia de intervención de letrado de oficio. Es evidente que tal
alegación –formulada en la forma y momento procesal expresados– no implica una solicitud en legal forma y tiempo
oportuno de la designación de Letrado.
En consecuencia debe concluirse que la ausencia de intervención de Letrado de oficio que representara y defendiera
al recurrente en la primera instancia fue debida a su propia falta de diligencia. Ello es determinante para negar la
existencia de la vulneración aducida respecto del acto del juicio de faltas.
7 Procede examinar a continuación la falta de designación de Abogado de oficio en la segunda instancia. Se constata,
al efecto, que el recurrente en el escrito de apelación no sólo alegó la indefensión que le habría provocado la falta
de asistencia letrada de oficio en la primera instancia, sino que solicitó además, mediante otrosí segundo, que, no
disponiendo de medios suficientes, le fuera designado Abogado del turno de oficio para la defensa de dicha apelación.
Por tanto en este caso sí aparece documentada una solicitud formal y expresa, hecha además en tiempo oportuno, de
designación de Letrado de oficio; así pues, hay en este caso una actuación diligente del recurrente. Por el contrario,
cabe constatar que el Juzgado de Instrucción, a pesar de dicha solicitud, no proveyó nada en relación con ella,
acordando tener por presentado el recurso de apelación, dándole la tramitación correspondiente; y que, igualmente, la
Audiencia Provincial tampoco realizó ningún pronunciamiento sobre el particular, limitándose a dictar Sentencia.
La omisión de toda respuesta de los órganos judiciales sobre la solicitud formal de designación de Abogado de oficio
realizada por el recurrente en la segunda instancia es determinante para que deba declararse la existencia de la
vulneración aducida, en tanto que al recurrente se le ha privado del derecho a que, a través de una respuesta expresa,
se ponderara si en el caso concreto, en atención a las circunstancias concurrentes, el interés de la justicia exigía dicha
designación o no, lo que es el contenido esencial del derecho a la asistencia letrada en supuestos como el presente, en
que la intervención de Abogado no es preceptiva.
La estimación de este amparo por vulneración del derecho a la asistencia letrada, con los efectos de retroacción a que
en seguida aludiremos, hace innecesario el examen de la denunciada vulneración del derecho a la tutela judicial
efectiva por defecto de motivación de la Sentencia dictada en trámite de apelación.
8 El otorgamiento del amparo por la expresada vulneración del derecho fundamental a la asistencia letrada comporta
que para la reparación de la lesión producida, como ya se articulara en la STC 215/2002, de 25 de noviembre ( RTC
2002, 215) , F. 5, deba anularse no sólo la Sentencia de 7 de noviembre de 2000 ( JUR 2001, 47650) , dictada en
apelación por la Sección Decimoquinta de la Audiencia Provincial de Madrid, sino también la providencia de 26 de
julio de 2000 del Juzgado de Instrucción núm. 4 de Torrejón de Ardoz, por la que se tuvo por interpuesto en tiempo y
forma recurso de apelación contra la Sentencia de dicho Juzgado sin atender la solicitud del recurrente de que se le
designase un Abogado del turno de oficio para la defensa de dicha apelación, dado que, según alegaba, no disponía de
bienes suficientes. En virtud de ello la retroacción de actuaciones procesales ha de tomar como punto de referencia
temporal el de la adopción de la mencionada providencia, a fin de que sea sustituida por la correspondiente resolución
judicial que dé oportuna respuesta a la solicitud de designación de Abogado de oficio.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, por la autoridad que le confiere la Constitución de la
Nación Española,
Ha decidido
Otorgar el amparo solicitado por don Juan M. B. y, en su virtud:
1º Declarar que ha sido vulnerado su derecho a la asistencia letrada (art. 24.2 CE [ RCL 1978, 2836] ).
2º Restablecerlo en su derecho y, a tal fin, anular la Sentencia de 7 de noviembre de 2000 ( JUR 2001, 47650) de la
Sección Decimoquinta de la Audiencia Provincial de Madrid, recaída en el rollo de apelación núm. 348-2000, y la
providencia de 26 de julio de 2000 del Juzgado de Instrucción núm. 4 de Torrejón de Ardoz, retrotrayendo las
actuaciones al momento procesal oportuno para que el Juzgado de Instrucción dicte la correspondiente resolución
judicial dando respuesta a la solicitud de designación de Abogado de oficio efectuada por el recurrente.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
SILABO
SILABO
FUNDAMENTOS JURÍDICOS
1 La presente demanda de amparo tiene por objeto la impugnación de la Sentencia del Juzgado de Instrucción núm.
17 de Madrid de 5 de noviembre de 2001, confirmada en apelación por Sentencia de la Sección Vigésimo Tercera de
la Audiencia Provincial de Madrid de 15 de febrero de 2002, que condenó al recurrente en amparo, como autor de dos
faltas de lesiones previstas en el art. 617 del Código Penal ( RCL 1995, 3170 y RCL 1996, 777) (CP), a la pena, por
cada una de ellas, de multa de sesenta días, con cuota diaria de quinientas pesetas y responsabilidad civil subsidiaria
en caso de impago de un día de privación de libertad por cada dos cuotas impagadas, así como al abono de las costas
procesales y a indemnizar a cada uno de los dos perjudicados en la cantidad de treinta y cinco mil pesetas.
El demandante de amparo imputa a las resoluciones judiciales impugnadas la vulneración de los derechos a la tutela
judicial efectiva, sin indefensión (art. 24.1 CE [ RCL 1978, 2836] ), y a la defensa (art. 24.2 CE). Bajo la
invocación conjunta e indistinta de ambos derechos fundamentales aduce, en síntesis, que no existe constancia de que
hubiera sido debidamente citado al acto del juicio, pues no consta que la cédula de citación hubiera llegado a su
poder, sino únicamente al centro penitenciario en el que se encontraba interno; que no se accedió a suspender el acto
del juicio para atender a su petición de que se le designase Abogado del turno de oficio; y, en fin, que en dicho acto
no se le permitió manifestar su versión sobre los hechos enjuiciados, no habiéndole sido notificada la primera de las
faltas por las que ha sido condenado y habiéndole resultado imposible presentar medios de prueba al objeto de
acreditar que los hechos no habían acontecido como contaron los denunciantes.
El Ministerio Fiscal se opone a la estimación de la demanda de amparo. Sostiene, en primer término, que carecen de
todo sustento fáctico las quejas del recurrente en amparo relativas a no haber sido debidamente citado al acto del
juicio, al desconocimiento de la primera de las faltas por las que ha sido condenado, a las supuestas dificultades que
tuvo su Letrado para formalizar el recurso de apelación, y, en fin, a los denunciados obstáculos para proponer pruebas
de descargo. Por lo que se refiere a la queja relativa a la no suspensión del juicio para que le asistiera un Abogado,
entiende que en este caso, en atención a las circunstancias en el mismo concurrentes, no cabe apreciar una situación
material de indefensión, dada la extemporaneidad de la petición de asistencia letrada, la igualdad de armas entre los
intervinientes en el proceso, la sencillez del asunto objeto de enjuiciamiento, el examen con detenimiento por los
órganos judiciales de todas las alegaciones fácticas y jurídicas del demandante de amparo y, por último, la existencia
de una defensa técnica en segunda instancia sustancialmente coincidente con la tesis de la autodefensa.
Esta síntesis de las alegaciones del Fiscal pone de manifiesto que la controversia suscitada en el actual proceso tiene
un contenido no sólo jurídico, sino fáctico, al negarse en realidad la exposición de este signo del demandante. La
precisión de la realidad de los hechos acaecidos se concretará al abordar la ulterior fundamentación jurídica.
2 Delimitadas en los términos expuestos las cuestiones suscitadas con ocasión de la presente demanda de amparo, ha
de descartarse, en primer término, sin necesidad de una más detenida argumentación, la queja relativa a la posibilidad
de que la cédula de citación al acto del juicio no llegara al ahora demandante de amparo, pues carece del más mínimo
sustento fáctico. En efecto, como se recoge en la Sentencia de la Audiencia Provincial y pone de manifiesto el
examen de las actuaciones judiciales, al demandante de amparo, interno en el centro penitenciario de Soto del Real, le
fue personalmente entregada por el agente judicial el día 29 de octubre de 2001 la citación para que compareciese el
próximo día 5 de noviembre, a las 9.30 horas, ante el Juzgado de Instrucción núm. 17 de Madrid para la celebración
del juicio de faltas, figurando expresamente en la diligencia de citación que se le hizo también entrega de la oportuna
cédula, en la que se hace referencia a los hechos objeto de juicio, así como se le advierte de que en el acto del juicio
la acción podría dirigirse contra él, se le hace saber que deberá comparecer con todos los medios de prueba de los que
intentase valerse (testigos, documentos, peritos, etc., pudiendo solicitar que sean citados por el Juzgado) y que podrá
asistirse de Abogado si lo considerara conveniente, con apercibimiento, en fin, de la obligación que tiene de concurrir
a ese llamamiento.
3 El demandante de amparo denuncia también lo que, sin duda, constituye la queja central de su recurso: que el
Juzgado de Instrucción no accedió a suspender el acto del juicio ante la solicitud formulada en el mismo acto de que
le fuera designado Letrado de oficio que le defendiera. Tal decisión, en opinión del recurrente en amparo, ha
lesionado su derecho de defensa, pues, estando internado en un centro penitenciario, únicamente dispuso de dos días
desde que recibió la citación para el acto del juicio –29 de octubre de 2001–, para solicitar la designación
de Letrado de oficio y la suspensión del juicio, dado que los días 1 y 4 de noviembre fueron festivos.
El examen de la queja del recurrente en amparo requiere traer a colación la reiterada doctrina constitucional, según la
cual en el haz de garantías que integran el derecho a un proceso justo se incluyen el derecho a la defensa y a la
asistencia letrada que reconoce el art. 24.2 CE ( RCL 1978, 2836) , cuya finalidad es la de asegurar la efectiva
realización de los principios de igualdad de las partes y de contradicción que imponen a los órganos judiciales el
deber positivo de evitar desequilibrios entre la respectiva posición procesal de las partes o limitaciones en la defensa
que puedan inferir a alguna de ellas un resultado de indefensión, prohibido en todo caso por el inciso final del art.
24.1 CE. En tal sentido este Tribunal ha declarado también que el hecho de que la intervención de Letrado no sea
preceptiva en un proceso determinado con arreglo a las normas procesales, como acontece en el juicio de faltas, no
priva al justiciable del derecho a la defensa y a la asistencia letrada que le reconoce el art. 24.2 CE, pues el carácter
no preceptivo o necesario de la intervención del Abogado en ciertos procedimientos no obliga a las partes a actuar
personalmente, sino que les faculta a elegir entre la autodefensa o la defensa técnica, pero permaneciendo en
consecuencia incólume en tales casos el derecho de asistencia letrada, cuyo ejercicio queda a la disponibilidad de las
partes, lo cual conlleva en principio el derecho del litigante que carece de recursos económicos para sufragar un
Letrado de su elección a que se le provea de Abogado de oficio, si así lo considera conveniente a la mejor defensa de
sus derechos, siendo procedente el nombramiento de Abogado de oficio, cuando se solicite y resulte necesario.
De otra parte el derecho a la asistencia letrada ha de ponerse en conexión con el derecho a un proceso sin dilaciones
indebidas, de modo que el órgano judicial debe también tutelar el referido derecho de la parte contraria, el cual
merece la adecuada protección frente a solicitudes de nombramiento de oficio que, evidenciándose innecesarias para
una mayor efectividad de la defensa, puedan ser formuladas con el exclusivo propósito de dilatar la duración normal
del proceso y prolongar así una situación jurídica, cuyo mantenimiento se revela en el mismo momento de la
iniciación del proceso difícilmente sostenible.
Finalmente este Tribunal, en consonancia con la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos ( SSTEDH de
9 de octubre de 1979 [ TEDH 1979, 3] – caso Airey –, y de 25 de abril de 1983 [ TEDH 1983, 6] – caso
Pakelli —) ha señalado reiteradamente que desde la perspectiva constitucional quien alegue indefensión como
consecuencia de la vulneración del derecho a la asistencia de Letrado no ha de haber provocado dicha situación con
su falta de diligencia, así como que dicha indefensión debe ser real y efectiva, de forma que la situación de
indefensión generada por la falta de defensa técnica no resulte ser consecuencia directa del proceder de la parte y
además la autodefensa del litigante debe haberse revelado como insuficiente y perjudicial para el mismo,
impidiéndole articular una protección adecuada de sus derechos e intereses legítimos en el proceso. En suma, resulta
preciso que se haya producido un menoscabo real y efectivo de su derecho de defensa (por todas, SSTC 216/1988, de
14 de noviembre [ RTC 1988, 216] , FF. 2 y 3; 208/1992, de 30 de noviembre [ RTC 1992, 208] , FF. 1 y
2; 276/1993, de 20 de septiembre [ RTC 1993, 276] , FF. 3 y 5; 22/2001, de 29 de enero [ RTC 2001, 22] , F.
2; 125/2002, de 25 de noviembre [ RTC 2002, 125] , FF. 4 y 5; 222/2002, de 25 de noviembre [ RTC 2002, 222] ,
F. 2).
4 En el presente caso, como resulta del examen de las actuaciones judiciales, tras haberse aplazado dos veces el juicio
de faltas ante la imposibilidad de citar al demandante de amparo por no localizarle, se efectuó un nuevo y tercer
señalamiento para el día 5 de noviembre de 2001, siendo aquél citado personalmente el día 29 de octubre de 2001 en
el centro penitenciario en el que se encontraba internado, con entrega de la cédula en la que se precisaban, como antes
se ha dejado constancia, los hechos objeto del juicio y las fechas en las que habían acontecido, la posibilidad de que
la acción pudiera dirigirse contra él, la obligación de comparecer con los medios de prueba de los que se intentara
valer, pudiendo solicitar del Juzgado la citación de testigos y peritos, así como la posibilidad de asistirse de Abogado
si lo considerara conveniente.
En el mismo acto del juicio el ahora demandante de amparo solicitó, según consta expresamente en el acta, «el
aplazamiento de la vista para que venga su Abogado». Petición a la que declaró no haber lugar el órgano judicial «al
no haberse solicitado con la antelación suficiente y no ser preceptiva la intervención de Abogado».
La Sentencia condenatoria del Juzgado de Instrucción le fue notificada al demandante de amparo el día 13 de
noviembre de 2001 en el centro penitenciario, y al día siguiente, el 14 de noviembre de 2001, solicitó la designación
de Abogado y Procurador del turno de oficio para recurrirla en apelación. Suspendido el procedimiento y efectuada la
designación de Letrado, se le otorgó un plazo de cinco días para interponer recurso de apelación contra la Sentencia
del Juzgado de Instrucción. En el escrito de formalización del recurso el Letrado no articuló ningún motivo con base
en la negativa del órgano judicial de instancia a la petición del demandante de amparo de aplazar el acto del juicio
para ser asistido por Letrado. No obstante, simultáneamente a la formalización del recurso de apelación, el
demandante de amparo presentó ante el Juzgado un escrito dirigido al Letrado que le había sido designado, en el que
se quejaba de que no se hubiera aplazado el juicio en primera instancia para que le fuese designado un Abogado que
le asistiera.
La Audiencia Provincial dio respuesta en su Sentencia a la queja planteada al respecto por el demandante de amparo,
en la que ratificó la decisión adoptada por el Juzgado de Instrucción, al considerar que «en la cédula de citación ya se
ponía en su conocimiento el derecho a ser asistido de letrado, y aunque desde el día en que fue citado a juicio y
entregada dicha cédula, hasta el día del juicio poco tiempo transcurrió, antes de dicho acto podía haber realizado la
petición y no reservarla para ese momento, porque con ello provocaba una suspensión que debe ser evitada».
5 Ha de descartarse, en primer término, el presupuesto sobre el que se asienta la queja del recurrente en amparo, que
vincula haber postergado al acto del juicio la solicitud de designación de Letrado a su situación de internamiento en
un centro penitenciario, pues en modo alguno puede considerarse en este caso su situación de privación de libertad
como impeditiva de haber podido instar la designación de asistencia letrada antes del acto del juicio, como lo revela
el hecho de que al día siguiente de serle notificada en el centro penitenciario la Sentencia del Juzgado de Instrucción
solicitó la designación de Abogado y Procurador de oficio para recurrirla en apelación, sin que al respecto se ofrezca
en la demanda de amparo razón o argumentación alguna mínimamente convincente de por qué el demandante de
amparo, siendo la misma su situación de privación de libertad, no actuó ante la celebración del juicio de faltas, pese a
estar expresamente advertido de la posibilidad de acudir al él asistido de Letrado, con la misma diligencia e
inmediatez que lo hizo al pretender recurrir en apelación la Sentencia del Juzgado de Instrucción. En esta misma línea
de razonamiento tampoco puede considerarse como obstáculo impeditivo del diligente actuar que del demandante de
amparo han requerido tanto el Juzgado de Instrucción como la Audiencia Provincial la circunstancia de que dos de los
siete días que mediaban desde la citación al juicio de faltas a la celebración de éste hubieran sido festivos, pues,
aunque breve, como se reconoce en la Sentencia de apelación, tal plazo no puede estimarse insuficiente para dirigir
un escrito al órgano judicial solicitando la designación de Letrado que asistiera al demandante de amparo.
En todo caso, desde la perspectiva constitucional que nos es propia, y de conformidad con la doctrina de la que se ha
dejado constancia en los fundamentos jurídicos precedentes, en este caso, en atención a las circunstancias
concurrentes en el mismo, no puede estimarse lesionado el derecho de defensa del demandante de amparo como
consecuencia de la negativa del Juzgado de Instrucción de aplazar la celebración del juicio de faltas para atender su
solicitud de designación de Letrado, dado que no cabe advertir una real y efectiva situación de indefensión derivada
de la referida decisión judicial.
Conclusión que se impone, en primer lugar, en atención a la propia naturaleza y escasa complejidad de los hechos
objeto del juicio –dos episodios de agresión–, tanto desde el punto de vista fáctico como desde el jurídico, para cuyo
enjuiciamiento se presentaron y examinaron como pruebas únicamente las declaraciones de los intervinientes y los
partes médicos que constaban en las actuaciones, sin que por ninguna de las partes se manifestase o identificara en
ningún momento del proceso la existencia de testigo presencial alguno que debería ser llamado al juicio. A lo que hay
que añadir, en segundo término, la igualdad de armas procesales de las partes, pues todas ellas actuaron en el juicio
sin defensa y asistencia letrada. En tercer lugar, la versión de los hechos ofrecida por el recurrente en amparo,
ampliamente examinada y contestada en ambas instancias, quien reconoció los hechos por los que fue condenado y
cuyas alegaciones exculpatorias, que en su opinión podrían justificar su actuación, fueron expresa y explícitamente
desestimadas por los órganos judiciales. Y, en fin, la consideración global de que la autodefensa del demandante de
amparo no se ha revelado como insuficiente y perjudicial para el mismo, como permite apreciar, en este caso, la
circunstancia de que la defensa técnica de la que disfrutó en la segunda instancia coincidió sustancialmente con las
tesis mantenidas en su autodefensa.
En atención a los precedentes razonamientos ha de concluirse, desde las limitadas pautas de control que nos
corresponde, que en este caso la decisión judicial de no aplazar la celebración del acto del juicio en la instancia, en
aras a la protección de otros bienes y derechos constitucionalmente relevantes, como el de no provocar dilaciones
indebidas en la causa, que este Tribunal ha señalado también como límite legítimo del derecho de defensa letrada, no
ha ocasionado la vulneración constitucionaldenunciada, por lo que también en este extremo ha de ser desestimada la
demanda de amparo.
6 Por último el demandante de amparo considera que se ha visto privado de una tutela judicial efectiva, al no
habérsele permitido ofrecer su versión de los hechos en el acto del juicio, al no notificársele la primera de las faltas
por las que fue condenado, al resultarle imposible presentar medios de prueba acreditativos de que los hechos no
habían acontecido como los refirieron los denunciantes y, en fin, al no haber podido contactar con él
el Letrado designado de oficio.
Las referidas quejas del recurrente en amparo carecen de la más mínima consistencia y base fáctica, por lo que
también en este punto, sin necesidad de una más detenida argumentación, ha de ser desestimada la demanda de
amparo. En efecto, basta la lectura del acta del juicio para constatar que el solicitante de amparo depuso en el mismo,
y ofreció su versión de cómo acontecieron los hechos, versión que reiteró en la fase de apelación ante la Audiencia
Provincial mediante el escrito que dirigió a su Abogado a través del Juzgado de Instrucción, y que fue examinado y
contestado también por el órgano judicial de apelación. De otro lado, sin necesidad de reiterar aquí y ahora la
conocida doctrina constitucional sobre el principio acusatorio en el juicio de faltas (por todas, SSTC 56/1994, de 24
de febrero [ RTC 1994, 56] ; 22/2001, de 29 de enero [ RTC 2001, 22] , F. 3), basta con señalar, para rechazar la
falta de notificación de la primera de las faltas por las que ha sido condenado, que en la cédula de citación se
especificaban los hechos objeto del juicio, con indicación de la fecha y lugar en el que habían acontecido, así como
que su compañera sentimental en el acto del juicio se ratificó en los hechos denunciados y que sobre los mismos
depuso el demandante de amparo en dicho acto. Igual suerte desestimatoria ha de correr la denunciada dificultad para
proponer pruebas de descargo, pues ni en el proceso «a quo», con ocasión del recurso de apelación ante la Audiencia
Provincial, ni en la demanda de amparo, se precisan e identifican los medios de prueba que se quisieron, y no
pudieron proponer, ni, menos aún, su trascendencia sobre la decisión final del pleito, debiendo resaltarse en este
extremo que las alegaciones exculpatorias ofrecidas por el demandante de amparo, que reconoció los hechos por los
que fue condenado, en opinión de los órganos judiciales, como se razona en la Sentencia de apelación, carecían de
toda virtualidad para evitar su condena. Y, en fin, al Letrado que le fue designado de oficio en la segunda instancia se
le concedió el plazo legalmente previsto para interponer el recurso de apelación, sin que conste, ni quepa deducir de
las actuaciones, ni al respecto se haya formulado queja alguna ante los órganos judiciales, la existencia de
impedimento alguno para contactar con su representado, sin que tampoco en la demanda de amparo se precise e
identifique algún obstáculo al respecto.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE LA
CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA,
Ha decidido
Desestimar la presente demanda de amparo de don Antonio A. P.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a uno de diciembre de dos mil tres.—Tomás S. Vives Antón.—Pablo Cachón Villar.-Vicente Conde
Martín de Hijas.—Guillermo Jiménez Sánchez.—Elisa Pérez Vera.—Eugeni Gay Montalvo.—Firmado y rubricado.