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Versión española de
M.a Dolores González Soler
Alianza Editorial
Título original:
Problems o f Politicai Philosophy (Revised edition)
The Macmillan Press.
Esta obra ha sido publicada en el Reino Unido por
NOTA P R E L IM IN A R ............................................................................. 9
2. LA PO LITICA Y E L E S T A D O ................................................ 37
1. El ámbito de la política, 37.— 2. Asociaciones y comuni
dades, 43.— 3. Pautas de regulación, 45.— 4. Estado y Na
ción, 49.— 5. Rasgos distintivos del Estado, 52.
7. LA JU S T IC IA ............................................................................... 179
1. Un concepto complejo, 179.— 2. Equidad e imparciali
dad, 186.— 3. El derecho a la igualdad, 198.— 4. Equidad y
utilidad, 209.
NOTA P R E LIM IN A R
ción que los nazis hadan del término «subhumano» muestra que en
el fondo compartían el punto de vista de los demócratas: que no es
correcto situar a diferentes grupos de seres humanos en diferentes
niveles de valor.
No debe suponerse que la utilización de este criterio favorece
siempre las creencias democráticasrTambién en el ámbito de las ideas
democráticas pueden encontrarse incoherencias. Algunos piensan, por
ejemplo, que la búsqueda de la libertad y la búsqueda de la igualdad,
cada una de las cuales constituye un principio del pensamiento demo
crático, son incompatibles. Si estos dos fines son, de hecho, incompa
tibles, las exigencias de la razón hacen necesario que abandonemos o
modifiquemos, al menos, uno de los dos.
En segundo lugar, la crítica a la filosofía política tradicional me
nosprecia el papel que los hechos desempeñan en apoyo de los juicios
de valor. A pesar de que los juicios de valor no pueden contrastarse
directamente mediante el criterio de la concordancia con los hechos,
sí son susceptibles de una prueba indirecta de este tipo, dado que a
menudo presuponen creencias sobre hechos que pueden ser sometidas
a la prueba de concordancia. Es verdad que los filósofos no se hallan
en una posición especial para descubrir los hechos, pero pueden utili
zar los que los científicos han establecido, o que han sido confirmados
mediante la observación, para demostrar que un principio político
depende de presupuestos fácticos falsos. Tomaré de nuevo como ejem
plo la doctrina nazi acerca de la superioridad de la «raza aria». Esta
presupone que existe una cosa llamada raza aria en el sentido biológico
del término, y podemos utilizar los datos que nos proporcionan la
etnología y la filología para demostrar que este presupuesto fáctico es
falso, y que la única distinción seria entre «ario» y «no ario» se refiere
al lenguaje. Si no existe nada semejante a una raza aria, cualquier jui
cio sobre dicha raza, ya sea de hecho o de valor, carece de aplicación
posible.
Es obvio que este tipo de argumento no prueba que diferentes
grupos humanos tengan el mismo valor, pero hace desaparecer uno
de los soportes de la doctrina nazi, favoreciendo, por tanto, su des
crédito. Análogamente, podemos refutar una doctrina política demos
trando que se basa en presupuestos fácticos que la experiencia coti
diana de cualquier persona puede desmentir, sin necesidad de recurrir
a la experiencia de los científicos o de los filósofos. Algunas impor
1. ¿Qué es la filosofía política? 21
3. Clasificación de conceptos
4. Filosofía e ideología
una idea compleja; examina sus relaciones con otras ideas con el fin
de llamar la atención sobre las incongruencias, por un lado, y sobre
las conexiones lógicas, por otro; y al objeto de desechar las incon
gruencias y de producir una síntesis coherente, es probable que sugiera
la revisión o el perfeccionamiento de una o varias de las ideas.
La metodología de las ciencias sociales no es una parte de la filo
sofía política. Pertenece a un campo más amplio, el de la filosofía
social. La he considerado aquí en términos generales para demostrar
que lo que todos consideran una función estimable de la filosofía es,
de hecho, una aplicación de las funciones tradicionales. Esto, junto
con la analogía que puede establecerse entre la valoración crítica y la
clarificación conceptual, puede ayudar a desterrar el prejuicio que su
pone considerar que la valoración crítica no es filosofía.
Capítulo 2
LA P O LIT IC A Y E L E ST A D O
1. El ámbito de la política
L
40 Problemas de filosofía política
rir que pueden conformar una definición de lo político que sirva para
la discusión teórica. Ya que es necesario que nos preguntemos: ¿qué
clase de poder es el que concierne a la política? No es un poder mecá
nico, como la potencia de una máquina de vapor; y si nos limitamos
a los poderes de los seres humanos, no es su fuerza física, como, por
ejemplo, correr una milla o ser capaz de retorcer los brazos a alguien.
Tampoco es el poder de la voluntad, la fuerza de voluntad, como
intentar dejar de fumar o trabajar media hora más cada día. Hemos
de distinguir la clase de poder a la que nos referimos, especificándolo
como poder político; pero incurriríamos en un argumento circular al
tratar de definir lo político en términos de algo distinto que a su vez
es descrito como «político». Si explicamos entonces que la clase de
poder humano a la que nos referimos difiere del poderío físico o del
poder de la voluntad en que consiste en la capacidad de hacer que
otras personas hagan aquello que queremos que hagan, la definición
se hace demasiado amplia, dado que esta clase de poder se ejercita en
muchos contextos diferentes al político. Puede aparecer no sólo en la
propia política y en la llamada «política» de sociedades no políticas,
como la universidad o la iglesia, sino también en cualquier ejercicio
efectivo de autoridad. Un oficial del ejército tiene normalmente la ca
pacidad de hacer que sus subordinados cumplan sus órdenes, lo mismo
que el director de una fábrica o que un capataz. Un padre es normal
mente capaz de (¿o he de decir solamente a veces?) conseguir que
sus hijos hagan lo que dice; lo mismo ocurre con un profesor y sus
alumnos. Tampoco es necesario que nos limitemos a aquellos casos
en los que podemos hablar de autoridad. Un atracador armado, o un
chantajista, suelen lograr que sus víctimas les entreguen el dinero.
Todos estos ejemplos pueden calificarse de casos de ejercicio del poder
en el sentido que he explicado (aunque quizás para algunos de ellos
la utilización de la palabra «poder», con el sentido que le damos
actualmente, parezca inadecuada por razones a las que aludiré cuando
haga referencia a las ideas de poder y autoridad en el capítulo III,
sección 4); pero sería absurdo decir que son ejemplos de poder polí
tico. El poder político constituye ciertamente esta clase de poder
cuando se ejercita en un contexto político. Si un político dice que la
política tiene que ver con el poder, se refiere a esta clase de poder;
pero da por supuesto que sabemos que se está refiriendo a su bús
queda o a su ejercicio en un contexto político. Lo que ocasiona que
42 Problemas de filosofía política
2. Asociaciones y comunidades
«interés», dado que este último significa comúnmente algo que una
persona desea o que produce satisfacción, mientras que un objetivo
puede ser además el propósito o el fin de una decisión racional rela
tiva a hacer algo que no depende necesariamente del deseo o de la
obtención de satisfacción.
No todos los grupos sociales tienen un objetivo común, y no
todos aquellos que lo tienen están organizados para conseguirlo. Un
grupo de personas que viajan juntas en un autobús, constituyen tem
poralmente un grupo, pero no una asociación. Constituyen un grupo
social, en el sentido que dan los sociólogos a esta expresión, debido
a que la conducta o disposición de cada uno de los pasajeros puede
resultar afectada hasta cierto punto por el hecho de ser conscientes
de la presencia de los demás. Al subir o al bajarse del autobús, por
ejemplo, tendrán cuidado de no tropezar con los tobillos de otros pa
sajeros; pero si alguno es de esa clase de personas que no se preocupa
en absoluto de los sentimientos de los demás y va tropezando con
todos los tobillos que encuentra en su camino, ha de estar preparado
para recibir miradas hostiles y recriminaciones, por lo que su dispo
sición, si no su conducta efectiva, sufre los efectos de ser consciente
de la presencia de los otros. Pero un grupo así no constituye una
asociación, ya que seguramente no todos los pasajeros tienen el mismo
propósito: uno viaja en autobús para ir a su trabajo, otro para ver
las bellezas de la ciudad. Si ocurre que todos tienen el mismo destino,
se supone que su presencia en el autobús se debe a un propósito co
mún; pero no es necesario que hayan acordado deliberadamente viajar
juntos para conseguir ese propósito. Si, como sucede a menudo, han
acordado viajar juntos para ir a un concierto o a una excursión, cons
tituyen una asociación temporal.
Normalmente hablamos de asociaciones cuando el grupo, delibera
damente organizado para conseguir un propósito común, no tiene una
duración tan corta. La organización, y el objetivo común, permanecen
por un período de tiempo, no necesariamente largo. Un grupo de
inquilinos puede formar una asociación con el fin de obtener la reduc
ción de sus alquileres. Si tienen éxito después de un mes de campaña,
pueden disolver la asociación, ya que han logrado su propósito. Por
otro lado, el propósito de una asociación puede ser duradero. A los
miembros de una asociación protectora de animales les gustaría pensar
que llegará el día en que su asociación no sea necesaria, pero de mo-
2. La política y el Estado 45
3. Pautas de regulación
4. Estado y nación
b) La jurisdicción obligatoria
torio significa que todas las personas que se encuentren en ese territo
rio están sujetas a sus normas. A menudo, una proposición universal
equivale a una proposición de necesidad, y esto es lo que ocurre en
este caso: cualquier persona situada dentro de las fronteras de un
Estado ha de estar sometida a sus normas, le guste o no.
Pero una proposición universal no es siempre equivalente a una
proposición de necesidad. A veces, «Todos los A son B » no implica
que «Todo aquello que sea A debe ser B». Puede existir una sociedad
en la cual todos, de hecho, sean miembros de una determinada Iglesia,
cosa que quizás llegó a ocurrir en algún momento con los habitantes
de Utah. De ello no se deduce necesariamente que no se pueda ser
miembro de esa sociedad sin pertenecer a esa Iglesia en concreto.
Puede que todos los habitantes hayan elegido pertenecer a ella; o al
menos, puede que nadie haya optado por no ser miembro de ella,
aunque pudiese hacer una elección diferente si lo desease. Sin embar
go, en lo que atañe a la jurisdicción del Estado no existe posibilidad
de elección. Si residimos, o incluso si nos encontramos de visita, en
un determinado territorio, quedamos por fuerza sujetos a la jurisdic
ción del Estado que lo controla. No podemos decir que elegimos no
estar sometidos a sus leyes. Si nos hallamos en un país, estamos obli
gados necesariamente por sus leyes, y si desobedecemos alguna, sere
mos merecedores de castigo sobre la base del supuesto de que estamos
obligados por tales leyes.
El sometimiento obligatorio a la jurisdicción de un Estado de
pende de la condición de que se permanezca dentro de sus fronteras.
En otros tiempos, si un grupo de personas preferían no someterse a
las leyes de su Estado, podían abandonarlo y fundar una nueva co
munidad en cualquier otra parte con normas de su propia elección.
Hoy en día, todavía resulta posible emigrar a otro país si no nos gus
tan las leyes del nuestro, pero no así crear una nueva comunidad con
sus propias leyes. Todas las partes habitables de la Tierra (y también
casi todas las inhabitables) han sido expropiadas y convertidas en nue
vos estados o sometidas a la jurisdicción de estados ya existentes.
Si no nos gustan las leyes inglesas y tenemos medios para emigrar,
podemos escapar a la jurisdicción del Reino Unido, pero no a la ju
risdicción de todos los estados. Si emigramos a Australia, quedamos
sometidos a la jurisdicción de ese Estado. Por añadidura, está el hecho
2. La política y el Estado 55
c) Funciones
Las distintas asociaciones tienen funciones diferentes. Ya he men
cionado, en la sección 4, la opinión de que el Estado debería encar
garse de llevar a cabo todos los fines públicos. Algunos filósofos han
mantenido que el Estado se diferencia de otras asociaciones en que
es omnicompetente en sus funciones; en que incluye dentro de sí a las
demás asociaciones, siendo una asociación de asociaciones, la totalidad
de la comunidad organizada en todos sus aspectos como una gran aso
ciación. Este punto de vista ha sufrido la influencia de una concentra
ción excesiva en la teoría y en las prácticas de la antigua Grecia, en
donde la ciudad-estado constituía el conjunto de la comunidad orga
nizada, y en donde Platón y Aristóteles, en consecuencia, consideraron
que la polis era omnicompetente. Algunos filósofos posteriores han
aceptado esta tesis y estimado las funciones, mucho más limitadas,
del Estado moderno como un defecto, olvidándose de las consecuen
cias que tiene la diferencia de tamaño entre los dos tipos de Estado
y la diferencia de carácter de la religión en Grecia y en el mundo
moderno. Cabe apreciar una influencia parecida en la analogía entre
el Estado y un organismo, que también debe mucho a la teoría griega
y, en especial, a Aristóteles.
Afirmar que el Estado es omnicompetente puede significar una de
estas tres cosas: que el Estado puede hacerse cargo de todas las fun
ciones posibles, que, de hecho, se hace cargo de ellas, o que debería
hacerse cargo de ellas. En un capítulo posterior (V, sección 3) consi
deraremos los puntos de vista relativos a que puede o debería hacerse
cargo de todas las funciones. En la práctica ningún Estado lo hace.
Tal vez los llamados estados totalitarios afirmen lo contrario, pero
la realidad es que no han cosechado un éxito total (han fracasado,
por ejemplo, en el terreno de la religión). Merece la pena observar
que la pretensión de identificar de un modo absoluto al Estado con
la comunidad suele ir de la mano con el intento de convertir a la reli
gión, o algún sustituto de la misma, en una parte de la política. Esto
se cumplía en el caso de la antigua Grecia y también en el caso de la
ideología comunista de hoy en día; el comunismo puede considerarse
a la vez como una especie de religión y como un sistema político.
¿Cuáles son entonces en la práctica las funciones del Estado mo
derno? Su función primaria es la solución y la prevención de con-
2. La política y el Estado 57
d) Métodos
El método prindpal que el Estado utiliza para llevar a cabo sus
funciones es el sistema de derecho, es decir, un sistema de normas
2. La política y el Estado 61
puede imponer castigos por las infracciones de sus normas en que pue
da incurrir uno de sus miembros. Un sindicato, el director y los pro
fesores de un colegio, un organismo, como el Consejo General Mé
dico, que regula la conducta de una determinada profesión, pueden
prescribir castigos (tales como multas, privaciones de diverso tipo,
suspensiones o expulsiones) para las infracciones de normas. En algu
nos casos, el de la escuela, por ejemplo, los castigos sólo pueden ser
llevados a efecto hasta cierto punto. Si el miembro infractor de la aso
ciación rehúsa aceptar el castigo, o, como en el caso del niño en una
escuela, logra que un adulto responsable cuestione si es adecuada o no
la imposición del castigo, la asociación ha de recurrir a la autoridad de
las leyes del Estado, de la cual se deriva su propia autoridad, y si es
necesario la decisión disciplinaria de la asociación puede ser examinada
ante un tribunal, cuyo fallo está respaldado por el poder del Estado.
La mera utilización del poder coercitivo no constituye, desde luego,
un monopolio del Estado; las bandas de rufianes y ladrones armados
también se sirven de él. He venido refiriéndome al papel que desem
peña el poder coercitivo para hacer cumplir las normas de una asocia
ción, y no al que desempeña cuando fuerza la voluntad de una persona
o de un grupo de personas. Sin embargo, ocasionalmente este último
puede convertirse en lo primero. Así ocurre, por ejemplo, cuando una
banda ilegal, como la mafia siciliana, actúa virtualmente como si estu
viese ejerciendo las funciones de un Estado. Para poder observar níti
damente la diferencia entre las normas del Estado y las de otras
asociaciones, hemos de añadir un segundo rasgo del derecho estatal.
A ello he aludido al referirme a la autoridad del derecho estatal en
relación con la autoridad de otras normas. Las normas de otras aso
ciaciones sometidas a la jurisdicción de un Estado, y la autoridad que
tales asociaciones poseen para crear y aplicar sus normas, está subor
dinada a las normas del Estado. Las normas del Estado son la norma
suprema. Esto es lo que significa la soberanía de un Estado, concepto
tan fundamental para todas las ideas asociadas con el Estado moderno
que precisa analizarse por separado.
e) Soberanía
Afirmar que el Estado es soberano equivale a decir que el Estado
tiene autoridad suprema o decisiva sobre una comunidad, que sus
normas anulan las de cualquier otra asociación. Todas las asociaciones
2. La política y el Estado 63
No creo que sea correcto decir que la soberanía del Estado con
siste en la supremacía del poder coercitivo, y que esto, y sólo esto,
justiñca la pretensión del Estado a la autoridad suprema. El poder
supremo no es ni (1) una condición suficiente ni (2) una condición
necesaria para justificar esta pretensión. Consideremos cada una de
estas objeciones por separado.
4. Poder y autoridad
I
82 Problemas de filosofía política
tricción que, en caso de existir, nos impediría llevar a cabo una deter
minada acción, incapacitándonos, por tanto, para ejecutarla.
Ahora bien, la restricción es normalmente metafórica. Un letrero
que rece «Se prohíbe el acceso a este recinto a las personas no auto
rizadas» puede ir acompañado de barreras físicas, como verjas y mu
ros elevados, pero la barrera legal a la que se alude en el letrero no
me incapacita para entrar del mismo modo que la verja y los muros
(a menos que no sea lo suficientemente ágil para escalarlos). La ba
rrera que presenta el letrero es una ficción legal, como lo es considerar
que un permiso o una licencia conceden una capacidad efectiva. Cual
quier norma que establezca que hemos o no hemos de hacer esto o lo
otro ha de entenderse en el sentido de que establece una barrera u
obligación metafóricos o ficticios, «obligando» o «compeliendo» a
aquellos a quienes va dirigida, limitando su libertad de acción e «inca
pacitándolos» para actuar de una manera diferente a la prescrita. Esto
puede aplicarse tanto a las obligaciones morales como a las legales.
Cuando Martín Lutero afirmó: «Aquí estoy. No puedo hacer otra
cosa», no era literalmente verdad que no pudiese, pero consideraba
su compromiso moral como una obligación que lo incapacitaba para
actuar de otro modo. Análogamente, la ausencia de una norma res
trictiva, o el repudio de una norma mediante la concesión de un per
miso, pueden considerarse como el levantamiento ficticio o metafórico
de una barrera también ficticia o metafórica que, en caso de existir,
limitaría la libertad de acción, «capacitándonos», por tanto, para ha
cer aquello que de otro modo estaríamos «incapacitados» para hacer.
Dado que las normas legales están amparadas por el poder coercitivo,
el letrero que me prohíbe el acceso a terrenos privados conlleva la
amenaza de que, si entro, mi libertad de movimientos puede verse
recortada por una barrera real: la prisión. Pero, de momento, si el
letrero no va acompañado de una barrera real compuesta de verja
y muros, tengo la capacidad, o el poder físico, de penetrar en esos
terrenos siempre que esté dispuesto a afrontar las consecuencias. El
hecho de que no deba entrar — esto es, que no pueda moralmente
entrar— conlleva la ficción de que no puedo (físicamente) hacerlo.
Las normas legales, morales y convencionales (incluyendo las re
lativas al lenguaje) nos transmiten la presencia y la ausencia de limi
taciones, «obligaciones» y «derechos», «necesidades» y «posibilida
des», todas de carácter ficticio. No es del todo cierto que estemos
3. Soberanía, poder y autoridad 83
5. Autoridad soberana
1 Sobre la Libertad, cap. 2. [Hay trad. cast. publicada por Alianza Editorial.]
88 Problemas de filosofía política
carse tan fácilmente hoy en día, cuando muchas personas no son li
bres, como lo era Sócrates, de convertirse en ciudadanos de otro Estado.
Cabe plantear, por tanto, dos objeciones a la teoría del contrato
de ciudadanía. En primer lugar, se aplica de la misma manera a los
ciudadanos que lo son por nacimiento y a los ciudadanos naturalizados.
En segundo lugar, la teoría presupone la libertad de aceptar o recha
zar el contrato, y esta libertad no existe hoy en día para muchas
personas.
1 La República, 359a.
4. Los fundamentos de la obligación política 101
1 Véase, por ejemplo, el excelente análisis llevado a cabo por el profesor John
Plamcnatz en Mand and Society (Londres, 1963), vol. I, pp. 391 ss.
110 Problemas de filosofía política
dad entre todos los ciudadanos, tendría que esperar un milenio antes
de poder emprender cualquier acción.
Pasemos a examinar la otra alternativa, más prometedora, que
sugiere que voluntad general significa la voluntad de la mayoría. ¿Por
qué la opinión de la mayoría impone una obligación sobre la minoría
disidente? Supongamos que la mayoría desea que el Estado haga esto
o aquello, por ejemplo, construir terraplenes para prevenir las inun
daciones, pero que yo no estoy de acuerdo porque vivo en lo alto
de una colina y no deseo pagar impuestos para la construcción de
terraplenes que no me beneficiarán personalmente. ¿Por qué he de
ser arrastrado por la mayoría? ¿Qué justificación existe para aceptar
su criterio? Una razón que cabe sugerir es la de que es más fácil que
una mayoría esté en lo cierto que una minoría. Si dos cabezas valen
más que una, entonces treinta millones son probablemente mejor
que veinte. Probablemente, pero no con toda seguridad. Dos cabezas
no siempre valen más que una. Algunas contienen un cerebro mejor
que otras. Si cincuenta ovejas deciden seguir un camino, mientras que
el pastor considera que deben seguir otro, no es muy probable que el
pastor se deje impresionar por el argumento de que cincuenta cabe
zas son mejor que una. Ahora bien, cuando las cabezas pertenecen
a seres humanos, no resulta fácil decidir quiénes son las ovejas. A me
nudo no hay medio de saber, especialmente en el terreno de la polí
tica, quién tiene razón. También es necesario que nos preguntemos:
¿Razón sobre qué? En mi ejemplo de construir terraplenes para evi
tar inundaciones, la diferencia de opinión se suscitaba en torno a los
deseos de las personas. Si se supone que la política ha de referirse
a los deseos de las personas, entonces, independientemente de los
cerebros, es de esperar que las personas sepan lo que desean; así
pues, si el objetivo ideal, aunque inalcanzable, es satisfacer los deseos
de todos, estaremos más cerca de conseguirlo satisfaciendo los de
seos de la mayoría en vez de los de la minoría.
De hecho, sin embargo, la teoría de la voluntad general no se
refiere a los deseos de la mayoría. Rousseau dice, por ejemplo, que
la voluntad general no se equivoca nunca l. Da la impresión de que
acepta el punto de vista que supone que «cincuenta millones de fran-1
1 Del contrato social, II , 6. Rousseau aclara esta afirmación (en la segunda ver
sión, revisada, de la obra) añadiendo «pero el juicio que la guía no siempre es ilus
trado». [Hay trad. cast. de la obra publicada por Alianza Editorial.]
4. Los fundamentes de la obligación política 111
6. La teoría de la justicia
Supongo que todos aceptarán que la teoría del bien común ofrece
una de las bases o fundamentos de la obligación política. Sólo podría
objetarse la idea de que brinda todos los fundamentos necesarios.
Hemos visto que la teoría de la voluntad general incluye la idea de
bien común como objetivo o fin del Estado. Sin embargo, tanto la
teoría de la voluntad general como las teorías del contrato y del con
sentimiento afirmarían que esto no es suficiente porque la obligación
política debe asumirse voluntariamente. De hecho, no es cierto que
la mayoría de los ciudadanos hayan asumido voluntariamente, de for
ma clara y precisa, su obligación de obedecer al Estado, pero algo
de verdad hay en la afirmación de que el consentimiento es en cierto
modo una adición necesaria tanto para la teoría del bien común como
para la teoría de la justicia. Analizaré este problema en la sección
siguiente. Por el momento podemos considerar una objeción a la teo
ría del bien común, derivada de nuestro examen de la teoría de la
justicia.
Tanto la teoría de la justicia como la teoría del bien común fun
damentan la obligación política en las funciones que el Estado realiza
para llevar a cabo un fin moral. Cuando me referí a las funciones del
Estado en el capítulo II, sección 5 (c), señalé que su función negativa
consistía en preservar el orden y la seguridad, y que su función posi
tiva era promover el bienestar y la justicia. Las dos teorías que esta
mos considerando ahora pretenden abarcar la función negativa. La
teoría de la justicia diría que esta función de proteger los derechos
establecidos es un aspecto de la justicia; la teoría del bien común,
que la función negativa consiste en prevenir el daño al bien común.
¿Qué ocurre respecto a la función positiva? No creo que pueda de
cirse que la promoción del bienestar es un aspecto de la justicia, por
lo cual si aceptamos que la teoría de la justicia proporciona un fun
damento para la obligación política, hemos de añadir que la teoría
del bien común especifica un fundamento similar. De este modo, ten
dríamos una teoría mixta que mantiene que la obligación política se
fundamenta en el carácter moral de las funciones del Estado, siendo
estas la protección de la justicia y la promoción del bienestar. No
obstante, la teoría del bien común diría que cumple todas las fun
ciones, dado que el concepto de justicia queda comprendido en el
de utilidad. Lo mismo que la protección de los derechos establecidos
120 Problemas de filosofía política
8. Obligación y autoridad
nes hacia los demás, esto no significa que se haya otorgado al Estado
un derecho a dictar órdenes y a que sean obedecidas.
Así pues, podemos ver que no era superfluo que la teoría de la
voluntad general añadiese algo a la idea de promover el bien común,
o que las teorías del contrato social y del consentimiento fijasen su
atención en la idea de autorización. Una explicación de la obligación
política que tenga en cuenta, única y exclusivamente, las funciones
morales del Estado no es suficiente. ¿Qué debería añadirse? Si aña
diésemos la idea de contrato social, podríamos decir que el contrato
es un acuerdo de utilizar el mecanismo del Estado para promover
fines morales; constituiría una forma de autorizar al Estado a actuar
en nuestro favor. Pero las objeciones que ha suscitado la teoría del
contrato hacen muy difícil reintroducirla en este punto, aunque en
la sección siguiente sugeriré que la idea de contrato social ocupa un
lugar de cierta importancia en las instituciones de una sociedad de
mocrática.
¿Qué ocurre con la noción más débil que supone el consenti
miento en el sentido de aquiescencia? Creo que añadir esta noción
basta para otorgarle al Estado un derecho a actuar del modo en que
lo hace. He señalado en la sección 4 que, en su forma más débil, la
teoría del consentimiento no ofrece un fundamento para la obliga
ción; pero en la teoría mixta que estamos elaborando la obligación
no se deriva del consentimiento. Se deriva de la obligación moral de
promover los fines de justicia y bien común que presuponemos y, a
la vez, del reconocimiento de que el Estado es el medio necesario
para la consecución de tales fines. El papel que se le atribuye al con
sentimiento estriba exclusivamente en permitir que el Estado actúe
como agente del cuerpo ciudadano. Esto no requiere un contrato
explícito. Para la mayoría de nosotros, el Estado es un fait accompli
que ya ejerce sus funciones; pero si reconocemos la necesidad de su
existencia para asegurar la consecución de fines morales, y consenti
mos que continúe ejerciendo sus funciones, estamos permitiendo que
actúe como el agente o canal a través del cual hemos de cumplir con
una parte de nuestras obligaciones morales. El consentimiento añade
al poder del Estado la autoridad o el derecho a dictar órdenes, y
dado que actúa como agente o canal de ciertas obligaciones morales,
nuestras obligaciones hacia los demás ciudadanos se transforman en
una obligación de aceptar las medidas tomadas por el Estado.
4. Los fundamentos de la obligación política 123
1. La idea de libertad
2. La libertad y la ley
a) El delito
b) Litigios civiles
doctrina de merts rea, que supone que una acción que causa daño no
puede ser criminal a menos que se cometa deliberadamente.
No obstante, no todas las disputas civiles que requieren la inter
vención de un árbitro se someten a los tribunales. No me refiero sólo
a que las disputas puedan solucionarse «fuera de los tribunales» por
abogados que saben bien cómo actuaría un tribunal si se pide su inter
vención para que decida. Me refiero a que las partes contendientes
pueden acordar aceptar el veredicto de un árbitro que no tenga nada
que ver con el Estado y sus tribunales. Por ejemplo, una póliza de
seguros puede establecer que, en algunas circunstancias, un desacuer
do sobre la responsabilidad ha de someterse a un asesor indepen
diente. Sin duda, una de las razones para preferir un procedimiento
voluntario es la de que el coste es menor que si se recurre a los tri
bunales, pero esta no es la única razón. El arbitraje obligatorio no
implica necesariamente la intervención de los tribunales y no ha de
ser necesariamente costoso. Si se considerase preciso, podría exigirse,
a través de la ley, que las compañías de seguros sometiesen sus con
troversias a un tribunal especial de arbitraje, cuya actuación podría
ser tan poco costosa y rápida como un procedimiento voluntario. La
razón por la que no se hace es que no resulta necesario. En una socie
dad democrática, se prefieren los métodos voluntarios a la interven
ción del Estado en tanto el objeto de la controversia pueda resolverse
con justicia y claridad mediante tales métodos.
Así pues, existen por un lado controversias que han de dirimirse
ante los tribunales u otros órganos del Estado, y también disputas
que no requieren la intervención del Estado. Entre ambos casos hay
un área de incertidumbre, un área de disputas o desacuerdos que,
según unos, demandan la intervención del Estado, y según otros, no.
Pondré dos ejemplos.
Un ejemplo clásico lo ofrecen los conflictos laborales. El problema
relativo al grado de control que sobre empresarios y trabajadores debe
ejercer el Estado, en lo referente a negociaciones salariales, es más
adecuado para el próximo epígrafe, que trata del control económico,
que para éste, donde se analizan controversias sujetas al código civil.
No obstante, se suscitan cuestiones de derecho civil cuando la huelga
contraviene un contrato de empleo. Algunos piensan que tales huelgas
deberían ser ilegales; otros, que esto supondría una obstaculización
injustificable de la libertad de los trabajadores para obtener por sí
5. Libertad y autoridad 139
c) Control económico
puede exigir que los ferrocarriles y las líneas aéreas provean estos
servicios. Del mismo modo, el Estado puede inducir a los empresa
rios a construir nuevas fábricas en áreas donde existe un desempleo
permanente, aunque sería más rentable, por lo menos desde el punto
de vista de éstos, aumentar las fábricas ya existentes en otras partes.
Consideremos de nuevo el sistema impositivo. Un severo esquema
impositivo, que conlleva exhaustivos deberes que «exprimen al rico»,
reduce las posibilidades de incrementar la propiedad privada, y puede
también reducir los incentivos, dando por resultado un producto na
cional menor de lo que se conseguiría en otro caso. La razón para
que se tomen tales medidas es cierta concepción de la justicia o equi
dad; aunque también aquí existen diferencias de opinión con respecto
al peso que debe darse a este concepto de la equidad y a la libertad
y la iniciativa privada, respectivamente. En la Inglaterra de hoy, los
partidos Conservador y Laborista concuerdan en que ha de concederse
cierto peso a los incentivos, en consideración a la libertad individual
y al mantenimiento de una producción nacional elevada, y también
cierto peso a la reducción de la desigualdad, en consideración a la
justicia social; pero los conservadores inclinan la balanza a favor de
lo primero, mientras que los socialistas lo hacen a favor de lo segundo.
Cualquier actuación del gobierno en el campo de la economía
restringe la libertad de algunas personas; es decir, no les permite
hacer lo que desean. Si se convierten en ilegales algunos tipos de
huelgas, los trabajadores ven recortada su libertad de acción en lo
que se refiere a las tácticas de negociación salarial. Si se nacionaliza
la industria del hierro y del acero, los propietarios de fundiciones
y altos hornos no son libres de dirigir sus propias empresas, tal y
como desean, para su propio beneficio. Deberán vender o trasla
darse a un tipo de empresa diferente, o si deciden permanecer como
directores, aceptar las órdenes de una junta o consejo creado por el
Estado, y trabajar con un salario fijado de antemano. La línea aérea
a la que se exige ofrecer servicios no rentables a áreas de poca po
blación como condición para que pueda continuar llevando a cabo
otros servicios, no tiene la libertad necesaria para conseguir la mayor
cantidad posible de beneficios y todo aquel a quien se le exige pagar
impuestos, en mayor o menor medida, no es libre de gastar su dinero
como sea. Las restricciones gubernamentales a la libertad económica
se imponen con el objeto de conseguir objetivos morales generales
142 Problemas de filosofía política
dieciséis años, o permitir que los padres elijan entre la educación pú
blica y la privada. La vacunación inmediata de los neonatos solía ser
obligatoria en Inglaterra; ahora sólo se recomienda; pero si se pro
dujese una epidemia de viruela en una zona determinada, podría
exigirse a sus habitantes que se vacunasen.
Algunas de estas restricciones a la libertad se llevan a cabo en
favor del bien común, otras por mor de la justicia. Los servicios edu
cativos y sanitarios se establecen, en parte, en razón del interés ge
neral; un ciudadano educado y especializado es más útil a la comu
nidad que uno ignorante, y un trabajador sano es más útil que uno
enfermo. Lo mismo puede decirse del seguro de desempleo, pero no
de las pensiones de vejez. Una persona demasiado vieja para trabajar
no puede devolver a la comunidad el beneficio que recibe; en este
caso es la justicia y no el interés general lo que sirve de razón justi
ficadora. Se piensa que toda persona tiene el derecho moral de que
la comunidad vele por sus necesidades en la vejez. Consideraciones
similares sobre la justicia o los derechos humanos afectan también a
otras medidas. Cuando estimamos que todos han de recibir una edu
cación razonable, servicios médicos y hospitalarios, en caso de nece
sitarlos, y medios de subsistencia, en caso de enfermedad o desempleo,
estamos pensando seguramente en lo que se les debe como indivi
duos, y no en el beneficio potencial de la sociedad.
En el campo del bienestar social, como en otros campos de la
actividad estatal, existen diferentes opiniones acerca del alcance que
han de tener las exigencias legales del Estado, en su restricción de las
libertades en razón de los objetivos morales generales de justicia y
bien común. Para algunos, debería existir una posibilidad, lo más
amplia posible, de elegir entre servicios médicos y educativos priva
dos y públicos. Otros piensan que la desigualdad de trato entre ricos
y pobres que ello conlleva supone una ofensa a la justicia social;
otros, que los beneficios de la seguridad social deberían reducirse al
mínimo, para que no reduzcan a su vez la iniciativa y alienten el
parasitismo en el Estado; otros aún, que es mejor correr esos riesgos
que consentir la indigencia.
Muchas veces puede decirse que cuando el Estado recorta la liber
tad lo hace para incrementarla en otros aspectos. Me he referido a
los objetivos morales del Estado, tales como la promoción de la jus
ticia y del bien común. La «justicia» incluye aquí la función clásica
144 Problemas de filosofía política
general que «el Parlamento puede hacerlo todo», a menos que tal
afirmación esté cualificada por excepciones de carácter más radical.
Es necesario recordar los dos sentidos del verbo «poder» [can] que
distinguí en el capítulo III, sección 4. Si pensamos en las posibili
dades legales, en lo que el Parlamento puede moralmente [may]
hacer, entonces es, sin duda, omnicompetente y no es necesario aña
dir ningún tipo de excepción. Pero si pensamos en las posibilidades
prácticas de las leyes que el Parlamento puede hacer efectivas, caben
muchas más excepciones de las que sugiere el viejo dicho. Si el Par
lamento fuese tan tonto como para aprobar un proyecto de ley que
dispusiese que, a partir de una fecha determinada, un tal John Jones
será considerado mujer, ello no contravendría ninguna norma de de
recho constitucional y, por tanto, no excedería los poderes legales
del Parlamento; pero sería considerado una locura, y ni la extrava
gante ley ni el Parlamento que la aprobó merecerían respeto alguno.
Como dije en el capítulo III, sección 4, los «vínculos», «poderes» o
«capacidades» legales son ficciones, y no hechos naturales; pero, para
que sean eficaces, deben poseer un carácter tal que la mayoría de las
personas opte por actuar, con respecto a ellos, como si fueran he
chos. Si chocan frontalmente con los hechos, especialmente con los
hechos psicológicos que la gente está preparada para asumir, no ten
drán fuerza alguna. No existen limitaciones legales a lo que el Par
lamento puede moralmente [may] promulgar, pero sí sustanciales
limitaciones prácticas a lo que puede [can] promulgar efectivamente.
Estas limitaciones prácticas no dependen únicamente de los he
chos naturales de la física o la biología, como sugiere la afirmación
de que el Parlamento puede hacerlo todo excepto convertir a un hom
bre en mujer. Dependen también, más aún si cabe, de los hechos
naturales de la psicología. En Alicia en el País de las Maravillas, el
Rey de Corazones trata de deshacerse de Alicia en el juicio de la
Sota, inventando la norma: «Todas las personas que midan más de
una milla han de abandonar el tribunal». Imaginemos que un Parla
mento integrado de enanos conscientes de serlo aprobase un pro
yecto de ley que declarase que todas las personas de más de 1,80
metros de altura serán ejecutadas. Una ley así sería válida y no habría
imposibilidad física o biológica para hacerla efectiva, pero sería psico
lógicamente imposible. Si un proyecto así fuese aprobado por el
Parlamento, estallaría una revolución. En cambio, si la mayoría de
5. Libertad y autoridad 147
1. Ideales democráticos
2. Gobierno democrático
porque posibilita un gobierno más eficaz. Pero parece que una gran
minoría, tanto de los representantes electos como de los electores
(de hecho, el partido minoritario puede haber recibido la mayoría del
total de votos emitidos en el país, aunque no haya obtenido la
mayoría de los escaños), se encontrará con que su opinión es derro
tada en las votaciones constantemente por el partido en el poder,
por lo que se diría que sus puntos de vista no cuentan para nada
en las decisiones gubernamentales.
La defensa tradicional del gobierno democrático nos dice que
la opinión de la minoría surte algún efecto. Se afirma que la función
de la minoría en la asamblea legislativa consiste en expresar su
oposición, criticar, demostrar la posibilidad de un programa político
alternativo, y exigir así a la opinión dominante que avale con razones
la supuesta superioridad de su punto de vista sobre el minoritario.
Un rasgo esencial del gobierno democrático, según el mismo argumen
to, es que se trata de un gobierno que se sirve de la discusión, de la
persuasión en vez de la fuerza. Cuando la discusión ha agotado ya
toda su utilidad, y algunos no han sido aún convencidos, se vota,
aceptándose la decisión de la mayoría en vez de recurrir a la fuerza:
«contamos cabezas en vez de romperlas». Votar supone, en cierto sen
tido, admitir un relativo fracaso; el ideal sigue siendo la consecución
de un acuerdo unánime. Pero como eso es imposible, la alternativa
preferible es acatar la decisión de la mayoría.
Esta representación del debate parlamentario como un genuino
intento de persuasión sería perfecta si los participantes fueran real
mente representantes en el sentido de Burke. Resulta aplicable, en el
parlamento británico, a los debates en los que existe libertad de voto
y a ciertas discusiones sobre detalles de los proyectos de ley a nivel
de comisión. Pero allí donde exista un sistema de partidos fuerte, la
pauta general que observará el voto en cualquier materia fundamental
se puede conocer de antemano. En el sistema de gobierno inglés, las
decisiones reales sobre temas importantes las toma el gabinete y no
la mayoría de los miembros electos de la asamblea legislativa. Con
todo, la opinión del partido mayoritario tiene, al menos, cierta in
fluencia sobre la política gubernamental. La crítica eficaz no es
necesariamente aquélla que tiene lugar ante el pueblo, en los debates
públicos de la asamblea legislativa, aunque ésta, a pesar de que los
elementos críticos del partido dominante suelen terminar votando a
164 Problemas de filosofía política
favor del gobierno, tenga sin duda cierto valor. En un sistema demo
crático de gobierno siempre existe una posibilidad de rebelión dentro
del partido dominante, y (tomando de nuevo a Gran Bretaña como
ejemplo) el gabinete ha de contar con el apoyo efectivo de la mayor
parte de los parlamentarios de su propio partido en los debates que
tienen lugar en la Cámara de los Comunes. Los líderes del partido
pueden ejercer cierto control, pero no de un modo absoluto. En
marzo de 1967, Harold Wilson intentó amenazar a los miembros del
Partido Laborista que se abstuvieron de apoyar al Gobierno en una
votación sobre una importante cuestión de política internacional:
«A cada perro — les dijo— se le permite un ladrido, pero si ladra
demasiado no le será renovada su licencia»; comentario que provocó
la siguiente respuesta: «El Primer Ministro no nos da licencia a
nosotros, nosotros se la damos a él». El hecho de que los parlamen
tarios puedan abstenerse de votar de acuerdo con su partido, y de
que a veces lo hagan, aun cuando hoy en día sea muy raro, demuestra
que el gobierno puede ir demasiado lejos al tratar a los parlamentarios
como mero pasto de cabildeo.
No obstante, aunque el gobierno ha de tomar buena nota de la
opinión de su propio partido, no necesita prestar particular conside
ración a los puntos de vista de otros partidos respecto a los asuntos
cotidianos. La crítica a la política gubernamental por parte de un
partido de la oposición no se lleva a cabo con la esperanza de per
suadir al gobierno para que cambie de opinión, sino con la de
persuadir al público para que en la próxima elección decidan de un
modo diferente. En cada debate de importancia que se produzca, la
oposición tiene la oportunidad de airear sus posiciones y de mostrar
lo que intentaría hacer si estuviese en el poder. Las elecciones parla
mentarias no se ganan y se pierden durante el breve período de la
campaña electoral, sino en el curso de la vida parlamentaria entre
sucesivas elecciones; y aunque la pérdida de apoyo popular por parte
de un gobierno se deba a sus propios errores, a la mala suerte, o a
la creencia pura y simple de que ha llegado la hora de cambiar,
más que a la crítica de la política gubernamental que lleva a cabo la
oposición, no obstante, esa crítica sirve para centrar los cambios
de la opinión pública y para darles una forma concreta. Es justo
decir, por ende, que la discusión es una parte fundamental del
proceso democrático.
6. La democracia 165
1 Los lectores que no estén familiarizados con las prácticas parlamentarias inglesas
(lesearán saber qué son estas dos cosas. Las preguntas parlamentarias son preguntas
que hacen a los ministros, a quienes se notifica previamente, los miembros del par
lamento y se responden en el Question Time (Tum o de Preguntas), que constituye
n menudo la parte más animada de la diaria actividad de la cámara baja. Los Debates
ilc Clausura tienen lugar durante la última media hora de actuación de la cámara baja
y puede iniciarlos cualquier miembro del partido, a diferencia de la mayoría de los
('tros debates, oficialmente proyectados en beneficio del gobierno o de la oposición.
Ambos procedimientos ofrecen la oportunidad para llevar a cabo una crítica ad hoc
«le la administración gubernamental, pero en un Debate de Clausura la crítica y la
respuesta pueden desarrollarse durante más tiempo del empleado en el Tum o de Pre
guntas.
168 Problemas de filosofía política
1. Un concepto complejo
2. Equidad e imparcialidad
* La Politicé, I I I . 12.
188 Problemas de filosofía política
1 De un modo notable por el profesor Ch. Perelman. Véase, por ejemplo, su libro
The Idea of Justice and the Problem of Argument, Londres, 1963: Ensayo I, «Con-
ccrning Justice*; ensayo 3, «The Rule of Justice»; ensayo 7, «Opinions and Truth»
(especialmente la página 132).
190 Problemas de filosofía política
o dar una patada a una silla de una fila compuesta de sillas iguales
para luego conformarnos con otra exactamente igual; pero no debe
ríamos decir que es injusto. La injusticia no es lo mismo que la irra
cionalidad. No hablamos de justicia, o de imparcialidad, al describir
lo que hacemos a cosas materiales, ni tampoco, a mi entender, al
describir lo que hacemos a los animales. Puede ser inconsecuente ele
gir un buey para sacrificarlo en vez de otro, pero ¿diríamos que es
injusto? Podemos pensar que es triste que se mate a los bueyes por
su carne, y no a los caballos, y que hay algo poco ético en matar ani
males para conseguir alimentos. Pero, ¿diríamos que los hombres son
injustos con los bueyes, por comparación con los caballos, al comerse
a los unos y no a los otros? El concepto de justicia se refiere sólo a
nuestras relaciones con los seres humanos, y, por lo tanto, presupone
la ¡dea de que hay algo especial en los seres humanos, por contrapo
sición a las cosas materiales o los animales. Si la Reina de Corazones,
en Alicia en el País de las Maravillas, dijese «¡Que les corten la ca
beza!» respecto de uno de cada dos jardineros o de uno de cada dos
jugadores de croquet, sería injusto; pero no lo sería si lo dijese res
pecto de uno de cada dos rosales o de uno de cada dos flamencos. En
cualquiera de los dos casos, se conduciría irracionalmente. La acción
irracional o inconsecuente hacia miembros de la misma categoría, sólo
se convierte en injusta si la categoría de los afectados por la misma se
compone de seres humanos.
Incluso en nuestras relaciones con los seres humanos, no todas
las formas de trato diferencial se consideran injustas o parciales. Su
pongamos que debo una libra al lechero y otra al carnicero. Ambos
pertenecen a la misma categoría, la de las personas a quienes debo
una libra, por lo que debo tratarlos igualmente al pagar mis deudas.
Tengo varios billetes de una libra y muchas monedas. Trataría a los
dos de igual manera si doy un billete de una libra o diez monedas
a cada uno, y los trataría de diferente manera si doy un billete a uno
y monedas al otro. ¿Diríamos que la segunda acción era injusta o
parcial comparada con la primera? No, porque en ambos casos el va
lor de lo recibido sería idéntico. Un trato diferente que no conlleva
un beneficio diferente es inmaterial. Lo que importa es que la igual
dad de trato que la justicia exige para casos iguales es de índole ma
terial, no formal; y lo que convierte el trato diferente que doy a las
7. La justicia 191
3. El derecho a la igualdad
1 Véase, por ejemplo, S. I. Benn y R. S. Peters, Social Principies and the Demo-
cratic State (Londres, 1959), pp. 108-11.
200 Problemas de filosofía política
4. Equidad y utilidad
sidad del mismo modo que la basada en el mérito. Eso, como hemos
visto, constituye un error.
Lo que omite la interpretación utilitarista es la idea de que un
ser humano puede reclamar algo de sus semejantes sólo sobre la base
de la naturaleza humana y de la semejanza. Cuando afirmamos que
la equidad exige provisiones especiales para las necesidades especia
les, estamos pensando en lo que se debe a alguien en tanto persona,
en tanto «fin en sí misma» (utilizando la terminología de Immanuel
Kant). Esto significa que los demás miembros de su sociedad, ya sea
una familia, una comunidad religiosa o un Estado del Bienestar, creen
que tienen hacia ella un deber estricto por ser alguien como ellos y
ser uno de ellos, alguien con fines u objetivos que, en cierto modo,
ellos adoptan como parte de sus propios fines. La justicia, a diferen
cia de otras virtudes morales, no exige que la responsabilidad social
respecto de la necesidad vaya más allá de un mínimo determinado.
Lo que exige efectivamente, lo exige como algo que se debe a la per
sona individual y no como medio para un futuro beneficio de toda
la sociedad.
La consideración de la demanda sobre la base de la capacidad
incluye también la idea de lo que se debe a la persona individual como
«fin en sí misma». Sin duda, también se tiene en cuenta la utilidad
social. A ello obedece el hecho de que se tomen medidas especiales
en relación con los talentos útiles para la sociedad, mientras que no
se toma medida alguna en favor de los que son perjudiciales para la
sociedad; pero la utilidad social no justifica toda nuestra considera
ción. En un colegio, por ejemplo, se tomarán medidas, si pueden
costearse, para desarrollar (a) aquellos talentos altamente útiles para
la sociedad, como la aptitud para las matemáticas o la ingeniería,
(b) talentos que no son especialmente útiles, aun cuando producen
placer tanto a su poseedor como a los demás, como la aptitud para
la música o la pintura, y (c) talentos que no parecen ser socialmente
útiles, aunque tampoco son socialmente perjudiciales, como la aptitud
para jugar una buena partida de ajedrez. Sin duda, las medidas que
se toman en el caso (a) están motivadas principalmente por la idea
de utilidad, pero fundamentalmente en el caso (b) y totalmente en el
caso (c) las medidas se toman debido a que los poseedores de los
talentos obtienen placer y se realizan desarrollándolos y ejercitán
dolos. La autoridad pública proporciona flautas o becas para estudiar
7. La justicia 213