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La ética es una ciencia práctica. Una reflexión sobre la praxis que apunta a la praxis. Su
objeto de estudio es el comportamiento libre del hombre. La libertad es un rasgo esencial
de la vida humana. Existe en el hombre por el sólo hecho de ser hombre.
En tanto que se trata de una parte de la filosofía que estudia la moral, la ética se
distingue: del conocimiento moral común o prefilosófico, que no es ni sistemático ni
reflejo; de las ciencias positivas que investigan realidades morales desde una perspectiva
restringida (por ejemplo, la Psicología y la Sociología); del estudio de la vida moral
realizado por la Teología sobre el fundamento constituido por la Revelación divina; y de
los saberes filosóficos que estudian de modo especulativo el hombre y su conducta
(Metafísica y Antropología).
En tanto que ciencia de la moralidad, la ética tiene como objeto material el acto
humano. Entendemos por objeto material de una ciencia al conjunto de realidades que
dicha ciencia estudia. Por su parte, el objeto formal de la ética (o punto de vista desde el
cual se estudia el objeto material de una ciencia) es la moralidad, esto es, la
susceptibilidad de un acto humano de ser calificado como bueno o como malo. Ahora,
debe tenerse presente que los calificativos morales se reservan para enjuiciar los actos de
la voluntad deliberada, aquellos por los que la persona se autodetermina hacia el bien o
hacia el mal.
Santo Tomás define al acto humano como “aquel que procede de un principio intrínseco
con conocimiento formal del fin”, o sea, el que procede de una voluntad deliberada.
Analicemos esta definición:
Son “elícitos” los actos ejercidos directamente por la voluntad (amor, odio, etc.). La
persona, como centro espiritual, toma postura ante un objeto (ama, odia, aprueba,
desaprueba, acepta, rechaza, etc.), con independencia de que la realización del objeto
esté o no en su poder.
En cambio, son imperados los actos realizados inmediatamente por una facultad diversa
de la voluntad (la inteligencia, los brazos, los ojos) bajo la influencia y la moción de la
voluntad: y así leer un libro, golpear la mesa, prestar atención son acciones voluntarias
imperadas.
Importante. Los actos elícitos son el principio y fundamento de los actos imperados. La
persona primero ama o se interesa por algo; sólo una vez que quiere algo, por ejemplo, lo
realiza.
Entendemos por acción perfectamente voluntaria a aquella que cumple plenamente las
condiciones de la acción voluntaria. Obra, pues, de modo perfectamente voluntario la
persona que advierte lo que hace y que consiente plenamente en su acción.
Por último, las acciones mixtas son aquellas en las que se verifica una mezcla de
voluntariedad y de involuntariedad. En principio, se trata de acciones libres y
psicológicamente normales, pero que no responden a una libre iniciativa de la persona.
Se toman a causa de una situación difícil en la que el sujeto viene a encontrarse, y no sin
vencer una notable repugnancia, pues se oponen a sus deseos, y desde luego no se
realizarían fuera de esa situación. La constricción de la situación puede a veces atenuar
la responsabilidad moral, sin suprimirla. Sólo desaparecería la responsabilidad moral si el
terror u otra pasión causada por el peligro cercano impidiese de modo completo el uso
de razón.
Por lo tanto, los actos que Aristóteles llama "mixtos", presentan un grave problema
sistemático, porque son actos voluntarios, pero que el agente nunca hubiera escogido si
de él dependieran las circunstancias. Aristóteles pone varios ejemplos, como el de una
expedición naval que transporta mercancía y que se ve enfrentada a una tormenta, cuyo
capitán, frente a la alternativa de hundirse con la mercancía en el barco o salvar la
tripulación, decide arrojar la mercancía por la borda. Aristóteles pone como ejemplo de
acto mixto este arrojar por la borda la mercancía.
Hay que entender bien estos ejemplos: este acto es voluntario, porque no es realizado por
compulsión ni responde a la ignorancia; sin embargo, es un acto que en condiciones
ideales el capitán del barco nunca habría escogido. Y, aunque no se puede decir que
todas las condiciones del acto respondieran a la iniciativa del agente, es un acto
imputable. Cuando el capitán vuelva a puerto, tendrá que dar razones a los que lo
emplearon de por qué arrojó al mar la mercancía. Y, si su justificación no es
suficientemente adecuada, podría ser castigado o multado.
Lo interesante de este tipo de actos es que, en realidad, se podría decir que toda la praxis
humana se deja incluir bajo la categoría de actos mixtos, porque por su propia naturaleza
el hombre nunca fija todas las condiciones en las cuales actuar. Es muy difícil encontrarse
en un contexto en el cual se pueda decir que el acto responde en todas su
características a la libre iniciativa y al gusto de aquel que lo ejecutó.
En cuanto a las causas relativas al conocimiento, nuestra capacidad intelectual puede verse
afectada por las siguientes variables:
3) El error; se llama de este modo al juicio equivocado sobre la realidad de una cosa.
1) Los hábitos, que, como sabemos, son cualidades que colaboran en la acción de una
potencia. Pues bien: la voluntad tenderá a elegir la acción a la cual está más
habituada, y a rechazar aquella para la cual no tiene hábito alguno. Esta inclinación,
como puede verse, modifica la voluntad (pero en ningún caso es determinante;
condiciona pero no elimina la libertad).
2) El miedo. El miedo, por lo general, no suprime por completo la voluntariedad del acto.
El acto con miedo antecedente, es en parte voluntario, y en parte involuntario. El acto
con miedo concomitante: se considera más voluntario porque la persona supera el
miedo y realiza el acto. El miedo grave por lo general se considera un vicio del
consentimiento. En materia penal el miedo insuperable puede ser eximente.
Las pasiones son actos o movimientos del alma animal (del apetito sensitivo). Los apetitos
animales son el concupiscible y el irascible. El problema de las pasiones es que pueden
arrastrar al sujeto a optar por tal o cual cosa, y en este sentido podrían convertir al acto
en uno menos voluntario.
Cuando uno actúa sometido a una pasión, siempre hay racionalidad y libertad, y sigo
siendo responsable respecto de ese acto.
1) Nivel ontológico: ontológicamente hablando, las pasiones son buenas porque son
parte integrante del bien del sujeto.
Importante. No es lo mismo actuar por pasión que con pasión. Actuamos con pasión
cuando primero tenemos un acto de la voluntad y, en seguida, se despierta una pasión.
Por lo tanto, es más malo actuar con pasión consecuente, porque libremente elijo el acto
que realizo; la pasión es posterior a mi acto de voluntad. La pasión antecedente
disminuye la calidad moral de un acto, en el sentido de que si hay un acto bueno se
hace menos bueno, porque fue menos voluntario (tiene un mérito menor, mientras que si
el acto es malo pero menos voluntario, se hace menos culpable. En cambio, la pasión
consecuente aumenta la calidad moral de un acto: si el acto es bueno se hace más
meritorio, y si el acto es malo se hace más culpable.
LA IGNORANCIA
Son aspectos que considerados en su conjunto nos permiten calificar un acto como
bueno o como malo. Las fuentes (o elementos, o causas) de la moralidad son tres:
1) El objeto, también llamado fin próximo de la acción o fin intrínseco (incluso, finis
operis).
2) El fin: consiste en la intención del que opera. Se llama también fin extrínseco o finis
operantis.
3) Las circunstancias: son accidentes del acto, elementos que no son substanciales
pero que son relevantes para calificar el acto como bueno o malo.
EL OBJETO MORAL
Se llama también fin próximo, porque es lo que el agente elige inmediatamente al actuar
(lo que es directamente elegido por éste), con independencia de otras finalidades
ulteriores que el sujeto se podría proponer. Lo importante es que este objeto es lo que
define al acto según su naturaleza, sin importar para qué yo quiero la ejecución de este
acto. Por esto, objeto es lo que elijo inmediata y directamente.
Pero cuando hablamos de que el objeto puede ser considerado como la descripción del
acto, no nos referimos a la descripción física o material del acto, sino que a su
descripción moral, formal o intencional. Para ello, Santo Tomás distingue netamente, en
todo acto humano, su entidad física y su entidad moral.
De esta manera, la acción humana (la acción voluntaria) no puede ser descrita como un
«hacer» externo separado del propósito interior del que procede y que lo inspira (como el
simple conjunto de movimientos realizados por un sujeto-agente). En este sentido «tomar
un objeto de la estantería del supermercado» no constituye una descripción adecuada
de una acción humana (un objeto moral), porque tomar ese objeto puede responder al
propósito de comprarlo (pagando en la caja su importe) o al propósito de robarlo: en el
primer caso tenemos la acción de comprar; en el segundo, la de robar, que es bien
diversa de la anterior.
De este modo, si se atendiese sólo a la ejecución, el acto humano sería visto como un
evento físico. Sirvámonos, como ejemplo, de la conducta del motorista Pedro en medio
del tráfico. Si decimos: «se contraen los músculos del brazo derecho de Pedro», estamos
hablando de un hecho físico, que puede ser debido a un calambre o al deseo de
significar algo; en todo caso, al hablar así, adoptamos el método descriptivo propio de la
fisiología, no desde luego el de la Ética. Si, en cambio, decimos: «Pedro alza el brazo para
indicar que tuerce a la derecha», nos referimos a una acción humana, en la que el
movimiento corporal (alza el brazo) obedece a un proyecto dotado de sentido para él y
para los demás. Esto implica, desde el punto de vista ético, que valorar una acción es
valorar la tendencia o propósito interior deliberado que la constituye como acción
humana dotada de significado.
Ahora bien, Ahora bien, la descripción física y la descripción moral no tienen por
qué coincidir, porque una cosa es el acto física o materialmente considerado, y
otra, el acto moralmente o formalmente considerado. Un ejemplo de esto lo
vemos en el acto sexual: la violación tiene la misma especie física de una relación
conyugal consentida.
Y, por ejemplo:
(i) El ingerir un medicamento. Esto puede dar origen a la especie moral de
medicarse (tomar un medicamento para la salud), o también drogarse,
o intoxicarse.
(ii) El beber alcohol. Tomar whisky, por ejemplo, no es una especie moral
(no es una descripción moral). Existe una especie moral si se toma
moderadamente o desmesuradamente. A propósito de esto, pregunta:
¿nunca es lícito emborracharse? El emborracharse puede ser lícito
cuando es constitutivo de la especie moral “anestesiarse”.
(iii) El dar limosna. La pura descripción de “dar limosna”, que parece algo
bueno ya, se puede convertir en mala, por ejemplo, cuando lo que
elijo es la ostentación.
EL FIN O INTENCIÓN
Hablamos de intención cuando nos referimos a aquello que el agente quiere lograr con
su acción. Por ejemplo, en el caso de la eutanasia: el objeto es homicidio, que es un
objeto malo, pero la intención es evitar el dolor, y esto parece ser un fin bueno.
También lo vamos a llamar fin remoto o “finis operantis”. Santo Tomás también lo llamará
motivo (por que el motivo indica el para qué o por qué el agente realiza algo). Se lo ha
denominado finis operantis (fin del que obra) no porque el objeto no sea un fin del que
obra (no olvidar que el objeto es el fin próximo), sino porque el fin próximo u objeto
elegido es al mismo tiempo un fin del que obra y el fin externo al que se ordenan los
movimientos del agente para realizarlo.
LAS CIRCUNSTANCIAS
Son accidentes del acto, que no obstante no ser sustanciales o esenciales a éste, sí son
moralmente relevantes para su calificación moral.
1) Quién obra. Un acto, que es malo por el objeto, se hace más malo por las
circunstancias de quién lo hace. No es lo mismo que mienta un alumno o que un
notario público.
5) Modo en que se realiza la acción. Es más malo asesinar a alguien a sangre fría
que por una pasión.
6) Cantidad y cualidad de tiempo. Es más malo secuestrar a una persona por un año
que por un día. Por otra parte, saquear en tiempos de catástrofe es más malo que
saquear en tiempos de tranquilidad.
Pregunta. Está claro que las circunstancias pueden hacer un acto más o menos malo, por
ejemplo, pero ¿pueden hacer que un acto bueno se convierta en malo? Sí, por ejemplo,
en el caso de escucha música clásica, muy fuerte, para que mi hijo salga “muy
inteligente”. Si lo hago a las 3.00 am, éste acto es bueno por el objeto y la intención, pero
notoriamente malo por una circunstancia.
REGLAS QUE SE DESPRENDEN DE ESTOS ELEMENTOS DE LA MORALIDAD
Primer principio. PRINCIPIO DE EL BIEN POR LA INTEGRIDAD DE LAS CAUSAS Y EL MAL POR
CUARQUIER DEFECTO, que ya fue estudiado a propósito de las fuentes de la moralidad.
Es una aplicación de la regla de San Pablo, que dice: no hay que hacer males para que
vengan bienes. Según este principio, no puede ejecutarse un acto intrínsecamente malo
nunca y en ninguna circunstancia, ni aunque el fin extrínseco (finis operantis) sea bueno.
Este es el principio que convierte en males, por ejemplo, al aborto terapéutico (matar al
feto para que viva la madre), a la eutanasia (matar a un individuo para que no sufra) o a
la eugenesia (matar al feto para que no nazca a una mala calidad de vida). Entonces, no
se pude usar un medio malo para obtener un fin bueno (justificadamente).
Tercer principio. PRINCIPIO DE MAL MENOR.
Es aquel principio que consiste en la posibilidad de hacer una cosa físicamente mala, con
el objeto de evitar un mal mayor. El mal que se realiza debe ser “mal físico”, y no “mal
moral”. En ningún caso puede efectuarse un mal moral con el objeto de evitar otro mayor.
Es el principio moral según el cual, existiendo razón proporcionada para actuar, siempre
es lícito realizar un acto del que se sigue un efecto bueno, que es querido por el agente, y
un efecto malo, que es simplemente tolerado por éste. Luego, el efecto bueno debe ser
intentado, y el efecto malo debe ser colateral.
1) Que el acto no sea malo en sí mismo, esto es, que no sea intrínsecamente malo.
2) Que la intención del agente sea recta. Es decir, que el agente no quiera el efecto
malo como fin, porque, de lo contrario, su acción sería deshonesta, pues estaría
queriendo directamente el mal.
3) Que el efecto malo no sea medio para la obtención del bueno, porque “no hay
que hacer males para que vengan bienes”. Esto es, que el efecto malo sea
puramente colateral.
4) Que exista una razón proporcionada para actuar, es decir, que exista una razón
suficiente o causa grave para actuar.
1) El principio de doble efecto sólo tiene sentido en el contexto de una teoría ética
que reconoce la existencia de actos intrínsecamente malos, o de ciertas cosas
que no admiten término medio.
2) El principio de doble efecto no se aplica a cualquier tipo de efecto malo, sino sólo
respecto de aquellos que nunca es lícito intentar (querer como fin o como
medio). Luego, hay casos en los que sí se puede intentar un mal, como cuando
derribo la puerta de mi vecino para salvarlo del incendio. ¿Cuáles efectos nunca
es lícito intentar?
(i) El efecto bueno debe ser tanto mayor mientras más grave sea el
efecto malo.
(ii) El efecto bueno debe ser tanto mayor mientras más probable sea la
concurrencia del efecto malo.
(iii) Hay razón proporcionada para actuar cuando el efecto malo se
produciría con independencia de mi actuación.
Es aquel principio que dirige la acción de quien tiene autoridad cuando delibera acerca
de qué hacer con el mal o la injusticia que obran sus súbditos. A este respecto, surge la
siguiente pregunta: ¿hasta qué punto es necesario reprimir el mal por el bien común?
i) La tesis rigorista. Se debe reprimir todo el mal y toda injusticia. Esto no es posible,
porque la prudencia muestra que esta actitud es un exceso, porque de hecho
una represión excesiva del mal puede provocar evitar bienes, e incluso puede
determinar la concurrencia de lo malo.
ii) Permisivismo. No se deben reprimir los males, sino sólo cuando éstos sean
demasiado graves, pero siempre teniendo en cuanta que la autoridad no puede
decir qué es lo bueno y qué es lo malo, porque esto debe ser definido por la
libertad individual. Esta segunda tesis, se da cuenta que debe existir un ámbito de
libertad individual, el problema es que todo queda entregado a la libertad
individual. No da lugar a una definición objetiva de lo malo.
Ahora, la prudencia nos dice que la autoridad ha de intervenir cuando las circunstancias
lo requieren, sin renunciar a su obligación de decir lo que es bueno y lo que es malo.
Entonces, el principio de tolerancia del mal se presenta como una vía media entre
ambas posiciones extremas, en donde el Estado no debe reprimir lo que no es malo
cuando no hay un daño directo al bien común, aunque efectivamente se esté
produciendo un mal.
Por lo tanto, el principio de tolerancia del mal, es aquel en virtud del cual se afirma como
lícito, e incluso como obligatorio, el no impedir un mal moral o una injusticia cuando de
impedirse se seguiría un mal mayor (un mal mayor al que se sigue de la tolerancia). Para
que proceda la tolerancia deben darse dos condiciones:
Importante. Es importante tener presente que hay tolerancia del mal, porque es el súbdito
el que actúa moralmente mal, no la autoridad. Quien realiza una actitud mala es el
súbdito. Santo Tomás habla de la tolerancia de Dios respecto del mal del hombre. Si Dios
reprimiera el mal del hombre lo aniquilaría, y eso produciría un mal mayor.
Uno de los problemas de conciencia más delicados y, a veces, más difíciles de resolver es
el de la cooperación al mal. Por cooperación al mal se entiende una acción u omisión
que de algún modo hace posible o facilita que otra persona cometa una acción
moralmente mala. En las actividades sociales, profesionales, comerciales y políticas: la
abogacía, la publicidad comercial, la distribución y venta de periódicos y revistas, la
venta de algunos productos farmacéuticos, el ejercicio de los deberes electorales, la
medicina, las finanzas, etc. se dan con frecuencia situaciones en las que la persona se
pregunta hasta qué punto es posible colaborar, aunque sea de modo involuntario o sólo
indirectamente voluntario, con quien actúa de modo inmoral.
En segundo lugar se deben distinguir los diversos tipos de cooperación al mal; hay que
distinguir principalmente la cooperación formal de la cooperación material y, después,
las diversas modalidades de esta última. Existe cooperación formal al mal cuando la
cooperación al pecado ajeno es querida directamente y por libre iniciativa nuestra, y
como tal implica aprobación. Se da cooperación material al mal cuando ni aprobamos
ni queremos cooperar al pecado ajeno; toleramos o soportamos la cooperación porque
se desprende inevitablemente de una acción que bajo algún aspecto tenemos
necesidad de poner.
Para que una acción esté justificada por el principio de cooperación al mal deben darse
dos requisitos: i) que la cooperación sea puramente material; ii) que se cumplan los
requisitos del principio de doble efecto.
LA CONCIENCIA MORAL
Clasificaciones de la conciencia
(iv) Conciencia perpleja. Cuando el sujeto piensa que cualquier cosa que
haga será mala.
4) No puedo actuar con conciencia probable, a menos que se hayan hecho todos
los esfuerzos para dar con la verdad del caso.
La pregunta por la virtud equivale, sin más, a la pregunta por la excelencia del hombre. La
razón de ello, es la virtud lo que hace bueno al acto humano y bueno al hombre mismo1.
De ahí que se le caracterice como un hábito por el cual alguien obra rectamente2.
Pero no todo hábito operativo es una virtud. También existen los llamados vicios. Santo
Tomás lo explica del siguiente modo: «el fin de la virtud, por tratarse de un hábito
operativo, es la misma operación. Pero hay que notar que unos hábitos operativos
disponen siempre para el mal, como son los hábitos viciosos; otros disponen unas veces
para el bien y otras veces para el mal, como la opinión, que puede ser verdadera o falsa;
la virtud, en cambio, es un hábito que dispone siempre para el bien»3.
Ahora bien, dice Aristóteles4 que la virtud humana puede ser intelectual y moral. Y la razón
de ello es la siguiente: «la virtud humana –afirma Santo Tomás– es un hábito que
perfecciona al hombre para obrar bien. Pero en el hombre hay dos principios de acciones
humanas: la inteligencia o razón y el apetito, que son los dos únicos principios de
movimiento en el hombre, como afirma el Filósofo. Es, por tanto, necesario que toda virtud
humana perfeccione uno de estos dos principios. Si una virtud da al entendimiento
especulativo o práctico la perfección requerida para realizar bien un acto humano, será
virtud intelectual; si da perfección al apetito, será virtud moral. Por consiguiente toda
virtud humana o es intelectual o es moral»5. Por este motivo, no toda virtud se dice moral,
sino sólo aquella que está en la potencia apetitiva6.
(iii) Virtudes del entendimiento poiético (o productivo): arte (techne), entendido éste
como recta razón de lo factible.
Dice Aristóteles: consiste la virtud moral en un hábito electivo, que consiste en un término
medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo cual decidiría el
hombre prudente7. En esto radica lo esencial de la virtud moral, en tratarse de un hábito
electivo que consiste en un término medio determinado por la razón (y, en concreto, por
la razón práctica, porque, como dice Santo Tomás, la virtud moral es un hábito electivo,
esto es, lo que hace buena la elección8).
Ahora bien, la virtud moral no puede existir sin la prudencia. En esto consiste la tesis de
Santo Tomás. «Y tampoco puede existir la virtud moral sin el entendimiento, porque por el
entendimiento se poseen los principios naturalmente conocidos, tanto de orden
especulativo como de orden práctico. Por tanto, así como la recta razón en el orden
especulativo, en cuanto que argumenta desde los principios naturalmente conocidos,
presupone el entendimiento de los principios, así también lo presupone la prudencia, que
es la recta razón de lo agible»9.
LA VIRTUD DE LA JUSTICIA
Se trata la justicia de una cierta rectitud del apetito en cuanto a la exigencia de dar a
cada uno lo que le corresponde10 según el orden natural o lo dispuesto por la ley, y de
tales condiciones, que si el acto de justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, precede a
éste «otro acto por el cual alguien se apropia de algo»11.
7 EN II, 6.
8 “Moralis virtus est habitus electivus, idest faciens bonam electionem” (STh, I-II, q. 58, a. 4, in c).
9 STh I-II, q. 58, a. 4.
10 De virtut et vit c. 2; De civ Dei XIX, 21; Dig 1, 1, 10; STh II-II, q. 58, a. 1, sol; De virt card a. 1, c.
11 CG II, c. 28.
Dado lo anterior, escribe Aristóteles: «todos […] entienden llamar justicia aquel hábito que
dispone a los hombres a hacer cosas justas y por el cual obran justamente y quieren las
cosas justas»12. De manera que, como ha precisado Santo Tomás, «todos parecen querer
decir que la justicia es aquel hábito por el cual en el hombre se causan: primero, una
inclinación hacia los actos de justicia, según la cual decimos que el hombre es ejecutor
de lo justo; segundo, la operación justa; tercero, que el hombre quiera obrar lo justo»13.
Junto a éstas, también existe la definición aportada por el jurista Ulpiano (y que, sin
ninguna duda, es la más importante de todas), quien señala: la justicia consiste en la
perpetua y constante voluntad de dar a cada uno lo suyo 14 (constans et perpetua
voluntas ius suum cuique tribuendi).
2) La justicia reside en la voluntad como su sujeto propio20 (la justicia como virtud
moral). Tal y como lo expone Antonio Gómez Robledo, el problema de si la
justicia debe o no contarse entre las virtudes morales, no ha sido resuelto por
Aristóteles sino por “exclusión implícita”, ya que al enumerar taxativamente las
virtudes intelectuales, «parece dar a entender que todas las restantes deben
tenerse por virtudes morales».
12 EN V, 1, 1129a 6-10.
13 In Ethic V, lect. 1, n. 629. Lo mismo se ha de decir de la injusticia, que es un hábito por el cual los hombres son
ejecutores de lo injusto y hacen y quieren lo injusto.
14 Dig 1, 1, 10.
15 STh II-II, q. 57, a. 1, sol.
16 Cfr. EN V, 6, 1134a 35; Pol III, 9, 1280a 10.
17 STh II-II, q. 58, a. 3.
18 STh II-II, q. 58, a. 3, sol; De virtut a. 7, resp.
19 EN II, 6, 1106a 15-24.
20 STh II-II, q. 58, a. 4.
racional ha de estar […] subordinado a la razón, a cuya naturaleza, por lo
demás, pertenece la voluntad, aunque no a su potencia misma»21.
21 Gómez Robledo, Antonio (1996). Ensayo sobre las virtudes intelectuales. México DF. Fondo de Cultura
Económica, 28 (por ambas citas).
22 STh II-II, q. 58, a. 4, sol; De virtut a. 5, resp.
23 STh II-II, q. 58, a. 12.
24 De justitia 176r.
SOBRE LA JUSTICIA LEGAL O GENERAL (ORDEN DE LAS PARTES HACIA EL TODO)
Se trata de aquella especie de la justicia que inclina a la voluntad a dar lo que es debido
para el bien común. Como lo debido para el bien común es establecido por la ley, se la
llama también justicia legal. Por eso, la primera y fundamental exigencia de la justicia
legal es cumplir todas las leyes justas. También se dice que lo justo legal o general es lo
debido por todos los ciudadanos a la sociedad, a la comunidad entera.
Existe, junto a justicia legal, una cierta justicia como virtud particular25, que no se identifica
con la perfección moral completa, como la justicia general, aunque se vincula con ésta
por referir al bien ajeno26. Acerca de ella se afirma: «que hay, pues, varias justicias, y que
una es especial y diferente de la virtud total, es evidente. Tratemos de comprender ahora
cuál es y cuáles son sus atributos […] Hemos de tratar, por ende, de la justicia parcial y de
la injusticia parcial, y por el mismo tenor de lo justo y de lo injusto. Dejemos [entonces] de
lado la justicia y la injusticia coextensivas con la virtud total, y de las cuales la una consiste
en el uso de la virtud total con relación a otro, y la otra del vicio»27.
Dado lo anterior, señala Aristóteles: «de la justicia particular y de lo justo según ella, una
forma tiene lugar en las distribuciones de honores o de riquezas o de otras cosas que
puedan repartirse entre los miembros de la república […] y […] la otra forma desempeña
una función correctiva en las transacciones o conmutaciones privadas»28, o como dice
Santo Tomás, una consiste en el mutuo dar y recibir, mientras que la otra, en el acto de la
distribución29. Ahora, se las denomina "particular" (tanto a la justicia distributiva como a la
justicia conmutativa) por relación al término de estas relaciones justas, que es la persona
particular o privada.
Este tipo de justicia es propia del gobernante y del buen gobierno, puesto que rige las
principales funciones de administración del Estado.
En este caso el tipo de igualdad se denomina real, porque depende, en estricto sentido,
de la cosa y su valoración, y no de circunstancias externas como la condición o méritos
del individuo.
Puede ésta, a su vez, ser de dos tipos: justicia conmutativa “propiamente dicha”,
“voluntaria”, aquella que ordena la actividad contractual, como la compra, la venta, el
préstamo o el usufructo31; y justicia “judicial”, “involuntaria”, que rige al margen de la
voluntad de las partes y busca corregir, por medio del fallo del juez, el daño causado por
un ilícito32.
Ahora, mientras que el sujeto de derechos en la justicia distributiva son los propios
individuos de la sociedad en cuanto miembros de la comunidad, en la justicia
conmutativa, el sujeto de derechos son los individuos en cuanto personas privadas,
esto es, en cuanto particulares.
30 Cfr. STh II-II, q. 61, a. 1, sol. En la tesis de Santo Tomás, sólo la justicia de los intercambios y conmutaciones
puede caracterizarse como una “justicia absoluta”, porque únicamente ésta se da tan sólo entre aquellos que
son estrictamente iguales. A este respecto: STh I-II, q. 114, a. 1, sol.
31 Cfr. EN V, 2, 1131a 3.
32 Cfr. EN V, 2, 1131a 5-9. Se trata, dice Aristóteles, de casos de hurto, adulterio o envenenamiento, en el caso de
las conductas clandestinas, y de ultraje, robo o mutilación, en el caso de las conductas violentas.
2) Desde el punto de vista del justo medio. El justo medio de la justicia distributiva se
determina según una igualdad proporcional o geométrica. De este modo, no se
da al sujeto lo que es suyo de un modo absoluto (según igualdad entre la cosa
dada y recibida), sino en cuanto los bienes comunes del todo pertenecen a cada
una de las partes.
3) Desde el punto del objeto formal. Lo primero que debe tenerse presente, es que el
objeto formal de la justicia es el “derecho” o “lo justo”.
Ahora bien, mientras que la justicia conmutativa manda dar a cada uno lo que es
plenamente suyo, la justicia distributiva ordena dar lo que se debe a otro, no como
absolutamente suyo, sino en cuanto que los bienes comunes en cierto modo se
deben a las personas privadas, ya que el bien del todo es el bien de las partes, y se
hace suyo en cierta manera33. Por esta razón, el fundamento de todo derecho y
obligación en la justicia distributiva es el bien común.
4) Desde el punto de vista del acto propio de cada especie de justicia (distinto en
uno y otro caso). Así, el acto propio de la justicia distributiva es la dispensación (o
distribución de los bienes comunes a los particulares). Esta distribución versa, tanto
sobre cargos y funciones públicas, como sobre bienes económicos, bienes
espirituales, honores y premios, así como sobre cargas, entre las cuales se cuentan:
los impuestos o cargas tributarias, os trabajos y prestaciones personales, la tasación
de las penas y la administración de justicia.
Por su parte, el acto propio de la justicia conmutativa es dar lo que se debe según
una medida cuantitativa y aritmética.
PROPIEDADES DE LA JUSTICIA
1) La alteridad. Las relaciones de justicia exigen la presencia de un otro. Por eso dice
Aristóteles que lo justo y lo injusto siempre requieren más de una persona34.
Entonces, sólo «por metáfora y por semejanza puede decirse que lo justo existe, si
no de uno para consigo mismo, sí para ciertas partes de uno, aunque no lo justo en
su sentido pleno, sino lo justo entre el señor y el esclavo o el marido y la mujer»35.
DE LA INJUSTICIA
Si la justicia consiste en la virtud total o completa, la injusticia no puede ser más que el
vicio completo, consistente en la violación de la virtud de la justicia, ya sea de una
manera habitual (voluntad constante de quebrantar el derecho ajeno) o actual
(perturbación efectiva del derecho ajeno)38.
ESPECIES DE INJUSTICIA
Puesto que la justicia se divide en tres especies, las especies de la injusticia son también
tres.
Se trata la prudencia de la más importante de las virtudes cardinales, ya que es ella la que
señala el justo medio a las restantes virtudes. En este sentido, ya Platón la caracterizó
como auriga virtutem, por su condición de conductora de las virtudes morales.
Por último, dos definiciones de prudencia nos interesan en el contexto de nuestro curso: la
de Aristóteles y la de Santo Tomás. Y mientras que Aristóteles define la prudencia como un
“modo de ser racional, verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno y malo para el
hombre”, Santo Tomás la define como “recta razón de lo agible”.
ACTOS DE LA PRUDENCIA