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Hace algunos años, trabajando para la asociación civil Cultura Joven, me tocó acompañar el

montaje de un periódico mural en la colonia Tepetates de la ciudad de Cuernavaca, Morelos.


Trabajar con aquellas y aquellos compañeros ha venido significándose, con el paso de los años y a
la luz de nuevas experiencias, en uno de los momentos más entrañables que conservo de aquellos
días. Con ellas y ellos emprendí otros proyectos, dos o tres, no lo recuerdo muy bien; destaca en
mi memoria una pastorela: la primera que dirigí, y, justamente, el periódico mural del que
comencé a dar cuenta. Este texto fue de alguna manera la columna vertebral del mismo; pero no
hubiera sido nada sin las ilustraciones que tan generosamente cada una, cada uno, aportó.
Dicta el lugar común que más vale no intentar nombrar a los integrantes de una
experiencia que le resulte a uno significativa, a riesgo de olvidar a alguien. No seré yo quien
contradiga a la sabia conseja popular que reside detrás de dichas palabras. Así, pues, sin más ni
más: muchas gracias.
Sebastián Liera.

¿GLOBALIZACIÓN Y DÍA DE MUERTOS?


(Chorema breve, incompleto, parcial y condensado acerca del culto a l@s muert@s en México)

SÓLO VENIMOS A DORMIR, SÓLO VENIMOS A SOÑAR...


"Cuentan los viejos más viejos que, cuando el mundo dormía y no se quería despertar, los grandes
dioses hicieron su asamblea para tomar los acuerdos de los trabajos y entonces tomaron acuerdo
de hacer el mundo y hacer los hombres y las mujeres”.

Dentro de la cosmovisión indígena, en particular la de los pueblos nahuas, se creía que los
dioses primeros, luego de cuatro intentos, al quinto crearon los hombres y las mujeres con los
huesos preciosos de los muertos en los cuatro soles anteriores; estos los había ido a traer
Quetzalcóatl del Mictlán, donde Mictlantecuhtli, Señor del Lugar de los Muertos, los guardaba
celosamente. Para los pueblos mayas, los hombres y mujeres tzots', murciélago, fueron creados con
los siete granos de maíz que Kukulcán había conseguido en el inframundo. Los huesos o los granos
de maíz fueron molidos y mezclados con la sangre y el semen de Quetzalcóatl o Kukulcán, que
vienen a ser el mismo personaje.
A partir de un titipuchal de estudios e investigaciones se ha convertido en una idea
generalizada la de que “los antiguos mexicanos” creían que la vida era un momento pasajero, un
sueño del que era necesario despertar, es decir, morir, para nacer, pues la muerte no era sino
continuación de la vida. Algo así como la aseveración científica de que la materia, como la energía,
no se crea ni se destruye, sólo se transforma.

DIME CÓMO MUERES Y TE DIRÉ QUIÉN ERES.


"Decían los antiguos que cuando morían, los hombres y las mujeres no perecían sino que de nuevo
comenzaban a vivir, casi despertando de un sueño y se volvía espíritus o dioses."
Sahagún.

Según el tipo de muerte que habían tenido y no cómo habían vivido, “los hombres y
mujeres primeros” tenían claro también a dónde irían a parar con sus huesitos despuecito que
dejaran de vivir. Existen cuatro lugares en los que podían terminar, uno de ellos es el Tlalócan,
sitio al que van quienes han muerto por causa de algún rayo, ahogados o por enfermedades de

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tipo hidrópicas como lepra, sarna, reumatismo, gota o hidrofobia; allí pueden regocijarse sin pasar
pena ninguna, pues nunca faltan alimentos y siempre hay un clima agradable.
Ahora que si se han petateado de enfermedad común o porque ya les tocaba por viejitos,
se van a un lugar de reposo llamado Mictlán, a donde se llega luego de un viaje de cuatro años. En
estos casos un anciano se dirigía al difunto o difunta para decirle que ya no regresaría ni sabría de
las penalidades que depara la vida, luego le adornaba el cuerpo con papeles y le amortajaba con
mantas derramándole agua en la cabeza al tiempo que le decía algo así como que ésa fue la que
gozó viviendo en el mundo. Si el fulano tenía riquezas materiales le ponía una piedra verde, que
llamaban chachíhuitl, en la boca, y si era pobre una piedra de navaja, llamada texoxoctli. Por
último le decía cada uno de los lugares por los que habría de pasar: bajaría al centro de la tierra
por un camino lleno de rocas que pasa por en medio de dos sierras que chocan entre sí y llegaría
a un lugar donde está una enorme culebra que guarda el camino; luego tendría que atravesar ocho
páramos y ocho collados para llegar a donde está la lagartija verde; después estaría donde se
encuentra el itzehecayan, viento frío de navajas, para lo que se habrán quemado sus armas, ropas y
enceres personales, cuyo fuego le serviría de abrigo y, antes de entrar al Mictlán, tendría que
cruzar a nado un río llamado Xiconahuapan, ayudado por un perrito color bermejo al cual también
se le daría muerte para que le permitiera subir en su lomo.
Los guerreros muertos en combate y las mujeres muertas en parto acompañaban al Sol en
su carrera durante el día; primero, cuando amanecía, los guerreros lo seguían gritando y mirando
hacia él hasta el mediodía, al que llamaban Nepantla, allí dejaban su lugar a las mujeres que iban
con él hasta que se pusiera. Se decía también que después de pasados cuatro años de haber
muerto, tanto los guerreros como las mujeres, se convertían en aves hermosas de diversos tipos.
El cuarto lugar estaba destinado para las niñas y los niños más pequeñitos, que al morir
llegan al Chichihuacuauhco, una especie de árbol nodriza en donde estarían amamantándose.
En el Tonalpohualli o calendario sagrado, los antiguos mexicas apartaban dos veintenas,
metztli, para las celebraciones del culto a las muertas y los muertos; en la primera, la de la caída
de los frutos, misma que llamaban Xokotl Huetzi, festejaban a las niñas y niños muertos
simbolizándolos con bultos mortuorios; en esa metztli se honraba paralelamente a Xiuhtecuhtli,
representación del fuego, el tiempo y la vida, se preparaban la recolección y la cosecha de los
campos; para el Mikailhuitontli o fiestecita de los muertecitos, se escogía un árbol robusto cuyo
tronco era labrado y, con gran respeto, recibido a la entrada de la población. En la segunda
metztli, la de la ofrenda de las flores, que llamaban Tlaxochimaco, se celebraba el Hueymikailhuitl
o fiesta de los muertos grandes, se recogía el madero que había sido cortado la veintena anterior y
se trasladaba al centro de la plaza principal en donde era adornado con papel amate; como en esta
ocasión se valoraba al mismo tiempo los beneficios del Sol, el madero se coronaba con una figura
de colibrí elaborada con una maza que llamaban tzoalli y que se hacía con amaranto y miel de
maguey, el colibrí era entonces la representación animal de Huitzilopochtli, a decir de algunos, la
deidad principal del pueblo mexica. Por último, antes de derribar el madero, se ponía una ofrenda
de comida y pulque bajo de él y los jóvenes, la mujeres y los guerreros realizaban danzas en
memoria de los pobladores del Mictlán. Al terminar, todos compartían las ofrendas y comían el
cuerpo de Huitzilopochtli, es decir, el colibrí de amaranto y miel.

EL CUARTO JINETE DEL APOCALIPSIS.


Mientras tanto, en Europa se han vivido doscientos años de luminosa, serena y confiada
esperanza en la misericordia de un cielo habitado por vírgenes, santos, ángeles, serafines y
querubines regordetes y bonachones; las manifestaciones artísticas de la época, si bien hacían
alusión al infierno y sus residentes, tenían como verdadero tema la resurrección de la carne, la

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promesa del Reino de Dios y un Jesucristo amable que abría las puertas del cielo a quienes no se
habían apartado del camino del Señor.
De pronto, de la imaginación de los hombres y las mujeres del que dicen es el viejo
continente, emergieron fantasmas, brotaron pestilentes cadáveres, esqueletos y calaveras: el
Enemigo, el Seductor de almas, el Príncipe de las tinieblas, se había convertido de un día para otro
en el instrumento de la justicia divina, en el señor de todos los destinos.
Si ya para entonces los hombres y mujeres del otro lado del mundo tenían sus reservas
para con los muertos y el fenómeno que los provocaba (los vikingos colocaban los restos de sus
héroes en naves que en el mar serían devoradas por el fuego, mientras la ceremonia era observada
desde otra nave o desde tierra, pero siempre lejos; los tibetanos extraían las entrañas de los
cadáveres, separaban la carne de los huesos y todo junto lo molían hasta convertirlo en una pulpa
que, mezclada con cebada, daban a los perros hambrientos; los griegos pensaban que el poder de
la vida y de la muerte era controlado por tres Parcas: Cloto, Láquesis y Atropos, hijas de Zeus y
Temis, quienes se divertían eternamente tejiendo el hilo de la vida, devanándolo, y cortándolo,
respectivamente; los egipcios, al creer en una fuerza vital compuesta de varios elementos psíquicos
a la que llamaban Ka, misma que al acompañar al cuerpo durante toda la vida y también después
de la muerte no podía existir sin éste, hacían todos los esfuerzos necesarios para preservar el
cadáver, embalsamándolo y momificándolo, erigiéndole además tumbas sumamente complicadas
con dobles escultóricos con el fin de protegerlo aún más), en la Edad Media alcanzaron una crisis
nerviosa basada en el estremecimiento de horror ante la muerte.

"El hombre y la mujer medievales son como enfermos sometidos ya demasiado tiempo a un
tratamiento con medicamentos demasiado fuertes. Aplastados por un destino rudo, anhelan saber
el por qué de tal destino y acusándose unos a otros, preguntan de quién es la culpa: es por los
pecados... la ira de Jehová los apartó, no los mirará más."
J. Huizinga.

Los hombres y las mujeres se habían convertido en las víctimas de una neurosis que es
típica de las etapas de transición en la historia de la humanidad, pero en una época de
oscurantismo e ignorancia como la medieval, por lógica los estragos mentales fueron
incomparables.
Quienes buscaron señales e indicios, se toparon con tiempos en los que se vieron cometas
en el cielo, malas cosechas, miseria y enfermedades. Entonces corría el año de 1348 y el espanto y
la angustia se tradujeron en la imagen de un esqueleto cubierto con túnica oscura y guadaña en la
mano, que conducía lentamente la humilde carreta cuyo interior contenía los restos de cientos de
muertos que la Gran Peste Negra dejó a su paso por la tierra: veían el alma derrotada como
consecuencia de una situación sin salida al grado de perder la fe.
Así estaban cuando llegó el temido año de 1500 y con él, según creían, el fin vaticinado por
San Juan en el Apocalipsis: "hubo un gran terremoto. El sol se volvió negro, como ropa de luto;
toda la luna se volvió roja, como la sangre, y las estrellas cayeron del cielo a la tierra... el cielo
desapareció como un papel que se enrolla, y todas las montañas y las islas fueron removidas de su
lugar... Luego vi cómo El Cordero rompía el primero de los siete sellos... y vi un caballo blanco, y el
que lo montaba llevaba un arco en la mano... Cuando El Cordero rompió el segundo sello salió
otro caballo. Era de color rojo, y el que lo montaba recibió poder para quitar la paz del mundo y
para hacer que los hombres se mataran unos a otros; y se le dio una gran espada. Cuando El
Cordero rompió el tercer sello, miré y vi un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza
en la mano... Cuando El Cordero rompió el cuarto sello, miré y vi un caballo amarillento, y el que
lo montaba se llamaba Muerte..."

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DEL MIKAILHUITL AL DIA DE MVERTOS.
En todo esto, y más, pensaban cuando veinte años después invadieron las confederaciones
del Anahuak y del Tahuantinzuyo con sus tribunales de la Santa Inquisición y otras lindezas del
catolicismo o del protestantismo. Así, los españoles, lo mismo que los anglosajones, los portugueses
y unos que otros franceses, introdujeron a sangre y fuego en los indígenas del continente que
ahora llamamos América, el terror a la muerte, en lo que fue el comienzo de un largo camino de
ataques y resistencias que, dicho sea de paso, han alcanzado sus momentos más álgidos a partir de
la instauración de los Estados nacionales, en torno a la renuncia o la defensa de las naciones indias
respecto a sus propios usos y costumbres, los cuales tienen que ver directamente con su cultura,
su forma de relación social, la manera en que resuelven sus conflictos, su cosmovisión y sus
propios valores.
Por ello, las comunidades indígenas adoptaron aspectos de la cultura de quienes los
dominaban, y en el caso específico del culto a los muertos en lo que se dio por llamar la Nueva
España, se comenzó modificando las fechas de celebración, ya que la Iglesia Católica ordenaba que
los días 1 y 2 de noviembre se destinaran para recordar a Todos los Santos y a los Fieles Difuntos.
Así fue como, de cuarenta, se redujeron a tan sólo dos los días para festejar a las niñas y los niños
muertos (Mikailhuitontli), y a las y los adultos fallecidos (Hueymikailhuitl).
Sólo los pueblos indios que sobrevivieron conservaron la tradición previa a la colonización
europea. Los hogares mestizos se reproducían fácilmente por encima de los criollos y los nativos, y
si estos últimos no eran esclavos recibían una educación con base en la religión católica. Por otra
parte, después de 1542 con las llamadas "Leyes de Indias" que habían dividido al país en dos
repúblicas: la de la gente de razón, o sea, española, criolla e incluso mestiza, y la de la gente que
no es de razón, leasé indígena, la discriminación y el olvido hacia los pueblos indios empezó a
arrojar sus primeros resultados y, entre 1570 y 1610, grandes mortandades combinadas con sequías,
plagas y pestes, disminuyeron la población indígena a menos de la mitad.
En el aspecto artístico los colonizadores tampoco escatimaron esfuerzos y uno de los
principales medios de dominación fue la evangelización por medio del teatro, de esa manera se
utilizó una obra dramática clásica del Teatro Universal: Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, quien
vivió en México entre 1855 y 1866.
Zorrilla se inspiró en la obra de fray Gabriel Téllez, mejor conocido como Tirso de Molina,
El Burlador de Sevilla, pero su don Juan, a diferencia del blasfemo y desafiante personaje de Tirso,
es más un enamorado inconstante al final redimido por el amor de doña Inés. Este final feliz, de
un sentimentalismo fácil, le ha concedido gran parte de su éxito aunque también ha dado lugar a
numerosas parodias con duelos, raptos, pasiones desatadas y muertos que salen de sus tumbas;
todavía hoy sigue representándose anualmente en las festividades de Todos los Santos y de Fieles
Difuntos, ya que se ha convertido en una especie de ritual sentimental y jocoso a la vez.

DESDE LA MADRE PATRIA DEL IMPERIALISMO.


No es sino hasta la época actual en que el Halloween comienza a filtrarse por entre los
huecos vacíos que el Mikailhuitl y el Tenorio han dejado libres. Pero el vehículo de dominación
tuvo que ser por obligación más amplio y poderoso en influencia que las raíces indígenas o los
más de cuatrocientos años de "colonización" española: los medios de comunicación social.
El Halloween que conocemos no es ni con mucho la celebración de muertos que se originó
en el Reino Unido de la Gran Bretaña, la cual surgió igualmente de la neurosis colectiva de temor
a la muerte que los europeos experimentaron en los tiempos medievales, pero con menos estragos
debido al protestantismo que practicaron los anglosajones desde mediados del siglo XVI y que

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defendieron los seguidores del monje agustino alemán Martín Lutero, en protesta por el cinismo y
la corrupción de la Iglesia Católica.
Aunque el principio de la división en iglesias Católica y Protestante no radica en lo
religioso sino en la cantidad de poder que ambos bandos ambicionaban y siguen ambicionando,
una de las grandes ventajas que trajo consigo la reforma protestante, fue la de liberar al individuo
de ciertos dogmas y creencias absurdas para poder, por ejemplo, investigar algunos fenómenos de
la naturaleza, lo que no sucedía en los países católicos donde las ideas progresistas eran más
combatidas por ser consideradas herejías.
Por eso en países como Escocia, Finlandia, Noruega, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Suecia, la
ex Checoslovaquia, Suiza, Alemania o Inglaterra, que se declararon protestantes (sólo de religión)
en 1648 en la Conferencia de Westfalia, donde los Estados europeos y el Vaticano firmaron la paz,
el fanatismo no fue tan grande y el temor a los muertos fue más controlado.
El Halloween o Noche de Brujas, era una celebración que consistía en prender una fogata
en alguna colina sobresaliente y apartada de las provincias del feudo el último día del mes de
octubre, y alrededor de la fogata se colocaban todo tipo de alimentos y bebidas para las almas de
los muertos que creían los visitarían. Se pensaba que si no se les ofrecía nada, los difuntos se
ofenderían y durante todo el año harían saber a sus parientes olvidadizos que estaban ofendidos,
así no caerían en el mismo error al año siguiente.
La fogata tenía dos utilidades: primero, señalar el lugar donde estarían las ofrendas para
los familiares muertos y, segundo, ahuyentar a los malos espíritus que por esa misma época eran
invocados por las brujas en sus aquelarres. Algo similar se hace en algunos lugares de México
actualmente, pero esto es en relación a los muertos que no murieron de muerte natural, es decir,
que fueron asesinados en algún accidente, pleito o emboscada. Por ejemplo, en algunos pueblos de
Morelos los familiares del difunto colocan dos ofrendas iguales, una en el interior y otra fuera de la
casa; esto es porque se piensa que en este tipo de muertes no interviene Dios sino el Diablo, quien
continúa siguiendo al muerto, y por ello, para que el Diablo se confunda y no tome los aromas y
sabores de la ofrenda para el familiar muerto, que es la que está dentro de la casa, se coloca la
ofrenda de afuera.
Regresando a la tradición del Halloween, ésta llegó a América junto con 102 ingleses de
una secta protestante llamada Los Puritanos, quienes habían huido de Inglaterra en busca de un
lugar donde vivir en paz y que, en septiembre de 1620, llegaron a Plymout, hoy Massachussets, y
fundaron ahí una colonia puritana, claro, luego de correr o mandar al diablo a quienes habían
vivido ahí desde siempre: unas y unos indios pacíficos que no tenían el gusto de conocer a Dios, ni
entendían qué era aquello de "propiedad privada" o "libre comercio".
Actualmente, luego de la independencia de las trece colonias británicas en 1776 y su
posterior expansión y modernización, no se puede asegurar que haya una cultura específicamente
estadounidense, sino más bien un mosaico de costumbres y tradiciones de todo tipo: indígenas,
anglosajonas, francesas, ibéricas, latinas, asiáticas, africanas, etc.; en medio de todo esto, el
Halloween se amorfeó en bandalismo de jóvenes juniors disfrazados de esqueletos, brujas,
vampiros, monjas, hombres lobo y monstruos surgidos de la industria del celuloide para asaltar,
robar, destruir bienes o propiedades, violar mujeres o matar a puntapies a uno que otro anciano
que intentaba sobrevivir en la miseria. Lo único que quedó de la celebración original fue la
lámpara de cáscara de calabaza con una vela en el interior, usada por el velador en aquellas noches
medievales que en medio de la angustia tenía que ir de la colina donde estaba la fogata a la
provincia.
De modo que si el Tenorio español nos es de por sí ajeno, el Halloween anglosajón lo es
aún más y, el norteamerigringo, ni se diga. El Halloween "mexicano", tristemente difundido en las
mismas escuelas públicas y privadas de nuestro H. Sistema Educativo, no es más que producto de
la penetración, al principio disimulada y luego descarada, del american way of life, o seáse el modo

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de vida "americano" y de su expansión como cultura homogénica y hegemónica. Es carta de
presentación de un modelo macroeconómico de globalización, privatización y modernización que
controla los medios de comunicación social, especialmente la televisión, que a su vez han marcado
profundamente a la sociedad actual, controlando su "alma", su opinión, sus sentimientos, su
conciencia. No es de extrañarse que hasta maestros y educadoras sean las y los promotores de este
neocolonialismo, para el caso, cultural.

LAS Y LOS MUERTOS, VISITANTES DISTINGUIDOS.


"Para el habitante de Nueva York, París o Londres la muerte es la palabra que jamás se pronuncia
porque quema los labios. El mexicano en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con
ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud
hay quizá tanto miedo como en la de los otros; más al menos no se esconde ni la esconde; la
contempla con impaciencia, desdén e ironía."
Octavio Paz.

Hoy por hoy, en mucho lugares de este país que lleva pomposamente el nombre de
Estados Unidos Mexicanos, sobre todo en donde aún existen (a disgusto de quienes actualmente
dizque nos gobiernan) fuertes raíces indígenas, la muerte se respeta no como algo extrahumano o
sobre natural, sino como a un igual. La muerte se presenta como un amigo o un compadre con
quien nos permitimos gastar una broma.
Las y los muertos son visitantes distinguidos que se esperan con alegría cada 1 y 2 de
noviembre. Para esos días ya se ha limpiado el panteón, reconstruido los sepulcros y adornado las
tumbas con cruces formadas con pétalos de cempoalxóchitl esparcidos en el suelo junto con
mosaicos de otras flores de diversos tipos, con ramos y coronas, con veladoras y sahumerios.
Por las noches de esos días, los familiares permanecen junto a las tumbas de sus parientes
muertos y a veces suelen acompañarlos con la ambientación de los músicos de la comunidad.
Las ánimas solas también son bienvenidas y desde el 29 de octubre se les recibe con rezos,
quema de copal, repique de campanas, algunas palabras dirigidas por el párroco del lugar u otra
persona que tenga la autoridad moral para hacerlo y por último se les encienden velas que se
colocarán en las puertas de las casas de quienes deseen acogerlas; ya para despedirlas, se repican
nuevamente las campanas y se encienden cohetes.
En el cuarto más grande de la casa, que para esas fechas lucirá lo más limpia posible, se
coloca la ofrenda en mesas de uso cotidiano cubiertas con manteles también limpios, con papel de
china picado y, dependiendo de la región, hojas de plátano o petate de tule; el papel picado suele
ser de muchos colores pero casi nunca faltan el amarillo y el morado llamado obispo, pues el
primero representa a las creencias católicas al ser uno de los colores de la bandera del Vaticano, y
el otro al pensamiento indígena por ser el color de luto entre las y los mexicanos primeros.
Sobre los manteles se ponen floreros con todo tipo de flores y cempoalxóchitl; candelabros
de loza negra para las y los adultos y blanca para las y los niños, con sus respectivas velas, una por
cada difunta o difunto; sahumerios con copal y, si se quiere, arcos de ramas verdes. La ofrenda se
compone de los alimentos que hayan sido del gusto del difunto o difunta, además de fruta como
naranja, plátano, manzana, mandarina, caña, guayaba, tejocote; de platillos regionales entre los que
destacan el mole, los tamales, la calabaza en tacha, pasta de camote, arroz con leche, chocolate,
atole, "gordas" de maíz, capirotada, calaveritas de azúcar o amaranto con miel y "pan de muerto";
sin olvidar que si la ofrenda es para un niño o niña no debe llevar picante. La ofrenda se completa
poniendo sal y azúcar, para la buena suerte; vasos de agua, por aquello de que luego el muertito o
muertita llega con sed y objetos o artículos que le pertenecieron en vida como juguetes, plumas,
relojes, sombreros, bastones, abanicos; así como aquellos que le satisfacían ciertos gustos como

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cigarros, dulces, tequila u otro vino; al centro, una fotografía de la o el interfecto, tal vez
flanqueada por imágenes de los santos que son devoción de la familia.
En algunos pueblos se hace un caminito con pétalos de cempoalxóchitl, mismo que va
desde la tumba hasta el pie de la ofrenda en la casa, para que el visitante no se extravíe.
También, a veces, la ofrenda se lleva a la tumba en lugar de instalarse en la casa, esto es
cuando el invitado o invitada tienen menos de cuatro años de habérsenos adelantado pues se
piensa que todavía no ha llegado al Mictlán y por lo tanto aún queda algo de ella o él en la tumba.
Con varios días de anticipación a la fiesta de muertos, los mercados principales en barrios,
colonias o comunidades cuentan entre sus mercancías con todo aquello que las familias pudieran
utilizar para instalar sus ofrendas. También se comienzan a vender juguetes confeccionados bajo el
tema del Día de Muertos con todo tipo de materiales como pueden ser fibras vegetales (palma,
tule, paja, vara, mimbre, carrizo, ixtle o henequén), madera, metales (aluminio, hojalata, plomo o
latón), cartón o tela; en algunos lugares se elaboran versiones en miniatura de ofrendas completas
o incluso de las fiestas y pachangas que hacen las y los mismitos muertos en el panteón, llamados
retablos, y contienen los elementos característicos de la comunidad donde se confeccionan;
también se venden calaveritas de azúcar, chocolate o amaranto con miel que, decoradas con
papelitos de colores brillantes y lentejuelas, llevan el nombre de la persona a quien se le puede
regalar.
Alrededor del mero día 2 de noviembre, circulan en periódicos o volantes textos
ingeniosos, irónicos y satíricos que relacionan a los personajes o figuras de primer plano que en el
momento ocupen la opinión pública con la Muerte, la Pelona, la Pepenadora de huesos, la Catrina,
la Huesuda, la Tía de las Muchachas, la Madre Matiana, la Igualadora, la Tiznada, la Copetona, la
Mocha, la Chingada, la Tilica, la Flaca.
Estos textos en forma de versos comenzaron a extenderse hacia el año de 1888 producto
del ingenio de dibujantes y grabadores que trabajaban en el Taller de Antonio Vanegas Arroyo, el
editor popular de las Gacetas Callejeras; donde corridos, historietas, adivinanzas y otros géneros
muy en boga entonces se dieron cita junto con las llamadas "calaveras".
Manuel Manilla era entonces el ilustrador por excelencia de estas publicaciones en las
cuales trabajaban otros artistas y obreros de lo tipografía, el dibujo y el grabado como Rangel,
Valadez, Nicolás Urquieta y otro dibujante y grabador que en Aguascalientes y León ya había
alcanzado un alto nivel de perfección y que en 1892 tomara el lugar que le cediera Manilla a la
cabeza del taller: José Guadalupe Posada.
Posada, a diferencia de Manilla, que asumía con la gracia del artista naïf en sus grabados a
los flagelos, los demonios y los cataclismos naturales como enemigos del ser humano, advierte que
el enemigo del humano es otro humano dotado de privilegios y poder; así, dueño de una mayor
cultura política que su antecesor y consciente de los fenómenos sociales que sucedían, Posada
alimentaba día tras días el espíritu guasón y mordaz del pueblo mexicano no sólo para hacerlo
reír, sino también para despertar su inquietud y sacudirlo.
El grabador de Aguascalientes vivió una época despersonalizada, no muy distinta a la
actual, durante la cual los artistas y la intelligentsia mexicana parecían vivir de rodillas ante todo lo
que se hacía y venía del extranjero. Se copiaban los estilos, los materiales y el propio lenguaje de
tal manera que los arquitectos deberían tener estudios en Italia, los pintores en España y las obras,
para tener prestigio y cachet, deberían ostentar títulos en francés. Posada, a quien entonces nadie
tenía en cuenta al grado de que cuando murió su cuerpo fue enterrado en una tumba de sexta
clase en el Panteón de Dolores en presencia de sólo tres amigos suyos (dos de los cuales no sabían
leer), de donde, tiempo después, al no haber nadie que reclamara sus restos, fue arrojado en la
fosa común, sólo pudo fijarse en el pueblo que le rodeaba y del cual formaba parte: el hombre y la
mujer del campo y la ciudad, en sus vidas cotidianas y, claro, en sus luchas.

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Así comenzó a desarrollar un tema que desde tiempos precortesianos, o precuauhtémicos,
ha obsesionado a las y los mexicanos: la Muerte. Sólo que a diferencia de las antiguas calaveras,
generalmente dramáticas y solemnes, las calaveras de Posada eran al mismo tiempo jocosas y
moralizantes.
Posada no festejó a la Muerte, la despojó de su trágica solemnidad, se adaptó, se
acostumbró espiritualmente a ella, incluso, como Diego Rivera lo imaginara en su mural Paseo
dominical por la Alameda Central, paseó con ella de la mano, pero no la convirtió en su ideal.
Con las calaveras, es decir, con el recordatorio de una muerte que nadie podrá eludir,
Posada señaló a los poderosos, a los ricachones, a los sabihondos, a todos los que por una u otra
razón se creían superiores a los demás, que sus privilegios eran fugaces y que pronto se
esfumarían. Tal vez su intención fue la de proclamar que algún día todas y todos habríamos de ser
iguales, pero imposibilitado para hacerlo en vida, nos niveló en la muerte.
Paralelamente con las hojas-volante en las que se publican las calaveras, circulan, sobre
todo en el centro del país, chamucos y esqueletos de ciclistas, toreros, catrines, zapateros, sastres,
albañiles, curas, jueces, policías, parejas de novios y un sin fin de personajes populares elaborados
en papel maché.
Estos juguetes tradicionales pertenecen a la familia de los judas y las lupitas de Semana
Santa y de los alebrijes. Entre sus principales fabricantes se encuentra la familia de don Pedro
Linares, que tiene su taller en el barrio de La Merced, en la ciudad de México.
Don Pedro, heredero de una tradición familiar de artesanos que desde principios del siglo
XX llevan al papel maché las calaveras y chamucos que grabadores como Manilla, Santiago
Hernández y José Guadalupe Posada nos legaron, una ocasión cayó en coma debido a una alta
fiebre que padecía y su esposa, su hijo y sus nietos pensaron que pronto moriría.
En su delirio, provocado por la calentura, don Pedro imaginó su propio viaje al Mictlán;
clarito vio cómo es que fue atravesando los ocho páramos y los ocho collados, así como los demás
obstáculos que tenía que librar para llegar al lugar del eterno reposo y descanso; pero en su
camino, le salieron decenas de pequeños monstruos, horribles y burlones, que no se cansaban de
decir algo así como "alebrijes, alebrijes, alebrijes", y que al mismo tiempo se le trepaban por el
cuello, le hacían cosquillas en la panza, le daban pequeños mordiscos en brazos y piernas y le
jalaban los cabellos sin dejar de palabrear ni de reírse.
Afortunadamente ahí no murió don Pedro, pero luego que mejoró, se encerró días y
noches en su pequeño taller en la azotea de su casa, cuando por fin salió había materializado en
papel maché a algunos de aquellos diminutos seres que parecían ser mezcla de muchos animales,
verdaderos y mitológicos, y a los que llamó alebrijes.

LA INTERNACIONAL DE LA MUERTE.
Aunque la muerte en la actualidad, en un mundo en el que todo pretende "funcionar"
como si no existiera suprimiéndola de las prédicas de curas y sacerdotes, de los discursos políticos,
de los anuncios comerciales, de la moral pública, de las costumbres y la alegría a bajo precio, o de
la salud en hospitales, farmacias y campos deportivos; en un mundo de hechos donde sólo es un
acontecimiento más al que no se le da ninguna significación fuera de los gastos que se requieren
para enterrar a los occisos, siempre estará presente en nuestras vidas, culturalmente, valga la
rebuznancia, el culto mexicano a las y los muertos (con sus alebrijes, chamucos y esqueletos de
papel maché; con sus calaveras irónicas, sarcásticas, críticas y satíricas; con sus calacas de azúcar,
chocolote o amaranto y miel; con sus mercados llenos de gente en busca de fruta, comida y papel
picado; con su visita a los panteones, sus convivios, sus serenatas a las y los difuntos; con sus
ofrendas cargadas de nostalgia, respeto, amor y cierto miedo) está siendo amenazado no por un
Tenorio sevillano, enamoradizo y jocoso, ni tampoco por un Halloween macabro que al haberse

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corrompido lo identificamos con el niño pedigüeño que nos tiende un recipiente de plástico para
depositar en él dulces o dinero, bajo la amenaza de que si no lo hacemos tendremos las
"travesuras" planeadas con anterioridad por esos delincuentes en potencia con rostros cubiertos de
látex.
No, nuestro culto a las y los muertos, así como otros usos y costumbres, están siendo
amenazados junto con la Historia, este país y su gente, por la globalización de la guerra y el
armamento, las dictaduras, los autoritarismos, la represión, el hambre, la pobreza, el robo, la
corrupción, el patriarcado, la xenofobia, la discriminación, el racismo, los crímenes, la destrucción
del medio ambiente, el militarismo, la estupidez, la mentira, la ignorancia, la esclavitud, la
intolerancia, la injusticia, la marginación o el olvido; consecuencias de un sistema de liberalización
de mercancías y capitales que quiere homogeneizar los "gustos" de consumidoras y consumidores,
pretendiendo hacer del mundo una gran aldea donde, en lugar de hombres y mujeres, vivamos
vendedores y compradores; que quiere que lo técnico, la producción y el inmediatismo estén por
encima de lo humano, lo artesanal y el pensamiento; que hoy por hoy excluye a dos mil millones
de seres humanos en el mundo, de los cuales treinta millones somos empresarios, indígenas,
campesinos, obreros, artesanos, profesionistas, prostitutas, amas de casa, estudiantes, artistas,
intelectuales, chavos banda, niños mexicanos. "No somos viables" en este proyecto de la
"internacional de la muerte" porque no nos adaptamos o nos rehusamos a hacerlo, en castigo no
somos sujetos de atención médica, programas de desarrollo, servicios educativos, acceso a los
medios de comunicación y otros tantos etcéteras en los que nos iguala "ese monstruo de
apariencia seductora tipo chupacabras" que es el neoliberalismo, nombre último con el que se ha
vestido ideológicamente el capitalismo.
Si no le ponemos un límite no sólo no habrá un culto con ofrendas para nuestras muertas
y nuestros muertos que nos pertenezca, sino que, quizá dentro de no mucho tiempo, tampoco
habrá gente que a nosotros nos las pongan (las ofrendas).

Noviembre de 1998.

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 EL PUEBLO CONSTRUYE UNA NUEVA SOCIEDAD, Gerardo Thijssen, Juan Manuel Zaragoza,
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 ENCICLOPEDIA MICROSOFT ENCARTA’ 99, Varios Autores/
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