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EN LOS PASOS

DE JESÚS

EDIR MACEDO
M141P
MACEDO, OBISPO, 1945
EN LOS PASOS DE JESÚS / OBISPO MACEDO
MADRID: C.C.E.S, 2017. 1ª ED. AL CASTELLANO
136 P. ; 20 CM.

ISBN 85-7140-336-8
DEPÓSITO LEGAL:

1. VIDA CRISTIANA. DOCTRINA BÍBLICA.


I. TÍTULO.

DIRECCIÓN GENERAL: SIDNEY S. COSTA.


SUPERVISIÓN GENERAL: CARLOS ROCHA.
DIAGRAMACIÓN: GRAFIARTE CULTURAL S.A.
TRADUCCIÓN AL CASTELLANO: CARMEN MARIÑO.
REVISIÓN ORTOGRÁFICA: ALBERTO DÍAZ.
PORTADA: NEY CARVALHO.

Rio de Janeiro
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PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL.


LOS INFRACTORES SERÁN PROCESADOS EN FORMA DE LA LEY.
SUMARIO

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 05
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 07
El origen del caos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 09
Diez pasos rumbo a la Salvación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
El conocimiento de la Palabra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
La oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
El perdón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
La sumisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
La discreción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
El ayuno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Los diezmos y las ofrendas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
El origen de la Santa Cena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
El bautismo en las aguas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
El Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
En bautismo en el Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Los frutos del Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
El demonio y las lenguas extrañas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
Los dones del Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
A mi hermana Elcy,
que plantó la Semilla
en nuestros corazones.
PRÓLOGO

La sumisión, el bautismo en las aguas, la oración, el ayuno y el


bautismo con el Espíritu Santo, son algunos de los temas admi-
rablemente abordados por el obispo Macedo en este libro, que
tengo el privilegio de presentar, y que contiene la esencia de este
sentimiento tan sublime denominado FE.
Fe es la palabra «mágica» que está siempre presente en sus libros,
porque el obispo Macedo inspira, espira y transpira este mara-
villoso sentimiento en su vida y ministerio, que nos concede la
llave para introducirnos en el corazón de la Roca Eterna.
«Sin fe es imposible agradar a Dios», repite con el apóstol Pablo
el obispo Macedo, poniendo de relieve que la salvación nace de
la fe y no de las obras, las cuales deben ser frutos de la gracia de
Dios en la vida de los salvos.
El autor nos enseña que lo más importante es servir a Dios en
novedad de espíritu, algo que procede de la fe viva y verdadera
que posee aquel que ha nacido de Dios. La fe no es solamente
un acto mental de aceptación, sino una disposición realizada por
Dios en nuestro corazón que nos da la confianza y la seguridad de
que Él, por los méritos de Cristo, perdona nuestros pecados y nos
salva. Esta es la gran verdad que debemos guardar en el interior
de nuestro agradecido corazón, pues no hay gracia más impor-
tante en la vida del cristiano que la fe. Esta, según la asimilamos
de la vida y del ministerio del obispo Macedo, es omnipotente y,
a través de ella, Dios manifiesta su poder inmutable e infinito en
nuestras vidas.

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«Tu fe te ha salvado» fue lo que el Señor Jesucristo dijo a quien
salió a Su encuentro buscando la sanidad de su cuerpo y que re-
cibió, además, la sanidad más importante: la del alma. Sí, es por
la fe que depositamos nuestra esperanza en el futuro: la salvación
del alma, la resurrección del cuerpo, la vida eterna, la corona de
gloria y un cuerpo glorificado semejante al de nuestro Señor Je-
sucristo.
Es por la fe que vivimos cada día; es por la fe que hacemos mila-
gros; es por la fe que Dios atiende nuestras peticiones.
Nos faltaría espacio para enumerar más conceptos sobre la fe,
que es la que debe impulsar nuestro corazón y caminar con noso-
tros a lo largo de nuestra vida como una llama inextinguible en el
santuario de nuestra alma.

LOS EDITORES

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INTRODUCCIÓN

Este estudio tiene la finalidad de preparar hombres y mujeres


para la batalla espiritual que ha de librarse, de aquí en adelante,
hasta la venida del Gran Rey y Señor Jesucristo.
Procuramos presentar un texto de fácil comprensión para que to-
dos los lectores puedan, no solamente ser edificados en la Roca,
sino también edificar a aquellos que el Señor envíe en su cami-
no en dirección al principal objetivo, que es rescatar almas para
nuestro Dios.
Todos recibiremos talentos de Dios, unos más que otros, pero
todos recibiremos y algún día tendremos que dar cuenta a Dios
de lo que nos ha sido confiado.
La necesidad que la Obra de Dios tiene de usar obreros prepara-
dos para ejecutar la orden de sembrar la palabra en los corazones,
es muy antigua; tanto, que el propio Señor Jesús se dirigió a Sus
discípulos diciendo:
«La mies en verdad es mucha, mas los obreros son pocos» (Ma-
teo 9:37).
Hace dos mil años que Jesús pronunció esas palabras, sin embar-
go, Su Iglesia sigue experimentando la misma necesidad en los
días de hoy, siendo el mundo tan grande y, los obreros dispuestos
a hacer Su Obra, tan pocos.

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Es, por todo esto, que elaboramos este trabajo que, sin duda, pro-
porcionará a los lectores una mayor capacidad y discernimiento
espiritual para su desarrollo en la gracia y el conocimiento del
Señor Jesucristo y de Su Santa voluntad.
«Bienaventurado aquel que procura presentarse a Dios aproba-
do, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien
la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15).

EDIR MACEDO

8 EN LOS PASOS DE JESÚS


I. EL ORIGEN DEL CAOS

«EN EL PRINCIPIO CREÓ DIOS LOS CIELOS Y LA TIERRA.


Y LA TIERRA ESTABA SIN ORDEN Y VACÍA, Y LAS TINIEBLAS
CUBRÍAN LA SUPERFICIE DEL ABISMO, Y EL ESPÍRITU DE DIOS SE
MOVÍA SOBRE LA SUPERFICIE DE LAS AGUAS» (GÉNESIS 1:1-2).

Nuestro gran deseo es, a través de esta obra, sacar a la luz el ver-
dadero motivo por el que tantas personas sufren y hacen sufrir a
otros en este mundo, mostrar la salida para diversos problemas y,
sobre todo, despertar la fe del lector, para que pueda disfrutar de
todos sus derechos delante del Dios Padre, a través del nombre
del Señor Jesucristo y por obra y gracia del Espíritu Santo.
En el libro de Génesis podemos leer algo que, a simple vista,
podría parecer incoherente, pues el primer versículo afirma que
Dios creó los cielos y la tierra y, el segundo, que la tierra esta-
ba desordenada y vacía. Quizás usted se pregunte: ¿Cómo pudo
Dios haber creado algo desordenado y vacío? Y si así lo hizo,
¿por qué?
La verdad es que cuando Dios creó los cielos y la tierra eran tan
perfectos como Él. Esto resulta obvio, dado que de la obra de
Sus manos no puede salir nada defectuoso, pues Él es Dios y no
hombre. Para Él no hay límites, debido a sus atributos de omni-
potencia, omnipresencia y omnisciencia.
«Alaben ellos el nombre del Señor, porque sólo su nombre es
exaltado; su gloria es sobre tierra y cielos» (Salmos 148:13).

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Jamás podremos encontrar en Él ninguna imperfección pues,
como está escrito:
«¿Quién midió las aguas en el hueco de su mano, con su palmo
tomó la medida de los cielos, con un tercio de medida calculó el
polvo de la tierra, pesó los montes con la báscula, y las colinas
con la balanza?
¿Quién guió al Espíritu del Señor, o como consejero suyo le ense-
ñó? ¿A quién pidió consejo y quién le dio entendimiento? ¿Quién
le instruyó en la senda de la justicia, le enseñó conocimiento, y le
mostró el camino de la inteligencia?
He aquí, las naciones son como gota en un cubo, y son estimadas
como grano de polvo en la balanza; he aquí, El levanta las islas
como al polvo fino. El Líbano no basta para el fuego, ni bastan
sus bestias para el holocausto.
Todas las naciones ante El son como nada, menos que nada e
insignificantes son consideradas por El. ¿A quién, pues, aseme-
jaréis a Dios, o con qué semejanza le compararéis?»
(Isaías 40:12-18).

Estos versículos nos dan una pequeña noción de quién es Dios


realmente, sin embargo, nuestra mente limitada nunca podrá con-
cebir toda Su majestad, poder y gloria; por eso afirmamos, sin
lugar a dudas, que cuando Dios creó los cielos y la tierra, estos
eran tan perfectos como Él.
Cuando sucedió lo que relata el segundo versículo de Génesis ya
habían transcurrido millones de años y ya se había producido la
caída de Lúcifer, tal y como describe el profeta Ezequiel:
«Y vino a mí la palabra del Señor, diciendo: Hijo de hombre, ele-
va una elegía sobre el rey de Tiro y dile: “Así dice el Señor Dios:
‘Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y perfecto
en hermosura.
‘En el Edén estabas, en el huerto de Dios; toda piedra preciosa
era tu vestidura: el rubí, el topacio y el diamante, el berilo, el
ónice y el jaspe, el zafiro, la turquesa y la esmeralda; y el oro, la

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hechura de tus engastes y de tus encajes, estaba en ti. El día que
fuiste creado fueron preparados.
‘Tú, querubín protector de alas desplegadas, yo te puse allí. Es-
tabas en el santo monte de Dios, andabas en medio de las piedras
de fuego. ‘Perfecto eras en tus caminos desde el día que fuiste
creado hasta que la iniquidad se halló en ti.
‘A causa de la abundancia de tu comercio te llenaste de violen-
cia, y pecaste; yo, pues, te he expulsado por profano del monte
de Dios, y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las
piedras de fuego.
‘Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura; corrompiste
tu sabiduría a causa de tu esplendor. Te arrojé en tierra, te puse
delante de los reyes, para que vieran en ti un ejemplo.
‘Por la multitud de tus iniquidades, por la injusticia de tu comer-
cio, profanaste tus santuarios. Y yo he sacado fuego de en medio
de ti, que te ha consumido; y te he reducido a ceniza sobre la
tierra a los ojos de todos los que te miran. ‘Todos los que entre
los pueblos te conocen están asombrados de ti; te has convertido
en terrores, y ya no serás más.’”»
(Ezequiel 28:11-19).

La caída de Lúcifer ocurrió entre estos dos versículos del libro


de Génesis y, tal como el profeta Ezequiel describe, fue arrojado
a la tierra causando el caos, haciendo que quedara desordenada
y vacía.
Vea que, el segundo versículo en cuestión, solo dice que la tierra
estaba desordenada y vacía, no los cielos, porque de allí había
sido expulsado este querubín profano junto con sus seguidores,
convirtiéndose así en el diablo y sus demonios. Por este motivo,
los cielos permanecen de la misma manera en que fueron crea-
dos, a diferencia de la tierra.

Al hombre le pasó lo mismo que a la tierra, como afirma la Bi-


blia:

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«Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme
a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar,
sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra,
y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues,
Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón
y hembra los creó»
(Génesis 1:26-27).

«Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra,


y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser
viviente»
(Génesis 2:7).

Así como la tierra fue creada perfecta, también el hombre fue


creado perfecto. Adán no tenía o sufría ningún defecto ni padecía
alguna enfermedad; fue creado a imagen y semejanza del Altísi-
mo y era perfecto en todos los sentidos. Así como Satanás (que
significa “enemigo” en hebreo) invadió en la tierra desordenando
y sembrando el caos, también invadió en la vida de Adán y Eva
haciendo lo mismo. Los envolvió de tal manera que dejaron de
prestar oídos a la Palabra de Dios para oír a Satanás.
En este momento comenzó la gran tragedia de la humanidad, ya
que, cuando el hombre dejó de someterse a Dios, quedó automá-
ticamente subordinado a Satanás.
Dios es luz, orden y disciplina, y con Él no pueden habitar el
error, el pecado, ni las tinieblas; por eso, se vio obligado a hacer
con el hombre lo mismo que había hecho con Lúcifer: expulsarlo
de Su presencia.
La naturaleza estaba, hasta entonces, al servicio del hombre; quien
no necesitaba sudar para obtener el fruto de la tierra; al contra-
rio, la tierra fielmente producía todo lo necesario para su sustento,
porque él y la tierra eran hermanos por creación divina. Cuando
el hombre se rebeló contra el Creador pasó a tener que luchar y
esforzarse para extraer de la tierra su alimento, muchas veces, sin
éxito siendo asolado por el hambre, la miseria y la desgracia.

12 EN LOS PASOS DE JESÚS


A pesar de su apariencia religiosa, científica, culta y elegante, el
mundo está bajo el dominio de los principios satánicos. Tras su
engañosa fachada existe una caldera que arde con ambiciones
nacionales e internacionales, rivalidades comerciales y lágrimas
escondidas detrás de una sonrisa fingida.
Satanás y su ejército de espíritus malignos (Daniel 10:13; Efesios
6:12) son los agentes invisibles y la causa real de la sed de poder
y de la inteligencia maléfica de los dictadores y de todos aquellos
que buscan y usan su poder terreno para el mal. Son los dirigentes
invisibles. Las guerras y los conflictos periódicos que causan des-
trucción, derramamiento de sangre inocente y extrema violencia;
son sus compañeros indispensables.
En el sistema de organización satánica, Satanás ejerce el dominio
sobre los espíritus caídos que lo apoyaron en su rebelión original.
Su autoridad es, indudablemente, un atributo concedido por sus
siervos.
Estos espíritus, habiendo decidido seguir a Satanás en vez de
permanecer fieles a su Creador, fueron confirmados irremedia-
blemente en la maldad y abandonados en el error. Están, por tan-
to, en completo acuerdo con su príncipe y le rinden un servicio
voluntario en todas sus misiones y cargos, formando un reino
altamente organizado (Mateo 12:25). Su decisión inicial los unió
perpetuamente a su programa de engaño y a su inevitable conde-
nación.
Aunque el conocimiento de Satanás sea agudo y sobrenatural,
no es un conocimiento santo y salvador. Está escrito que los de-
monios creen que Dios existe y tiemblan (Santiago 2:19) pero,
al estar confirmados en la maldad, no buscan el perdón ni la pu-
reza. Tienen un profundo conocimiento de que Jesús es el Señor
del mundo espiritual pero su confesión no implica una confianza
salvadora o una sumisión voluntaria. Respetan la autoridad de
Cristo (Marcos 3:11) pero ese respeto no viene del amor por la
santa comunión, sino de la mera y obligada inclinación de una
voluntad inferior a otra superior, con odio y resentimiento.
Los actos llevados a cabo por las personas poseídas indican que
los demonios las poseen, en algunos casos, con propósitos de gra-
tificación sexual, usando todo tipo de impurezas.

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Esto puede explicar que algunos poseídos tengan el deseo de
vivir en un estado de desnudez, tener pensamientos depravados
(Lucas 8:27) y visitar lugares impuros.
La naturaleza viciosa y vil de los demonios quedó demostrada en
el deseo que tuvieron de entrar en los cerdos (Marcos 5:12) y en
la proclamación del amor libre, con la destrucción moral de una
sociedad ordenada (Romanos 1:24).
Además de su inteligencia sobrehumana y de su moral viciosa,
los demonios, poseen una fuerza asombrosa y pueden causar todo
tipo de males en el cuerpo humano como:

w Mudez (Mateo 9:32-33)


w Ceguera (Mateo 12:22)
w Demencia (Lucas 8:26-36)
w Deseos de suicidio (Marcos 9:22)
w Males físicos (Marcos 9:18)
w Y diversos defectos y deformaciones físicas (Lucas 13:11-17).

No hay razón para pensar que el diablo y sus ángeles han dejado
de actuar en la actualidad como lo hacían en los días de los após-
toles. El apóstol Juan escribió que el mundo entero «está bajo el
poder del maligno» (1 Juan 5:19).
En el texto sagrado original encontramos la idea de que «todo
el mundo yace adormecido en el sueño del maligno». Satanás,
conforme a las enseñanzas de Jesucristo, actúa como un padre
para aquellos que le pertenecen pero como un padre destituido
de misericordia (Juan 8:44). Asimismo, Satanás es reconocido
como el rey y dios de este siglo. Su reino es el de las tinieblas y
la muerte (Hebreos 2:14; Judas 1:9). Un reino espiritual maligno
que opera en los hijos de la desobediencia, cegando los ojos del
entendimiento para que no comprendan la verdad de la salvación
que hay en Cristo Jesús (Efesios 2:2-3; 2 Corintios 4:3-4; 1 Juan
3:10; Juan 12:31; 14:30; 16:11; Hechos 26:18).

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El diablo sigue ejerciendo sobre los incrédulos el mismo do-
minio que sobre Adán cuando pecó. El pecado del hombre y el
dominio satánico están íntimamente relacionados (1 Juan 3:8).
La incredulidad, con su terrible castigo de la condenación eterna
(Marcos 16:16), es el resultado de la obra perniciosa de Satanás
sobre el hombre (Efesios 2: 1-2; 2 Corintios 4:4; Mateo 13:25).
Todos aquellos que se niegan a creer en el Evangelio actúan bajo
influencia satánica (Hechos 26:18; Colosenses 1:13). La propia
negación de la existencia del mal es consecuencia de la acción de
los demonios en el corazón del hombre (2 Corintios 11:14).
El acusador frente a la Iglesia de Cristo. El principal objetivo
satánico es oponerse a la voluntad de Dios. En la Biblia, Satanás
también recibe el nombre de:
w «Adversario» (Job 1:16; Mateo 13:39; Zacarías 3:1; 1 Pedro 5:8);
w «Diablo», o «acusador» (Génesis 3: 1-5; Job 1:9-11; 2:4-5; Apo-
calipsis 12:10).

La intromisión de su voluntad en la voluntad divina fue la apos-


tasía original, trayendo como consecuencia la exaltación del ego
contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto (2 Tesaloni-
censes 2:4). Desde el asesinato de Abel hasta la matanza de los
inocentes por Herodes, se puede observar el odio implacable de
Satanás en contra de la simiente prometida y su antagonismo al
Mesías de Dios y al propósito divino que había sobre Él.
Podemos comprobar la tremenda y venenosa resistencia de Sa-
tanás y sus demonios a los planes divinos en Cristo cuando se
presentó en el desierto para tentarle y en los tremendos disturbios
provocados para frustrar Su ministerio público, como la traición
de Judas, la negación de Pedro o la horrible ceguera y engaño de
los líderes judíos. Lo mismo observamos a lo largo de la historia
de la Iglesia hasta el último y terrible enfrentamiento entre Dios
y los demonios del Armagedón (Apocalipsis 16.13-16).
En la parábola de la cizaña, Jesús habló acerca de la mala hierba
que es sembrada por el diablo (Mateo 13:38-39), al igual que el
apóstol Pedro nos advirtió en 1 Pedro 5:8.

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La furia de Satanás está especialmente dirigida a la Iglesia de
Cristo, pues:
w Sus demonios intentan destruirla por todos los medios.
(Mateo 16:18).
w Intentan impedir que las personas acepten la Palabra de Dios.
(Lucas 8:12).
w Diseminan doctrinas erróneas. (Mateo 13:25; 1 Timoteo 4:1).
w Provocan persecuciones contra el Reino de Cristo. (Apocalipsis
12:7).

Es obvio que la llamada opresión del diablo es, en su mayor par-


te, obra de sus mensajeros y siervos, los demonios. Gran parte
de su actividad debe de ser delegada a los demonios dado que
Satanás no es omnipresente, omnipotente, ni omnisciente. Los
demonios angustian a la humanidad desordenando la mente de
las personas a través de su posesión (Marcos 1:23-27 y 5:1-20).
El fuego eterno preparado para Satanás y sus ángeles (Mateo
25.41) es la eterna condenación que les espera. Este es el terrible
tormento que los demonios tenían en mente cuando clamaron a
Jesús: «¿Has venido aquí para atormentarnos antes del tiem-
po?» (Mateo 8:29); «¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de
Nazaret? ¿Has venido a destruirnos?» (Marcos 1:24).
Satanás y sus demonios serán lanzados al lago de fuego y azufre,
lugar de eterna condenación, para ser atormentados día y noche,
por los siglos de los siglos (Apocalipsis 20:10).
No hay duda de que sus cómplices demoniacos, que colaboran
con él en su misión de engañar a la humanidad, tendrán el mismo
destino al mismo tiempo. Todos los espíritus malignos estarán
presentes en el Juicio delante del Trono blanco y serán destinados
a las llamas eternas de la «Gehenna» (Apocalipsis 20:11-15).
La humanidad ha estado lejos de Dios y, en consecuencia, cerca
de Satanás, por eso, diariamente leemos y oímos noticias tales
como que nadie se comprende, enfrentamientos entre padres e
hijos, luchas de clases, revoluciones y guerras. La lucha de la hu-
manidad fue, y será, hasta la segunda venida del Señor Jesucristo,

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como una disputa entre buitres por un trozo de carroña. El ham-
bre, las enfermedades, las guerras y todo el mal se apoderarán de
este viejo mundo, haciéndolo desordenado y vacío otra vez.
Amigo lector, puede estar seguro de que todas las aflicciones que
afectan al ser humano se derivan de la misma chispa de destruc-
ción: la rebelión del hombre contra Dios, su Creador.
Debido a su estupidez espiritual dejó de escuchar la Palabra de
Dios para oír al diablo y, por eso, continua en el sufrimiento y en
el dolor. El hombre cosecha hoy, lo que sembró ayer; y cosechará
mañana, lo que plante hoy. Todo depende del hombre, este ser
rebelde e insensato que, mientras esté aliado al diablo, continuará
sufriendo por su rebeldía con Dios.
El diablo, el antiguo Lúcifer, fue un insensato al rechazar la sabi-
duría que tenía y, ahora, se esfuerza por hacer que el hombre haga
lo mismo y se aleje de su Creador.
Ante todo esto, ¿qué podemos hacer para librarnos de toda la des-
trucción de este mundo? ¿Qué haremos para volver al jardín del
Edén y estar en plena comunión con Dios? ¿Hay alguna esperan-
za para nosotros? Esta es la razón principal por la que ponemos
esta obra en sus manos, amigo lector.
El Señor Jesús nos garantizó una vida abundante. En las siguien-
tes páginas podrá encontrar el camino a seguir para vivir una vida
real, aquí, ahora y en el mundo venidero: ¡La vida eterna!

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II. DIEZ PASOS RUMBO
A LA SALVACIÓN

Hemos recibido en nuestros centros, diariamente, personas en-


vueltas con las drogas, el alcohol, la brujería, etc., en definitiva,
perdidas en este mundo y que, después de asistir con frecuencia a
nuestras reuniones de liberación, hoy se encuentran en perfectas
condiciones, llenas de la presencia del Espíritu Santo y colabo-
rando fielmente en la Obra del Señor.
Los pasos a seguir, si son tomados en serio, podrán llevar a la
persona a la salvación. No necesita seguir el orden aquí presen-
tado pero crea que al seguirlos miles de personas en el mundo,
en nuestras iglesias, han sido liberadas totalmente del poder del
diablo.

PRIMER PASO
Aceptar de corazón al Señor Jesús como único Salvador.
Aceptar a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador implica algo
más que una simple decisión mental. Aceptar, en el sentido bí-
blico, significa creer, confiar y seguir. Son muchos los que dicen
haber aceptado al Señor Jesús pero sus vidas no se corresponden
con la decisión tomada. Cambian Su nombre por otro y no de-
positan su fe en Él, se someten a los «santos» y depositan toda
su confianza en ellos. Incluso dicen que Dios es bueno y que el
diablo no es tan malo pero, en realidad, están haciendo la volun-
tad de Satanás.
Esas personas nunca podrán ser liberadas actuando de esa mane-
ra, ya que Dios no es un Dios de confusión. El verdadero segui-
dor de Jesús no puede estar entre el sí y el no, es decir, no puede

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estar entre dos pensamientos ni puede servir a dos señores a la
vez. Esto es absurdo a los ojos de Dios. Nadie puede estar en la
Luz y en las tinieblas a la vez, pues la Luz disipa las tinieblas.
Aceptar al Señor Jesús significa abandonar la vida antigua, darle
la espalda al pecado y someterse a Jesús a través de Su Palabra.
Significa negarse a sí mismo, tomar nuestra cruz e ir tras Él. Si
hace esto estará preparado para todo, ya sea enfrentarse a mil y
una barreras o resistir al mundo entero; no le será difícil.
Imagínese a sí mismo en un pequeño barco naufragando en un
mar tempestuoso sin nadie a su alrededor que le pueda ayudar.
De repente, aparece un barco grande y alguien le extiende la
mano. Sin duda cogerá esa mano aunque no conozca a la persona
y le estará siempre agradecido por haberle salvado de una muerte
segura. Eso es lo que hace el Señor Jesús con nosotros. Aunque
alguien no Le conozca bien, Su mano está siempre extendida
para librarlo de la muerte. Acéptelo como su Señor y Salvador y
agárrese a Su mano para ser liberado totalmente.

SEGUNDO PASO
Participar en las reuniones de liberación.
Participar en las reuniones de liberación de nuestra iglesia es un
factor muy importante para aquellos que, de manera sincera, de-
sean tener una nueva vida apartada de la influencia de los espí-
ritus malignos.
Hay demonios que no se manifiestan en las primeras reuniones
porque se quedan esperando, fuera de la iglesia, a que la persona
salga; o en su propia casa, por estar estos lugares «cargados».
También hay casos en los que la persona es codiciada por cente-
nas de demonios que luchan entre sí para disputarse el dominio
del poseído.
No tenga duda de que el diablo nunca se quedará satisfecho de
perder una batalla, al contrario, estará siempre intentando volver
a la vida de la persona, por lo que el liberado no debe dejar de
asistir a las reuniones de liberación de la iglesia.

20 EN LOS PASOS DE JESÚS


TERCER PASO
Buscar el Espíritu Santo.
El hombre fue creado por Dios para ser templo del Espíritu Santo
pero, debido a su rebelión, dejó que los espíritus malignos domi-
nasen su cuerpo, su mente y su alma. A pesar de ello, el Señor aun
concede Su Espíritu a aquellos que le buscan.
El bautismo con el Espíritu Santo es considerado como la segun-
da bendición, ya que se produce después de la Salvación. Des-
pués de su entrega y liberación, la persona debe buscar ardiente-
mente este bautismo.

CUARTO PASO
Andar en santidad.
La palabra «santo» significa, en su acepción bíblica, «separado».
Nadie puede pretender ser libre del dominio de Satanás y de los
espíritus malignos si continúa haciendo su voluntad. Aquel que
quiera servir a Dios debe vivir según Su voluntad, como dijo el
apóstol Juan: «aquel que está en Cristo debe andar como Él an-
duvo». Es decir, debe de haber una conducta santa e irreprensible
por parte de aquel que desea seguir a Jesús.
Si usted, estimado lector, desea de verdad la salvación, no admita
ningún tipo de vínculo con el diablo. Ande con la cabeza bien
alta, sin tener de qué avergonzarse, sométase a Dios y apártese
del mal por libre y espontánea voluntad.

QUINTO PASO
Leer la Biblia diariamente.
«Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino» (Sal-
mos 119:105).
No puede haber perfecta comunión con Dios sin el conocimien-
to de Su santa voluntad. Cuando Jesús venció al diablo lo hizo
usando la Palabra de Dios. Esta es la espada del Espíritu Santo
y, cuando la usamos con fe, no hay nada en este mundo capaz de

21
derrotarnos, pues penetra en lo más íntimo de nuestro ser, hasta el
punto de dividir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuéta-
nos. Cuando es pronunciada por un siervo de Dios, en el nombre
del Señor Jesús, produce efectos extraordinarios.
Todo aquel que desea vencer a Satanás debe conocer bien la Pa-
labra de Dios, es decir, la Santa Biblia. Cierto día, un centurión
de la guardia romana le dijo al Señor Jesús que una sola palabra
de Su boca sería suficiente para que su siervo fuese curado, ¡y
así fue! La palabra llegó hasta el siervo del centurión y realizó
el milagro. Es, a través de esta maravillosa Palabra, que se han
producido los milagros más extraordinarios, además de la fe que
produce en nuestros corazones para resistir al diablo. De ahí la
importancia de conocerla profundamente.

SEXTO PASO
Evitar las malas compañias.
Nuestra experiencia nos lleva a creer que uno de los puntos fun-
damentales para la liberación y la salvación es desligarse total-
mente de las compañías que no profesan la misma fe. Como dice
el viejo refrán: «Dime con quién andas y te diré quién eres».
Tenemos razones suficientes para creer que este paso es de suma
importancia para alcanzar y mantener nuestra salvación, ya que
hemos visto personas que empezaron una nueva y maravillosa
vida con Dios pero que, poco tiempo después, se desviaron de la
comunión influenciadas por las malas compañías.
Busque relacionarse con personas de la misma fe y evite a toda
costa conversaciones que no edifican, así como discusiones y
contactos que puedan poner en riesgo su salvación.

SÉPTIMO PASO
Ser bautizado.
Dios ha prometido todas Sus bendiciones a aquellos que creen
y son bautizados inmediatamente después de haber aceptado al
Señor Jesús como su Salvador personal. El bautismo en las aguas

22 EN LOS PASOS DE JESÚS


es el testimonio público por el que la persona mortifica los deseos
de la carne, muere a su viejo «yo» y nace una nueva criatura,
limpia y lavada para vivir una nueva vida.
Cuando aceptamos al Señor Jesús como nuestro Salvador, no po-
demos dejar que las manías y las malas costumbres, o cualquier
deseo de la carne, entorpezcan nuestra relación con Dios. El mal
carácter, el orgullo, la vanidad, etc., son frutos de la carne y de-
ben ser abandonados inmediatamente. ¿Cómo vamos a nacer de
nuevo si no morimos antes? No podemos seguir con dos natura-
lezas, una convertida y, la otra, pecaminosa; pues «morir» con
Cristo significa que nuestra carne ya no puede dar más frutos
de maldad. Tenemos que andar conforme al Espíritu Santo, en
novedad de vida.

OCTAVO PASO
Frecuentar las reuniones de miembros
No cabe la menor duda de que las personas, al convertirse a Cris-
to, necesitan un mayor conocimiento bíblico para poder conti-
nuar en el camino cristiano. Las reuniones de la iglesia, donde los
miembros se reúnen para alabar al Señor y aprender de Su Pala-
bra son verdaderas aguas de refrigerio para el cristiano sediento.
Necesitamos alimentar nuestra fe con la Palabra de Verdad, que
nos proporciona las armas necesarias para destruir las trampas
de Satanás.

NOVENO PASO
Ser fiel en los diezmos y en las ofrendas.
Cuando alguien se propone seguir al Señor Jesús debe escuchar
Su voz y andar según Sus normas.
La Biblia dice en Malaquías 3:10-11 que hay un espíritu devo-
rador, causante de toda la miseria, desgracia y caos en la vida de
aquellos que roban al Señor en los diezmos y en las ofrendas.
Cuando Dios creó al hombre lo hizo perfecto y lo colocó sobre
Su creación. Le concedió el derecho y el privilegio de administrar

23
todos los bienes de la tierra pero, a cambio, le pidió una décima
parte de todo su trabajo. Hizo esto para que le reconozcamos como
Señor de todas las cosas y nos consideremos Sus siervos.
Si somos fieles a Dios, Creador de todas las cosas, Él también
lo será con nosotros y jamás dejará que nos falte el sustento, ni
permitirá que los espíritus devoradores actúen en nuestra vida. De
esta manera Dios es glorificado con las primicias de todos nuestros
frutos y el 90% restante, valdrá mucho más que el 100% sin Su
protección. Al devolver el diezmo y dar ofrendas voluntarias es-
tamos demostrando que amamos la Obra de Dios y que deseamos
que siga adelante.
«Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi
casa; y ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los
ejércitos— si no os abriré las ventanas del cielo, y derramaré para
vosotros bendición hasta que sobreabunde» (Malaquías 3: 9-10).

DÉCIMO PASO
Orar sin cesar y estar vigilante.
Tal vez piense que este paso es difícil pero es de suma impor-
tancia para su completa liberación. Orar sin cesar significa estar
siempre en espíritu de oración, es decir, en contacto con Dios.
Muchas veces nos hemos encontrado hablando con una persona
y orando a Dios a la vez para encontrar la solución a su problema.
Nuestras manos pueden estar atadas pero nuestro espíritu debe
estar siempre conectado con Dios. En este mandamiento están
incluidas las oraciones silenciosas y las oraciones en voz alta, ya
sean hechas a solas o en grupo, de pie o de rodillas.
Mientras vivamos una vida de oración y permanezcamos vigilan-
tes para no ser engañados, Satanás no encontrará brecha alguna
por la que introducirse en nuestra vida.
La Biblia afirma que el diablo anda como león rugiente, procu-
rando devorar a aquellos que están espiritualmente dormidos.
Cuando oramos y vigilamos, el diablo no solamente se aleja de
nosotros, sino que también se postra delante de nuestra oración.
No hay demonio que resista el poder que tiene la persona que
lleva una vida de oración y vigilancia en la presencia de Dios.

24 EN LOS PASOS DE JESÚS


III. EL CONOCIMIENTO
DE LA PALABRA

DIOS JAMÁS DARÁ SU APROBACIÓN A QUIEN NO TIENE


CONOCIMIENTO DE SU SANTA PALABRA PUES, COMO
ESTÁ ESCRITO: «LÁMPARA ES A MIS PIES TU PALABRA,
Y LUZ PARA MI CAMINO» (SALMOS 119:105).

Cuando una persona alcanza la Salvación a través del don divino


del Señor Jesucristo, tiene el deseo de llevar esta misma ben-
dición a los que están perdidos en este mundo. Es ahí cuando,
impelida por el Espíritu Santo, inicia su ministerio particular de
ganas almas para el Reino de Dios. Así como ganamos el pan
nuestro de cada día a través del sudor de nuestra frente, para ha-
cer algo en pro de la Obra de Dios, tenemos que hacer «sudar»
nuestro corazón delante de Dios buscando Su santa voluntad para
nuestra vida. Y esto solo es posible con el conocimiento de las
Sagradas Escrituras.
Cuando alguien sale en busca de almas, tiene que ser consciente
de que se enfrentará a las fuerzas espirituales del mal. Su lucha
dejará de ser en el campo material para establecerse, exclusiva-
mente, en el campo espiritual; pues tendrá que luchar contra los
espíritus que dominan este mundo tenebroso. Y, para que su lu-
cha sea victoriosa, la persona debe tener un buen «almacén» de
conocimientos de la Palabra de Dios pues es la única arma que
tenemos a nuestra disposición para vencer las huestes demonía-
cas, como está escrito:
«Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que
cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma
y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa

25
para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón»
(Hebreos 4:12).
El apóstol Pablo, con el objetivo de proporcionar las armas ne-
cesarias a todos los cristianos, nos da la receta de la armadura de
Dios (Efesios 6:10-18) y habla de Su Palabra como la verdadera
espada del Espíritu Santo.
El cristiano necesita tener conocimiento de esta Palabra para po-
der usarla eficazmente contra las fuerzas del mal. El propio Señor
Jesús quiso dejarnos ejemplo de esto cuando fue tentado por el
diablo en el desierto y se valió únicamente de Su Palabra para
vencerlo. Cabe destacar que Satanás, al ser consciente de esto,
también usó su conocimiento de la Palabra para tentarle (Mateo
4:1-11), sin embargo, la tónica de la victoria del Señor Jesús so-
bre Satanás fue exclusivamente «está escrito», citando a conti-
nuación una parte de las Escrituras.
Hemos tenido la oportunidad de ver la eficacia de la Palabra de
Dios al orar por personas perturbadas por espíritus malignos. Me
acuerdo de una mujer joven y fuerte que estaba poseída por una
legión de demonios; mis fuerzas físicas se habían agotado y la
chica continuaba poseída a pesar de haber clamado insistente-
mente en el Nombre de Jesús. Fue cuando, cité un fragmento de
la Palabra de Dios y ordené salir de aquel cuerpo a los demonios
con autoridad en el nombre del Señor Jesús, cuando la joven fue
liberada completamente.
No siempre usar el nombre del Señor Jesús resuelve el problema.
A veces es necesario recurrir a una cita bíblica para que los demo-
nios sepan que quien los está mandando salir conoce realmente
los derechos que el Señor le ha dado.
Para que el diablo obedezca, tiene que ver que el cristiano no
es ningún engreído que está intentando presumir delante de los
hombres a su costa, al contrario, Satanás tiene que ver que somos
personas de Dios y que, a través del Señor Jesucristo, tenemos
poder sobre los demonios y que somos conscientes de nuestras
responsabilidades mediante las promesas del Señor Jesús. Es por
esto que aconsejamos a todos que lean con frecuencia la Santa
Biblia y que, incluso, memoricen algunos versículos.

26 EN LOS PASOS DE JESÚS


Cómo leer la Biblia - Muchas personas se desaniman cuando em-
piezan a leer la Biblia porque no comprenden casi nada de lo
que están leyendo. Otras se pierden entre las genealogías y otros
temas del Antiguo Testamento. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que:
«Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar,
para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Timo-
teo 3:16).
Por lo tanto, por más difícil, complicado o cansado que parezca el
estudio de las Escrituras, aun así, es la Palabra de Dios y, lo que
no comprendamos hoy, mañana nos será aclarado. Lo importante
es que tengamos conocimiento de ella pues, tarde o temprano,
surtirá un efecto eficaz en la solución de nuestros problemas.
El lector no debe quedarse preocupado si no entiende muchos
pasajes bíblicos, pues nunca existió un hombre en este mundo
capaz de interpretar la Biblia en su totalidad. Quizás sea esta una
de las razones por la que existen tantas iglesias en el mundo, ya
que cada una interpreta las Escrituras a su manera.
A continuación le damos algunos consejos útiles para una correc-
ta lectura de la Biblia:
w Antes de abrir la Biblia haga una oración sincera al Espíritu
Santo para que le ilumine y le guíe en la lectura.
w Lea tres capítulos del Antiguo testamento y dos del Nuevo
Testamento todos los días.
w Escoja un lugar silencioso para leer.
w Lea sentado, nunca acostado.
w La lectura no debe ser rápida, al contrario, debe ser pausada
y prestando atención a la puntuación, algo muy importante para
entender mejor lo que está escrito.
w Fíjese en los verbos, ya que denotan la esencia, acción, pasión
o estado de la oración.
w Anote las palabras que no entienda y búsquelas en un dicciona-
rio para conocer su significado.

27
w Prosiga con la lectura aunque no entienda todo pues, en su mo-
mento, cuando vuelva a leer ese pasaje, lo verá más claro.
w Nunca deje para mañana los capítulos que tenga que leer hoy
porque, la acumulación de lectura, le desanimará. Recuerde que
el diablo hará todo lo posible para que desista de la lectura, ya
que sabe bien que si prosigue en la lectura tendrá más fe y estará
más capacitado para luchar en contra suya.
El único medio de aumentar nuestra fe y la de aquellos que
nos escuchan es memorizar pasajes bíblicos. Por muy bueno
que sea el testimonio de una persona, jamás surtirá el efecto de
la propia Palabra de Dios. Cuando utilizamos el testimonio de
alguien es con el objetivo de animar a los oyentes a que oren y
busquen en Dios la solución a sus problemas. Solo podremos
avivar y proporcionar más fe a las personas ministrando Su
Palabra.
«Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo»
(Romanos 10:17).
Muchos cristianos han sido ridiculizados ante la opinión públi-
ca al citar erróneamente pasajes bíblicos. Por ejemplo, ya he
oído a alguien decir que el Espíritu Santo descendió sobre los
discípulos en forma de viento cuando, en realidad, el Espíritu
Santo vino sobre los discípulos en forma de llama de fuego y
el sonido era como el de un viento impetuoso. De ahí la gran
necesidad de tener un conocimiento real de la Palabra de Dios,
tal y como nos amonesta el apóstol Pablo:
«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con preci-
sión la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15).
La persona que desee crecer en la gracia y en el conocimien-
to del Señor Jesucristo, además de ser un «vaso» elegido por
Dios, debe cuidar al máximo su vida espiritual y esmerarse en
conocer la Palabra de Dios, que es la base donde apoyamos
nuestra fe.
La Palabra de Dios es tan importante que el capítulo 119 en el
libro de Salmos está dedicado exclusivamente a su exaltación.
El propio Señor Jesús también habla acerca de Su palabra:

28 EN LOS PASOS DE JESÚS


«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán»
(Marcos 13:31).
Cuando la Reina Isabel II de Inglaterra estaba siendo corona-
da en la Abadía de Westminster, la parte más conmovedora de
la ceremonia fue cuando recibió un ejemplar de la Biblia. Al
entregarle el presente, el reverendo oficiante, le dijo: «Vuestra
Majestad, entrego a vos la cosa más preciosa que puedo daros».
Sin duda, es el obsequio más precioso que existe, pues es pro-
ducto de la inspiración divina.

Sabiduría Salvadora.
Aquellos que buscan la verdad con sinceridad no pueden dejar de
leer la Biblia, ella contiene la sabiduría salvadora que no existen
en ningún otro libro porque el cristianismo no está fundamentado
en un libro impreso, sino en una Persona viva. «Las Escrituras
testifican de Mí», dice Jesucristo en Juan 5:39. De hecho, el único
lugar donde obtenemos un conocimiento directo de esa Persona y
de Sus enseñanzas, es en la Biblia.
A continuación, enumeramos algunos de los fines o utilidades de
las Escrituras:
1º Las Escrituras son útiles para enseñar.
La Palabra le prepara para la vida. Su Palabra nos educa y nos
enseña acerca del camino a la verdadera vida que hay con Cristo.
Es imposible que la Iglesia exista sin la revelación bíblica. Su
Palabra nos concede sabiduría para la vida y es instrumento edu-
cador de la gracia de Dios, educándonos para que tengamos vida,
como dice Tito:
«Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos
de la carne, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente»
(Tito 2:12).

2º Las Escrituras son útiles para la reprensión.


En otras palabras, son útiles para hacernos ver los caminos erra-
dos de la vida. Son valiosas para convencernos y hacernos ver

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dichos caminos. Nos muestran la senda correcta, el camino de
la vida verdadera. La Biblia convence al hombre de su situa-
ción equivocada en cuanto a Dios y a la vida, llevándole a la
conversión por la acción del Espíritu Santo y le guía a Cristo y
al encuentro de una vida plena y abundante en Él.
Son muchas las personas que han experimentado esto. Las
Escrituras han abierto, a multitud de hombres y mujeres el
camino a Dios, ya que en ellas está la sabiduría salvadora,
la sabiduría que viene de Dios. No existe otro libro capaz de
transformar a prostitutas, pervertidos, ladrones, asesinos, dro-
gadictos o enfermos mentales, en criaturas piadosas, temero-
sas de Dios y útiles a la sociedad.

3º Las escrituras son útiles para corregirnos.


Todo en la vida (ideas, posiciones, comportamientos, ense-
ñanzas, teorías, teología, valores éticos, etc.), debe ser com-
probado y comparado con las enseñanzas bíblicas. Todo
aquello que vaya en contra de sus principios básicos debe ser
rechazado, pues la Palabra de Dios no solo corrige ideas, sino
que nos da las directrices a seguir para corregir la vida del
hombre, de las naciones y del mundo.
Todos nosotros debemos desarrollar nuestra capacidad inte-
lectual, conocer, especular, investigar, etc., pero todo debe
estar a la luz de Cristo. Todo debe ser puesto a prueba delante
del testimonio total de las Escrituras. Si esto sucediese real-
mente, mucho de lo que les ocurre a las personas, en cualquier
ámbito de sus vidas (en el hogar, en los grupos sociales, en las
relaciones humanas, a nivel nacional o universal...etc.) cam-
biaría.
La revelación divina en Cristo es la prueba que lleva al hom-
bre a confrontarse con Él y a someterse a la desvalorización
de todas las vanidades de este mundo. Cristo es la levadura
que desvaloriza y rompe las fronteras que nosotros mismos
hemos creado. Su Palabra es un instrumento corrector.

30 EN LOS PASOS DE JESÚS


4º Las Escrituras instruyen en la justicia.
Las Escrituras descubren al hombre el sentido de la justicia y le
preparan para la práctica de las buenas obras, para las que Dios
nos creó. La Palabra divina educa a la humanidad en el camino de
la justicia, que es una de las virtudes menos frecuentes en la vida
humana. Es la luz de la Palabra, cuya revelación final es Cristo,
la que nos lleva a la justicia.

Cuentan que, cierta vez, Federico el Grande, entonces rey de Pru-


sia, intentó extender los límites de sus jardines. Al lado de un
lindero había una propiedad que pertenecía a un molinero. Los
trabajadores del palacio pidieron al modesto productor de harina
que pusiera un precio a su tierra, pues el rey la necesitaba. El mo-
linero respondió que no la vendería, ya que el molino era tan suyo
como Prusia del rey. Federico, entonces, mandó llamar al moline-
ro e hizo todo lo posible para efectuar la compra. El molinero no
cedió y argumentó que allí habían muerto su abuelo y nacido sus
hijos. No lo vendería cualquiera que fuese el precio. Perdiendo la
paciencia, preguntó el poderoso monarca:
—¿Usted no sabe que puedo adueñarme de sus tierras sin pagar-
las?
—Podría si no hubiera justicia —dijo el molinero.
Federico, encantado con la respuesta, respondió:
—Vecino, quédese con sus tierras.
Un siglo después, un bisnieto del molinero, encontrándose con
dificultades económicas, hizo saber al gobernante que estaba dis-
puesto a vender su molino. El rey, descendiente de Federico, le
mandó el siguiente recado:
«Querido vecino:
El molino no es suyo ni mío, pertenece a la Historia. Es, por tan-
to, imposible, para nosotros, comprarlo y para usted, venderlo.
Pero, como los vecinos deben ayudarse mutuamente, le remito
una orden de pago que usted podrá retirar del banco».

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Es probable que hoy, después de algunos siglos, no exista ya ese
molino que quedó para siempre en la Historia como un símbolo
del sentimiento de justicia que debe prevalecer en el corazón de
los grandes hombres.
Dios es justicia y la Palabra de Dios, nos guía en el camino de
una vida donde habrá verdadera justicia en las relaciones entre
Dios y el hombre, los hombres entre sí, los grupos sociales y los
hombres y las naciones entre sí. Ella es fuente de justicia, que se
traduce en un nuevo tipo de vida y de relación.
La debemos estudiar no solo con vistas a nuestra propia edifica-
ción personal, sino para ser instrumentos usados por Dios para
salvar a otras personas, confortar vidas y despertar al hombre
para la justicia. Somos inflamados por Dios para una vida de res-
ponsabilidad y sensibilidad hacia nuestro prójimo.

32 EN LOS PASOS DE JESÚS


IV. LA ORACIÓN

La oración es el único canal del comunicación entre el hombre y


Dios. A través de ella nos mantenemos en comunión con nuestro
Señor Jesucristo.
Cuando hacemos una oración sincera y honesta estamos abriendo
nuestro corazón delante del Señor. Esta es la oración en espíritu
y en verdad a la que se refiere la Biblia. Cuando oramos así nos
damos cuenta de cuáles son nuestras mayores necesidades y lo
mucho que dependemos de Dios, además de fortalecernos espiri-
tualmente para salir victoriosos ante las tentaciones.
Como la oración es una expresión del alma humana a Su Creador,
no es necesario que sea erudita o sofisticada, ni llena de palabras
bonitas, porque Dios sabe exactamente quiénes somos, qué que-
remos y qué necesitamos; sólo necesita que hablemos de forma
sencilla, objetiva y con la máxima humildad.
La oración solamente será eficaz, es decir, recibirá respuesta, si
hablamos con Dios con la certeza de que sus oídos están atentos
a nuestro clamor. Si esto no sucede mientras oramos, nuestras
palabras serán en vano. Por eso, el ambiente en el que oremos
debe ser el adecuado para que podamos concentrarnos en lo que
estamos haciendo.
Cuando el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos la oración del Pa-
dre Nuestro no pretendía que la usásemos literalmente cada vez
que hablásemos con Dios, al contrario, su intención era dejarnos
el ejemplo de cómo debemos comunicarnos con nuestro Padre
Celestial.

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Características de la oración.
Son muchos los aspectos que podríamos considerar en la ora-
ción pero vamos a simplificarlos y a dividirlos en tres partes:
w 1º Adoración.
w 2º Petición.
w 3º Agradecimiento.

1. La adoración.
La adoración es esencial para poder entrar en la presencia de
Dios. Enriquece nuestra humildad, además de mostrar la since-
ridad del alma, dignificando, honrando y magnificando todavía
más a nuestro Señor y Dios. Cuando entramos en la presencia
de Dios con adoración, estamos reconociendo Su Santidad.

Estos son algunos ejemplos de oraciones que alcanzaron su ob-


jetivo:
w La oración de Ezequías (2 Reyes 19:14-19).
w La oración de Elías (1 Reyes 18:36).
w La oración de David (Salmos 8:9; 19y ss.).
w la oración del Señor Jesús (Mateo 6:9).
w La oración de la Iglesia Primitiva (Hechos 4:24-31).
w La oración del leproso (Marcos 8:2).
w La oración de la mujer cananea (Mateo 15:22).
w La oración de Jairo (Marcos 5:22-23).

En todas estas oraciones podemos comprobar que, lo primero


que se hizo, fue adorar.
Si, en este mundo vil, donde no existe ni una persona perfec-
ta, hay honra y honor por parte de aquellos que se consideran
inferiores hacia sus superiores, como por ejemplo los jueces

34 EN LOS PASOS DE JESÚS


que son tratados como «ilustrísimos» o los presidentes, sena-
dores, diputados, gobernadores, alcaldes, etc., que son tratados
como «excelentísimos»; con mayor razón debemos entrar en
la presencia de Dios con toda la honra, gloria y alabanzas que
podamos darle, ya que Él, y solamente Él, es digno de toda
nuestra adoración.
Nuestra adoración también provoca milagros extraordinarios
en nuestras vidas. Fue lo que ocurrió con los apóstoles Pablo y
Silas cuando estuvieron presos y encadenados. Comenzaron a
orar y a cantar alabanzas a Dios, mientras que los compañeros
de prisión escuchaban. De repente, hacia la media noche, hubo
un temblor en la tierra que sacudió los cimientos de la cárce,
entonces se abrieron las puertas y las cadenas de todos los pre-
sos se soltaron (Hechos 16:24-26).
La verdad es que nuestra alabanza a Dios es Su alimento. Así
como como el perfume de las flores atrae a las abejas, nuestras
alabanzas y adoración, como el incienso, atraen la presencia de
Dios hasta nosotros. Por eso, antes de realizar cualquier peti-
ción al Señor, debemos atraerlo con nuestras alabanzas.

2. La petición.
El Señor Jesús, antes de enseñarnos la oración del Padre Nues-
tro, afirmó:
«... porque Dios, vuestro Padre, sabe lo que necesitáis, aun an-
tes de habérselo pedido» (Mateo 6:8).
La verdad es que Dios conoce nuestros pedidos antes de exte-
riorizarlos pero es necesario que pidamos porque, cuando rea-
lizamos nuestros pedidos, estamos despertando nuestra fe, en
busca de un contacto más cercano con Dios. Cuando recibimos
la respuesta a nuestra oraciones, el Señor recibe aún más gloria
de nuestra parte. De ahí que, cuanto más pidamos, más recibi-
remos y más glorificaremos al Señor. Esta es la razón por la que
el Señor Jesús dice:
«Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para
que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Juan 14:13).

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Esto quiere decir que nuestras peticiones glorificarán a nuestro
Padre a través de nuestro Salvador Jesús.

QUÉ PEDIR Y QUÉ NO PEDIR.


Nuestros pedidos delante de Dios no tienen ningún valor si no
tienen un objetivo. Tenemos que considerar si van a glorificar a
Dios a través de nosotros en Cristo Jesús o si servirán para apar-
tarnos de Dios, esto es, con los placeres de la carne.
Santiago nos advierte al respecto diciendo:
«¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros?
¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros
miembros? Codiciáis y no tenéis, por eso cometéis homicidio.
Sois envidiosos y no podéis obtener, por eso combatís y hacéis
guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque
pedís con malos propósitos, para gastarlo en vuestros placeres.
¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es
enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del
mundo, se constituye enemigo de Dios» (Santiago 4:1-4).
¿Cuántas veces insistimos pidiéndole a Dios alguna cosa cre-
yendo que era buena para nosotros y, cuando la recibimos, nos
arrepentimos?
Todas las peticiones que hagamos a Dios deben estar de acuerdo
con las Escrituras Sagradas y con la voluntad de Dios. Por ejem-
plo, la curación de una enfermedad, es la voluntad de Dios; tanto
es así que, tal y como está escrito en la Biblia, el propio Señor
Jesús la realizó en todos aquellos que se acercaron a Él con ese
objetivo. Una situación económica estable es también una pro-
mesa de Dios conforme a las palabras del Señor Jesús, así como
la paz celestial. Por lo tanto, podemos hablar con Dios y pedir
todo aquello que esté dentro de estos parámetros:
w Bendición física o curación divina.
w Bendición económica: Poder adquisitivo suficiente para cubrir
todas nuestras necesidades materiales.
w Bendición espiritual: La salvación eterna en Cristo Jesús.

36 EN LOS PASOS DE JESÚS


Muchas personas que vienen a pedir una bendición para sus vidas
se quedan esperando eternamente y no reciben nada. ¿Por qué?
Existen miles de bendiciones prometidas en la Biblia pero, si la
persona no es explícita en aquello que realmente quiere, el Señor
no podrá atenderla. Si desea un sueldo mejor, debe decírselo al
Señor; si su deseo es tener un coche nuevo, tiene que pedírselo al
Señor, especificando incluso la marca y el modelo, si fuera nece-
sario. ¡Debemos saber pedir, si queremos recibir!

3. Los agradecimientos.
Creo que esta parte tan importante no necesita comentarios. Un
sentimiento de agradecimiento a Dios nunca podrá olvidarse
por aquellos que experimentan las bendiciones de Dios. Cuando
agradecemos anticipadamente a Dios por una bendición, estamos
poniendo a prueba nuestra fe en Su Santa Persona.
Nada de lo que pidamos tendrá resultado si no usamos la «llave»
para ser atendidos, que es el nombre del Señor Jesucristo, como
Él mismo declara en Su Palabra:
«Y todo lo que pidiereis en mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:13).
Dios Padre nos atiende debido al nombre de Su Hijo. ¡Este Nom-
bre es el secreto del milagro de cada día!

37
38 EN LOS PASOS DE JESÚS
V. EL PERDÓN

Nadie que desee andar tras los pasos del Señor Jesús debe ignorar
o despreciar una de las mayores y más sublimes leyes morales: el
perdón. El cristianismo jamás podría sobrevivir y no tendría nin-
gún sentido hasta la venida de Jesucristo, si el espíritu del perdón
no pudiese operar en el interior del ser humano.
La Biblia nos enseña que Dios puede entender nuestros fallos,
errores y debilidades, pero nunca podrá aceptar a quien se niegue
a practicar el perdón, porque la persona que se niega a perdonar
está siendo injusta consigo misma, ya que todos cometemos erro-
res. El corazón perdonador siempre encontrará una salida para
redimirse delante de Dios y de los hombres pero el inflexible ja-
más será salvo.
Cuando cultivamos un resentimiento contra alguien estamos per-
mitiendo que la simiente del mal brote en nosotros y, cuanto más
tiempo la dejemos intacta, más difícil será arrancarla. No sirve
de nada intentar olvidarla o esconderla, tras obras de caridad por-
que, antes o después, brotarán sus hojas y, en consecuencia, sus
frutos nocivos. Esta es una de las razones por la que afirmamos
que el perdón, más que una virtud, es una gran necesidad.

El deudor sin compasión


La Biblia está repleta de pasajes donde Dios muestra Su carácter
misericordioso ante los errores y pecados humanos. El Señor Je-
sús, durante Su ministerio, nos dio ejemplos de cómo debemos
comportarnos con los demás cuando cometen fallos. Todos Sus
milagros muestran su compasión hacia los hombres pecadores. Y,
así como Él se manifestó a los hombres sin tener ninguna deuda

39
con ellos, nos pide que cada uno de nosotros tenga la misma ac-
titud hacia nuestro prójimo.
«Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey
que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al comenzar a ajus-
tarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Pero
no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran,
junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la
deuda. Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: “Ten
paciencia conmigo y todo te lo pagaré.” Y el señor de aquel sier-
vo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. Pero al salir
aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien
denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: “Paga lo que
debes.” Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba,
diciendo: “Ten paciencia conmigo y te pagaré.” Sin embargo, él
no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo
que debía. Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pa-
sado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo
lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo:
“Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me supli-
caste. “¿No deberías tú también haberte compadecido de tu con-
siervo, así como yo me compadecí de ti?” Y enfurecido su señor, lo
entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así
también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de
corazón cada uno a su hermano» (Mateo 18:23-35).
La aplicación de esta parábola ilustra muy bien la difícil ley del
perdón, que debe ser practicada por cada seguidor del Señor Je-
sús, cueste lo que cueste y duela lo que duela. Con esto apren-
demos que nadie podrá tomar posesión del Reino de los Cielos
si mantiene en su corazón un sentimiento de rencor contra su
prójimo. Además, el modelo de oración que el Señor Jesús nos
dio, afirma:
«... y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros per-
donamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12).
Por eso, si deseamos recibir el gran perdón de Dios, debemos
perdonar los pequeños errores que los demás cometen con no-
sotros. Por mayor que sea la falta cometida por alguien, siempre
será considerada mínima delante de las faltas que nosotros hemos
cometido contra Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

40 EN LOS PASOS DE JESÚS


El deber del cristiano es amar y perdonar a su enemigo en todo
momento. El propio Dios es nuestro gran ejemplo de perdón:
Dios, por medio de Cristo, perdonó a los hombres, quienes por sí
mismos no merecían ser perdonados.
El Señor Jesús nos enseña acerca de la reconciliación entre una
persona y su «hermano» que le ofendió. La palabra «hermano»
en este contexto se refiere a un hermano en la fe y no en la sangre.
Cuando la enseñanza sobre el perdón fue presentada por prime-
ra vez se refería, sin duda, a la reconciliación entre judíos. Esta
enseñanza sigue siendo válida como un patrón de reconciliación
entre los hombres.
En Mateo 18:22, la enseñanza es tan incisiva que, a muchos cris-
tianos, les gustaría ignorarla. En el versículo 21, Pedro pregunta
esperanzado:
«Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque con-
tra mí? ¿Hasta siete veces?»
Pedro sabía que debía perdonar a su hermano pero tenía esperan-
zas de que hubiera un límite para tal perdón. Muchos cristianos
en nuestros días desearían también que existiese un límite pero,
de la misma manera que la clemencia divina es ilimitada, nuestro
perdón también debe ser ilimitado.
Cristo le respondió a Pedro que el límite no era siete veces sino
setenta veces siete o lo que es lo mismo: 490 veces (versículo
22). Este no es un número mágico, ni quiere decir que si alguien
nos ofende 491 veces tenemos el derecho de vengarnos. ¡Nada
de eso! ¡Lo que Cristo quería enseñarnos era que el perdón debe
ser ilimitado!
Este mandamiento no es fácil de aceptar y mucho menos de prac-
ticar. La mayoría de nosotros estamos dispuestos a perdonar al
ofensor una o dos veces pero, si continúan ofendiéndonos, ense-
guida comenzamos a dudar de la sabiduría del perdón. Comen-
zamos a sentir que se están aprovechando de nuestra bondad y
tenemos ganas de hacerles pagar el mal que cometieron contra
nosotros.
Si la persona se arrepiente y desea sinceramente nuestro perdón,
estamos obligados a concederlo. Esto no sería posible si Dios

41
dejase al cristiano luchar con sus propias fuerzas pero Él dio su
Santo Espíritu para hacer morada en en el interior de Sus siervos
fieles. Si la persona vive en el poder del Espíritu Santo, recono-
cerá la verdad de las palabras del apóstol Pablo a los filipenses:
«Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el
hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
Del mismo modo, Dios no exige pago por su perdón. La vida
eterna es don gratuito del Creador para todos los que le buscan
(Romanos 6:23).
Vea, sin embargo, lo que hizo el siervo que no perdonó (Mateo
18:29-30). Este rogó que su gran deuda le fuera perdonada pero
rehusó perdonar a su consiervo una deuda mucho menor; incluso
se negó a dejarle trabajar para saldar su deuda y lo mandó a la
cárcel.
¡Qué siervo tan ingrato! Decimos cuando leemos esta parábola
pero ¿acaso no hemos tenido alguna vez la misma actitud que
este siervo? En Cristo, Dios nos perdona totalmente pero, a ve-
ces, obramos como ese siervo desagradecido y renunciamos a
perdonar a nuestros hermanos en Cristo por los males que nos
causan, a pesar de haber sido liberados del castigo de nuestros
pecados por el perdón de Dios.
Dios no pide simplemente que el cristiano perdone las transgre-
siones de los hombres, sino que lo exige como una condición
para poder recibir Su perdón. Esto está claramente explicado en
Mateo 6:14-15. El cristiano debe ser compasivo para poder reci-
bir la compasión de Dios. No se trata de meras palabras sino de
algo que debe brotar del corazón (Mateo 18:35).
Si esta exigencia le parece muy difícil de cumplir, lea la pregunta
de los discípulos y la respuesta de Cristo en Mateo 6:14;15. Y,
recuerde que, el Dios que puede perdonarnos es también el Dios
que:
«Es poderoso para guardarnos sin caída y presentaros sin man-
cha delante de su gloria con gran alegría» (Judas 24).
El espíritu de la intolerancia no es algo que haya surgido recien-
temente, sino que vive en el hombre desde el comienzo de los

42 EN LOS PASOS DE JESÚS


tiempos y ha ennegrecido la Historia con muertes, guerras y otra
serie de males.
Hemos observado, en numerosas ocasiones, personas, aparente-
mente cristianas, que se colocan un velo cristiano para mostrar al
mundo su fe. Viven de manera desgraciada, en busca de alguien
que le de una palabra que venga al encuentro de sus aspiraciones.
Ven a otras personas crecer en la fe y en el conocimiento del
Señor Jesús pero, ellas, siguen estancadas en el desarrollo de su
vida espiritual simplemente porque no practican la ley del perdón
y porque albergan malos sentimientos en sus corazones contra
otra persona, razón por la cual su fe no le trae ningún beneficio.

Airaos, pero no pequéis


En una sociedad podrida, corrupta e injusta como en la que vivi-
mos difícilmente podremos pasar los días sin cometer algún error
y tenemos que admitir que, algunas veces, somos cogidos por
sorpresa por sentimientos de ira e indignación por no soportar el
abuso o la amenaza de la injusticia contra el ser humano. Algunos
teólogos lo llaman la «justa indignación» por la que el auténtico
cristiano tiene que pasar. Esta «justa indignación» puede venir de
parte de Dios, como fue el caso del Señor Jesús:
«Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que
vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cam-
bistas, y las sillas de los que vendían palomas» (Mateo 21:12).
Pero también puede ser de parte del hombre. Sin embargo, jamás
debe servir como permiso o pretexto para cualquier otra forma de
enojo, lo que, además, es muy común entre los que militan en la
carne o los incrédulos, que se aman más a sí mismos que a Dios
y, por eso, practican todo tipo de enfados, debido al egoísmo que
reina en sus corazones. Este tipo de ira es diferente de la que la
Biblia no condena.
Como cristiano puedo airarme por las injusticias cometidas con-
tra el pueblo de Dios en defensa de Su Obra, por el cuidado de Su
casa, etc., pero nunca buscando beneficios propios. No son pocos
los que dicen ser de Dios y que, a menudo, han distorsionado el
propósito de Su palabra:

43
«Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro eno-
jo» (Efesios 4:26).
Creo que la ira de la que habla la Biblia es la que experimentamos
durante nuestro ministerio de la Palabra de Dios cuando vemos
tanta miseria y dolor. También cuando oímos verdaderas aberra-
ciones de Satanás a través de personas que están poseídas por
entidades infernales. En esos momentos me lleno de cólera en lo
más íntimo de mi ser contra el diablo y sus demonios. Cuando leo
en los periódicos respecto a los políticos que quieren hacer leyes
para obligar a los niños de primaria a estudiar espiritismo, algo
totalmente contrario a las Sagradas Escrituras, la ira se enciende
en mí. Esta es la ira que nos está permitido sentir.
Martín Lutero confesó un día: «Cuando estoy airado puedo escri-
bir, orar y predicar bien pues es cuando todo mi temperamento
está despierto, mi entendimiento abierto y todas las preocupacio-
nes y tentaciones mundanas desaparecen».
Cuando la ira se aparta de los moldes bíblicos, esto es, cuando es
fruto del egoísmo, debemos tratarla con mucho cuidado para no
dejar que produzca un sentimiento de rencor. Por eso, el apóstol
Pablo continúa amonestándonos a fin de que no dejemos que el
sol se ponga sin que hayamos sacado el enfado de nuestro cora-
zón. Naturalmente, lo que quiere decir es que, cuando seamos
asaltados por la ira, cualquiera que sea el motivo, debemos pro-
curar que dure poco para que no nos perjudique a nosotros ni a
los demás.
El rey David afirma:
«Temblad, y no pequéis, meditad en vuestro corazón estando en
vuestra cama, y callad» (Salmos 4:4).
El sentimiento de ira debe tener poca duración, de lo contrario,
construirá un castillo de males que será mucho más difícil de
derribar con el perdón.
Recuerdo que un día una señora vino a la iglesia a pedir ayuda
porque había sufrido durante toda su vida de casada y, este su-
frimiento, empeoró después de separarse del marido. Por si esto
fuera poco, la señora traía consigo dolores, enfermedades, pro-
blemas económicos, angustia y otras aflicciones.

44 EN LOS PASOS DE JESÚS


Pasaron los meses y, después de haber realizado varias cadenas
de oración en la iglesia, su vida mejoró notablemente. Su situa-
ción económica se estaba recuperando y las enfermedades ha-
bían cesado pero todavía faltaba una cosa por desechar, pues no
se encontraba totalmente feliz, que es la voluntad de Dios para
nosotros. Le pregunté si tenía algún resentimiento hacia alguien
y, después de responder que sí, le aconsejé que quitara aquel sen-
timiento de su corazón, pues jamás sería totalmente bendecida si
no lo hacía, además de tener que enfrentarse a futuros problemas
si no lo hiciese. Ella me preguntó: «¿Cómo puedo hacer eso si no
siento el deseo sincero de perdonar?» Entonces le aconsejé que
pidiera ayuda al Espíritu Santo y Él lo haría posible.
Y, gracias a Dios, la señora no solo perdonó a su marido, sino que
logró volver con él después de diez años de separación. Ahora,
sus hijos también están con sus corazones en el Señor. Hoy hay
alegría, paz y vida abundante en el hogar, porque el espíritu del
perdón hizo posible la actuación del Espíritu Santo en su familia.

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46 EN LOS PASOS DE JESÚS
VI. LA SUMISIÓN

La sumisión es un comportamiento humilde ante las autorida-


des constituidas. En nuestro caso, tenemos que tener una actitud
resignada ante la autoridad espiritual constituida por Dios. Tene-
mos muchos ejemplos en la Biblia de autoridades constituidas
por Dios y de insubordinaciones y rebeliones realizadas por ter-
ceros que querían ocupar el lugar de las autoridades, sin la más
mínima dirección del Espíritu Santo. De ahí las consecuencias
drásticas y nefastas de los casos que vamos a ver a continuación:

Dios y Lúcifer
«... y seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:14).
Debido a su codicia, Lúcifer (que quiere decir «lleno de luz») se
convirtió en Satanás o el diablo, únicamente, por su rebelión y
rebeldía contra la autoridad suprema de Dios. Por eso, las conse-
cuencias fueron terribles en todos los aspectos. Una de ellas fue
arrastrar a la tierra a la tercera parte de los ángeles que estaban en
el Cielo, conforme relata el libro del Apocalipsis:
«Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las
arrojó sobre la tierra» (Apocalipsis 12:4).
Aquel que sigue a un rebelde o insumiso se vuelve tan rebelde
o insumiso como él y, el castigo que recaiga sobre el líder, re-
caerá sobre aquel que le sigue. La cola del dragón, o de Satanás,
representa su rebelión, la cual llevó cautiva consigo a la tercera
parte de los ángeles, o estrellas del cielo, que hoy son llamados
demonios. Y así ha sucedido a través de los tiempos: aquellos
que se rebelaron contra la autoridad constituida por Dios lo hi-

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cieron contra el propio Dios y, por eso, recogieron los frutos de
la desobediencia. No solo ellos, sino también aquellos que les
siguieron y seguirán.

Moisés y Miriam
Moisés fue constituido autoridad sobre todo el pueblo de Israel,
a pesar de haberse resistido a aceptar el liderazgo que Dios le
imponía al principio. Podemos sentir el drama de Moisés delante
de Dios en el capítulo 4 del libro de Éxodo. Fue en medio del
desierto, en medio de muchas tribulaciones, problemas y difi-
cultades, donde se dio una de las grandes rebeliones contra el
siervo de Dios. Es interesante notar que las rebeliones o insumi-
siones se dan solamente cuando más se necesita de la unión y la
colaboración de todos. Moisés estaba enfrentándose a un gran
problema: el pueblo judío ya estaba cansado y harto del maná,
querían carne pero, en el desierto, no había ningún animal que
pudiesen matar y comer.
El pueblo empezó a quejarse en contra de Dios y de Moisés di-
ciendo que en Egipto, aun siendo esclavos, tenían mucho pesca-
do, frutas, verduras, hortalizas, etc., y que «ahora nuestra alma
se seca, pues nada sino maná ven nuestros ojos» (Números 11:5-
6).
Miriam y Aarón, aprovechándose de los problemas que estaba
enfrentando Moisés y de su debilidad al haber tomado por mujer
a una etíope, intentaron llevar al pueblo a una rebelión contra el
ungido del Señor, diciendo:
«¿Solamente por Moisés ha hablado el Señor? ¿No ha hablado
también por nosotros?» (Números 12:1-2).
Las insubordinaciones comienzan normalmente de esta forma:
«que si “fulano” tiene el Espíritu Santo, yo también lo tengo;
entonces, si Dios hace la obra a través de Él, la hará también a
través de mi... por lo tanto, no necesito estar por debajo de su
autoridad y, mucho menos, tengo que dar cuenta de mis actos
a nadie...» y si alguien que está a su lado no está aún liberado
le dará ciertos «consejos» sin darse cuenta de que está siendo
inspirado por Satanás. Una vez que se pone de acuerdo con

48 EN LOS PASOS DE JESÚS


una persona, vendrá otra y, luego, otra y otra... hasta que la
rebelión o la insubordinación comienza a irradiar sus efectos
diabólicos:
«Y el Señor de repente dijo a Moisés, a Aarón y a Miriam: Salid
vosotros tres a la tienda de reunión. Y salieron los tres. Entonces
el Señor descendió en una columna de nube y se puso a la puerta
de la tienda; y llamó a Aarón y a Miriam. Y cuando los dos se
adelantaron, El dijo: Oíd ahora mis palabras: Si entre vosotros
hay profeta, yo, el Señor, me manifestaré a él en visión. Hablaré
con él en sueños. No así con mi siervo Moisés; en toda mi casa
él es fiel. Cara a cara hablo con él, abiertamente y no en dichos
oscuros, y él contempla la imagen del Señor. ¿Por qué, pues, no
temisteis hablar contra mi siervo, contra Moisés? Y se encendió
la ira del Señor contra ellos, y El se fue» (Números 12:4-9).
Cualquier procedimiento contra la autoridad instituida por Dios,
aunque a nuestro parecer haya cometido un error, es peligroso.
Por ejemplo, si cometo una injusticia con mis hijas, aunque esté
obrando mal, no dejo de ser su padre ni pierdo mi autoridad como
tal. Así mismo, aunque el pastor haya sido injusto con sus ovejas
o haya cometido algún pecado, aun así, continúa siendo un ungi-
do del Señor y, sus errores le serán cobrados por el propio Dios
a su momento.
Nadie tiene el derecho de rebelarse contra la autoridad instituida
por Dios pues, Él mismo es el que se encarga de tomar las medi-
das necesarias para hacerle salir o dejarle que permanezca en su
posición de autoridad espiritual. Lo que jamás debe hacer nadie
es pensar en ponerse en el lugar de Dios y actuar en contra del
ungido del Señor y, mucho menos, hacer comentarios negativos
respecto a su autoridad espiritual.
Veamos el caso del pueblo de Israel: La rebelión de Miriam tenía
fundamento, ya que Moisés se había equivocado cuando tomó
por mujer a una mujer etíope. Primero, porque ya tenía mujer
y, segundo, porque la nueva mujer no pertenecía al pueblo de
Israel. Sin embargo, la actitud que adoptaron, tanto Miriam como
Aarón, no era la correcta porque se pusieron en el lugar de Dios
y juzgaron a Moisés. A raíz de esto, Miriam contrajo lepra en la
mitad de su cuerpo y, después de que Moisés orase a su favor, fue

49
desterrada del campamento durante siete días y, aun siendo her-
mana de Aarón, fue humillada por causa de su acción. Es de suma
importancia que el cristiano se mantenga en una total y completa
sumisión porque sino es capaz de someterse a quien ve, mucho
menos podrá someterse al Señor Jesús, a quien no ve.

Moisés y Coré
Coré, Datán y Abiram, junto con 250 hombres principales de la
congregación, se levantaron contra Moisés y Aarón y les dijeron:
«¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos
son santos, y el Señor está en medio de ellos. ¿Por qué, entonces,
os levantáis por encima de la asamblea del Señor?» (Números
16: 2-3).
Otra vez nos encontramos a Moisés con problemas de insumi-
sión entre su pueblo pero, esta vez, las consecuencias fueron aún
peores. Yo creo que esta segunda gran rebelión tuvo su origen en
la semilla insumisa que Miriam plantó en el corazón de muchos.
Más de 15 mil personas, incluyendo mujeres y niños que no te-
nían nada que ver con aquello, perecieron por la rebeldía contra
un siervo del Señor.
Lea el capítulo 16 del libro de Números y verá que las conclusio-
nes son notables. Podemos encontrar muchos casos de rebeldías e
insumisiones en la Biblia de los que podemos sacar todo el prove-
cho necesario para no caer en la misma trampa. Cuando el Señor
Jesús comenzó a enseñar a Sus discípulos, la primera lección fue
precisamente sobre la humildad:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el rei-
no de los cielos» (Mateo 5:3).
¿Qué es la humildad sino una actitud respetuosa, sumisa y obe-
diente? El Señor Jesús sabía que la primera cosa que los discípu-
los tenían que aprender era la humildad, o sea, la sumisión, pues
¿cómo podría la Obra de Dios expandirse por este mundo si no
hubiera una disposición de reverencia humilde para acatar las de-
cisiones de las autoridades instituidas por Dios?
Por tanto, «...servíos por amor los unos a los otros» (Gálatas 5:13).

50 EN LOS PASOS DE JESÚS


VII. LA DISCRECIÓN

La discreción es una de las virtudes que no debe olvidarse cuan-


do hablamos del comportamiento espiritual que el cristiano debe
mantener delante del Señor Jesús. De hecho, si no hubiese una
perfecta relación horizontal, esto es, de los unos con los otros,
difícilmente podría haber una relación vertical, es decir, una per-
fecta comunión entre el hombre y Dios en toda su plenitud.
Abordaremos este asunto de manera resumida pero servirá de
base para una vida llena de las bendiciones de Dios.

La desnudez de Noé
«Entonces Noé comenzó a labrar la tierra, y plantó una viña. Y
bebió el vino y se embriagó, y se desnudó en medio de su tienda. Y
Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y se lo contó
a sus dos hermanos que estaban afuera. Entonces Sem y Jafet
tomaron un manto, lo pusieron sobre sus hombros, y caminando
hacia atrás cubrieron la desnudez de su padre; y sus rostros es-
taban vueltos, y no vieron la desnudez de su padre. Cuando Noé
despertó de su embriaguez, y supo lo que su hijo menor le había
hecho, dijo: Maldito sea Canaán; siervo de siervos será para sus
hermanos. Dijo también: Bendito sea el Señor, el Dios de Sem;
y sea Canaán su siervo. Engrandezca Dios a Jafet, y habite en
las tiendas de Sem; y sea Canaán su siervo» (Génesis 9:20-27).
La desnudez de la que trata la narración bíblica se refiere a los
fallos o errores del padre espiritual dentro de la comunidad cris-
tiana, es decir, la Iglesia. El líder espiritual, el pastor o cualquier
otra persona con autoridad espiritual, tiene la obligación espiri-
tual de ser un ejemplo para las demás personas, así como el Señor
Jesús fue un ejemplo para sus discípulos.

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El líder espiritual de la comunidad representa al propio Jesús y,
por eso, todos sus fallos, errores y defectos jamás deben ser pues-
tos en evidencia.
Fíjese que, en esta narración, no se está juzgando la actitud de
Noé al embriagarse y estar desnudo en la tienda ni mucho menos,
que tal desnudez fuera descubierta por su hijo más joven, sino
la manera de actuar de éste con sus hermanos. Cam no debería
haber dicho jamás a sus hermanos que había visto a su padre
desnudo y esto sirve también para la Iglesia. Nadie debería sacar
a la luz los errores de su padre espiritual y, mucho menos, de sus
propios hermanos.
Si por casualidad ocurriera algún incidente en nuestra Iglesia se-
mejante al de Cam, jamás deberíamos comunicárselo a las demás
personas ya que no todas tienen una estructura espiritual lo sufi-
cientemente fuerte para soportar tal carga.
Todos los cristianos tenemos nuestra desnudez. Nadie es perfecto
ni puede considerarse como tal. El Espíritu Santo sabe perfecta-
mente quiénes somos y, nuestra desnudez, está siempre delante
de Sus ojos, aun así, desea hacer morada en nosotros. Entonces,
¿quién se ve con el derecho de revelar nuestra desnudez?
Podemos verificar en este pasaje que Cam no mintió a sus herma-
nos pero no por eso dejó de cometer un gran pecado, al punto de
dejar para su descendencia una herencia de maldición. Que esto
sirva de lección a todos los que, aunque digan la verdad, tienen la
costumbre de divulgar los errores de sus hermanos.
Esto es muy común en las personas que, aun estando llenas de
fe, no consiguen controlar los impulsos de su lengua ante ciertas
«oportunidades» que Satanás les presenta. Por eso hay muchas
personas hoy en el infierno y no son pocas las que irán a parar
allí por el simple hecho de tomar partido de la desnudez de otros.
El apóstol Santiago nos amonesta mucho en cuanto a los pecados
de la lengua y a nuestro deber de frenarla:
«Porque todos tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tro-
pieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de re-
frenar todo el cuerpo. Ahora bien, si ponemos el freno en la boca
de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos también todo

52 EN LOS PASOS DE JESÚS


su cuerpo. Mirad también las naves; aunque son tan grandes e
impulsadas por fuertes vientos, son, sin embargo, dirigidas me-
diante un timón muy pequeño por donde la voluntad del piloto
quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin
embargo, se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran bosque
se incendia con tan pequeño fuego! Y la lengua es un fuego,
un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros
miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por
el infierno e inflama el curso de nuestra vida. Porque todo gé-
nero de fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se
puede domar y ha sido domado por el género humano, pero
ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulen-
to y lleno de veneno mortal. Con ella bendecimos a nuestro
Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han
sido hechos a la imagen de Dios; de la misma boca proceden
bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así»
(Santiago 3:2-10).

El Señor Jesús dice:


«¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al estóma-
go y luego se elimina? Pero lo que sale de la boca proviene del
corazón, y eso es lo que contamina al hombre» (Mateo 15:17-
18).
Entonces, si Dios considera la lengua humana como un fuego y
un mundo de iniquidad, tenemos que tener el máximo cuidado
de filtrar nuestras palabras, a fin de no poner la «mies del Se-
ñor» en las llamas del infierno. Por eso, nos corresponde a cada
uno de nosotros que nos consideramos cristianos verdaderos,
no poner más leña en ese fuego, sino apagar las llamas con el
«agua de la Vida» que habita en nosotros. Porque está escrito:
«El que cubre una falta busca afecto, pero el que repite el
asunto separa a los mejores amigos» (Proverbios 17:9).
Realmente, cuando la Biblia se refiere a la discreción sobre el
pecado ajeno, lo hace para no poner en juego las muchas vidas
que fueron rescatadas por la sangre de Cristo. Hemos visto a
muchas personas abandonar la fe cristiana por haberse enterado
de errores o pecados que cometieron hermanos o pastores en

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un momento de debilidad. Y no es que debamos encubrir sus
fallos o que estemos aprobando sus actitudes equivocadas, al
contrario, las desaprobamos y, por eso, queremos que queden
sepultadas.
La desnudez de Noé siempre existió, existe y existirá, ya que
todo hombre está hecho de carne. El primer retrato de desnudez
lo encontramos en Adán. En aquel momento, Adán escuchó la
voz del Señor en el jardín y, como estaba desnudo, tuvo miedo
y se escondió (Génesis 3:10). Dios tuvo que sacrificar un animal
para hacer, con su piel, una vestimenta para Adán y Eva (Gé-
nesis 3:21). Ahora nuestra desnudez está cubierta con la sangre
del Cordero de Dios, es decir, Jesucristo. ¡Aleluya! Por eso no
debemos de tener miedo, ni de escondernos por ella; a no ser que
alguien quiera descubrirla para que seamos objeto de vergüenza.
La única persona que está interesada en avergonzarnos delante de
Dios y del mundo es el propio Satanás por lo que debemos unir
nuestras fuerzas para encubrir los errores de nuestros hermanos
en la fe, para que el diablo no consiga ninguna victoria a través
de los seguidores del Señor Jesús.
Cuando se divulga por una comunidad cristiana la falta grave de
un hermano o pastor, surgen grandes divisiones, cumpliéndose lo
que el Señor Jesús dijo:
«Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: Todo reino divi-
dido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida
contra sí misma no se mantendrá en pie» (Mateo 12:25).
De hecho, si un hermano o un pastor comete un pecado grave
y este pecado llega a oídos del pueblo, naturalmente, surgirá la
comprensión y el amor por parte de unos y la repulsa y la indig-
nación por parte de otros, dando inicio a la división y, consecuen-
temente, a la destrucción de aquella comunidad.
Si el hermano o pastor que está cometiendo el error permanece en
el anonimato, el propio Espíritu Santo se encargará de solucionar
el problema. Dios no permitirá que su hijo se quede desnudo y
venga a ser motivo de tropiezo para los demás hijos, por eso, ha-
blará en su corazón por medio Su palabra, que penetra de manera
tan eficaz que dispensa la ayuda de terceros.

54 EN LOS PASOS DE JESÚS


Podemos comparar esas actitudes condenables de divulgación de
errores ajenos entre cristianos con un partido de fútbol. Los se-
guidores de Jesús se enfrentan a los seguidores de Satanás y, des-
pués de varias tentativas de meter gol, de repente, un jugador del
equipo cristiano mete gol en propia portería. Para poder ganar ese
partido el esfuerzo va a tener que ser mucho mayor y, la victoria,
a veces, acaba siendo del diablo; es decir, la iglesia se disuelve,
cada uno se va por su lado y, el Pastor Amado, que es Jesús, acaba
perdiendo numerosas ovejas.
Hermano y amigo, seamos prudentes en nuestra manera de ha-
blar:
«Porque todos tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tro-
pieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de
refrenar todo el cuerpo» (Santiago3:2).
Utilicemos nuestra boca, exclusivamente, para avergonzar a Sa-
tanás, nuestro enemigo, y bendecir el nombre del Señor Jesu-
cristo a través de la proclamación del Evangelio de la Paz en el
Nombre del Señor de los Ejércitos.

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56 EN LOS PASOS DE JESÚS
VIII. EL AYUNO

El ayuno es la abstinencia, total o parcial, de alimentos con la


finalidad de afligir y controlar el cuerpo físico y de fortalecer el
cuerpo espiritual. No es que el cuerpo físico necesite ser casti-
gado sino que, cuando ayunamos, el espíritu está más libre y, en
consecuencia, más apto para buscar un contacto más íntimo y
profundo con Dios, que es Espíritu.
Durante el ayuno, el espíritu se encuentra más libre ya que los
deseos de la carne son anulados por la fuerza del espíritu. Por
eso consideramos que el ayuno es una oración más fervorosa
que aquella que hacemos de manera audible porque hay gemidos
inexplicables de la propia alma en busca de beneficios individua-
les o colectivos.
El ayuno parcial es aquel en que la persona hace abstinencia de
alimentos naturales, como hizo Jesucristo en el desierto, quien
durante cuarenta días y cuarenta noches no comió absolutamente
nada (Lucas 4:2) pero, suponemos, que sí bebió agua, aunque la
Biblia no lo menciona, ya que si no hubiera bebido, los evange-
listas lo habrían mencionado.
Este tipo de ayuno se considera parcial ya que, aunque no se
come nada, sí se bebe agua. También es parcial cuando se hace
abstinencia de agua y alimentos pero se mantienen relaciones
sexuales. Igualmente es parcial si se satisfacen, aunque sea míni-
mamente, las apetencias carnales.
El ayuno total es cuando la persona se abstiene de todo lo con-
cerniente al cuerpo físico, a ejemplo de Moisés:

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«Y Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta no-
ches; no comió pan ni bebió agua. Y escribió en las tablas las
palabras del pacto, los diez mandamientos» (Éxodo 34:28).
En el ayuno total hay un desprendimiento total del espíritu en
relación a la carne, mientras que en el ayuno parcial hay un des-
prendimiento parcial. Sin embargo, no podemos afirmar que un
ayuno sea más importante que otro porque ambos son ayunos y,
también, porque depende de la fe de cada persona y de su dispo-
sición delante de Dios.
Para nosotros, ambos tipos de ayuno son eficaces cuando se rea-
lizan con un propósito y según la voluntad de Dios. No todas
las personas tienen la suficiente capacidad física para soportar
un ayuno completo y, en este caso, aconsejamos hacer un ayuno
parcial. En cambio, si la persona tiene suficiente fortaleza física,
recomendamos que haga un ayuno total, según la voluntad de su
corazón.
El ayuno no tendrá ningún valor si la persona no está en espíritu
de oración mientras lo realiza, ¿cómo podrá tener efecto si la per-
sona está practicando algún tipo de deporte? Si intenta distraerse
con cualquier cosa, su ayuno, pasa a ser una mera práctica física
sin valor espiritual.
Muchas personas han realizado ayunos completos en señal de
protesta pero sin ningún valor espiritual, lo han hecho para llamar
la atención mundial y de los medios de comunicación. El ayuno,
ya sea parcial o total, debe hacerse con el objetivo de estar más
cerca de Dios y, por eso, hay que procurar ignorar las cuestiones
terrenas, en la medida de lo posible, durante el tiempo que este
dure.

Tiempo y ocasiones para realizar un ayuno


Un ayuno nunca debe iniciarse inmediatamente después de haber
comido sino que deben haber transcurrido, al menos, tres horas
desde la última comida. Por ejemplo, si la persona se dispone a
hacer un ayuno de seis horas, debe esperar a que transcurran tres
horas desde la última comida y, entonces, empezar el ayuno o,

58 EN LOS PASOS DE JESÚS


bien, absterse de comer durante nueve horas seguidas a partir de
la última comida.
Se debe considerar realizar un ayuno en las siguientes situacio-
nes:
w Calamidades públicas (2 Samuel 1:12).
w Aflicciones de la Iglesia (Lucas 5:33-35).
w Aflicciones ajenas (Salmos 35:13).
w Aflicciones personales (2 Samuel 12:16).
w La aproximación de peligros (Ester 4:16).
w La ordenación de ministros de Dios (Hechos 13:3 y 14:23).

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60 EN LOS PASOS DE JESÚS
IX. LA DISCRECIÓN

El Espíritu Santo es la Persona que enseña el camino que Su Igle-


sia debe seguir. A través de las sendas dadas a los cristianos, hace
que el Reino de Dios sea divulgado en todo el mundo. Sin embar-
go, la Iglesia del Señor Jesucristo difícilmente podría divulgar la
salvación eterna entre los pueblos si no hubiese una herramienta
tan imprescindible como es el dinero. Fue precisamente por esta
razón por la que Dios instituyó en Su Iglesia los diezmos y las
ofrendas para que, a través de ellos, la Obra utilice todos los me-
dios de divulgación a su alcance para la proclamación del Evan-
gelio de Jesucristo a toda criatura.
El Espíritu Santo nos hace comprender que, el dinero usado en la
Obra de Dios, es como la «sangre» de la Iglesia; ya que, a través
de los medios de comunicación, hace que personas que están en
sus hogares, cárceles u hospitales, reciban al Señor Jesús y, en
consecuencia, la vida eterna.
Millones de personas pasarán la eternidad en el infierno simple-
mente porque no hubo quien les hablase de la salvación que hay
en Cristo Jesús y, si no hubo quien les anunciase Jesús, es porque
no hubo quien financiase, a través de sus diezmos y ofrendas, el
trabajo misionero de la Iglesia.
Si el pueblo cristiano de este mundo mirase con más amor a los
perdidos no le costaría tanto dar lo máximo posible para la Obra
de Dios y, así, los medios de comunicación de este planeta no
estarían, en su mayoría, en manos de incrédulos.
Imagínese usted, que estudia la Biblia y que tiene en su corazón
un gran deseo de ganar almas para el Señor Jesús, si le brinda-

61
sen la oportunidad de hablar a través de una cadena de radio o
televisión a todos los países del mundo, ¿cuántas almas ganaría
para el Señor Jesús? ¡Pero esto no es posible! ¿y por qué no es
posible? Simplemente porque no hay dinero suficiente para pagar
ese tiempo de emisión. Y, si no hay dinero para esta inversión, es
porque los cristianos no están haciendo todo lo que pueden, por-
que si lo hiciesen, todo les sería posible conforme a las palabras
del apóstol Pablo:
«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).
El dinero es fundamental en la Obra de Dios, ya que es capaz de
transformar el rumbo de este mundo a través del mensaje vivo y
poderoso del Evangelio del Señor Jesucristo.
De hecho, el dinero es tan importante que Dios nos invita a desa-
fiarle, exclusivamente, en lo económico. La única vez en toda la
Escritura que Él nos invita a probarle es, exactamente, respecto
al dinero (Malaquías 3:10). Por lo tanto, todo el pueblo debería
tener el deseo de ser bendecido económicamente para probar la
generosidad divina y verificar en su propia vida que Dios es real-
mente el dueño de todo el oro y la plata que existe sobre la faz de
la tierra, tal y como está escrito:
«“Mía es la plata y mío es el oro” —declara el Señor de los
ejércitos» (Hageo 2:8).
Cuando devolvemos nuestro diezmo a Dios, Él está obligado —
porque así lo ha prometido— a cumplir Su Palabra, reprendiendo
a los espíritus devoradores que desgracian la vida del hombre con
enfermedades, accidentes, adicciones, exclusión social y todo
tipo de sufrimientos.
Cuando somos fieles en los diezmos, además de vernos libres
de tales sufrimientos, pasamos a gozar de toda la plenitud de la
tierra, teniendo a Dios a nuestro lado bendiciéndonos en todas las
áreas de nuestra vida.
El diezmo, según la interpretación más común, es la décima parte
y, según la Biblia, es la primera décima parte de todos los ingre-
sos de una persona y que debe ser dedicada a Dios. El diezmo
fue instituido por el Señor como una especie de impuesto a sus
criaturas. Así como, por ser ciudadanos de un país, tenemos la

62 EN LOS PASOS DE JESÚS


obligación de pagar nuestros impuestos para beneficiar a toda la
nación, también, el Señor Jesús, por medio de nuestros diezmos,
beneficia a todos los que están en tinieblas, a través de la difusión
del Evangelio por radio, televisión, prensa y otros medios de co-
municación en todo el mundo.

Cosas importantes.
El diezmo es importante para Dios y para Su Iglesia. Ésta poco
podría hacer para alcanzar a los perdidos sin el dinero, algo tan
necesario en la sociedad de consumo en la que vivimos.
El acto de devolver el diezmo es también de suma importancia
para quien lo practica. Abraham, por ejemplo, empezó a ser ben-
decido después de dar el diezmo a Melquisedec. Sólo después
de realizar este acto de fe, sumisión y lealtad, fue cuando Dios
estableció su alianza con él diciéndole:
«Y yo estableceré mi pacto contigo, y te multiplicaré en gran ma-
nera. En cuanto a mí, he aquí, mi pacto es contigo, y serás padre
de multitud de naciones» (Génesis 17:2-4).
Así fue como Abraham pasó a ser el padre de una gran nación, Is-
rael y, consecuentemente, ascendiente de Jesús, nuestro Salvador.
El diezmo tiene tanta importancia que fue ordenado mucho antes
de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios y, si era importante
antes y durante la Ley, ¿por qué no va a serlo también después
de la Ley?
Cierta vez, Jesús estaba reprendiendo a los escribas y fariseos
acerca del formalismo con el que practicaban la Ley y, les enseñó
que la justicia, la misericordia y la fe eran las cosas más impor-
tantes que se podían sacar de la Ley de Moisés pero que, incluso
practicándolas, no debían olvidarse de otras, que eran también
importantes. En este pasaje, una de esas «cosas importantes» era,
nada más y nada menos, que el diezmo:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis
el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descui-
dado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la mise-
ricordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber
hecho, sin descuidar aquellas» (Mateo 23:23).

63
A menudo somos duramente criticados por los incrédulos por
predicar sobre del diezmo. Está claro que, si la persona no es
iluminada por el Espíritu Santo para comprender el significa-
do del diezmo, tendrá dificultades para aceptar y cumplir este
mandamiento. Aquellos que no entienden o discrepan con Dios
en este aspecto tendrán, naturalmente, dificultades para entre-
gar a la Iglesia el diez por ciento de sus ganancias, casi siempre
ganadas con sacrificio, sin saber cuál será su destino. Sin em-
bargo, miles de personas han sido grandemente bendecidas por
dedicar al Señor la décima parte de todo cuanto reciben.

El derecho del dueño.


Para aclarar aún más el tema del diezmo, tomemos el siguiente
ejemplo: cuando alguien tiene una porción de tierra sin cultivar
suele arrendarsela a otra persona y ambos firman un contrato
por el cual el arrendatario se compromete a limpiar, arar, matar
los insectos nocivos, sembrar y cuidar la tierra hasta la cosecha
final. Después de la cosecha, el arrendatario, tiene la obligación
de pagar al dueño de la tierra con parte de lo que cosechó, de
acuerdo con el contrato firmado entre ambos, que casi siempre
es del 50% de su producción. El propietario no tiene que hacer
nada, sólo esperar el beneficio garantizado que vendrá en su
momento.
Pensándolo bien, cuando Dios nos pide el 10% de todo lo que
recibimos como fruto de nuestro trabajo, está queriendo un
poco de lo mucho que nos da. Nuestra vida, nuestra inteligen-
cia, nuestra energía, la tierra, la lluvia, el sol; en fin, todo lo que
existe sobre la faz de la tierra pertenece a Dios y, nuestra res-
ponsabilidad, es ser meros administradores de lo que es Suyo.

El derecho de recibir.
¿Quién tiene el derecho de probar a Dios y de cobrar de Él
aquello que ha prometido? ¡El diezmista! Una de las razones
principales por las que debemos devolver el diezmo es esa, por-
que al hacerlo tenemos el derecho de probar a Dios, como Él
mismo nos invita en Su Palabra:

64 EN LOS PASOS DE JESÚS


«Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi
casa; y ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los
ejércitos— si no os abriré las ventanas del cielo, y derramaré
para vosotros bendición hasta que sobreabunde» (Malaquías
3:10).
Conocemos a muchos hombres famosos que probaron a Dios
con respecto al diezmo y se convirtieron en grandes millonarios,
como los Sres. Ford, Caterpilar, Colgate, etc. Estos hombres, a
parte de cuidar de sus negocios y de administrar sus riquezas, se
esmeraron por seguir siendo fieles a Dios a través de sus diez-
mos, por lo que prosperaron más y más.
Usted, amigo lector, está invitado a ser diezmista, a probar el
amor de Dios y Su plan respecto al dinero. Haga una prueba en
este aspecto y verá lo que sucederá en su vida. Las personas a su
alrededor se quedarán sorprendidas con su prosperidad. Su dine-
ro nunca se acabará, al contrario, se multiplicará de tal forma que
tendrá la oportunidad de adquirir todo aquello que siempre soñó.
No le faltará nada, absolutamente nada, porque el Señor estará
con usted:
«El Señor es mi pastor, nada me faltará» (Salmos 23:1).
Paz plena, alegría, felicidad, placer, abastecido de alimentos, de
energía, de fuerzas y de salud, de amor y de vida. Todo esto le
espera si tan solo pone en práctica una cosa tan elemental pero
tan importante.
Una de las mayores revelaciones dadas al hombre es que Dios
desea ser nuestro socio. Él necesita al hombre para darle la opor-
tunidad de disfrutar de Sus bendiciones y ayudarle a transmitir a
todas las personas Su Palabra.
Cuando Dios creó al hombre lo hizo a Su imagen y semejanza a
fin de que tuviese comunión con Él y, así como hizo alianzas con
Adán, Moisés, Abraham, Isaac y Jacob, también desea hacer una
alianza con usted.
Las bases de nuestra «sociedad» con Dios son las siguientes: todo
lo que tenemos (nuestra vida, nuestra fuerza, nuestro dinero) pasa
a pertenecer a Dios y todo lo que es de Él (bendiciones, paz, fe-
licidad, alegría y todo lo bueno) pasa a pertenecernos a nosotros.

65
Pasamos a ser partícipes de todo lo que es de Dios. La Biblia dice
que somos coherederos con Cristo de la herencia de Dios:
«Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también here-
dero por medio de Dios» (Gálatas 4:7).
Una de las cosas que más me impresionan es el interés de Dios
por el ser humano. En la Biblia encontramos numerosas invita-
ciones de Dios al ser humano, deseando mantener una comunión
con él para hacerlo feliz.
Dios ya ha determinado Su bendición para aquellos que lo invo-
can en espíritu y en verdad. Cuando somos Sus aliados, nosos-
tros nos comprometemos con Él y Él con nosotros. Nos perte-
necemos el uno al otro y caminamos juntos, igual que lo hacía
con Adán y Eva antes de desobedecerle, dándoles abundancia de
vida y perfecta comunión.
Las bendiciones derivadas del diezmo son ilimitadas, es decir, no
tienen fin. Esto quiere decir que el fiel diezmista está siempre re-
cibiendo bendiciones de Dios, no solo económicas, sino también
físicas y espirituales. El diezmo bendice plenamente a la persona
por ser parte importante de la creación de Dios.
Cuando Dios creó la Tierra y todo lo que en ella hay, estableció
un día de descanso, este día fue el diezmo. Cuando entregó a
Adán y a Eva el jardín del Edén, les dio permiso para tomar po-
sesión de todo, excepto del árbol del conocimiento. Aquel árbol
también representaba el diezmo.
También el propio Señor Jesús simboliza el diezmo, Él también
fue dado por Dios a fin de que pudiéramos participar de Su pro-
pia naturaleza. Por lo tanto, el diezmo es fundamental para la
vida física, espiritual y económica del cristiano fiel.

Diferencia entre el diezmo y la ofrenda.


Así como existen diferencias entre el agua y el vino, también hay
diferencias entre el diezmo y la ofrenda.
El diezmo es el primer diez por ciento de todo lo que recibi-
mos, ya sea de nuestro salario, de la venta de algún inmueble o
incluso del dinero que recibimos como regalo. De todo lo que

66 EN LOS PASOS DE JESÚS


llega a nuestras manos estamos obligados, por la ley bíblica a
diezmarlo.
En el caso de la ofrenda es totalmente diferente, pues no existe
ninguna obligación por parte de la persona, ya que es una apor-
tación realizada por libre y espontánea voluntad.

Las bendiciones que proceden de las ofrendas.


Las bendiciones que proceden de las ofrendas son muchas pero
no tantas como las del diezmo. Mientras que las bendiciones de
los diezmos son ilimitadas, las bendiciones de las ofrendas tienen
ciertos límites. Por ejemplo: cuando Abel presentó una ofrenda
a Dios, cogió lo mejor de su rebaño, las primicias, los primeros
«frutos» del rebaño. Caín, del fruto de su cosecha, también pre-
paró una ofrenda para el Señor. La de Abel fue aceptada por el
Señor, mientras que la de Caín no agradó al Señor, porque no
había sido escogida; es decir, no fueron las primicias.
También la viuda pobre que dio dos insignificantes monedas me-
reció el reconocimiento del Señor porque de su pobreza, dio todo
lo que tenía.
La verdad es que, cuando alguien trae una ofrenda a Dios, Él no
se fija en la cantidad, si es mucho o poco, sino en si es lo mejor
que la persona puede ofrecer. Dios no ve el valor de lo que la
persona trae en su mano, sino de lo que ha dejado en el bolsillo.
Hay una evaluación por parte de Dios entre la ofrenda que da
la persona y lo que hubiera podido dar. Jesús dijo que la viuda
pobre había dado más que todos aquellos ofrendantes que habían
depositado grandes sumas de dinero. ¿Por qué? Porque la viuda
dio todo lo que tenía, mientras que aquellos hombres dieron so-
lamente lo que les sobraba, aunque aparentemente fuese mucho.
Indirectamente, estos hombres, trataron a Dios como si de un
mendigo se tratase, pues le dieron lo que les sobraba.
Las ofrendas traen bendiciones cuando se dan con todo nuestro
amor y dedicación, de esta manera cuando damos, también reci-
bimos. Pero también debemos de ser conscientes de que, si plan-
tamos poco, cosecharemos poco.

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Las ofrendas son tan importantes en nuestra vida que el apóstol
Pablo dedica dos capítulos de la segunda epístola a los Corintios
a hablar sobre ellas (2 Corintios 8:9).
En los diezmos, Dios ve nuestra fidelidad hacia Él en el cumpli-
miento obligatorio de nuestra parte. En las ofrendas, Él ve nues-
tro amor y dedicación por Su Obra. En ambos casos, Dios nos
da la oportunidad de probar cuánto le amamos realmente, pues
como dice el Señor Jesús:
«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro
corazón» (Lucas 12:34).
La sangre es para el cuerpo humano lo que el dinero es para la
Obra de Dios. Si la Iglesia tiene necesidades económicas es por-
que Dios así lo permite a fin de que sus líderes enseñen al pueblo
a dar los diezmos y las ofrendas y para que, así, puedan recibir las
bendiciones que Él tiene para darles. Jesús dijo:
«Dad, y os será dado; medida buena, apretada, remecida y rebo-
sante, vaciarán en vuestro regazo. Porque con la medida con que
midáis, se os volverá a medir» (Lucas 6:38).
De ahí que, para que el pueblo reciba buena medida, apretada,
remecida y rebosante, es preciso que dé y, según la manera en la
que dé, también recibirá.
El apóstol Pablo, dando instrucciones a Timoteo, dijo:
«Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el
cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se tortura-
ron con muchos dolores» (1 Timoteo 6:10).
El dinero no es la raíz de todos los males, sino que es el amor al
dinero el que esclaviza a las personas. Dios solicita el dinero, a
través de los diezmos y las ofrendas, precisamente, para probar la
naturaleza del amor y de la fidelidad de sus hijos.

68 EN LOS PASOS DE JESÚS


X. EL ORIGEN DE
LA SANTA CENA

«EL PRIMER DÍA DE LA FIESTA DE LOS PANES SIN LEVADURA,


SE ACERCARON LOS DISCÍPULOS A JESÚS, DICIENDO:
¿DÓNDE QUIERES QUE TE HAGAMOS LOS PREPARATIVOS
PARA COMER LA PASCUA? Y EL RESPONDIÓ: ID A LA CIUDAD,
A CIERTO HOMBRE, Y DECIDLE: “EL MAESTRO DICE:
‘MI TIEMPO ESTÁ CERCA; QUIERO CELEBRAR LA PASCUA
EN TU CASA CON MIS DISCÍPULOS.’” ENTONCES LOS
DISCÍPULOS HICIERON COMO JESÚS LES HABÍA MANDADO,
Y PREPARARON LA PASCUA» (MATEO 26:17-19).

Este relato nos muestra claramente que los discípulos del Señor
no tenían ni la menor idea de la Santa Cena y que lo que es-
peraban era participar simplemente de la Pascua, ya que aquel
día estaba señalado en el calendario judío para la celebración de
la fiesta de los panes sin levadura. La pascua es una fiesta muy
importante para los judíos en la que se conmemora la liberaci-
ón del pueblo de Israel del yugo egipcio. Fue instituida antes de
que ocurriera la última plaga que Dios mandó sobre la tierra de
Egipto, cuando el Señor ordenó que cada familia tomase un cor-
dero o un cabrito sin defecto y lo sacrificase. La sangre tenía que
rociarse por los postes y el dintel de la puerta de cada una de las
casas y debían comerse el animal asado, acompañado de panes
sin levadura y hierbas amargas. Cada participante de aquella pas-
cua debería tener los lomos ceñidos, los pies calzados y el bordón
en la mano (Éxodo 12).

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Todo el ritual de la pascua apunta al Salvador Jesucristo, quien,
al participar de ella con sus discípulos, tomó pan, lo bendijo, lo
partió y se lo dio, diciendo:
«Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando una copa, y ha-
biendo dado gracias, se la dio, diciendo: Bebed todos de ella;
porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por
muchos para el perdón de los pecados» (Mateo 26:26-28).
Aunque el Señor Jesús no hizo ningún paralelismo entre la Pas-
cua y la Santa Cena; puesto que Él participó primero de la Pascua
y después de la Cena, podemos comprender perfectamente que
quiso instituir una nueva liturgia que tuviese el mismo calor espi-
ritual de la Pascua para todos los que le aceptan como Salvador.
Tenemos como ejemplo al propio pueblo judío, que tuvo en la
Pascua la señal de su liberación. Ahora bien, para aquellos que no
eran judíos y que aceptarían al Señor Jesús como Salvador, ¿cuál
sería la marca o fiesta litúrgica que expresase su liberación del
pecado y del infierno? Con este propósito el Señor Jesús instituyó
la Santa Cena.

La Santa Cena en la Iglesia primitiva


La Santa Cena significa la comunión con el propio Señor Jesús,
como está escrito:
«La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la participa-
ción en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la
participación en el cuerpo de Cristo?» (1 Corintios 10:16).
Esto explica la necesidad de unión de toda la Iglesia porque
todos participamos de un mismo pan y somos «un único pan»,
una única naturaleza participando de la naturaleza del Señor
Jesucristo, como está escrito en 1 Corintios 10:17:
«Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos
un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan».
En estas palabras del apóstol Pablo podemos sentir el espíritu
que reinaba en cada corazón al participar de la comunión.

70 EN LOS PASOS DE JESÚS


Teniendo en cuenta que los primeros cristianos eran judíos, in-
cluían la festividad de la Pascua en la ceremonia de la Santa Cena.
Antes de participar de la Cena, al igual que hizo el Señor Jesús,
solían participar de la fiesta de la Pascua, pero ya ha dejado de ser
así. En estas fiestas algunos comían y bebían abundantemente,
hasta el punto de emborracharse, como ocurrió en la iglesia de
Corinto y, después, participaban de la Mesa del Señor. Esa fue
la razón por la que el apóstol Pablo les escribió advirtiéndoles:
«Pero al daros estas instrucciones, no os alabo, porque no os
congregáis para lo bueno, sino para lo malo. Pues, en primer
lugar, oigo que cuando os reunís como iglesia hay divisiones en-
tre vosotros; y en parte lo creo. Porque es necesario que entre
vosotros haya bandos, a fin de que se manifiesten entre vosotros
los que son aprobados. Por tanto, cuando os reunís, esto ya no es
comer la cena del Señor, porque al comer, cada uno toma prime-
ro su propia cena; y uno pasa hambre y otro se embriaga. ¿Qué?
¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O menospreciáis la igle-
sia de Dios y avergonzáis a los que nada tienen? ¿Qué os diré?
¿Os alabaré? En esto no os alabaré» (1 Corintios 11:17-22).
La iglesia de Corinto recibió críticas severas por parte de Pablo
por el modo en que conmemoraban la Santa Cena, pues no lo
hacían en el Espíritu de Cristo, sino en la carne. Fue a raíz de este
episodio cuando el apóstol Pablo puso fin a la fiesta que antecedía
a la Santa Cena.
La Mesa del Señor es un verdadero banquete para el cuerpo físico
y espiritual, como veremos más adelante.

El significado de la Santa Cena


Cuando el Señor Jesucristo determinó que el pan, después de ser
bendecido y partido, era su cuerpo, estaba mostrando el verdade-
ro sentido de Su vida física. Este pan representa Su vigor y Su
salud, partidos a favor de todos los que le aceptan como su Señor
y Salvador para que pasen a ser partícipes de Su propia natura-
leza, gozando, de esta manera, de la misma salud física que Él
tenía. Además, fue esto mismo lo que dijo el profeta Isaías, pero
con otras palabras:

71
«Ciertamente El llevó nuestras enfermedades, y cargó con nues-
tros dolores» (Isaías 53:4).
Su carne atrajo todos nuestros dolores y enfermedades, por lo que
ya no tenemos que padecerlas en nuestro cuerpo. Satanás ya no
tiene derecho a ejercer su dominio sobre nuestro cuerpo porque
éste tiene la naturaleza del Señor Jesús, por la fe, a través de la
participación del pan de la Santa Cena, como dijo Jesús:
«Esto es mi cuerpo» (Marcos 14:22).
Del mismo modo, el Señor Jesús, después de haber bendecido el
vino, se lo dio a sus discípulos diciendo:
«Bebed todos de ella; porque esto es mi sangre del nuevo pacto,
que es derramada por muchos para el perdón de los pecados»
(Mateo 26:27-28).
No podría haber carne sin sangre, por eso, la consideramos tan
importante como el pan, ya que, ésta simboliza el derecho a la
vida eterna, adquirido por todos los que creen en el Señor Jesús.
Esta nueva y última alianza pone definitivamente al cristiano de-
lante de Dios Padre como un auténtico hijo de Dios, con obliga-
ciones, pero también con todos los beneficios y privilegios, como
el poder dirigirse a Dios, así como lo hizo el Señor Jesús, y reci-
bir la plenitud del Espíritu de Dios.
Podemos comparar esta alianza de la que habla el Señor Jesús
con la que los novios hacen el día de su boda. En este día, tanto
el novio como la novia, dejan de ser dueños de sus propias vidas
y empiezan a pertenecerse el uno al otro. En otras palabras, al re-
alizar esta alianza, el chico le está diciendo a la chica que su vida
girará en torno a ella, que su voluntad será la de ella y que le será
fiel hasta la muerte. Ella, por su parte, dejará la casa de sus padres
y se unirá a su marido y se someterá y cuidará de él más que de
sí misma. Esto es, por lo menos, lo que tendría que suceder, de
acuerdo con las normas cristianas.
La alianza que el Señor Jesús hizo, a través de Su Sangre, implica
las mismas, o incluso mayores, responsabilidades por cada una
de las partes.

72 EN LOS PASOS DE JESÚS


Siendo conscientes de todo lo que la Santa Cena significa, debe-
mos preparar nuestros corazones para que, cuando seamos partí-
cipes de la misma, tengamos un sentimiento completo de gozo y
alegría en el Espíritu Santo por todo lo que representa para cada
uno de nosotros.
La Santa Cena anuncia todo el ministerio glorioso de nuestro
Señor: Su sanidad, Sus milagros, Su compasión y Su gran inte-
rés por los pobres y oprimidos, además de brindarnos Su gran y
magnífica victoria sobre el diablo y todos sus demonios, con Su
muerte y resurrección al tercer día.
En resumen, podemos considerar que, así como el cuerpo del
Señor Jesús, simbolizado por el pan, nos da la salud completa;
también Su sangre, simbolizada por el vino, nos da la total salud
espiritual.

¿Quién debe participar de la Santa Cena?


El apóstol Pablo, dando instrucciones al respecto, afirma lo si-
guiente:
«De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor
indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor.
Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del
pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir
correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí.
Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y
muchos duermen» (1 Corintios 11:27-30).
Aquí Pablo no nos da una clara definición de lo que significa
«indignamente» pero podemos entender que solamente deben
participar aquellos cuya vida fue lavada por la sangre del Corde-
ro, es decir, aquellos que mantienen sus conciencias purificadas
por la paz con Dios. Además, el propio Pablo, lleno del Espíritu
Santo, dijo:
«Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones» (Colosenses
3:15).

73
Los que practican la enseñanza bíblica del apóstol Pablo tienen
dignidad porque el propio Espíritu Santo confirma en sus corazo-
nes un lugar en la Mesa del Cordero, mientras que a los indignos
les son revelados sus pecados por sus conciencias manchadas.
Por eso es muy importante que, antes de la Santa Cena, la perso-
na se autoanalice para ver si su vida está limpia delante de Dios
y, si no tiene nada que temer ante el Espíritu Santo, que escudriña
hasta lo más recóndito de los pensamientos de nuestro corazón.
Si no hay nada que le acuse delante del Señor y tiene la plena
certeza de que sus pecados fueron lanzados al mar del olvido de
Dios, entonces, la persona tiene que participar obligatoriamente,
pues si estuviese débil espiritualmente sería fortalecida inmedia-
tamente por el propio Señor Jesús.
Si la persona convertida al Señor Jesús cometió fallos que le qui-
tan la paz, debe confesarlos a Dios inmediatamente, como está
escrito:
«Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdo-
narnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Juan
1:9).
De ahí la importancia de que la persona se examine a sí misma
y tome sus propias decisiones, ya que nadie puede ponerse en la
posición de juez para determinar si alguien puede o no participar
de la Mesa del Señor.
Si el fiel tuviese la menor sombra de duda en cuanto a su partici-
pación, deberá dejar pasar los elementos y esperar a la siguiente
comunión. Es mejor no participar que hacerlo con dudas porque
también está escrito:
«Pero el que duda, si come se condena, porque no lo hace por
fe; y todo lo que no procede de fe, es pecado» (Romanos 14:23).
Cuando una persona toma la Santa Cena indignamente, deja de
ser bendecida para ser maldecida y come y bebe juicio para sí
misma, siendo reo del cuerpo y de la sangre del Señor, o sea, ocu-
pando el lugar del Señor en Su juicio y en Su muerte. Esta es la
verdadera razón por la que muchos que dicen ser cristianos están
débiles espiritualmente y jamás consiguen crecer en la gracia del

74 EN LOS PASOS DE JESÚS


Señor, ya que se mantienen rebeldes a Su Palabra e indignamente
participan de Su Mesa.
No son pocos los que están enfermos y los que ya han muerto,
porque no han valorado ni el cuerpo ni la sangre del Señor. Esta
es la razón por la que tantas personas, que conocen al Señor Jesús
de la Biblia desde hace tantos años, continúan arrastrándose espi-
ritualmente, dando un pésimo testimonio del Señor con sus vidas.
La Santa Cena del Señor no es una ceremonia en la que se pueda
participar ligeramente o de broma. Es algo muy serio y verdade-
ro, por lo que cada uno de nosotros, al participar, debe tener su
corazón lleno de alegría y gozo por poder tener el gran privilegio
de sentarse a la Mesa del Señor y participar de los símbolos de
Su propia carne y de Su propia Sangre en memoria de Su vida,
muerte y resurrección.

75
76 EN LOS PASOS DE JESÚS
XI. EL BAUTISMO
EN LAS AGUAS

Este es un asunto fundamental para aquellos que desean realmen-


te una nueva vida en Cristo Jesús. Es de tal importancia que el
Señor, cuando se apareció a Sus discípulos después de haber re-
sucitado, les dio órdenes explícitas, diciendo:
«Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será
condenado» (Marcos 16:15-16).
Mateo registra las palabras del Señor diciendo:
«Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizán-
dolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
(Mateo 28:19).

Significado del bautismo en las aguas.


Así como el entierro es una ceremonia que consuma la ruptura
del último «lazo» entre el hombre y su vida en esta tierra, a través
del bautismo en las aguas hay una ruptura, públicamente con-
sumada, de la vida natural de la persona con la verdadera vida
cristiana.
De hecho, el bautismo en las aguas es más que un testimonio
público de la conversión de una persona al Señor Jesús. A través
de él somos sepultados de la misma manera que el Señor lo fue,
significando que, nuestra vida anterior a nuestra conversión, para
nosotros y para el mundo, está definitivamente muerta. Nuestro
ego deja de existir para el pecado, éste ya no tiene más dominio
sobre nosotros porque, a través del bautismo, estamos muertos
para él.

77
Por eso, cuando una persona acepta al Señor Jesús como su Sal-
vador y se bautiza en las aguas, como fruto de esta entrega a
Cristo, automáticamente y sin forzar su voluntad, deja de practi-
car actos pecaminosos. Por muy mal carácter que tenga, debido
a su conversión fortalecida por el bautismo, la persona se vuelve
dulce y humilde, mostrando a todos los que le rodean que, un
siervo del Señor, debe andar un camino opuesto al que el mundo
le ofrece.
También, aquellas personas que no habían conseguido abandonar
los vicios, después de haber aceptado al Señor Jesús y haberse
bautizado, instantánea y espontáneamente los abandonan.
El bautismo simboliza el acceso a una nueva vida a través del
agua, que es el elemento más natural y purificador, razón por la
que se realiza en las aguas.
Cuando el pueblo judío salió de Egipto, indirectamente, tuvo que
bautizarse en las aguas para vivir una nueva vida con su paso por
el Mar Rojo. Noé, en cierto modo, fue «bautizado» con las aguas
del diluvio para ser el patriarca de una nueva generación en la
tierra. De ahí que, para que podamos vivir en novedad de vida,
tengamos que pasar por las aguas.
Cuando Felipe fue a la ciudad de Samaria y predicó el Evangelio
del Reino de Dios y el nombre del Señor Jesús, las multitudes
atendieron de manera unánime y fueron bautizadas en las aguas,
tanto hombres como mujeres (Hechos 8:4-12).

Preparación para el bautismo en las aguas.


Una persona solamente estará preparada para bautizarse en las
aguas tras arrepentirse de sus pecados y depositar toda su fe en el
Señor Jesús. Esta es la verdadera razón por la cual no podemos
bautizar niños, dado que el bautismo es una ceremonia que re-
quiere del candidato el arrepentimiento de sus pecados, y ¿cómo
va a arrepentirse un niño de sus pecados si no los tiene? Y si no
tiene pecados, ¿para qué bautizarlo? En cambio, lo que sí se debe
hacer es presentarlos a Dios, como está escrito:
«Y tomándolos en sus brazos, los bendecía, poniendo las manos
sobre ellos» (Marcos 10:16).

78 EN LOS PASOS DE JESÚS


Cuando Pedro dio su primer gran discurso en Jerusalén sobre
el Reino de Dios y el Señor Jesús, las personas, con el corazón
compungido, preguntaron a Pedro qué deberían hacer, a lo que él
respondió:
«Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre
de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el
don del Espíritu Santo» (Hechos 2:38).
Podemos ver que el arrepentimiento es la condición básica para
que el candidato sea bautizado. Sin embargo, muchas personas
pasan por las aguas sin haberse arrepentido, por eso existen tan-
tas personas «convencidas» pero no convertidas al Señor Jesu-
cristo en nuestro medio. Éstas, están siempre creando problemas
en la Iglesia, discutiendo, peleando o hablando mal del pastor o
de los obreros. Nunca están satisfechas con nada, no pertenecen
al ambiente en el que están y, al no tener su carne sepultada con
Cristo, siguen viviendo bajo el dominio del pecado.

El arrepentimiento.
El arrepentimiento es un sentimiento de pesar o una insatisfac-
ción causada por un error cometido. Desde el punto de vista cris-
tiano, el arrepentimiento, incluye algunos aspectos importantes
que debemos conocer:
w El pecador necesita reconocer su pecado. Este es el primer paso
importante para un arrepentimiento sincero y honesto, pues nadie
puede arrepentirse de algo que no reconoce.
w El pecador necesita odiar el pecado. Si no siente repulsa por su
pecado hasta el punto de odiarlo, lo cometerá nuevamente y se
hará adicto al pecado.
w El pecador necesita abandonar su pecado. Si no le damos la
espalda inmediatamente, jamás conseguiremos abandonarlo. No
conseguiremos nada pensando que venceremos el pecado si per-
manecemos a su lado. Por ejemplo: a veces somos invitados a
estar con personas que no comparten nuestra fe y, normalmente,
estas intentan inducirnos a su error. Si no nos alejamos, tarde o
temprano, caeremos.

79
w El pecador necesita olvidar el pecado definitivamente. Para que
se complete el arrepentimiento es necesario olvidar el pecado,
como si nunca hubiese sido cometido.

El bautismo en las aguas por inmersión


Mucho se ha discutido acerca de la manera en que deben ser bau-
tizadas las personas. Unos creen que el bautismo debe ser por
aspersión, es decir, el pastor toma un poco de agua en las manos
y la derrama sobre la cabeza del candidato. Otros creen que debe
ser por inmersión, sin que sea en el nombre del Señor Jesús.
Nosotros, en la Iglesia Universal del Reino de Dios, y siguiendo
las Sagradas Escrituras de la forma más coherente posible, efec-
tuamos el bautismo únicamente por inmersión y en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, conforme ordenó el propio
Jesús en Mateo 28:19.
Bautizamos a las personas por inmersión porque consideramos
el bautismo como un acto de sepultamiento del cuerpo de pecado
y, en el bautismo, el pecado es sepultado cuando el candidato es
sumergido en las aguas.

El bautismo en el lecho de dolor


Es muy común que alguien postrado en el lecho de dolor, o ya
en los umbrales de la muerte, reciba al Señor Jesús como su Sal-
vador personal y no siempre es posible efectuar un bautismo por
inmersión en estos casos.
En la Biblia tenemos un buen ejemplo, el del ladrón junto al Se-
ñor Jesús en el Calvario, que sabiendo de su inminente muerte
reconoció a Jesucristo como el Hijo de Dios y le pidió que le
salvara. El Señor Jesús le respondió inmediatamente:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas
23:43).
El ladrón fue salvo sin haberse bautizado en las aguas.
La verdad es que el bautismo en las aguas solamente es útil para
las personas que, después de haberse convertido, siguen viviendo

80 EN LOS PASOS DE JESÚS


en este mundo de pecado y, para que no se contaminen con él,
necesitan estar «sepultadas» o «muertas» para que el pecado no
tenga ya ningún dominio sobre ellas.
Después de estas breves explicaciones sobre el bautismo en las
aguas por inmersión, es nuestro deber invitarle a reflexionar so-
bre la efectividad de su bautismo. Si usted siente que su carácter
y sus actos no fueron totalmente transformados después de su
bautismo, aunque haya sido curado de alguna enfermedad o haya
alcanzado alguna bendición económica, entonces, necesita arre-
pentirse de sus pecados sinceramente y pasar por las aguas del
bautismo, convencido de que, a partir de entonces, comenzará
una nueva y perfecta vida en Cristo Jesús.

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82 EN LOS PASOS DE JESÚS
XII. EL ESPÍRITU SANTO

Antes de tratar el tema del bautismo con el Espíritu Santo, debe-


mos conocer quién es el propio Espíritu Santo.
El Espíritu Santo era prácticamente desconocido hasta principios
del siglo XX, cuando comenzó el movimiento pentecostal. Gra-
cias a esto, alrededor del 70% de los evangélicos, hoy en día, son
pentecostales.
Él es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, pero esto no
significa que ocupe el tercer lugar en la Divinidad. El Padre, el
Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo están en el mismo plano. El
Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. To-
das estas personas son distintas, sin embargo, las tres forman un
único Dios. Este es el misterio que no se puede desvelar. En este
caso es válida la suma 1+1+1=1.

El Espíritu Santo tiene, además, otros nombres:


w Buen Espíritu (Salmo 143:10).
w Consolador (Juan 14:16).
w El Espíritu (Efesios 5:18).
w El Santo (1 Juan 2:20).
w Espíritu de Adopción (Romanos 8:15).
w Espíritu de Amor (2 Timoteo 1:7).
w Espíritu de Conocimiento (Isaías 11:2).
w Espíritu de Consejo (Isaías 11:2).

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w Espíritu de Cristo (Romanos 8:9).
w Espíritu de Dios (Génesis 1:2).
w Espíritu de Entendimiento, Espíritu de Fortaleza, Espíritu
de Sabiduría, Espíritu del Señor, Espíritu del Temor del Señor
(Isaías11:2).
w Espíritu de Verdad (Juan 14:17).

El Espíritu Santo también es simbolizado por:


w Agua viva (Juan 7:38).
w Fuego (Salmos 78:14).
w Aceite (Salmos 23:5).
w Paloma (Mateo 3:16).
w Sello (Juan 6:27).
w Viento (Hechos 2:2).

La actividad del Espíritu Santo en el ser humano es muy grande,


es el Autor de la Vida (Juan 3:5-8) Él, pues, actúa a nuestro favor
de las siguientes formas:
w Abre los cielos (Mateo 3:16).
w Consuela (Juan 14:16-17).
w Convence de pecado (Juan 16:8).
w Da acceso al Padre (Efesios 2:18).
w Hace dar frutos (Gálatas 5:22-23).
w Da audacia para hablar del Señor Jesús (Hechos 4:31).
w Resucitará nuestros cuerpos mortales (Romanos 8:11).
w Derrama el amor de Dios en nuestros corazones (Romanos
5:5).
w Enseña (Juan 14:26).

84 EN LOS PASOS DE JESÚS


w Fluye de nuestro corazón (Juan 7:38-39).
w Nos usa para expulsar demonios (Mateo 12:28).
w Guía (Hechos 8:29).
w Inspira (2 Timoteo 3:16).
w Intercede por nosotros (Romanos 8:26).
w Habita en nosotros (Juan 14:17).
w Justifica (1 Coríntios 6:11).
w Revela la voluntad de Dios para nuestras vidas (Efesios 3:5).
w Santifica (1 Pedro 1:2).
w Testifica con nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Roma-
nos 8:16).

Además de todo lo expuesto, el Espíritu Santo nos llena de ale-


gría y de paz, habitando en nosotros y manteniendo comunión
con Su pueblo a través de los milagros y las maravillas realizadas
en nuestro medio dada Su omnipotencia, omnipresencia y om-
nisciencia.

El Espíritu Santo, la gran dádiva de Dios


El Espíritu Santo es el mayor regalo del Señor Jesús a Sus segui-
dores.
El Señor Dios podría habernos enviado un ángel para hacer todo
aquello que realiza el Espíritu Santo, y que describimos anterior-
mente; sin embargo, quiso darse a Sí mismo y si esto sucedió es
porque existe una razón suprema, por eso desea que todos Sus
seguidores reciban el bautismo con el Espíritu Santo.
Pienso que las personas bautizadas con el Espíritu Santo, hoy
en día, somos más privilegiadas que los discípulos que estaban
con el Señor Jesús durante Su ministerio porque cuando el Señor
se apartaba para orar o descansar, ellos se quedaban temerosos
(Marcos 4:38). Nosotros, en cambio, una vez sellados con el Es-
píritu Santo, jamás estaremos solos, conforme está escrito:

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«Y yo rogaré al Padre, y El os dará otro Consolador para que
esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad,
a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce,
pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará
en vosotros» (Juan 14:16-17).
El bautismo con el Espíritu Santo nos hace ser diferentes en to-
dos los aspectos, porque pasamos a participar de la naturaleza
del propio Señor Jesús. Este bautismo nos hace ver las cosas
como Él las veía, pensar como Él pensaba, hablar como Él ha-
blaba y actuar como Él actuaba. Es este bautismo el que nos
capacita para la gran Obra de Dios, como dijo el Señor Jesús:
«Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vo-
sotros; y me seréis testigos» (Hechos 1:8).
Por esto, creemos que nadie debe involucrarse en la Obra de
Dios sin antes haber recibido este poder prometido por el Señor
Jesús. Es muy peligroso para el neófito (aquel que es nuevo en
la fe) intentar hacer algo sin el sello del Espíritu Santo, pues
nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra las fuerzas
espirituales del mal (Efesios 6:12).
Para poder enfrentarnos a fuerzas espirituales y ser victoriosos
necesitamos una armadura espiritual divina y ninguna fuerza es
mayor que el poder de Dios: el bautismo con el Espíritu Santo.
Es tan imprescindible que hasta el propio Hijo de Dios necesitó
este bautismo al iniciar Su ministerio. Los apóstoles lo recibie-
ron para continuar el ministerio del Señor; el apóstol Pablo, del
mismo modo, recibió el bautismo con la imposición de manos de
Ananías (Hechos 9:17). Por tanto, con mucha más razón, noso-
tros debemos recibir este Sello de Dios en nuestra vida.
El conocimiento del Espíritu Santo es vital para la fe cristiana.
Él no es una influencia, ni una energía, ni un espíritu cualquiera
más «evolucionado», «iluminado», etc. El Espíritu Santo posee
en Sí mismo los elementos de existencia personal, propiedades,
cualidades y altas virtudes que le atribuyen personalidad. Es una
persona, al igual que lo son Jesucristo y el Padre. Sus obras y mi-
siones son diversas pero la más importante es la de conducirnos
hasta Jesucristo.

86 EN LOS PASOS DE JESÚS


El Espíritu Santo tiene el gran deseo de guiarnos y de llenarnos
con Su plenitud para que podamos ser una unidad. Todo lo que el
Señor Jesús hizo fue gracias a la unción que recibió del Espíritu
Santo, que desea vivir en nosotros.
La mayor dádiva de Jesucristo a sus seguidores fue el derrama-
miento del Espíritu Santo. El Señor lo recibió al ser bautizado y
los apóstoles lo recibieron en el Cenáculo, o aposento alto. Las
mujeres que seguían a Jesús y, cada uno de los 120 que estaban
reunidos en dicho aposento, recibieron el Espíritu Santo. Cada
una de las 3 mil personas que oyeron predicar a Pedro en el día
de Pentecostés recibió la promesa del Espíritu. Todas estas per-
sonas fueron bautizadas con el Espíritu Santo y lo necesitaban,
así que, si ellos lo necesitaban, usted y yo también lo necesita-
mos.
Cada persona que ha sido bautizada con el Espíritu Santo ha te-
nido su propia experiencia y, cada una, es distinta de la de los
demás.
Una persona, para tener la plenitud del Espíritu Santo, necesita,
sobre todo, estar vacía de sí misma; vacía de tradiciones y pre-
conceptos religiosos; vacía de todo lo que le impida tener una
relación con Dios. Además, la persona debe tener un deseo pro-
fundo de ser revestido por el Espíritu Santo.
Aquel que busca el Espíritu Santo, debe tener un objetivo esta-
blecido. Debe conocer el plan de Dios para el cumplimiento de
la Promesa. El Espíritu Santo fue enviado para ser el sustituto del
Señor Jesucristo. Si alguien desea ser bautizado en este bautis-
mo, pero no está dispuesto a seguir a Jesucristo, está perdiendo
el tiempo y su esfuerzo será inútil.

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88 EN LOS PASOS DE JESÚS
XIII. EL BAUTISMO CON
EL ESPÍRITU SANTO

El bautismo con el Espíritu Santo es la plenitud o la totalidad de


Dios dentro de nosotros y, para recibirlo, el lector deberá consi-
derar una serie de observaciones que, si las sigue correctamente,
le darán el gozo y la alegría de recibir este bautismo. Veamos
cuáles son:

w Nadie puede llenar un vaso con agua mientras este esté lleno
de otro líquido, por eso, nadie puede recibir el Espíritu de Jesús
mientras su cuerpo esté habitado por cualquier otro espíritu, ya
sea de demonios, envidia, contienda, ira, chismes, etc.
w Nadie puede recibir el Espíritu de Dios mientras tenga en su
corazón rencor hacia otra persona. Antes, debe perdonar de todo
corazón a quien lo hirió, a fin de recibir de Dios mayor perdón.
Solo así el Espíritu Santo encontrará espacio para entrar y hacer
morada.
w Nadie podrá recibir el Espíritu de la Verdad mientras ande en
la mentira. Su palabra debe ser sí o no. Nuestra sinceridad nos
mantiene puros a través del Señor Jesús.
w Nadie podrá recibir el Espíritu Santo mientras Sus pensamien-
tos estén puestos en asuntos de este mundo.
w Debe tener la certeza de que no hay nada que le acuse delante
de Dios, de lo contrario, deberá confesar sus pecados verbalmen-
te al Señor Jesús y pedir Su perdón.
w Debe desconectarse de las preocupaciones, ya sea por la fami-
lia, deudas o cualquier otra cosa, procurando vaciarse de todo,
hasta de sí mismo.

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w Empiece a alabar al Señor Jesús con la boca, no mentalmente.
Dígale cuáles son sus sentimientos hacia Él, que le ama, que le
adora, que Él es la Persona más importante de su vida y que está
listo para hacer Su Santa Voluntad.
w No interrumpa sus alabanzas con pedidos de sanidad, libera-
ción o cualquier otra cosa. Continúe alabándolo sin cesar y siem-
pre con sus labios.
w Si, en este momento, siente picores, oye algún ruido o surge
cualquier cosa que intente interrumpir su alabanza, sepa que el
bautismo con el Espíritu Santo está a punto de producirse. El
diablo intentará desviar su atención del Señor para que pierda la
gran bendición. Continúe alabándolo de todo su corazón, cada
vez más fuerte, sabiendo que Jesús está recibiendo su adoración
como buen perfume, ya que el alimento de Dios es nuestra ala-
banza.
w De repente, sentirá una gran alegría y ésta, irá en aumento
hasta sentir un gozo inexplicable en todo su cuerpo. Entonces,
su lenguaje pasará a ser distinto, no comprendiendo nada pero
sin deseos de parar. ¡Entonces será sellado y bautizado con el
Espíritu Santo!
w No tema. El propio Señor Jesús dijo que si el hijo le pide al pa-
dre un pedazo de pan, no le dará una piedra (Lucas 11:9-13). De
la misma manera, si nosotros, hijos de Dios, le pedimos el Espíri-
tu Santo, Él jamás permitirá que recibamos otro espíritu distinto.
Cuando alguien es bautizado con el Espíritu Santo recibe inme-
diatamente el poder de Dios en su vida para luchar y vencer cual-
quier tipo de batalla. El Espíritu Santo pasa a coordinar nuestras
acciones de tal forma que no dejamos brechas para que el diablo
nos toque. Nos volvemos ilimitados en la realización de la volun-
tad de Dios.
Amigo lector, si desea ser bautizado con el Espíritu Santo, preste
atención a estas palabras escritas por la señora Gordon Lyndsay:
¿Cómo puede una persona ser llena del Espíritu Santo? Comen-
cemos por el pasaje pentecostal más citado de las Escrituras Sa-
gradas, Hechos 2:4.

90 EN LOS PASOS DE JESÚS


“Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar
en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para ex-
presarse.”
¿Quién comenzó a hablar? Algunos responderán: “El Espíritu
Santo”. Sin embargo eso no es lo que dicen las Sagradas Escritu-
ras. Lea el versículo nuevamente. Dice que todos ellos comenza-
ron a hablar. Un hombre dijo: “Si soy yo el que habla, entonces,
es la carne la que habla.” Exactamente. Mientras tenga un cuerpo
mortal, será la carne la que hable. Cuando usted se vaya al cielo
no necesitará hablar en lenguas, es aquí donde está lo sobrenatu-
ral: “según el Espíritu les daba que hablasen.”
Si tuviese que pensar en las palabras que iba a decir, no habría
nada de sobrenatural en esto, sin embargo, es el Espíritu Santo
quien nos concede las palabras.
Después de haber expulsado de su mente todo pensamiento ex-
traño y concentrar toda su mente en el Señor, comenzará, por la
fe, a pronunciar palabras que vendrán de su corazón, de lo más
profundo de su ser. Usted no las entenderá pero no se preocupe.
No tenga recelo de su voz, pues las palabras le parecerán raras. Al
principio, podrán incluso sonar como las de un niño cuando está
aprendiendo a hablar. En Isaías 28:11, dice:
«Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará
este pueblo».
No dude y pronúncielas con seguridad. Hable lo que Dios co-
loque en su corazón. Respire profundo y empiece a hablar en
lenguas, si usted es salvo, debe recordar que tiene a Cristo en su
vida. Colosenses 2:9 nos dice:
«Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en
El».
Crea que tiene el Espíritu Santo y no se quede esperando a que
Dios haga algo por usted, ahora, es Él quien espera que haga algo
por Él.
Cuando alguien habla un idioma hace uso de su lengua, de los
dientes y de sus cuerdas vocales. Usted tiene que actuar exacta-
mente de la misma manera al hablar en lenguas extrañas.

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He visto a muchas personas con el deseo de ser bautizadas con
el Espíritu Santo pero bloqueadas por su tensión nerviosa. Sus
labios se ponen rígidos y no consiguen hablar ni en su propia
lengua. Descanse en el Señor. Relaje los músculos y observe el
movimiento del hermoso Espíritu Santo en su vida. Otra cosa, si
sabe portugués, inglés, francés, alemán o cualquiera otra lengua,
solo conseguirá hablar una cada vez. Si al orar, insiste en usar su
lengua materna, podrá orar hasta el Día del Juicio y no hablará en
otra. Por eso, alabe al Señor durante algunos minutos hasta sentir
el movimiento del Espíritu Santo en su alma. Cese de hablar en
su propia lengua y comience, por la fe, a hacerlo en la lengua
desconocida. Al obedecer tendrá su alma inundada de una gran
alegría, pues la Biblia dice:
«Y los discípulos estaban continuamente llenos de gozo y del Es-
píritu Santo» (Hechos 13:52).
Esa alegría podrá recibirla el mismo día de su bautismo o días
después, cuando aprenda a someterse al dulce Espíritu.
¿En qué lugar se puede recibir el Espíritu Santo? La mayoría de
las personas lo reciben en la iglesia, por ser el lugar donde la
presencia del Señor provee una atmósfera adecuada para la ado-
ración y la alabanza; requisitos indispensables para el derrama-
miento del Espíritu. Sin embargo, esto no quiere decir que no
pueda recibirlo en otro lugar, como fue el caso de un hombre
que lo recibió en su coche y, su alegría fue tan grande, que se
detuvo en medio del tráfico y comenzó a saltar lleno de gozo.
Otro, en cambio, lo recibió mientras se afeitaba; otro, mientras
estaba acostado. Otras personas lo recibieron en la cárcel y, otras,
mientras hacían las labores de casa. Los 120 lo recibieron cuando
estaban sentados en el aposento alto (Hechos 2:2). Amigo, como
puede comprobar, Dios no tiene ninguna preferencia en cuanto al
lugar o a la postura de su cuerpo.
Por lo tanto, podemos llegar a la conclusión de que este es otro
paso importante para que el cristiano verdadero alcance la ple-
nitud de vida en comunión con Dios pues, dejando al Espíritu
Santo actuar en su vida, estará preparado para enfrentarse a las
huestes de maldad que se imponen en este mundo.

92 EN LOS PASOS DE JESÚS


XIV. LOS FRUTOS DEL
ESPÍRITU SANTO

Aunque consideremos los frutos del Espíritu Santo pluralmente


para nuestro estudio, la Biblia, en cambio, lo hace de manera
singular, considerándolo como «el fruto» (Gálatas 5:22). Esto,
naturalmente, se debe al hecho de que las cualidades morales im-
plantadas por el Espíritu Santo en cada seguidor del Señor Jesús
forman un todo, como si fuesen una sola virtud.
Los nueve aspectos son partes integradas de un único desarrollo
espiritual, para que los cristianos sean «llenos de toda la plenitud
de Dios» (Efesios 3:19).
Claro que, el fruto del Espíritu, es una consecuencia o un efecto
producido por el Espíritu Santo en la vida de un cristiano autén-
tico que se somete a la voluntad del Señor. No es el cristiano el
que por sus propios esfuerzos o méritos va a producir los frutos
o el fruto del Espíritu en su vida, sino que será la participación
mutua del Espíritu Santo y del cristiano lo que producirá fruto.
El Espíritu Santo no va a imponer a nadie Su voluntad para que
se produzca el fruto. Tiene que haber una disposición real por
parte del ser humano en la búsqueda de la suprema voluntad de
Dios, para que el Espíritu Santo pueda efectuar la transformación
radical en lo más íntimo del ser humano.
El fruto es la respuesta a una plantación. Dependiendo de lo que
se plante, o sea, de la semilla que sembremos, el fruto podrá ser
bueno o malo. Si queremos que nuestra vida produzca los frutos
espirituales o el fruto del Espíritu Santo, debemos sembrar en
nuestro interior los pensamientos divinos que están en la Biblia
Sagrada.

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La Palabra de Dios, que es la mente de Cristo, debe estar enrai-
zada en lo más profundo de nuestras vidas, a fin de que el propio
Espíritu pueda actuar en nuestro interior y producir fruto. Esto
es parecido a lo que hacen los agricultores, que echan semillas
en la tierra que después mueren, para después nacer de nuevo y
producir el fruto esperado. Este gran milagro que sucede con la
reproducción se debe a la actuación del propio Dios en sintonía
con la naturaleza. Es exactamente lo que sucede con el cristiano,
que al morir para este mundo y para su propia voluntad, nace
para Dios y, por el Espíritu Santo, hace producir los frutos que
pasamos a estudiar a continuación:

El amor
Porque el amor es la base donde se fundamentan los demás frutos
y donde todas las virtudes espirituales se desarrollan, procurare-
mos centrarnos más en su estudio.
Básicamente, el amor consiste en el querer para los demás aque-
llo que queremos para nosotros mismos. Es la dedicación al pró-
jimo, es la disposición de tiempo y energía a favor de los demás,
como si fuera para nosotros mismos. La propia cruz del Señor
Jesús formaliza el amor puro y verdadero. El palo vertical sim-
boliza el amor nuestro para con Dios y el palo horizontal el amor
para con nuestros semejantes.

En el amor están los dos grandes mandamientos de la Ley de Dios:


«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer manda-
miento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la
ley y los profetas» (Mateo 22:37-40).
Verificamos que en el amor existe una relación mutua y que es ma-
yor que un simple sentimiento de compasión o afecto. En realidad,
el amor es definido por los sacrificios de quien ama, sin esperar
nada a cambio pues, quien ama, no tiene ningún tipo de interés.
Creo que podemos definir el amor con una simple palabra: dar.

94 EN LOS PASOS DE JESÚS


Las modalidades del amor son:
w El amor propio, que no está condenado en la Biblia, pero que
debe estar bajo control para que no se transforme en un insopor-
table egoísmo.
w El amor a Dios, al Señor Jesucristo y a las cosas celestiales es
el que debe destacar en nuestra vida, aquel que está dirigido en
sentido vertical, el primer mandamiento de Dios para los seres
humanos (Mateo 22:37).
w El amor de Dios por el hombre, que es la fuente de todo nuestro
bienestar y el modelo de amor que los humanos deben ejercer los
unos con los otros.
w El amor del hombre por sus semejantes, que es el exigido por
Dios por medio del segundo gran mandamiento (Mateo 22:39).

La alegría
La alegría es una expresión de contentamiento, satisfacción, jú-
bilo o entusiasmo. La alegría, como fruto del Espíritu Santo, es
mucho más que una simple sensación, es una vida verdadera de
eterno gozo en el alma gracias a la certeza que pone el Espíritu
de Dios dentro del hombre.
La alegría es el fruto del Evangelio dentro de nosotros (Lucas
2:10) y de la profunda experiencia de la Salvación. La alegría del
cristiano es una constante, a pesar de todos los sinsabores que la
vida nos presenta. Sin embargo, la alegría del que no es cristiano
es artificial, causada por los chistes, y de corta duración, ya que
es ligera y se ahoga con las tristezas de este mundo.
El gran gozo que el Señor nos da es para que se vea la diferencia
entre Su pueblo y el resto del mundo y para que testifiquemos de
la felicidad que hay dentro de nosotros. El propio Dios experi-
menta tal sensación, como está escrito:
«No os entristezcáis, porque la alegría del Señor es vuestra for-
taleza» (Nehemías 8:10).
La alegría es una cualidad de vida caracterizada por el bienestar
espiritual, consecuencia de una buena relación con Dios; es el re-

95
gocijo en el Espíritu Santo. A Dios nunca le agradó el desánimo,
al contrario, Su Palabra nos amonesta:
«Servid al Señor con alegría; venid ante El con cánticos de
júbilo» (Salmos 100:2).
Y también:
«Alégrese el corazón de los que buscan al Señor» (Salmos
105:3).
La orden para nuestro día a día es alegrarnos en el Señor, ya que
la alegría es don de Dios, para que Su pueblo reconozca que Él
está en Su trono y que todo está bajo Su control. Esa alegría es
la inspiradora de la esperanza y del coraje; es la confianza en el
Señor Jesús, es la satisfacción de que estamos vivos en Él.

La paz
La caída del hombre en el jardín del Edén destruyó la paz que
había entre él y Dios, consigo mismo, con los demás hombres,
con los demás seres y con la propia naturaleza.
A través de la cruz del Señor Jesús, Dios estableció nuevamente
la paz, conforme está escrito:
«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Roma-
nos 5:1).
Por tanto, la paz, comprende mucho más que la mera tranquili-
dad íntima que prevalece a pesar de las tempestades externas.
Es una cualidad espiritual producida por la conciliación, por el
perdón de los pecados y por la conversión del alma. En cierta
ocasión, el Señor Jesús dijo:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la
da» (Juan 14:27).
Esa paz es una dádiva celestial y, en realidad, es un contacto de
Dios con el alma por medio del Espíritu Santo. Así como Él nos
enseña acerca de Cristo también nos da la calma y la certeza
de la tranquilidad, incluso en los momentos más difíciles. Por
eso, el Espíritu Santo también es llamado el Consolador, porque

96 EN LOS PASOS DE JESÚS


en los momentos conflictivos nos hace mantener la calma y la
tranquilidad, porque el Espíritu Santo nos llena de confianza
en Cristo Jesús y, consecuentemente, de Su paz inefable. Paz
es todo lo contrario al odio, las desavenencias, las contiendas,
los conflictos, la envidia; en fin, a todos los frutos de la carne.
Como el niño se sosiega en los brazos de la madre así, el cristia-
no, se sosiega en Cristo Jesús. ¡Verdadera paz!
La paz es un bien precioso y feliz es el hombre que la alcanza.
Asimismo, desafortunado es aquel que no busca la paz de Dios.
Él nos dio a Su propio Hijo como rescate para librarnos de nues-
tro verdadero enemigo. Normalmente, el ser humano busca la
paz en todo lo que este mundo puede ofrecer pero acaba con la
triste realidad de que todo resulta en ansiedad y confusión para
su vida. Lo que siempre faltó y todavía falta en este mundo es,
precisamente, la paz, la armonía y la buena voluntad entre los
hombres, contrariamente a lo que Dios dispuso.
En nuestros días vivimos, más que nunca, esta triste realidad.
Existen organizaciones internacionales que dicen tener progra-
mas para la comprensión y la cooperación entre los pueblos
pero los resultados son muy pobres a pesar de tener buenas in-
tenciones. ¿Por qué? Si leemos Lucas 2, aprendemos que sola-
mente cuando el hombre se somete a Dios y le da toda la gloria,
puede alcanzar la paz.
Cuando Cristo nació los ángeles cantaron, expresando la volun-
tad divina:
«Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hom-
bres» (Lucas 2.14).
Mientras vivamos lejos de la integración y de la sumisión a la
voluntad suprema de Dios, viviremos en desacuerdo, tanto por
dentro como por fuera. Quien vive en desacuerdo con Dios no
podrá producir armonía, ya que la paz comienza en el interior
del individuo para después poder influenciar el ambiente.
Uno solo puede dar aquello que tiene (Lucas 6:43-45). La paz
es algo interior, un estado del alma que tiene como fundamento
una relación de armonía consigo misma y con Dios. Quien esté
en paz con Su Creador, también lo estará consigo mismo y con
sus semejantes.

97
Si no hay paz en el mundo, si los pueblos y las naciones no se
entienden es, simplemente, el reflejo de nuestra situación como
individuos delante de Dios. Si la Iglesia de Cristo está dividi-
da internamente, también es el reflejo de nuestra propia relación
con Dios. Todos nos equivocamos cuando intentamos controlarlo
todo, queriendo hacer nuestra propia voluntad, exaltándonos a
nosotros mismos. Son muchos lo que claman por el nombre del
Señor pero que confían en sus propias fuerzas y en aquello que
pueden producir. Otros buscan el equilibrio interior en la filoso-
fía, la ciencia y en otras ramas del saber humano.
La paz es uno de los frutos gloriosos del Espíritu Santo de Dios
en nosotros. Sin Dios no hay verdadera paz. Sin la presencia del
Príncipe de la Paz, de quien habla el profeta Isaías, no hay unión
en amor. Jesús dijo a Sus discípulos antes de dejarlos: «La paz os
dejo, mi paz os doy...» y, si confiamos en esta herencia, podemos
experimentar el resto del mismo versículo:
«No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27).

La longanimidad
La longanimidad es una tolerancia paciente. Por ejemplo, la lon-
ganimidad, cuando es atribuida a Dios, significa que Él tolera
pacientemente todas las iniquidades del ser humano, no dejándo-
se arrebatar por explosiones de ira o furor, lo que desembocaría
en la destrucción humana. En esto se manifiesta el amor, pues
los hombres se caracterizan por los errores y pecados constantes
pero, aun así, Dios se mantiene misericordioso.
Cuando manifestamos este fruto soportamos las provocaciones
ajenas porque sabemos que el Señor Jesús soporta nuestros peca-
dos, gracias a su gran longanimidad.

La benignidad
Benignidad es amabilidad, bondad y compasión. El cristiano
que posee esta virtud tiene un carácter excelente, es bondadoso
y amable con los suyos y con sus semejantes, no mostrándose
inflexible ni exigente. Aunque es muy común ver, entre los recién

98 EN LOS PASOS DE JESÚS


convertidos, un poco de inflexibilidad en cuanto a la manera de
comportarse con las personas.
Cuando una persona es benigna busca siempre la conciliación,
es imprescindible que sea dócil, flexible, amable y mansa para
que pueda causar una buena impresión en aquellos que la ro-
dean.

La bondad
La bondad es muy semejante a la benignidad, en cuanto a que
la persona bondadosa posee un comportamiento generoso con
los demás. Aquel que posee esta virtud no mide sacrificios para
ayudar y hacer valer la fuerza del amor. Podemos ver un ejemplo
de bondad en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:30-35).
La persona bondadosa no mira para sí misma, ni mucho menos
espera recompensa de la otra parte. No ve color, sexo, apariencia
física ni nivel económico, sino que su placer es glorificar al Señor
Jesús a través de sus actos de generosidad.

La fidelidad
La fidelidad, en el original griego, puede significar tanto una ac-
titud de confianza, como de fe. Es una demostración del carácter
leal al Señor Jesús, motivada por una confianza total en Su Per-
sona. Cuando una persona se convierte a Cristo, su alma pasa a
depender totalmente de Él, debido a su entrega total. Esto es con-
fianza o fe, que a su vez produce la fidelidad propiamente dicha.
Muchos cristianos, al igual que el apóstol Pedro mientras estaba
físicamente cerca del Señor Jesús, son fieles a Jesucristo cuando
todo les va bien y no les falta dinero, salud, etc., pero cuando
vienen las aflicciones, las persecuciones, la falta de poder adqui-
sitivo y otros problemas, dejan de mirar al Autor y Consumador
de la fe para fijarse en las condiciones en las que se encuentran.
Ahí empieza el descontento, la tristeza, el desánimo, etc., y, en
seguida, empiezan a caminar hacia la infidelidad, que es una se-
ñal de desconfianza e incertidumbre.

99
Es fácil ser fiel cuando todo marcha bien. Cuando las cosas van
mal, la fidelidad es un «sacrificio». Sin embargo, lo que el Es-
píritu Santo deposita dentro de nosotros a través de la fidelidad
atraviesa cualquier barrera, venciendo cualquier obstáculo con-
trario a la fe.
Dios siempre está probando nuestra fidelidad hacia Él. Es bueno
que los cristianos mantengan sus ojos espirituales bien abiertos,
para que no pierdan el buen don del Espíritu Santo.

La mansedumbre
El Señor Jesús dice: «Bienaventurados los mansos, pues ellos
heredarán la tierra» (Mateo 5:5).
«Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas»
(Mateo 11:29).
En ambos casos vemos, que esta actitud, es una sumisión por par-
te del hombre delante de Dios y, seguidamente, hacia los demás
hombres. Es un carácter suave y humilde. Además del ejemplo
del propio Señor Jesús, tenemos el caso de Moisés, como dicen
las Escrituras en Números 12:3:
«Era el varón Moisés muy manso, más que todos los hombres
que había sobre la tierra».
La mansedumbre es el resultado de la verdadera humildad al re-
conocer el valor ajeno sin considerarnos superiores. Si el Señor
Jesús no hubiese tenido esta virtud, jamás podría haber soportado
la provocación de aquellos que le insultaban y se burlaban de
Él. Fue necesario tener un espíritu manso para poder vencer las
tentaciones.

El dominio propio
Este último fruto del Espíritu Santo es el resultado del control
sobre uno mismo ante los impulsos de la carne que nos conducen
a la muerte espiritual. Todo cristiano necesita autodisciplinarse
para poder alcanzar las victorias por medio del Señor Jesús.

100 EN LOS PASOS DE JESÚS


El cristiano vive en un mundo hostil donde es visto como loco,
y viceversa. Vivimos en este planeta, pero no pertenecemos a él;
estamos obligados a obedecer sus leyes, pero las leyes que obe-
decemos por amor a Cristo son totalmente contrarias a él. Una
y otra vez nos encontramos en situaciones que, dependiendo de
nuestras actitudes y dominio propio, exaltaremos o avergonzare-
mos al Señor Jesús.
En Proverbios 16:32 descubrimos que más fuerte es aquel que se
domina a sí mismo que aquel que conquista una ciudad. De he-
cho, no existe un conflicto más terrible que el que traba el hombre
en su interior para poder controlar sus propios instintos y, si no
fuese por la actuación del Espíritu Santo en el alma del cristiano,
este jamás conseguiría dominarse a sí mismo.
Cuando el apóstol Pablo habla de nuestra lucha entre la carne y el
Espíritu Santo (Gálatas 5:16-21) no quiere decir que el «barro»
del que estamos hechos sea impresentable. ¡No! Son, precisa-
mente, la voluntad y los instintos de nuestro «yo» los que luchan
contra el Espíritu de Dios. Esa «carne» es la voluntad humana
que necesita ser dominada por la propia persona, a través del do-
minio propio.
La Biblia contiene dos doctrinas principales: la Ley y el Evan-
gelio.

La ley
La ley es la doctrina de la Biblia por la que Dios nos enseña
cómo debemos ser, qué debemos hacer y qué debemos evitar.
Esto quiere decir que el hombre sería salvo a través de sus pro-
pios méritos, si obedeciese a las leyes y a los mandamientos que
se encuentran en el Antiguo Testamento. Para verificar esto, pue-
de leer Levítico 19:2-3 y Deuteronomio 6:6-7.
Por esta doctrina sería tremendamente difícil alcanzar la salva-
ción, pues si un hombre cumple toda la Ley pero falla en un solo
mandamiento, aunque haya cumplido el resto, le serían anulados
por haber fallado en uno.
Tenemos muchos ejemplos de iglesias que son legalistas, es de-
cir, que intentan aplicar la Ley para sus seguidores. Por ejem-

101
plo, existe una denominación que obliga a sus fieles a guardar
el sábado cueste lo que cueste, porque en la Ley encontramos el
mandamiento del Señor de guardar el sábado.
Todas las religiones o denominaciones que intentan fundamentar
la fe en la Ley o en los mandamientos, terminan convirtiéndose
en falsas y anticristianas, simplemente porque «el justo vivirá por
la fe» (Hebreos 10:38) en el Señor Jesucristo.
Si la Ley fuese suficiente para salvar al hombre, la venida del
Señor Jesús habría sido totalmente inútil. No es que la Ley falle
o sea errónea, sino que fue creada para apuntar al Salvador Jesús
y disciplinar al pueblo judío, que era rebelde y duro de corazón.

El evangelio
Evangelio significa «buenas noticias». Es la doctrina por la cual
Dios nos salva a través del Señor Jesucristo. Mediante el Evange-
lio, el hombre es salvo por la fe en Aquel que consiguió cumplir
toda la Ley sin fallar absolutamente en ningún precepto: Jesu-
cristo. La Ley nos enseña qué debemos y qué no debemos hacer,
pero el Evangelio nos enseña lo que Dios ha hecho y continúa
haciendo por el hombre, a través de Su Hijo Jesús.
El fruto del Espíritu Santo proviene del Evangelio, que es la gra-
cia de Dios para todos los que apoyan su fe en el Señor Jesús,
puesto que es Él mismo quien nos concede el Espíritu Santo y,
consecuentemente, los frutos y los dones para el crecimiento de
Su Iglesia.
Aquellos que andan en base a la Ley y a los mandamientos no
pueden producir los frutos del Espíritu Santo porque, en sus con-
ceptos, deben hacer prevalecer la fuerza de voluntad para ser
«buenos cristianos», lo cual es imposible sin la actuación efectiva
del Espíritu Santo, por la fe única y exclusiva en el Señor Jesús.

102 EN LOS PASOS DE JESÚS


XV. EL DEMONIO Y LAS
LENGUAS EXTRAÑAS

La blasfemia
Por desgracia, muchas personas han sido engañadas debido a las
lenguas extrañas. La falta de claridad respecto a este tema ha
llevado a muchas personas a una vida de verdadero infierno, peor
de la que tenían antes de haber conocido al Señor Jesús como
Salvador.
Los demonios se manifiestan en las personas que se involucran
con ellos, generalmente, a través del espiritismo, haciéndoles ha-
blar un lenguaje raro, imitando incluso a las personas bautizadas
con el Espíritu Santo al hablar las lenguas extrañas que provienen
de Dios.
Muchos candidatos se afanan en hablar en lenguas extrañas por-
que “fulanita de tal”, que lleva menos tiempo en la iglesia, ya fue
bautizada con el Espíritu Santo. Piensan que por ser mas antiguos
en la fe tienen que ser bautizados de cualquier manera, cueste lo
que cueste. Dejan de alabar al Señor Jesús con pureza del alma y
se empeñan en hablar en otras lenguas. El diablo, viendo esa ac-
titud orgullosa, «desciende» sobre ellos haciéndoles hablar, e in-
cluso cantar, en otras lenguas. Ante tal situación, creen haber sido
bautizados con el Espíritu Santo pero, más tarde, los frutos podri-
dos empiezan a aparecer. En vez de mostrarse alegres y felices,
están siempre disconformes, reclamando por todo y nunca están
satisfechos con nada. Son la denominada «cizaña» que se levanta
en medio del trigo con actitudes que solo siembran contiendas,
como la de «profetizar» dentro y fuera de las iglesias, criticando
al pastor y sembrando la rebelión entre la congregación.

103
Las lenguas extrañas existen y, todas las personas que están bau-
tizadas con el Espíritu Santo, las hablan pero no todas las perso-
nas que hablan en lenguas extrañas son bautizadas con el Espíritu
Santo.
Uno de los dones del Espíritu es el discernimiento espiritual. No-
sotros, que estamos siempre expulsando demonios, hemos visto
muchos casos de personas engañadas por el diablo. En cierta oca-
sión, una señora nos dijo que estaba “llena” del Espíritu Santo y,
aunque se mostraba muy feliz por ello, nosotros no estábamos
convencidos de que fuera así. Un día, esa misma señora, comen-
zó a entonar un cántico tan bonito que cualquier persona pensaría
que estaba realmente poseída por el Espíritu Santo. Días después
la señora cayó enferma y, cuando fuimos a orar por ella pidién-
dole a Dios que la liberara de todo mal, manifestó con un espíritu
maligno, el mismo que le hacía cantar de aquella manera y que se
hacía llamar «cantor lírico».
Hemos conocido a muchas personas que creían tener el Espíritu
Santo pero que en realidad estaban poseídas por algún espíritu de
maldad. Sin embargo, aquellas que eran sinceras, tarde o tempra-
no son liberadas, pues los espíritus malignos, al no poder resistir
la presión de la presencia de Dios, acaban manifestando su verda-
dera personalidad y es ahí cuando entramos nosotros con el poder
de Dios para apartarlos definitivamente del individuo.

¿Pueden los demonios entrar en un cristiano bautizado?


Las Sagradas Escrituras no nos da razones para creer que una
persona bautizada con el Espíritu Santo pueda ser poseída por un
demonio. Es más, cuando una persona tiene la plenitud del Espí-
ritu Santo, pasa a estar sellada por Dios y ningún demonio puede
entrar en ella. La Biblia afirma que somos el Templo del Espíritu
Santo y, siendo así, Él no puede aceptar dividir Su morada con
ningún espíritu maligno.
Sin embargo, no debemos olvidarnos de que, aún siendo sellados
por el Espíritu Santo, no podemos dejar de vigilar nuestra vida
espiritual en ningún momento. El bautismo con el Espíritu Santo
es un acto que deja al bautizado en un estado de gracia delante de

104 EN LOS PASOS DE JESÚS


Dios pero, si la persona peca, y consecuentemente niega a Jesús
para resistir al Espíritu Santo, el diablo podrá entrar, pues el Es-
píritu Santo se alejará de ella.
Este fue el caso de Saúl, que estaba lleno del Espíritu de Dios,
pero que perdió toda la gracia de Dios debido a su desobediencia
al Señor y terminó quitándose la vida de manera trágica después
de haber consultado a un espíritu inmundo enviado por Satanás,
que le engañó diciéndole que era el espíritu de Samuel.
Una persona que solo busca el Espíritu de Dios por vanidad, corre
el serio peligro de ser engañada por un demonio que se haga pa-
sar por el Espíritu Santo. Una vez, en una reunión de liberación,
oré por un grupo de personas ordenando salir a los demonios que
se hacían pasar por el Espíritu Santo. Me quedé sorprendido de
ver decenas de personas, con apariencia de piadosos cristianos,
manifestar con los más terribles demonios.
Aunque la Biblia no enseñe que para recibir el bautismo con el
Espíritu Santo es necesario hablar en lenguas extrañas, encontra-
mos algunas referencias bíblicas que verifican que los bautizados
hablan en lenguas extrañas:

w Los judíos en el día de Pentecostés (Hechos 2:4).


w Los Romanos en casa de Cornelio (Hechos 10:46).
w Los Griegos en Éfeso (Hechos 19:6).

Las actitudes de los bautizados con el Espíritu Santo


He presenciado el bautismo con el Espíritu Santo en algunas per-
sonas y todas ellas han quedado completamente llenas de amor,
paz, alegría y conscientes de lo que ha sucedido en ellas. Digo
esto porque muchas personas sinceras pierden el equilibrio emo-
cional al ser supuestamente bautizadas y se tiran al suelo tem-
blando y llamando la atención de las personas. Cuando ocurre
esto, el bautismo no tuvo lugar, solo fue una manifestación carnal
y diabólica que, además, dificulta la búsqueda y el bautismo de
las demás personas presentes.

105
Es natural llorar de alegría, sonreír o cantar, pero no el estar fuera
de sí, pues esto es una manifestación demoníaca, no del Espíritu
Santo.

Propósitos y objetivos del Espíritu Santo


Cuando una persona recibe el bautismo con el Espíritu Santo,
cambia totalmente sus actitudes delante de este mundo e incluso
sus propios objetivos. Esto sucede porque el bautizado es una
persona llamada por Dios para hacer Su santa voluntad.
Nadie es sellado por el Señor Jesús para vivir su propia vida,
sino que Dios tiene un propósito para esa persona. Si permanece
obediente a Su llamada y da lugar en su vida para el propósito
de Dios, será feliz y, por medio de su testimonio, otros podrán
alcanzar la misma felicidad conociendo a Jesús.
El Señor solo se manifiesta en este mundo a través de personas
que están llenas de Su Espíritu y este es exactamente el objetivo
por el que las personas son bautizadas.
Uno de los mayores obstáculos al bautismo con el Espíritu Santo
se presenta cuando el propósito del candidato es contrario al de
Dios. Muchas personas buscan este bautismo sin desear una rela-
ción personal con el Señor; otras solo lo quieren para poder decir
ante la congregación, llenas de orgullo, que fueron bautizadas y
que, ahora, son tan espirituales como las demás.
Los motivos que nos llevan a desear el bautismo con el Espíritu
Santo determinarán si lo recibiremos o no. A las personas que
llevan mucho tiempo buscando el Espíritu Santo sin recibirlo, les
aconsejamos que analicen sus objetivos y motivos, si son para
agradar a Dios o para satisfacer sus instintos carnales y demo-
níacos o si son para hacer su propia voluntad o la de Aquel que
le llamó.
Nadie tiene más interés en llenarnos del Espíritu Santo que el
propio Señor Jesús, pues Él mismo dice:
«Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda
la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que ha-
blará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir.

106 EN LOS PASOS DE JESÚS


El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber»
(Juan 16:13-14).
Cuantas más personas sean selladas con el Espíritu Santo, más
conocerá el mundo al Señor Jesús y Su santa voluntad para los
seres humanos teniendo en cuenta que las cosas divinas solo
pueden ser discernidas espiritualmente, es decir, a través del
propio Espíritu.

El mayor deseo de los sellados con el Espíritu Santo


No cabe la menor duda de que la principal característica del
bautizado con el Espíritu Santo es el amor por las almas. Este
es el gran principio cristiano, que supera todos nuestros inte-
reses personales. Es mucho más que un simple sentimiento de
amistad o cordialidad entre las personas; es una pasión fuerte
por llevar a las personas a la salvación a través de Jesucristo;
un profundo deseo de sacar a las personas de las arenas move-
dizas de este mundo para llevarlas a una vida nueva de pureza
y santidad eterna, en comunión constante con Dios.
Si el candidato al bautismo presenta una sed de ganar almas
para el Reino de Dios, entonces, el bautismo sucederá antes de
lo que pueda imaginar.

La blasfemia contra el Espíritu Santo: el pecado imperdo-


nable
El Espíritu Santo es la persona que nos convence de pecado
y nos presenta al Salvador. Sin embargo, si alguien ofende al
Espíritu con cualquier tipo de blasfemia, es decir, con palabras
que ultrajan Su Santa Persona, nadie podrá convencerle de sus
pecados, pues el Espíritu del Señor se alejará de él definitiva-
mente.
En lo más profundo del alma de todas las personas, ya sean re-
ligiosas o no, hay una pequeña llama de fe dada por el Espíritu
Santo, que si es dirigida al Dios vivo, hará fluir una vida plena
en todos los aspectos. Si alguien habla en contra del Espíritu,
Él se apartará y la persona caerá en la total y absoluta frialdad

107
espiritual, por lo que no encontrará ningún motivo para buscar
a Dios. Para ella, Dios y nada serán lo mismo. Por eso, el Señor
Jesús nos advierte:
«En verdad os digo que todos los pecados serán perdonados a
los hijos de los hombres, y las blasfemias con que blasfemen,
pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene
jamás perdón, sino que es culpable de pecado eterno» (Marcos
3:28-29).
Los pecados cometidos contra el Padre o el Hijo serán perdona-
dos porque el Espíritu Santo es quien nos conduce al arrepen-
timiento; pero si el pecado es contra el propio Espíritu, ¿quién
nos llevará al arrepentimiento?

108 EN LOS PASOS DE JESÚS


XVI. LOS DONES DEL
ESPÍRITU SANTO

Antes de entrar en el estudio de los dones del Espíritu Santo, es


necesario comprender, por encima de todo, que los dones son del
Espíritu de Dios, por lo que nadie puede considerarse dueño de
ningún don.
Muchos cristianos sinceros, por no tener un mayor conocimiento
de la Palabra de Dios, se creen poseedores del don de la profecía.
Solo porque un día fueron usados por Dios para profetizar, eso no
quiere decir que tengan ese don. Si eso fuese verdad, estaríamos
limitando mucho la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas,
pues si yo afirmo tener el don de la profecía, significa que no
podré tener otros dones, porque ya tengo uno.
La verdad es que los dones del Espíritu Santo son concedidos
a cada persona según la necesidad de la Iglesia. Por ejemplo:
Conozco a un hombre de Dios que, en muchas ocasiones, fue
usado por el Espíritu Santo para profetizar algo que más tarde
ocurrió, sin embargo, esa persona no tiene, en absoluto, el don
de profecía.
Los dones del Espíritu Santo son concedidos por el propio Espí-
ritu Santo, según Su santa voluntad y de acuerdo con la ocasión y
la necesidad. Esto sucede por la libre y espontánea voluntad del
Espíritu de Dios en función de la necesidad de la Iglesia del Se-
ñor Jesucristo. Alguien que, en un momento dado, es usado para
dar una palabra de sabiduría; en otra ocasión, puede ser usado por
el mismo Espíritu para realizar milagros y, en otro momento, para
discernir espíritus.
El pueblo de Dios necesita entender que es Su Espíritu quien di-
rige la Iglesia de Jesucristo y, de acuerdo con el momento y la

109
necesidad, Él escoge a aquel cuyo corazón ha sido celoso con Su
Obra y lo usa para usar un don.
El Señor Jesús mantiene el control de Su Iglesia por medio del
Espíritu Santo que, a su vez, escoge personas llenas de un gran
amor, con el fin de realizar Sus maravillosos dones a través de
ellas.

Palabra de sabiduría
Este don proporciona la habilidad de comprender y transmitir las
cosas más profundas del Espíritu Santo, comprender los misterios
cristianos y la capacidad de transmitir a otros ese conocimiento.
La Palabra de Dios es espíritu y vida (Juan 6:36) y para compren-
derla necesitamos este don, para que no la interpretemos errónea-
mente, pues muchos se desvían de la fe cristiana por escuchar a
espíritus engañadores (1 Timoteo 4:1).
El Espíritu Santo, a través de este don, nos hace discernir la vo-
luntad de Dios por Su propia Palabra, además de aplicar la sa-
biduría espiritual a la hora de juzgar cuestiones difíciles entre
los miembros de la comunidad cristiana, como fue el caso de
Salomón, cuando juzgó la causa entre dos mujeres (1 Reyes 3:16-
28). En este caso, el don de la palabra de sabiduría fue otorgado
a Salomón para que pudiese hacer justicia a su pueblo. De ahí
la importancia de este don para hacer justicia al pueblo de Dios.

Palabra de conocimiento
El conocimiento al que se refiere este don es aquel que es apren-
dido, adquirido y, entonces, transmitido. Este conocimiento no es
el que el mundo nos da pues, de ser así, no necesitaríamos que
existiese este don. Este don es, exactamente, el conocimiento o la
ciencia de las cosas ocultas al hombre natural y que son revela-
das a aquellos que pertenecen al Reino de Dios. Es la palabra de
ciencia que es transmitida a los seguidores del Señor Jesús día a
día, un poco cada vez.
Verifique los muchos hechos ocurridos y registrados en la Biblia.
Hay muchas cosas encubiertas que solamente son descubiertas

110 EN LOS PASOS DE JESÚS


mediante la búsqueda a través de la oración y el ayuno. Es enton-
ces cuando el don de la palabra de conocimiento, concedido por
el Espíritu Santo, se hace presente a aquellos que aspiran a tener
un mayor conocimiento para el beneficio de una colectividad,
nunca con otro objetivo.

Fe
Este don no puede ser confundido con la fe necesaria para la
justificación, conforme Romanos 5:1, sino que es la manifes-
tación de un gran nivel de confianza en Dios, capaz de hacer
posible lo imposible, por la actuación directa del Espíritu Santo
en el cristiano conocedor de la Palabra de Dios.
El Espíritu Santo ha derramado esta dádiva especialmente en
aquellos que son lo suficientemente humildes de espíritu para
aceptar Su Palabra de corazón y actuar sobre la misma, o sea,
aquellos que se han rebelado en contra de cualquier tipo de re-
ligión que no acepte la simplicidad de la Biblia Sagrada.
De hecho, el cristiano auténtico procura absorber al máximo la
Palabra de Dios tal como es y de la manera que se expresa, pues
entiende que una vez escrita, Su acción está determinada pero
necesita que alguien, lleno del don de la fe, venga a ponerla en
práctica.
Cuando el Señor Jesús se dirigió a la higuera (Marcos 11:14),
estaba utilizando este don. También Pedro usó este don con el
cojo (Hechos 3:6). Pablo, a su vez, fue usado por el Espíritu
Santo para que un hombre lisiado y paralítico de nacimiento
fuese curado (Hechos 14:8-10).
El don de la fe no debe ser usado únicamente en curaciones
o milagros en general sino también para ayudar al cristiano a
soportar las aflicciones de este mundo, así como el Señor Jesús
las soportó. Este fue el caso de Antipas (Apocalipsis 2:13) que,
según los historiadores, fue introducido en un buey de bronce
y colocado sobre una hoguera. Antipas soportó una muerte te-
rrible por amor al Señor Jesucristo. El emperador Domiciano
había obligado a todos los pueblos de la época a adorarle como
si fuera un Dios.

111
Aquellos que se resistían a sus órdenes eran asesinados de forma
cruel, y Antipas fue una de sus víctimas.
A través de los siglos, muchos hombres de Dios cambiaron el
rumbo del mundo a través de sus dones de fe:
«Quienes por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, obtu-
vieron promesas, cerraron bocas de leones, apagaron la violen-
cia del fuego, escaparon del filo de la espada; siendo débiles,
fueron hechos fuertes, se hicieron poderosos en la guerra, pusie-
ron en fuga a ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron a sus
muertos mediante la resurrección; y otros fueron torturados, no
aceptando su liberación, a fin de obtener una mejor resurrecci-
ón. Otros experimentaron vituperios y azotes, y hasta cadenas
y prisiones. Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a
espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de
ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los
cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y mon-
tañas, por cuevas y cavernas de la tierra» (Hebreos 11:33-38).
Como podemos ver, el don de fe se caracteriza por la acción del
hombre lleno del Espíritu Santo.

Curación o sanidad
La cura o sanidad divina es un derecho adquirido a través del Se-
ñor Jesucristo. No es una cuestión de fe, sino de la simple acepta-
ción, por parte del enfermo, del sacrificio realizado por el Señor
en la cruz del Calvario, como está escrito:
«Por sus heridas hemos sido sanados» (Isaías 53:5).
Esto quiere decir que ya hemos sido curados y no necesitamos
pedir algo que nos fue concedido.
El don de la curación o sanidad es concedido al pastor a fin de
que pueda ejercer su ministerio para aquellos que están incapa-
citados de creer, por no poder oír la Palabra de Dios debido a
la sordera o por tantos otros factores que nos impiden asimilar
nuestros derechos delante de Dios.
Uno de los ejemplos de este don en el ministerio del Señor Jesús
fue el caso de un hombre sordo y tartamudo (Marcos 7:32-35),

112 EN LOS PASOS DE JESÚS


que no tenía ni la más mínima condición de oír especto al Reino
de Dios y Sus bendiciones. Sin embargo, a través del don de la
cura, el propio Señor le hizo hablar con facilidad.
El que ejerce el ministerio no depende de la fe ajena, es decir,
cuando se ejerce este maravilloso don, la persona que necesita la
cura no necesita expresamente tener fe, pues el don actúa como
una corriente eléctrica que pasa por el cristiano y efectúa el mi-
lagro en el enfermo, independientemente de su situación. Así se
manifiesta el don de sanidad.

Realización de milagros
Este es el quinto don del Espíritu Santo, entre los nueve existen-
tes. Milagro es un hecho o suceso extraordinario que no se expli-
ca por las leyes de la naturaleza. Notemos que todos los demás
dones del Espíritu Santo están incluidos en este don, realizados
por los siervos del Señor esparcidos por todo el mundo.

Este ministerio se refiere a los poderes realizados en la propia


naturaleza. A título de ejemplo, podemos citar algunos hechos del
Antiguo Testamento:
w El Mar Rojo fue dividido (Éxodo 14:21).
w Las aguas del mar se volvieron dulces (Éxodo 15:15).
w El agua de la roca de Refidim (Éxodo 17:6).
w El agua de la roca de Meriba (Números 20:11).
w Las aguas del río Jordán fueron divididas (Josué 3:16).
w El sol y la luna fueron detenidos (Josué 10:13).
w El profeta Elías hizo que bajase fuego del cielo en el Monte
Carmelo (1 Reyes 18:38).

Del Nuevo Testamento podemos citar:


w El agua transformada en vino (Juan 2:9).
w Una tormenta calmada (Mateo 8:26).

113
w Jesús caminando sobre las aguas (Mateo 14:25).
w Se abrieron las puertas de la cárcel (Hechos 5:19).
w Pedro se libera de la prisión (Hechos 12:7).

Podemos ver que estos, entre otros tantos poderes, traspasan las
leyes de la naturaleza, son la manifestación real del don de reali-
zar milagros y son sólo realizados por la voluntad de Dios, para
Su honra y gloria, de acuerdo con la necesidad en cada momento.
Como fue el caso de Josué, que necesitaba tomar la ciudad de
Jericó (Josué 6). En este, y en los demás casos bíblicos, la reali-
zación de milagros fue esencial, ya que no había otra manera de
resolver el problema.
Un gran ejemplo de este don, realizado actualmente, es el caso de
la Comunidad Cristiana del Espíritu Santo, que sobrevive, exclu-
sivamente, por las obras maravillosas realizadas por el Espíritu
Santo a través de sus siervos.

La profecía
Este es el don más desconocido por la mayoría del pueblo evan-
gélico, especialmente entre aquellos que más desean ejercerlo en
sus ministerios. La realidad es que, la falta de conocimiento so-
bre el asunto ha sido tan grande, que miles de personas han sido
destruidas, no solo espiritualmente sino también físicamente, por
haber dado crédito a las palabras proferidas por un «profeta» o
«profetisa».
Creo que este ministerio es más ejercido por mujeres que por
hombres por el simple hecho de ser más receptivas, dulces y sen-
sibles y, por eso, son engañadas con más facilidad. Como ejem-
plo de esto tenemos a Eva, que prestó atención a la serpiente; a
Sara, que llevó a Abraham a cohabitar con la empleada; y a Dali-
la, que cortó el pelo de Sansón eliminando, así su fuerza.
Creo que la falta de oportunidad ministerial dentro de la iglesia
y la falta de instrucción al respecto hace que éstas sean presas
fáciles para los espíritus inmundos y engañadores. Aunque debo
aclarar que este ministerio no es exclusivamente del hombre,

114 EN LOS PASOS DE JESÚS


pues Su dueño es el Espíritu Santo y Él usa a las personas como
más le conviene, según Su voluntad.
El ministerio de profecía fue muy usado antiguamente en la cons-
titución del pueblo de Israel. En aquella época, Dios se manifes-
taba a Su pueblo exclusivamente a través de Sus profetas, que
eran ungidos para esa finalidad, como leemos en Hebreos 1:1-2:
«Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasio-
nes y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos
últimos días nos ha hablado por su Hijo».
En aquella época era mucho más natural consultar a los profetas
para saber cuál era el plan de Dios o Su voluntad en determinados
casos. Los reyes de Israel acostumbraban consultar a los profetas
para saber si deberían o no entrar en guerra contra determinados
países. Un ejemplo de esto lo encontramos en Crónicas 18:14.
Antiguamente era necesario consultar a los profetas, porque no
había Palabra de Dios completa ni tampoco Espíritu Santo para
guiarnos a toda Verdad (Juan 16:13). En los días actuales, estan-
do bajo la gracia de Dios, nadie necesita buscar una revelación
especial de Dios por medio de un profeta. El Señor Jesús ya nos
dio el Espíritu de Verdad para que no nos quedásemos perdidos
en la grandeza de Su Palabra sino que tuviésemos la luz de Su
Espíritu para la dirección de nuestras vidas.
Conozco a un hombre que durante muchos años se quedó sentado
en una silla de la iglesia escuchando los más bellos sermones. Es-
peraba que algún día un pastor fuese usado por el Espíritu Santo
y le profetizase lo que debía hacer. Y, como ese día no parecía
llegar, buscaba en reuniones «cerradas» de oración que le llegara
una profecía personal. Durante muchos años este hombre vivió
así, al margen de la voluntad de Dios, pues no quería aceptar lo
que ya estaba revelado en las Sagradas Escrituras.
También muchos jóvenes recién convertidos, en su afán de orien-
tarse por la palabra profética de alguien, acaban desistiendo de
hacer la voluntad de Dios, pensando que Él no está muy intere-
sado en usarlos. A veces, el diablo coloca un gran desánimo en el
candidato a hacer la Obra de Dios, debido a la dificultad de saber
«lo que Dios quiere de él», cuando esto está claramente expuesto
en la Biblia.

115
Aquellos que viven buscando revelaciones personales por el mi-
nisterio en cuestión, acabarán desanimándose, porque el cristiano
«vive por la fe» (Gálatas 3:11).
La palabra de Dios es una profecía viva para todos aquellos que
la aceptan por fe y aspiran a hacer la voluntad de Dios poniéndola
en práctica, porque fe es acción. Vea, amigo lector, lo que dice
Santiago 2:14-26. No sirve de nada que la persona se consagre
con oraciones, ayunos y la lectura de la Biblia, si no pone en
práctica la Palabra de Dios. El propio Señor Jesús nos advierte en
cuanto a la práctica de Su Palabra en Mateo 7:24-27.
Yo creo, de todo corazón, que si Él quisiese que anduviésemos
en base a profecías particulares, Su Palabra dejaría de tener valor
y no necesitaría existir. ¡Eso sería absurdo! Tan absurdo como el
vivir de profecías de hermanos más «consagrados».
En este momento me viene a la mente que, en cierta iglesia, había
una señora muy respetada que siempre se consagraba con ayu-
nos y oraciones. En las reuniones de oración el pastor le cedía la
palabra para orar o dirigir la reunión y, de hecho, sus oraciones
aparentaban ser más «fuertes» que las oraciones de los demás.
Siempre, después de mucho tiempo orando y algunas palabras
extrañas, pronunciaba sus «profecías». Un buen día se descubrió
que aquella «profetisa» era la amante de un incrédulo. Imagine
cuántas personas, que prestaron atención a sus oráculos, fueron
engañadas por el espíritu inmundo que, por así decirlo, dirigía esa
congregación.
Generalmente, las personas quieren ver para creer lo que se dice
acerca de la Palabra de Dios pero, curiosamente, acatan ciega-
mente cualquier profecía realizada por el tarot, quiromantes,
«profetisas evangélicas», horóscopos, etc., sin saber que este es
el ministerio preferido de Satanás. No son pocas las personas que
están internadas en manicomios y psiquiátricos debido a estos
pronosticadores del diablo.
Tal vez piense que estamos totalmente en contra de la profecía o
del don de profecía pero no es así, ¿quienes somos nosotros para
juzgar la Palabra de Dios? Lo que pasa es que la profecía existe
pero conforme a la propia Biblia y bajo una disciplina celestial,
como todas las cosas de Dios.

116 EN LOS PASOS DE JESÚS


La profecía es una predicción del futuro y solo puede ser reali-
zada por un profeta ungido por el Señor o por una persona que
simplemente sea usada por el Espíritu de Dios en un momento
oportuno. La profecía jamás podrá ir en contra de la Biblia, ya
que Aquel que inspiró la Biblia también habla a través de Sus
siervos, mediante el don de profecía. Una persona ungida que
haya recibido ese don nunca podrá realizar una predicción que
no esté de acuerdo con la Biblia. Por otro lado, aquel que pro-
fetiza lo hace en beneficio de la Iglesia del Señor Jesús, para
edificarla, exhortarla y consolarla. Estos son los objetivos pri-
mordiales de la profecía (1Coríntios 14:3).
El profeta o aquel que profetiza (porque no todos los que profeti-
zan son profetas, ni todos los profetas viven profetizando) nunca
pronunciará una palabra profética directamente a una persona,
individualmente, pues solo encontramos un caso aislado de pro-
fecía personal en la Biblia (Hechos 21:11), que no nos sirve para
generalizar.
Hasta aquí hemos procurado hablar sobre la profecía en un senti-
do más restringido, que es el bíblico, pues si lo hiciésemos en un
sentido general, no habría necesidad de un profeta o de alguien
inspirado por Dios para realizar pronósticos, porque a través de
estudios y observaciones podemos sacar conclusiones acerca del
futuro con un margen de error muy pequeño. Este es el caso de
las previsiones meteorológicas, económicas, etc.
Naturalmente, un profeta, en el sentido bíblico, es mucho más
que un individuo que predice el futuro; es una persona espiritual-
mente dotada que ejerce el don de enseñanza y, cuando predice,
lo hace inspirado por el Espíritu Santo.
Tenemos el caso del profeta Agabo, que dio a entender por el Es-
píritu que habría gran hambre en todo el mundo (Hechos 11:28)
por lo que se nos revela el profundo deseo de Dios de exhortar
a Su pueblo en relación al futuro. El propio libro de Apocalipsis
es una perfecta profecía, cuyo objetivo es preparar al pueblo de
Dios para los acontecimientos que han de venir, antes y después
de la segunda gran venida del Señor Jesucristo, con edificación,
exhortación y consolación.

117
Otro aspecto de la profecía es que toda y cualquier persona que
anuncia el Evangelio del Señor Jesús está profetizando. Afirmar
que el Señor Jesús cura todas las enfermedades, libera a todos los
oprimidos, prospera, salva, etc., es afirmar algo que acontecerá
en la vida de todos los que creen en esta palabra profética, que es
la Palabra de Dios.
Para finalizar el estudio de este don, a continuación le damos una
serie de consejos útiles para que los cristianos puedan reconocer
si las profecías, que cada día van en aumento, son de Dios o del
diablo:
w La primera actitud que debe tomar el oyente de la profecía es
verificar si la palabra profética está de acuerdo con la Biblia, es
decir, si esta sirve para edificación, exhortación y consolación de
la Iglesia.
w Ver si la profecía es para un grupo de personas o si está dirigida
a una sola persona. En este último caso la profecía sería total-
mente falsa.
w Después de estas observaciones, esperar y ver si se cumple o
no. Si se cumple es de Dios, sino se cumple es falsa y demoníaca.
w Conocer la vida del profeta o del mensajero ayudará a la hora
de aceptar o rechazar sus profecías, pues como está escrito:

«Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vesti-
dos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos
los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos
de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el
árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir
frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo ár-
bol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. Así que,
por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:15-20).

Discernimiento de espíritus
En la época de la Iglesia primitiva existían personas dotadas con
poderes psíquicos y espirituales que no pertenecían a la comuni-

118 EN LOS PASOS DE JESÚS


dad cristiana. Eran muy usadas por los espíritus engañadores, que
no se manifestaban de la misma manera que los los espíritus in-
mundos actualmente. Esos espíritus engañadores penetraban as-
tutamente en las personas incautas y, a través de ellas, hacían que
pasaran cosas extraordinarias. Esto fue lo que ocurrió en Egipto
cuando Aarón lanzó su cayado, por orden de Moisés, y se con-
virtió en una serpiente. Los sabios de Egipto hicieron lo mismo,
convirtiendo sus cayados en serpientes por medio de sus ciencias
ocultas (Éxodo 7:10-11).
Con esto podemos observar que los espíritus engañadores pueden
hacer cosas espectaculares para captar, no solo la atención de las
personas, sino también para ganarse su confianza y su crédito.
Con el objetivo de dar a la Iglesia la capacidad de crecer en una
base sólida de fe, el Señor Jesús dio, a través del Espíritu Santo,
el don del discernimiento de espíritus a Sus seguidores para que
pudiesen distinguir entre aquellos que hablan dirigidos por Dios
y los que hablan dirigidos por el diablo.
Era, y es necesario, saber distinguir entre lo correcto y lo equivo-
cado. Esto no es siempre fácil y se necesita este don para poder
tomar decisiones, ya que nuestro corazón es muy engañoso:
«Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién
lo comprenderá? Yo, el Señor, escudriño el corazón, pruebo los
pensamientos, para dar a cada uno según sus caminos, según el
fruto de sus obras» (Jeremías 17:9-10).
Hemos podido observar, en muchas ocasiones, la intención sin-
cera de hacer el bien en muchas personas pero, detrás de ese bien,
estaba la actuación de los espíritus inmundos. No siempre lo que
es bueno a nuestros ojos, lo es para Dios. De hecho, ¿cuántas
veces pensamos que estamos actuando correctamente y después
descubrimos que estábamos equivocados? De ahí la gran necesi-
dad de tener este don.
El apóstol Juan nos amonesta mucho al respecto:
«Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus
para ver si son de Dios, porque muchos falsos profetas han sali-
do al mundo» (1 Juan 4:1).

119
En una época en que el espiritismo se está propagando con gran
fuerza por todo el mundo creo que necesitamos de este don, más
que nunca, para desenmascarar todos los planes y estrategias de
Satanás, por el poder del Dios vivo, en la persona del Espíritu
Santo, ¡y en el nombre del Señor Jesucristo!

Diversidad de lenguas
Este don trata de la diversidad de lenguas extrañas que la persona
habla tras recibir el bautismo con el Espíritu Santo, que de acuer-
do con 1 Corintios 13:1, hay dos tipos:
w Lenguas extrañas a los hombres en general y que son proferi-
das por los ángeles.
w Lenguas extrañas a la persona que habla y, generalmente, a los
que las oyen.

Cuando alguien habla en lenguas extrañas usando este don del


Espíritu Santo, aunque no entienda la lengua, se está edificando a
sí mismo, de acuerdo con 1 Corintios 14:4; por eso, es importante
que la persona procure hablar de manera disciplinada, sin escan-
dalizar a aquellos que nada entienden.
No son pocas las personas que, al hablar en otras lenguas, dan
lugar a la carne, o sea, llaman la atención de los demás, hablando
muy alto, incluso gritando, sacudiéndose, pareciendo estar más
llenas de demonios que del Espíritu Santo.
Cuando hablamos en lenguas extrañas debemos hacerlo para lla-
mar la atención de Dios, a fin de edificar nuestra propia vida. Si
hablamos alto llamamos la atención de las personas y les impedi-
mos concentrarse, demostrando así un egoísmo diabólico. Si ha-
blar en lenguas es para edificarse a uno mismo, ¿por qué hacerlo
para que los demás escuchen?
Hablar en lenguas produce un efecto purificador, elevador e in-
cluso transformador en la persona que las habla. Ahora imagí-
nese hablando en una lengua totalmente extraña por inspiración
y concesión del propio Dios. Cuando eso ocurre probamos la
autenticidad de nuestra fe, experimentando un contacto con el

120 EN LOS PASOS DE JESÚS


Espíritu Santo. Fue exactamente eso lo que ocurrió en el día de
Pentecostés:
«Estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del
cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que
llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecie-
ron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre
cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y co-
menzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba
habilidad para expresarse» (Hechos 2:1-4).
Conviene aclarar que no todos los que hablan en lenguas extrañas
están «en el Espíritu» de igual modo que no todos los que no ha-
blan en lenguas no están «en el Espíritu». Conocemos a muchas
personas de Dios que, aunque no fueron bautizadas con el Espíri-
tu Santo, viven más en santidad que muchos bautizados. Lo que
pasa es que, cuando la persona es bautizada con el Espíritu Santo,
la persona recibe inmediatamente el don de lenguas, como señal
de su bautismo. Su capacidad de hablar extrañamente no se acaba
por cometer cualquier falta. Muchas veces, la persona comete un
pecado grave y, aún así, puede hablar en lenguas al orar a Dios,
lo que le permite reedificarse en el Señor Jesús.
Resumiendo, afirmo para todos los interesados que el hablar en
lenguas extrañas no es señal de santidad o consagración. ¡En ab-
soluto! El hablar en lenguas extrañas simplemente lleva a la per-
sona a una cierta afinidad con Dios.

Interpretación de lenguas
La Iglesia del Señor Jesús solamente será edificada a través de
las lenguas extrañas si hubiese, por parte de alguien, una inter-
pretación de las mismas. El apóstol Pablo llegó a prohibir que se
hablase en lenguas en reuniones públicas si no había quien las
interpretase, ¡y con toda la razón! (Lea 1 Corintios 14:27-28). Si
las lenguas son proferidas sin interpretación no servirán de nada
para la iglesia, por eso, nuestro Dios proveyó el don de la inter-
pretación, para que Su iglesia pueda ser edificada.
El sentido de la visión no tiene por objetivo beneficiar solamente
a los ojos, sino al cuerpo entero; así como el sentido del oído no

121
beneficia solamente a los oídos, sino a todo el cuerpo. Esto es
precisamente lo que ocurre con todos los dones y funciones de
los miembros individuales del Cuerpo de Cristo. El Espíritu de
Dios determina la actividad de cada miembro y nos capacita para
esa actividad.
Por tanto, los dones del Espíritu Santo buscan la perfección del
cuerpo de Cristo, o sea, de Su Iglesia, en la misión suprema de
ganar almas para el Reino de Dios.

Diferencias entre los frutos y los dones


En los capítulos anteriores abordamos, especialmente, los frutos
y los dones del Espíritu Santo. Ahora bien, para dejar bien claro
sus funciones y objetivos, añadimos la siguiente aclaración: en
toda la historia de la Iglesia del Señor Jesucristo siempre hubo
serios problemas que escandalizaron a muchos, desviaron de la
fe a otros; en fin, contribuyeron demasiado para que el Cuerpo de
Cristo, que es Su Iglesia, quedase dividida.
Parte de este gran problema se debe a la falta de discernimiento
entre los frutos y los dones del Espíritu Santo. Esta es una de las
razones fundamentales por la que existen tantas denominaciones
diferentes y, que llegan, incluso, al punto de considerarse ene-
migas las unas de las otras. En este aspecto, la Iglesia del Señor
ha sido severamente castigada. A pesar de todo y, aunque haya
crecido de manera espontánea y a “trancas y barrancas”, el Espí-
ritu Santo ha traspasado las barreras humanas y políticas que el
propio cristiano impone.
La gran mayoría de personas confunde el uso de los frutos con
los dones del Espíritu Santo. Es el caso, por ejemplo, de aquel
pastor que, por ser muy usado por el Espíritu Santo, en lo que
se refiere a manifestaciones de los dones espirituales, se olvida
u omite Sus frutos. En el ejercicio de su ministerio cura a los en-
fermos, expulsa a los demonios y predica mensajes inspiradores
pero, en su casa, muestra un pésimo ejemplo con sus hijos o seres
queridos. Dentro de la iglesia se porta como un «santito» consa-
grado pero, fuera, lejos de la mirada de los demás, actúa como un

122 EN LOS PASOS DE JESÚS


incrédulo. Eso acontece muy a menudo, por eso muchas señoras
cristianas no consiguen traer a sus maridos e hijos a la iglesia.
Lo que motiva ese desnivel espiritual es el hecho de que el pastor,
en este caso, por ser muy usado por el Espíritu Santo en su minis-
terio, se cree señor de sí mismo. Pensaba que sus acciones fuera
de la iglesia también tenían la aprobación del Espíritu Santo. Por
ser tan usado a través de sus dones, pensaba que tenía el derecho
de actuar como quisiera. Naturalmente, una cosa no tiene nada
que ver con la otra. Si el pastor es muy usado, es porque el Señor
desea alcanzar a aquellas personas perdidas y porque Su Palabra
se cumple. Si el pastor es usado, eso no determina una santidad
delante de Dios. Él usó un asna para hablar con Balaam (Nú-
meros 22:28) y cuervos para alimentar al profeta Elías (1 Reyes
17:4) y, no por eso, estos animales era puros o santos.
El apóstol Pablo nos advierte en cuanto a los dones y a los frutos
del Espíritu, cuando afirma:
«Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo
amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que
hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los mis-
terios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra
trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada» (Co-
rintios 13:1-2).
Para Pablo era más importante el ser que el hacer, es decir, mani-
festar con su propia vida el amor, la alegría, la paz, la paciencia,
la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza
delante de Dios y de los hombres e, incluso, delante de los demo-
nios. Significa vivir el Señor Jesús cada día y manifestar Su gran
gloria en este mundo. Esa es y será siempre la voluntad máxima
de Dios para cada uno de nosotros. El Señor Jesús dijo:
«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mateo 5:13).
Nadie puede ser cristiano sin seguir al Señor Jesús, así como
nadie puede ser la sal de la tierra si no ejerce en su propia vida
los frutos de Espíritu Santo.
Los frutos del Espíritu Santo son manifestaciones de nuestro
«yo» delante del mundo, mientras que los dones son manifesta-

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ciones del Espíritu Santo a través de nosotros, en la vida de las
personas que escuchan, de nuestros labios, las promesas de Dios.
Es el profundo deseo de Dios, no solo de que hagamos Su Obra a
favor de su pueblo sino que, por encima de todo, seamos un vivo
ejemplo del Señor Jesús, como está escrito:
«El que dice que permanece en El, debe andar como El anduvo»
(Juan 2:6).

124 EN LOS PASOS DE JESÚS

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