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RESUMEN
ABSTRACT
Introducción
"La mujer sin comprensión de la maternidad (tenga o no hijos) sería una copia tosca
del hombre, conformada según el modelo masculino, sin capacidad para alterar las
reglas, sin poner en crisis el sujeto único" (Giulia Paola Di Nicola, 1991, p. 3). Aunque
la cita anterior es de una investigadora a la cual respetamos por su obra, cabría
preguntarse si la única razón de la mujer para poner en crisis al "sujeto único
masculino" es la maternidad. Sobre todo si pensamos que el embarazo en edades
inapropiadas ayuda más bien a lograr lo contrario, pues estas mujeres contribuyen por
lo general a reproducir una cultura de dominación masculina y de dependencia,
hipótesis que servirá de partida para la polémica que este trabajo quiere introducir.
Más de una década después de haber transcurrido el nuevo siglo los datos sobre
fecundidad adolescente que ofrece Naciones Unidas sobre diferentes países son
alarmantes, se afirma que a nivel global 20 000 niñas menores de 18 años dan a luz
todos los días en países en desarrollo. Además, de los 7,3 millones de partos que se
realizan en el mundo entre las mujeres de esas edades 2 millones son de niñas
menores de 15 años (UNFPA, 2013, p. 4). Si bien las cifras preocupan, el problema
mayor no es ese, sino su alta asociación a la pobreza y al reforzamiento de las
desigualdades de género por una parte; y por otra, la carencia de políticas que sean
más complejas en el abordaje a su solución, unido a la necesidad de enfrentar de
manera diferenciada la solución al problema cuando se trata de fecundidad en edades
tempranas y tardías de la adolescencia.
Desde la perspectiva regional Asia Oriental y el Pacífico, con un valor de 18,5 por 100
000 nacidos vivos, y Europa y Asia Central con 23,1 son las que poseen los valores
más bajos de su incidencia. Mientras, las dos regiones más problemáticas son África
Subsahariana, donde la reducción de la tasa se comportó de manera más débil y
América Latina, ambas con los valores más altos que el resto. El Índice de Desarrollo
Humano (IDH) recoge en el 2012 una tasa promedio de fecundidad de mujeres entre
15 y 19 años, de 105,2 nacimientos por cada 1 000 mujeres para África Subsahariana
y de 70,6 para América Latina y el Caribe (PNUD, 2013, p. 159). Los dos casos que
aquí se abordan se encuentran enmarcados en esas regiones.
El caso de Angola
Desde nuestro punto de vista, el caso de Angola es uno de los más preocupantes. El
IDH del 2013 anota que la tasa de fecundidad adolescente en esta nación fue de 148,1
nacimientos por cada 1 000 mujeres de 15 a 19 años, valor que se halla por encima
del promedio regional y que solo es superado por tres países: Mali (168,9), República
Democrática del Congo (170,6) y Níger (193,6). Estas cuatro naciones son las que más
aportaron a la tasa de fecundidad adolescente en el 2012 a nivel global. Además,
aunque no es la nación que tiene la mayor tasa de mortalidad materna, pues su valor
es de 450 y está ligeramente por debajo del promedio regional, esta no deja de ser
una cifra elevada (PNUD, 2013, pp. 158-159).
La colonización portuguesa en Angola se extendió por casi 500 años desde 1482 hasta
el 11 de noviembre de 1975, fecha en que el país conquistó su independencia. La
guerra civil se extendió durante casi 30 años, lo que trajo como consecuencia
fundamental la destrucción del país. En el contexto actual, Angola vive una paz donde
aún se constatan los impactos que generó la guerra en diversos problemas sociales,
particularmente en la situación de la familia y del género, que se pueden resumir en el
bajo nivel de desarrollo humano y la prevalencia de desigualdades que aquejan al país.
Hasta ahora, la política económica y social del gobierno no ha logrado superar tal
situación.
Los principales problemas y avances de la economía angolana, según las más recientes
informaciones del PNUD y de Informes del Gobierno de Angola apuntan que el 54 % de
los angolanos viven por debajo del índice de la pobreza, pues Angola es uno de los
países con menor IDH y con grandes diferencias en la distribución de la riqueza
(Inquérito Integrado sobre o Bem-Estar da População, 2011). La tasa de alfabetización
de adultos (mayores de 15 años) en el año 2010 era de 70,1 %, solo el 31 % de la
población había terminado la educación secundaria y únicamente el 3,7 %, la
preuniversitaria. Asimismo, existe un mayor abandono escolar por parte de las
adolescentes y niñas que entre su par masculino; la calidad de la enseñanza es baja y
la infraestructura es insuficiente (PNUD, 2013, p. 172);el sistema de atención a la
salud es precario; la tasa de fecundidad es una de las más altas del mundo (5,9 hijos
por mujer), al igual que las tasas de mortalidad infantil (82 por cada mil nacidos vivos)
y la de mortalidad materna (450 por cada mil mujeres) (Inquérito Integrado sobre o
Bem-Estar da População, 2011).
Los problemas de pobreza que afectan a la familia son más acentuados en las zonas
rurales, donde es mayor el analfabetismo, son más escasos los servicios básicos como
el agua potable, los acueductos, alcantarillados, la electricidad y el transporte, entre
otros. Igualmente se evidencian altos índices de fecundidad y persisten normas
culturales, prácticas y tradiciones, así como actitudes patriarcales y estereotipos sobre
los papeles y responsabilidades de mujeres y hombres. Permanece la violencia contra
las mujeres, el matrimonio precoz, la poligamia, la mutilación genital femenina y el
levirato.(1) Ejemplos de las prácticas culturales discriminatoria son el alambamento(2)
y el viernes de hombre,(3) prácticas que todavía sobreviven en la familia angolana.
Del total de estas madres la mayor parte se encontraba entre las que solo habían
concluido algún nivel de enseñanza primaria, 43 (75,3 %) y únicamente 14 (24,5 %)
muchachas tenían terminado entre séptimo y décimo grado. Se pudo comprobar que
no hay una evolución positiva importante entre la escolaridad de las adolescentes al
tener su primer hijo y la que tenían al momento de la entrevista. A pesar de que la
política educativa permite la reinserción de ellas a la educación, eso no sucede en una
parte significativa de los casos.
La mayoría de ellas, 20 (35 %), no tenían ocupación al dar a luz, una cifra de 18 (31,5
%) cursaba estudios en el nivel primario y el resto se dedicaba a trabajar como:
domésticas 8 (14 %), campesinas 7 (12,2 %) o negociantes 4 (7,1 %), es decir,
vendedoras de artículos varios en mercados informales. En este punto resulta
necesario recordar que en Angola la edad instituida legalmente para trabajar es 18
años, de ahí que, atendiendo a la estructura de edades de la muestra, la mayor parte
de quienes trabajaban lo hacían sin que mediara un contrato formal.
Al comparar los puestos de trabajo de las muchachas a la hora del parto con su
ocupación posterior se comprueba que disminuye significativamente el número de las
que siguen sus estudios. Sumaban 18 las chicas que hacían vida escolar al momento
de ser madres, y luego de iniciarse en la maternidad, solo 10 continuaron. El no
desvincularse de la vida escolar parece estar condicionado, según declaraciones de las
entrevistadas, por la ayuda familiar recibida para ello, en particular por el apoyo de la
madre en los cuidados al bebé, y también por las contribuciones económicas para el
sostenimiento de la nueva mamá y su hijo, aportadas por el padre de la criatura o
algún otro pariente. Por su parte, aquellas que abandonaron los estudios coincidieron
al referir que sus motivos fueron el tener que ocuparse del nacido y la necesidad de
incorporarse a la actividad laboral para contribuir a su sustento y el de su familia.
La menarquía de estas muchachas ocurrió a los 14,4 años como promedio, aunque un
63,1 % tuvo su primer sangrado a los 15 años. Expertos en este tema coinciden en
asegurar que la menarquía generalmente acontece a una edad media de 12,5 años,
pero que puede sobrevenir hasta los 16 años (Muzzo, 2007, p. 97). Sería
recomendable reflexionar en el futuro, a raíz de estos resultados, sobre si esa
menarquía acontecida como promedio a los 14,4 años pudiera estar relacionada con
carencias nutricionales, ya que estas pueden incidir en un retardo del desarrollo.
Por otra parte, si bien la menarquía no tiene lugar a una edad temprana de acuerdo
con los estándares internacionales, las adolescentes entrevistadas tuvieron, en su
mayoría, su primera relación sexual precozmente, es decir, a los 14,1 años como
promedio, durante la adolescencia temprana. Dicho indicador habla de un anticipo con
respecto a la media internacional, la cual es de 15 años (UNFPA, 2013, p. 12).
Además, el 91,3 % del total había dado inicio a su vida sexual antes de los 17 años.
También es importante notar que la edad media de la primera relación sexual es
menor que la edad promedio de la menarquía.
A pesar de que la edad de inicio de las relaciones sexuales marca un foco de atención,
no sucede igual con el número de parejas sexuales que las muchachas encuestadas
declaran haber tenido. El 87,6 % refiere haber tenido entre una y dos parejas, el resto,
tres. Por tanto la promiscuidad no parece incidir en este problema, aunque hay que
recordar que una cantidad apreciable se encontraba en la adolescencia temprana.
Resulta distintiva, sin embargo, la falta de planificación de sus embarazos. Únicamente
9 (15,7 %) indicaron que su gestación había resultado de una planificación, en tanto
19 (33,3 %) se embarazaron sin proponérselo, pero deseándolo y 29 (50,8 %) no
deseaban en lo absoluto el embarazo que las condujo a ser madres. Ello no parece
distanciarse de lo que acontece en el África Subsahariana en general, y también en
otras latitudes, donde la mayoría de los embarazos en adolescentes son considerados
como no deseados y se atribuyen a la no utilización de métodos anticonceptivos.
Se ratifica de esta manera uno de los criterios sustentados por el Fondo de Población
de Naciones Unidas, en cuyo informe de 2013 sobre el estado mundial de la población
queda apuntada, en segundo lugar, la desigualdad de género entre las ocho causas
subyacentes para que cerca del 19 % de las jóvenes en países en desarrollo se
embaracen antes de los 18 años de edad. Además de esta desigualdad, se indican
como otras causas el matrimonio infantil, los obstáculos a los derechos humanos, la
pobreza, la violencia, la coacción sexual, las políticas nacionales que restringen el
acceso a anticonceptivos y a una educación sexual adecuada a la edad, la falta de
acceso a educación y servicios de salud reproductiva, y la subinversión en el capital
humano de las adolescentes (UNFPA, 2013).
Una segunda encuesta aplicada a las madres de las adolescentes que se iniciaban en la
maternidad evidenció que las percepciones y conductas sexuales y reproductivas de las
primeras eran copiadas por las segundas con escasas variaciones. Un 54 % de estas
progenitoras, cuyas edades al tiempo de la entrevista oscilaban mayoritariamente
entre los 27 y 42 años, había dado a luz a su primer hijo a los 16 años o menos.
Aunque es necesario hacer resaltar que una de ellas parió a los 12 años, edad en que
ninguna de las adolescentes estudiadas dio a luz. Es decir, se aprecia un ligero anticipo
de las madres con respecto a las hijas, también perceptible si analizamos que un 32 %
de las madres parió entre los 13 y 15 años, mientras que un 29,7 % de las hijas se vio
en la misma situación.
Al analizar las estadísticas relacionadas con el nivel escolar vencido de las madres de
las adolescentes al tener su primer hijo, se evidencia que el mayor porcentaje (56 %)
se concentra en el tercer grado, seguido por las que terminaron el cuarto grado (32
%). Sin embargo, en el caso de las hijas adolescentes el mayor por ciento (36,8 %) de
estas muchachas se concentra en las que terminaron el sexto grado, seguido por el de
aquellas que concluyeron el quinto grado (33,3 %). De tales resultados puede inferirse
que las chicas adolescentes, objetos de esta investigación, tenían un nivel escolar algo
más elevado que sus madres en el momento de dar a luz. Se puede destacar también
que el 10,5 % y el 5,2 % de estas muchachas habían vencido el séptimo y octavo
grados respectivamente. Niveles no alcanzados por ninguna de sus madres, quienes
solo en un 2 % consiguieron terminar el sexto grado. Sin embargo, queda identificado
como tendencia para ambos casos que los bajos niveles de escolaridad acompañan la
maternidad temprana.
Es también común que el mayor por ciento de unas y otras se encontrara al dar a luz
en labores como trabajadoras del hogar con un 30 % para las madres y un 35 % para
las hijas adolescentes. No obstante, una buena parte de las madres de las muchachas
(28 %) estudiaba en ese momento; similar situación ocurre con sus hijas, que tuvieron
que interrumpir sus estudios debido al embarazo en un 31,5 % de los casos.
En la encuesta a las progenitoras de las muchachas -quienes por demás, del total de
su descendencia el 63,3 % resultó del sexo femenino-, estas adultas declararon que,
en caso de poder elegir entre un hijo y una hija a cuál de ellos le darían la oportunidad
de continuar los estudios, privilegiarían a los varones en un 70 % de los casos, el 24 %
a las hembras, y solo el 6 % decidió que invertiría en ambos. Dichas adultas, al verse
ante la alternativa de indicar cuáles temas conversaban con sus hijas y cuáles con sus
hijos, fueron claras al señalar que sobre todo hablaban con sus hijas acerca de la vida
doméstica y la sexualidad, en tanto con los hijos departían fundamentalmente acerca
de su futuro laboral y sus estudios.
Para ese año fuentes de salud nacionales publicaban una tasa con un valor superior a
la antes citada, de 53,6 nacidos vivos por 1 000 mujeres entre 15 y 19 años.(5) Lo
más preocupante es que al comparar los datos nacionales en perspectiva evolutiva se
observa que no se logra reducir de manera sensible y estable la tasa en más de 60
años de transformaciones profundas, a pesar de la fuerte inversión social realizada de
cara a lograr la meta de igualdad de oportunidades favorable a las mujeres. Todos los
estudios realizados en el país que valoran la progresión de la tasa declaran su
variabilidad en diferentes decenios. El valor del 2013 es muy próximo al que recogían
las estadísticas nacionales en la década del cincuenta, que era de 58.9 (Hernández,
1994). Luego de un decrecimiento en sus valores en el último decenio del siglo pasado,
durante el presente milenio se manifiesta en el país una tendencia a su incremento: en
2000 se obtuvo una tasa de 49,6 por cada 1 000 mujeres en las edades entre 15 y 19
años; y en 2014, un valor de 54,8 (MINSAP, 2014, p. 22).
Uno de los primeros estudios demográficos llevados a cabo en el país fue la "Encuesta
de fecundidad en la región Plaza de la Revolución", efectuado en 1972. En él se
entrevistaron a 1 751 mujeres con edades comprendidas entre 15 y 54 años. Las tasas
de fecundidad se compararon con las de diferentes ciudades de América Latina y se
obtuvo que la fecundidad fue la más baja de todas las urbes analizadas (1,84 hijos por
mujer entre 20 y 54 años), con la única excepción de Buenos Aires, que registró 1,49
hijos por mujer entre 20 y 54 años (Álvarez et al., 1973, p. 35). En 1982 se efectuó
otra pesquisa en la que también se ratificó el descenso de la fecundidad en el
municipio Plaza de la Revolución (Castellón y Catasús, 1984, p. 31). Su tasa de
natalidad fue la más baja en algunos años seleccionados. Así, de 10,2 nacimientos por
cada 1 000 habitantes reportados en 1997, la cifra bajó a 6,33 en el 2007, con lo cual
se evidencia el decrecimiento de los nacimientos en el tiempo (ONE, 1998, p. 46;
2008, p. 48).
Selección de la muestra
La generación uno está conformada por 62 madres con edades entre 57 y 64 años
nacidas en el período 1942-1950, entrevistadas por Vázquez (2010) entre marzo de
2007 y octubre de 2008. El método de muestreo utilizado para seleccionarlas fue
intencional y el criterio de inclusión fue que tuvieran hijas que residieran en Plaza de la
Revolución y con 45 años o más, para que estuvieran próximas al fin del período fértil.
La generación dos son las 74 hijas, nacidas en el período 1957-1968, con edades entre
45 y 56 años, entrevistadas entre octubre de 2013 y febrero de 2014 (Daudinot, 2014,
p. 57). La guía de la entrevista abarcó variables sociodemográficas y de historia
reproductiva y fue igual para madres e hijas.
Si bien las hijas tienen mayor escolaridad y menor fecundidad en la adolescencia que
sus madres, destaca en las primeras la elevada recurrencia del aborto provocado y la
precocidad en cuanto al inicio de las relaciones sexuales y la nupcialidad, factores que
inciden en la maternidad y las interrupciones tempranas del embarazo en este
municipio urbano de Cuba.
Conclusiones
Sin lugar a dudas hay problemáticas de género que deben enfrentar las madres
adolescentes angolanas y cubanas de cualquier territorio, sea rural o urbano. Estas
dificultades las coloca a todas en situaciones de vulnerabilidad y desventaja social, en
una posición subordinada dentro de una relación patriarcal, no solo dentro la pareja,
sino también con respecto al sistema político, que es aún responsable de la
reproducción de tales asimetrías por no incorporar el enfoque de género en la política
social. En ambas partes del mundo se pueden encontrar, además, adolescentes
madres que experimentan el impacto de la pobreza y otras discriminaciones sociales.
Sin embargo, la situación de las mujeres angolanas es mucho más precaria a causa de
la debilidad de la política social en educación, salud, empleo y cultura, así como de las
secuelas que dejó la guerra. Además, el menor nivel de desarrollo social es un factor
decisivo en la reproducción de las desigualdades de género. Las cubanas, por su parte,
tienen la ventaja de vivir en un país que a pesar de sus escasos recursos económicos
mantiene una política social universal donde la superación de las desigualdades de
género y la inversión sobre las mujeres ha sido priorizada. Las oportunidades en salud
que tienen las madres adolescentes en Cuba y de seguimiento a su embarazo por el
sistema de salud pública, reduce en gran medida el costo que genera vivir tal
experiencia a esas edades.
El análisis de los estudios de caso presentados evidencia que a pesar de las diferencias
económicas, políticas, sociales y de sistemas de salud antes mencionadas, hay
elementos que asemejan el comportamiento de la maternidad adolescente en zonas
urbanas tan distantes una de la otra como Plaza de la Revolución y Sumbe. Entre ellas
se destaca la repetición del fenómeno de la maternidad temprana en madres e hijas, la
precocidad de las relaciones sexuales y del comienzo de la vida en pareja, y el mayor
nivel educacional en las generaciones más jóvenes.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CASTELLÓN, RAÚL y SONIA CATASÚS (1984): "La fecundidad de las mujeres jóvenes
en tres áreas encuestadas", Publicaciones CEDEMI, n.o 57, La Habana.
FLEITAS, REINA et al. (2010): 50 años después: mujeres en Cuba y cambio social,
OXFAM, La Habana.
NACIONES UNIDAS (2013): "Objetivos de desarrollo del Milenio. Informe 2013", Nueva
York.
PNUD (2013): "Informe sobre desarrollo humano 2013. El ascenso del Sur: Progreso
humano en un mundo diverso", New York.
RECIBIDO: 23/4/2015
ACEPTADO: 14/6/2015
Reina Fleitas Ruiz. Facultad de Sociología, Universidad de La Habana, Cuba. Correo
electrónico:rfleitas@ffh.uh.cu
Resumen
Abstract
Introducción
Otro de los puntos centrales tanto en el debate académico como en el del diseño e
implementación de políticas públicas, gira en torno a la relación entre maternidad
adolescente y educación, a la identificación tanto de las posibles causas educativas del
embarazo adolescente como de las consecuencias de la maternidad temprana sobre el
posterior desarrollo de la madre y sus hijos, particularmente en términos del
desempeño educativo y su relación con las futuras oportunidades de inserción laboral.
En este sentido, la literatura se nutre principalmente de estudios efectuados en los
países industrializados. Aunque la evidencia es mixta, parece haber un cierto consenso
acerca de la complejidad de los procesos de interacción entre las variables relevantes,
en particular descartando las visiones que postulan un efecto unidireccional e
invariablemente negativo del embarazo adolescente sobre la trayectoria socioeducativa
de las madres. La mucho más escasa evidencia proveniente de los países en desarrollo
no contradice aquellas conclusiones, aunque deja en claro la asociación entre el
embarazo adolescente y el pobre desempeño de estas madres en determinados
indicadores de desarrollo social y educativo.
Si bien estas evidencias son de suma utilidad para dar cuenta de la magnitud y
características básicas del fenómeno de la maternidad precoz, son limitadas para
comprender la racionalidad de los actores involucrados, así como los contextos sociales
y culturales que la promueven, particularmente entre sectores populares. Es sólo a
partir de la conjunción de diagnósticos cuantitativos y de estudios cualitativos
focalizados en las experiencias concretas de los actores involucrados que puede
generarse un conocimiento comprensivo de los entornos y factores que conducen al
embarazo temprano y sus consecuencias.
Estrategia metodológica
Así, a partir de la identificación de los hogares en donde residen las mujeres, fueron
contactadas y entrevistadas 42, de las cuales 18 fueron madres durante la
adolescencia y las restantes posteriormente3 (si bien una aún no había tenido hijos).
Se utilizó como criterio de inclusión que la mujer hubiera iniciado la educación a nivel
secundario, dado que se considera que la problemática del embarazo adolescente de
mujeres socializadas en contextos de pobreza extrema (que truncan su educación
durante el ciclo primario) y la de mujeres de sectores sociales más aventajados es
diferente.4 Las características de las entrevistadas se detallan en el Cuadro 1 del
anexo.
Uno de los aspectos donde más claramente fue posible detectar diferencias entre las
mujeres entrevistadas, fue el relativo a sus alcances escolares: tres cuartos de quienes
fueron madres durante la adolescencia no completaron el ciclo medio, mientras que
entre quienes no lo fueron dicha proporción desciende a un sexto. Además, la mayoría
de quienes postergaron su maternidad completó el ciclo medio y la mitad de quienes
obtuvieron su título secundario inició estudios post-secundarios e incluso
universitarios.
Estas diferencias en los logros educativos con los que unas y otras hacen la transición
a la vida adulta coinciden con estudios previos tanto en Paraguay como en otros países
de la región. Lo que suele ser menos evidente es cómo opera dicho nexo en los
diferentes contextos, es decir, si la mayor deserción escolar que exhiben quienes han
sido madres tempranamente ocurre antes o después del embarazo. En otras palabras,
si las diferencias en alcances escolares son principalmente el resultado de la mayor
propensión de las adolescentes que abandonan la escuela a tener su primer hijo a
edades más tempranas o son causadas por las dificultades asociadas a compatibilizar
el embarazo y la maternidad con la asistencia escolar, o bien si obedecen a obstáculos
puestos desde la propia institución o ambiente escolar, lo que hace que las jóvenes
sean más proclives a abandonar la escuela. Esto, junto con los factores que
condicionan las decisiones vinculadas a las trayectorias escolares, son las temáticas en
las que se focaliza esta sección.
Menos claras son, en cambio, las razones por las que ello sucede. En este sentido, las
entrevistadas argumentaron tres motivos principales como causa del abandono
escolar. El primero y más frecuentemente citado fue el desinterés por continuar
estudiando, como lo ejemplifican los siguientes testimonios:
A mí no me gusta luego estudiar, pasaba todo, pero no me gusta estudiar, por eso no
me iba más. Me gusta más ganar plata (Nicolle, madre a los 17 años). Terminé el
tercero y ya no volví porque en febrero me embaracé. Luego ya no tenía voluntad de ir
al colegio... ya me encapriché con mi papá y mamá (Marcela, madre a los 17 años).
El segundo de los motivos se vincula con el ambiente escolar, más precisamente con el
trato discriminatorio recibido en la escuela. A excepción de una de las entrevistadas,
quien explícitamente incluyó a la directora y docentes de su escuela, el resto se refirió
al trato de sus compañeros.
Sin embargo, al ahondar sobre las circunstancias en que las adolescentes se sentían
discriminadas, dicho trato resultó ser más una suposición que una realidad. Las
adolescentes, con base en experiencias pasadas o en sus propios prejuicios, anticipan
que sus compañeras y compañeros harán comentarios a sus espaldas y se burlarán de
su estado, circunstancia a la que decididamente no quieren exponerse. Sin embargo,
ninguna de ellas indicó que efectivamente la haya experimentado. Lo máximo que
alguna indicó fue ".. .te miraban de forma diferente".
Cuando yo vine con Javier él no tenía un trabajo estable... Era cierto que nada me iba
a faltar pero el tema del colegio ya era mucho gasto. En el colegio se pagaba la
cooperativa, más la matrícula y la mensualidad. La cooperativa te daba los útiles para
todo el año (Mabel, madre a los 16 años).
Más allá del motivo específico identificado como la causa del abandono educativo, el
análisis de las historias de este conjunto de mujeres muestra un número de
regularidades que apuntan más a interpretar el abandono como una manifestación de
su baja valoración y desinterés por el estudio y su falta de aspiraciones laborales. Así,
el embarazo y futuro nacimiento del hijo brinda a la adolescente un nuevo escenario en
el que puede ejercer su rol de madre y esposa. En cierto modo, para estas mujeres el
embarazo lejos de alterar o modificar sus planes o la perspectiva de cómo se
desarrollaría su vida futura, simplemente los adelanta. Más aún, en algunos casos este
adelanto no sólo no es rechazado sino que, por el contrario, es más que bienvenido y
les da la oportunidad de comenzar una vida mejor o al menos diferente.
En efecto, el primer rasgo común que emerge del examen de las trayectorias
educativas es la celeridad con que abandonaron los estudios una vez confirmada la
noticia del embarazo. Todas lo hicieron prácticamente de manera inmediata, sin dejar
ningún lugar o espacio para tratar de seguir asistiendo a la escuela. Ello incluye tanto a
quienes indicaron sentirse discriminadas como a quienes no querían ocasionar gastos
(aún cuando la matrícula del año ya estuviese pagada). Muy posiblemente eso se deba
a su propia experiencia escolar, a la falta de apego al estudio y al sentido y valoración
que le otorgan a la educación. Al respecto, este grupo de adolescentes había
mantenido un rendimiento a lo largo de su trayectoria escolar relativamente aceptable,
si bien se identificaron varios casos que habían repetido algún año, así como también
de cambios de escuela a instituciones menos exigentes académicamente. Sin embargo,
no manifiestan ni gusto ni interés por el estudio, ni lo valoran como un canal de
movilidad social y de utilidad para mejorar las oportunidades laborales a las que
podrían acceder en el futuro.
¿Para qué sirve la escuela? Para nada... Es una pérdida de tiempo para dar gusto a los
padres. (...) Si vos estudias acá, no hay trabajo, algunos tienen su título, no ganan
nada y si vos trabajas, vos ganas tu plata, algunos estudian pero tenés que tener tu
conocido, alguien que pueda o algo y yo no estoy para perder tiempo. Está bien, es
lindo, te vas a la Facultad, sos una gran profesional, pero acá no te sirve de nada,
porque te vas a meter tu curriculum por todos lados y nadie te acepta si no tenés un
conocido que te pueda ayudar de arriba (Nicolle, madre a los 17 años).
La secundaria, mi forma de pensar digo que para terminar todo bien, pero ¿y después?
¿Si no tenés plata? Porque yo quisiera terminar el colegio, seguir la Facultad... ¿Pero
de qué me va a servir que no tenga apoyo? No sirve otra vez de nada, terminas otra
vez trabajado en una casa de familia, o si no, como promotora teniendo todos tus
estudios, siendo una licenciada, ¿de qué te va a servir? (Esther, madre a los 17 años).
Dejé nomás de ir, así de repente, y la directora mandó preguntar por qué y yo le
mandé decir que estaba embarazada y ella me mandó decir que fuera igual nomás.
Nunca más me fui, en síntesis nunca me importó... Ya estaba... (Nicolle, madre a los
17 años).
Finalmente, la familia no ejerce una influencia positiva para que continúen estudiando.
Justamente, en varios casos el embarazo es bienvenido por la propia adolescente para
comenzar a despegarse de su familia, por lo que aun cuando ésta aconseje la
importancia de estudiar e incluso intente colaborar económicamente, las mujeres
prefieren abocarse a su nuevo rol. En otros casos, una vez embarazada y sobre todo si
comienza la convivencia en pareja, es la propia familia la que redefine el rol y las
responsabilidades de la adolescente en su nueva situación.
No me quería ir más nomás ya, tenía la cabeza en otro lado, ya no me fui más,
faltaban dos meses para terminar el primer curso, dejé.dejé por dejar, por tonta." [¿Y
tus padres dijeron algo?] "Me retaron, pero como toda adolescente, no me entró más
nada, ya no hice más caso por nada y dejé (Dina, madre a los 18 años, abandonó sus
estudios antes de embarazarse).
Asistencia escolar durante el embarazo
Como se adelantó, sólo una minoría de las adolescentes continuó estudiando. Incluso
con las limitaciones que implica el bajo número de casos, sus historias presentan
algunos rasgos distintivos que contrastan con quienes abandonaron la escuela. Uno de
los aspectos que surge claramente en los testimonios de este grupo de entrevistadas
es un rol mucho más activo de la familia en su proceso educativo. Esto se manifiesta
no sólo en la transmisión de la importancia de la educación para forjarse un mejor
futuro, sino también en una práctica cotidiana acorde. Con ello se alude a que la
familia esté más involucrada en las actividades escolares y ejerza una supervisión más
activa.
Mi mamá me apoyaba, ella decía luego que el mejor marido es el título (Viviana,
madre a los 18 años).
Mi mamá, mi mamá ya estaba sola cuando eso, mi mamá siempre decía que
estudiáramos mi hermana y yo. (.) Mi mamá estaba orgullosa de mí, tenía buenas
calificaciones, por eso me trasladaron por la mañana. Cuando falleció, sin embargo,
todo cambió (Blanca, madre a los 18 años).
Sí, mi mamá, no quería que deje, me decía: 'no vaya a dejar, andate, aprovechá que
podés'. Gracias a ella terminé, si no iba a dejar de balde. Manifiesta que la madre la
motivaba para que terminara el secundario, al igual que su pareja que la apoyaba
económicamente (Sol, madre a los 14 años).
Otro rasgo que distingue a las adolescentes embarazadas que prosiguieron sus
estudios es que continuaron viviendo en la casa familiar, sin formar una pareja
conviviente. Esto, sin duda, ha colaborado para que preserven el rol de hijas dentro del
hogar y tengan una actitud más receptiva y obediente hacia las preferencias familiares.
Para ello se preguntó a las entrevistadas que se embarazaron cuando cursaban el nivel
medio sobre la postura que tomó la escuela ante su situación. A quienes no fueron
madres adolescentes, en cambio, se les preguntó si en su escuela había habido casos
de estudiantes que quedaran embarazadas y cuál había sido la actitud de la institución
al respecto.
Con excepción de una de las entrevistadas, todas las que dejaron de asistir
reconocieron que la postura de sus respectivas escuelas —al enterarse de los motivos
de su deserción— fue la de promover y facilitar que continuaran estudiando durante el
embarazo. En este sentido, varias indicaron que fueron contactadas por sus
instituciones, incluso en reiteradas ocasiones.
Si realmente quería estudiar me hubiera ido con mi panza y todo, porque la directora
muchas veces me mandó llamar y dijo que no había problema, pero yo no me quería
ir, no quería estudiar (Nicolle, madre a los 17 años).
La escuela también cumplió un rol importante entre las pocas que continuaron
asistiendo:
Yo fui esa, la que se embarazó en el colegio... Primero nadie se daba cuenta... recién
en la última etapa y nada, me apoyaron, porque decían que yo era buena estudiante,
que servía para la Facultad y todo. mis compañeras me apoyaron, se fueron todos a la
dirección a protestar, pensaron que me iban a echar del colegio, pero no era nada de
eso, que era para mi facilidad nomás y a lo mejor no tenía nada pendiente si me iba a
rendir nomás, yo me iba durante todo el año y era difícil así (Blanca, madre a los 18
años).
Los testimonios de las mujeres sobre la actitud adoptada por la escuela ante el
embarazo de alguna compañera concuerdan tanto sobre la buena predisposición de sus
escuelas para retener y ayudar a las alumnas embarazadas, como en que la mayoría
de ellas dejó de asistir por propia voluntad.
No, todas dejaban. Yo tenía una compañera que se embarazó y se fue hasta los tres
meses, después ella no quiso irse más. La directora se iba y le buscaba pero ella no
quería, tenía vergüenza (Gloria, madre a los 17 años).
Sí, hubo, algunas amigas, porque ellas quisieron nomás, en el colegio creo que no les
echaban en cara, no era una novedad en el colegio estar embarazada (Viviana, madre
a los 18 años).
Reinserción escolar
El resto de las mujeres que hicieron algún tipo de intento de retomar los estudios
abandonaron a los pocos meses de iniciarlos. En estos casos también asistieron a
escuelas nocturnas en modalidades aceleradas. La dificultad de compatibilizar los
estudios con las responsabilidades familiares, las tareas hogareñas y en muchos casos
el trabajo extra domiciliario para generar ingresos, constituyen las principales
restricciones para seguir estudiando.
Antes de estudiar yo pensaba que era en vano, que no me iba a ser útil, no le daba
mucha importancia cuando era más joven, pero hoy en día yo creo que es importante
porque así también una mujer progresa, tanto en lo personal, también en lo laboral. A
causa de que no tengo el estudio terminado yo no puedo tener un oficio más digno. No
me quejo, no me avergüenzo de que trabaje en una casa de familia... Uno de repente
quiere progresar, mi sueño es ser alguien más en la vida, si yo no puedo voy a luchar
por mis hijos para que sean lo mejor (Florencia, madre a los 19 años).
¿Y querrías terminar los estudios? No es querer terminar, es tener que terminar. La
oportunidad que yo perdí fue cuando mi abuela me ofreció, pensando ella que yo iba a
terminar mi colegio, y yo le dije que no. Ahora que yo quiero estudiar y no puedo
porque me tengo que ocupar de mi casa, de llevar a mi hijo al colegio... (Mabel, madre
a los 16 años).
Del examen de las historias laborales de las mujeres surgen dos claras diferencias de
acuerdo con la edad en que han sido madres. La primera es la motivación y el interés
que tienen por trabajar. La segunda, relacionada con la anterior, es el tipo de
ocupaciones que unas y otras desempeñan o han desempeñado. Así, comparadas con
las madres adultas, quienes fueron madres adolescentes exhiben con menor frecuencia
el deseo de trabajar, particularmente fuera de su hogar y cuando trabajan, acceden a
ocupaciones de menor calificación y con condiciones laborales más precarias y
desventajosas.
Por otra parte, también se ha visto que la deserción escolar en muchos casos ocurre
casi inmediatamente cuando confirman el embarazo. En este sentido, la falta de
aspiraciones para seguir estudiando y trabajar independientemente de las necesidades
de su hogar, son justamente motivos que precipitan la ocurrencia del embarazo. De
este modo, la atención del hogar y del bebé se convierte en el foco principal de
atención de un grupo importante de adolescentes.
Si bien es cierto que las embarazadas y madres tienen mayores dificultades para
continuar con sus estudios, en muchos de estos casos el abandono refleja falta de
interés por seguir preparándose y por trabajar y un fuerte arraigo de pautas culturales
con una división de roles familiares basados en el género.
Así, entre quienes han sido madres adolescentes se observan dos patrones vinculados
al trabajo femenino. El primero es el de una relación nula con el trabajo extra-
doméstico, cuando las mujeres prácticamente nunca han trabajado y se dedican a la
atención de su hogar e hijos. Ello incluye no sólo a un número de mujeres que convive
con su pareja, sino también a algunas que se encuentran separadas.
El segundo patrón de inserción laboral que exhibe este grupo de mujeres es uno de
carácter errático, intermitente y sujeto a las vicisitudes laborales familiares o de la
pareja. Esto significa que las entradas en el mercado de trabajo responden a
exigencias económicas de solventar las necesidades del hogar o de compensar los
ingresos de la pareja. Sólo en unos pocos casos, el trabajo de la mujer responde a una
estrategia de pareja en la que, si bien sus ingresos no son indispensables para la
sobrevivencia cotidiana, sí resultan necesarios para mejorar la calidad de vida,
ahorrando para poder acceder a una vivienda independiente, un auto, etc.
De poder voy a poder (terminar sus estudios) pero después de que él tenga un trabajo
estable o que yo también me vaya a trabajar, pero los trabajos donde me van a
aceptar son en casa de familia, generalmente pagan 400 y eso es todo el tiempo, de
siete a seis de la tarde. Yo no le puedo dejar toda la responsabilidad a mi suegra de
lavar la ropa, limpiar la casa y querer que ella también le lleve al colegio a mi hijo. A
mí me gustaría tener un trabajo. No es que yo no quiera trabajar, pero también que
me dé tiempo de ocuparme de mi hijo y de mi pareja y hasta poder tener tiempo de
irme a estudiar, no llegar muy cansada [mi primer trabajo fue a los 19 años]. En casa
de familia, cuando ya estuve acá, cuando mi hijo tenía dos años, pero era un trabajo
donde yo le llevaba a él. Después él (su pareja) no quería más que yo trabaje porque
si él trabajaba yo no tenía más que trabajar, él me decía luego: preocúpate nomás vos
por nuestro hijo y por todo lo que es la casa y yo voy a trabajar. Trabajé dos meses,
poco tiempo. Después sí trabajé pero en reemplazo de mi cuñada nomás [¿y te
gustaba tu trabajo?]. No. pero lo único que no te exige tener tu colegio terminado es
limpieza, pero a mí me gustaría trabajar profesionalmente, en radiología o enfermería
(Mabel, madre a los 16 años).
Sí, tuve muchos trabajos pero nunca fueron largos. Yo no reunía todos los requisitos
para poder trabajar en un puesto que valga la pena y que te dé de comer como se
debe. Mi último trabajo fue en una lavandería, trabajé un año y seis meses, fue el
trabajo más largo que tuve. En octubre salí, el año pasado (Rita, madre a los 17 años).
Trabajar con la Señora Noni, me apoyó en todos los sentidos, fue lindo porque los
lugares donde trabajaba tenía que estar hasta hora y no valoraban mi trabajo, el
trabajo tiene que ser mutuo, yo les ayudaba pero ellos no me ayudaban. Con Noni me
hablaba mucho, en esta época no vas a encontrar una patrona que te diga: "vení,
sentate, vamos a hablar". Vas a encontrar alguien que te diga: "trabajá que quiero
limpia la casa". Esa es la diferencia en las casas de familia donde trabajé, nueve meses
trabajé con la señora Noni (Esther, madre a los 17 años).
Sólo una minoría de las entrevistadas tuvo un empleo formal o "de planilla", es decir,
con seguro médico y beneficios sociales.
Nancy comenzó a trabajar a los 19 años, luego de ser madre. Ella no terminó los
estudios secundarios, ciclo que abandonó una vez que supo de su embarazo. Pese a
que el padre del bebé manifestó su intención de responsabilizarse, por oposición de su
propio padre Nancy continuó viviendo con su familia. Comenzó a trabajar de ayudante
en una peluquería, luego viajó a Argentina a intentar forjarse un mejor futuro, donde
trabajaba como promotora en supermercados. Súbitamente falleció su padre, quien
era el único sostén de una numerosa familia y había trabajado en un puesto municipal
por varias décadas. Nancy "heredó" el puesto de trabajo de su padre, pese a no tener
ni la experiencia ni las calificaciones que requeriría para obtenerlo. Nancy considera
dicho trabajo como una bendición y es consciente que en otras circunstancias nunca
hubiese podido aspirar a un trabajo administrativo de esas características, dados sus
alcances educativos: "es como una herencia que me dejó mi papá, porque estoy
trabajando en vez de él y le sustento a mi mamá y a mis hermanos". Nancy vive con
su madre y cinco hermanos que tienen entre dos y 17 años. Asimismo convive con sus
dos hijos, a quienes deja a cargo de su madre y hermanos mayores durante las ocho
horas que se extiende su jornada laboral. Su ex pareja, quien tiene un trabajo estable,
contribuye en la manutención de sus dos hijos (Nancy, madre a los 18 años).
En cuanto a los trabajos realizados, también han accedido con mayor frecuencia a
empleos que requieren algo más de calificación. Así, varias de las mujeres han
desarrollado trabajos administrativos, de asistencia contable, en bancos y
dependencias estatales. Esto, sin duda, es consecuencia directa de sus mayores logros
escolares. Al igual que sus pares que han sido madres tempranamente, sus primeros
trabajos se remontan a la adolescencia, en ocupaciones poco calificadas pero que les
brindaban ingresos tanto para colaborar con su familia como para costear sus gastos
personales. Una vez finalizados los estudios secundarios, varias han conseguido
mejores empleos tanto en términos de las tareas realizadas como de las condiciones
de trabajo.
Este es, por ejemplo, el caso de Paula, quien comenzó a trabajar a los 21 años en el
Banco Nacional de Fomento como pasantía de sus estudios nocturnos de
administración, estudios que realizó por la insistencia de su madre. Paralelamente
estudiaba peluquería dos veces a la semana, profesión que según sus propias palabras
siempre fue su vocación. Se casó a los 23 años y tuvo su primera hija a los 25 años,
cuando aún continuaba estudiando administración. A los tres meses de nacida su hija
dejó el trabajo en el banco porque le resultaba muy absorbente y comenzó a trabajar
en una peluquería en donde le daban seguro y le pagaban mejor sueldo. Permaneció
en ese trabajo por tres años, hasta que puso una peluquería propia en su casa. Este
trabajo le permite compatibilizar su vocación, su deseo de trabajar y contribuir a la
economía familiar y también mantener la flexibilidad e independencia de tener un
emprendimiento propio (Paula, madre a los 25 años).
Sin embargo, debe mencionarse que varias mujeres aun habiendo culminado el ciclo
medio nunca han accedido a un trabajo de mayor calificación o acorde con sus
credenciales educativas. Esto sin duda genera frustración luego del esfuerzo personal y
familiar que implica concluir el ciclo medio y se erige y perpetúa como ejemplo en la
percepción de la gente acerca de la necesidad de mucho más que credenciales para
acceder a un buen empleo.
La historia de Laura sirve para ejemplificar las experiencias de este grupo de mujeres:
Laura proviene de un hogar humilde, conformado por padre, madre y cuatro hermanos
menores. Sus padres alcanzaron a estudiar hasta el cuarto grado, pero tenían altas
aspiraciones para que sus hijos estudiaran. Ambos trabajaban, su madre de empleada
doméstica y su padre de albañil. Laura describe su infancia sin ningún tipo de lujos,
pero tampoco sin necesidades apremiantes. Cursó sus estudios primarios en una
escuela confesional y luego el ciclo medio en una escuela pública. En general tuvo un
buen rendimiento y nunca repitió. Mientras fue estudiante estaba a cargo de todas las
tareas de su hogar así como del cuidado de sus hermanos menores mientras sus
padres trabajaban: "Yo debía cocinar, planchar, lavar, y cuidar a los chicos toda la
mañana hasta que me iba al colegio". Sus padres siempre la apoyaron tanto emocional
como económicamente para que estudiara y controlaban mucho su vida social y sus
amigos. Tuvo su primer novio a los 18 años y luego de un año de salir comenzaron a
tener relaciones sexuales. Con él tuvo su primer hijo a los 21 años, fue un bebé
buscado cuando ya convivían en pareja. Su marido, quien no completó el ciclo
secundario, tiene un empleo estable como recolector de basura de la municipalidad de
Asunción. Una vez concluidos sus estudios, Laura aún viviendo en la casa paterna,
comenzó a buscar trabajo. Según su testimonio buscó colocación en diversos lugares y
por distintos medios, pero lo único que pudo conseguir fueron trabajos de empleada
doméstica. Nunca la tomaron para otro puesto. Su trayectoria laboral, por ende, fue
siempre en casas de familia, por horas, sin ningún tipo de beneficio social y con un
salario muy bajo. Laura considera importante trabajar, pese a que quisiera conseguir
otro tipo de trabajo y, según sus palabras, está siempre alerta para que ello suceda.
Su frustración es manifiesta cuando se le pregunta si le gusta su trabajo: "No mucho
porque no son trabajos significativos... No estudié para eso, pero bueno... es lo que
me tocó" (Laura, madre a los 21 años).
Buen trabajo sería que te remunere de forma adecuada, el sueldo es bajo en nuestro
país y para conseguir un buen trabajo se necesita sobre todo estar preparado... y
alguien que te lo consiga (Carmen, madre a los 27 años).
Conclusiones
Más allá del motivo específico identificado por ellas como la causa directa del abandono
educativo, un número de regularidades en la experiencia de estas mujeres lleva a
interpretarlo como una manifestación de su baja valoración y desinterés por el estudio
y su falta de aspiraciones laborales.
Esta falta de interés y el fuerte arraigo a pautas culturales con una división de roles
familiares basados en el género, son justamente los motivos que precipitan la
ocurrencia del embarazo y explican la prontitud con que deciden abandonar sus
estudios una vez que se enteran de su estado. Para muchas, el nacimiento de un hijo
es visto como la rápida entrada a una familia de procreación en la que la adolescente
ocupará el rol de cuidadora, madre y esposa. Así, el embarazo y la maternidad lejos de
romper con un proyecto de vida, lo que hacen es adelantarlo.
Las pocas adolescentes que prosiguieron estudiando durante el embarazo y luego del
nacimiento, comparten dos características que han sido esenciales para la continuidad
escolar. La primera es que continuaron viviendo en la casa familiar sin formar una
pareja conviviente, lo que seguramente ha colaborado para que conserven una actitud
más receptiva y obediente hacia su familia. La segunda, que sus familias,
particularmente sus padres, han tenido un rol mucho más activo en el proceso
educativo, tanto transmitiéndoles la valoración de la educación, como ejerciendo una
supervisión más eficiente e involucrandose en las actividades escolares.
Por la misma racionalidad que explica la falta de apego a la educación, quienes fueron
madres adolescentes exhiben una aspiración más baja a trabajar fuera de su hogar. A
pesar de ello, la situación de necesidad económica (muchas deben sostener su propio
hogar) las fuerza a tener que trabajar y debido a su escasa educación deben
desempeñar ocupaciones de baja calificación. Además, en un mercado laboral donde el
sector informal es tan extendido, particularmente entre los trabajos de menor
calificación, resulta moneda corriente el trabajo en condiciones precarias sin una
adecuada protección social.
Bibliografía
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Notas
1
Siguiendo la práctica internacional, en este trabajo se define fecundidad adolescente
a aquella que ocurre antes de los 20 años.
2
El presente trabajo forma parte de un estudio más amplio en el que también se
examinan los aspectos vinculados a la iniciación sexual y ocurrencia del embarazo.
3
A lo largo de este trabajo también se las refiere como madres adultas.
4
Originalmente se entrevistaron seis mujeres más que no fueron incluidas en el
análisis ya que no habían completado el ciclo primario.
OMS/M-A Heine
Esta joven adolescente de 16 años dio a luz en un hospital del estado del Gujarat en la India gracias a un programa
gubernamental
Amdemikael y otros expertos en salud tienen la esperanza de que historias como la de Ayana se
repitan. Ya se trate de niñas novias en la India o en el Sudán, o de alumnas de enseñanza secundaria
solteras en los países industrializados, el embarazo en adolescentes es uno de los principales
factores que contribuyen a los problemas de salud y la mortalidad de la madre y el niño.
Las adolescentes menores de 16 años corren un riesgo de defunción materna cuatro veces más alto
que las mujeres de 20 a 30 años, y la tasa de mortalidad de sus neonatos es aproximadamente un
50% superior, según el consultor en salud de los adolescentes James E Rosen, que está cargo de un
estudio de investigación del departamento de Reducción de los riesgos del embarazo de la OMS. Los
expertos en salud convienen en que las adolescentes embarazadas requieren atención física y
psicológica especial durante el embarazo, el parto y el puerperio para preservar su propia salud y la
de sus bebés.
"El contexto es complicado, porque las cuestiones culturales influyen en el comportamiento sexual",
dice la Dra. Virginia Camacho, del departamento de salud y desarrollo del niño y del adolescente de
la OMS.
Su departamento está estudiando los medios de prevenir el embarazo precoz - en particular entre
las jóvenes marginadas - en los países en desarrollo y la medida en qué los sistemas de salud
atienden sus necesidades."Los proveedores de salud deben estar capacitados para brindar atención
adecuada a las adolescentes embarazadas y asesoramiento a las muchachas que no quieren quedar
embarazadas", dice Camacho.
Se estima que 16 millones de niñas de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años dan a luz
cada año, y un 95% de esos nacimientos se producen en países en desarrollo, según el estudio
realizado por Rosen. Esto representa el 11% de todos los nacimientos en el mundo. Sin embargo, los
promedios mundiales ocultan importantes diferencias regionales. Los partos en adolescentes como
porcentaje de todos los partos oscilan entre alrededor del 2% en China y el 18% en América Latina
y el Caribe. En todo el mundo, siete países representan por sí solos la mitad de todos los partos en
adolescentes: Bangladesh, Brasil, la República Democrática del Congo, Etiopía, la India, Nigeria y los
Estados Unidos de América.
La Dra. Valentina Baltag, funcionaria médica de la OMS que trabaja en el tema de la salud de los
adolescentes, dice que se necesita más información para orientar a este grupo de edad con
programas adecuados: "No sabemos en qué grado los adolescentes buscan atención sanitaria y no
tenemos datos desglosados por edad."
OMS/A Waak
Se estima que 16 millones de niñas de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años dan a luz cada año, la mayoría se
producen en países en desarrollo,
Según el Dr. Monir Islam, director del departamento de Reducción de los riesgos del embarazo, los
programas de salud para madres y recién nacidos deben atender mejor las necesidades de las
madres jóvenes. "Reducir los riesgos del embarazo para las adolescentes debe ser una prioridad
clara para los países que se están esforzando por alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio",
dice.
Aunque las circunstancias de los embarazos en adolescentes varían mucho, destacan algunos rasgos
comunes: los cuerpos más jóvenes no están plenamente desarrollados para pasar por el proceso del
embarazo y el parto sin consecuencias adversas. Las madres adolescentes se enfrentan a un riesgo
más alto de parto obstruido que las mujeres de veinte y tantos años. Sin una atención obstétrica de
urgencia adecuada, esto puede conducir a la ruptura del útero, que conlleva un alto riesgo de
muerte tanto para la madre como para el bebé. Para aquellas que sobreviven, el trabajo prolongado
de parto puede causar una fístula obstétrica, que es un desgarro entre la vagina y la vejiga o el recto,
que provoca fuga de orina o heces. En Etiopía y Nigeria, más del 25% de las pacientes con fístula
habían quedado embarazadas antes de los 15 años y más del 50% antes de los 18 años. Aunque el
problema puede corregirse con cirugía, el tratamiento no está ampliamente disponible en la
mayoría de los países donde se produce esta lesión y millones de mujeres deben resignarse a sufrir
una afección que provoca incontinencia, malos olores y otros efectos secundarios como problemas
psicológicos y aislamiento social.
"Una gran cantidad de mujeres embarazadas muy jóvenes no tienen acceso a servicios que les
permitan ponerse en manos de profesionales capaces de atenderlas en caso de parto obstruido",
dice el Dr. Luc de Bernis, asesor principal de salud materna en el UNFPA, destinado en Etiopía. Dado
que en muchos países las niñas se casan muy pronto, incluso antes de empezar a menstruar, "podrá
imaginarse que cuando se quedan embarazadas son muy jóvenes, no tienen más de 13 o 14 años",
dice de Bernis. "Si va al hospital de la fístula en Addis Abeba, verá que las chicas son muy jóvenes y
pequeñas, y enseguida entenderá la magnitud del problema. Es un desastre.
La pobreza influye en la probabilidad que tienen las jóvenes de quedar embarazadas y si es así
entran en un círculo vicioso, ya que la maternidad precoz suele comprometer sus resultados
académicos y su potencial económico.
El embarazo en la adolescencia "puede perturbar el acceso a la educación y a otras oportunidades
de vida", dice Leo Bryant, gerente de promoción en Marie Stopes International (MSI), un grupo
británico de defensa de los derechos reproductivos que posee clínicas en todo el mundo. "En el
Reino Unido nos preocupa en particular ... porque tenemos la tasa más alta de embarazos en
adolescentes de Europa occidental". Hoy en día esa tasa es de 26 partos en adolescentes por cada
1000 mujeres, de acuerdo con las estadísticas sanitarias mundiales de 2009.
Otros países de Europa tienen menos embarazos de adolescentes porque adoptan un enfoque
diferente con respecto a la educación sexual y facilitan el acceso a la planificación familiar, dice
Bryant. En los Países Bajos, que posee una de las tasas más bajas de Europa de embarazos en
adolescentes, de cuatro partos en adolescentes por 1.000 mujeres, la educación sexual comienza en
la escuela primaria. Actualmente en el Reino Unido la educación sexual no es obligatoria en las
escuelas, y algunas escuelas de inspiración religiosa ni siquiera imparten esa educación, por lo que
la cobertura es irregular, dice Bryant. Se supone que esto cambiará después de que el Gobierno
anunciara a finales de abril sus planes de hacer obligatoria la educación sobre el sexo y las
relaciones en la enseñanza primaria y secundaria a partir de 2011.