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La maternidad adolescente.

Una realidad en contexto: los


casos de Cuba y Angola.

Motherhood in Adolescence. A Reality in Context: Cuba's and


Angola's ases.

REINA FLEITAS RUIZ,I VANESSA VÁZQUEZ SÁNCHEZ,II PEDRO DA CRUZIII Y


ANAYANCI DAUDINOT VALDÉSIV

I Facultad de Sociología, Universidad de La Habana, Cuba.

II Museo Antropológico Montané Facultad de Biología, Universidad de La Habana,


Cuba.

III Educación Media-Superior en Sumbe, Angola.

IV Facultad de Biología, Universidad de La Habana, Cuba.

RESUMEN

Desde el siglo pasado la maternidad adolescente está considerada un problema de


salud global. Las estadísticas internacionales reflejan su presencia en casi todas las
naciones, aunque las regiones más afectadas son África y América Latina. El presente
trabajo expone algunas ideas sobre las características que de este problema de género
y salud se asume en Cuba y Angola. Se realiza un análisis comparativo que tiene en
cuenta su ubicación en los contextos regionales y nacionales específicos. De ello
seinfieren algunas semejanzas y diferencias importantes.

PALABRAS CLAVE: maternidad adolescente, género, cultura patriarcal, y salud sexual


y reproductiva.

ABSTRACT

Since last century, teenage motherhood is considered a global health problem.


International statistics reflect its presence in almost all countries, though the most
affected areas are Africa and Latin America. The present work presents some ideas on
the characteristics of this gender and health problem in Cuba and Angola. A
comparative analysis is performed which considers the location in specific regional and
national contexts; with some similarities and differences.
KEYWORDS: teenage motherhood, gender, patriarchal culture, and sexual and
reproductive health.

Introducción

"La mujer sin comprensión de la maternidad (tenga o no hijos) sería una copia tosca
del hombre, conformada según el modelo masculino, sin capacidad para alterar las
reglas, sin poner en crisis el sujeto único" (Giulia Paola Di Nicola, 1991, p. 3). Aunque
la cita anterior es de una investigadora a la cual respetamos por su obra, cabría
preguntarse si la única razón de la mujer para poner en crisis al "sujeto único
masculino" es la maternidad. Sobre todo si pensamos que el embarazo en edades
inapropiadas ayuda más bien a lograr lo contrario, pues estas mujeres contribuyen por
lo general a reproducir una cultura de dominación masculina y de dependencia,
hipótesis que servirá de partida para la polémica que este trabajo quiere introducir.

Es cierto que la maternidad da sentido a la cultura femenina, pero no es esta la única


meta posible en un proyecto de vida de plena realización para las mujeres y ni siquiera
tiene que estar entre las primeras metas a lograr. Más bien el contexto internacional
moderno sugiere que en las condiciones de un continuo dominio de la cultura
patriarcal, cuando las mujeres desean realizarse como sujetos, pueden optar primero
por otros objetivos. Por otra parte, cuando se trata de sobrevivir en un mundo en el
que se perpetúa la feminización de la pobreza, no es una opción, sino un imperativo,
desarrollar primero capacidades en educación y trabajo para proporcionar recursos
necesarios para una maternidad con calidad de vida. Pero, ¿por qué las opciones de las
mujeres tienen que estar encerradas siempre en el dilema entre lo público y la
maternidad? ¿Por qué no resultan tan encasilladas las alternativas de los hombres?

Una segunda cuestión es que no es posible hacer valoraciones sobre la mujer y la


maternidad adolescente sin tener en cuenta las herramientas teóricas y metodológicas
que nos proporciona la perspectiva de género. En salud, muchos de sus estudiosos
apenas logran recrear el tema en base a un enfoque biomédico y desde la teoría de los
riesgos, y no ofrecen un análisis de sus determinantes sociales. La teoría de género es
un instrumento útil para el análisis de las implicaciones sociales del fenómeno de la
maternidad adolescente como problema social de salud, visión esta que en el presente
trabajo se pretende privilegiar. Los enfoques sicológicos y médicos han estado
centrados usualmente en la posibilidad de cambiar conductas en edades donde los
actores son aún muy vulnerables y no son independientes. No obstante, sin el ánimo
de discutir la necesidad de la importancia que puede tener incidir en la conducta sexual
de las adolescentes, creemos que el problema fundamental se desplaza hacia las
desigualdades y los contextos sociales, familiares y políticos en que ellas viven y que
las presionan. Conviene entonces hacer una reflexión sobre la maternidad adolescente
desde la sociología, la antropología de la salud y el género.

En el presente trabajo nos proponemos exponer mediante el método comparativo las


semejanzas y diferencias entre los dilemas de la maternidad adolescente en Cuba y
Angola, dos países que son distintos por su historia y modelos de desarrollo. Cuba, al
contrario que Angola, está considerado un país de alto desarrollo humano. La prioridad
que ha tenido la política social en Cuba no es igual a la que ha tenido en Angola y,
además, esta última nación vivió a fines del siglo pasado una guerra devastadora cuyo
impacto aún se refleja en sus indicadores sociales. Lo anterior no resta valor al hecho
de que ambas naciones se acercan por sus lazos culturales y pertenecen al grupo de
los países del sur con historias comunes de lucha contra la pobreza y el colonialismo.

Un problema de salud mundial

Más de una década después de haber transcurrido el nuevo siglo los datos sobre
fecundidad adolescente que ofrece Naciones Unidas sobre diferentes países son
alarmantes, se afirma que a nivel global 20 000 niñas menores de 18 años dan a luz
todos los días en países en desarrollo. Además, de los 7,3 millones de partos que se
realizan en el mundo entre las mujeres de esas edades 2 millones son de niñas
menores de 15 años (UNFPA, 2013, p. 4). Si bien las cifras preocupan, el problema
mayor no es ese, sino su alta asociación a la pobreza y al reforzamiento de las
desigualdades de género por una parte; y por otra, la carencia de políticas que sean
más complejas en el abordaje a su solución, unido a la necesidad de enfrentar de
manera diferenciada la solución al problema cuando se trata de fecundidad en edades
tempranas y tardías de la adolescencia.

Desde la Conferencia del Cairo de 1994 la Maternidad Adolescente está considerada un


grave problema de salud que exige atención por parte de los Estados a través de sus
políticas sociales. Un balance reciente sobre su tratamiento arrojó deficiencias que
pueden resumirse en: 1) no haber tenido en cuenta su relación con el género
masculino; 2) haberse centrado en el grupo donde prevalece la maternidad, de 15 a 19
años, cuando las peores consecuencias están en edades menores; 3) no desarrollar en
la investigación, ni en los enfoques de políticas, una visión compleja y holística sobre la
intervención de las determinantes económicas, sociales, educativas y culturales
(UNFPA, 2013, pp. 2-3).

Al mismo tiempo, la reducción en tres cuartas partes de la mortalidad materna, quinto


objetivo del milenio a alcanzar para el 2015, dista mucho de lograrse para un grupo
importante de países. El recuento que en 2013 se hizo sobre esos objetivos arrojó que
dicha tasa se redujo solo en un 47 %, en 20 años se pasó de 400 muertes maternas
por 100 000 nacidos vivos en 1990, a 210 en 2010 (Naciones Unidas, 2013, p. 29). No
solo estos valores todavía son altos y no llegan al 75 % de reducción, sino que no se
producen los mismos avances en todas las regiones, debido a que no se han hecho
iguales inversiones para mejorar la atención al embarazo y el parto o para facilitar el
acceso a los métodos de planificación familiar. La maternidad adolescente aparece
como un factor de alto riesgo que incide sobre el incumplimiento de este objetivo,
entre otras razones porque ellas tienen más obstáculos para acceder a los servicios de
salud reproductiva. El reconocimiento de la repercusión que este problema tiene sobre
las desigualdades lo ha convertido en un indicador sensible para construir el índice
sobre desigualdad de género que propone el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD).

Las estadísticas mundiales no exoneran a ninguna región de vivir este fenómeno,


aunque ellas por sí solas no revelan las diferentes complejidades regionales como
problema de salud. Resulta de interés revelar que la fecundidad adolescente es un
problema directamente conectado con el desarrollo, los países con más altos niveles de
desarrollo humano ostentan el promedio más bajo de la tasa con 18,7 muertes por
cada 100 000 nacidos vivos, mientras que los de más bajo desarrollo poseen el valor
más alto, 86 (PNUD, 2013, p. 159). El problema radica en que el fenómeno que se
evalúa está determinado por las desigualdades de género, clase y raza que repercuten
en los niveles de progreso que exhiben las diversas regiones y naciones.

Desde la perspectiva regional Asia Oriental y el Pacífico, con un valor de 18,5 por 100
000 nacidos vivos, y Europa y Asia Central con 23,1 son las que poseen los valores
más bajos de su incidencia. Mientras, las dos regiones más problemáticas son África
Subsahariana, donde la reducción de la tasa se comportó de manera más débil y
América Latina, ambas con los valores más altos que el resto. El Índice de Desarrollo
Humano (IDH) recoge en el 2012 una tasa promedio de fecundidad de mujeres entre
15 y 19 años, de 105,2 nacimientos por cada 1 000 mujeres para África Subsahariana
y de 70,6 para América Latina y el Caribe (PNUD, 2013, p. 159). Los dos casos que
aquí se abordan se encuentran enmarcados en esas regiones.

El caso de Angola

África Subsahariana es la región con mayores problemas sociales y, en particular, de


salud a nivel global. Allí están las situaciones más críticas en la transmisión del
VIH/Sida, pues es donde las mujeres y los niños viven de manera más amenazante
esta enfermedad transmisible. Es este también un territorio donde la pobreza y el
hambre están más extendidas, así como las enfermedades nutricionales que de ellas
se derivan. Además, allí se hallan los valores más altos de mortalidad infantil y
materna, por lo que es más cuestionable el cumplimiento de los objetivos del milenio.
El panorama de salud en esa región se ve afectado hoy por el ébola, una de las
epidemias más mortales que existen, cuyo impacto no solo está determinado por el
efecto fatal de la enfermedad, sino también por la catástrofe social que predomina en
las naciones de esa región.

Desde nuestro punto de vista, el caso de Angola es uno de los más preocupantes. El
IDH del 2013 anota que la tasa de fecundidad adolescente en esta nación fue de 148,1
nacimientos por cada 1 000 mujeres de 15 a 19 años, valor que se halla por encima
del promedio regional y que solo es superado por tres países: Mali (168,9), República
Democrática del Congo (170,6) y Níger (193,6). Estas cuatro naciones son las que más
aportaron a la tasa de fecundidad adolescente en el 2012 a nivel global. Además,
aunque no es la nación que tiene la mayor tasa de mortalidad materna, pues su valor
es de 450 y está ligeramente por debajo del promedio regional, esta no deja de ser
una cifra elevada (PNUD, 2013, pp. 158-159).

El estudio que a continuación se muestra, realizado por Da Cruz en 2014 en el


municipio de Sumbe en la provincia Kuanza Sul, revela que existe una relación directa
entre la alta tasa de fecundidad adolescente en el territorio y varios factores sociales,
entre los cuales pueden citarse: la pobreza, las desigualdades de género y las
debilidades en la política social con respecto a la salud educativa.

Contexto histórico actual de Angola

La colonización portuguesa en Angola se extendió por casi 500 años desde 1482 hasta
el 11 de noviembre de 1975, fecha en que el país conquistó su independencia. La
guerra civil se extendió durante casi 30 años, lo que trajo como consecuencia
fundamental la destrucción del país. En el contexto actual, Angola vive una paz donde
aún se constatan los impactos que generó la guerra en diversos problemas sociales,
particularmente en la situación de la familia y del género, que se pueden resumir en el
bajo nivel de desarrollo humano y la prevalencia de desigualdades que aquejan al país.
Hasta ahora, la política económica y social del gobierno no ha logrado superar tal
situación.

Los principales problemas y avances de la economía angolana, según las más recientes
informaciones del PNUD y de Informes del Gobierno de Angola apuntan que el 54 % de
los angolanos viven por debajo del índice de la pobreza, pues Angola es uno de los
países con menor IDH y con grandes diferencias en la distribución de la riqueza
(Inquérito Integrado sobre o Bem-Estar da População, 2011). La tasa de alfabetización
de adultos (mayores de 15 años) en el año 2010 era de 70,1 %, solo el 31 % de la
población había terminado la educación secundaria y únicamente el 3,7 %, la
preuniversitaria. Asimismo, existe un mayor abandono escolar por parte de las
adolescentes y niñas que entre su par masculino; la calidad de la enseñanza es baja y
la infraestructura es insuficiente (PNUD, 2013, p. 172);el sistema de atención a la
salud es precario; la tasa de fecundidad es una de las más altas del mundo (5,9 hijos
por mujer), al igual que las tasas de mortalidad infantil (82 por cada mil nacidos vivos)
y la de mortalidad materna (450 por cada mil mujeres) (Inquérito Integrado sobre o
Bem-Estar da População, 2011).

A pesar de todo esto, la actuación de mujeres que han estado a la vanguardia de la


lucha por la igualdad de género ha conseguido juntar criterios para cambiar prácticas
discriminatorias y ha contribuido a la economía nacional, la educación, la cultura, la
defensa y la dirección del país. El 38,2 % de los escaños parlamentarios están en
manos femeninas y el 62,9 % de las mujeres económicamente activas participan o
buscan puestos en el mercado laboral (PNUD, 2013, p. 172). Además, tienen derecho
al voto a partir del año 1975 y sus derechos quedan respaldados en la Constitución de
la República y en la Ley Contra la Violencia Doméstica. No obstante, la herencia
patriarcal todavía es allí más que un fantasma.

Los problemas de pobreza que afectan a la familia son más acentuados en las zonas
rurales, donde es mayor el analfabetismo, son más escasos los servicios básicos como
el agua potable, los acueductos, alcantarillados, la electricidad y el transporte, entre
otros. Igualmente se evidencian altos índices de fecundidad y persisten normas
culturales, prácticas y tradiciones, así como actitudes patriarcales y estereotipos sobre
los papeles y responsabilidades de mujeres y hombres. Permanece la violencia contra
las mujeres, el matrimonio precoz, la poligamia, la mutilación genital femenina y el
levirato.(1) Ejemplos de las prácticas culturales discriminatoria son el alambamento(2)
y el viernes de hombre,(3) prácticas que todavía sobreviven en la familia angolana.

El municipio de Sumbe: un estudio sobre la maternidad adolescente. Situación


de la mujer(4)

En Angola la maternidad precoz coloca en situación de vulnerabilidad a las


adolescentes debido a su relación con el abandono escolar y las pocas posibilidades
para encontrar empleo, lo que refuerza la pobreza en los hogares. La maternidad
adolescente es una realidad y, sin embargo, no es un hecho tratado como problema
social. El estudio empírico cuyos resultados aquí recogemos se basó en un diseño de
corte transversal y en la metodología de estudios de casos. En él se recogen las
historias de vida de 4 adolescentes madres, se realizaron encuestas a 57 adolescentes
madres y a 50 de sus madres, y entrevistas en profundidad a 25 expertos. El sistema
de muestreo fue no probabilístico e intencional, por el método de "bola de nieve".

Perfil sociodemográfico de las madres adolescentes objeto de estudio en


Sumbe

Una de las primeras características que se hace notable en el estudio es que


prevalecen los problemas en las edades intermedias. Aunque no pocas de las
adolescentes encuestadas, 7 (12,2 %), tenía 14 años o menos cuando nació su primer
descendiente; el mayor porcentaje lo representan aquellas que tenían entre 15 y 17
años, 35 (61,3 %), que si bien están algo más avanzadas en la adolescencia, su
desarrollo síquico y mental carece aún de la madurez óptima para enfrentarse a la
maternidad.

Del total de estas madres la mayor parte se encontraba entre las que solo habían
concluido algún nivel de enseñanza primaria, 43 (75,3 %) y únicamente 14 (24,5 %)
muchachas tenían terminado entre séptimo y décimo grado. Se pudo comprobar que
no hay una evolución positiva importante entre la escolaridad de las adolescentes al
tener su primer hijo y la que tenían al momento de la entrevista. A pesar de que la
política educativa permite la reinserción de ellas a la educación, eso no sucede en una
parte significativa de los casos.

La mayoría de ellas, 20 (35 %), no tenían ocupación al dar a luz, una cifra de 18 (31,5
%) cursaba estudios en el nivel primario y el resto se dedicaba a trabajar como:
domésticas 8 (14 %), campesinas 7 (12,2 %) o negociantes 4 (7,1 %), es decir,
vendedoras de artículos varios en mercados informales. En este punto resulta
necesario recordar que en Angola la edad instituida legalmente para trabajar es 18
años, de ahí que, atendiendo a la estructura de edades de la muestra, la mayor parte
de quienes trabajaban lo hacían sin que mediara un contrato formal.

Al comparar los puestos de trabajo de las muchachas a la hora del parto con su
ocupación posterior se comprueba que disminuye significativamente el número de las
que siguen sus estudios. Sumaban 18 las chicas que hacían vida escolar al momento
de ser madres, y luego de iniciarse en la maternidad, solo 10 continuaron. El no
desvincularse de la vida escolar parece estar condicionado, según declaraciones de las
entrevistadas, por la ayuda familiar recibida para ello, en particular por el apoyo de la
madre en los cuidados al bebé, y también por las contribuciones económicas para el
sostenimiento de la nueva mamá y su hijo, aportadas por el padre de la criatura o
algún otro pariente. Por su parte, aquellas que abandonaron los estudios coincidieron
al referir que sus motivos fueron el tener que ocuparse del nacido y la necesidad de
incorporarse a la actividad laboral para contribuir a su sustento y el de su familia.

En contraste con el descenso del número de adolescentes dedicadas a estudiar luego


del parto, aumenta la cantidad de muchachas incorporadas al trabajo, a la vez que
disminuye la cifra de trabajadoras del hogar, de 20 (35 %) a 12 (21 %). Aquellas
quienes después de adentrarse en la maternidad decidieron no emplearse
laboralmente, aludieron entre los motivos para ello: que no tenían con quién dejar al
niño (41,66 %); que representaba mucha carga para ellas el llevar las tareas del hogar
y del trabajo (25 %); que el bebé era enfermizo (16,6 %) y que era difícil llegar al
trabajo debido a las dificultades con el transporte (8,3 %).
Estas mujeres en más de la mitad de los casos (56,1 %) cocinan con carbón o leña,
igual cantidad de viviendas carecen de electricidad y entre los equipos
electrodomésticos el más común es el radio. Asimismo, no llegan a la mitad (43,8 %)
las viviendas donde el orden y la higiene son calificados como buenos. Por otra parte,
aunque el 56,1 % de las viviendas disponía de dos habitaciones para dormir, en el
68,4 % de los casos vivían en ellas parejas que no disponían de cuartos para su
intimidad, lo cual podría impactar de una u otra forma en las percepciones que sobre la
sexualidad y reproducción podrían tener las muchachas que se aventuraron a ser
madres apenas rebasada la niñez.

Rasgos socioculturales de género que caracterizan las prácticas sexuales y


reproductivas de las madres adolescentes objeto de estudio

La menarquía de estas muchachas ocurrió a los 14,4 años como promedio, aunque un
63,1 % tuvo su primer sangrado a los 15 años. Expertos en este tema coinciden en
asegurar que la menarquía generalmente acontece a una edad media de 12,5 años,
pero que puede sobrevenir hasta los 16 años (Muzzo, 2007, p. 97). Sería
recomendable reflexionar en el futuro, a raíz de estos resultados, sobre si esa
menarquía acontecida como promedio a los 14,4 años pudiera estar relacionada con
carencias nutricionales, ya que estas pueden incidir en un retardo del desarrollo.

Por otra parte, si bien la menarquía no tiene lugar a una edad temprana de acuerdo
con los estándares internacionales, las adolescentes entrevistadas tuvieron, en su
mayoría, su primera relación sexual precozmente, es decir, a los 14,1 años como
promedio, durante la adolescencia temprana. Dicho indicador habla de un anticipo con
respecto a la media internacional, la cual es de 15 años (UNFPA, 2013, p. 12).
Además, el 91,3 % del total había dado inicio a su vida sexual antes de los 17 años.
También es importante notar que la edad media de la primera relación sexual es
menor que la edad promedio de la menarquía.

A pesar de que la edad de inicio de las relaciones sexuales marca un foco de atención,
no sucede igual con el número de parejas sexuales que las muchachas encuestadas
declaran haber tenido. El 87,6 % refiere haber tenido entre una y dos parejas, el resto,
tres. Por tanto la promiscuidad no parece incidir en este problema, aunque hay que
recordar que una cantidad apreciable se encontraba en la adolescencia temprana.
Resulta distintiva, sin embargo, la falta de planificación de sus embarazos. Únicamente
9 (15,7 %) indicaron que su gestación había resultado de una planificación, en tanto
19 (33,3 %) se embarazaron sin proponérselo, pero deseándolo y 29 (50,8 %) no
deseaban en lo absoluto el embarazo que las condujo a ser madres. Ello no parece
distanciarse de lo que acontece en el África Subsahariana en general, y también en
otras latitudes, donde la mayoría de los embarazos en adolescentes son considerados
como no deseados y se atribuyen a la no utilización de métodos anticonceptivos.

De las 48 chicas que quedaron embarazadas sin planificación la mayor cantidad, 18


(37,5 %), declaró que había quedado embarazada porque olvidó usar el condón; 13
(27 %) no sabía cómo evitarlo; 11 (22,9 %) no pensó que podía quedar embarazada;
4 (8,3 %) no usó anticonceptivo "por lo inesperado de la relación" y 2 (4,2 %) no
disponían de anticonceptivos. Dichos olvidos y desconocimientos revelan serios vacíos
en la educación sexual y reproductiva sobre los que se debatirá más adelante.

Motivos del embarazo no planificado


Al analizar los motivos del embarazo no planificado en la muestra no debe olvidarse
que el 12,2 % de las adolescentes encuestadas estaban casadas al tener descendencia
y el 33,3 % vivía en unión consensual, lo cual hace un 45,5 % cuya relación estable le
posibilitó programar o aceptar sin exceso de conflictos el embarazo. Unido a los bajos
niveles de escolaridad, se observa una deficiente educación sexual y reproductiva que
incide en las prácticas sexuales de las adolescentes en Sumbe y las conduce a
embarazos tempranos. Así lo prueban los resultados de la encuesta realizada, en la
que el 21 %, casi la cuarta parte de las muchachas interrogadas, declaró no conocer
ningún método anticonceptivo, el 61,4 % mencionó el condón, y un 17,5 %, la píldora.
No obstante, el condón y la píldora se encuentran disponibles no solo en farmacias,
donde los precios son muy asequibles, sino también en variados centros de salud,
donde pueden acceder a ellos de manera gratuita. Aun identificando al condón o
preservativo como una vía para impedir el embarazo, es interesante constatar que en
un 77,1 % de los casos que conocen este método, responsabilizan a su compañero
sexual por la compra y uso de él.

Se ratifica de esta manera uno de los criterios sustentados por el Fondo de Población
de Naciones Unidas, en cuyo informe de 2013 sobre el estado mundial de la población
queda apuntada, en segundo lugar, la desigualdad de género entre las ocho causas
subyacentes para que cerca del 19 % de las jóvenes en países en desarrollo se
embaracen antes de los 18 años de edad. Además de esta desigualdad, se indican
como otras causas el matrimonio infantil, los obstáculos a los derechos humanos, la
pobreza, la violencia, la coacción sexual, las políticas nacionales que restringen el
acceso a anticonceptivos y a una educación sexual adecuada a la edad, la falta de
acceso a educación y servicios de salud reproductiva, y la subinversión en el capital
humano de las adolescentes (UNFPA, 2013).

Percepciones sexuales y reproductivas. Influencia de los patrones


socioculturales de género de la familia. La figura de la madre

Una segunda encuesta aplicada a las madres de las adolescentes que se iniciaban en la
maternidad evidenció que las percepciones y conductas sexuales y reproductivas de las
primeras eran copiadas por las segundas con escasas variaciones. Un 54 % de estas
progenitoras, cuyas edades al tiempo de la entrevista oscilaban mayoritariamente
entre los 27 y 42 años, había dado a luz a su primer hijo a los 16 años o menos.
Aunque es necesario hacer resaltar que una de ellas parió a los 12 años, edad en que
ninguna de las adolescentes estudiadas dio a luz. Es decir, se aprecia un ligero anticipo
de las madres con respecto a las hijas, también perceptible si analizamos que un 32 %
de las madres parió entre los 13 y 15 años, mientras que un 29,7 % de las hijas se vio
en la misma situación.

Al analizar las estadísticas relacionadas con el nivel escolar vencido de las madres de
las adolescentes al tener su primer hijo, se evidencia que el mayor porcentaje (56 %)
se concentra en el tercer grado, seguido por las que terminaron el cuarto grado (32
%). Sin embargo, en el caso de las hijas adolescentes el mayor por ciento (36,8 %) de
estas muchachas se concentra en las que terminaron el sexto grado, seguido por el de
aquellas que concluyeron el quinto grado (33,3 %). De tales resultados puede inferirse
que las chicas adolescentes, objetos de esta investigación, tenían un nivel escolar algo
más elevado que sus madres en el momento de dar a luz. Se puede destacar también
que el 10,5 % y el 5,2 % de estas muchachas habían vencido el séptimo y octavo
grados respectivamente. Niveles no alcanzados por ninguna de sus madres, quienes
solo en un 2 % consiguieron terminar el sexto grado. Sin embargo, queda identificado
como tendencia para ambos casos que los bajos niveles de escolaridad acompañan la
maternidad temprana.

La influencia de los patrones socioculturales de género en la familia se hace también


evidente al constatar que en los dos casos analizados la mayoría era soltera. Un 68 %
de las madres de las muchachas permanecía en soltería al dar a luz, el 20 % estaba
casada y el 12 % mantenía una unión consensual. Lo anterior arrojó que era mayor la
cantidad de solteras en el caso de las madres de las adolescentes.

Es también común que el mayor por ciento de unas y otras se encontrara al dar a luz
en labores como trabajadoras del hogar con un 30 % para las madres y un 35 % para
las hijas adolescentes. No obstante, una buena parte de las madres de las muchachas
(28 %) estudiaba en ese momento; similar situación ocurre con sus hijas, que tuvieron
que interrumpir sus estudios debido al embarazo en un 31,5 % de los casos.

Cuando se interrogó a las madres sobre si consideraban que debían continuar


trasmitiendo a sus hijos los valores con que fueron educadas en cuanto a sexualidad,
el 94 % respondió afirmativamente. El total de estas mujeres calificaron de "normal"
su reacción al saber del embarazo de la hija. En correspondencia con tales patrones,
sus hijas tampoco dudaron al contestar que también asumieron su embarazo como
algo normal. Tan "normal" es para unas y otras este acontecer, que la concepción de
maternidad y del ser mujer aparece sesgada en estas jovencitas cuando se les inquiere
al respecto. Para las adolescentes entrevistadas ser mujer significa en primera
instancia (43,8 %) sentir amor por los hijos y el marido; en segundo lugar (22,8 %)
apareció el rasgo que asociaba a la condición de mujer el tener responsabilidad
familiar; y en tercero (15,7 %), el ser educadora de los hijos; todas vinculadas a la
responsabilidad de la maternidad y del cuidado de la familia. Por otro lado, al
interrogar a estas adolescentes madres sobre qué consideran que significa ser hombre,
respondieron en primer lugar "ser el dueño de la casa" (43,8 %), a lo que le siguió ser
trabajador (28 %), ser responsable y protector (15,7 %), y ser educador de la familia
(12,2 %).

En la encuesta a las progenitoras de las muchachas -quienes por demás, del total de
su descendencia el 63,3 % resultó del sexo femenino-, estas adultas declararon que,
en caso de poder elegir entre un hijo y una hija a cuál de ellos le darían la oportunidad
de continuar los estudios, privilegiarían a los varones en un 70 % de los casos, el 24 %
a las hembras, y solo el 6 % decidió que invertiría en ambos. Dichas adultas, al verse
ante la alternativa de indicar cuáles temas conversaban con sus hijas y cuáles con sus
hijos, fueron claras al señalar que sobre todo hablaban con sus hijas acerca de la vida
doméstica y la sexualidad, en tanto con los hijos departían fundamentalmente acerca
de su futuro laboral y sus estudios.

Paradójicamente, a pesar de que las madres adolescentes declararon que repetirían en


la formación de su descendencia los valores con que ellas fueron criadas, al evaluar la
educación sexual que recibieron la calificaron mayoritariamente (47 %) como mala.
Dicha aparente contradicción pudiera tener explicación si se infiere que hacían alusión
a la educación sexual recibida fuera del ámbito hogareño, y muy especialmente, a la
que reciben de los medios de comunicación. Mencionaron además, que no se sentían
satisfechas porque los códigos con que ellas fueron formadas no son los que existen en
la actualidad, en segundo lugar consideraron que los medios de difusión masiva
deberían asumir mejor esta orientación, al igual que la escuela, a la cual
responsabilizan en tercer lugar.
La ausencia de estadísticas y registros en el territorio de Sumbe, como en todo el país,
no permitió determinar el comportamiento de la mortalidad entre las madres
adolescentes. Los médicos entrevistados referían que este fenómeno es alto en el
territorio, pero entre las adolescentes estudiadas no se encontraron casos de muertes
infantiles, aunque sí la práctica generalizada de parir fuera de las instituciones de
salud. Se puede presuponer que el más bajo desarrollo social que ostenta esta región
pueda incidir en una alta vulnerabilidad de las mujeres jóvenes al embarazo y un
mayor riesgo a la muerte o padecer enfermedades.

Una aproximación al caso de Cuba

Aunque la maternidad adolescente es para Cuba un problema de género y salud la


realidad dista mucho de parecerse a la de Angola. Si se analizan las tasas de
fecundidad adolescente entre los países de la región Cuba tiene un valor, para el 2012,
de 43,9 nacimientos por cada 1 000 mujeres en edades de 15 a 19 años, por debajo
del promedio regional, que la ubica en la séptima posición de la cifra más baja entre
30 países (PNUD, 2013, p. 156). No obstante resulta singular que Haití, que se
encuentra entre los países de más bajo desarrollo humano, tenga una tasa menor que
la de Cuba. En otras publicaciones, cuando hemos realizado estas comparaciones de
datos en salud, hemos advertido que la precariedad de los registros en algunos países
de la región podría revelar datos no confiables.

No siempre las estadísticas son certeras porque dependen de la manera en que se


registran y se construyen, aunque también en los distintos valores de las tasas de
fecundidad adolescente podrían incidir factores culturales como las tradiciones sobre el
control de la sexualidad de las mujeres. Lo cierto es que todos los países que se hallan
por debajo de Cuba en esa tasa son de la región del Caribe: Bahamas (28,3), Trinidad
y Tobago (31,6), San Cristóbal y Nieves (33,2), Granada (35,4), Barbados (40,8) y
Haití (41,3) (PNUD, 2013, pp. 156-158).

Para ese año fuentes de salud nacionales publicaban una tasa con un valor superior a
la antes citada, de 53,6 nacidos vivos por 1 000 mujeres entre 15 y 19 años.(5) Lo
más preocupante es que al comparar los datos nacionales en perspectiva evolutiva se
observa que no se logra reducir de manera sensible y estable la tasa en más de 60
años de transformaciones profundas, a pesar de la fuerte inversión social realizada de
cara a lograr la meta de igualdad de oportunidades favorable a las mujeres. Todos los
estudios realizados en el país que valoran la progresión de la tasa declaran su
variabilidad en diferentes decenios. El valor del 2013 es muy próximo al que recogían
las estadísticas nacionales en la década del cincuenta, que era de 58.9 (Hernández,
1994). Luego de un decrecimiento en sus valores en el último decenio del siglo pasado,
durante el presente milenio se manifiesta en el país una tendencia a su incremento: en
2000 se obtuvo una tasa de 49,6 por cada 1 000 mujeres en las edades entre 15 y 19
años; y en 2014, un valor de 54,8 (MINSAP, 2014, p. 22).

En Cuba hay una preocupación creciente entre investigadores sociales y salubristas


sobre la relación entre el embarazo y el aborto a esas edades porque este último
fenómeno tiene valores más elevados. Por otro lado, entre las estadísticas de
fecundidad específica en Cuba no es relevante el grupo menor de 15 años, que en el
2012 representaba el 0,32 % de los nacimientos (ONEI, 2012).

Un estudio de caso sobre embarazo y fecundidad adolescente en el municipio


Plaza de la Revolución
Como se ha afirmado, la fecundidad en Cuba ha disminuido desde finales de los años
sesenta del siglo XX y la población está por debajo del remplazo desde 1978. Sin
embargo, a diferencia de muchos países con alto desarrollo humano y baja fecundidad,
las cubanas tienen sus hijos a edades tempranas.

Uno de los primeros estudios demográficos llevados a cabo en el país fue la "Encuesta
de fecundidad en la región Plaza de la Revolución", efectuado en 1972. En él se
entrevistaron a 1 751 mujeres con edades comprendidas entre 15 y 54 años. Las tasas
de fecundidad se compararon con las de diferentes ciudades de América Latina y se
obtuvo que la fecundidad fue la más baja de todas las urbes analizadas (1,84 hijos por
mujer entre 20 y 54 años), con la única excepción de Buenos Aires, que registró 1,49
hijos por mujer entre 20 y 54 años (Álvarez et al., 1973, p. 35). En 1982 se efectuó
otra pesquisa en la que también se ratificó el descenso de la fecundidad en el
municipio Plaza de la Revolución (Castellón y Catasús, 1984, p. 31). Su tasa de
natalidad fue la más baja en algunos años seleccionados. Así, de 10,2 nacimientos por
cada 1 000 habitantes reportados en 1997, la cifra bajó a 6,33 en el 2007, con lo cual
se evidencia el decrecimiento de los nacimientos en el tiempo (ONE, 1998, p. 46;
2008, p. 48).

La Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) efectuó un análisis de la


tipología de provincias y municipios según la tasa global de fecundidad en el trienio
2005-2007. La fecundidad de Plaza de la Revolución fue extremadamente baja, con un
valor de 1,04 hijos por mujer, siendo la menor de toda Cuba (ONE, 2008, p. 12).
Además, de acuerdo a los datos del censo del 2012, un 26,4 % de la población tiene
más de 60 años, por lo que resulta el municipio más envejecido y de menor fecundidad
(ONEI, 2014, p. 62).

No obstante, a pesar de ser un territorio urbano y de favorables condiciones


socioeconómicas, se registran embarazos y fecundidad en la adolescencia, con un
patrón que se transmite generacionalmente. Por ello, se efectuó un estudio de caso
para comparar estos aspectos en madres e hijas residentes en el citado territorio.

Selección de la muestra

La generación uno está conformada por 62 madres con edades entre 57 y 64 años
nacidas en el período 1942-1950, entrevistadas por Vázquez (2010) entre marzo de
2007 y octubre de 2008. El método de muestreo utilizado para seleccionarlas fue
intencional y el criterio de inclusión fue que tuvieran hijas que residieran en Plaza de la
Revolución y con 45 años o más, para que estuvieran próximas al fin del período fértil.
La generación dos son las 74 hijas, nacidas en el período 1957-1968, con edades entre
45 y 56 años, entrevistadas entre octubre de 2013 y febrero de 2014 (Daudinot, 2014,
p. 57). La guía de la entrevista abarcó variables sociodemográficas y de historia
reproductiva y fue igual para madres e hijas.

El "destino" del primer embarazo en madres e hijas

De la primera concepción el 4,8 % de las madres tuvo aborto espontáneo; el 1,6 %,


muerte fetal y hubo 93,5 % nacidos vivos. En las hijas las cifras fueron de un 4,2 %;
2,8 % y 54,9 % respectivamente. El 38 % de las hijas interrumpió voluntariamente su
gestación mientras que ninguna madre lo hizo. Este elemento marca una diferencia
generacional en cuanto a la decisión y posibilidad de abortar o parir, matizada por el
contexto histórico, pues a partir de 1965 es que se produce la práctica de la
interrupción de embarazos no deseados de manera legal, institucional y en condiciones
seguras. Este hecho pudo haber influido en que las madres no interrumpieran su
primera gestación, ya que tuvieron su primer hijo en la década de los sesenta, cuando
recién se instauraba este procedimiento en el territorio nacional. En cambio cuando las
hijas concibieron por primera vez ya el proceder médico del aborto provocado estaba
más "afianzado" en el sistema de salud. De lo anterior resulta que del 67,2 % de las
madres que tuvo su primer embarazo con menos de 20 años de edad, parió un 67,2
%. Mientras que del 41 % de las hijas en la misma situación solo el 19 % llegó a tener
al hijo.

Asimismo más del 65 % de las madres encuestadas tuvo su primogénito en la


adolescencia. Esto tuvo lugar en la década de 1960, cuando el descenso de la
fecundidad cubana se produjo en todos los grupos etarios excepto en las adolescentes
mayores de 15 años, pues para este grupo se exhibió un aumento de dicho parámetro
(Álvarez et al., 1973, p. 182). Además, en un estudio efectuado por Fleitas (2002)
sobre fecundidad adolescente en el municipio Plaza de la Revolución a fines de los 90,
se obtuvo que el 47,3 % de las mujeres de la muestra reprodujeron este patrón de
maternidad precoz (Fleitas, 2002, p. 105). Es decir, hay una semejanza entre madres
e hijas en cuanto a un modelo de fecundidad en la adolescencia. Este fenómeno es
más evidente en el presente estudio de caso donde del total de hijas primíparas
adolescentes, el 75 % de sus madres también lo fue.
La tabla 1 muestra el nivel escolar de 13 hijas primíparas en la adolescencia y de sus
madres

Como es evidente el nivel de instrucción es mayor en las hijas respecto a sus


progenitoras. Ninguna madre es universitaria, por lo cual podría pensarse en la
maternidad adolescente como un obstáculo para la superación de estas mujeres. Dicho
resultado también se repite en el estudio de Fleitas (2002) citado, donde las hijas
tienen mayores niveles de escolaridad que sus madres.
Por otra parte, en la tabla 2 se reflejan las variables relacionadas con la historia
reproductiva y matrimonial:
Como se puede ver las hijas presentan mayor precocidad en cuanto a la edad de su
primera menstruación, iniciación sexual y primer matrimonio o unión, evidenciándose
cambios generacionales en cuanto a las concepciones relacionadas con la sexualidad y
el matrimonio. Aunque estas presentaron mayor promedio de embarazos, la
fecundidad fue menor, debido al mayor promedio de abortos provocados, que
sobrepasa incluso al de hijos que tuvieron. El uso de la anticoncepción fue deficiente
en ambos grupos, pues no emplearon ningún método antes del primer embarazo ni
antes del primer matrimonio o unión.

Si bien las hijas tienen mayor escolaridad y menor fecundidad en la adolescencia que
sus madres, destaca en las primeras la elevada recurrencia del aborto provocado y la
precocidad en cuanto al inicio de las relaciones sexuales y la nupcialidad, factores que
inciden en la maternidad y las interrupciones tempranas del embarazo en este
municipio urbano de Cuba.

Conclusiones

Sin lugar a dudas hay problemáticas de género que deben enfrentar las madres
adolescentes angolanas y cubanas de cualquier territorio, sea rural o urbano. Estas
dificultades las coloca a todas en situaciones de vulnerabilidad y desventaja social, en
una posición subordinada dentro de una relación patriarcal, no solo dentro la pareja,
sino también con respecto al sistema político, que es aún responsable de la
reproducción de tales asimetrías por no incorporar el enfoque de género en la política
social. En ambas partes del mundo se pueden encontrar, además, adolescentes
madres que experimentan el impacto de la pobreza y otras discriminaciones sociales.

Sin embargo, la situación de las mujeres angolanas es mucho más precaria a causa de
la debilidad de la política social en educación, salud, empleo y cultura, así como de las
secuelas que dejó la guerra. Además, el menor nivel de desarrollo social es un factor
decisivo en la reproducción de las desigualdades de género. Las cubanas, por su parte,
tienen la ventaja de vivir en un país que a pesar de sus escasos recursos económicos
mantiene una política social universal donde la superación de las desigualdades de
género y la inversión sobre las mujeres ha sido priorizada. Las oportunidades en salud
que tienen las madres adolescentes en Cuba y de seguimiento a su embarazo por el
sistema de salud pública, reduce en gran medida el costo que genera vivir tal
experiencia a esas edades.
El análisis de los estudios de caso presentados evidencia que a pesar de las diferencias
económicas, políticas, sociales y de sistemas de salud antes mencionadas, hay
elementos que asemejan el comportamiento de la maternidad adolescente en zonas
urbanas tan distantes una de la otra como Plaza de la Revolución y Sumbe. Entre ellas
se destaca la repetición del fenómeno de la maternidad temprana en madres e hijas, la
precocidad de las relaciones sexuales y del comienzo de la vida en pareja, y el mayor
nivel educacional en las generaciones más jóvenes.

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en el municipio Plaza de la Revolución, Ciudad de la Habana", tesis de doctorado,
Universidad de La Habana.

RECIBIDO: 23/4/2015
ACEPTADO: 14/6/2015
Reina Fleitas Ruiz. Facultad de Sociología, Universidad de La Habana, Cuba. Correo
electrónico:rfleitas@ffh.uh.cu

Vanesa Vázquez Sánchez. Museo Antropológico Montané Facultad de Biología,


Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: vanevaz@fbio.uh.cu

Pedro da Cruz. Educación Media-Superior en Sumbe, Angola. Correo


electrónico: jopeceze@hotmail.com

Anayanci Daudinot Valdés. Facultad de Biología, Universidad de La Habana, Cuba.

Maternidad adolescente y su impacto sobre las


trayectorias educativas y laborales de mujeres de
sectores populares urbanos de Paraguay*

Adolescent childbearing and its impact on educational and


working trajectories of women in urban neighborhoods in
Paraguay

Georgina Binstock y Emma Näslund-Hadley

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Banco Interamericano de


Desarrollo.

Artículo recibido el 7 de septiembre de 2012.


Aprobado el 1 de marzo de 2013.

Resumen

Este trabajo aborda la problemática del embarazo adolescente y sus potenciales


derivaciones durante el comienzo de la vida adulta. Se centra en dos aspectos
fundamentales de las trayectorias vitales de las mujeres: el educativo y el laboral. Este
estudio, de carácter cualitativo, no pretende brindar un diagnóstico generalizable de
esta problemática sino que procura, a partir de una mirada centrada en las
experiencias vitales y en los sentidos que se otorgan, comprender el impacto del
embarazo adolescente en las ya restringidas opciones que tienen las mujeres de
sectores populares. A partir del análisis y comparación de las historias y experiencias
de vida de mujeres paraguayas de sectores populares que fueron o no madres durante
la adolescencia, se procura discernir e identificar en qué medida la maternidad
temprana afecta las trayectorias y logros educativos y laborales.

Palabras clave: Adolescencia, embarazo adolescente, asistencia escolar, abandono


escolar, situación laboral.

Abstract

This paper examines the potential consequences of teenage motherhood in the


transition to adulthood focusing on two main aspects of women's life trajectories:
education and work. The study is of qualitative nature and does not pretend to be a
statistical assessment, but to develop a richer and more complex understanding of the
impact of adolescent pregnancy on the already restricted options that poor urban
women have in Paraguay. From the analysis and comparison of life histories and
experiences across adolescent mothers and women who had delayed the birth of their
first child until after adolescence, this paper aims to identify the ways and extent in
which early motherhood influences educational and work trajectories.

Key words: Adolescence, adolescent childbearing, school attendance, school dropout,


work.

Introducción

La fecundidad adolescente ha ido descendiendo en América Latina durante las últimas


décadas, si bien con un ritmo dispar entre los países de la región. Sin embargo, dicho
descenso ha sido consistentemente menor al observado para las adultas e incluso, en
algunos países, la tasa de fecundidad adolescente1 se ha mantenido estable o incluso
ha aumentado, lo que en parte refleja la dinámica propia de los factores socioculturales
que inciden en la conducta reproductiva a edades tempranas (Guzmán etal., 2001;
Pantelides, 2004; Flórez y Soto, 2006).

El vínculo entre embarazo adolescente y pobreza es uno de los debates centrales en


torno al cual gira el estudio de la maternidad adolescente. Mientras algunos estudios
centran su preocupación en los efectos negativos que la maternidad adolescente puede
implicar sobre las futuras oportunidades educativas y laborales de las jóvenes, lo que a
su vez las llevaría a caer en la pobreza o a no poder salir de ella (Pantelides, 2004;
Furstenberg, 2000; Hoffman, 1998; Hofferth et al., 2001) otros consideran la pobreza
y la falta de oportunidades educativas y laborales como la causa y no la consecuencia
del embarazo y maternidad adolescente (Stern y García, 2001; Luker, 2003; Flórez y
Soto, 2006) y que sus efectos negativos pueden ser transitorios y superados por las
jóvenes con el tiempo (Geronimus y Korenman, 1992; Bronars y Jrogger, 1994;
Hotz et al., 1997).
Estudios recientes acerca de los efectos de la maternidad adolescente ponen en duda
que su postergación pueda tener un impacto positivo relevante, en términos de
reproducción de la pobreza, si no se ve acompañada de profundos cambios
estructurales (Furstenberg, 2003). Sin negar las limitaciones que la pobreza impone en
términos de condicionamientos y de poder de decisión sobre la propia conducta
reproductiva (Geldstein y Pantelides, 2001) varios estudios proponen develar el
sentido positivo que la maternidad/paternidad adolescente adquiere en contextos de
vulnerabilidad social, por ejemplo, como única fuente de reconocimiento social para
mujeres carentes de perspectivas educativas y laborales, como estrategia de
maximización de los recursos familiares, como elemento en la construcción de la
identidad y como medio en la búsqueda de autonomía (Reis dos Santos y Schor, 2003;
Pantoja, 2003; Aquino et al, 2003; Cabral, 2002, Geronimus, 1997, 2004 citados por
Adaszko, 2005).

Otro de los puntos centrales tanto en el debate académico como en el del diseño e
implementación de políticas públicas, gira en torno a la relación entre maternidad
adolescente y educación, a la identificación tanto de las posibles causas educativas del
embarazo adolescente como de las consecuencias de la maternidad temprana sobre el
posterior desarrollo de la madre y sus hijos, particularmente en términos del
desempeño educativo y su relación con las futuras oportunidades de inserción laboral.
En este sentido, la literatura se nutre principalmente de estudios efectuados en los
países industrializados. Aunque la evidencia es mixta, parece haber un cierto consenso
acerca de la complejidad de los procesos de interacción entre las variables relevantes,
en particular descartando las visiones que postulan un efecto unidireccional e
invariablemente negativo del embarazo adolescente sobre la trayectoria socioeducativa
de las madres. La mucho más escasa evidencia proveniente de los países en desarrollo
no contradice aquellas conclusiones, aunque deja en claro la asociación entre el
embarazo adolescente y el pobre desempeño de estas madres en determinados
indicadores de desarrollo social y educativo.

La diversidad de enfoques y estrategias ha dado lugar a múltiples estimaciones y por


ende conclusiones, respecto al impacto que tiene el embarazo adolescente en la
escolaridad en diversos países, tanto desarrollados como en vías de desarrollo. En
algunos estudios realizados en países desarrollados, los resultados muestran que los
efectos negativos del embarazo adolescente sobre la acumulación de capital humano
son relativamente menores y de corta duración (Hoffman et al, 1993; citado por
Hakkert, 2001; Hotz et al, 1999) mientras otros señalan la importancia de considerar
no sólo sus consecuencias socioeconómicas, sino también las sociopsicológicas, en
particular el cambio en las expectativas de educación de las adolescentes (Beutel,
2000). Tanto Hoffman (1998) para Estados Unidos como Duncan (2007) para el Reino
Unido, encuentran que el efecto de la maternidad adolescente en la subsiguiente
inserción social de la madre es esencialmente nulo.

Los estudios en países latinoamericanos muestran un panorama diferente, que permite


constatar una significativa relación negativa de la maternidad adolescente con la
asistencia escolar, la inscripción en todos los niveles educativos, las probabilidades de
completar cualquiera de los niveles y, consecuentemente, con los años de educación
acumulados, así como una fuerte asociación con el abandono escolar (por ejemplo:
Rios-Neto y Miranda-Ribeiro, 2009 en Brasil; Giovagnoli y Vezza, 2009 en Bolivia,
Colombia, República Dominica y Perú; Flórez y Soto, 2006 en Colombia; Binstock y
Pantelides, 2005 en Argentina; Alcázar y Lovatón, 2006 en Perú).
En el caso de Paraguay, la información referida al embarazo y la maternidad
adolescente es básicamente de carácter cuantitativo. Los datos secundarios (censales
y encuestas) y los escasos estudios específicos ponen de manifiesto las diferencias
educativas y laborales de las adolescentes según hayan sido o no madres (e.g.
Pantelides y Binstock, 1993; ENDSSR, 2004). Así por ejemplo y de acuerdo con
resultados del último censo nacional, sólo 13 por ciento de las adolescentes madres
asistía a un instituto de enseñanza, proporción que ascendía a 65 por ciento entre las
no madres. Estas diferencias se reflejan en los alcances educativos de unas y otras: la
proporción de mujeres que al menos inició el ciclo secundario es de 39 por ciento entre
las madres y de 72 por ciento entre quienes no lo son.

En cuanto a la participación económica, los datos censales sugieren que las


adolescentes madres se incorporan más tempranamente al mercado de trabajo, pero a
partir de los 18 años su participación es algo menor a la de quienes no son madres, lo
que seguramente refleja la dificultad o preferencia de permanecer al cuidado de sus
hijos. Al mismo tiempo, las tasas de desocupación son sistemáticamente más elevadas
que las correspondientes a quienes no tienen hijos, lo que también sugiere una mayor
dificultad de las adolescentes madres para insertarse laboralmente.

Si bien estas evidencias son de suma utilidad para dar cuenta de la magnitud y
características básicas del fenómeno de la maternidad precoz, son limitadas para
comprender la racionalidad de los actores involucrados, así como los contextos sociales
y culturales que la promueven, particularmente entre sectores populares. Es sólo a
partir de la conjunción de diagnósticos cuantitativos y de estudios cualitativos
focalizados en las experiencias concretas de los actores involucrados que puede
generarse un conocimiento comprensivo de los entornos y factores que conducen al
embarazo temprano y sus consecuencias.

El presente trabajo aporta a esta literatura desde una perspectiva cualitativa,


examinando las historias de vida de mujeres jóvenes de sectores populares
paraguayas, para explorar e identificar en qué medida la maternidad temprana ha
condicionado sus trayectorias educativas y laborales en comparación con las historias
de mujeres que han tenido su primer hijo pasada la adolescencia.2

Estrategia metodológica

El estudio se llevó a cabo a través de entrevistas a mujeres de estratos medios bajos y


bajos, residentes de dos barrios de Asunción. La selección de los barrios para el
trabajo de campo se realizó en conjunto con investigadores locales. Así, se
seleccionaron Chacarita y Barrio Jara, que tienen un fácil acceso al centro de la ciudad,
a los servicios públicos y particularmente a escuelas primarias y medias. El equipo
local de investigación llevó a cabo un pequeño censo en secciones de dichos barrios,
identificando los hogares donde había una mujer entre aproximadamente 23 y 30
años. En dichos casos se indagó si la mujer había sido madre y la edad en que tuvo su
primer hijo. Los hogares fueron clasificados según tuvieran una mujer que fue madre
adolescente (si tuvo su primer hijo antes de cumplir 20 años) o fue madre adulta o no
madre (en caso de haber tenido su primer hijo a partir de los 20 años o no tener
hijos). La decisión de entrevistar a mujeres entre 23 y 32 años respondió a la
necesidad de que haya transcurrido un lapso relativamente significativo para poder
examinar las trayectorias de corto y mediano plazo en la transición hacia la adultez y
en qué medida y aspectos variaban de acuerdo con haber tenido o no hijos durante la
adolescencia.

Así, a partir de la identificación de los hogares en donde residen las mujeres, fueron
contactadas y entrevistadas 42, de las cuales 18 fueron madres durante la
adolescencia y las restantes posteriormente3 (si bien una aún no había tenido hijos).
Se utilizó como criterio de inclusión que la mujer hubiera iniciado la educación a nivel
secundario, dado que se considera que la problemática del embarazo adolescente de
mujeres socializadas en contextos de pobreza extrema (que truncan su educación
durante el ciclo primario) y la de mujeres de sectores sociales más aventajados es
diferente.4 Las características de las entrevistadas se detallan en el Cuadro 1 del
anexo.

Todas las participantes fueron informadas sobre el carácter voluntario, anónimo y


confidencial de la entrevista, así como también sobre su derecho a negarse a
responder a cualquiera de las preguntas formuladas. En general hubo una muy buena
predisposición para responder y compartir sus historias y experiencias de vida.

La información fue relevada mediante una guía de entrevista semiestructurada, con un


formato flexible y preguntas guía para orientar los diferentes temas que serían
abordados. La guía se organizó en distintas secciones, con el objetivo de reconstruir la
historia de vida de las entrevistadas. Las conversaciones duraron en promedio una
hora y media, con variaciones desde una hora a dos horas y media, fueron grabadas
previo consentimiento y posteriormente transcritas en formato de informe narrativo
por el mismo entrevistador que incluyó, cuando resultaba ilustrativo, citas textuales de
lo expresado. En dichos casos y para preservar la confidencialidad, se omitió el nombre
de la entrevistada.

Maternidad adolescente y educación

Uno de los aspectos donde más claramente fue posible detectar diferencias entre las
mujeres entrevistadas, fue el relativo a sus alcances escolares: tres cuartos de quienes
fueron madres durante la adolescencia no completaron el ciclo medio, mientras que
entre quienes no lo fueron dicha proporción desciende a un sexto. Además, la mayoría
de quienes postergaron su maternidad completó el ciclo medio y la mitad de quienes
obtuvieron su título secundario inició estudios post-secundarios e incluso
universitarios.

Estas diferencias en los logros educativos con los que unas y otras hacen la transición
a la vida adulta coinciden con estudios previos tanto en Paraguay como en otros países
de la región. Lo que suele ser menos evidente es cómo opera dicho nexo en los
diferentes contextos, es decir, si la mayor deserción escolar que exhiben quienes han
sido madres tempranamente ocurre antes o después del embarazo. En otras palabras,
si las diferencias en alcances escolares son principalmente el resultado de la mayor
propensión de las adolescentes que abandonan la escuela a tener su primer hijo a
edades más tempranas o son causadas por las dificultades asociadas a compatibilizar
el embarazo y la maternidad con la asistencia escolar, o bien si obedecen a obstáculos
puestos desde la propia institución o ambiente escolar, lo que hace que las jóvenes
sean más proclives a abandonar la escuela. Esto, junto con los factores que
condicionan las decisiones vinculadas a las trayectorias escolares, son las temáticas en
las que se focaliza esta sección.

Teniendo en cuenta la experiencia de las mujeres entrevistadas, es más frecuente que


las adolescentes fueran estudiantes cuando se embarazaron a que hayan abandonado
los estudios previamente, lo cual no quiere decir que esto último no suceda. De hecho,
ese es el caso de cuatro de las mujeres que fueron madres adolescentes, aunque las
catorce restantes eran estudiantes cuando quedaron embarazadas.

No es difícil anticipar, teniendo en cuenta sus alcances escolares, que la mayoría no


continuó estudiando, lo que coincide con diversos estudios que muestran los niveles
más bajos de asistencia escolar de las adolescentes madres en comparación con sus
pares que no son madres.

Menos claras son, en cambio, las razones por las que ello sucede. En este sentido, las
entrevistadas argumentaron tres motivos principales como causa del abandono
escolar. El primero y más frecuentemente citado fue el desinterés por continuar
estudiando, como lo ejemplifican los siguientes testimonios:

A mí no me gusta luego estudiar, pasaba todo, pero no me gusta estudiar, por eso no
me iba más. Me gusta más ganar plata (Nicolle, madre a los 17 años). Terminé el
tercero y ya no volví porque en febrero me embaracé. Luego ya no tenía voluntad de ir
al colegio... ya me encapriché con mi papá y mamá (Marcela, madre a los 17 años).

El segundo de los motivos se vincula con el ambiente escolar, más precisamente con el
trato discriminatorio recibido en la escuela. A excepción de una de las entrevistadas,
quien explícitamente incluyó a la directora y docentes de su escuela, el resto se refirió
al trato de sus compañeros.

Prácticamente me discriminaban, yo era la única embarazada del colegio (Sol, madre a


los 14 años).

Porque me embaracé, cuando ya inicié el colegio (refiriéndose al último año)... Yo


nomás decidí dejarlo, tenía vergüenza, mis compañeros me discriminaban (Nancy,
madre a los 18 años).

Sin embargo, al ahondar sobre las circunstancias en que las adolescentes se sentían
discriminadas, dicho trato resultó ser más una suposición que una realidad. Las
adolescentes, con base en experiencias pasadas o en sus propios prejuicios, anticipan
que sus compañeras y compañeros harán comentarios a sus espaldas y se burlarán de
su estado, circunstancia a la que decididamente no quieren exponerse. Sin embargo,
ninguna de ellas indicó que efectivamente la haya experimentado. Lo máximo que
alguna indicó fue ".. .te miraban de forma diferente".

Finalmente, el tercer motivo aludido aunque menos frecuente, se refirió a aspectos


económicos y a no poder mantener los costos asociados al estudio, contemplando los
gastos venideros vinculados al nacimiento de su hijo. Alguna manifestó que más que
abandono, había entendido su alejamiento de la escuela como una situación
temporánea que terminaría cuando lograra una economía familiar más estable que le
permitiera continuar estudiando. En estos casos se trata de mujeres que comienzan a
vivir en pareja a partir del embarazo y dada la economía familiar y la situación laboral
inestable de su compañero y anticipando los gastos asociados al nacimiento y crianza
del bebé, deciden no generar gastos adicionales asistiendo a la escuela.

Cuando yo vine con Javier él no tenía un trabajo estable... Era cierto que nada me iba
a faltar pero el tema del colegio ya era mucho gasto. En el colegio se pagaba la
cooperativa, más la matrícula y la mensualidad. La cooperativa te daba los útiles para
todo el año (Mabel, madre a los 16 años).

Más allá del motivo específico identificado como la causa del abandono educativo, el
análisis de las historias de este conjunto de mujeres muestra un número de
regularidades que apuntan más a interpretar el abandono como una manifestación de
su baja valoración y desinterés por el estudio y su falta de aspiraciones laborales. Así,
el embarazo y futuro nacimiento del hijo brinda a la adolescente un nuevo escenario en
el que puede ejercer su rol de madre y esposa. En cierto modo, para estas mujeres el
embarazo lejos de alterar o modificar sus planes o la perspectiva de cómo se
desarrollaría su vida futura, simplemente los adelanta. Más aún, en algunos casos este
adelanto no sólo no es rechazado sino que, por el contrario, es más que bienvenido y
les da la oportunidad de comenzar una vida mejor o al menos diferente.

En efecto, el primer rasgo común que emerge del examen de las trayectorias
educativas es la celeridad con que abandonaron los estudios una vez confirmada la
noticia del embarazo. Todas lo hicieron prácticamente de manera inmediata, sin dejar
ningún lugar o espacio para tratar de seguir asistiendo a la escuela. Ello incluye tanto a
quienes indicaron sentirse discriminadas como a quienes no querían ocasionar gastos
(aún cuando la matrícula del año ya estuviese pagada). Muy posiblemente eso se deba
a su propia experiencia escolar, a la falta de apego al estudio y al sentido y valoración
que le otorgan a la educación. Al respecto, este grupo de adolescentes había
mantenido un rendimiento a lo largo de su trayectoria escolar relativamente aceptable,
si bien se identificaron varios casos que habían repetido algún año, así como también
de cambios de escuela a instituciones menos exigentes académicamente. Sin embargo,
no manifiestan ni gusto ni interés por el estudio, ni lo valoran como un canal de
movilidad social y de utilidad para mejorar las oportunidades laborales a las que
podrían acceder en el futuro.

Así, las respuestas de dos de las entrevistadas a la pregunta sobre la utilidad de la


educación son contundentes y reflejan la idea que circula entre sus pares, o al menos
la que tenían al momento de decidir abandonar la escuela. En general ello va también
acompañado de la convicción de que las buenas oportunidades y los buenos trabajos
no se consiguen a partir de tener las credenciales o habilidades necesarias, sino sólo a
través de conocidos influyentes.

¿Para qué sirve la escuela? Para nada... Es una pérdida de tiempo para dar gusto a los
padres. (...) Si vos estudias acá, no hay trabajo, algunos tienen su título, no ganan
nada y si vos trabajas, vos ganas tu plata, algunos estudian pero tenés que tener tu
conocido, alguien que pueda o algo y yo no estoy para perder tiempo. Está bien, es
lindo, te vas a la Facultad, sos una gran profesional, pero acá no te sirve de nada,
porque te vas a meter tu curriculum por todos lados y nadie te acepta si no tenés un
conocido que te pueda ayudar de arriba (Nicolle, madre a los 17 años).

La secundaria, mi forma de pensar digo que para terminar todo bien, pero ¿y después?
¿Si no tenés plata? Porque yo quisiera terminar el colegio, seguir la Facultad... ¿Pero
de qué me va a servir que no tenga apoyo? No sirve otra vez de nada, terminas otra
vez trabajado en una casa de familia, o si no, como promotora teniendo todos tus
estudios, siendo una licenciada, ¿de qué te va a servir? (Esther, madre a los 17 años).

Otro aspecto que comparte este grupo de entrevistadas, aun cuando no es


frecuentemente utilizado como argumento en la decisión de abandonar la escuela, es
que pasan a convivir con su pareja. El anuncio del embarazo precipita la convivencia,
generalmente en un cuarto en la casa familiar de la propia adolescente o de su
compañero. La formación de una pareja se vive como un pasaje a la vida adulta en
que se vuelven responsables de sus propias decisiones. Así, muchas adolescentes que
no están particularmente interesadas en el aprendizaje y cuya asistencia a la escuela
es principalmente un deber familiar, encuentran en las responsabilidades asociadas a
su nueva situación un justificativo razonable para abandonar los estudios. En este
sentido, si bien la mayoría indicó que no había sido planeado, el embarazo no
representa un evento que (desde su propia perspectiva) va a alterar radicalmente el
curso de sus vidas, más bien sólo lo adelanta.

Yo nomás ya no quise seguir estudiando. Yo pensaba que ya tenía quién me


mantenga, por eso digo yo que ya no estudié más (Fabiana, madre a los 17 años).

Dejé nomás de ir, así de repente, y la directora mandó preguntar por qué y yo le
mandé decir que estaba embarazada y ella me mandó decir que fuera igual nomás.
Nunca más me fui, en síntesis nunca me importó... Ya estaba... (Nicolle, madre a los
17 años).

Finalmente, la familia no ejerce una influencia positiva para que continúen estudiando.
Justamente, en varios casos el embarazo es bienvenido por la propia adolescente para
comenzar a despegarse de su familia, por lo que aun cuando ésta aconseje la
importancia de estudiar e incluso intente colaborar económicamente, las mujeres
prefieren abocarse a su nuevo rol. En otros casos, una vez embarazada y sobre todo si
comienza la convivencia en pareja, es la propia familia la que redefine el rol y las
responsabilidades de la adolescente en su nueva situación.

El desinterés por el estudio es también el motivo subyacente a la deserción del grupo


de madres adolescentes que abandonó la escuela previamente al embarazo. En este
caso y a diferencia del grupo anterior, la falta de interés por el estudio se combina con
la preferencia por trabajar y generar un ingreso propio. Indagando más profundamente
sobre el contexto económico familiar en dicho momento, se observa que si bien no era
acomodado, tampoco era tan apremiante para requerir que la adolescente abandonara
su educación para dedicar todo su tiempo a un trabajo rentado. De hecho, las
adolescentes destinaban el dinero que generaban principalmente a sus propios gastos,
si bien también contribuían a la economía del hogar. En estos casos, la familia, incluso
manifestando descontento, no ejerció la influencia suficiente para revertir dicha
decisión.

No me quería ir más nomás ya, tenía la cabeza en otro lado, ya no me fui más,
faltaban dos meses para terminar el primer curso, dejé.dejé por dejar, por tonta." [¿Y
tus padres dijeron algo?] "Me retaron, pero como toda adolescente, no me entró más
nada, ya no hice más caso por nada y dejé (Dina, madre a los 18 años, abandonó sus
estudios antes de embarazarse).
Asistencia escolar durante el embarazo

Como se adelantó, sólo una minoría de las adolescentes continuó estudiando. Incluso
con las limitaciones que implica el bajo número de casos, sus historias presentan
algunos rasgos distintivos que contrastan con quienes abandonaron la escuela. Uno de
los aspectos que surge claramente en los testimonios de este grupo de entrevistadas
es un rol mucho más activo de la familia en su proceso educativo. Esto se manifiesta
no sólo en la transmisión de la importancia de la educación para forjarse un mejor
futuro, sino también en una práctica cotidiana acorde. Con ello se alude a que la
familia esté más involucrada en las actividades escolares y ejerza una supervisión más
activa.

Mi mamá me apoyaba, ella decía luego que el mejor marido es el título (Viviana,
madre a los 18 años).

Mi mamá, mi mamá ya estaba sola cuando eso, mi mamá siempre decía que
estudiáramos mi hermana y yo. (.) Mi mamá estaba orgullosa de mí, tenía buenas
calificaciones, por eso me trasladaron por la mañana. Cuando falleció, sin embargo,
todo cambió (Blanca, madre a los 18 años).

Sí, mi mamá, no quería que deje, me decía: 'no vaya a dejar, andate, aprovechá que
podés'. Gracias a ella terminé, si no iba a dejar de balde. Manifiesta que la madre la
motivaba para que terminara el secundario, al igual que su pareja que la apoyaba
económicamente (Sol, madre a los 14 años).

En consonancia con su valoración de la educación como canal de movilidad social y de


desarrollo personal, ante el embarazo la familia les aconseja de manera vehemente
que continúen estudiando. En algunos casos, incluso son los propios padres quienes se
reúnen con las autoridades escolares para asegurar la continuidad educativa de sus
hijas.

Otro rasgo que distingue a las adolescentes embarazadas que prosiguieron sus
estudios es que continuaron viviendo en la casa familiar, sin formar una pareja
conviviente. Esto, sin duda, ha colaborado para que preserven el rol de hijas dentro del
hogar y tengan una actitud más receptiva y obediente hacia las preferencias familiares.

En cuanto al rendimiento a lo largo de la trayectoria escolar, no se observan


diferencias significativas con sus pares que abandonaron los estudios. En general,
hasta el momento del embarazo estas adolescentes habían tenido un aprovechamiento
promedio, no eran particularmente estudiosas pero tampoco tenían un rendimiento
deficiente. Como se verá a continuación, la escuela sin duda ha facilitado su
continuidad educativa.

La postura de la escuela ante el embarazo

La posición que adopta la escuela frente al embarazo de una estudiante puede


constituir un elemento determinante en la continuidad educativa. La percepción por
parte de las estudiantes embarazadas de una postura y actitud inclusiva de la escuela
hacia ellas elimina un elemento negativo importante cuando sopesan los pro y los
contra de continuar estudiando.

Para ello se preguntó a las entrevistadas que se embarazaron cuando cursaban el nivel
medio sobre la postura que tomó la escuela ante su situación. A quienes no fueron
madres adolescentes, en cambio, se les preguntó si en su escuela había habido casos
de estudiantes que quedaran embarazadas y cuál había sido la actitud de la institución
al respecto.

Con excepción de una de las entrevistadas, todas las que dejaron de asistir
reconocieron que la postura de sus respectivas escuelas —al enterarse de los motivos
de su deserción— fue la de promover y facilitar que continuaran estudiando durante el
embarazo. En este sentido, varias indicaron que fueron contactadas por sus
instituciones, incluso en reiteradas ocasiones.

Si realmente quería estudiar me hubiera ido con mi panza y todo, porque la directora
muchas veces me mandó llamar y dijo que no había problema, pero yo no me quería
ir, no quería estudiar (Nicolle, madre a los 17 años).

La directora no tenía problemas, me dijo que siga, se ofrecieron en ayudarme, pero no


quise (Nancy, madre a los 18 años).

La escuela también cumplió un rol importante entre las pocas que continuaron
asistiendo:

Yo fui esa, la que se embarazó en el colegio... Primero nadie se daba cuenta... recién
en la última etapa y nada, me apoyaron, porque decían que yo era buena estudiante,
que servía para la Facultad y todo. mis compañeras me apoyaron, se fueron todos a la
dirección a protestar, pensaron que me iban a echar del colegio, pero no era nada de
eso, que era para mi facilidad nomás y a lo mejor no tenía nada pendiente si me iba a
rendir nomás, yo me iba durante todo el año y era difícil así (Blanca, madre a los 18
años).

Yo me embaracé estando en el sexto curso y no me discriminaron para nada, los


profesores me ayudaban con las materias. me adelantaban las fechas para terminar
más rápido los exámenes (Mariela, madre a los 18 años).

Los testimonios de las mujeres sobre la actitud adoptada por la escuela ante el
embarazo de alguna compañera concuerdan tanto sobre la buena predisposición de sus
escuelas para retener y ayudar a las alumnas embarazadas, como en que la mayoría
de ellas dejó de asistir por propia voluntad.

Muchas compañeras se embarazaron en el colegio, pero siempre les dejó continuar,


nunca les puso trabas para dejar de ir o abandonar (Laura, madre a los 21 años).

No, todas dejaban. Yo tenía una compañera que se embarazó y se fue hasta los tres
meses, después ella no quiso irse más. La directora se iba y le buscaba pero ella no
quería, tenía vergüenza (Gloria, madre a los 17 años).
Sí, hubo, algunas amigas, porque ellas quisieron nomás, en el colegio creo que no les
echaban en cara, no era una novedad en el colegio estar embarazada (Viviana, madre
a los 18 años).

No admitían a las embarazadas, no se les admitía, por la vergüenza, yo tenía


compañeras que en el tercer curso tenían retraso y no venían más y como eran mis
amigas yo me daba cuenta que era por eso, pero no porque le echaban de la escuela
sino por vergüenza (Rita, madre a los 17 años). Cuando no podían irse les acercaban
las materias que tenían que hacer y a veces se iban a hacerles rendir en su casa, le
buscaban ese lado (Fabiana, madre a los 17 años).

Reinserción escolar

Otro de los temas examinados en el curso de la trayectoria educativa de quienes


abandonaron la escuela fue el de las tentativas de reinserción en el sistema para
completar el nivel medio. Un número muy reducido de mujeres hizo el intento de
completar el ciclo luego de ser madre, pero sólo una de ellas logró hacerlo con éxito.
Este es el caso de Sol, quien de acuerdo con su testimonio, quería seguir estudiando
durante el embarazo, pero fue la propia directora de su escuela quien no le permitió
hacerlo, sugiriéndole su pase al turno nocturno, en que el alumnado es de edad más
avanzada y ella no constituiría un "mal ejemplo" para el resto de los compañeros. Esto
influyó en que Sol abandonara la escuela, si bien después de dar a luz siguió la
indicación de la directora y se inscribió en una escuela nocturna acelerada, donde
finalizó sus estudios. Más aún, demostrando su afán inicial por poder forjarse un futuro
a través del aprendizaje, continuó estudios terciarios en Nutrición, los que continuaba
cursando al momento de la entrevista.

El resto de las mujeres que hicieron algún tipo de intento de retomar los estudios
abandonaron a los pocos meses de iniciarlos. En estos casos también asistieron a
escuelas nocturnas en modalidades aceleradas. La dificultad de compatibilizar los
estudios con las responsabilidades familiares, las tareas hogareñas y en muchos casos
el trabajo extra domiciliario para generar ingresos, constituyen las principales
restricciones para seguir estudiando.

En general la motivación de "volver a la escuela" y obtener su diploma surge a partir


de la confrontación con la realidad del mercado de trabajo y de las ocupaciones y
condiciones laborales a las que pueden acceder sin contar con credenciales educativas.
De esta manera, aunque por un breve lapso, emerge la aspiración de completar el ciclo
medio y así mejorar no sólo sus oportunidades laborales, sino también su formación
personal. En la medida que sus hijos crecen, también se torna un desafío poder
acompañarlos en sus tareas escolares.

Antes de estudiar yo pensaba que era en vano, que no me iba a ser útil, no le daba
mucha importancia cuando era más joven, pero hoy en día yo creo que es importante
porque así también una mujer progresa, tanto en lo personal, también en lo laboral. A
causa de que no tengo el estudio terminado yo no puedo tener un oficio más digno. No
me quejo, no me avergüenzo de que trabaje en una casa de familia... Uno de repente
quiere progresar, mi sueño es ser alguien más en la vida, si yo no puedo voy a luchar
por mis hijos para que sean lo mejor (Florencia, madre a los 19 años).
¿Y querrías terminar los estudios? No es querer terminar, es tener que terminar. La
oportunidad que yo perdí fue cuando mi abuela me ofreció, pensando ella que yo iba a
terminar mi colegio, y yo le dije que no. Ahora que yo quiero estudiar y no puedo
porque me tengo que ocupar de mi casa, de llevar a mi hijo al colegio... (Mabel, madre
a los 16 años).

Maternidad adolescente y trabajo

Esta sección vira la atención a la experiencia de trabajo, particularmente a en qué


medida el ser madre durante la adolescencia afecta los patrones de participación
laboral, las opciones ocupacionales y, por ende, sus trayectorias laborales. La
experiencia laboral de las mujeres provenientes de contextos humildes suele iniciarse a
edades tempranas y el grupo de mujeres entrevistadas no constituye una excepción.
De hecho, una fracción importante de las mujeres entrevistadas comenzó a trabajar
muy joven, a la par que asistía a la escuela o durante los meses de receso escolar, con
diversa dedicación en cuanto a la cantidad de días a la semana y horarios de trabajo.
Si bien algunas lo hacían para ayudar al presupuesto familiar, la mayoría destinaba el
dinero a gastos personales, incluidos los escolares. Dichos trabajos están circunscritos
a unas pocas ocupaciones: empleada doméstica, cuidado de niños, venta o atención en
emprendimientos familiares, empleada en comercios, moza en copetín, etc. y en
ningún caso son empleos formales en los que tienen seguro o están amparadas por la
legislación. Tampoco son ocupaciones en las que desarrollan habilidades que puedan
ser de utilidad como experiencia laboral en el futuro.

Las entrevistadas que no trabajaban a la par que asistían a la escuela no se


encontraban necesariamente en una situación económica familiar más holgada, sino
que usualmente tenían a su cargo muchas responsabilidades hogareñas como limpiar,
lavar, cocinar y el cuidado de hermanos o sobrinos. Por otra parte, a veces son los
propios padres quienes —en pos de garantizar que las adolescentes tengan tiempo
para dedicarle a la escuela y, por ende, tener un buen rendimiento— prefieren que sus
hijas se aboquen a la escuela y a la realización de tareas domésticas más que a
trabajar fuera del hogar, si dicho ingreso no es algo imprescindible para la economía
doméstica.

Al momento de ser entrevistadas, algo más de la mitad de las mujeres se encontraba


trabajando, lo que es más frecuente entre quienes no están conviviendo con una
pareja, aquellas con mayores niveles educativos y quienes no fueron madres durante
la adolescencia.

Del examen de las historias laborales de las mujeres surgen dos claras diferencias de
acuerdo con la edad en que han sido madres. La primera es la motivación y el interés
que tienen por trabajar. La segunda, relacionada con la anterior, es el tipo de
ocupaciones que unas y otras desempeñan o han desempeñado. Así, comparadas con
las madres adultas, quienes fueron madres adolescentes exhiben con menor frecuencia
el deseo de trabajar, particularmente fuera de su hogar y cuando trabajan, acceden a
ocupaciones de menor calificación y con condiciones laborales más precarias y
desventajosas.

Las diferencias en las aspiraciones y trayectorias laborales se derivan de las


consecuencias que ha tenido la maternidad temprana, particularmente en lo que se
refiere a su trayectoria educativa. Como se vio en la sección anterior, la mayoría de las
adolescentes que quedaron embarazadas mientras estudiaban dejaron de hacerlo sin
culminar el ciclo medio. La falta de credenciales educativas las ubica en una situación
de mayor vulnerabilidad en cuanto a las oportunidades laborales a las que pueden
aspirar en un mercado tan segmentado y con alta incidencia de trabajo informal como
el paraguayo.

Por otra parte, también se ha visto que la deserción escolar en muchos casos ocurre
casi inmediatamente cuando confirman el embarazo. En este sentido, la falta de
aspiraciones para seguir estudiando y trabajar independientemente de las necesidades
de su hogar, son justamente motivos que precipitan la ocurrencia del embarazo. De
este modo, la atención del hogar y del bebé se convierte en el foco principal de
atención de un grupo importante de adolescentes.

Si bien es cierto que las embarazadas y madres tienen mayores dificultades para
continuar con sus estudios, en muchos de estos casos el abandono refleja falta de
interés por seguir preparándose y por trabajar y un fuerte arraigo de pautas culturales
con una división de roles familiares basados en el género.

A pesar de los avances y transformaciones que han tenido lugar en la región, es


persistente la distinción de roles entre el varón (dedicado al trabajo y a ser, en la
medida de lo posible, el único proveedor económico) y la mujer (dedicada a las tareas
domésticas y a la atención y el cuidado de los hijos pequeños). De esta manera,
mientras lo que gane el varón en su trabajo alcance —aunque sea ajustadamente—
para solventar los gastos del hogar (y en numerosos casos aunque no alcance) la
mujer prefiere permanecer en el hogar atendiendo su rol de esposa y de madre.
Asimismo, el restringido abanico de ocupaciones y condiciones laborales a las que
pueden aspirar las mujeres con bajas credenciales educativas en Paraguay provoca un
profundo desinterés en trabajar fuera del hogar.

Así, entre quienes han sido madres adolescentes se observan dos patrones vinculados
al trabajo femenino. El primero es el de una relación nula con el trabajo extra-
doméstico, cuando las mujeres prácticamente nunca han trabajado y se dedican a la
atención de su hogar e hijos. Ello incluye no sólo a un número de mujeres que convive
con su pareja, sino también a algunas que se encuentran separadas.

El segundo patrón de inserción laboral que exhibe este grupo de mujeres es uno de
carácter errático, intermitente y sujeto a las vicisitudes laborales familiares o de la
pareja. Esto significa que las entradas en el mercado de trabajo responden a
exigencias económicas de solventar las necesidades del hogar o de compensar los
ingresos de la pareja. Sólo en unos pocos casos, el trabajo de la mujer responde a una
estrategia de pareja en la que, si bien sus ingresos no son indispensables para la
sobrevivencia cotidiana, sí resultan necesarios para mejorar la calidad de vida,
ahorrando para poder acceder a una vivienda independiente, un auto, etc.

En este contexto no es extraño que prácticamente ninguna de las mujeres haya


encontrado satisfacción en el trabajo o lo haya hecho por gusto, ya sea por las tareas
propiamente dichas, por el trato y ambiente de trabajo o por la ecuación entre el
esfuerzo realizado y el pago obtenido.

De poder voy a poder (terminar sus estudios) pero después de que él tenga un trabajo
estable o que yo también me vaya a trabajar, pero los trabajos donde me van a
aceptar son en casa de familia, generalmente pagan 400 y eso es todo el tiempo, de
siete a seis de la tarde. Yo no le puedo dejar toda la responsabilidad a mi suegra de
lavar la ropa, limpiar la casa y querer que ella también le lleve al colegio a mi hijo. A
mí me gustaría tener un trabajo. No es que yo no quiera trabajar, pero también que
me dé tiempo de ocuparme de mi hijo y de mi pareja y hasta poder tener tiempo de
irme a estudiar, no llegar muy cansada [mi primer trabajo fue a los 19 años]. En casa
de familia, cuando ya estuve acá, cuando mi hijo tenía dos años, pero era un trabajo
donde yo le llevaba a él. Después él (su pareja) no quería más que yo trabaje porque
si él trabajaba yo no tenía más que trabajar, él me decía luego: preocúpate nomás vos
por nuestro hijo y por todo lo que es la casa y yo voy a trabajar. Trabajé dos meses,
poco tiempo. Después sí trabajé pero en reemplazo de mi cuñada nomás [¿y te
gustaba tu trabajo?]. No. pero lo único que no te exige tener tu colegio terminado es
limpieza, pero a mí me gustaría trabajar profesionalmente, en radiología o enfermería
(Mabel, madre a los 16 años).

Sí, tuve muchos trabajos pero nunca fueron largos. Yo no reunía todos los requisitos
para poder trabajar en un puesto que valga la pena y que te dé de comer como se
debe. Mi último trabajo fue en una lavandería, trabajé un año y seis meses, fue el
trabajo más largo que tuve. En octubre salí, el año pasado (Rita, madre a los 17 años).

Trabajar con la Señora Noni, me apoyó en todos los sentidos, fue lindo porque los
lugares donde trabajaba tenía que estar hasta hora y no valoraban mi trabajo, el
trabajo tiene que ser mutuo, yo les ayudaba pero ellos no me ayudaban. Con Noni me
hablaba mucho, en esta época no vas a encontrar una patrona que te diga: "vení,
sentate, vamos a hablar". Vas a encontrar alguien que te diga: "trabajá que quiero
limpia la casa". Esa es la diferencia en las casas de familia donde trabajé, nueve meses
trabajé con la señora Noni (Esther, madre a los 17 años).

Sólo una minoría de las entrevistadas tuvo un empleo formal o "de planilla", es decir,
con seguro médico y beneficios sociales.

Viviana comenzó a trabajar como empleada doméstica a los 13 años acompañando a


su tía y al poco tiempo comenzó a trabajar sola, a la par que estudiaba. Gracias a un
conocido consiguió el único empleo formal que tuvo, también encargándose de la
limpieza. Así lo relata: "Donde me pagaban vacaciones y aguinaldo, seguro social, era
en el laboratorio". Ese trabajo del laboratorio fue mucho después cuando ya su hijo
tenía cuatro años y ella, separada de su pareja, vivía con su madre. "Mi mejor trabajo
fue en el laboratorio. Fue un ambiente más de amigos que de trabajo, en los demás
ambientes era más de responsabilidad y acá ya era más trabajar por gusto que por
obligación. [¿Y por qué dejaste de trabajar ahí?] Cerró el laboratorio. Trabajaba en
labores de limpieza. Yo ganaba 550 mil pero en todos lados figuraba como que ganaba
sueldo mínimo. Para ips (el Instituto de Previsión Social) cuando me liquidaron me
pagaron indemnización como si hubiese cobrado sueldo mínimo. Eso fue hace tres
meses. Ahora estoy buscando trabajo, fue muy fuerte para mí" (Viviana, madre a los
18 años).

En casos excepcionales y exclusivamente obtenidos a través de contactos directos,


jóvenes con bajos alcances escolares lograron obtener un puesto de trabajo estable y
con todos los beneficios sociales, aun cuando requiera para su desarrollo más
calificaciones que las obtenidas. En este sentido, empleos en reparticiones públicas
suelen ser altamente deseados porque proporcionan estabilidad, beneficios sociales y
sueldos e ingresos a los que difícilmente pueden acceder en el mercado de trabajo
privado. La historia de Nancy así lo ejemplifica:

Nancy comenzó a trabajar a los 19 años, luego de ser madre. Ella no terminó los
estudios secundarios, ciclo que abandonó una vez que supo de su embarazo. Pese a
que el padre del bebé manifestó su intención de responsabilizarse, por oposición de su
propio padre Nancy continuó viviendo con su familia. Comenzó a trabajar de ayudante
en una peluquería, luego viajó a Argentina a intentar forjarse un mejor futuro, donde
trabajaba como promotora en supermercados. Súbitamente falleció su padre, quien
era el único sostén de una numerosa familia y había trabajado en un puesto municipal
por varias décadas. Nancy "heredó" el puesto de trabajo de su padre, pese a no tener
ni la experiencia ni las calificaciones que requeriría para obtenerlo. Nancy considera
dicho trabajo como una bendición y es consciente que en otras circunstancias nunca
hubiese podido aspirar a un trabajo administrativo de esas características, dados sus
alcances educativos: "es como una herencia que me dejó mi papá, porque estoy
trabajando en vez de él y le sustento a mi mamá y a mis hermanos". Nancy vive con
su madre y cinco hermanos que tienen entre dos y 17 años. Asimismo convive con sus
dos hijos, a quienes deja a cargo de su madre y hermanos mayores durante las ocho
horas que se extiende su jornada laboral. Su ex pareja, quien tiene un trabajo estable,
contribuye en la manutención de sus dos hijos (Nancy, madre a los 18 años).

La experiencia de Nancy, si bien no ocurre con frecuencia y es más bien un caso


anecdótico, contribuye a reforzar una concepción compartida por muchas de las
mujeres, particularmente aquellas con bajos niveles escolares, que es la de que los
"buenos trabajos" se obtienen únicamente por contactos. Esto, en conjunción con la
experiencia de otros familiares, amigas o vecinas que, aun cuando han terminado el
ciclo secundario no han accedido a ocupaciones más calificadas o con mejores
condiciones de trabajo, impregna las expectativas laborales de las mujeres y, por
ende, desalienta tanto la búsqueda de un trabajo como el interés por capacitarse.

La experiencia de trabajo de las mujeres que han postergado la maternidad es


diferente. En primer lugar, más allá de su situación particular al momento de ser
entrevistadas, exhiben más apego al trabajo, aunque no tengan apremios económicos
familiares. En este sentido, con mayor frecuencia consideran importante trabajar y
generar un ingreso de manera independiente al de su pareja, cuando la tienen.

En cuanto a los trabajos realizados, también han accedido con mayor frecuencia a
empleos que requieren algo más de calificación. Así, varias de las mujeres han
desarrollado trabajos administrativos, de asistencia contable, en bancos y
dependencias estatales. Esto, sin duda, es consecuencia directa de sus mayores logros
escolares. Al igual que sus pares que han sido madres tempranamente, sus primeros
trabajos se remontan a la adolescencia, en ocupaciones poco calificadas pero que les
brindaban ingresos tanto para colaborar con su familia como para costear sus gastos
personales. Una vez finalizados los estudios secundarios, varias han conseguido
mejores empleos tanto en términos de las tareas realizadas como de las condiciones
de trabajo.

Este es, por ejemplo, el caso de Paula, quien comenzó a trabajar a los 21 años en el
Banco Nacional de Fomento como pasantía de sus estudios nocturnos de
administración, estudios que realizó por la insistencia de su madre. Paralelamente
estudiaba peluquería dos veces a la semana, profesión que según sus propias palabras
siempre fue su vocación. Se casó a los 23 años y tuvo su primera hija a los 25 años,
cuando aún continuaba estudiando administración. A los tres meses de nacida su hija
dejó el trabajo en el banco porque le resultaba muy absorbente y comenzó a trabajar
en una peluquería en donde le daban seguro y le pagaban mejor sueldo. Permaneció
en ese trabajo por tres años, hasta que puso una peluquería propia en su casa. Este
trabajo le permite compatibilizar su vocación, su deseo de trabajar y contribuir a la
economía familiar y también mantener la flexibilidad e independencia de tener un
emprendimiento propio (Paula, madre a los 25 años).

Sin embargo, debe mencionarse que varias mujeres aun habiendo culminado el ciclo
medio nunca han accedido a un trabajo de mayor calificación o acorde con sus
credenciales educativas. Esto sin duda genera frustración luego del esfuerzo personal y
familiar que implica concluir el ciclo medio y se erige y perpetúa como ejemplo en la
percepción de la gente acerca de la necesidad de mucho más que credenciales para
acceder a un buen empleo.

La historia de Laura sirve para ejemplificar las experiencias de este grupo de mujeres:

Laura proviene de un hogar humilde, conformado por padre, madre y cuatro hermanos
menores. Sus padres alcanzaron a estudiar hasta el cuarto grado, pero tenían altas
aspiraciones para que sus hijos estudiaran. Ambos trabajaban, su madre de empleada
doméstica y su padre de albañil. Laura describe su infancia sin ningún tipo de lujos,
pero tampoco sin necesidades apremiantes. Cursó sus estudios primarios en una
escuela confesional y luego el ciclo medio en una escuela pública. En general tuvo un
buen rendimiento y nunca repitió. Mientras fue estudiante estaba a cargo de todas las
tareas de su hogar así como del cuidado de sus hermanos menores mientras sus
padres trabajaban: "Yo debía cocinar, planchar, lavar, y cuidar a los chicos toda la
mañana hasta que me iba al colegio". Sus padres siempre la apoyaron tanto emocional
como económicamente para que estudiara y controlaban mucho su vida social y sus
amigos. Tuvo su primer novio a los 18 años y luego de un año de salir comenzaron a
tener relaciones sexuales. Con él tuvo su primer hijo a los 21 años, fue un bebé
buscado cuando ya convivían en pareja. Su marido, quien no completó el ciclo
secundario, tiene un empleo estable como recolector de basura de la municipalidad de
Asunción. Una vez concluidos sus estudios, Laura aún viviendo en la casa paterna,
comenzó a buscar trabajo. Según su testimonio buscó colocación en diversos lugares y
por distintos medios, pero lo único que pudo conseguir fueron trabajos de empleada
doméstica. Nunca la tomaron para otro puesto. Su trayectoria laboral, por ende, fue
siempre en casas de familia, por horas, sin ningún tipo de beneficio social y con un
salario muy bajo. Laura considera importante trabajar, pese a que quisiera conseguir
otro tipo de trabajo y, según sus palabras, está siempre alerta para que ello suceda.
Su frustración es manifiesta cuando se le pregunta si le gusta su trabajo: "No mucho
porque no son trabajos significativos... No estudié para eso, pero bueno... es lo que
me tocó" (Laura, madre a los 21 años).

El estudio y la preparación se reconocen y valoran como requisitos esenciales para


obtener un buen trabajo, sin embargo y al igual que sus pares que fueron madres
precoces y truncaron su instrucción, identifica a los "contactos" como indispensables
para la búsqueda de un empleo. Las mujeres que viven en barrios segregados, aun
cuando logran superar barreras educativas, se rigen por las mismas pautas y creencias
que circulan en su entorno.
Un buen estudio, sin estudio y sin amigos, contactos... más se consigue en política que
en otra cosa, pero para eso tenés que perder tiempo y yo no quiero perder mi tiempo
y ahora se consigue más así, a base de la política (Laura, madre a los 21 años).

Buen trabajo sería que te remunere de forma adecuada, el sueldo es bajo en nuestro
país y para conseguir un buen trabajo se necesita sobre todo estar preparado... y
alguien que te lo consiga (Carmen, madre a los 27 años).

Conclusiones

A lo largo de este estudio se analizaron las experiencias educativas y laborales de un


conjunto de mujeres de sectores populares residentes en Asunción, identificando los
aspectos que diferencian las trayectorias de quienes fueron madres en la adolescencia
de las que han sido madres con posterioridad a dicha etapa. A partir de una mirada
que jerarquiza al actor social y que, por ende, se centra en los relatos y sentidos que
le otorgan las mujeres a sus experiencias vitales, la investigación se propuso discernir
e identificar en qué la maternidad adolescente afecta las trayectorias educativas y
laborales.

Teniendo en cuenta la experiencia de las mujeres entrevistadas, es más frecuente el


embarazo de las adolescentes cuando éstas estudian y menos usual que abandonen los
estudios previamente. Sin embargo, la mayoría no continuó estudiando y dejó la
escuela de manera prácticamente inmediata una vez confirmada la noticia del
embarazo, sin intentar hacer compatible su nueva situación con la continuidad de sus
estudios.

Más allá del motivo específico identificado por ellas como la causa directa del abandono
educativo, un número de regularidades en la experiencia de estas mujeres lleva a
interpretarlo como una manifestación de su baja valoración y desinterés por el estudio
y su falta de aspiraciones laborales.

El análisis de sus historias evidencia la adhesión a un ideal tradicional de familia y


división de roles sexuales con escasas motivaciones de desarrollo y crecimiento
individual. Consecuentemente, al no encontrarse el desarrollo personal y una vida
económica autónoma entre los objetivos de sus proyectos de vida, el apego a la
educación es bajo.

Esta falta de interés y el fuerte arraigo a pautas culturales con una división de roles
familiares basados en el género, son justamente los motivos que precipitan la
ocurrencia del embarazo y explican la prontitud con que deciden abandonar sus
estudios una vez que se enteran de su estado. Para muchas, el nacimiento de un hijo
es visto como la rápida entrada a una familia de procreación en la que la adolescente
ocupará el rol de cuidadora, madre y esposa. Así, el embarazo y la maternidad lejos de
romper con un proyecto de vida, lo que hacen es adelantarlo.

Como se evidenció a lo largo del trabajo, la maternidad precoz acarrea consecuencias


en las trayectorias educativas, ya que la mayoría no logra completar el ciclo medio,
mientras que entre quienes fueron madres posteriormente dicha proporción es
minoritaria. Sin embargo, el abandono escolar cuando ocurre el embarazo parece ser
más una manifestación del desinterés previo por el estudio, que debido a la dificultad
de compatibilizar el embarazo y la maternidad con la asistencia a la escuela o a los
obstáculos que pudiera imponer la institución escolar. En rigor, las instituciones a las
que asistieron las adolescentes encuestadas han tenido una actitud inclusiva y de
apoyo respecto a las estudiantes embarazadas y madres.

Las pocas adolescentes que prosiguieron estudiando durante el embarazo y luego del
nacimiento, comparten dos características que han sido esenciales para la continuidad
escolar. La primera es que continuaron viviendo en la casa familiar sin formar una
pareja conviviente, lo que seguramente ha colaborado para que conserven una actitud
más receptiva y obediente hacia su familia. La segunda, que sus familias,
particularmente sus padres, han tenido un rol mucho más activo en el proceso
educativo, tanto transmitiéndoles la valoración de la educación, como ejerciendo una
supervisión más eficiente e involucrandose en las actividades escolares.

Por la misma racionalidad que explica la falta de apego a la educación, quienes fueron
madres adolescentes exhiben una aspiración más baja a trabajar fuera de su hogar. A
pesar de ello, la situación de necesidad económica (muchas deben sostener su propio
hogar) las fuerza a tener que trabajar y debido a su escasa educación deben
desempeñar ocupaciones de baja calificación. Además, en un mercado laboral donde el
sector informal es tan extendido, particularmente entre los trabajos de menor
calificación, resulta moneda corriente el trabajo en condiciones precarias sin una
adecuada protección social.

En tanto la acción pública no ofrezca a las adolescentes de sectores populares modelos


alternativos y recursos para alcanzarlos, es probable que sus aspiraciones continúen
siendo limitadas y que el embarazo precoz no se presente como un obstáculo para el
crecimiento individual y familiar. El sistema educativo tiene sin duda un papel central
en esta tarea de formación y estímulo y constituye la puerta de entrada de futuras
iniciativas de promoción social y de género. La intervención temprana es necesaria
para ayudar a las adolescentes que tienen problemas académicos y están en riesgo de
abandono escolar, pero el apoyo a este grupo no se puede limitar a tutoría escolar. El
reto es aumentar sus expectativas y aspiraciones, ayudando a las niñas a imaginar un
futuro mejor.

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Notas

* Las opiniones expresadas en esta publicación son exclusivamente de los autores y no


necesariamente reflejan el punto de vista del Banco Interamericano de Desarrollo, de
su Directorio Ejecutivo ni de los países que representa.

1
Siguiendo la práctica internacional, en este trabajo se define fecundidad adolescente
a aquella que ocurre antes de los 20 años.
2
El presente trabajo forma parte de un estudio más amplio en el que también se
examinan los aspectos vinculados a la iniciación sexual y ocurrencia del embarazo.

3
A lo largo de este trabajo también se las refiere como madres adultas.

4
Originalmente se entrevistaron seis mujeres más que no fueron incluidas en el
análisis ya que no habían completado el ciclo primario.

Información sobre las autoras

Georgina Binstock. Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires


(UBA). Masters of Arts y Ph.D. en Sociología con orientación en estudios de población
de la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Es investigadora independiente del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede en el
Centro de Estudios de Población (CENEP), institución de la que es también
investigadora asociada y fue directora entre 2005 y 2008. Sus áreas de investigación
son: familia, juventud, educación y salud reproductiva. Dirección
electrónica: gbinstock@cenep.org.ar.

Emma Näslund-Hadley. Especialista senior de la División de Educación del Banco


Interamericano de Desarrollo (BID). Antes de unirse al Banco, trabajó en África,
América Latina y Europa en educación y cuestiones de género con la Unión Europea,
las Naciones Unidas y la Agencia Sueca de Desarrollo Internacional. Tiene una
maestría en Economía y Finanzas Internacionales de la Universidad de Linkõping
(1991) y una maestría en política pública de la Universidad de Princeton (1999).
Dirección electrónica: emman@iadb.org.

Embarazo en adolescentes: un problema culturalmente


complejo
El embarazo en adolescentes es un tema que requiere más educación y apoyo
para alentar a las niñas a retrasar la maternidad hasta que estén preparadas.
Informa Theresa Braine.
Ayana (nombre ficticio) se casó a la edad de 11 años. En Etiopía, la mayoría de las parejas recién
casadas empiezan a tratar de concebir al poco tiempo de casarse. Tres años más tarde, gracias a la
campaña Stop Early Marriage (Alto al matrimonio precoz), Ayana y su marido (cinco años mayor
que ella) todavía asisten a la escuela y han retrasado el momento de tener hijos, según informa
Helen Amdemikael, representante adjunta del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA)
en Etiopía.
El proyecto se está llevando a cabo bajo los auspicios del Ministerio de Juventud y Deportes del
distrito y recibe asistencia del UNFPA y del Consejo de Población, una organización no
gubernamental, así como orientación normativa y técnica de la Organización Mundial de la Salud
(OMS). Trabaja con las familias, los jefes de las comunidades y los adolescentes en la región rural de
Amhara en Etiopía, donde la mitad de todas las adolescentes se casan antes de los 15 años de edad,
lo que es contrario a la legislación etíope, que sólo autoriza el matrimonio a partir de los 18 años. El
proyecto alienta a retrasar el matrimonio y la maternidad, y también presta apoyo a las
adolescentes casadas mediante cursos de alfabetización y de aptitudes para la vida y
proporcionando información sobre la salud reproductiva.

OMS/M-A Heine
Esta joven adolescente de 16 años dio a luz en un hospital del estado del Gujarat en la India gracias a un programa
gubernamental
Amdemikael y otros expertos en salud tienen la esperanza de que historias como la de Ayana se
repitan. Ya se trate de niñas novias en la India o en el Sudán, o de alumnas de enseñanza secundaria
solteras en los países industrializados, el embarazo en adolescentes es uno de los principales
factores que contribuyen a los problemas de salud y la mortalidad de la madre y el niño.
Las adolescentes menores de 16 años corren un riesgo de defunción materna cuatro veces más alto
que las mujeres de 20 a 30 años, y la tasa de mortalidad de sus neonatos es aproximadamente un
50% superior, según el consultor en salud de los adolescentes James E Rosen, que está cargo de un
estudio de investigación del departamento de Reducción de los riesgos del embarazo de la OMS. Los
expertos en salud convienen en que las adolescentes embarazadas requieren atención física y
psicológica especial durante el embarazo, el parto y el puerperio para preservar su propia salud y la
de sus bebés.
"El contexto es complicado, porque las cuestiones culturales influyen en el comportamiento sexual",
dice la Dra. Virginia Camacho, del departamento de salud y desarrollo del niño y del adolescente de
la OMS.
Su departamento está estudiando los medios de prevenir el embarazo precoz - en particular entre
las jóvenes marginadas - en los países en desarrollo y la medida en qué los sistemas de salud
atienden sus necesidades."Los proveedores de salud deben estar capacitados para brindar atención
adecuada a las adolescentes embarazadas y asesoramiento a las muchachas que no quieren quedar
embarazadas", dice Camacho.
Se estima que 16 millones de niñas de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años dan a luz
cada año, y un 95% de esos nacimientos se producen en países en desarrollo, según el estudio
realizado por Rosen. Esto representa el 11% de todos los nacimientos en el mundo. Sin embargo, los
promedios mundiales ocultan importantes diferencias regionales. Los partos en adolescentes como
porcentaje de todos los partos oscilan entre alrededor del 2% en China y el 18% en América Latina
y el Caribe. En todo el mundo, siete países representan por sí solos la mitad de todos los partos en
adolescentes: Bangladesh, Brasil, la República Democrática del Congo, Etiopía, la India, Nigeria y los
Estados Unidos de América.
La Dra. Valentina Baltag, funcionaria médica de la OMS que trabaja en el tema de la salud de los
adolescentes, dice que se necesita más información para orientar a este grupo de edad con
programas adecuados: "No sabemos en qué grado los adolescentes buscan atención sanitaria y no
tenemos datos desglosados por edad."
OMS/A Waak
Se estima que 16 millones de niñas de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años dan a luz cada año, la mayoría se
producen en países en desarrollo,
Según el Dr. Monir Islam, director del departamento de Reducción de los riesgos del embarazo, los
programas de salud para madres y recién nacidos deben atender mejor las necesidades de las
madres jóvenes. "Reducir los riesgos del embarazo para las adolescentes debe ser una prioridad
clara para los países que se están esforzando por alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio",
dice.
Aunque las circunstancias de los embarazos en adolescentes varían mucho, destacan algunos rasgos
comunes: los cuerpos más jóvenes no están plenamente desarrollados para pasar por el proceso del
embarazo y el parto sin consecuencias adversas. Las madres adolescentes se enfrentan a un riesgo
más alto de parto obstruido que las mujeres de veinte y tantos años. Sin una atención obstétrica de
urgencia adecuada, esto puede conducir a la ruptura del útero, que conlleva un alto riesgo de
muerte tanto para la madre como para el bebé. Para aquellas que sobreviven, el trabajo prolongado
de parto puede causar una fístula obstétrica, que es un desgarro entre la vagina y la vejiga o el recto,
que provoca fuga de orina o heces. En Etiopía y Nigeria, más del 25% de las pacientes con fístula
habían quedado embarazadas antes de los 15 años y más del 50% antes de los 18 años. Aunque el
problema puede corregirse con cirugía, el tratamiento no está ampliamente disponible en la
mayoría de los países donde se produce esta lesión y millones de mujeres deben resignarse a sufrir
una afección que provoca incontinencia, malos olores y otros efectos secundarios como problemas
psicológicos y aislamiento social.
"Una gran cantidad de mujeres embarazadas muy jóvenes no tienen acceso a servicios que les
permitan ponerse en manos de profesionales capaces de atenderlas en caso de parto obstruido",
dice el Dr. Luc de Bernis, asesor principal de salud materna en el UNFPA, destinado en Etiopía. Dado
que en muchos países las niñas se casan muy pronto, incluso antes de empezar a menstruar, "podrá
imaginarse que cuando se quedan embarazadas son muy jóvenes, no tienen más de 13 o 14 años",
dice de Bernis. "Si va al hospital de la fístula en Addis Abeba, verá que las chicas son muy jóvenes y
pequeñas, y enseguida entenderá la magnitud del problema. Es un desastre.
La pobreza influye en la probabilidad que tienen las jóvenes de quedar embarazadas y si es así
entran en un círculo vicioso, ya que la maternidad precoz suele comprometer sus resultados
académicos y su potencial económico.
El embarazo en la adolescencia "puede perturbar el acceso a la educación y a otras oportunidades
de vida", dice Leo Bryant, gerente de promoción en Marie Stopes International (MSI), un grupo
británico de defensa de los derechos reproductivos que posee clínicas en todo el mundo. "En el
Reino Unido nos preocupa en particular ... porque tenemos la tasa más alta de embarazos en
adolescentes de Europa occidental". Hoy en día esa tasa es de 26 partos en adolescentes por cada
1000 mujeres, de acuerdo con las estadísticas sanitarias mundiales de 2009.
Otros países de Europa tienen menos embarazos de adolescentes porque adoptan un enfoque
diferente con respecto a la educación sexual y facilitan el acceso a la planificación familiar, dice
Bryant. En los Países Bajos, que posee una de las tasas más bajas de Europa de embarazos en
adolescentes, de cuatro partos en adolescentes por 1.000 mujeres, la educación sexual comienza en
la escuela primaria. Actualmente en el Reino Unido la educación sexual no es obligatoria en las
escuelas, y algunas escuelas de inspiración religiosa ni siquiera imparten esa educación, por lo que
la cobertura es irregular, dice Bryant. Se supone que esto cambiará después de que el Gobierno
anunciara a finales de abril sus planes de hacer obligatoria la educación sobre el sexo y las
relaciones en la enseñanza primaria y secundaria a partir de 2011.

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