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Comunión comprometida
Nicolás L. Serrano

En mi predicación pasada aprendimos acerca la iglesia como una comunidad


de gracia santificadora; intenté sellar en ustedes esta verdad usando Hebreos
3:12-14. Hoy quiero proclamar cuatro verdades transformadoras respecto a la
comunión en la iglesia y, luego, hacer seis aplicaciones fundamentadas en
Hebreos 10:23-24 acerca de la necesidad de reunirnos en grupos pequeños.

1- La iglesia es la familia de Dios

¿Qué es la iglesia? La iglesia es la familia de Dios. ¡Ay, si pudiéramos


entenderlo! Consideren las siguientes palabras de Jesús: “Mientras Él aún
estaba hablando a la multitud, he aquí, su madre y sus hermanos estaban
afuera, deseando hablar con Él. Y alguien le dijo: He aquí, tu madre y tus
hermanos están afuera deseando hablar contigo. Pero respondiendo Él al que
se lo decía, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y
extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ¡He aquí mi madre y mis
hermanos! Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mateo 12:46-50). Jesús
no está negando que María y los hijos biológicos de María sean su madre y sus
hermanos, más bien Él está afirmando que, en un sentido más profundo,
aquellos que son su familia no son los que comparten su sangre sino los que
comparten su amor por el Padre.

Hermanos, ¿entienden lo que esto significa? Nosotros seremos separados para


siempre, por la muerte, de nuestros padres, cónyuges, hermanos e hijos que no
se reconcilien con Dios por medio de Cristo; ¡pero nosotros caminaremos por
los siglos de los siglos como familia con aquellos que hacen la voluntad del
Padre! Nuestra familia, es un sentido eterno, es la familia de Jesús, y Jesús nos
dice que su familia son aquellos que hacen la voluntad de su Padre.

Consideren las verdades que Pablo declara en Efesios 2:18-19 respecto a


aquellos que se han reconciliado con Dios por medio de Cristo: “por medio de
Él los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu.
Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de
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los santos y sois de la familia de Dios”. ¿Saben qué significa esto? ¡Que cuando
volviste a Dios tu Padre, por medio de Cristo, llegaste a casa! Cuando Cristo te
encontró, encontraste tu familia, tu casa, tu gente, tu pueblo y tu identidad;
cuando Cristo te encontró se acabó la búsqueda de amor, de paz, de identidad,
de propósito, de felicidad y, también, de una familia.

¡Ya no estás solo! Ya no estás solo ni en la vida, ni en la muerte, ni en el dolor,


ni en el día de la alegría, o no estarás solo tampoco en la gloria venidera.
Llegaste a casa, hijo pródigo, y llegaste para siempre. En Romanos 8:29 Pablo
afirma respecto a los que han de ser salvos que “(Dios) los predestinó [...] para
que Él (Cristo) sea el primogénito entre muchos hermanos”. ​¡Es nuestro
destino eterno vivir para siempre juntos alrededor de Cristo! Por lo tanto,
cuando estamos en presencia de un hermano en Cristo, debemos estar
conscientes de que hemos sido destinados a estar unidos en Jesucristo por
toda la eternidad.

¡Demos gracias al Señor por nuestra familia en Cristo! De entre todos los
hombres que están sobre esta tierra, solo los que aman a Cristo son nuestra
familia eterna.

Antes de pasar a la próxima proclamación, quiero darte una advertencia: no


dañes a la iglesia con tu idealismo. Tus hermanos no son perfectos, todavía
luchan con lo que eran antes y no pueden ser todo lo que quieren ser. Por lo
que muchas veces serás defraudado en medio de la iglesia. ¡Pero tus hermanos
están quebrantados! Ellos se han arrepentidos de sus pecados y han sido
admitidos en la familia de Dios. Ellos luchan y a veces caen, pero vuelven a
arrepentirse y a aferrarse a Cristo. Jamás desprecies a la familia de Cristo,
porque “Él no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11); y si vos,
pecador del montón, te avergonzás de tus hermanos, estás tremendamente
equivocado y perdido.

2- Entramos a esta comunión por gracia

El evangelio crea esta familia. Cristo compró esta familia con su sangre en la
cruz del Calvario, por lo que formamos parte de ella por pura gracia. ¡Ninguno
de nosotros, sin importar quién sea, tiene derecho a formar parte de la familia
de Dios!
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¿No es esto lo que refleja la celebración de la Cena del Señor? Cuando nos
reunimos para celebrar el perdón de nuestros pecados, ¿acaso hay alguno que
se atreva a pensar que merece ser parte de la mesa del Señor? No importa
quién seas afuera, cuando cruzás la puerta de Jerusalén, solo sos un
“hermano”, uno entre muchos que han sido redimidos, y por la sola gracia de
Dios te sentás al lado de Jesucristo. No hay ninguno entre nosotros que sea tan
solo un poco digno de ser un hijo de Dios; todo se lo debemos a la gracia de
Cristo.

¿Se dan cuenta de cuán privilegiados son de tener parte en la iglesia? Si tan
solo pudieras ver a un solo escogido de Dios en toda su vida, si tan solo por
una única vez pudieras sentarse en la mesa de la Cena del Señor, si tan solo
una vez pudieras adorar junto a los santos y escuchar a uno de tus hermanos
predicarte, sería gracia sobre gracia, y deberías estar muy agradecido y feliz
por eso. Sin embargo, Dios te ha regalado a vos, miembro de Familia de la
Gracia, una comunidad con la que podés caminar todos los días.

3- ​Necesitamos la comunión

Nosotros necesitamos a Cristo, y porque necesitamos a Cristo, necesitamos a


nuestros hermanos porque Cristo está en ellos. En Romanos 8:10 las
Escrituras afirman a los creyentes: “Cristo está en vosotros”; en Gálatas 4:6
que “​porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros
corazones​”; y en 1Corintios 12:27 se nos dice que el Espíritu se manifiesta a la
iglesia a través de cada hijo de Dios: “​a cada uno se le da la manifestación del
Espíritu para el bien común​”. Así que Cristo viene a nosotros para edificarnos
por medio de su Espíritu a través de los creyentes. Por lo que son verdaderas y
apropiadas para nosotros las palabras D. Bonhoeffer: “El prisionero, el
enfermo, el cristiano aislado reconocen en el hermano que les visita un signo
visible y misericordioso de la presencia de Dios trino. Es la presencia real de
Cristo lo que ellos experimentan cuando se ven, y su encuentro es un
encuentro gozoso. La bendición que mutuamente se dan es la del mismo
Jesucristo.” ¿Se dan cuenta de cuánto nos necesitamos, hermanos?

Comprendan muy buen la siguiente verdad: Dios no va a evangelizar al mundo


sin las voces humanas amorosas de sus hijos predicando el evangelio, y de la
misma manera, Dios tampoco va a sostener la fe de sus hijos sin las voces
humanas amorosos de sus hermanos que les proclaman su Palabra. Los
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escogidos de Dios son salvados por la predicación de los hijos de Dios, y los
hijos de Dios son preservados por la predicación de los hijos de Dios. En
Romanos 10:17 Pablo dice que “la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de
Cristo”. Una persona se salva por medio de la fe, pero para tener fe necesita oír
la palabra de Cristo; y quienes predican la palabra de Cristo son los hijos de
Dios. Pero aquellos que ya han creído necesitan seguir oyendo la misma
palabra para seguir creyendo. Recuerden lo que aprendimos la semana
pasada. La batalla de la fe no terminó cuando creímos por primera vez, más
bien el día que creímos por primera vez la batalla comenzó: “Tened cuidado,
hermanos”, se nos dice, “no sea que en alguno de vosotros haya un corazón
malo de incredulidad, para apartarse del Dios vivo”; y ante semejante peligro
de ser vencidos por la incredulidad, se nos receta: “​Antes exhortaos los unos a
los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy; no sea que alguno de
vosotros sea endurecido por el engaño del pecado” (hebreos 3:12-13). En este
texto el medio por el cual nosotros somos librados de la incredulidad
endurecedora que nos aparta de Dios es la exhortación regular (“cada día”) de
los hermanos en la fe; y exhortarnos no es otra cosa que predicarnos y
aplicarnos la palabra de Cristo unos a otros a fin de seguir creyendo. Nos
necesitamos unos a otros a fin de poder perseverar hasta el final. Hemos de
decirnos, por tanto, unos a otros, “¡dame al Cristo que mora en vos!”

Una vez más, D. Bonhoeffer nos dice: “(el cristiano) ​En sí mismo no encuentra
sino pobreza y muerte, y si hay socorro para él, sólo podrá venirle de fuera.
Pues bien, esta es la buena noticia: el socorro ha venido y se nos ofrece cada
día en la palabra de Dios que, en Jesucristo, nos trae liberación, justicia,
inocencia y felicidad. [...] (pero) Dios ha querido que busquemos y hallemos su
palabra en el testimonio del hermano, en la palabra humana. El cristiano, por
tanto, tiene absoluta necesidad de otros cristianos; (ellos) son quienes
verdaderamente pueden quitarle siempre sus incertidumbres y desesperanzas.
Queriendo arreglárselas por sí mismo, (el cristiano individual) no hace sino
extraviarse todavía más. Necesita del hermano como portador y anunciador de
la palabra divina de salvación.​”

En medio de la batalla contra el engaño del pecado, estamos perdidos sin el


auxilio de los hijos de Dios. ​No exhortarnos unos a otros es abandonarnos al
engaño del pecado y el consiguiente endurecimiento que produce. Nada puede
ser más cruel que abandonarnos en nuestro pecado. Si nos guardamos la
Palabra de Dios, la culpa del engaño de nuestro hermano también caerá sobre
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nosotros. No hay nada más egoísta que no darnos la Palabra de Dios y, por
otro lado, nada puede ser más importante y amoroso que reprendernos unos a
otros en Nombre de Dios en nuestra necesidad.

4- Entreguémonos a la comunión

Nosotros no creamos ni ganamos nuestro lugar en la comunión de la iglesia.


La identidad como hijos de Dios se nos regala en Cristo por gracia. Pero una
vez dentro, se nos ordena que nosotros protegemos la unidad de esta
comunión y la cultivemos.

¿Y cómo debemos hacerlo? La respuesta de las Escrituras es esta:


entregándonos en amor unos a otros como Cristo lo hizo por cada uno. En
1Juan 3:16 Juan nos dice: “​En esto conocemos el amor: en que El puso su vida
por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los
hermanos.​” En 4:10-11 Juan nos vuelve a decir: “​En esto consiste el amor: no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y
envió a su Hijo ​como propiciación por nuestros pecados. ​Amados, si Dios así
nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros.​” ​Nuestro Señor
nos ordena en Juan 13:34 “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los
unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los
otros”. La iglesia debe ser una comunidad en donde el amor se desborda de
unos hacia otros para cubrir nuestras necesidades.

No es posible seguir a Cristo y no entregarnos a su familia. Cuando elegimos a


Cristo, lo sepamos o no, elegimos también a su familia. No podemos separar a
Cristo de su familia; Él no lo hace, y tampoco nos permite a nosotros hacerlo.
En el día del juicio nos dirá a nosotros respecto a nuestras buenas obras
dentro de la iglesia: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de
estos hermanos míos, aun ​a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo
25:40); y a los que no amaron ni sirvieron a su pueblo, les dirá: “En verdad os
digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de éstos,
tampoco a mí lo hicisteis” (vers. 45). Juan nos dice: “este mandamiento
tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Juan
4:21).

Si amamos a Cristo debemos amar a su familia, y si nos entregamos a Cristo


debemos también entregarnos a su familia. Esto no es opcional. Cada uno de
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nosotros debe entregarse sin reservas, sin condiciones y sin límites, tanto al
Señor como a su iglesia. En 2Corintios 8:5 Pablo dice de un grupo de iglesias
locales en Macedonia: “primeramente se dieron a sí mismos al Señor, y luego a
nosotros por la voluntad de Dios”. Ahí lo tenemos: debemos entregarnos al
Señor por entero (“se dieron a sí mismos al Señor”) y trambién a sus hijos,
porque tal es la voluntad de Dios (“luego a nosotros por la voluntad de Dios”).

Nuevamente, D. Bonhoeffer nos exhorta diciendo: “​Debemos a nuestros


hermanos cuanto Dios hace en nosotros. Por tanto, recibir significa al mismo
tiempo dar, y dar tanto cuanto se haya recibido de la misericordia y del amor
de Dios. De este modo, Dios nos enseña a acogernos como él mismo nos acogió
en Cristo. “​aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó​”
(Rom 15:7).” En Efesios 5:2 Pablo nos ordena: “​andad en amor, así como
también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros​”. ¡Debemos imitar a
Aquel que “​llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores​” (Isaías
53:4)!

Cinco observaciones a modo de aplicación sobre Hebreos


10:23-25

“23 Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar,


porque fiel es el que prometió; 24 y consideremos cómo estimularnos
unos a otros al amor y a las buenas obras, 25 no dejando de
congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.”

1- Reunámonos en grupos pequeños

Creo que en Hebreos 10:24-25 encontramos un fundamento bíblico para


reunirnos en grupos pequeños. El vers. 24 nos dice que “consideremos cómo
estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras”, pero en la gramática,
el vers. 25 parece decir que eso (las mutuas consideraciones y estimulaciones
al amor y a las buenas obras) debe ocurrir en el contexto de algún tipo de
reunión, porque después de pedirnos que no dejemos de exhortarnos
mutuamente al amor y a las buenas obras, algo que solo puede ocurrir cuando
estamos reunidos, se nos ordena: “no dejando de congregarnos, como algunos
tienen por costumbre”. Así que pienso que el autor de esta carta tiene en
mente, al dar esta exhortación, un tipo de reunión en donde podemos
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considerar cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras,


porque en la gramática del texto, la forma de no dejar de considerarnos y
estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras es no dejando de
congregarnos.

Y esto obviamente no puede ocurrir en una reunión general en donde uno de


los maestros de la iglesia es el encargado de enseñar las Escrituras a los
demás. Solo podemos considerar cómo estimularnos al amor y a las buenas
obras “unos a otros” en reuniones más pequeñas, en las que podemos
conocernos (y entonces “considerarnos”) y exhortarnos unos a otros (cosa que
demanda un buen nivel de interación). En nuestra iglesia, hemos creado dos
tipos de reuniones donde poder cumplir con mandamientos como los de
Hebreos 10:24:25: los Grupos Comunitarios y los Grupos de Concertación.
¿Ya se sumaron a uno? Es un mandato bíblico reunirnos con el propósito de
considerar cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buena obras; y si
este mandamiento amenaza tu estilo de vida, debo decirte que tu estilo de vida
está fuera de la voluntad de Dios.

Estas reuniones están pensadas para que sean, en medio de las dificultades de
la semana, en palabras de M. Lutero, “el momento de descanso entre los lirios
y las rosas”. Nuestra reunión dominical es importantísima, pero la enseñanza
de Hebreos 10:24-25 es que no es suficiente. Necesitamos, además de
reunirnos con todos los santos a alabar al Señor y escuchar su Palabra por
medio de los maestros de la iglesia, reunirnos en pequeños grupos en donde
podamos interactuar a un nivel interpersonal mucho más profundo.

2- No faltar

El vers. 25 nos ordena, respecto a este tipo de reuniones: “​no dejando de


congregarnos, como algunos tienen por costumbre​”. El mandamiento es este:
¡Reúnanse, reúnanse, reúnanse, y no falten a las reuniones! Esto es un
llamado a valorar la comunión con los hermanos en la fe.

Consideren, una vez más, las sabias palabras de exhortación de D. Bonhoeffer:


“Ahora bien, si el mero encuentro entre dos creyentes produce tanto gozo, ¡qué
inefable felicidad no sentirán aquellos a los que Dios permite vivir
continuamente en comunidad con otros creyentes! Sin embargo, esta gracia de
la comunidad, que el aislado considera como un privilegio inaudito, con
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frecuencia es desdeñada y pisoteada por aquellos que la reciben diariamente.


Olvidamos fácilmente que la vida entre cristianos es un don del reino de Dios
que nos puede ser arrebatado en cualquier momento y que, en un instante
también, podemos ser abandonados a la más completa soledad. Por eso, a
quien le haya sido concedido experimentar esta gracia extraordinaria de la
vida comunitaria ¡que alabe a Dios con todo su corazón; que, arrodillado, le dé
gracias y confiese que es una gracia, sólo gracia!”. No tengo nada más que
añadir.

3- Aumento de la seriedad y la frecuencia en las reuniones mientras


llega el fin

El vers. 25 dice: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por


costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se
acerca.” Siempre tenemos la necesidad de reunirnos con otros hermanos en la
fe para considerar cómo estimularnos al amor y a las buenas obras, pero
nuestra necesidad se vuelve más grande en la medida en que el fin se acerca.
“no dejando de congregarnos [...] y mucho más al ver que el día se acerca.”

Las Escrituras nos dicen claramente que los tiempos cercanos a la segunda
venida se caracterizarán por el caos y la maldad extrema. Jesús dijo de los
últimos tiempos: “debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se
enfriará. ​Pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo” (Mateo 24:12-13).
Por eso, mientras más cerca estemos del fin y la maldad más se multiplique,
más debemos reunirnos para fortalecer nuestro amor, para que la maldad no
nos enfríe nuestro amor como hielo al fuego. Siempre fue cierto el viejo dicho
que dice “¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante!” (Ecl. 4:10), y esta
solemne verdad se vuelve mucho más solemne mientras avanzan el tiempo y la
maldad.

4- Una reunión para crecer en amor y en buenas obras

Nos reunimos con un propósito: fortalecer nuestros amor y ser perseverantes y


abundantes en buenas obras: “consideremos cómo estimularnos unos a otros
al amor y a las buenas obras” (vers. 24). Al salir de nuestros encuentros
deberíamos tener más poder y sabiduría para amar y hacer buenas obras, de
tal manera que brille nuestra “luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”
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(Mateo 5:16). Y para esto debemos “considerarnos”, lo que sugiere que


debemos escucharnos, conocernos y luego compartirnos las Escrituras de la
manera que más eficazmente nos dará poder para amar y para hacer buenas
obras.

5- Nos reunimos para batallar por nuestra fe

El vers. 23 nos dice cuál es el propósito máximo por el que nos reunimos:
“Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel
es el que prometió”. Así que debemos reunirnos, según el vers. 24, para
fortalecer nuestro amor y seguir adelante haciendo buenas obras; pero, según
el vers. 23, debemos reunirnos para seguir mantenido fuertes las convicciones
de la solidez de nuestra esperanza, esperanza que hemos llegado a tener a
causa de las promesas que Dios nos ha hecho en el evangelio. Acá
encontramos una relación muy importante entre los vers. 23 y 24: nuestro
amor y nuestras fuerzas para hacer el bien a otros provienen de nuestra
esperanza fundamentada en las promesas del evangelio. Así que, la enseñanza
de este texto, es que en la medida en que alguien crea en las promesas del
evangelio, más fuerte serán su amor y su capacidad para hacer el bien a otros.

Nos reunimos a fin de avivar el fuego de nuestra fe para poder mantener


“firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar”. ¿Y Cuál es nuestra
esperanza? Es la que Pablo describe en 1Corintios 15: “52 en un momento, en
un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final; pues la trompeta sonará y los
muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. 53
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto
mortal se vista de inmortalidad. 54 Pero cuando esto corruptible se haya
vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Devorada ha sido la muerte
en victoria. 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
aguijón? 56 El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la
ley; 57 pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo. 58 Por tanto, mis amados hermanos, estad firmes, constantes,
abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el
Señor no es ​en vano.” Y así es cómo seguirá nuestra historia, una vez que el fin
haya llegado: “el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz
de arcángel y con la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán
primero. Entonces nosotros, los que estemos vivos y que permanezcamos,
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seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor
en el aire, y así estaremos con el Señor siempre. Por tanto, confortaos unos a
otros con estas palabras” (1Tes. 4:16-18).

Debemos, hermanos, mantenernos creyendo que Cristo vale más,


infinitamente más que todo lo que podemos perder por seguirlo, aun si lo
perdemos todo​. ​Así que, hermanos míos, cuidémonos y fortalezcámonos con
diligencia unos a otros, porque ​“vos y yo moriremos por esta causa y uniremos
nuestras manos en la resurrección”.

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