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SALUD
BIOFARMACIA
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VI
2019
ACCION DE LOS FARMACOS Y MANIFESTACIONES MAS FRECUENTES EN EL
ORGANISMO 2019
AGRADECIMIENTO:
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ORGANISMO 2019
INTRODUCCION
Los fármacos solo influyen en el ritmo en el que se producen las funciones biológicas
existentes. Los fármacos no pueden cambiar la naturaleza fundamental de esas funciones
ni crear otras nuevas. Por ejemplo, pueden acelerar o retrasar las reacciones bioquímicas
que causan la contracción muscular, la función de las células renales de regular el
volumen de agua o las sales retenidas o eliminadas por el organismo, la secreción
glandular de sustancias (como la mucosidad, el ácido gástrico o la insulina) y la
transmisión de mensajes a través de los nervios.
Los fármacos no pueden restablecer las estructuras o funciones ya dañadas más allá de la
capacidad de reparación que tiene el propio organismo. Esta limitación fundamental de la
acción farmacológica subyace a muchas de las frustraciones actuales con respecto al
tratamiento de enfermedades que destruyen los tejidos o las enfermedades degenerativas,
como la insuficiencia cardíaca, la artritis, la distrofia muscular, la esclerosis múltiple, la
enfermedad de Parkinson y la enfermedad de Alzheimer. No obstante, algunos fármacos
pueden ayudar al organismo a restablecerse por sí mismo. Por ejemplo, los antibióticos,
cuya acción detiene un proceso infeccioso, permiten que el organismo repare el daño
causado por la infección.
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Si bien en ocasiones hablamos indistintamente de acción farmacológica y efecto
farmacológico, es conveniente aclarar las diferencias que existen entre ambos
términos.
La acción farmacológica
se define como la modificación de una función orgánica inducida por un fármaco. Los
fármacos son capaces de modificar funciones fisiológicas concretas, estimulando o
inhibiendo procesos bioquímicos y fisiológicos que tienen lugar en el organismo.
El efecto farmacológico
Los efectos de casi todos los fármacos son consecuencia de su interacción con
componentes macromoleculares del organismo; dichas interacciones inician los
cambios bioquímicos y fisiológicos que caracterizan el efecto del fármaco. Para que un
fármaco estimule o inhiba los procesos celulares en el órgano o tejido diana, debe
asociarse a moléculas celulares con las cuales pueda generar enlaces químicos, casi
siempre de tipo reversible. Es decir, debe unirse a lugares concretos y específicos del
organismo (o sobre el agente causal, en el caso de antibióticos y algunos
quimioterápicos). Teóricamente, en el organismo existen innumerables moléculas con
radicales capaces de asociarse al fármaco y formar un complejo, pero la mayoría de
estas asociaciones no originan respuesta celular alguna porque la molécula aceptora
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no es modificada por la molécula del fármaco, de forma que pueda repercutir sobre el
resto de la célula. Se trata de sitios de fijación inespecífica. Pero el fármaco se une
también a otro tipo de moléculas que, una vez modificadas por él, originan cambios
fundamentales en la actividad de la célula, ya sea estimulación o inhibición. Los
fármacos modifican selectivamente los procesos fisiológicos al actuar sobre las
enzimas, el ADN, los neurotransmisores y otros mediadores químicos o componentes
de los procesos de señalización, como los receptores. El efecto total depende de si un
fármaco favorece o reduce la actividad endógena. Las moléculas con las que los
fármacos son capaces de interactuar selectivamente, generándose como
consecuencia una modificación constante y específica en la función celular, se
denominan de forma general receptores farmacológicos, y son sitios de fijación
específica. Según se fijen sobre uno u otro lugar, hablamos de fármacos de acción
inespecífica y fármacos de acción específica.
a) Agentes quelantes. El fármaco forma una estructura en anillo con un ión metálico o
con otra estructura, impidiendo que éstos expresen sus reacciones químicas normales.
Ejemplos de este grupo son la penicilamina y la desferrioxamina o deferoxamina. La
penicilamina es un agente quelante de cobre utilizado en el tratamiento de la
enfermedad de Wilson; la deferoxamina forma complejos con iones trivalentes de
hierro y aluminio. Los complejos formados se excretan totalmente, reduciéndose así
los depósitos patológicos en los órganos.
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f) Agentes que crean barreras físicas o sustancias emolientes. Agentes oleosos,
gomas, mucílagos, etc.
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diferenciar la unión del fármaco a una proteína específica para dicha unión
(receptores), de la que se produce con macromoléculas celulares que poseen otras
funciones determinadas (canales iónicos, moléculas transportadoras y enzimas).
Junto a estos grupos se conocen otros tipos de dianas, que en unos casos son
proteínas estructurales, como la tubulina (diana de la colchicina), y en otros son
proteínas intracelulares, como las inmunofilinas, que son diana para diversos
inmunosupresores como la ciclosporina. También debemos considerar que entre los
lugares de acción de agentes quimioterápicos se encuentran el ADN y algunos
constituyentes de la pared celular de microorganismos, así como antígenos
expresados en la superficie de células neoplásicas (Tabla 2).
3.2.1.1. Enzimas
Muchos fármacos tienen como diana farmacológica a las enzimas. Las enzimas son
dianas farmacológicas en el organismo vivo, tanto del huésped como de los agentes
patógenos que lo parasitan. Son moléculas de naturaleza proteica que actúan como
catalizadores biológicos. La región específica con capacidad para unirse a su sustrato
se denomina sitio activo, y es el lugar en el que aparece alguna alteración
fisicoquímica o conformacional que facilita la transformación del sustrato en productos.
Una vez ocurrida la reacción, la enzima se libera del sustrato sin sufrir ninguna
modificación y recupera su capacidad para actuar de nuevo. Normalmente, las
enzimas poseen una alta especificidad por sus sustratos, y en muchos casos esta
selectividad es casi absoluta para una molécula. Sin embargo, en otras ocasiones la
selectividad se refiere a grupos funcionales o enlaces químicos, de modo que una
enzima puede actuar sobre los diferentes sustratos que tengan esos sustituyentes o
enlaces. Así, por ejemplo, muchas esterasas catalizan la hidrólisis de diferentes
moléculas que tengan un enlace éster en su estructura, y las peptidasas pueden
romper los enlaces peptídicos de diferentes moléculas.
Los fármacos pueden actuar en relación con las enzimas jugando distintos papeles
(Figura 3). La mayor parte de los fármacos que actúan sobre enzimas lo hacen
inhibiendo su actividad, de manera que puede conseguirse una respuesta clínicamente
útil. En general, este mecanismo es llevado a cabo por fármacos que, actuando como
análogos estructurales del sustrato o mediante otros mecanismos, se unen a la
enzima, inhibiendo de forma competitiva su actividad catalítica. El caso más evidente y
frecuente es el de aquellos fármacos capaces de inhibir una enzima que participa en la
síntesis de una molécula con determinada actividad biológica, de modo que la
inhibición de esta enzima conllevará la reducción de dicho efecto. En definitiva, en
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lugar de bloquear los receptores sobre los que actúa, se hacen disminuir los niveles
del agonista endógeno. La inhibición enzimática produce acumulación del sustrato o
disminución de los metabolitos.
Es el caso de los -inib, como gefitinib y erlotinib, que inhiben de manera selectiva la
tirosina cinasa del EGFR (receptor del factor de crecimiento epidérmico), inhibiendo
como consecuencia la proliferación de la célula tumoral, el bloqueo de la apoptosis, el
aumento de la producción de factores angiogénicos y la formación de metástasis
(Figura 4).
Al unirse a dichos receptores desencadena que éstos se dirijan a los lisosomas, con la
consiguiente degradación. Dichos receptores, por lo tanto, no estarán disponibles para
captar más colesterol. Al inhibir dicha molécula, los citados anticuerpos reducen la
degradación de los receptores, por lo que hay más capacidad para captar colesterol
LDL y disminuir sus niveles.
Por otra parte, algunos fármacos tienen importancia como inductores del metabolismo
de otros fármacos, lo que suele traducirse en efectos adversos. Ejemplos de
inductores enzimáticos son la fenitoína, el fenobarbital, la carbamazepina y la
rifampicina.
El fármaco también puede actuar como un falso sustrato de la enzima, de forma que la
molécula se modifica químicamente por la acción de la enzima y se origina un
producto anormal, que altera la vía metabólica habitual. Éste es el caso de algunos
antitumorales, cuyos productos en el organismo son sustratos anormales que inhiben
la actividad de las enzimas involucradas en la síntesis de proteínas y ácidos nucleicos.
Un ejemplo es el fluorouracilo, un antineoplásico que sustituye al uracilo como
producto intermedio en la biosíntesis de purinas, pero que no se puede convertir en
timidilato, con lo que bloquea la síntesis de ADN e impide la división celular.
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Por otra parte, ciertos fármacos (profármacos) requieren una degradación enzimática
para pasar a su forma activa y, en estos casos, la inhibición enzimática conduciría a la
pérdida de eficacia farmacológica (Tabla 4).
Estas proteínas sólo son capaces de fijar un número limitado de moléculas, tras lo cual
cambian su conformación, permitiendo el paso de estas sustancias al polo opuesto de
la membrana (Figura 5). Cada tipo de célula del organismo dispone de las proteínas
transportadoras necesarias para realizar los intercambios iónicos y metabólicos.
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lugares de reconocimiento pueden ser dianas para los fármacos bloqueantes del
sistema transportador o de recaptación de determinados neurotransmisores. El efecto
farmacológico consiste, por tanto, en dificultar procesos de transporte activo a través
de membranas biológicas.
Los canales iónicos son estructuras que atraviesan la membrana plasmática a modo
de poros y que permiten el flujo rápido y selectivo de determinados iones a favor de un
gradiente químico y eléctrico (Figura 8). De esta manera, desempeñan un papel
fundamental en la fisiología celular, ya que sus señales alteran el potencial de
membrana o la composición iónica intracelular. La velocidad y la dirección del
movimiento iónico a través del poro dependen del gradiente electroquímico para el ión
en cuestión, que a su vez depende de la concentración del mismo a uno y otro lado de
la membrana, así como del potencial de acción.
Los canales iónicos se caracterizan por su selectividad por determinados iones, que
depende del tamaño del poro y de las características de su revestimiento; por sus
propiedades de apertura-cierre, es decir, los mecanismos que controlan la transición
entre los estados de abierto y cerrado del canal, y por su arquitectura molecular.
Generalmente, los canales muestran selectividad por cationes o aniones. Los canales
catiónicos pueden ser selectivos para Na+ , Ca2+ o K+ o no ser selectivos y dejar
pasar los tres iones. Los canales aniónicos son fundamentalmente permeables a Cl– ,
aunque también existen otros tipos.
Los canales se pueden clasificar en función del ión para el que muestran
permeabilidad selectiva, o bien en función de las circunstancias que provocan la
apertura del canal. Un canal puede estar abierto de forma permanente, de manera que
el gradiente electroquímico es la única circunstancia que en un momento determinado
condiciona el paso de su ión específico, pero frecuentemente los canales están
cerrados y se abren o se activan en respuesta a señales específicas, entre las que se
encuentran:
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• Despolarización o modificación del potencial transmembrana (canales iónicos
dependientes de voltaje).
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entrada del medio extracelular y/o de su liberación de depósitos intracelulares,
iniciándose una variedad de procesos intracelulares.
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poseen niveles intermedios de eficacia, es decir, que la respuesta en el tejido diana es
inferior a la máxima, incluso cuando todos los receptores están ocupados. Solemos
pensar que los receptores sólo se activan cuando se unen a una molécula agonista;
sin embargo, existen casos en los que se observa una activación apreciable, aunque
no haya ningún ligando presente, como ocurre con los receptores de benzodiazepinas,
cannabinoides, dopamina y algunos otros mediadores. Por otra parte, los receptores
sufren mutaciones que provocan una activación significativa sin la presencia de
ligandos. Esto es lo que se conoce como activación constitutiva (Figura 13). Puede
ocurrir que un ligando reduzca el nivel de activación constitutiva; estos fármacos
reciben el nombre de agonistas inversos. Los agonistas inversos se suelen considerar
fármacos con una eficacia negativa, para diferenciarlos de los agonistas (con eficacia
positiva) y de los antagonistas (eficacia nula). La actividad agonista inversa justifica,
por ejemplo, los efectos paradójicos de algunos fármacos, como las benzodiazepinas,
que al disminuir el flujo de Cl– a través del receptor GABAA más bien provocan
ansiedad, en vez de reducirla. Dependiendo de la actividad constitutiva de un sistema
receptorial en un tejido, el efecto de un agonista inverso será más o menos
significativo o se comportará aparentemente como un antagonista. Los receptores son
estructuras proteicas y, por tanto, son sintetizados, ubicados en su localización
habitual en la célula, degradados y reemplazados periódicamente. Tanto la presencia
de un receptor, como la densidad receptorial en su ubicación, su afinidad por el
ligando o su capacidad de respuesta tras la unión al mismo deben estar controladas
para evitar que la célula se vea sometida a un estímulo continuado o excesivo,
protegiendo su integridad. Se puede observar desensibilización o hipersensibilidad de
los receptores. La densidad de receptores puede regularse a la baja (down regulation)
o al alza (up regulation). La densidad de la población receptorial puede modificarse por
incremento o disminución de la síntesis, por la velocidad de endocitosis de los
receptores (que puede ser mayor en presencia de ligando, como es el caso de los
receptores con actividad tirosina cinasa) o por disminución o incremento de su
degradación. El efecto sostenido de un agonista puede originar desensibilización del
receptor, que puede producirse de forma rápida (tolerancia aguda o taquifilaxia) o bien
de forma lenta (tolerancia crónica). Se habla de desensibilización homóloga cuando
implica únicamente al receptor (ya sea porque disminuya la afinidad del ligando por el
mismo, disminuya la densidad de receptores o se inhiba el acoplamiento entre el
receptor activado y los elementos de transducción); y de desensibilización heteróloga
cuando afecta tanto al receptor como a elementos postreceptoriales, que al ser
comunes a otros receptores van a conducir a pérdida de eficacia no sólo de los
agonistas de este receptor, sino también de los de otros. Un ligando endógeno o un
fármaco agonista que se unen a su receptor pueden ejercer una acción directa (por
ejemplo, inducir la apertura de un canal iónico) o actuar de forma indirecta mediante
diferentes mecanismos de transducción –que veremos más detalladamente a
continuación–, una serie de pasos que permiten vincular la unión de un agonista al
receptor con la transmisión de una señal a la célula en la que éste se encuentra o
entre compartimentos de una misma célula (Figura 14). En definitiva, tras la fase de
reconocimiento, que va seguida de la interacción específica entre el ligando (endógeno
o exógeno) y el receptor, se producen determinadas modificaciones celulares y
moleculares desencadenadas por esta asociación, dando lugar a la respuesta
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funcional, es decir, un efecto observable como consecuencia de la modificación de
eventos bioquímicos (Figura 15)
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Como consecuencia de la distribución variable de estas proteínas en las células, y
dependiendo de la naturaleza de las mismas, las consecuencias de su actividad son
múltiples. En estado de reposo, las proteínas G son heterotrímeros αβγ; la subunidad
α lleva unida una molécula de GDP. Sin embargo, la llegada de un neurotransmisor y
la posterior activación de un receptor metabotrópico RAPG provocan que éste se
asocie a la subunidad α de la proteína G. Esto altera la conformación de la subunidad
α y conduce al desplazamiento y sustitución del GDP por el GTP unido a la subunidad
α. Seguidamente, se produce la separación de las subunidades βγ desde la proteína G
y, finalmente, la liberación de la unión receptor-proteína G. Este proceso genera una
subunidad α unida a GTP y una subunidad βγ libre, en las que ambas partes pueden
regular la actividad funcional de proteínas efectoras dentro de la célula (Figura 19). El
estado de reposo se recupera cuando el neurotransmisor es liberado desde el receptor
y cuando la actividad enzimática de la GTPasa hidroliza al GTP en GDP. Por último,
se produce la reasociación de la subunidad α con las subunidades βγ para restaurar el
heterotrímero original, que es la proteína G. Los distintos RAPG pueden acoplarse a
uno o varios tipos de proteínas G, que van a interactuar a su vez de forma específica
(activando o inhibiendo) con uno o varios sistemas efectores. Se han identificado,
además, proteínas reguladoras de la señalización de las proteínas G. Este complejo
sistema de señalización permite tanto respuestas a corto plazo (por ejemplo, la
activación de canales iónicos) como a largo plazo (si afectan a factores de
transcripción que modifican en el núcleo el patrón de expresión génica), dependiendo
de las vías de transducción implicadas.
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ácido araquidónico, que dará lugar a los eicosanoides. La regulación de canales
iónicos no implica ningún segundo mensajero, ya que la proteína G interacciona
directamente con el canal. En este sentido, la activación de RAPG (por ejemplo,
receptores opioides, GABAB o adrenérgicos α2 ) y la consiguiente liberación de la
subunidad βγ inducen la activación y apertura de los canales GIRK, canales
rectificadores de la entrada de K+ regulados por proteína G. La subunidad βγ puede
reducir la probabilidad de apertura de distintos canales de Ca2+ en respuesta a la
despolarización, mientras que la subunidad α puede activar los canales de Ca2+ de
tipo L y otros canales de Ca2+. En la Tabla 7 se muestran algunos ejemplos de RAPG
con sus agonistas y antagonistas. • Receptores ligados a cinasas (receptores con
actividad enzimática). Poseen una estructura y un mecanismo de acción totalmente
diferente a los dos tipos anteriores (Figura 20). Estos receptores de membrana están
constituidos por un dominio de unión a ligando extracelular, una sola hélice
transmembrana y un dominio efector. La interacción con el ligando induce una
modificación necesaria para que el dominio efector intracelular ejerza su acción sobre
el correspondiente sustrato. Dentro de este tipo de receptores encontraremos
receptores con actividad guanilil ciclasa y tirosina cinasa, así como proteína fosfatasa
o serina/treonina cinasa. La investigación sobre el papel del GMPc como segundo
mensajero condujo a la identificación de dos tipos de guanilil ciclasa (hormona que
sintetiza GMPc) en las células: una guanilil ciclasa soluble, que se encuentra en el
citoplasma y es activada por el óxido nítrico (NO) e indirectamente por aquellas
sustancias que favorecen la formación de este último (glutamato, acetilcolina,
sustancia P, histamina o bradicinina); y otra asociada a la membrana plasmática, que
se comporta como receptor. Los receptores con actividad guanilil ciclasa (RGC) fijan
diversos péptidos (por ejemplo, el péptido natriurético atrial y el cerebral, y que
responden igualmente a enterotoxinas de Escherichia coli), y su activación da lugar a
la formación de GMPc.
El GMPc actúa como segundo mensajero sobre proteína cinasas específicas (PKG –
proteína cinasas dependientes de GMPc–) en distintos órganos, que van a fosforilar
múltiples proteínas modificando su función, o directamente sobre canales iónicos (por
ejemplo, en los bastones de la retina), donde favorece la apertura de los canales
catiónicos. Los receptores RGC se encuentran en las células endoteliales, epiteliales
(bronquiales, vasculares e intestinales), conos, bastones y células cerebelosas. Los
receptores con actividad tirosina cinasa (RTK) son la diana de ligandos endógenos
como factores de crecimiento (el factor de crecimiento epidérmico –EGF–, el factor de
crecimiento nervioso –NGF–, el factor de crecimiento derivado de plaquetas –PDGF–,
el factor neurotrófico derivado del cerebro –BDNF– o el factor de crecimiento de
fibroblastos –FGF–) y hormonas (insulina). La activación de estos receptores conduce,
tras una cascada de reacciones, a la activación de la vía de señalización de las MAP
cinasas (mitogen-activated protein kinases), una familia de serina/treonina proteína
cinasas implicada en la regulación de la proliferación, la diferenciación, el metabolismo
y la supervivencia celular. La señal producida por la unión del ligando al RTK se
transmite al interior y provoca la activación del dominio efector. Normalmente se
produce la dimerización del receptor, lo que permite la autofosforilación de residuos de
tirosina. Estos residuos fosforilados son diana de numerosas proteínas intracelulares,
con una secuencia bastante conservada. El resultado es un mecanismo de cascada de
cinasas (desde la activación de la proteína Ras, que se fija a Raf, una serina/treonina
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cinasa que fosforila a su vez a la cinasa de MAP cinasas, que activa finalmente a las
MAP cinasas) que conduce a la amplificación de los efectos mediados por el receptor.
Las MAP cinasas regulan la actividad de numerosos factores de transcripción El
desarrollo de la biología molecular está permitiendo la obtención de medicamentos
análogos de estos ligandos, o bien de anticuerpos capaces de interaccionar con los
receptores bloqueándolos. Como ejemplo podemos citar el caso de cetuximab, un
anticuerpo monoclonal antagonista del receptor del factor de crecimiento epidérmico
(EGFR), que se utiliza en combinación con irinotecán en el tratamiento del cáncer de
colon metastásico, que expresa el EGFR (Figura 21). Existen también receptores que
no poseen actividad enzimática intrínseca, pero que al ser activados son capaces de
interaccionar con proteínas que sí la poseen. Por ejemplo, algunos receptores de
citocinas acoplados a la vía de señalización JAK/STAT. JAK es una tirosina cinasa que
se activa y fosforila al receptor activado por la citocina. El receptor fosoforilado atrae a
un elemento STAT (signal transducer and activator of transcription), que se fosforila a
su vez y se internaliza al núcleo, uniéndose a una secuencia promotora del ADN (que
controla la expresión de otras secuencias). De esta forma, la activación de este tipo de
receptores va a afectar a funciones básicas como el crecimiento, la diferenciación o la
muerte celular. • Receptores nucleares. Se conocen con el nombre de nucleares,
aunque la mayoría de ellos se encuentran en el citosol, y no en la membrana nuclear.
Son un conjunto de proteínas globulares que actúan como factores de transcripción
celulares. En este grupo se incluyen los receptores para hormonas esteroídicas,
hormonas tiroideas, corticoides, la vitamina D y los retinoides, ya que se trata de
sustancias lipófilas que difunden con facilidad a través de la membrana celular y se
unen a sus receptores respectivos en el citoplasma. Poseen una estructura proteica
monomérica con un dominio N-terminal variable para los diferentes factores, un
dominio de unión al ADN, que contiene una estructura denominada dedos de zinc (Zn)
y un dominio C-terminal al que se fija el ligando. La unión de un ligando induce la
dimerización del receptor que se fija a secuencias específicas del ADN (elemento de
respuesta hormonal). Con ello incrementa la actividad de la ARN-polimerasa y la
producción de ARN-mensajeros específicos (Figura 22). En general, funcionan como
reguladores de la transcripción; los efectos de su activación se producen, por tanto,
como consecuencia de la síntesis proteica alterada, de manera que al principio son
lentos. La regulación de la transcripción génica mediante este mecanismo puede
producir efectos a largo plazo
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