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COMO UN PERIODISTA
CÓMO CONVERTIR LAS PALABRAS EN IMÁGENES.
TRUCOS DE LOS MEJORES PERIODISTAS PARA REDACTAR
COLUMNAS, ENTREVISTAS, CRÓNICAS, ANÁLISIS Y
REPORTAJES.
FÓRMULAS PARA DESARROLLAR LO INSÓLITO.
CÓMO EVITAR LOS 101 ERRORES MÁS TÍPICOS
POR CARLOS SALAS
©Carlos Salas 2007, todos los derechos reservados
©Gorka Sampedro de las ilustraciones del capítulo 3 ‘La primera puerta’.
ISBN: 978-84-9684010-2
Edición: Mirada Mágica SRL.
Edición digital: Deva Salas Bárcena.
Edición en papel: Editorial Áltera.
Mail: carsalas21@gmail.ecom
Otros libros del autor:
Trucos para escribir mejor. Amazon, 2013.
La Crisis Explicada a sus Víctimas. Altera. 2009.
Las Once Verdades de la Comunicación. Lid. 2010.
ÍNDICE
Introducción: lo importante es que te lean
1. Cómo convertir las palabras en imágenes
2. Titulares: así se vende una noticia
3. La primera puerta
4. Frases: ¿cortas o largas
5. Encadenar párrafos: técnicas del guión de cine
6. Claves del periodismo de precisión
7. Perfiles: fórmulas para dibujar una personalidad
8. Cómo escribir un buen análisis
9. Entrevistas: cómo vencer en un "cara a cara"
10. Búscate la vida
11. Las fuentes de la investigación
12. Kit de supervivencia
13. Cómo desarrollar el sentido de lo insólito
14. Fotógrafos: todo depende de un dedo
15. El conocimiento en estado puro: la guerra
16. La papelera, ese gran amigo
17. Manual para jefes
18. Esto no es una ONG
19. La verdad, esa cosa
20. La mejor profesión del mundo
21. Cómo evitar los 101 errores típicos
22. Libros imprescindibles comentados
LO IMPORTANTE ES QUE TE LEAN
Pedí hace años a un catedrático especializado en derecho financiero que
escribiera un artículo sobre las novedades fiscales para ser publicado en mi
periódico. Antes de publicarlo, dediqué varias horas a editarlo, es decir, a
transformar un texto esencialmente técnico en un artículo de opinión ameno
empleando un lenguaje periodístico.
Una vez publicado el artículo, el catedrático recibió varias ofertas de trabajo,
así como invitaciones para que diera charlas sobre el asunto. Mi amigo estaba
entusiasmado por “el poder de la prensa”. Pero en realidad era el poder de la
palabra. ¿Habría conseguido esos resultados si no hubiésemos transformado
el texto original en un artículo ameno? Esa es la esencia del periodismo.
Escribir con claridad.
No importa la profesión que se tenga. Quien consiga expresarse por escrito
con claridad y con amenidad tendrá más éxito en su carrera. Cartas, correos
electrónicos, informes, presentaciones con Power Point, artículos para prensa,
escritos jurídicos, tesis doctorales, folletos comerciales, contratos, leyes,
cualquier cosa bien escrita mantiene el interés y llama la atención. Hemos
entrado en la Economía de la Atención. Recibimos toneladas de información
por decenas de medios. Hay tanto que leer, que oír, que mirar y que aprender,
que los seres humanos no saben adónde dirigir su mirada porque cada día
aumenta con estruendo la oferta de información. Se pueden consultar
gigantescas bases de datos apretando el botón del ratón. Se estima que hay
casi 100 millones de blogs. Cada día nacen miles de páginas en Internet,
nuevos periódicos gratuitos, portales, programas, chats, foros… Las
universidades, los profesores y catedráticos, los consultores y los abogados,
los periodistas, los expertos, todos ellos cada día ofrecen millones de
documentos al mundo con la esperanza de que alguien los lea. Hasta las
empresas y los bancos nos llenan el buzón con decenas de cartas comerciales
para comprar cualquier producto. Pero sólo será leído aquello que atrape la
atención desde el primer momento.
No es fácil atrapar al lector porque la cultura escrita está amenazada por el
avance de los videos, de internet, de la televisión, de los videojuegos, en
suma, de las imágenes.
¿Y qué mejor manera que hacerse un hueco entre ellas que empleando
también imágenes? Lo podríamos llamar escritura visual. Es decir, una
fórmula por la cual las palabras se convierten en imágenes, y producen en la
mente una hermosa sucesión de figuras en movimiento, con colores, con
sabores y olores.
¿Quieren un ejemplo? No es lo mismo escribir la palabra “implementar” que
la palabra “montaña”. La primera no produce ninguna chispa en la mente,
pero la segunda sí. No es lo mismo decir “estructura” que “edificio”;
“función” que “papel”; “ciudadanía” que “peatón”.
Hoy cada vez es más común usar imágenes o iconos para decir algo: los
ordenadores enseñan papeleras, discos y carpetas. Los sordomudos imitan
con las manos algo con alas que despega para decir avión. En Estados Unidos
se está poniendo de moda entre los ejecutivos realizar presentaciones con
poco texto y muchas imágenes, y esas imágenes evocan conceptos. Nada de
textos pesados como el plomo.
Y es que todo ha cambiado. Los novelistas franceses del siglo XIX, los más
universales de la historia, empleaban entre veinte y cincuenta páginas para
describir a los personajes en su primer capítulo, y generalmente, no pasaba
nada interesante hasta bien entrada la mitad del libro. Hoy día no hay tiempo
para esas dilaciones. El primer capítulo de los best seller de hoy ocupa cuatro
páginas y en ellas se ve un derroche de acción, de imágenes. Los libros se
“ven”, no se “leen”. Emplean palabras visuales.
Nuestra cultura se está haciendo cada vez más visual. Muchas personas ya no
leen los diarios en Internet sino que pinchan videos para informarse porque es
más cómodo. En Estados Unidos está decayendo la venta de los libros
clásicos, y aumenta la de los graphic books, libros que explican las cosas con
imágenes.
Y es porque hemos entrado de lleno en la Economía de la Atención. Por eso
creo que este libro es importante: porque ofrece la fórmula para atrapar la
atención en una era donde lo difícil es ser escuchado o leído. Los lectores son
implacables y pasan la página o abandonan la lectura si se enfrentan a un
texto aburrido. Una de las reglas de la Economía de la Atención es “no
aburrir”. Es la regla principal.
¿Y cuál es la mejor forma de hacerlo? Empleando las armas del cine, y del
relato corto, es decir, combinando palabras para que susciten una batería de
imágenes sugestivas en los lectores. Las metáforas, las parábolas y las fábulas
son la forma más antigua de contar cosas y no han perdido nada de eficacia.
Todos aquellos que emplean la palabra escrita como herramienta de trabajo,
desde periodistas hasta abogados o profesores, desde consultores hasta
políticos, pueden aprender fácilmente estas técnicas. Este libro las explica
claramente (con imágenes y ejemplos, por supuesto), pero también expone
cómo encontrar buenos titulares; cómo realizar un buen análisis basándose en
la lógica; cómo hacer y transcribir una entrevista; cómo poner por escrito un
perfil humano; dónde encontrar información e inspiración; la importancia de
la fotografía y del diseño; consejos para elevar la calidad de los escritos…
Creo que las técnicas periodísticas pueden servir a cualquier persona que se
enfrente a un folio en blanco. Pero este libro traspasa las fronteras de lo
periodístico porque al final me he permitido hacer una reflexión sobre los
corresponsales de guerra así como sobre las cualidades de los buenos jefes (o
los errores de los malos jefes), basada en mi experiencia al mando de equipos
profesionales. También me he permitido un pequeño y modesto ensayo sobre
la verdad.
Hasta ahora, este libro ha circulado en forma de fotocopias que he regalado
personalmente a periodistas pero también a abogados, consultores y
catedráticos. He volcado aquí el fruto de más de veinte años de profesión en
los cuales he escrito miles de artículos de todo género, y he editado otros
miles. Y si me dijeran cómo quiero morir, respondería que acompañado de un
trozo de papel y una pluma. Una bonita imagen.
1. CÓMO CONVERTIR PALABRAS EN
IMÁGENES
El novelista Joseph Conrad decía en el prefacio de un libro de cuentos que su
tarea consistía sobre todo en “hacer ver”. Muchos novelistas dicen que
escriben “para ser vistos”, y gran parte de las obras universales de la literatura
están escritas con esa misma fórmula: usando imágenes.
Muchos periodistas caminan en la dirección opuesta: caen en el vicio de la
abstracción pura y dura o, como diría el célebre psiquiatra Carl Jung, “en el
concepto seco, inhumano y puramente intelectual”. No escribimos para ser
vistos porque no tocamos las teclas de la imaginación, lo cual es casi un
crimen en la era de la imagen: el cine, la televisión, la publicidad en vallas y
hasta los envoltorios de los chicles rebosan de imágenes.
En los próximos capítulos hablaré de los titulares, de las entradillas, del
encadenamiento de párrafos y de cómo elaborar un guión antes de escribir la
primera línea. También expondré cómo encontrar lo novedoso, cómo ganarse
la confianza de las fuentes y cuándo conviene usar ciertas herramientas
imprescindibles. Pero antes de explicar todos esos trucos hay algo que, por
encima de todo, me gustaría mostrar: cómo convertir las palabras en
imágenes. O cómo convertir las imágenes en palabras. Es la clave de los
buenos reportajes.
Redactar noticias planas en estilo seco, desde lo más importante a lo menos
importante, es algo que se aprende en pocos días y de lo que apenas hablo en
este libro. Pero describir situaciones o personajes empleando las imágenes,
hacer vibrar a los lectores y transmitir emociones, es entrar en un nivel
superior. Y hoy día ese nivel superior es una de las pocas vías que nos
quedan a los periodistas para competir con la falta de tiempo y con el exceso
de información. Además, hay una nueva generación de personas que no están
habituadas a leer periódicos impresos, sino que prefieren la rapidez de
Internet, por eso hay que usar el cebo de las imágenes para engancharles.
Lástima que el simple truco de escribir con imágenes no sea muy popular
entre nosotros. Los artículos sobre economía están redactados con el lenguaje
de los impresos de Hacienda; las secciones de tecnología parecen manuales
para poner en funcionamiento una cámara de vídeo; redactamos
informaciones judiciales con la terrible jerga de los abogados. No me extraña
que mucha gente no entienda los periódicos. Hemos pagado caro nuestro alto
grado de desarrollo: la cultura moderna está infestada de palabras
“inhumanas” que pasan como saltamontes de una cabeza a otra y que son
difíciles de aplastar.
Cada vez que me toca leer las crónicas políticas suelo poner en marcha el
siguiente ejercicio: intentar transformar sus palabras en algo tan familiar
como una película. Y la mayoría de las veces no lo consigo. Me sale una
exposición de pintura abstracta, cuadros de Tàpies o de Miró mezclados con
signos mayas e ideogramas chinos, con lo cual, al final, acabo meditando
sobre la factura del teléfono o pensando que tengo que llevar el coche a
limpiar. ¿Alguien sabe qué forma tiene la “ciudadanía”, las “estructuras” o la
“implementación”? O peor aún, ¿cómo pasar a imágenes palabras como la
“solución”, la “acometida” o las “actuaciones”?
Y el colmo es que las jóvenes generaciones de reporteros han crecido en un
lecho lleno de palabras vacías: “evidenciar”, “comportar”, “factores”,
“funciones”, “optar”, “dinámica”. También se han dejado fascinar por
composiciones que no dicen nada:
“Hay que tener en cuenta”
“La verdadera problemática”
“El objetivo prioritario”
“En el plano operativo”
“Consolidación del sector”
“Proceso de transformación”
“El tema de…”
Y sobre todo, emplean el verbo “generalizar”. Nadie les ha dicho que todo lo
general es generalmente fantasmagórico.
Ninguna de esas palabras o frases produce un solo destello en la mente del
lector. Más bien origina un vacío metafísico. Por ejemplo, el verbo “tener”,
que se usa fatalmente en la frase “tiene contratados”; o “hacer”, un verbo que
sirve para tantas cosas que no define nada: “Esa política hace que las cosas se
tornen más problemáticas”.
Eso sucede, como decía la columnista Rosa Montero, porque la mayor parte
de los periodistas no tiene ambiciones literarias. Sumergirse en clases de
escritura creativa les daría muchas herramientas para dominar su técnica y
convertirla en imágenes.
Es verdaderamente difícil trasladar a la calle el lenguaje de los tribunales, de
la economía o de las resoluciones de la ONU, pero no imposible. Jostein
Gaarder, un profesor noruego de filosofía, se hizo famoso cuando publicó un
libro para explicar a los adolescentes la historia del pensamiento. ¿Su
método? El mismo que hace dos mil quinientos años empleó Platón: utilizar
el diálogo entre dos personas para exponer mediante ejemplos e imágenes la
complejidad de los conceptos filosóficos. Vendió veinticinco millones de
ejemplares en todo el mundo. Niñas y niños de menos de trece años se
convirtieron de la noche a la mañana en eruditos lectores de filosofía porque
Gaarder empleaba imágenes, ejemplos, símiles, comparaciones…
Alberto Knox, el maestro de la joven Sofía, le explica las bases de la filosofía
de Kant pidiéndole que se ponga unas gafas rojas (Jostein Gaarder, El Mundo
de Sofía. Ediciones Siruela. Madrid):
—¿Qué ves?
—Veo exactamente lo mismo que antes, sólo que todo está rojo.
—Eso es porque las lentes ponen un claro límite a cómo puedes percibir la
realidad. Todo lo que ves proviene del mundo de fuera de ti, pero el cómo lo
ves también está relacionado con las lentes, ya que no puedes decir que el
mundo sea rojo aunque tú lo percibas así.
—Claro que no…
[…]
—Kant opinaba que hay determinadas disposiciones de nuestra razón y que
estas disposiciones marcan todas nuestras percepciones.
—¿De qué clase de disposiciones de trata?
—Todo lo que vemos, lo percibiremos ante todo como un fenómeno en el
tiempo y en el espacio. Kant llamaba al tiempo y al espacio “las dos formas”
de sensibilidad del hombre. Y subraya que estas dos formas de nuestra
conciencia son anteriores a cualquier experiencia. Esto significa que antes de
experimentar algo, sabemos que, sea lo que sea, lo captaremos como un
fenómeno en el tiempo y en el espacio. Porque no somos capaces de
quitarnos las “lentes” de la razón.
—¿Quería decir con esto que intuir las cosas en el tiempo y en el espacio es
una cualidad innata?
—De alguna manera sí.
Según explicaba Gaarder en una rueda de prensa en Madrid a la que pude
asistir, “todo se puede contar de forma sencilla, y si no se puede explicar es
que no contiene ningún mensaje”. Es más, añadió que la historia del universo,
desde el Big Bang hasta la aparición del hombre, se podría contar en cinco
minutos.
Si Nietzsche, Ortega y Gasset, Platón y Schopenhauer nunca faltan en las
librerías de los centros comerciales es porque escribían con metáforas e
imágenes. ¡Y estamos hablando de filosofía, es decir, de un conocimiento
basado en conceptos puros y abstracciones complejas! El escritor alemán
Rüdiger Safranski vendió más de cien mil ejemplares de una biografía de
Heidegger, el mayor filósofo del siglo xx, y seguramente uno de los más
herméticos.
Escribir en forma clara, simple, y, sobre todo, con la conciencia de
crear un estilo. Siempre digo que busco escribir mis libros de manera
que yo mismo los pueda entender.
(El Cultural de El Mundo. 23-9-2004, página 8).
En el campo de la ciencia, los libros de divulgación de Adsuara, Hawking y
Asimov han logrado acercar al pueblo llano el complejo conocimiento de la
ciencia. Cuando le preguntaron a Hawking qué se podía hacer para trasmitir
la nueva física al gran público, el científico, desde su silla de ruedas,
contestó: “La física sólo parece incomprensible cuando se explica mal” (EPS,
Domingo, 20-3-2005). Así se comprende que uno de cada setecientos
cincuenta habitantes del planeta haya leído su libro Historia del tiempo, cuya
segunda edición simplificaba y mejoraba la anterior por deseo del propio
sabio.
Muy Interesante, una de las revistas más leídas de España, es un mensual de
divulgación científica que emplea un lenguaje sencillo y a la vez profesional,
y ahora incluso tiene una edición para niños. La clave está en la imaginación,
pues como decía Chejov, una imagen se puede convertir en pensamiento,
pero un pensamiento no se puede convertir en imágenes.
¿Y qué fórmula se debe emplear para escribir claramente? Ya he dicho que
las imágenes. ¿Y quiénes son en el mundo actual los maestros en convertir
las palabras en imágenes? Los guionistas de cine. Su técnica debería ser
enseñada en las facultades de periodismo y en las redacciones. En el fondo,
tienen la misma meta que los periodistas: contar una historia. ¿Por qué no
imitarles?
“Escribir guiones es el arte de convertir lo mental en físico”, explica Robert
McKee en sus hermosos consejos para los aprendices de guionistas de cine.
El truco consiste en crear correlaciones, es decir, que una narración no
describa ideas sino imágenes
Cuando el reportero hace el esfuerzo de aportar imágenes, convierte un texto
anodino en una pieza de enorme interés. Voy a poner un ejemplo.
Supongamos que vamos a contar la pérdida de autoridad de los maestros y la
violencia en las escuelas. Hemos hablado con maestros, con alumnos, con
asociaciones de padres, y hemos consultado las estadísticas de fracaso
escolar. Muchos novatos comenzarán su crónica hablando de estadísticas
sobre el fracaso escolar, las cuales irán acompañadas de declaraciones de
asociaciones de maestros y de comentarios de varios políticos de la
oposición. Es un relato de la realidad, no cabe duda, pero demasiado plano.
Uno de cada cuatro docentes considera que su tarea no sirve para
nada. El treinta y cinco por ciento de ellos confiesa que sufre alguna
enfermedad psicológica como neurosis o depresión. Esas son las
primeras conclusiones de un estudio encargado por el sindicato estatal
de enseñanza, SEE, y que demuestran el caótico estado de la
educación.
El servicio de ayuda al profesorado atendió el año pasado cerca de
mil cuatrocientas llamadas de auxilio de toda España denunciando el
acoso de sus alumnos: agresiones físicas, insultos en clase, desafíos
de adolescentes, material escolar destrozado, padres que acusan a los
maestros de maltratar a sus hijos. En resumen, los profesores se
quejan de sufrir cada día más agresiones y de haber perdido autoridad
en clase. “No podemos ir a nuestro trabajo con tranquilidad porque
estamos sometidos a una fuerte presión psicológica”, confiesa
Adelino Martínez, profesor de Matemáticas del instituto Cardenal
Cisneros de Jaén. Los profesores pierden su autoridad, y los alumnos
salen cada vez peor preparados. Según los últimos datos del
Ministerio de Educación, dos de cada cinco alumnos no acaba sus
estudios de bachillerato a tiempo.
Los lectores comprenderían mucho mejor esos problemas si se presentan con
imágenes. En el caso siguiente, el periodista se ha tomado el esfuerzo de salir
de las puras estadísticas, y se ha dirigido al corazón de las tinieblas. Ha
visitado un instituto en llamas. Y esto es lo que ha obtenido.
Sobre la pizarra, alguien ha escrito lo siguiente: “Maestra, te
odiamos”. Escupitajos por el suelo, libros rotos, pupitres rayados…
Bienvenidos al Instituto Cardenal Cisneros de Jaén, una de las peores
escuelas del mundo.
Con escuelas como ésta, no es extraño que el año pasado se recibieran
casi mil cuatrocientas llamadas al servicio de ayuda del profesorado
del Sindicato estatal de Enseñanza. ¿Motivo de las llamadas?
Agresiones físicas, insultos en clase, desafíos de adolescentes,
material escolar destrozado, padres que acusan a los maestros de
maltratar a sus hijos…
Eso explica que uno de cada cuatro docentes considere que su tarea
no sirve para nada. El treinta y cinco por ciento confiesa que padece
alguna enfermedad psicológica como neurosis o depresión. Los
profesores se quejan de sufrir cada día más agresiones y de haber
perdido autoridad en clase. “No podemos ir a nuestro trabajo con
tranquilidad porque estamos sometidos a una fuerte presión
psicológica”, confiesa Adelino Martínez, profesor de Matemáticas del
Instituto Cardenal Cisneros. Sin autoridad sobre los alumnos, los
profesores creen que no es posible crear un sistema educativo
eficiente, y por eso el fracaso escolar se extiende como una mancha
de aceite sobre los institutos. Según los últimos datos del Ministerio
de Educación, dos de cada cinco alumnos no acaba sus estudios de
bachillerato a tiempo.
Los párrafos anteriores poseen elementos más descriptivos, propios de un
guión de cine. En el siguiente ejemplo voy a subrayar las descripciones que
aportan potencia expresiva:
En la mañana del 11 de septiembre, las primeras imágenes de las
Twin Towers en llamas dejaron de pronto todos los relojes en
suspenso. El planeta asistía en directo a un ataque terrorista sin
precedentes. El vuelo 11 de American Airlines se empotraba como un
cuchillo al rojo vivo en un gigantesco trozo de mantequilla. El World
Trade Center, no sólo era uno de los iconos turísticos de Nueva York,
sino uno de los centros financieros más poderosos del globo.
Hombres y mujeres vestidos con los modelos más caros de la Quinta
Avenida, y con sueldos astronómicos, perecían instantáneamente por
el formidable impacto de un avión a 450 kilómetros por hora. La
mayoría no tuvo tiempo ni de santiguarse. Y los infelices que estaban
tomando un café en el bar del Windows of the World, el restaurante
instalado en el piso 106, sólo pudieron rezar cuando supieron que
bajo sus pies había una enorme bola de fuego y humo. Atropellados y
confusos, miles de empleados situados en las plantas inferiores
trataron de escapar de aquel féretro relleno de queroseno que no
tardaría ni una hora en desplomarse. De la misma forma, la torre Sur,
atacada dieciocho minutos después, se convirtió en una gigantesca tea
que se colapsó como un infernal castillo de naipes ardientes.
Los primeros bomberos que llegaron al pie de las dos Torres antes del
estruendoso derrumbamiento pidieron a su capellán que les confesara
antes de iniciar el salvamento. Sabían que mientras miles de
oficinistas luchaban por salir de allí, ellos tenían la obligación de
entrar en lo que se iba a convertir en su certera tumba.
La primera frase de los dos textos anteriores suscita poderosas imágenes. En
la mayoría de las buenas películas —comenta Linda Seger, especialista en
guiones—, el planteamiento comienza con una imagen, no con diálogos.
Ahora bien, ¿cómo convertir en imágenes sucesos menos animados?
Supongamos que tenemos que enfrentarnos a un desafío, por ejemplo, a una
pelea legal entre la comunidad de Madrid y el Gobierno estatal sobre
educación. Son debates insoportables y aburridos porque los detalles someten
nuestra comprensión a torturas irresistibles. En este caso es una cuestión
importante, porque afecta al futuro de millones de adolescentes, pero no tiene
el glamour de un partido de fútbol. Debería interesar a todas las familias con
hijos escolarizados, pero si no se cuenta con imaginación, nadie sabrá qué
está pasando. ¿Cómo atraer su atención? Veamos este texto farragoso.
El Consejo de Estado emitió ayer un informe en el que impide a la
comunidad de Madrid implantar en el próximo curso la separación de
alumnos en itinerarios en tercero de ESO establecida por la Ley
Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE). Este órgano consultivo
niega que el gobierno central, al aprobar el real decreto que retrasa
dos años la aplicación de la LOCE, haya derogado con "efecto
retroactivo" órdenes de las comunidades, pero advierte que éstas
“deben reajustarse” al nuevo calendario.
Realmente un pandemonium. Así que propongo esta versión.
A muchos chavales de catorce años les aburre estudiar Aristóteles.
¿Por qué no enseñarles cosas más prácticas? El gobierno de Madrid
quiere darles esa oportunidad el año que viene con los “itinerarios
educativos”, unas “autopistas” inventadas por la Ley de Calidad de la
Enseñanza (LOCE) que les permitirán, por ejemplo, escoger un
desvío hacia la tecnología. Problema: esa ley ha sido congelada
durante dos años por el gobierno central. ¿A quién deben hacer caso
los colegios? Pues al gobierno, según confirmó ayer el Consejo de
Estado. Aunque no les guste, los madrileños seguirán leyendo a
Aristóteles hasta los dieciséis años.
¿Se puede usar la técnica de la imagen en todos los casos? Creo que es
necesario. Pero hay que recordar que, en determinadas informaciones, los
lectores buscan la parte más práctica y útil (cuando se aprueban leyes de
consumo, de edificación, de la renta), y el abuso de la “literatura”, puede
entorpecer la lectura. Si se trata de las nuevas normas para construir casas, se
puede empezar con la imagen de cómo serán las edificaciones a partir de que
la ley entre en vigor.
El agua caliente provendrá de la energía solar. La distancia del
edificio a los árboles será de veinticinco metros. No oiremos el llanto
del hijo del vecino debido a las paredes aisladas. Los ancianos pisarán
sobre superficies no resbaladizas. ¿Estamos hablando del piso del
futuro? No. Es la nueva forma de construir viviendas, que entrará en
vigor el mes que viene.
A partir de aquí, el redactor tendrá que limitarse a las cuestiones técnicas, de
modo que todos los lectores tengan un documento fiable y exacto, no una
pieza literaria. Pero incluso las informaciones más técnicas tienen que ser
trituradas hasta que no quede ninguna duda en la cabeza del lector.
Y es que transformar la confusión en claridad es una tarea artesana que
requiere tiempo y cariño, pero a las ocho de la tarde esas cosas no existen en
un periódico. Una guillotina con cronómetro llamada “cierre de la edición”
corta cualquier ensueño. Parte de esa falta de tiempo se debe a la mala
organización de los rotativos españoles, pues la carga de trabajo nos conmina
a fabricar artículos “como rosquillas”: debemos rellenar demasiadas páginas
y no hay tiempo para embellecer párrafos conjugando hermosas frases. Una
verdadera lástima, porque es una profesión de artesanos. Pulir una frase es
como tallar un trozo de madera. La diferencia entre una mesa y una hermosa
mesa es la misma que entre un reportaje bueno y otro malo.
Uno de los métodos más sencillos para aliviar los reportajes de su pesada
carga de conceptos abstrusos consiste en humanizarlos. He aquí un ejemplo
de lo contrario:
La oferta, que ya cuenta con el apoyo del 55% del capital, ha sido
formulada por Corifeo Retail, sociedad controlada por la firma de
capital riesgo TGT Capital, y está condicionada a la aceptación por
parte del 75% del accionariado de Masterpapel.
Primer error: en este párrafo no hay seres vivos sino muertos como “la
oferta”, “el capital”, “sociedad”, “la firma”, “el accionariado”…
Segundo error: demasiadas composiciones vacías. “Que ya cuenta con el
apoyo”; “y está condicionada”; “por parte del”.
Tercer error: sustantivos sin sangre: “la aceptación”.
Cuarto error: verbos desinflados: “ha sido formulada”, “controlada”.
Tras pasar por el filtro de la bienaventuranza, el párrafo quedaría así:
Más de la mitad de los propietarios de Masterpapel (un 55%) desea
vender sus acciones a Corifeo Retail. Pero no es suficiente. Sólo
cuando el 75% de los accionistas den luz verde, Masterpapel caerá en
manos de Corifeo Retail, cuya dueña es TGT Capital, una sociedad de
capital riesgo.
Para empezar, como era un párrafo muy largo, hemos introducido tres
oraciones donde antes sólo había una, gracias a los puntos y seguido. Hemos
revivido a los muertos, pues “accionariado” y “capital”, pasan a ser
“accionistas” y “propietarios”, seres humanos. Y “condicionada por la
aceptación” se convierte en “si aceptan”. Y por último, “la oferta formulada
por” ha desaparecido por completo, así como “que ya cuenta con el apoyo”.
Muchos periodistas del mundo de la economía escriben “la firma” para
referirse a una empresa. Esa palabra no quiere decir nada. Hay que decir el
fabricante de cigarros, el estudio de televisión o el tercer productor de coches
del mundo. “La firma”, a secas, es un espíritu, como decir, “el ente”.
Además, en el texto mencionado hemos introducido una pequeña metáfora
(“caerá en manos de…”). El uso de las metáforas es una de las formas más
antiguas de decir las cosas con claridad. En el fondo, somos una especie que
se comunica con metáforas. Y si es el truco más útil de la buena literatura,
¿por qué no del periodismo?
En el mundo de la economía las expresiones metafóricas suavizan la dureza
del lenguaje. Se pueden emplear términos de casino como cuando se habla de
“jugar en Bolsa”, o “apostar” por ciertos valores. Algunas compañías
ambiciosas “mueven ficha”, o “lanzan un órdago”. También existen
metáforas deportivas como “tomar posiciones”, como los corredores de
carreras. Cuando un ejecutivo es sustituido por otro es que “pasa el testigo”.
Si es adelantado por la “competencia” entonces “le han metido un gol”. Las
empresas, como en el boxeo, pueden “bajar la guardia” ante determinadas
situaciones, y recibir un “golpe en el mentón”.
Las metáforas circenses son de las más explícitas en el lenguaje periodístico.
Hay gobiernos torpes cuya mala gestión les pone “en la cuerda floja”. Otros
ministros que han metido la pata salen “disparados” por una “catapulta”.
Determinados hombres de estado tienen que “mantener el equilibrio” de sus
cuentas si no quieren “caer en el vacío”.
Si una actriz sale del anonimato por su magnífica interpretación en una
película se convierte en una “estrella”. En el mundo del cine se disfrutan las
metáforas cósmicas. Hay actores que son tan buenos que se transforman en
astros que “brillan” muchos años en el “firmamento” cinematográfico. Y
cuando un largometraje fracasa se dice que pasó por las salas de cine “como
un cometa” y hasta se “extinguió”. Es más, lo peor que le puede pasar a un
actor es caer “en un agujero negro”. Incluso se puede probar suerte con una
metáfora más metafísica: se sumió en el “caos”.
En los momentos de crisis personales, sociales o políticas, se usa la metáfora
del edificio en ruinas: el gobierno se “desploma”; un equipo de fútbol “se
derrumba”, o los valores humanos se “desmoronan”. En los peores casos se
echa mano del vocabulario de los desastres naturales. Un país sumido en una
revolución social es como si estuviera sentado sobre un “volcán”. En esos
casos, el Gobierno trata a duras penas de mantener el orden, pero la situación
ha degenerado en una “tormenta”. Cuando las elecciones modifican
dramáticamente el mapa político se dice que por allí ha pasado un
“temporal”, un “ciclón”, y si la cosa es grave, entonces hasta hablamos de
“maremotos” o “terremotos” políticos que se llevan por delante a todo el
gabinete.
También existe la persuasiva metáfora marítima: un hombre deprimido se
“hunde” como una piedra en el agua. Cuando la economía de un país en
declive muestra algunos signos de recuperación decimos entonces que “ha
tocado fondo”, como un barco que se detiene en el fondo del mar. Y si el país
recupera el vigor, entonces significa que “sale a flote”, porque su patrón (el
Gobierno) ha cogido el timón y lo ha llevado “a buen puerto”. Es un buen
“salvavidas”.
Los estados de la materia son fuente exquisita de metáforas. Hay personas
“glaciales” y “oscuras”, o “impenetrables” como las piedras. Si las relaciones
entre dos países no producen ningún resultado es que están “congeladas”. Eso
puede derivar en una situación peliaguda entre los gobiernos que ponga las
cosas “al rojo vivo”, “candentes”. A partir de ahí hay riesgo de “colisiones”
o, incluso, de conflicto armado que produzca una “reacción en cadena” a
escala internacional.
Y metáforas de historia natural cuando se describe que una institución es
lenta porque reacciona como un “dinosaurio” o está “fosilizada”.
Y qué decir de las metáforas bélicas. El fútbol se puede convertir en un
fascinante “campo de batalla”, donde los equipos libran “guerras” que
guardan enorme parecido con los torneos medievales. Un equipo lanza un
ataque y el otro se defiende con todas sus armas.
En otras situaciones se suele emplear también la metáfora médica. Cuando un
gobierno debe tomar una decisión difícil, es mejor que “no le tiemble el
pulso”. A veces es necesario aplicar “el bisturí” a los gastos desmadrados,
emplear una “cirugía” o una “cura de adelgazamiento”. Entonces, no hay más
remedio que “cortar por lo sano”, o taponar las “hemorragias de dinero”. Y es
que los países, como organismos vivos, sufren “enfermedades”. Hay que
hacerles “diagnósticos” y aplicarles “recetas” para “salvarlos” de una “muerte
segura”. Si a pesar de todo, la economía tiene “el pulso débil” no hay más
“medicina” que aplicarle un “plan de choque” como los “electroshocks” de
medidas fiscales.
Las metáforas y los símiles del tráfico rodado se emplean cada día en las
páginas de la prensa. Cuando se toma una mala decisión se produce un
“patinazo”. Una persona asume la responsabilidad de una gran obra pública,
puede imprimir a las obras una “velocidad vertiginosa” o, por el contrario,
“poner el freno” a la misma si resulta un fiasco. Puede “acelerar” los trabajos
hasta que lleguen a su “velocidad de crucero”. Hay incluso ingenieros que
son “el motor” de algunas empresas. Y no hay que olvidar que después de
muchos años de crisis, las empresas “ven luz al final del túnel”, y hasta salen
del agujero. Y si un directivo se halla ante una decisión compleja, se
encuentra en un “callejón sin salida”. Pero siempre existe la posibilidad de
que el consejo de administración apruebe sus planes audaces, y les dé “luz
verde”.
Metáforas o adjetivos. Lo importante es insuflar vida al reportaje. El
inconveniente de este truco es que su uso cotidiano le ha restado bastante
fuerza. Ya no sorprende. Cuando un locutor nos dice que en las horas punta
hay “retenciones kilométricas”, o cuando la chica del tiempo nos avisa de que
los vientos son “de componente norte”, nos suena a dejà vu, y cada vez que
leemos o escuchamos cadenas de palabras con adjetivos desgastados, nos da
la impresión de que allí no hay nada original, como esos pasajes de novela en
que un personaje mira a otro “con avidez”.
El fabuloso diccionario Redes, que compendia las combinaciones más
frecuentes del idioma español, es la prueba de que hemos oído millones de
veces las mismas frases: así, el adjetivo “demoledor”, ya no tiene una
contundencia demoledora, pues lo hemos combinado de mil formas: “ataque
demoledor”, “crítica demoledora”, “golpe demoledor”, “ofensiva
demoledora”… Uno se pregunta por qué la sequía siempre tiene que ser
“pertinaz” y por qué las mujeres del tiempo anuncian en televisión que hay
“nubes de evolución” (será “en movimiento”, pues la evolución suele ser un
cambio de estado, no de posición).
Ni siquiera el ser más solitario del mundo puede esquivar la abrumadora
lluvia diaria de frases compuestas, pues basta disponer de una radio para
quedar atolondrado por las repeticiones. La repetición acaba por aburrirnos
pero, aun así, los periodistas siguen usando las mismas cadenas de palabras
para contar lo que hay de nuevo cada día. Si lo que hay de nuevo se cuenta
con los materiales de lo que ya existía, nada ha cambiado. Usamos lo de ayer
para narrar lo de hoy.
Afortunadamente, sobreviven algunos robinsones en este archipiélago de
lugares comunes. García Márquez es uno de ellos: uno de sus rasgos más
destacados es que emplea adjetivos insólitos, rompiendo con la plomiza
tentación de las palabras usadas. Y como él, hay muchos periodistas
repartidos por el mundo que renuncian a la tradición de echar mano de las
“cadenas mentales de palabras”, y que ejercen su profesión con un poco más
de esfuerzo, buscando, aunque sea en el diccionario de sinónimos,
alteraciones del lenguaje que produzcan efectos mágicos. He aquí un
ejemplo.
Una semana después del crimen, un muchacho de la región fue
detenido por la policía en una casa de tolerancia. Se comprobó que
tenía tres días de estar allí, entregado a las caricias de una
complaciente y costosa amiga. Sorprendido, el muchacho, sin
ocupación conocida, no pudo explicar el origen de su dinero.
Rápidamente la policía construyó su hipótesis y acusó al muchacho
del crimen de los ancianos. Pero faltaba algo más: los cómplices.
Después de un interrogatorio agotador, el acusado mencionó cuatro
nombres. Eran cuatro muchachos de la región —una cuerda de
alegres muchachos—, que inicialmente negaron sistemáticamente su
participación en el crimen. Pero poco tiempo después confesaron.
Fueron juzgados y condenados.
(García Márquez, Gabriel, Primeros reportajes. Consorcio de
Ediciones Carriles. Caracas,1990).
La disociación de los sustantivos y los adjetivos transmite emociones nuevas
que el lector disfruta con todos sus sentidos. Pero este juego puede
quemarnos las manos. El que no aprenda a dominar la técnica de la
adjetivación hará el ridículo. Quien en lugar de “los dientes” escriba “las
teclas de la boca” acabará matando de risa al lector. En esta magia uno se
queda corto o se pasa de la raya. Muy pocos se quedan en el justo medio
aristotélico.
Para explicar el extraño uso de adjetivos originales voy a poner un ejemplo
sacado de un relato corto de Borges titulado Las ruinas circulares, incluido en
Ficciones.
Dice una oración: “Hacia la medianoche, lo despertó el grito inconsolable de
un pájaro”.
La atracción de esta frase radica en la fuerza de su evocación. Ese pájaro es
casi humano. No gorjea sino que grita. Y aunque percibimos su tristeza no le
podemos consolar porque es medianoche y no podemos verlo posado sobre
un árbol. El grito inconsolable suena a llanto de un bebé que no se quiere
dormir, o al de un niño que ha sufrido una fuerte conmoción. Es un pájaro
que sufre, que está solitario sobre una rama. Pide ayuda, pero nosotros no
podemos hacer nada porque estamos tan solos como él. La perfección de un
adjetivo es la medida de su fuerza emocional, de la transmisión de
evocaciones.
Y ahora veamos cuántas versiones podemos crear y qué transmiten.
—“Lo despertó el grito de un pájaro.” La forma más sencilla y la más
anodina.
—“Lo despertó el grito apagado de un pájaro.” Yo personalmente nunca he
entendido esta metáfora (el grito apagado), tan usada en las crónicas de
sucesos y crímenes, porque me parece una contradicción. O se grita o se
calla. Es como decir “el sonido silencioso” o “la luz oscura”. Son adjetivos
opuestos a la naturaleza de la cosa que describen.
—“El grito soberbio.” Es preciosista, pero no preciso.
—“El grito desbordante.” Es rancio e hiperbólico. Y los gritos, por muy
poetas que seamos, nunca serán desbordantes.
—“El grito lloroso.” Se parece más al original, pero no tiene tanta fuerza
porque no nos anima a apiadarnos del bicho.
—“El grito apesadumbrado.” No está mal pero no llega a la fuerza emocional
del primero. Nos parece un pájaro “quejumbroso”, y esa no era la idea de
Borges.
—“El grito sin fin.” Parece de película de terror. Es una composición
facilona, del que ha escrito lo primero que se le ha ocurrido.
—“El grito ignorante.” Es una estupidez que cometen los novatos.
—“El grito inútil.” Muy apetecible si estuviéramos a punto de matar al
pájaro, pero en la noche y en medio de la selva, nuestras escopetas no sirven
de nada.
—“El grito simbólico.” Tan raro que el símbolo sólo lo entiende el autor.
—“El grito seco.” De tintorería. Tan limpio que da repelús.
En resumen, las imágenes son la forma más elemental del pensamiento. Los
periodistas que aprendan a dominar esta técnica usando metáforas, adjetivos
y las reglas de los buenos guiones de cine, tendrán más éxito a la hora de
despertar la emoción de sus lectores.
2. TITULARES: ASÍ SE VENDE UNA NOTICIA
El pescado se vende por el color, y el periódico por su titular.
Hay noticias que “venden” mejor que otras. La palabra “vender” quizá sea un
poco fea, pero se ha metido en la jerga periodística de forma inevitable. “Hoy
al cronista que llega de hacer una cobertura su jefe no le pregunta si la noticia
que trae es verdadera, sino si es interesante y si la puede vender”, afirma
Ryszard Kapuscinski. Quizá seamos víctimas de ese giro comercial de la
profesión y de la feroz competencia entre los medios de comunicación, pero
no cabe duda de que una portada plagada de buenos titulares puede propulsar
las ventas.
Y eso se comprueba cuando se encuentran titulares adecuados. Veamos cómo
se hace:
Un biólogo español logra identificar la causa de su ceguera
Si es ciego, el lector se pregunta cómo ha descubierto ese señor la causa de su
ceguera. Dado que no puede ver por un microscopio, ¿qué instrumentos ha
utilizado?
Ese titular “vende” bien porque produce estupefacción e interrogantes. Igual
que las novelas de intriga o las asfixiantes secuencias de un thriller, un buen
titular deja una puerta abierta a las incógnitas, y nos empuja a seguir leyendo.
Es como entrar en un parque de atracciones.
El científico citado se quedó ciego con 47 años, y nadie sabía explicarle por
qué. Un médico le diagnosticó retinopatía periférica aguda zonal, pero no
determinó la causa. Tras muchos años trabajando con un equipo de
científicos, el biólogo de la historia descubrió que, detrás de su mal, estaba un
hongo maligno. Y como todo hongo se combate con fungicidas, empezó un
tratamiento eficaz, y colorín colorado.
Bien: no sólo es una historia llamativa sino que demuestra la voluntad de un
ser vivo de luchar contra la adversidad. Abre una puerta a la esperanza, cosa
que suele gustarnos, a los mortales.
Desgraciadamente, no todas las noticias son tan jugosas. Hay noticias que son
muy importantes pero que cuesta mucho vender a los lectores. Y en ese
momento, más que nada en el mundo, es necesario el genio de la titulación
para saber vender una historia.
Primera lección: por más que nos esforcemos, hay un momento en que no se
puede retorcer un titular porque corremos el riesgo de caer en el
sensacionalismo. Si la Casa Blanca quiere reanudar el diálogo con Corea del
Norte, tendremos que conformarnos con dar esa información diciendo que
desean dialogar. Sería un error poner “EEUU y Corea tratan de evitar la
guerra”. Está fuera de sentido. No hay una guerra inminente, sólo relaciones
diplomáticas deterioradas.
El titular es la prueba que demuestra la potencia intelectual de los periodistas,
pero también su exactitud. Es una cuestión de buen gusto y de picardía.
Todos los directores saben que los medios impresos son productos
intelectuales. Los titulares muestran ideas, ingenio, enfoques definidos y
ángulos, en resumen, son el anzuelo con el cual enganchamos a nuestros
lectores, y los arrastramos a una noticia o a un reportaje.
Por eso una de las preguntas más frecuentes de los redactores jefes al
reportero que ha traído una noticia es: “Todo lo que me cuentas está muy
bien, pero ¿cuál es el titular?”. Porque sin un buen titular, esa gran noticia
corre el riesgo de convertirse en un breve de pocas líneas. “Un buen
periodista no consigue noticias, las hace importantes.” Lo dijo Jackie Cooper,
redactor jefe del inexistente Daily Planet, el periódico de Superman.
Los titulares se cocinan de muchas formas: los hay fortuitos, debidos a una
declaración extemporánea de un político que se va de la lengua y denuncia
que sus adversarios son corruptos porque aceptan sobornos. Los periódicos
están repletos de acusaciones y réplicas de los políticos, la mayor parte de las
cuales carece de interés porque forma parte de su juego cotidiano; pero
parece que ésa es la única forma de llenar las páginas de información
nacional en la prensa española. También hay otra forma de cocinar un titular:
provocándolo. Surge cuando el reportero se ha preparado bien una entrevista,
o cuando acude a una rueda de prensa con ánimo guerrero, planteando esa
pregunta que hace sudar tinta y que produce segundos de desconcierto.
La prensa italiana es la que ha desarrollado el estilo más ingenioso de fabricar
titulares. “Nadie puede derribarme.” Así, entre comillas, suele aparecer una
frase que se adjudica, por ejemplo, al primer ministro de Italia. Pero si se lee
atentamente la información, se comprueba que en ningún momento el Primer
Ministro menciona esas tres palabras seguidas. Es un resumen de su postura
política, porque más bien habla de que está siendo atacado por todos los
flancos pero él no está decidido a dimitir. Los italianos aceptan esta clase de
titulares engañosos porque entre ellos y la prensa se ha establecido un pacto
de entendimiento. Nadie se escandaliza, pero en España esos titulares pueden
llevar al periodista ante los tribunales porque está poniendo en boca de un
político una frase que nunca ha pronunciado.
Yo he empleado esta titulación “a la italiana” en alguna ocasión y siempre
esperando la comprensión de los lectores. Fue tras una de las primeras visitas
de Bill Gates, el fundador de Microsoft, a España. Ya presidía una de las
mayores empresas del mundo y no se me ocurrió otra forma de titular que
ésta: “Me llamo Bill Gates y soy multimillonario”. Por supuesto, el señor
Gates nunca dijo tal cosa, pero en la rueda de prensa nos abrumó a todos con
su historia de éxito. Eran unos años en los que los jóvenes aprendices de
empresario querían ser como él, y ese titular me pareció la mejor forma de
reflejarlo.
La prensa británica también emplea esa fórmula, pero no comete la osadía de
entrecomillar frases que no se han dicho nunca. Por ejemplo, para describir el
rechazo que algunos ciudadanos europeos sentían por su Constitución, el
diario británico The Times expuso lo siguiente:
Nos están lavando el cerebro para que digamos “Sí”, dicen los disidentes de
la Unión Europea
Es un resumen de su postura, pero no existe esa frase en el texto.
Otra de las ventajas de la prensa anglosajona es que pueden eliminar los
artículos determinados e indeterminados, las preposiciones y las
conjunciones.
School refuses a place to boy who lives next door
(Un colegio rechaza dar una plaza a un niño que vive al lado)
Físicamente, se puede medir con una regla la diferencia entre estos dos
titulares. Además, a la hora de vocalizar, el inglés reduce muchas palabras a
un sonido silábico a causa de la diptongación.
Police forces sweep Britain to investigate crime wave
Lo cual suena así:
Polis forss suip britenn to investigeit craim weif
Y, también, es un idioma que emplea menos espacio para decir lo mismo que
en español, porque la mayor parte de sus palabras no tiene más de dos
sílabas, mientras que el español emplea tres o más sílabas.
Cuando estalla una noticia truculenta, es relativamente fácil encabezarla el
primer día con un buen titular. “Se derrumba un túnel del metro y arrastra
varios edificios de viviendas.”
Después vienen los problemas porque hay que hacer el “follow up”, el
seguimiento, y llegará un día en que, aquellos lectores que no se hayan
molestado en seguir la trama, perderán la brújula si se desayunan una mañana
con algo como “Trocóniz niega que haya aprobado el informe de
Urbanismo”. ¿Quién es Trocóniz? ¿De qué va ese informe?
Eso sucede porque hay historias cerradas y abiertas. Las primeras nacen y
mueren en poco tiempo. Son las ideales para los náufragos. Si un día les llega
un periódico en una botella de cristal a su isla desierta, podrán entenderlas:
un partido de fútbol, un horrible crimen, un desastre natural. Pero, si
encuentran una página que dice: “El túnel del metro ya registró movimientos
el pasado octubre”, se quedarán en ascuas. No lo entenderían. Es un titular
que no tiene interés para quien no sepa que ese túnel se derrumbó hace meses
y que hundió un montón de viviendas, dejando en la calle a cientos de
familias.
Todo se soluciona con el llamado “párrafo nuez”, que nos hace un breve
resumen de lo que ha sucedido hasta ahora. Pero muchas noticias en España
no pasan la prueba del náufrago porque los reporteros tienden a omitir en sus
artículos esas explicaciones imprescindibles.
Los titulares también delatan la personalidad del periódico. Un breve repaso
por sus primeras páginas revela si son sensacionalistas o comedidos, de
derechas o de izquierdas, progubernamentales o de la oposición. Y lo mejor
de todo es que cada uno tiene su legión de seguidores.
En algunos medios hay personas encargadas de encontrar los titulares para la
primera página. Un buen titular puede incrementar las ventas del día si se
sabe presentar tipográficamente bien, y si resulta atractivo durante esos pocos
segundos en que pasamos delante de un kiosco de prensa.
Hay directores que piensan que un titular en la portada tiene que angustiar a
alguien en alguna parte del país. En cualquier caso, el trabajo intelectual de
encontrar el titular más conveniente es un esfuerzo que vale la pena realizar
en todas las páginas del medio impreso.
The New York Times ha desarrollado un alto grado de finura en los titulares
de sus reportajes, pues combina elegantemente la información, la curiosidad
y la opinión. Un reportaje sobre la inauguración de un parque de atracciones
decía esto: “Cuatro minutos de pánico en un terrorífico viaje con una
momia”. Y uno sobre si la justicia militar es eficiente decía: “Por qué la
justicia militar puede parecer injusta”.
Los periódicos económicos padecen la grave enfermedad de que sus titulares
no resultan atractivos en la mayoría de los días de la semana, a pesar de que
relatan cosas muy importantes. Si suben mucho los tipos de interés, quizá nos
encontremos frente a la oficina de desempleo dentro de pocos meses. Pero
aunque esa noticia afecte radicalmente a nuestra vida, no suele llamar tanto la
atención como saber que una actriz famosa se ha roto un pie en un rodaje;
entonces, tratamos de enterarnos de si sufrió mucho, a pesar de que su tobillo
no nos cueste el puesto de trabajo. Así son las cosas.
En parte se debe a que la prensa económica se dirige a especialistas. Al
público normal y corriente no le interesa si la empresa textil X vende más o
menos, o si gana mucho dinero. Nosotros compramos sus productos, y lo
único que nos interesa es saber cuándo empiezan las rebajas.
Pero unido a esta desnaturalización de partida, los periodistas económicos se
esfuerzan muy poco en ayudar a interesarnos por sus informaciones. Llenan
los titulares con acrónimos: REE, UE, ABB, FMI… o signos %, $, €, &, o
cifras que, por mucho que se quiera, no se leen igual que si estuvieran
escritas en letra: 345 millones, 2.877 empleados, 6,888 puntos…
Una carrera de obstáculos. Y luego viene lo peor: dado que la prensa
económica no suele estar llena de crímenes, sino de personas que son
despedidas, de inexpresivas fábricas de acero, de nombramientos de personas
desconocidas, de tipos de interés que suben o Bolsas que bajan… lo más
divertido que podemos esperar de sus páginas es que un señor (y digo señor
porque la mayoría son señores, no señoras) nos cuente cómo ha triunfado.
Desgraciadamente, ni eso se presenta bien.
A pesar de que el titular dice que “Mármoles Pérez triplica sus beneficios”, el
señor Pérez sale en la foto con cara de estar padeciendo una gastritis de tanto
dinero que gana. El titular contradice la imagen. Es decir, que si un director
de cine tuviera que hacer un guión con esas caras, en vez de rodar la vida de
millonarios o de gente que consiguió el éxito gracias a su formidable empuje,
rodaría la vida de fracasados o amargados.
La combinación ideal es aquella en la que el titular hace un guiño a la foto.
“Corea del Norte se burla de las amenazas y proseguirá su carrera nuclear.”
En la foto aparece un soldado de Corea del Norte que muestra una sonrisa de
oreja a oreja. Hemos dado un paso más, pero ello requiere un esfuerzo de
edición suplementario, pues hay que buscar la foto que combine con la
noticia que deseamos publicar.
A veces uno tropieza con abstracciones en los titulares como el euribor, el
cash flow, o la due dilligence, que serían imposibles de llevar a la pantalla.
¿Se puede evitar? Creo que se puede mitigar. Es mejor hacer titulares con
menos información que llenarlos de anagramas. “REE pierde 220 millones de
euros en el primer trimestre de 2004 y despide a 3.300 empleados.” Yo quizá
preferiría haber escrito: “REE despide a 3.300 empleados”.
Es decir, cifras las justas. El ojo humano percibe con dificultad una cifra en
un titular. Dos me parece un galimatías. Y para los seres humanos es más
dramático el despido de miles de personas que las pérdidas de una empresa,
aunque sean las dos caras de la misma moneda. El analista financiero irá al
primer titular, porque en su mundo se compran o venden acciones por las
cifras de beneficios o pérdidas, pero el resto del mundo se solidariza con las
víctimas de carne y hueso, no con las cifras.
Y en cuanto a los titulares más anodinos, creo que deben ser resueltos con
imaginación. “Globo compra Editorial Espejo”, es una frase que no suscita
gran interés. Pero imaginemos que Espejo tiene los derechos de publicación
de las novelas de Agatha Christie. Entonces es mejor titular así: “Globo ficha
al inspector Poirot”. Y la foto más adecuada sería la del famoso inspector
creado por la novelista inglesa.
Contradicciones, interrogantes, curiosidades, drama… Los titulares deben
despertar alguna clase de emoción o de interés, pues el lector pasa la vista
rápidamente por las páginas del periódico y se detiene en lo que piensa que le
puede servir para estar mejor informado o aprender algo nuevo. “Roban un
bosque de 30 hectáreas.” “Un ministro lleva a su familia de paseo en
helicóptero oficial.” “Descubren una vacuna contra la depresión.” “Inventan
un método para leer el pensamiento.”
En los reportajes a mí me atraen, especialmente, los encabezamientos que se
plantean como preguntas. “¿Se puede aprender inglés en tres semanas?”
“¿Hay que votar a este candidato?” “¿Pudo evitarse la catástrofe de
Pernambuco?”
Uno de los titulares más chocantes que he leído en mi vida lo encontré en una
revista de negocios americana. Trataba de explicar el éxito de Alka-Seltzer,
los comprimidos efervescentes contra la acidez estomacal, y al reportero no
se le ocurrió mejor forma que usar una composición alegre: “Blop-blop, fizz-
fizz”. Es la onomatopeya del acto de dejar caer en un vaso de agua dos
pastillas del medicamento que chisporrotean inmediatamente. Casi se podía
oír ese titular.
Hay que tener cuidado con el exceso de imaginación, pues puede desembocar
en la manía de producir títulos espectaculares, pero exagerados, tan propios
de la prensa amarilla: “Los franceses echan un cubo de basura sobre la
Constitución europea”. Y al final resulta que el cincuenta y uno por ciento de
los votantes rechazan la carta magna, pero que sólo votó un tercio de los
electores. No era para tanto.
Como redactor jefe obsesionado por atraer un domingo la curiosidad de los
lectores, titulé una vez una noticia sobre la posible compra de un banco
grande por otro mediano de la siguiente forma: “¿Los ratones comen
elefantes?”. Fue un experimento que causó cierto malestar en mis superiores,
pero, por lo menos, pude hacer un ensayo en mi pequeño laboratorio de I+D.
Hoy no lo haría tan descaradamente.
El error más frecuente consiste en emplear encabezamientos nebulosos que
expresan cosas desconocidas. “El asilvestramiento de la humanidad.”
“Ficciones interrumpidas por la psicoterapia gestaltista.” “El mensaje de la
belleza.” “Los buenos deseos de una persona inconsolable.” Son tan
generales y anónimos que sólo pueden inducir a la lectura en los domingos
lluviosos por la tarde, cuando no hay partidos de fútbol.
Igual de malas son las frases elegidas por un reportero para ilustrar una
entrevista. “Nuestros productos son de máxima calidad.” Si eso es lo más
llamativo que podemos escribir de un empresario de éxito, es mejor que
cambiemos de sección. Todos los empresarios que conozco fabrican
“productos de calidad”, todos son “líderes en su segmento”, y cada uno de
ellos piensa que “las ventas tienen que incrementarse”.
Lo contrario sería la verdadera noticia. “Lo admito: fabricamos productos de
mala calidad.” Si alguien es capaz de confesar esto, y de probar que sus
productos se venden como churros, entonces podemos prestar oídos a sus
consejos, porque quizá nos dé las claves de algo importante.
Hay miles de formas de titular, desde los socorridos títulos de las películas
como “El año que vivimos peligrosamente” para hablar de las dificultades del
cine español para competir con el americano; a los refranes (que a mí me
parecen muy flojos) o los guiños, como “La obesidad, un negocio de mucho
peso”.
A todos nos gustaría disponer de cinco columnas (el tamaño normal de la
prensa española), para encabezar nuestros magníficos reportajes, pero a veces
hay que dejarlos en tres, dos o una columna. Y aquí es donde se muestra el
oficio de un buen titulador. Una vez leí la información de un delantero de un
equipo de fútbol alemán, que cuando estaba a punto de meter un gol, fue
derribado por el portero adversario. El árbitro pitó penalti, pero cuando se
acercó al delantero, éste le confesó que no había razones para pitar penalti. El
árbitro admitió que nunca le había sucedido eso en veinticinco años de
profesión. Rectificó y se reanudó el partido. El reportero o quien fuera tituló
así: “No ha sido penalti”.
No era la mejor forma de encabezar la información, porque esa frase puede
provenir de alguien del público o de los jugadores afectados por la decisión.
Es una información poco precisa y nada sorprendente. Yo habría titulado de
alguna de estas formas: “Un jugador honesto”; “Insólito: un futbolista que no
se tira a la piscina”; “El insólito caso de Klose”; “Klose, alias “el honesto”;
“El juego limpio de Klose”…
Y seguro que se pueden encontrar enfoques más originales.
Cuanto más concreto sea un titular, mejor, es signo de claridad intelectual.
“Canal 3 y Telefam incumplen el Código de Autorregulación.” Fatal.
Desconocemos el código de autorregulación y tampoco tenemos ganas de
aprenderlo, de modo que nos quedamos a oscuras. Sin embargo, esto suena
mejor: “Canal 3 y Telefam emiten escenas para adultos en horario infantil”.
Aquí hay más chicha, porque hemos ido directamente al corazón de la
noticia.
Gran parte del éxito de los diarios más vendidos radica en la elegancia de sus
encabezamientos. “Belén Padilla denuncia que ClanTV no respeta su contrato
de propiedad intelectual.” Más de lo mismo. Conocemos a la actriz Belén
Padilla, pero no sabemos qué es ClanTV ni hemos leído su contrato, eso
forma parte de sus negocios personales. Para acercar la noticia a la esfera de
intereses de los lectores, hay que hablar de lo que ellos conocen: su
programa. «Belén Padilla califica de fraude el cierre de su serie “Contigo al
fin del mundo”.»
No hay que tener miedo a interpretar las noticias, pues el lector no sabe
valorar qué hay de importante detrás de un hecho para que merezca aparecer
en su diario. Por ejemplo, imaginemos que el Estado de Connecticut ejecuta a
un criminal. Bueno, ya sabemos que eso sucede en Estados Unidos, donde es
habitual aplicar la pena de muerte. Otra cosa es decir que “El gobierno liberal
de Connecticut ejecuta al primer reo en veinte años”. La cosa es diferente,
porque un lector de educación media sabe que los liberales no suelen aprobar
la pena capital. Eso es cosa de los republicanos. Si damos ese paso en el
titular, estamos interpretando la noticia, y destacado sobre nuestros
competidores.
En resumen, para muchos periodistas el momento de la titulación de la
primera página es el más creativo y divertido de la jornada. Los diarios
deportivos tienen mucho margen para la imaginación. Los de información
general tienen que ponerse un poco más serios, y los de información
económica, desgraciadamente, hacen todo lo posible por dormirnos de
aburrimiento. Pero en los tres casos hay que encontrar la vía para vender
ideas. La imaginación al poder.
Pero los encabezamientos no vienen solos sino acompañados de un batallón
de subtítulos, antetítulos, sumarios y ladillos que visten la información.
Imaginemos un titular como este: “La pulga salta al campo”. Es colorista,
pero no da mucha información hasta que leemos el subtítulo, que lo aclara
todo: “El diminuto Pérez, de 17 años, se estrena como jugador de Primera
División con una goleada”.
De esa forma ahorramos tiempo a los lectores, que pueden decidir, en pocos
segundos, si les interesa leer esa información. Inconscientemente agradecen
ese esfuerzo de los reporteros.
Un periódico debería ser comprendido de cabo a rabo a través de sus
titulares, subtítulos, antetítulos, sumarios y ladillos. Es decir, sin sumergirse
en cada noticia, porque eso supondría invertir más de tres horas diarias con
todo el papel. Vestir las noticias con esos elementos es una tarea artesanal
que requiere mucha dedicación, y cuando se tiene “oficio” se resuelve en
poco tiempo. Pero muchos no se lo toman muy en serio.
Imaginemos que empleamos el siguiente sumario para resumir una crítica de
un libro: “La enigmaticidad del título se resuelve en clave faulkneriana: hay
un antes y un después en el intento de desplazar la subjetividad nuclear”.
Enigmático de veras. Con semejante sumario, hay que ser muy masoquista
para sumergirse en el artículo, sobre todo si está escrito con el mismo
lenguaje.
Los sumarios, los subtítulos, los antetítulos… tienen que estar enganchados al
titular como si fueran los vagones del tren. Supongamos que un rico magnate
dice que va a destinar toda su fortuna para ayudar a los enfermos del cáncer.
Jonás Bellido dona su fortuna a un hospital impulsado por el triste recuerdo
de un familiar
Y cuando recorremos el subtítulo, nos encontramos con esto: “Los médicos e
investigadores lo celebran con cava”. Grave error. Nosotros queremos saber
qué le sucedió al familiar de Jonás; la alegría de los médicos está en segundo
nivel de interés. Queremos saber algo de una tragedia humana, y no hay cosa
que nos mueva más a la lectura que una tragedia. ¿Qué le pasó a ese familiar
para que Jonás haya donado tanto dinero? Entonces empezamos a leer el
texto y a mitad de camino nos enteramos de que su hermano pequeño falleció
de cáncer y que eso le produjo un enorme desconsuelo a Jonás. Precisamente,
esa información debería aparecer en el subtítulo. “Un cáncer de pulmón
acabó con la vida de su hermano hace tres años.”
Una buena serie de elementos de apoyo debe actuar como los tráileres de las
películas: de un vistazo, nos hacemos una idea del largometraje gracias a una
rápida sucesión de escenas. Chico quiere a chica; ella tiene enfermedad
incurable; chico convence a médico especialista para que la salve; chica se
enamora del médico; chico se enfada y comete crimen… Gracias a ese trailer
tan sencillo, sabremos si nos apetece ir a ver ese filme o preferimos
quedarnos en casa contemplando películas bélicas.
Lástima que algunos tráileres de las películas españolas sean visualmente
incomprensibles (el chico, la chica y el médico aparecen con cara de angustia
existencial en diversas secuencias que no guardan ninguna relación). Y es
que ese defecto congénito tan español aflora en todas las manifestaciones
culturales, incluida la prensa. Los sumarios, antetítulos y títulos, así como las
frases entrecomilladas, no son el trailer de una información ni el resumen de
lo mejorcito. Vienen contaminados por el mismo vicio: frases fantasmales y
nebulosas. No hay modo de enterarse de qué va la historia. Y, desde luego,
nadie quiere perder el tiempo en descifrarlo o, como se dice ahora,
desencriptarlo.
3. LA PRIMERA PUERTA
Cuando una revista literaria preguntó a António Lobo Antunes cuáles eran
sus diez lecturas preferidas, el escritor señaló entre ellas a Reader´s Digest,
una revista norteamericana que se difunde en unos veinte idiomas (también
en braille) y que en sus mejores tiempos ha llegado a imprimir más de
veintitrés millones de ejemplares en sesenta países. Se calcula que es leída
por cien millones de personas.
Descubrí Reader’s Digest cuando era muy pequeño y hoy sigo pegado a sus
páginas como el adulto que saca del baúl sus viejos recuerdos, pero también
porque nos enseña lecciones fundamentales de periodismo. Es el mejor
manual práctico que existe. Si tuviera que dar una clase sobre cómo escribir
buenos reportajes, entregaría a los alumnos una pieza de Reader’s, porque allí
está la primera ley de nuestra profesión: hacer fácil la lectura.
El fundador, DeWitt Wallace, conocía la química de esta profesión:
periódicamente seleccionaba artículos de otras revistas y, como si estuvieran
hechos de materia gaseosa, los sometía a un proceso de condensación que los
reducía a una cuarta parte de su tamaño original. Hoy la revista sigue
presentando esa selección de artículos escogidos, pero también añade
reportajes de su propia cocina.
Hay informaciones sobre cómo mejorar la salud, educar a un niño violento, la
vida matrimonial, el misterio del cosmos, o un caso real de supervivencia en
un naufragio… Todos esos artículos contienen muchos ingredientes que los
hacen sabrosos a la lectura y que están explicados en el manual de RD para
sus redactores, pero creo que todo se resume mejor contando cómo redactan
el primer párrafo de sus historias.
Como, por ejemplo, este:
Una recién nacida de cuatro semanas, Saylor Kirkpatrick, se estaba
muriendo. Yacía inmóvil en un hospital de Estados Unidos, conectada
a una maraña de tubos y cables. Nacida en noviembre de 2003,
padecía una grave enfermedad congénita del hígado y necesitaba un
trasplante con urgencia.
Esa puerta que RD abre con tanta amenidad permite entrar en los artículos
como quien entra en casa de un buen amigo: es la entradilla, el arranque o el
lead, y tiene que funcionar como un trailer de cine: presentar a un persona
frente a un conflicto, o un grupo de personas ante un enigma.
Mientras se precipitaba a tierra a 2.500 metros por minuto en un
avión F-16C, Chris Strickling, piloto de 31 años de los Thunderbirds
de la Fuerza Aérea estadounidense, se percató horrorizado de que
estaba a punto de estrellarse.
¿Se salvará? ¿Se estrellará? Si despertamos la curiosidad del lector, éste se
sentirá empujado a seguir leyendo.
Los guionistas de cine dicen que, en la mayoría de las buenas películas, el
planteamiento comienza con una imagen que nos proporciona una idea
adecuada del lugar, el ambiente, y la época en que se desarrolla la historia.
Esos primeros segundos son esenciales para meter al espectador en la
historia, y cuanto más visuales y metafóricos sean, mucho mejor para la
película. No se puede dejar al espectador sumido en el vacío desde el
principio, pero sí en la intriga. La novela moderna está construida con ese
método, y en los cuentos y relatos cortos es casi un crimen no tener un buen
comienzo.
El éxito de The Wall Street Journal consistió en producir comienzos
trepidantes, mucho mejores que los de los aburridos periódicos económicos.
“Despierta su interés (de los lectores) con una historia inicial de misterio y
échales más anzuelos a medida que avances… La cosa más fácil para un
lector es dejar de leer”, decía el director, Bernard Kilgore.
El ojo capta más detalles que el oído, y para que esta fórmula funcione en un
reportaje, esos primeros segundos deberían ser muy visuales para el
entendimiento. Pero además, deben ser más acelerados que una película. En
efecto, las películas se dividen en varios períodos, y el conflicto principal se
plantea no más tarde de los primeros veinte minutos. Si no sucede nada en
ese tiempo, el espectador pensará que se ha equivocado de cine. En cambio,
los periodistas estamos obligados a reducir ese período a pocos segundos, que
es el tiempo que se tarda en leer los primeros párrafos, a disparar la historia,
porque si transcurren los minutos sin que pase nada, el lector volteará la
página sin piedad.
En la comisaría del barrio La Latina trabajan diez policías que
habitualmente se enfrentan a casos de robos, violencia callejera y
amenazas. Situada en el barrio más antiguo de Madrid, junto al
mercado, dispone de cuatro patrullas que salen a atender
periódicamente llamadas de ciudadanos en peligro.
Los policías, en su mayoría hombres, están casados y no pasan de
treinta años, por lo cual está considerada la comisaría más joven de
Madrid. El inspector Pérez es uno de ellos. Está casado con una
trabajadora social, tiene tres hijos y estudia criminología en sus ratos
libres.
Suele llegar todos los días a las nueve de la mañana, cuelga su
americana en el perchero y se hace un café bastante cargado.
Esta descripción serviría para llenar los primeros minutos de una película
porque nos mete en el ambiente policial y sabemos que dentro de poco “allí
va a pasar algo”. Pero para un reportaje eso es perder tiempo. Llevamos tres
párrafos y no ha sucedido absolutamente nada anormal. No hay punto de giro
o detonante. Los profesores de escritura creativa llaman “punto de giro” a la
frase que cambia el ritmo del relato y que plantea el conflicto en carne viva.
Es el hecho que dispara la atención y que inicia en la mente del lector una
pregunta vital: ¿qué va a pasar ahora?
Pero nuestro inspector rutinario ha llegado a hacerse café sin que aparezca
ningún crimen de por medio, con lo cual el lector se pregunta si le van a
seguir describiendo la hermosa comisaría: las paredes con calendarios de una
caja de ahorros, los archivos llenos de grasa de jamón serrano y los collares
de los perros policía. Con un cronómetro en la mano se podría medir la
paciencia de un lector en segundos. ¿Cuánto tarda en abandonar una lectura?
¿Hasta dónde llega su paciencia?
El inspector Pérez llegó aquella mañana a las nueve, colgó la
americana y puso la cafetera a funcionar. Un día como todos si no
hubiera recibido una llamada de teléfono: fue exactamente a las
nueve y diez de la mañana y sonó así: “Hay una bomba en el centro
comercial que estallará a las diez de la mañana”. Aquellos fueron los
peores cincuenta minutos de su vida.
El punto de giro comienza en la frase “un día como todos si no hubiera
recibido una llamada de teléfono”. Esa descripción es la que enciende la
historia, y alcanza su momento culminante en el momento que aparece el
desafío que supone para un policía enfrentarse a una bomba en su ciudad. Y
la hemos metido en la tercera línea.
Es un ejemplo demasiado novelesco, porque la historia plantea un asunto
trepidante y lleno de acción que no suele pasar todos los días. Pero, en
cualquier caso, es una regla que funciona con eficacia. Sencillamente, está
basada en suscitar sin tardanza el interés humano por saber cómo se resuelve
un problema. “Sin tardanza” quiere decir “lanzarla” en los primeros párrafos,
no a mitad de la historia. Es una técnica infalible y vale para todos los
reportajes.
Para despertar la atención de los lectores, ya se trate de un personaje que ha
realizado algo extraordinario o de un asunto social como la pobreza, el cáncer
o la natalidad, cualquiera que sea su extensión, el periodista no debería
retrasar la aparición de este punto de giro. Pero muchos periodistas se sientan
frente a su máquina de escribir pensando que el lector tendrá la paciencia de
leer sus textos hasta el final sólo porque allí diga punto final. Es algo que no
he logrado comprender; me recuerda el esfuerzo que tengo que hacer para
disimular mis bostezos cada vez que contemplo a esos señores que salen a la
palestra en los seminarios de empresa para aburrirnos durante dos horas, y
que a pesar de que el auditorio abre la boca, el charlatán sólo escucha sus
propias palabras.
No hay tiempo que perder. Hay guionistas de cine que aseguran que los
primeros tres minutos de una historia pueden ser los más importantes. ¡Tres
minutos! Eso es lo que tarda en leerse un artículo de más de media página en
un diario español. El interés de los lectores debe captarse en diez segundos. Y
en el primer párrafo hay que dar con la bala en el corazón. En eso debe
consistir el primer párrafo, y creo que esta ley debería aplicarse a cualquier
escrito: reportaje, entrevista, opinión o análisis.
Insisto: en ese primer párrafo debe haber algo más que los guionistas de cine
llaman “punto de giro” (turning point) o “incidente incitador” (inciting
incident). Es la causa que pone en movimiento todo lo demás y “que debe
cambiar radicalmente el equilibrio de fuerzas que exista en la vida del
protagonista”, según explica Robert McKee. Este incidente incitador debe
situarse, evidentemente, al principio, y no a la mitad o al final de la película,
a pesar de lo cual hay directores que siguen fascinados por someter la
paciencia de los espectadores a una prueba de resistencia. Una vez vi una
película que describía un marine de los Rangers que entrenaba a varios chicos
en un campamento en medio del bosque. Era un tipo duro que en
determinado momento es llamado por sus superiores, sin que sepamos por
qué, a realizar una operación de búsqueda de una chica. Lo más escogido de
los servicios secretos pone en marcha su maquinaria para encontrarla, con
despliegue de helicópteros, patrullas y policías. Hasta que ¡una hora después!
me enteré de que se trataba de la hija de un candidato a la presidencia que
había sido secuestrada, drogada y trasladada a un lejano país para ser
prostituida por una mafia de tratantes de blancas. ¡Una hora!
Un reportaje que cometiera el error de plantear el incidente incitador en la
última columna sólo daría muestra de la incompetencia profesional de quien
lo hubiera escrito. Como dice McKee:
En jerga de Hollywood, el incidente incitador de la trama central es el
gran gancho. Debe producirse de forma visible porque se trata del
acontecimiento que incita y captura la curiosidad del público. La sed
de conocer la respuesta a la principal pregunta dramática aferra el
interés de los espectadores y lo mantiene hasta el clímax del último
acto.
(Robert McKee, El guión, Alba. Barcelona, 2003).
Afortunadamente, es más sencillo elaborar un reportaje de unos cuantos
folios que diseñar el incidente incitador en una película de dos horas.
El truco más sencillo para un reportero consiste en imaginar una película de
corta duración en donde pudiera responder a la pregunta de qué es lo más
curioso de nuestra historia. Pongamos por caso que una joven tenista de
dieciséis años, desconocida para la inmensa mayoría de los lectores, vence en
un torneo internacional a las grandes figuras de este deporte y obtiene la
supercopa. El gran gancho de esta historia es “cómo logró forjarse” esta
leyenda, pues a todas luces sospechamos que no aprendió tenis el día
anterior. Y si resulta que esta chica nació en un pueblo de Siberia donde un
día normal de invierno no sube de 40 grados bajo cero, entonces ya
disponemos de un gancho considerable.
En menos de dos horas, Irina Markova ganó ayer en el torneo de
Wimbledon a la campeona mundial Mari Jo Smith. La jovencísima
Irina echó a llorar cuando lanzó su último golpe. Su entrenador saltó a
la pista y la abrazó. Han sido quince años de esfuerzo y de
entrenamiento, pero no en cómodas pistas bajo el sol de California,
sino en duras pistas de cemento, en la lejana Siberia, donde, desde los
cinco años, Irina comenzó a flagelarse con raquetas de tenis de
segunda mano, en un pueblo cuya temperatura más suave en invierno
es de 40 grados… bajo cero.
A partir de aquí, el lector está dispuesto a devorar la increíble historia de esta
niña que, además es huérfana, y que sufrió poliomielitis, y que no contaba
con medios ni para comprarse su propia raqueta de tenis. ¿No es una historia
fabulosa?
El incidente incitador es sólo la primera bala de nuestro revólver. Luego hay
que desarrollar otros puntos del arte narrativo como son las complicaciones
progresivas, las crisis, el clímax y, por supuesto, la resolución. Este
desarrollo forma parte de los buenos guiones de cine y se resume en lo que en
la mitología occidental se llama “El viaje del héroe”. Desde Odiseo hasta la
gesta de un atleta olímpico, nuestra civilización nunca se cansará de leer
hazañas, razón por la cual los diarios deportivos son tan populares en
cualquier país.
Pero volvamos al punto de giro. La revista Reader’s Digest es una maestra en
plantear puntos de giro en las primera líneas.
Aquella mañana, John Smith y su tripulación salieron con su barco de
pesca para dar la vuelta rutinaria a la bahía y volver con varios kilos
de rodaballo. Algo muy pesado se atoró en sus redes y, al tirar,
descubrieron una caja con monedas de oro. Si saberlo, habían dado
con un galeón español hundido en el siglo xviii. Comenzaba su gran
aventura.
Cuando se trata de contar la vida de un personaje que merece nuestra
atención porque ha recibido un premio, ha escrito un libro o ha batido un
record, los lectores cuentan de antemano con cierta información que les ha
sido proporcionada en el titular y los antetítulos o subtítulos, o por los
noticiarios de la radio y la televisión. También los espectadores que asisten a
una sala de cine, suelen disponer de esa información a través del póster, los
comentarios de los críticos especializados o los resúmenes en las secciones de
estrenos en los periódicos. Saben en qué consiste la historia, pero no conocen
todos los detalles, y eso es lo que un profesional debe aprovechar para
plantear “incidentes incitadores” “ganchos” o “puntos de giro”.
En los reportajes periodísticos sobre esos personajes, y en las entrevistas, el
punto de giro se presenta a veces en forma de resumen. Y en este resumen
debería contarse con la figura de la contradicción que hace las veces de punto
de giro.
Cuando terminó de escribir su primer libro, lo presentó en veinte
editoriales que ni siquiera se tomaron la molestia de leerlo. Entonces
se prometió que sólo visitaría a un editor más y, si no tenía éxito,
volvería a su trabajo en el ayuntamiento de Mijas. Una llamada a las
cuatro de la madrugada le sacó de la cama. Era su editor. “Es una
novela magnífica”, le dijo. “Mañana mismo la envío a la imprenta.”
Aquella obra rechazada por veinte sesudos editores se convirtió en el
mayor best seller de 1999, y hoy José Pérez es uno de los autores de
culto en toda Europa. Ya va por su tercera novela, que será llevada al
cine, y dice que con los beneficios se comprará una isla en el Caribe.
Es millonario.
Los eruditos, los científicos y los que manejan conceptos abstractos piensan
que esta fórmula no sirve para desarrollar sus profundas teorías porque en su
universo no hay figuras sino definiciones. Seguramente, quienes sigan por
ese camino encontrarán un auditorio que se puede contar con los dedos de la
mano, gran parte de los cuales trabajará en la misma planta de su facultad.
Allá ellos con sus definiciones.
Lo que ya resulta intolerable es encontrar esa actitud en las páginas de la
prensa cuando se les pide que debatan sobre un asunto que les concierne. El
diario catalán La Vanguardia invitó a tres personas a exponer en sus páginas
de opinión un tema de debate titulado “hasta dónde llega la mente”. Se
trataba de explicar a los lectores qué había de mito y de verdad en torno a las
capacidades extrasensoriales de la mente. Una profesora de universidad
escribió un artículo sobre la influencia de la meditación en el cuerpo humano.
Un periodista que dirigía una revista de ocultismo, sobre la intuición y la
premonición. Y un biólogo británico, sobre la sensación de sentirse
observado. Tres temas de interés, sin duda, porque todos nos hacemos con
frecuencia preguntas relacionadas con el desconocido poder de nuestra mente
y hemos experimentado extraños sucesos que no logramos explicar.
Estos fueron los tres comienzos:
La erudita universitaria:
Actualmente, desde distintas áreas de trabajo se pone de manifiesto la
influencia de nuestra mente sobre el cuerpo. Los resultados que se
obtienen mediante el entrenamiento en técnicas de biofeedback
muestran que el estado mental condiciona en buena medida el estado
corporal al demostrar que la intención del participante, un acto de la
mente, modula las variables psicofisiológicas corporales.
El periodista:
Muchas personas sueñan con una situación futura o la presienten, y
son capaces de prevenirla. O más frecuente es que recordemos
repentinamente a alguien, con quien no hemos hablado en los últimos
años, momentos antes de recibir una llamada suya, o que intuyamos,
inexplicablemente, lo que una persona va a decir o a hacer.
El biólogo:
Cuando tenía ocho años Emma Clarke volvía a casa cruzando un
descampado. Sin razón aparente se detuvo, miró hacia atrás y
entonces le invadió el miedo. “Vi a un hombre mirándome desde el
otro lado del campo. Se escondió detrás de un árbol. Corrí hasta
llegar a casa.”
¿Alguien tiene dudas de quién lo explicó con más ingenio? El biólogo, por
supuesto. Si tomamos un papel en blanco y hacemos el intento de dibujar
esos tres primeros párrafos nos saldría algo más o menos así.
Primer caso: la influencia de la mente.
Segundo caso: la premonición.
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