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Catequesis pre-sacramental
LUNES
Tema 1: Dios el hombre
El proceso de prescindir de
Dios en la vida personal, social y global, suele ser casi siempre idéntico y
repetitivo, hasta desembocar en el agnosticismo y ateísmo.
Se duda, luego, de su
existencia. Más tarde, se llega al convencimiento de que si existiese, será
igualmente imposible el conocerle, hasta desembocar, al fin, en el ateísmo
práctico.
Se vive y se obra,
«como si no existiese», reduciéndole al ámbito individual, a mera
caricatura, fetiche o estorbo. Más tarde se le arrincona como algo innecesario,
obsoleto y hasta molesto. No faltan quienes le presentan como enemigo de la
verdadera libertad humana, confinando su persona al baúl de los recuerdos. Si
alguien se atreve públicamente a profesar su fe en Él, a este tal se le
ridiculiza, se le margina y se le combate por todos los medios. Así se llega,
sin darse casi cuenta, al ateísmo beligerante. A ese fantasma, fruto de la
creación, fantasía y miedos humanos, se le ataca como enemigo y rival del
hombre.
Cuanto más lejos esté su
recuerdo, más libre será el hombre, hasta desterrarle por completo de su vida.
El hombre se erige en juez, autor, realizador, principio y fin de sí mismo y de
su existencia. Se ha endiosado a sí mismo… Terminada la obra de demolición de
la fe, comenzará la obra de la suplantación de Dios por una caterva
interminable de ídolos, dioses y dio sencillos que tratarán de ocupar el vacío
inmenso que el único Dios vivo y verdadero ha dejado en el corazón y en la vida
del ateo. El proceso se ha cerrado. La conclusión es patente. El hombre es el
único dios.
Muchos de
nosotros nos hemos quedado quizá solo con algunos rezos mal aprendidos, sin
casi nada de doctrina, viviendo una vida de fe de niños, siendo ya
adultos…Hay muchas rezones de sobra para que los invitemos a tener una
preparación cristiana en la celebración de los sacramentos de sus hijos.
Urge hoy
tener un encuentro vivo personal con Jesús, que nos lleve a ser hombre o
mujeres comprometidos personalmente con Dios, capaces de participación y
comunión en el seno de la Iglesia y entregados al servicio de la salvación de
las almas. (DP 997.998.1000). ¡Hoy o se vive con devoción profética, con
energía, con alegría, la propia fe, o se pierde! (Papa Paulo VI).
2. Uno de
los grandes enemigos en la familia la ignorancia religiosa
Muchas veces resuena la queja acerca de la
ignorancia religiosa que afecta a nuestros fieles, pero se concibe ese defecto
en términos un tanto racionalistas. La ignorancia religiosa no es sólo carencia
doctrinal, es falta de integración plena en la personalidad del cristiano de la
verdad de la fe y la vida de la gracia. Un itinerario catequístico permanente e
integral ha de ser la respuesta adecuada a este fenómeno de la expansión de las
sectas porque irá formando, plasmando, una cultura cristiana; irá renovando el
sustrato cristiano de nuestra Ciudad, parroquia y de nuestra familia.
CONCLUSIÓN
Dios no es
extraño a quien, no se extraña de Él; ¿cómo dicen que te ausentas Tú?
Quien anda
en tinieblas y vacío de pobreza espiritual, piensa que todos le faltan,
incluso, le parece que le falta Dios. Pero no le falta nada. Dios vive en
cualquier alma, aunque sea la del mayor pecador del mundo, mora y asiste
sustancialmente.
Ni la alta
comunicación, ni la presencia sensible, es cierto testimonio de su graciosa
presencia, ni la sequedad y carencia de todo eso en el alma, lo es de su
ausencia en ella.
Grande
contento es para el alma entender que nunca Dios falta al alma, aunque esté en
pecado mortal, cuánto menos de la que está en gracia.
¿Qué más
quieres, ¡ Oh alma!, y que más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus
riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu
Amado, a quien desea y busca tu alma?
“Es de saber
que Dios en todas las almas mora secreto y encubierto en la sustancia de ellas,
porque, si esto no fuera así, no podrían ellas durar. En una mora agradado, y
en otra mora desagradado. En unas mora como en su casa, mandándolo y rigiéndolo
todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar nada
ni hacer nada”[2].
“Si el Señor
no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si Dios no guarda la
ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 127, 1-2). “Pues yo decía: por poco
me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado. De veras que Dios se
ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo” (Is 49, 4). En realidad, cuando la
mente y el corazón del hombre se olvidan que Dios Espíritu Santo es la fuente
de la fecundidad, la luz que ilumina la mente y el corazón, que Él es el
artífice y arquitecto, el dulce Huésped del alma, se avanza poco o nada, y la
fatiga demasiada; se pierde la paz, se puede llega a la desesperación. Por
tanto, el mejor camino es poner todo el esfuerzo humano, sin olvidarse de que
todo depende de Dios; pues, no hay parte alguna en el
hombre, que este desnuda del Espíritu Santo[3].
Padre de los
pobres, enséñanos a abandonarnos en ti, a confiar siempre en ti, dejarnos
conducir por ti, y saber que tu eres la suma fecundidad. Divino Espíritu, tu no
sólo bajas al hombre, sino que estás en el él; en efecto, tu inmensidad baja a
la pequeñez, Tú, el eterno a lo limitado; Tú, la misma santidad al pecado, la
belleza a lo que no lo es; Tú, Dios mío, te unes con la criatura miserable
hasta acercarla a ti mismo para que participe de tus perfecciones[4].
El hombre
pobre y limitado no puede nada por sí mismo, sólo Dios es el origen y el fin de
todo éxito. Todo depende de Él, y de mi respuesta con mi pobre esfuerzo. Solo
me corresponde aportar mis cinco panes, y mis dos peces, Él pone lo demás. En
realidad, “Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó,
«alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con
dulzura» (Sb 8, 1). Porque «todo está desnudo y patente a sus ojos» (Hb 4, 13),
incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá”[5].
Así, el Espíritu Santo habita en nuestra alma, nos santifica, y nos conduce a
las buenas obras.
MARTES
1. ¿QUIÉN ES DIOS?
Llenos de
asombro, se preguntan algunos: ¿De dónde procede el mundo? ¿De dónde procede
esta vida tan diversa? ¿Quién fijó el curso de los astros, que determinan el
tiempo de verano y el de invierno, la época de siembra y de recolección, el día
y la noche? ¿Quién proporcionó su orden a las plantas y a los animales y dio
fertilidad a la tierra? ¿Quién hace brotar la vida en el seno de las madres?
¿Qué hubo al principio y qué habrá al fin?
En todo el mundo
se escuchan las mismas preguntas que angustian a los hombres. En todo el mundo
los sabios de los pueblos buscan una respuesta. Hablan del misterio de los
comienzos, de la acción de la Divinidad y de su historia con los seres humanos.
Son las historias de los comienzos.
Los sacerdotes
de Israel, iluminados por el Espíritu de Dios, formulan su fe en Dios, “Creador
del cielo y de la tierra”. Esta confesión de fe es tan importante para ellos,
que la sitúan al principio de la Biblia.
Historias de los
comienzos. Algunas veces se habla del relato de la creación al principio de la
Biblia. Y se corre así el peligro de entender erróneamente el primer capítulo
del primer libro bíblico, como si en él se narraran sucesos que ocurrieron poco
más o menos tal y como se cuentan. Por ejemplo, cuando se relata que “Dios creó
el mundo en seis días” (se habla de la “obra divina de los seis días”), no se
entiende por día el transcurso de 24 horas. Esta imagen quiere hacernos ver
claramente que con la creación de Dios comienza y transcurre el tiempo, y que
además las distintas criaturas se hallan relacionadas unas con otras. El texto,
tal como nos lo ha transmitido la Biblia, no dice cómo surgió el universo, sino
quién fue el que lo creó. El pueblo de Israel, en este poema de alabanza,
confiesa su fe en Dios, que existía antes de todo comienzo y que permanece fiel
a su creación hasta la consumación de la misma.
a) Todo procede
de Dios
“Al principio
creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1,1). Con esta frase comienza la Biblia.
“Al principio”, significa: cuando todavía no vivía ningún ser humano en la
tierra, ningún hombre, ninguna mujer, ningún niño, ningún animal dejaba sus huellas
en los bosques y en los campos, ningún pájaro cantaba sus trinos al amanecer,
ningún pez se deslizaba por el interior de las aguas, no había rayos del sol
que anunciaran el día, no había luna que mostrara su disco redondo en el cielo,
no había estrellas que brillaran durante la noche, no había árboles ni
matorrales ni brotaba hierba de la tierra, no había continentes, no había mar,
no existía el abajo ni la izquierda ni la derecha- al principio existía Dios:
“su Espíritu se movía sobre el agua” (Gn 1, 2).
1) Decimos:
“Creo en Dios, creador del cielo y de la tierra”, y queremos significar con
ello: El mundo y todo lo que en él hay no surgió por su propio poder o por la
casualidad. Surgió porque Dios quiso que surgiera. Sin Dios no habría vida.
2) Decimos: Dios
creó el mundo de la “nada”: creó el más diminuto átomo, el espacio cósmico más
lejano. Por eso, los hombres, aunque no sepan nada de Dios, pueden reconocer
sus huellas en las criaturas. “Pues en la grandeza y hermosura de las criaturas
se deja ver, por analogía, su Creador” (Sab 13,5).
Los hombres
investigan la “Tierra”, que es su espacio vital. Explican cómo la diversidad de
la vida se va desarrollando a lo largo de milenios. Nuestra concepción del
mundo es diferente a la de la Biblia. A la pregunta acerca del comienzo, de la
razón suprema de la vida, se dan diferentes respuestas: Nosotros no creemos en
la casualidad, sino en que el Dios vivo es la razón primordial de todos los
comienzos.
La fe en este
Dios nos proporciona una perspectiva desde la que podemos comprender el mundo y
podemos comprendernos a nosotros mismos. Puesto que creemos, podemos confiar en
que el mundo y el hombre se hallan supremamente seguros en Aquel que existía ya
al comienzo.
Dios es bueno
con nosotros; el pueblo de Israel lo experimentó muchas veces, y cada creyente
lo experimenta en su propia historia.
Alguien que
reflexionó mucho, alaba a Dios así: “Tú tienes compasión de todos, porque todo
lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.
¿Cómo existiría algo si tú no lo quisieras? ¿Cómo permanecería si tú no lo
hubieras creado? ¡Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque todas son
tuyas, Señor, amigo de la vida!” (Sab 11,23.25-26)
Dios: Padre,
Hijo y Espíritu Santo: Nosotros los cristianos alabamos a Dios Padre, Creador
del cielo y de la tierra. Alabamos a Jesucristo, el Hijo de Dios, que desde
siempre está unido con el Padre, porque es el Verbo (o la Palabra), por el cual
todas las cosas fueron hechas (Jn 1,1-3). Alabamos al Espíritu Santo de Dios,
que en el principio se movía sobre las aguas primordiales (Cfr. Gn 1,2),
concede graciosamente la vida y la conserva a través del tiempo del mundo.
Nosotros oramos así: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
La concepción
del mundo: En la época en que se escribieron los libros bíblicos, se pensaba
que la tierra es un disco redondo que sobre columnas se asienta sobre el fondo
del mar. Debajo de la tierra está la región de los muertos; encima de ella, la
bóveda del cielo, que separa las aguas de arriba de las de abajo. De arriba cae
la lluvia sobre la tierra seca. «El cielo y la tierra’ significan: el
universo entero.
b) El hombre
procede de Dios
El hombre llegó
tarde a la Tierra. Mucho tiempo antes que él existía ya el agua y la tierra
seca, las plantas y los animales. Israel confiesa: En el sexto día, en el
último de sus obras, Dios creó al hombre. Al hombre que vive con las plantas y
los animales y que, no obstante, es “diferente” y es “más” que ellos. Eso
quieren decirnos los sacerdotes de Israel cuando afirman: Dios creó al hombre a
su imagen.
El ser humano
puede descubrir e investigar la Tierra, servirse de ella y transformarla. Pero
puede también echarla a perder y destruirla. Se considera a sí mismo, con
razón, como Señor de la tierra. Él no se “engrandeció” a sí mismo. Dios destinó
a las últimas de sus criaturas para que fuesen las primeras, a fin de que se preocuparan
no sólo de sí mismas y de sus propios hijos, sino también de todo lo que crece
sobre la tierra.
Dios encarga a
los seres humanos que sean compañeros fieles de los animales y de las plantas;
que protejan y defiendan la vida; que no exploten la tierra sino que la guarden
y conserven; que proporcionen a cada criatura lo que ella necesita. El hombre y
la mujer, conjuntamente, son responsables de la tierra. El hombre y la mujer
son semejantes a Dios.
Señor, nuestra
Tierra es sólo un pequeño astro en el gran universo. De nosotros depende el
convertirlo en un planeta cuyas criaturas no se vean azotadas por las guerras,
atormentadas por el hambre y el miedo, divididas por la absurda separación por
razas, color de la piel o ideologías.
Concédenos el
valor y la previsión para comenzar hoy mismo esta tarea, a fin de que nuestros
hijos y los hijos de nuestros hijos lleven un día con orgullo el nombre de
seres humanos.
c) El bien o el
mal, la vida o la muerte
Alabamos a Dios.
Él creó la tierra. Toda vida procede de Él. Y toda vida es buena. Así lo
creemos con fe, y no obstante experimentamos que en nuestro mundo, en nuestro
mismo interior, el mal es poderoso. En todas partes podemos encontrar las
huellas del Dios bueno, pero también los vestigios del mal, incluso dentro del
propio corazón.
Creemos con fe
que Dios, en el último Día, cuando él haga que el mundo llegue a su
consumación, destruirá los poderes del mal. Entonces comienza la vida nueva y
definitiva (Cfr. Ap 20,7-14).
Pero, mientras
dura el tiempo del mundo, el mal sigue haciendo de las suyas con los hombres.
El hombre es libre: puede ponerse del lado de Dios, oír su palabra, llegar a
ser socio y colaborador de Dios. Pero puede ponerse también del lado del
diablo, obrar lo que es malo para sí mismo y para el mundo.
En la Biblia se
nos transmite una historia clave sobre Adán y Eva, los “primeros seres humanos”.
Una historia que se refiere a todos los hombres, cualquiera que sea el momento
o el lugar en que vienen al mundo.
A través de Eva,
la madre de todos los seres humanos que viven, todos sus descendientes llegan a
ser partícipes de la culpa (pecado original). Una dura herencia. Los seres
humanos estarían perdidos si Dios no los amara y no continuara siéndoles fiel.
Él protege tu vida:
Ángeles: Seres
espirituales que rodean el trono de Dios, y alaban y adoran a Dios. Por encargo
de Dios, guardan y protegen a los seres humanos. Por eso, se habla de “ángeles
custodios” (Sal 91,11). Dios envía ángeles a la Tierra como mensajeros suyos.
Gabriel dice a María que ella está elegida para ser la Madre de Jesús. En la
noche santa de la Navidad, unos ángeles cantan las alabanzas de Dios en los
campos cercanos a Belén.
El diablo: La
Biblia aplica muchos nombres al adversario de Dios. En todos ellos se expresan
sus obras malvadas: Satanás, Tentador, Príncipe de las tinieblas, Padre de la
mentira, Príncipe de este mundo.
Pecado original,
pecado hereditario, culpa hereditaria: Esta expresión significa la continuada
acción de aquel pecado que, desde el principio, pesa sobre la historia del
hombre con Dios. Todos los seres humanos son “herederos” de esa culpa. “Como
consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus
fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e
inclinada al pecado”[6].
El pensamiento de san
Agustín sobre el tema de Dios como felicidad del hombre
“¿Qué diré de ese peso de los deseos que nos empuja hacia el abismo
negro, y del modo como nos levanta el Espíritu Santo, que se mueve sobre las
aguas? ¿Cómo explicaré que nos hundimos y que flotamos? ¿Qué semejanza
encontraré?.. . Son nuestros afectos, son nuestros amores, son las inmundicias
del espíritu humano, que se escurre hacia abajo con el amor de los cuidados y
es tu santidad la que nos sube con el amor de la seguridad, para que elevemos
nuestro corazón a ti y alcancemos aquel descanso supereminente después que
nuestra alma haya atravesado estas aguas que no tienen consistencia (Sal
123,5)”[18].
“Resbalan los ángeles, resbala el alma del hombre, y todas las criaturas
espirituales caerían en el abismo profundo y tenebroso si tú no hubieses dicho
desde un principio Hágase la luz (Gen. 1.3), Y la luz se hubiera hecho… Y
esta misma miserable inquietud de las almas que resbalan y que nos muestra sus
tinieblas, una vez desnudas del vestido de tu luz, nos enseña suficientemente
la grandeza de la criatura racional que no puede conseguir el descanso feliz
con nada que sea menos que tú y, por lo tanto, nunca en sí misma. Tú, Dios mío,
iluminarás nuestras tinieblas (Sal 17, 29)…, pues de ti nacen nuestros
vestidos, y nuestras tinieblas serán como mediodía (Sal 138, 12). Me entregué a
ti, Dios mío, vuelve a mí; yo te amo, y si te amo poco, te amaré más. No puedo
medir y saber cuánto amor tuyo me falta para llegar a la suficiencia y que mi
vida alcance tus abrazos y no se separe de ti hasta que pueda esconderme en tu
rostro (Sal. 30, 21). Sólo sé una cosa, que me va mal fuera de ti, y no sólo
fuera de ti, sino hasta en mí mismo, y toda riqueza que no sea mi Dios es pobreza
para mí”[19].
3) Saciedad insaciable
“Saciedad insaciable, sin cansancio; siempre hambrientos y siempre saciados.
Oye dos sentencias de la Escritura: Los que me comen tendrán más hambre de mí,
y los que me beben quedarán sedientos (Si 24,21). Y para que no pienses que
allí puede haber necesidad o hambre, oye al Señor: Quien bebe de esa agua,
volverá a tener sed (Jn 4,13). Pero me preguntas: ¿cuándo será esto? Cuando
quiera que sea, tú espera al Señor, ten paciencia, obra virilmente y ensánchese
tu corazón: falta menos de lo que ha pasado”[26].
j) Exhortación final
MIÉRCOLES
JESÚS
La fe de la
Iglesia, fundamentada en la revelación, en su mismo Fundador, revelación total
del Padre, proclama, que Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y único salvador, en
su evento de encarnación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento la
historia de la salvación, que tiene en él su plenitud y su centro. Al respecto,
los apóstoles proclamen con todo coraje: “en ningún otro hay salvación, pues
ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el
cual podamos ser salvos” (Hech 4, 12).
Presentamos
algunos testimonios del Nuevo Testamento, cumplimiento de las promesas de
salvación del Antiguo: “El Padre envió a su Hijo, como salvador del mundo” (1
Jn 4,14); “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn
1,29). En su discurso ante el sanedrín, Pedro, para justificar la curación del
tullido de nacimiento realizada en el nombre de Jesús (Cfr. Hch 3,1-8),
proclama: “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el
que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12). El mismo apóstol añade además que “Jesucristo
es el Señor de todos”; “está constituido por Dios juez de vivos y muertos”; por
lo cual “todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los
pecados” (Hch 10,36.42.43).
San Pablo,
dirigiéndose a la comunidad de Corinto, afirma que “…para nosotros no hay más
que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual
somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual
somos nosotros” (1 Co 8,5-6). También el apóstol Juan afirma: “Porque tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn
3,16-17).
En el Nuevo
Testamento, la voluntad salvífica universal de Dios está estrechamente
conectada con la única mediación de Cristo: “Dios quiere que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo
Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre
también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Tm 2,4-6). 8.
En el plan
dispuesto por la Providencia de Dios, Jesús de Nazaret lleva un nombre que
alude a la salvación: “Dios libera” porque Él es en realidad lo que el nombre
indica, es decir, el Salvador. Lo atestiguan algunas frases que se encuentran
en los llamados Evangelios de la infancia, escritos por Lucas: “…nos ha
nacido… un Salvador” (Lc 2, 11), y por Mateo: “Porque salvaría al pueblo de
sus pecados” (Mt 1, 21). Son expresiones que reflejan la verdad revelada y
proclamada por todo el Nuevo Testamento. Escribe, por ejemplo, el Apóstol Pablo
en la Carta a los Filipenses: “Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un
nombre, sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble la rodilla y
toda lengua confiese que Jesucristo es Señor (Kyrios, Adonai) para gloria de
Dios Padre” (Flp 2, 9-11)[28].
Basados en
esta conciencia del don de la salvación, único y universal, ofrecido por el
Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (Cfr. Ef 1,3-14), los
primeros cristianos se dirigieron a Israel mostrando que el cumplimiento de la
salvación iba más allá de la Ley, y afrontaron después al mundo pagano de
entonces, que aspiraba a la salvación a través de una pluralidad de dioses
salvadores. Este patrimonio de la fe ha sido propuesto una vez más por el
Magisterio de la Iglesia: “Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por
todos (Cfr. 2 Co 5,15), da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a
fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el
cielo a la humanidad otro nombre en el que sea posible salvarse (Cfr. Hch
4,12). Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia
humana se halla en su Señor y Maestro”[29].
Debe ser,
por lo tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad
salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para
siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de
Dios. Desde el inicio, en efecto, la comunidad de los creyentes ha reconocido
que Jesucristo posee la plenitud de la salvación, que Él sólo, como Hijo de
Dios hecho hombre, crucificado y resucitado, en virtud de la misión recibida
del Padre y en la potencia del Espíritu Santo, tiene el objetivo de donar la
revelación (Cfr. Mt 11,27) y la vida divina (cf. Jn 1,12; 5,25-26; 17,2) a toda
la humanidad y a cada hombre. “Más aún: precisamente este Hijo unigénito el
Padre “lo ha dado, a los hombres para la salvación del mundo, con el fin de que
el hombre alcance la vida eterna en Él y por medio de Él” (Cfr Jn 3, 16)[30].
Cristo
siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace no sólo para salvarnos, sino para
convertirnos en testigos suyos. Efectivamente nuestra fe en Él no puede ser
guardada cobardemente en nuestro interior. El Señor nos quiere como testigos
suyos en el mundo, hasta el último rincón de la tierra, para que proclamemos a
todos lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros, y les ayudemos
a encontrarse con Él. Muchas veces tal vez hemos quedado deslumbrados y
enceguecidos por las cosas mundanas; sin embargo, sólo el Señor puede
devolverle el auténtico sentido a nuestra existencia.
No podemos
conformarnos con el conocimiento que tengamos del Señor por nuestros estudios,
pues la ciencia hincha y podríamos anunciar al Señor más con el orgullo de
nuestros conocimientos y buscando nuestra propia gloria, que con la sencillez
de quien ha vivido y caminado en la presencia del Señor y le anuncia como el
único camino de salvación, con la humildad de quien sólo busca glorificarlo
para que todos encuentren en Él la salvación, con la cual todos hemos sido
beneficiados (Cfr. He 22, 3-16)
Jesús nos
salva por medio de la realización de su propia vida, que vino a vivir
entre nosotros, desde la Encarnación hasta la ascensión. Por su predicación,
que es luz y fuerza, revelación de una realidad superior, invitación a la
conversión. Por su fidelidad hasta la muerte, pues al participar en su
fidelidad, también nosotros podemos vencer al pecado. Y por el perdón del
pecado y la vida sobrenatural, que nos comunica al enviarnos su Espíritu.
He aquí por medio de qué nos salva Jesús; veamos ahora de qué nos salva.
Jesús, en su
vida y en su ministerio, se nos manifiesta como el Siervo de Dios, que trae la
salvación a los hombres, que los sana, que los libra de su iniquidad, que los
quiere ganar para Sí, no con la fuerza, sino con la bondad. El Evangelio,
especialmente el de San Mateo, hace referencia muchas veces al libro de Isaías,
cuyo anuncio profético se realiza en Cristo: así cuando narra: “y atardecido,
le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con una palabra los espíritus, y
a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por
el Profeta Isaías, que dice: Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras
dolencias” (Mt 8, 16-17; Cfr. Is 53, 4). Y en otro lugar: “Muchos le siguieron,
y los curaba a todos… para que se cumpliera el anuncio del Profeta Isaías:
“he aquí a mi siervo…” (Mt 12, 15-21)[34].
Partiendo de
los textos bíblicos, podemos decir que la realización de la salvación en Jesús,
se opera en todo el hombre, enseguida queremos destacar algunos aspectos más
sobresalientes y palpables:
1) Jesús
libera al hombre de su profunda incapacidad para lograr la realización de sus
deseos más profundos. Psicológicamente, no son en verdad esos
deseos los más claramente conocidos; y si fuera menester seguir un
camino psicológico, quizá habría que comenzar por lo que nosotros tomaremos
como tercera esfera de acción; pero aquí seguimos el orden ontológico de
prioridad. Para esto vino Jesús: para traernos la vida sobrenatural.
Es muy
importante presentar a Jesucristo incluso antes de toda consideración
sobre el pecado. Sin embargo, se puede ya utilizar el vocabulario de la
salvación porque el hombre está en incapacidad de alcanzar por sus propias
fuerzas, sin ayuda sobrenatural, su verdadero destino, su verdadera
felicidad. Desde el comienzo, pues, podemos decir que Jesús vino para
permitirnos alcanzar nuestra felicidad total; y precisamente para decirnos
que esta felicidad radica en el encuentro con Dios que nosotros
ignorábamos hasta entonces. Jesús nos aporta una posibilidad de hacer
más perfectas todas nuestras acciones; de darles un valor mayor; de animarlas
con una caridad más profunda. La manera como se produce esta acción
salvífica es directa. Es una acción de la gracia que se ejerce
interiormente, y es la proclamación del Mensaje de Jesús, que nos llega
desde el exterior.
2) La
realidad de la existencia humana comporta también la del pecado, que es
el primer momento de realización de la salvación: el perdón de los pecados. En
esta esfera reside la necesidad más profunda de salvación. “Salvación
significa, de hecho, liberación del mal, especialmente del pecado. La
Revelación contenida en la Sagrada Escritura, comenzando por el Proto-Evangelio
(Gen 3,15), nos abre a la verdad de que sólo Dios puede librar al hombre del
pecado y de todo el mal presente en la existencia humana. Dios, al revelarse a
Sí mismo como Creador del mundo y su providente Ordenador, se revela al mismo
tiempo como Salvador: como Quien libera del mal, especialmente del pecado
cometido por la libre voluntad de la criatura”[35].
Todo hombre, que conozca a Dios y se dé cuenta de haberlo ofendido, se
encuentra en la necesidad del perdón. Jesús nos trae el perdón del
Padre.
En efecto,
la verdad sobre Jesucristo como Hijo enviado por el Padre para la redención del
mundo, para la salvación y la liberación del hombre prisionero del pecado, y
por consiguiente de las potencias de las tinieblas, constituye el contenido
central de la Buena Nueva.
Pero el
campo del pecado es mucho más amplio. No se trata solamente de algunas
faltas individuales de las que nos damos más o menos cuenta. Se trata del
dominio del pecado sobre la humanidad. Este dominio incluye una inclinación
interior al mal y el
3. Cuando se
habla de males terrenos se piensa normalmente en primer lugar en los infortunios físicos: el hambre,
la
enfermedad, la miseria; o, según la terminología que se aviene mejor con
la de nuestro tiempo: el subdesarrollo económico. La historia nos
enseña que estos males provienen, en gran parte, de las guerras y de
la falta de justicia entre los hombres.
En el
terreno de los desórdenes causados por el pecado, Cristo nos trae la salvación, haciendo posible
evitar el pecado
que se encuentra en la fuente misma de estos desórdenes. Su
acción salvífica actúa aquí de manera indirecta, pero
eficacísimamente.
Asimismo, en
lo que concierne a los males que no provienen del pecado, pero que el
hombre puede remediar por el progreso de la técnica. Toda acción con miras
a suprimir el hambre, la enfermedad o la miseria, es objeto de la práctica
de esta caridad que Cristo enseñó, y por la cual nos da una fuerza que
consigue extender el radio de acción caritativa.
4. Al tomar
conciencia de los derechos que pertenecen a su dignidad de persona humana,
el hombre comprueba que un campo de
liberación, entre los más importantes, es el de las servidumbres que
impone un legalismo exagerado.
En el
Evangelio, Cristo mostró claramente su desaprobación a los fariseos que
consideraban la ley con un sentido demasiado rígido. Jesús dijo que,
incluso el sábado, está hecho para el hombre; este sábado es el día en que
el hombre debe estar libre para honrar a Dios con un culto público. La ley
suprema que Cristo nos ha revelado es la de su Espíritu, que nos comunica
para vivir conforme a su Mensaje evangélico. Por consiguiente, el cristianismo libera del falso
legalismo al reconocer y admitir la prioridad de la norma interior que es
el dinamismo de la caridad sobrenatural y total. Parece que, de esta
manera, hemos recorrido las principales esferas sobre las cuales obra la
liberación cristiana. Y no obstante, nos queda una que merece toda nuestra
atención.
5. Situado
incluso en el buen camino hacia su destino final, y provisto de los medios
necesarios para progresar en esa dirección, el hombre está todavía
sometido a la muerte, y por eso es incapaz de asegurar el cumplimiento
total de su felicidad. En efecto, para evitar el fracaso final, para lograr
la felicidad definitiva, debe pasar a un orden totalmente distinto de
existencia. Debe pasar del tiempo a la eternidad, de la tierra al cielo, y
a esa misteriosa tierra nueva que corresponde a la resurrección de
los cuerpos.
Cristo
vino a liberarnos de esta última insuficiencia. El prometió hacernos
participantes en el don de la plenitud que El mismo ha recibido en su vida
gloriosa. Este don se coloca a un tiempo en el plano religioso y en el
plano de todos los valores humanos. En el plano religioso, porque se trata
ciertamente de la totalidad de la caridad, caridad integral y definitiva,
realizada en la vida eterna, es decir, en una existencia a la que accedemos
por la victoria sobre la muerte misma. Como dice San Pablo, entonces es cuando la muerte, el
último
enemigo, será vencido. Así, pues, esa victoria engloba el triunfo
sobre todos los demás males: por tanto, se sitúa, también en el plano de
todos los valores humanos. No hay medio de captar lo que es la salvación
cristiana si rechazamos pensar en la salvación escatológica.
Mientras
quedara abierta la cuestión de saber si el esfuerzo de caridad habría de
desembocar en un fracaso final, el hombre no sabría verdaderamente si
caminaba hacia la felicidad o hacia el abismo del aniquilamiento. Es la resurrección de Cristo la que
nos trae la luz y vida definitiva. En la vida de Cristo vemos que
la caridad conduce a su propia expansión. Al participar en la
caridad de Cristo, al participar en su fidelidad, incluso a través de
todas las pruebas que la caridad debe sufrir, sabemos que nosotros participaremos
también en la manifestación total de la caridad.
JUEVES
LA IGLESIA
1. ¿QUÉ ES LA IGLESIA?
Nos cuenta
el evangelio de Mateo (Mt 16, 13-19) que un día Jesús preguntó a sus discípulos
quien decía la gente que era él. Los discípulos le dijeron que unos decían que
él era Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o algunos de los
profetas.
Entonces
Jesús les preguntó quién decían ellos, sus discípulos, que era él. Pedro
tomando la palabra lo proclamó como el Cristo, el Hijo del Dios de la vida.
Jesús como respuesta le dijo que él sería la piedra fundamental de su Iglesia.
También
nosotros podemos hacer las mismas preguntas sobre la Iglesia. ¿Qué dice la
gente que es la Iglesia?, ¿qué dicen ustedes?
A la
primera pregunta – ¿qué dice la gente qué es la Iglesia?- seguramente
obtendremos muchas respuestas
– para unos
la Iglesia es el templo, el edificio donde los cristianos se reúnen los
domingos.
– para otros
la iglesia son los obispos, los curas, las madrecitas.
– para otros
la Iglesia es una institución poderosa que está al lado de los ricos.
– para
algunos la Iglesia es una secta más, de las que hoy día aparecen por todas
partes
– para otros
la Iglesia es una especie de seguro de salvación para la otra vida
– para
algunos la Iglesia es simplemente una tradición, un conjunto de costumbres que
hemos recibido de nuestros antepasados.
Pero a
nosotros nos corresponde contestar la segunda pregunta. ¿Y ustedes qué dicen
qué es la Iglesia?, es decir ¿qué es la Iglesia para nosotros?
Lo primero
que hemos de decir sobre el “qué es la Iglesia”, es confesar el Creo en la
Iglesia, que es una, santa Católica y apostólica”. Esta fórmula del credo de la
Iglesia es densa, es la síntesis de toda síntesis. Abordaremos algunos puntos
de la eclesiología, solamente para responder a nuestro objetivo: ser facilitadotes
de algunas cuestiones más urgentes en nuestra sociedad.
La Iglesia
es pueblo de Dios Padre, cuerpo de Cristo, y templo del Espíritu. Así como “vemos que en un
hombre hay una sola alma
y un solo cuerpo y, sin embargo, este cuerpo tiene diversos miembros; así
también la Iglesia católica es un solo cuerpo, pero tiene muchos miembros. El
alma que vivifica a este cuerpo es el Espíritu Santo. Y, por eso, después de la
fe en el Espíritu Santo, se nos manda creer en la santa Iglesia católica”[36].
En efecto, el
Señor Jesús instituyó su única Iglesia Católica para continuar la redención y
reconciliación de los hombres hasta el fin del mundo. Dio a sus Apóstoles sus
poderes divinos para predicar el Evangelio, santificar a los hombres y
gobernarlos en orden a la salvación eterna.
Por eso la
Iglesia Católica es la única verdadera fundada por Jesucristo sobre San Pedro y
los Apóstoles; y todos los hombres estamos llamados a ser el Pueblo de Dios
guiado por el Papa, que es el sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo en la
tierra.
La Iglesia
Católica es el Cuerpo Místico de Cristo, porque, como hemos dicho, es como en
un cuerpo humano: Cristo es la Cabeza, los bautizados somos los miembros de
este cuerpo y el Espíritu Santo es el alma que nos une con su gracia y nos
santifica. Por esto la Iglesia es también Templo del Espíritu Santo.
En su
aspecto visible la Iglesia está formada por los bautizados que profesan la
misma fe en Jesucristo, tienen los mismos sacramentos y mandamientos, y aceptan
la autoridad establecida por el Señor, que es el Papa.
En vistas,
de que la eclesiología no se puede abarcar en un inciso de un capítulo de una
obra, ofrecemos algunos aspectos generales sobre la Iglesia, intentando ofrecer
un resumen de Ella, aunque algunas de estas características las volveremos
retomar en los números siguientes para desarrollarlas un poco más:
1) La
Iglesia fue fundada por nuestro Señor Jesucristo, como afirmó El Concilio Vaticano II: “Cristo;
único
Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa,
comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible”. Y más adelante:
“La Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales (…)
forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro
divino (…) ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos”[37].
– tiene por
Fundador a Jesucristo, reconoce a los Doce como columnas de la Iglesia, teniendo siempre como su
fundamento (Cfr. 1 Cor 3, 11; Ef 2, 20) a Cristo;
– participa
de los siete sacramentos, que son
los medios de santificación;
– ama a la Santísima
Virgen María, pues, Ella, la Virgen
de Nazaret, por obra del Espíritu Santo, se convierte de modo virginal en la
madre del fundador, del Hijo de Dios, y así, María y la Iglesia son, pues, el
término de la realización de los planes de Dios, y se puede decir que en este
umbral se encuentra la Iglesia en María, y María en la Iglesia;
– si obedece
al Papa: “cada obispo representa a
su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el
vínculo de la paz, del amor y de la unidad”[39].
Si le falta
algo de esto, no es la verdadera Iglesia.
2.
¿Cómo fundó Jesucristo su única Iglesia?
San Pedro
fue el primero en confesar la fe en Jesucristo Dios: “Tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios vivo”. Y en ese mismo momento Jesús le anunció que ya no se
llamaría Simón, sino “Pedro”, roca-piedra, y que sobre él edificaría su Iglesia
(Mt. 16, 13-19).
El Catecismo
de la Iglesia Católica nos dice al respecto: La Iglesia fue fundada por las
palabras y las obras de Jesucristo[48].
El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir,
con el anuncio de la llegada del Reino de Dios, el cual había sido prometido
desde hacía siglos en la Sagrada Escritura[49].
El germen y el comienzo de la Iglesia fue “el pequeño rebaño” que Jesucristo
reunió en torno suyo y del cual El mismo es su Pastor[50].
Sin embargo
el Señor Jesús también dotó a su Rebaño de una estructura, que permanecerá hasta
el Fin de los Tiempos. Esa estructura consiste en la elección de los Apóstoles,
con Pedro a la cabeza. Así, con sus actuaciones en la tierra, Cristo fue
preparando y edificando su Iglesia.
Y prometió a
sus Sucesores, los Apóstoles, y a los sucesores de éstos, los Obispos y los
Sacerdotes, que lo que decidieran aquí El lo aprobaría en el Cielo: “Lo que
ates en la tierra, quedará atado en el Cielo” (Mt. 16, 19), y que para
esto la Iglesia por El fundada tendría la asistencia del Espíritu Santo hasta
el Fin de los Tiempos: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se
termine este mundo” (Mt. 28, 20).
La Iglesia
Católica enseña que, aunque otras religiones contienen verdades, la plenitud de
lo que Dios ha revelado a la humanidad se encuentra en la religión Católica. Y,
aunque puede haber salvación en otras religiones, la plenitud de los medios de
salvación está también en la Iglesia Católica.
Los
Apóstoles y discípulos del Señor fueron predicando y construyendo la Iglesia en
todo el mundo, bajo la autoridad de San Pedro, siendo su fundamento Cristo; es
decir: la Cabeza Invisible Jesucristo y la cabeza visible San Pedro, y después
de éste, sus sucesores que son todos los Papas que han habido desde Pedro hasta
nuestros días.
Nuevamente
en su Cabeza vemos el misterio de la Iglesia: su realidad visible e invisible,
la realidad humana y la realidad divina de la Iglesia de Jesucristo.
El Catecismo de la Iglesia
Católica nos dice al respecto: La Iglesia fue fundada por las palabras y las
obras de Jesucristo[53]. El Señor Jesús comenzó su
Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, con el anuncio de la
llegada del Reino de Dios, el cual había sido prometido desde hacía siglos en
la Sagrada Escritura[54]. El germen y el comienzo de la
Iglesia fue “el pequeño rebaño” que Jesucristo reunió en torno suyo y del cual
El mismo es su Pastor[55].
VIERNES
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
Adheridos a
las doctrinas de las Santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas y al
sentimiento unánime de los Padres, profesamos que “los sacramentos de la Nueva
Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo” CIC n.1114 ss.
Los
sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación
del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios, pero como signos,
también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la
alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto
se llaman sacramentos de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también
la celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir con fruto la
misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad.
Por
consiguiente, es de suma importancia que los fieles comprendan fácilmente los
signos sacramentales y reciban con mayor frecuencia posible aquellos
sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida cristiana. “Sacrosantum
Concilium” # 59. Estudia CIC (Catecismo de la Iglesia) 1122 ss.
Porque 7 son
las etapas de la vida. Hay una gran semejanza entre las etapas de la vida
natural y las etapas de la vida sobrenatural» Lee: Catecismo de la Iglesia
Católica (CIC n. 1210).
La
persona pasa por distintas etapas a lo largo de su vida:
Este proceso
de la vida natural se va dando paso a paso y nos exige: tiempo, paciencia,
reflexión y ayuda de muchas personas. No se puede improvisar, ni lo podemos
realizar de un día para otro
. Asimismo,
desde los inicios de la vida de la Iglesia, para llegar a ser cristiano también
se sigue un proceso, un camino y una iniciación que consta de varias etapas: el
anuncio gozoso del Evangelio; la acogida del Evangelio que nos lleva a la
conversión; la profesión de fe; el Bautismo, puerta de entrada a los demás
sacramentos; la efusión del Espíritu Santo en la Confirmación; y la
participación en el sacramento de la Eucaristía (ver CIC 1229).
Los sacramentos
corresponden a todas las etapas y a todos los momentos importantes de la vida
del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe
de los cristianos. En ellos encontramos una cierta semejanza entre las etapas
de la vida natural y las etapas de la vida espiritual (ver CIC 1210). “Mediante
los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la
Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana” (CIC 1212).
El
sacramento del Bautismo marca el inicio de toda vida sacramental (ver CIC
1213). En el Bautismo nacemos a una vida nueva (ver Jn 3, 5), somos purificados
del pecado (ver He 2, 38), adquirimos en Cristo la condición de hijos de Dios
(ver Rom 8, 15-16; Gál 4, 5-7), templos del Espíritu Santo (ver He 2, 38) y
miembros vivos de la Iglesia (ver 1 Co 12, 13).
Por el
sacramento de la Confirmación los bautizados van avanzando por el camino de la
iniciación cristiana, quedan enriquecidos con el don del Espíritu Santo y los
une más estrechamente a la Iglesia, los fortalece e impulsa con mayor fuerza a
que, de palabra y obra, sean testigos de Cristo y propaguen y defiendan la fe
(ver CIC 1316; CDC 879).
La
Eucaristía es el tercer sacramento de la iniciación cristiana, y su culmen (ver
CIC 1322). El sacramento de la Eucaristía es el memorial del sacrificio de
Cristo en la cruz y el banquete sagrado de la comunión en el cuerpo y en la
sangre del Señor. La celebración del banquete Eucarístico está totalmente
orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo. Es el pan que nutre
nuestra fe y nos abre a los demás preocupándonos por su bien, estimulándonos a
la fraternidad.
“La
participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don
mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el
crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos
en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente,
son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio
de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más
abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la
caridad” (CIC 1212).
Los
sacramentos del Bautismo y de la Confirmación (junto con el del Orden Sacerdotal)
confieren, además de la gracia, un carácter sacramental o «sello»
espiritual indeleble y que permanece para siempre en el cristiano como
disposición positiva para la gracia, como promesa y garantía de la protección
divina y como vocación al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por eso
estos sacramentos se reciben una sola vez en la vida (ver CIC 11 21; 1272-1274;
Ef 4,30)
De esta
manera podemos comprender la íntima relación que existe entre el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía, y el por qué se les llama sacramentos de
iniciación cristiana.
La comunión de vida en la
Iglesia se obtiene por los sacramentos de la Iniciación Cristiana: Bautismo,
Confirmación y Eucaristía. El Bautismo es «la puerta de la vida
espiritual: pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la
Iglesia». Los bautizados, al recibir la Confirmación
«se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza
especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a
difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra
juntamente con las obras». El proceso de la Iniciación
Cristiana se perfecciona y culmina con la recepción de la Eucaristía, por la
cual el bautizado se inserta plenamente en el Cuerpo de Cristo.
Mediante
los sacramentos de la Iniciación Cristiana (Bautismo, Confirmación y
Eucaristía) se ponen los fundamentos de toda vida cristiana, pues por medio de
ellos se comunican los tesoros abundantes de la vida divina. Desde los tiempos
apostólicos, los sacramentos de la Iniciación Cristiana, con sus etapas, son el
camino válido para ser cristiano.
El
Bautismo es pórtico de la vida en el espíritu, el nuevo nacimiento, el
sacramento de la fe.
La
Confirmación es la fuerza del Espíritu, la plenitud de la gracia bautismal, el
sello y marca de identidad cristiana.
La
Eucaristía es el manjar de vida eterna, el alimento que culmina la iniciación
cristiana, la fuente y cumbre de la vida eclesial, el compendio de la fe.
Así,
pues, mediante los sacramentos de la Iniciación Cristiana, el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana.
“La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don
mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el
crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos
en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y,
finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna,
y, así por medio de estos sacramentos de la Iniciación Cristiana, reciben cada
vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la
perfección de la caridad”.
La
comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de la Iniciación
Cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. El Bautismo es “la puerta de la
vida espiritual: pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la
Iglesia”. Los bautizados, al recibir la Confirmación “se vinculan más
estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu
Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la
fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las
obras”. El proceso de la Iniciación Cristiana se perfecciona y culmina con la
recepción de la Eucaristía, por la cual el bautizado se inserta plenamente en
el Cuerpo de Cristo.
4. LOS EFECTOS
1) El santo Bautismo
2) CONFIRMACIÓN
1302
De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión especial
del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de
Pentecostés.
Por
este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia
bautismal:
3) La comunión
La
comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la
comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto,
el Señor dice: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en
él» (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete
eucarístico: «Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por
el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,57):
Cuando
en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos
a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel
dijo a María de Magdala: «¡Cristo ha resucitado!» He aquí que ahora
también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo
(Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).
La
comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la
comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto,
el Señor dice: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en
él» (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete
eucarístico: «Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por
el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,57):
Cuando
en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos
a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel
dijo a María de Magdala: «¡Cristo ha resucitado!» He aquí que ahora
también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo
(Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).
Lo
que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo
realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la
Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO
5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.
Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte,
cuando nos sea dada como viático.
La
comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión
es «entregado por nosotros», y la Sangre que bebemos es
«derramada por muchos para el perdón de los pecados». Por eso la
Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los
pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:
«Cada
vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor» (1 Co 11,26). Si
anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si
cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo
recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco
siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
[7]
www.mercaba.org/TESORO/Agustin/dios_felicidad_del_hombre.htm – 27k –
[8]
S. Agustín, mor. eccl. 1, 3, 4.
[9]
S. Agustín, conf. 10, 20.29
[10]
CIgC 2548 S. Gregorio de Nisa, beat. 6
[11]
S. Agustín, civ. 22,30
[12]
San Agustín, De mor. Eccl. cath. 1,3, 4: BAC., Obras t. 4 p.264; PL 32,13124).
[13]
Ibidem, 5,7-8
[14]
Ibidem
[15]
San Agustín, De lib. arbit. 9,25-26: BAC Obras de San Agustín t.3 p 351-353; PL
32,1254
[16]
San Agustín, De lib. arbit. 13,35-37: BAC, t. 3 p.369-73; PL 32,1260).
[17]
San Agustín, Epist. 118,313: BAC, Obras t. 8 p.854; PL 33,4381.
[18]
San Agustín, Confesiones XIII, 7,8; BAC Obras de San Agustín t.2 p.904-910; PL
32.847)
[19]
Ibidem, XIII, 8,9
[20]
San Agustín, Confesiones X,27,38: BAC, t.2 p.751, PL 32,795
[22] Ibidem
[24]
San Agustín, Serm. 128,11 PL 38,711
[25]
San Agustín, Serm. 307,7: PL 38,1403
[26]
Ibidem, Serm. 170.9 : PL 38,932
[27]
Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, DECLARACIÓN DOMINUS IESUS Sobre la
unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, 6 de
agosto de 2000.
[28]
Cfr. Juan Pablo II, Catequesis 8, 1, 14 de enero de 1987
[29]
GS 10. San Agustín, cuando afirma que fuera de Cristo, “camino universal de
salvación, que nunca ha faltado al género humano, nadie ha sido liberado, nadie
es liberado, nadie será liberado”: De Civitate Dei 10, 32, 2: CCSL 47, 312.
[30]
Juan Pablo II, Catequesis 1, 2, 8 de julio de 1987
[31]
GS 45. La necesidad y absoluta singularidad de Cristo en la historia humana
está bien expresada por San Ireneo cuando contempla la preeminencia de Jesús
como Primogénito: “En los cielos como primogénito del pensamiento del Padre, el
Verbo perfecto dirige personalmente todas las cosas y legisla; sobre la tierra
como primogénito de la Virgen, hombre justo y santo, siervo de Dios, bueno,
aceptable a Dios, perfecto en todo; finalmente salvando de los infiernos a
todos aquellos que lo siguen, como primogénito de los muertos es cabeza y
fuente de la vida divina”: Demostratio, 39: SC 406, 138.
[32]
Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 6.
[33]
Van Caster M, Experiencia Humana y Pedagogía de la fe CELAM-CLAF, Marova, Madrid,
1970, pp. 166 ss.
[34]
Cfr. Juan Pablo II, Catequesis 10, 1, 25 de febrero de 1987
[35]
Juan Pablo II, Catequesis 2, 1, 14 de enero de 1987
[36]
Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorurn Expositio, Art. 9, cit por Juan
Pablo II, Catequesis del 10 de Julio de 1991
[37] LG 8
[38]
Juan Pablo II, Catequesis, 18 de octubre de 1091
[39] LG 23
[41]
Cfr. San Ignacio de Antioquía, Philad., Praef, 1, 1.
[42] LG 20
[43]
LG 24
[50]
Cfr. CIgC 764
[51]
Unitatis Redintegratio 3
[52]
Corán, II-92 y 191
[53]
Cfr. CIgC 778
[54]
Cfr. CIgC 763
[55]
Cfr. CIgC 764
[56]
Cfr. CIgC 765