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La integración regional puede definirse como un proceso por el cual los Estado nacionales “se
mezclan, confunden y fusionan voluntariamente con sus vecinos, de modo tal que pierden
ciertos atributos fácticos de la soberanía, a la vez que adquieren nuevas técnicas para
resolver conjuntamente sus conflictos” (Erns Haas). Esto lo hacen creando instituciones
comunes permanentes, capaces de tomar decisiones vinculantes para todos los miembros.
Otros elementos –el mayor flujo comercial, el fomento del contacto entre las elites, la
facilitación de los encuentros o comunicaciones de las personas a través de las fronteras
nacionales, la invención de símbolos que representan una identidad común– pueden tornar
más probable la integración [pero no son su equivalente].
Por ende, la integración regional–a veces denominada regionalismo– consiste enu n proceso
formalizado y conducido desde el Estado. En contraste, la regionalización– o aumento de la
interdependenciaintrarregional– es un proceso informal por el cuals e incrementan los flujos
de intercambio entre un conjunto de países territorialmente contiguos. Este proceso puede
promover la integración formal que, a su vez, puede retroalimentarlo, pero su motor principal
no reside en el Estado, sino en el mercado y, secundariamente, en la sociedad civil.
A medida que el proceso avanza, la integración económica derrama sus efectos sobre la
arena política. En particular, la movilidad de personas y la necesidad de armonizar políticas
internas y establecer instituciones comunes alimentan las controversias políticas y generan
la necesidad de tomar decisiones que exceden el ámbito técnico o económico. Los
procesos de integración regional pueden compararse con los de la unificación estatal,
aunque existe una distinción crucial: los primeros son siempre voluntarios, los segundos
raras veces lo han sido.