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Faltaba luz, por las nubes cerradas, que no cuidaban el cielo, sino el suelo, de tan descendidas.

Las
palmeras acongojaban sus verdes. El azul toleraba, sin batalla, la corrosiva infiltración del gris.
Grávida de humedad, posesiva, la atmósfera había suspendido la vida. Surto en las aguas iguales,
sostenía el barco una quietud sin memoria.
No lo vi zarpar. En cierto momento, ya no estaba y la gente se había dispersado del puerto.

Zama, p. 128

Después se ve perdido, con una sensación de vacío absoluto, como si hubiera estado escrito su
destino y él hubiera estado dando vueltas sobre lo mismo, sin saberlo nunca. El estómago lo salva
porque le da señales de hambre.
La segunda parte comienza con una teogonía que él mismo elabora. Un dios que quiere crear
hombres, ya que dioses no puede. Y crea primero la vida y sus formas y luego al hombre y sus
bienes. Pero los hombres crean otros dioses y no pueden verlo a él, el verdadero. Entonces,
hastiado, el dios los abandona, sin quitarle los bienes pero apareciendo cada tanto en algún mal.
Zama desea ser padre para tener una mirada que le devuelva cariño. El hijo, bastardo, sale “enteco”
(flaco, enfermizo). Le cuenta al gobernador que ha sido padre. El gobernador le propone enviarle
carta al rey. Cuando van a buscar escribiente, encuentran a Fernández, que escribe un libro extraño,
para el futuro.

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