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LEY 70 DE 1993 O LEY DE NEGRITUDES

“Entre la utopía del derecho al territorio y el progreso de sus gentes”

Por: Lucely Carabalí Sinisterra.

Introducción
Desde la época de la dominación española al territorio conocido como el nuevo
mundo, que significó una fuente de riqueza muy relevante para la corona
española, los pueblos objeto de la extracción de esa riqueza tales como los
aborígenes; indígenas de distinta etnias, fueron los primeros en ser utilizados
como mano de obra para tales fines, pero debido a las enfermedades traídas en
gran parte por los mismos españoles, fueron diezmando estos pueblos al punto
de paralizar la producción aurífera de la época.
Fue entonces cuando la iglesia católica le sugiere a la corona española la traída
de africanos en calidad de esclavos al nuevo mundo, para que se ocuparan de
las tareas que los aborígenes indígenas ya no podían desarrollar; en esas
condiciones se desató una cacería sin precedentes al continente africano que
aportó a esta operación el costo humano más alto en la historia de la
esclavización de humanos.
Las luchas de los pueblos africanos por su libertad, los llevó a diferentes
rebeliones sucesivas, lo que significó para ellos muchas muertes y el nombre de
cimarrones. Esas luchas, persistieron hasta la época de la colonia y hasta la
república. Muchos fueron los sufrimientos en cadenas pero más los gritos de
libertad de los esclavizados, hasta que para el año 1851, se promulga la abolición
de la esclavitud en Colombia. Pero las luchas de los africanos esclavizados
ahora en “libertad” parecieran seguir igual, pues no se les reconoció tierras ni
indemnizaciones, como forma de resarcir el daño causado por siglos.
Las luchas continuaron por muchos años más. Siendo Colombia una república
independiente de la corona española, pero confesional según la constitución de
1886, los prejuicios hacia los africanos libertos no habían cambiado para nada,
estos seguían siendo “ciudadanos” de quinta de modo que la vida era realmente
difícil.
La dirigencia colombiana dividida entre el bipartidismo de conservadores y
liberales, no tomaba en cuenta la total de la diversidad de su población, luego
que estallan las guerras partidistas en el país, se levantan grupos insurgentes
como el M – 19, con el que posteriormente se llega a acuerdos de una nueva
constituyente con una visión de país más amplia. Es en este marco que nacen
en los territorios ribereños del pacífico colombiano los movimientos de
comunidades negras, como organizaciones campesinas que reivindican los
derechos al territorio y a sus prácticas tradicionales de producción como forma
de existencia y parte fundamental de la cultura de la nación. Estos movimientos
étnicos campesinos, logran para la nueva constitución política de 1991, un
artículo transitorio el “AT 55” que reconoce a los pueblos negros el derecho al
territorio y a la propiedad colectiva del mismo.

La razón de esta reclamación por parte de los pueblos negros radicaba en que
el estado le daba a su territorio el carácter de baldíos, violentando así, el
asentamiento ancestral de los pueblos negros en aquellos espacios territoriales.
El AT 55, se convierte luego en Ley 70 o ley de negritudes del 27 de agosto de
1993, la misma que significó para el pueblo negro un aparente alivio en cuanto
al reconocimiento del estado ahora social de derecho, a los pueblos étnicos del
país.
Pero no todo ha sido color de rosa, 28 años después de promulgación de la ley
70 aún gran parte de la misma, continúa sin reglamentar y los pueblos aún no
superan los índices de necesidades básicas insatisfechas. Así pues
realizaremos un análisis somero de la situación histórica hasta nuestros días de
esta ley.
Entre la utopía del derecho al territorio y el progreso de los pueblos negros
Desde el punto de vista del reconocimiento del territorio, la ley 70 del 93 ha
significado un avance positivo para las comunidades negras de la nación, el
decreto 1745/95, reglamenta el derecho a la propiedad colectiva de estas
comunidades tal y como lo contempla el capítulo III de la ley en cuestión. El
decreto anterior, otorga al pueblo negro los mecanismos necesarios para el
desarrollo de su territorio, aunque resulta interesante este avance, no es del todo
suficiente porque además de los mecanismos para la ordenación y titulación del
territorio, es necesario el aporte de los recursos económicos financieros por parte
del estado para el desarrollo de ese territorio. De otra parte, no se logra una
articulación concertada entre el estado y los consejos comunitarios, y entre los
entes territoriales municipales y los consejos comunitarios, situación que dificulta
en gran manera poder gestar desarrollo en los predios de titulación colectiva.
Las comunidades viven en el territorio sin territorio, esto debido a que los
conflictos internos de las mismas comunidades generan talanqueras muy altas
para el usufructo de la tierra y esto por parte de las mismas autoridades del
territorio. Esta situación resulta ser una de las principales barreras para ese
desarrollo. De otra parte, nuestras comunidades requieren de realizar el tránsito
de la tradición recolectora – consumidora, a productores establecidos mediante
el reconocimiento del territorio no solo como forma de existencia, sino también
como generador de riqueza, es decir como ente dinamizador de la economía y
el progreso de los pueblos negros.
Si bien es cierto que el estado debe garantizar mecanismos para el desarrollo de
las comunidades, también es cierto que las comunidades deben ser las
protagonistas en la gesta de su desarrollo, lo que significa para ellas ser
propositivas en cuanto a que y como generar los proyectos de desarrollo con el
fin de que el estado con todo su aparato pueda realizar el acompañamiento
pertinente de dichos procesos. De ahí, se hace necesario que los negros
decidamos creer no sólo en nuestro territorio como fuente de riqueza, sino que
además, es un imperativo desarrollar las capacidades necesarias para lograrlo.
Así mismo, los consejos comunitarios necesitan abrirse aún más al desarrollo
de los territorios que administran, abrirse significa aquí ser más proactivos en la
concesión de desarrollo más allá de la concepción protectora del territorio,
llevándolo a una explotación racional capaz de generar excedentes para sus
gentes, abrirse también es desarrollar capacidades endógenas de desarrollo y
no simplemente esperar la intervención de las grandes empresas
multinacionales al territorio como formas reales de desarrollo y esperar pescar
alguna prebenda en los temas de consulta previa.
El mejor mecanismo para la protección del territorio es hacerlo altamente
productivo, la inactividad productiva del territorio permite al estado ver estos
territorios como simples baldíos a pesar de la ley, y a otros actores como los
armados, y los de economías ilícitas como deseables para desarrollar otras
actividades contrarias al pensamiento colectivo ancestral del mismo.
Generar producción eficiente con miras a la comercialización, generará para
estos territorios la creación de una clase empresarial regional propia capaz de
regular y determinar condiciones de negociación propias, generando así
verdaderos equilibrios sociales y económicos que permitan el desarrollo de la
infraestructura necesaria para consolidar la región pacífica como un referente
económico importante para el país y el mundo, pero llevado a cabo por su propia
gente.
La utopía del derecho al territorio aquí, hace referencia a las dificultades que los
nativos tienen que enfrentar para hacer uso del territorio, se encuentra en
muchos lugares de titulación colectiva una oposición muy fuerte por parte de las
juntas y representantes legales de los consejos comunitarios para que los nativos
accedan al usufructo del territorio.
De otra parte, aunque la ley enmarca temas esenciales para el desarrollo de las
comunidades en el territorio y le otorga a las mismas la posibilidad de darse su
propia organización interna, se hace ambigua, ya que le impone normas que al
tiempo que reconocen tales derechos, por un lado, por otro, limita. Esas
limitaciones se vuelven un entramado en cuanto aspectos jurídicos que deben
esperar inclusive años para que se resuelvan y ello también impide que las
comunidades a pesar de la ley no puedan ejercer completamente el control de
los territorios viéndose abocados a instaurar querellas ante las autoridades
judiciales con el fin de defenderlo y protegerlo.
Las comunidades, después de casi 28 años de promulgada la ley, no logran el
tan anhelado desarrollo que se vislumbraba al inicio de los movimientos
campesinos que hicieron posible el AT 55 y su posterior desarrollo en Ley 70/93,
en parte, este fenómeno obedece a la burocratización de los dirigentes negros y
al marcado egoísmo de las organizaciones de base étnico territoriales que
pululan a lo largo y ancho del territorio nacional. Así mismo la evidente división
ante las distintas visiones y enfoques de las mismas organizaciones no permite
la construcción de una ruta única por la cual caminemos juntos hacia el logro de
un plan de desarrollo pertinente para las comunidades negras, afrocolombianas,
raizales y palenqueras, este ramillete de denominaciones son precisamente
parte de ese entramado que no nos permite construir juntos, aún persiste el
hecho de no saber tan siquiera como llamarnos, de modo que se conozca que
en realidad somos un pueblo único, y determinado hacia el alcance de unas
metas colectivas como al principio.
Conclusiones
El ordenamiento jurídico colombiano está plagado de ambigüedades, la Ley 70
del 93 o Ley de negritudes no escapa a esta realidad, su reglamentación total es
cada vez más esquiva frente a las nuevas realidades de país que hoy tenemos.
Por otro lado, el conflicto armado interno que aún persiste en distintas formas de
organizaciones armadas al margen de la ley dificultan aún más la realización de
las comunidades en sus propios territorios.
El pueblo negro de Colombia necesita pensarse desde su ordenamiento jurídico
de modo que pueda definir con claridad la ruta de desarrollo que quiere alcanzar
para garantizar progreso a sus comunidades.
La estrategia más poderosa y efectiva para la protección del territorio es que este
se haga altamente productivo generando procesos de empresarización local con
una fuerte influencia en los mercados nacionales e internacionales.
Es responsabilidad de las comunidades negras definir su proceso de desarrollo
territorial y social, articulando y definiendo las líneas de desarrollo según la
vocación territorial.
Los representantes de las comunidades requieren de una identidad real con sus
costumbres, valores y sus gentes, a fin de que el poder de la burocracia no
impida que ellos realicen con eficiencia el trabajo que requieren las comunidades
para alcanzar las metas propuestas.

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