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El amor según platón

La teoría del amor de Platón es una de las propuestas filosóficas que más interés han
generado de este pensador de la Antigua Grecia.
El mundo del amor y de las relaciones personales ya es, de por sí, algo a lo que le
prestamos mucha importancia, y cuando este ámbito se une al de los planteamientos
de una de las grandes figuras de la filosofía el resultado es un legado teórico que atrae
todas las miradas. Sin embargo, este filósofo concebía el amor de un modo muy
característico, ya que lo vinculaba a su teoría sobre el conocimiento y las ideas.
A continuación, veremos cuáles son las principales características de la teoría del
amor de Platón y de qué manera se relacionaba con su filosofía.

El dualismo de Platón

Antes de poder entender de qué manera concebía Platón el amor, es necesario


tener claro un concepto: el dualismo. Este es una corriente filosófica a la que Platón se
adscribía, y que tras su muerte fue adoptada por otros muchos pensadores de
renombre, entre los cuales está, por ejemplo, René Descartes.
¿En qué consiste el dualismo? Pues, básicamente, y simplificando mucho, en la
creencia de que la realidad está conformada al menos por dos sustancias
independientes y que nunca se pueden mezclar del todo: la materia y el espíritu,
también entendido en ocasiones como el mundo de las idas y de la consciencia. Estas
dos sustancias son independientes entre sí, en el sentido de que aunque pueden
"juntarse", no se mezclan, ni una se deriva de la otra.
Platón creía que el ser humano es en esencia un alma atrapada en un cuerpo,
que a su vez se mueve en un entorno también únicamente material. Esto es, que
mientras que la mente pertenece al reino de las ideas, todo lo demás, la materia a la
que está anclada la mente, es una especie de prisión material.
Pero la mente tiene una tendencia natural querer estar cerca del resto de ideas, y
por eso se perfecciona cada vez que es capaz de ver más allá de las apariencias del
mundo material de las ideas para acceder a la verdad que hay tras este, aquello que es
universal y que no puede ser localizado en el tiempo y el espacio.
El mito de la caverna de Platón, por ejemplo, es un relato mítico que expresa
justamente esto: la liberación del ser humano a través del acceso a la verdad, no
dejándose engañar por las apariencias del mundo físico.

La teoría del amor de Platón

¿Y qué tiene que ver lo anterior con la teoría del amor de Platón? Pues está muy
relacionado, porque para este filósofo el amor puede ser entendido como el
estado de éxtasis y a la vez de moderada frustración que se experimenta al saber
que hay algo más allá de lo físico que nos llama pero que, a la vez, no nos será
entregado totalmente, ya que por mucho que no lo queramos seguimos encadenados
al mundo de lo material, el lugar en el que disfrutar de las cosas depende en buena
parte de nuestra proximidad en el tiempo y el espacio ellas y en el que es casi
imposible mantenernos al margen de la influencia que ejerce sobre la estética, las
apariencias.
La concepción platónica del amor es, por consiguiente, el de un impulso que nos
lleva a querer ir más allá de lo material en nuestra experimentación de algo, en
el acceso a su belleza, que para el pensador tiene que ver con su cercanía a la verdad
y no por su estética.
En el caso de las personas, esta belleza pertenece a un plano espiritual que intuimos
pero que no podemos llegar a hacer nuestro, ya que por algo no es algo material. Lo
que caracteriza al amor es, por tanto, la búsqueda de lo verdadero y lo puro, que tiene
que ver con la esencia misma de la belleza y que pertenece a un plano de existencia
totalmente separado de lo físico.
Así pues, en la vida mortal el amor platónico está lleno de frustración, ya que a pesar
de que se intuye la belleza, es imposible experimentarla directamente a causa de
las limitaciones de lo material.

El amor como algo inalcanzable

A veces se dice que la esencia de la teoría del amor de Platón es la imposibilidad de


acceder a aquello que se ama. Sin embargo, la imposibilidad de acceder directamente
a esta idea de belleza es tan solo una consecuencia de la distinción que Platón hace
entre lo ideal y lo material.
Este filósofo hizo que su teoría girase totalmente en torno al mundo de las ideas,
y por eso no establecía normas muy férreas acerca de acciones concretas que hay que
seguir para experimentar el amor de un modo correcto, como si nuestra manera de
movernos y actuar sobre un espacio físico fuese en sí algo muy importante.
Es por eso, entre otras cosas, que no decía que el amor tuviera que expresarse a través
del celibato, ya que eso supondría contradecirse en sus principios al basarse sobre el
supuesto de que la experimentación de la belleza tiene que estar conectada al modo
en el que se experimenta con el mundo material. Eso fue más bien una deformación de
la filosofía dualista utilizada a partir de la popularización de las religiones
abrahámicas, especialmente del cristianismo.
Así pues, latón dejaba la puerta abierta a diferentes maneras de acceder parcialmente
al mundo espiritual, de trascender las fronteras entre lo materia y lo que según él
existía más allá de esto.

Según Aristófanes
“Hasta ahora los hombres han ignorado enteramente el poder del amor; porque si lo
conociesen, le levantarían templos y altares magníficos, y le ofrecerían suntuosos
sacrificios, y nada de eso se hace, aunque sería muy conveniente”[1].

Con estas palabras empieza su discurso Aristófanes, poeta que se basará en el aspecto
mitológico del Dios del amor. A ellas se añade la concepción de que Eros, el dios del
amor, es quien derrama más beneficios sobre los hombres, por ser su protector y
médico y por curar los males que impiden al género humano llegar a la cumbre de la
felicidad. Felicidad que luego se conocerá como reencuentro-unión con el bien amado.

Aristófanes se propone tratar el asunto de una manera distinta y, en la búsqueda de


dar a conocer el poder del amor, empieza por exponer la naturaleza del hombre y las
modificaciones que ésta ha sufrido, para llegar a ser como se le conoce.

Debemos considerar que, según Aristófanes, para entender el amor es necesario


estudiar su naturaleza como punto principal. Es aquí donde empieza la explicación e
interpretación de todo lo que significa el mito del andrógino. Y más adelante se verá
cuál es su semejanza con la concepción del filósofo contemporáneo Leonardo Polo[2].

“En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente de lo que es hoy. Primero había
tres clases de géneros: los dos sexos que hoy existen y uno tercero compuesto de estos
dos, del cual solo se conserva su nombre. Todos los hombres tenían formas redondas, la
espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos
fisonomías unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza que
reunía estos dos semblantes opuestos entre sí. Cuando estos deseaban caminar ligeros, se
apoyaban sucesivamente sobre sus ocho miembros…”[3].

La división de los tres géneros equivale a la del hombre (macho-macho), la mujer


(hembra- hembra) y del Andrógino, que es el que reunía el sexo masculino y el
femenino. Estas tres especies no solo eran de forma redonda, sino que también tenían
sus miembros duplicados. No solo tenían cuatro piernas y cuatro brazos, también
cuatro orejas, dos órganos de generación y todo lo demás en esta misma proporción.
Se desplazaban gracias a sus ocho miembros (sus cuatro piernas y sus cuatro brazos)
y mediante un movimiento circular, podían avanzar con mucha rapidez (por eso es
que eran más ligeros).

“… La diferencia de estas tres especies de hombres, nace de la que hay entre sus
principios. El sol produce el sexo masculino, la tierra el femenino y la luna el compuesto
de ambos, que participa de la tierra y del sol. Los cuerpos eran robustos y vigorosos y de
corazón animoso y por esto concibieron la atrevida de escalar el cielo y combatir con los
dioses y como consecuencia de esto, Júpiter[4] los separó en dos, los dividió en dos partes
iguales…”[5]

De estos principios (Sol, Tierra y Luna) recibieron su forma (redonda) y su manera de


moverse (movimiento circular o esférico). Según el mito, los hombres fueron
castigados por atreverse a desafiar a los dioses. Perdieron sus fuerzas y no fueron más
robustos ni vigorosos. Los dioses no solo contaban con este beneficio sino que además
tendrían un número duplicado de hombres para que les sirvieran, para que les
rindieran culto y les ofrecieran más sacrificios. Desde ese momento, los hombres
marcharon rectos sosteniéndose en dos piernas y con la posibilidad de marchar en
solo una, si conservaran su impía audacia.

“…Júpiter mandó a Apolo[6] que curase las heridas, que colocase el semblante del lado
indicado y la mitad del cuello del lado donde se había hecho la separación, y que cosiese
los cortes de la piel…”[7]

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