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Introducción a la epistemología
de las ciencias de la salud
1. Introducción
2. Un cuadro general de las ciencias de la salud.
3. Los repertorios categoriales y los hechos concretos: la batalla on- tológica
4. Un precedente insoslayable: G. Canguilhem
5. Desafíos a una Epistemología de las Ciencias de la Salud
6. Sobre los alcances de la reflexión epistemológica
1. Introducción
¿Cuáles son, exactamente, los asuntos que debería tratar una Epistemología
de las Ciencias de la Salud?
Antes de responder a esa pregunta es necesario abordar esta otra: ¿Cuáles
son esas “ciencias de la salud”? ¿En qué consiste exactamente el objeto
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1. Hegel emplea este giro verbal (“recaída en la inmediatez’') para referirse al proceso por el cual
algo que ha llegado a ser como resultado de un proceso formativo, se desprende de su génesis y
se instala como algo obvio, originario.
Las relaciones jurídicas en estas sociedades en proceso de estatalización (que
en gran parte reemplazaron a la eticidad primitiva) se plasmaron en un vasto
conjunto de mecanismos jurídicos explícitos y formalizados, tal como lo imponían
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1 Para una mejor comprensión de la diferencia entre los estados precapitalistas y los capitalistas,
recomiendo examinar las diferencias entre los Estados Estáticos y los Estados Dinámicos, tal
como las prest ita Hans Kelsen, ya que ella desnuda el sentido profundo de clase que definió el
paso a los Esta JS Modernos Burgueses y a la primacía de la Sociedad Civil (es decir, del reino del
derecho priv iO del derecho capitalista). Cfr. Han Kelsen (1988).
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unidad de objeto y de método, muy diferente al que existió en los albores de las
Ciencias Modernas. Philippus Teophrastus Bombast von Hohenhaim (1493-1541)
uno de los padres de la Medicina Moderna, conocido como Para- celso, en su
Libro de los Prólogos afirmaba que hay “cinco ciencias en Medicina, cinco artes o
cinco facultades del entendimiento” (1945:33):
i. Medicina natural;
ii. Medicina específica;
iii. Medicina caracterológica o cabalística;
iv. Medicina de los espíritus; y
v. Medicina de la fe.
Cada una de estas posiciones expresa el alineamiento con una cierta forma
de darle entidad al asunto de las Ciencias de la Salud, y, por lo tanto, se juega
allí una dura batalla ontológica (cfr. A. Giddens) (1995:40).
Por una parte, una ontología que postula la existencia de los entes naturales
(los objetos o cosas reales), tal como lo establecieron las Ciencias modernas; por
otra parte, la de las interacciones sociales (o campos de poder), como se
configuraron a partir de sociologías comprensivas o hermenéuticas, y, por último,
la de las construcciones discursivas (o producciones de sentido), como las que
difundieron autores como J. Derrida.
Bruno Latour acertadamente considera a estas tres ontologías distintas como
“repertorios (categoriales) para hablar de nuestro mundo”:
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Pues bien, creo que las Ciencias de la Salud presentan estas tres variantes
contrapuestas de manera paradigmática, sin que se adviertan caminos
epistemológicos u ontológicos que permitan imaginar alguna síntesis posible.
Sin duda que cualquier fenómeno propio del campo de la salud (una epidemia;
un caso clínico; un programa de saneamiento básico, etc., etc.) reúne todos_los
ingredientes para ser designado como “un híbrido”, término que emplea B. Latour
para hacer referencia a la unidad de esos diversos modos de ser que presentan los
hechos concretos. En efecto, en estos entran en juego objetos naturales-,
situaciones y relaciones de poder y construcciones discursivas. El SIDA, por
ejemplo, es un caso extremo de híbrido, en donde se conjugan de modo inevitable
estos tres repertorios ontológicos: entes naturales (proteínas, virus, estructuras y
mecanismos inmu- nológicos); relaciones sociales y situaciones de poder
(marginación, represión, liberación...) y configuraciones discursivas, es decir, las
construcciones mediante enunciados de mundos que sólo existen en la
circulación y diseminación verbales y en los cuales se construye una realidad
simbólica "sidoso”; “peste rosa”; “marginal”, etc.).
Pero, entonces, si los híbridos (como unidad de lo diverso) existen por derecho
propio, ¿no es posible pensarlos como momentos de un único ser o de una única
realidad? O, dicho de otra manera, ¿no hay ningún otro repertorio categorial
posible, que sintetice a los tres anteriores, y que permitan para ha- ::ar de la
salud de manera coherente? ¿No hay algún modelo posible en el que : - fes
repertorios queden suprimidos, pero conservados y superados? Volvamos a aquello
común que hay entre los saberes sobre la salud; y que . o-o:minar en adelante las
nociones nucleares: i) Salud (normalidad), :: Enfermedad patología), iii) Curación
(terapéutica) y iv) Preservación ( p r « T o d o s estos conceptos están
relacionados directa o indirectamente con cc ?as. y con procesos causales, pero,
también relaciones con valores y por ende, con representaciones y con sujetos que
las producen e interpretan . La salud tiene que ver con el cuerpo y con su
fisiología (con el organismo: con sus órganos, sus procesos causales físico-
químicos y sus variables
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y constantes fisiológicas). Pero también tiene que ver con evaluaciones; con
interpretaciones, con preferencias, con signos y con decisiones..., es decir, con
“alimentos” y “provisiones”; tiene que ver con “refugios” y “abrigos”, con el “dolor”
y el “bienestar”, etc.
La salud, en un sentido amplio pertenece al orden del ser (cosas y causas),
pero también al orden del deber ser (con representaciones o significados). Por
todo esto, la salud es una especie de bien. De eso no cabe duda.
Pero, entonces, siendo así, explícita o implícitamente las Ciencias de la Salud
están ante una encrucijada epistemológica. ¿Qué clase de conocimiento es
posible acerca de los bienes, o más generalmente, acerca de los valores? ¿La
Ciencia o la Hermenéutica filosófica? ¿La explicación o la comprensión? Y estas
alternativas, ¿son excluyentes o podrían ser integradas en una concepción
científica más amplia e integral?
Se ha dicho que “la salud es el bien orgánicoSe puede decir, recíprocamente,
que “el Bien es la Salud del mundo social”. Y no sería un juego de palabras. De
hecho, las fronteras entre la Salud y la Ética siguen siendo imposibles de
establecer nítidamente y no por cuestiones superficiales, sino de fondo: el
concepto nuclear de “prevención” es imposible desprenderlo de los modos o
estilos de vida y esto lleva irremediablemente al campo de los valores de la vida
social.
Si se admite lo anterior, queda claro, entonces, que las Ciencias de la Salud
no pueden soslayar la cuestión general del Bien y de la Eticidad en general.
Además de quedar en claro que el prejuicio de que la Medicina (como disciplina
emblemática de la salud), se afianza como ciencia en la medida en que elimina
los restos de ética y conocimiento sapiencial, religioso o filosófico... ese prejuicio,
digo, debe ser revisado. O, en el mejor de los casos, redimensionado.
2 Uso el término “eticidad” como equivalente a “Cultura” o “Espíritu". Los antecedentes de este
uso los encuentro en Hegel, y también en C. Waddington. Más adelante presento referencias
bibliográficas precisas.
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mostrar que hay un núcleo común entre los significados pretéritos y actuales
de la palabra “enfermedad”, y que lo común es el juicio virtual de valor que
contiene, delinea así la tarea de la Ciencia Médica:
epistemológicos.
Pero, pese a esta importancia central, ¿disponemos de respuestas precisas a
la pregunta sobre la índole de la relación entre esas dos esferas ontológicas (el
ser y el valor)? Por ejemplo, ¿hay acuerdo acerca de si las constantes fisiológicas
le dictan la norma de lo viviente al médico, o es más bien el médico quien inviste
a las constantes fisiológicas de alcance normativo?
La obra de Canguilhem tiene como valor imperecedero haber aislado de
manera impecable el núcleo epistemológico en la definición del objeto de la
ciencia médica:
Estar sano no es sólo ser normal en una situación dada, sino también ser
normativo en esa situación y en otras situaciones eventuales. Lo carac-
terístico de la salud es la posibilidad de superar la norma que define lo mo-
mentáneamente normal, la posibilidad de tolerar las infracciones a la norma
habitual e instituir normas nuevas en situaciones nuevas. (1978:150)
Creo que esta tesis, en lo que tiene de aceptable, está expresando la me- r. a
de la sociedad civil basada preferentemente en las investigaciones y e: .
tecnologías biológicas, pero al considerar a la técnica humana como - - .
"prolongación”, echa oscuridad sobre los complejos caminos que debió re- " . r la
praxis humana para reencontrar en el mundo de lo operatorio for- i. como base
de la revolución tecnológica, lo que era pura sabiduría bioló- j Es posible
demostrar, por el contrario, que la técnica humana ni en me- i_::na ni en
ninguna otra esfera es una prolongación de la actividad biológi- iestinada
intencionalmente a ahorrar los “costosos ensayos y errores” de i • :da
inconsciente. Por el contrario, la misma vida humana se constituyó, : ' ie el inicio,
como negación de los valores biológicos o, mejor, como su su- z - -ión y
superación. En la medida en que la humanidad conquistó el mun- : de la
Autoconciencia y de la Cultura, también en esa medida contrapuso i “vida” del
Espíritu a la vida del Cuerpo. El largo periplo que recorrió (y que sigue
recorriendo) la humanidad en este reencuentro de ella con la Na- : -raleza, no fue
la expresión de un error del oscurantismo medieval. Así co- ~ la Geometría no es
la mera prolongación de la inteligencia sensoriomoto- ra de los niños en el
espacio, así tampoco las técnicas médicas son la prolongación de los valores
vitales. Aplicado a la Medicina, se puede sostener que '.a actividad normativa
terapéutica no surgió como un perfeccionamiento de '.a actividad normativa vital,
sino como una prolongación de la actividad normativa social o espiritual. Su
verdadero campo de aplicación o de funcionalidad no fueron (pese a las
apariencias) los procesos biológicos, sino los proceros sociales (comunales,
estatales y societales). La terapia o acción médica primitiva no estuvo orientada a
evitar errores o a complementar los procesos biológicos (los cuales no existieron
como tales, para la conciencia humana, ..asta muy avanzado el proceso
civibzatorio), sino para complementar o, mejor, regular a los procesos sociales.
También se puede demostrar que el carácter ético religioso de la medicina,
aunque comportara errores para los valores vitales, no puede ser evaluado como
un error, sino un acierto para los valores sociales. La “vida” biológica, tal como la
representa la ciencia moderna, es una creación de la cultura burguesa, y no un
punto de partida. Por eso ni la ética ni la religiosidad ni la filosofía deben ser
evaluadas como desviaciones ni de la “vida” biológica, ni de la ciencia y de la
técnica moderno burguesa que la han construido como categoría, sino, todo lo
contrario: como sus condiciones históricas de posibilidad. Sólo una rigurosa
investigación dialéctico histórica puede proporcionar una medida justa para
dicha evaluación.
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Ahora bien, ¿en qué consiste esta capacidad? ¿Es una capacidad que tiene
fundamento en lo objetivo o es una mera creación subjetiva y que sólo r.xiste en
tanto es creada por la representación verbal? De otra manera: los :icios que
distinguen lo correcto de lo incorrecto ¿son juicios fundados en los retos reales?
¿Afirman o niegan propiedades objetivas de las cosas mismas? ¿O, por el
contrario, son expresiones subjetivas, referentes a patrones ¿e preferencias sin
otro fundamento que la discrecionalidad de la fantasía creadora de los pueblos?
Estas cuestiones son decisivas para afirmar la existencia legítima de las
Ciencias de la Salud. En efecto, si se llegase a probar que se trata de meros
“juicios” subjetivos, el estatuto epistemológico de las Ciencias de la Salud
quedaría arruinado. Ellas quedarían negadas como “ciencia” (sin perjuicio de :¡ue
sus contenidos pudieran ser recuperados como otro tipo de doctrina: por
ejemplo, como conocimiento sapiencial; como religión laica; como construc- áón
ideológico-política; como saber hermenéutico; como producciones discursivas,
etc.).
Aunque es sabido, vale reafirmarlo: la cuestión de la relación entre el ser y el
deber ser no sólo es una cuestión profunda y de gran complejidad, sino que
también está rodeada de grandes escollos ideológicos. Como una herencia
fundamental del pensamiento moderno, existe, de arrastre, el inmenso
presupuesto de que la Naturaleza y la Cultura son dos órdenes inconmensu-
rables, y que aplicar al orden moral (como se decía antes) o al orden cultural como
se dice ahora) los conceptos válidos para el orden de las cosas es cometer el
pecado de naturalismo e incluso, incurrir en monstruosidades lógicas (es decir,
en falacias).
La Posmodernidad no resolvió esta cuestión moderna, sino que la hizo de-
saparecer mediante la introducción de una nueva perspectiva dicotómica: la
separación entre el orden de lo real (inabordable) y el orden de lo discursivo
(único objeto accesible a la investigación o a la Ciencia, devenida Gramatolo- gía
o Crítica Discursiva).
He aquí, delineados, los grandes escollos que enfrenta una reflexión epis-
temológica sobre los conceptos nucleares de las Ciencias de la Salud: por mía
parte, la exigencia de no admitir la continuidad entre el orden de lo Natural y de
lo Cultural; y, por otra parte, la exigencia de considerar que lo relevante para la
Cultura siempre son puras existencias en el discurso, sin otra consistencia ni
base de realidad (porque la noción misma de “realidad” ha quedado impugnada).
La tarea consiste, entonces, en averiguar si tiene caso alentar una
perspectiva epistemológica que tenga la capacidad suficiente para sintetizar la
comprensión de las grandes regiones ontológicas que han quedado trazadas
(Naturaleza y Cultura, de un lado; y Realidad y Discurso, del otro lado).
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