ISIDORO CHERESKY

EL NUEVO ROSTRO
DE LA DEMOCRACIA

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

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ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA - GUATEMALA - PERÚ - VENEZUELA
Primera edición, 2015
Cheresky, Isidoro
El nuevo rostro de la democracia. - la ed. - Ciudad Autónoma
de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2015.
309 p. ; 21x14 cm. - (Política y Derecho)
ISBN 978-987-719-080-9
1. Democracia. 2. Ciencia Política.
CDD 320.1
Armado de tapa: Hernán Morfese
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ÍNDICE
Prefacio ......................................... 11
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 13
Primera parte
UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS / 27
I. Los principios democráticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 31
La libertad de los modernos
y la de los contemporáneos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 31
La igualdad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 36
II. La mutación del régimen político representativo . . . .. 81
Las elecciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 84
La ciudadanía ................................ 95
Los liderazgos de popularidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
Democracia continua, entre la deliberación
y la inmediatez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
Segunda parte
LA DEMOCRACIA DESAFÍA LA REPRESENTACIÓN / 125
III. El espacio público, ámbito de la política democrática . . 133
"Los desaparecidos". El nombrar atribuye sentido .. 140
Sistema representativo y democracia directa ....... 154
IV. De la autorrepresentación a la democracia directa. . . . . 173
La democracia directa de los antiguos
y la de los contemporáneos ................... 175
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11. LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN

POLÍTICO REPRESENTATIVO

EL SISTEMA representativo, es decir, el Poder Ejecutivo, el Con-

greso y los partidos políticos, junto con la magistratura judi-
cial, han constituido un sistema con vocación de contener la
vida política. La asociatividad y la espontaneidad social -las
huelgas y los conflictos, entre otros-, que se despliegan o co-
bran existencia en el espacio público, eran consideradas tri-
butarias del sistema institucional estatal, entendido este en
sentido amplio, y parecían contenidas en él.
Por cierto, esta concepción de la vida política como siste-
ma que asimila la política a una esfera y ella a una organiza-
ción -como lo son en otra proporción una empresa, un club, o
una organización religiosa- reconocía las influencias no insti-
tucionalizadas e incluso los momentos de disociación entre di-
rigentes y dirigidos como las crisis políticas que eran superadas
con un reacomodamiento institucional. Sin embargo, la muta-
ción democrática a la que asistimos no es tan solo una crisis en
el sentido apuntado, sino presumiblemente un desplazamiento
hacia otra forma política.
Un inicio de la interpretación de esta mutación remite a la
relación entre dirigentes y dirigidos, al debilitamiento de sus dis-
positivos caracterí~ticos y a la alteración en los términos de ese
vínculo. Las interpretaciones académicas, entre ellas las de Pi erre
Rosanvallon 1 y J acques Ranciere, 2 tienen sustento en la expe-
riencia contemporánea. Su ilustración en los vínculos políticos

1 Véase Pierre Rosanvallon, La contre-démocratie. La politique a l'age de la

défiance, Paris, Seuil, 2006 [trad. esp.: La contrademocracia. La política en la era
de la desconfianza, Buenos Aires, Manantial, 2007].
2 Véase Jacques Ranciere, La haine de la démocratie, París, La Fabrique,
2005 [trad. esp.: El odio a la democracia, Buenos Aires, Amorrortu, 2006].

81
82 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
ha sido el vertiginoso y creciente alejamiento de los individuos
respecto a las identidades partidarias, en particular las tradi-
cionales; la emergencia de liderazgos de popularidad y de al-
ternativas políticas "ciudadanas", generalmente efímeras, y la
fluctuación en el voto ciudadano sobre todo en las contiendas
nacionales.
La desafección ciudadana contemporánea va más allá de
los partidos y los dirigentes, y apunta al dispositivo institucio-
nal en general. Esta "desconfianza ciudadana" generalizada y
su correlato en la despartidización de la política3 han sido abor-
dados en los estudios políticos académicos con una preocupa-
ción dominante: reparar el sistema institucional vigente hasta
hace unas décadas corrigiendo los comportamientos enclaus-
trados de los dirigentes y la presunta apatía ciudadana.
Pero la desinstitucionalización política a la que se asiste en la
mayoría de las sociedades contemporáneas ¿es un mal pasajero?
Es cierto que la institucionalización democrática abarca
las garantías del Estado de derecho y la potencial protección de los
individuos, las minorías y los particularismos. También es un
requisito para la paz social, pues ahí donde es sólida tiene la
capacidad de regular los conflictos y hacer de los antagonistas
adversarios, deviniendo la lucha política una competencia ago-
nística. Sin embargo, las instituciones tienen un carácter ambi-
guo, y ello supone que también suelen consolidar la naturaleza
mixta del régimen político y ser un obstáculo para las refor-
mas del statu qua.
La institucionalización comporta la instalación de dirigen-
tes legítimos y de poderes corporativos, y con ello, de privilegios
para grupos e individuos. En consecuencia, una instituciona-
lidad específica genera resistencias y tiene su tiempo de sinto-
nía con la vida política y social, es decir que no puede tener una
pretensión perenne. La democracia representativa -tal como
la conocimos- fue considerada por académicos y ciudadanos
3 Véase Isidoro Cheresky (comp.), La política después de los partidos, Bue-
nos Aires, Prometeo, 2006.
l
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 83
como un conjunto de normas e instituciones que reconocía va-
riaciones nacionales, pero todas ellas referían a un modelo im-
plícitamente inmutable.
El argumento que se presenta en este volumen sostiene
que no puede concebirse una primacía de las instituciones por
sobre los principios democráticos. y estos, como ya se argu-
mentó, no constituyen un decálogo, sino un sentido que las de-
mocracias deliberativas reformulan a lo largo del tiempo. Los
momentos álgidos de la política son los de la crisis. Son recu-
rrentes en nuestras sociedades democráticas y en ellos se pone
en juego la relación entre normas institucionales y principios.
Las caídas de los totalitarismos y las dictaduras discontinúan
el marco institucional precedente, pero otras circunstancias de
la vida política han requerido también adaptaciones o aparta-
miento de las disposiciones institucionales vigentes. 4
"Democracia continua"5 nombra un nuevo equilibrio entre
el sistema representativo, por una parte, y otras representacio-
nes y acciones ciudadanas informales, por otra. El gobierno y,
en consecuencia, el sistema representativo están condicionados
por esa dinámica que se despliega en el espacio público de un
modo diferente que en el pasado. La democracia continua in-
dica ante todo la centralidad de una ciudadanía que no delega
completamente la soberanía en el acto electoral, sino que per-
manece alerta y se expresa de un modo virtual o activo cuan-
4 De ese modo, las leyes de autoamnistía decididas por los militares argen-
tinos fueron consideradas nulas, pero también los crímenes cometidos en ese
entonces, al ser calificados como crímenes contra la humanidad, pudieron te-
ner efecto sobre aquellos imputados que habían sido absueltos o perdonados.
La caída en la pobreza y la indigencia de un sector importante de la sociedad
argentina a fines de los años noventa, y más agudamente después de la crisis
de 2001, generó una situación de excepción en que las normativas usuales
sobre el orden público fueron suspendidas o atenuadas en vistas a preservar
en un sentido amplio el derecho a protestar y autorrepresentarse de quienes
manifestaban, bloqueaban rutas y espacio público o incluso violaban la pro-
piedad privada invadiendo entidades bancarias. Estas situaciones son trata-
das más explícitamente en la segunda parte de este volumen.
5 Término acuñado por Dominique Rousseau en La démocratie continue,
París, LGDJ-Bruylant, 1995.
84 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
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. ¡
do el gobierno adopta decisiones significativas, o ante temas
emergentes en la cotidianeidad pública. En otros términos, la
legitimidad de las decisiones no se deriva del acto de elegir go-
bernantes, sino que está en juego en forma recurrente. La au-
tonomía ciudadana, proclive a la autorrepresentación, ha sido
tratada en términos de "contrademocracia", 6 en el sentido de
que supone una actividad política disociada del sistema repre-
sentativo-electoral. Puede incluso desembocar en una movili-
zación ciudadana apremiante en las demandas y expectativas,
y reticente ya no a las mediaciones burocráticas o a los intere-
ses facciosos que suelen instalarse en las instituciones, sino a
toda mediación reflexiva; esa derivación es la de la democracia
inmediata. La expresión extrema de esta es el pueblo en acto
que puede concluir en un régimen plebiscitario.
El tratamiento de los principales recursos de la represen-
tación, su crisis y metamorfosis permite adentrarse en este án-
gulo de la mutación de la democracia.
LAS ELECCIONES
El régimen democrático configuró un dispositivo de representa-
ción articulando soberanía popular expresada electoralmente y
gobierno legítimo surgido de ese acto. Se trata de las elecciones
como momento de plenitud democrática, con un voto vehiculi-
zado a través de canales institucionales de competencia en los
cuales eventualmente los ciudadanos participan, pero que les
son dados como alternativas por los partidos que les proponen
candidatos para los cargos representativos. Las elecciones libres
suponen el respeto de reglas comunes y condiciones generales,
básicamente el goce de libertades públicas y reglas equitativas
para los competidores y para la información del electorado.
Potencialmente, el resultado electoral es imprevisible, y ello
sucede cuando no hay partido hegemónico. La situación de un
6 Véase Pierre Rosanvallon, La contre-démocratie, op. cit.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 85
poder predominante que transforma las elecciones en un acto
intrascendente es característica de los regímenes totalitarios,
en los que las elecciones son una fachada. 7
Pero las elecciones libres son, potencialmente y con fre-
cuencia de manera efectiva, minirrevoluciones. En ese caso,
las elites y las corporaciones condicionan pero no tienen un do-
minio del electorado; las campañas electorales cuentan, pues
en ellas se reconstituyen o se debilitan los vínculos represen-
tativos; y si hay diferenciación política, es decir, opciones de
rumbo político a veces traducidas en programas y promesas es-
pecíficas, entonces las elecciones devienen verdaderas minirre-
voluciones. Una elite política puede ser desplazada del poder y,
a veces, del control del Estado. Con las elecciones libres la cre-
dibilidad de la democracia se renueva, aunque como veremos,
en los tiempos presentes la desconfianza ciudadana persiste
aun cuando el proceso electoral pone de relieve la gravitación
de la autonomía ciudadana.
Las elecciones han sido el dispositivo que permitía repre-
sentar, que posibilitaba que la sociedad se diera un gobierno le-
gítimo, y en consecuencia debían ser el momento central de la
actividad democrática, el que ordenaba los tiempos de la de-
mocracia. Quienes aspiraran al poder, ya sea local o nacional,
debían tener en vista la oferta y el acto electoral como expresi-
vos de la decisión popular. De este modo, los gobiernos toman
las decisiones corrientes, pero un día el pueblo decide quiénes
son los decisores, claro está, en función de las opciones que se
le presentan.
Las elecciones presuponen un dispositivo. Su componen-
te principal, destinado a canalizar la expresión ciudadana, fue-
ron ya desde el siglo XIX los partidos políticos. Estos aparecían
como expresivos de aspiraciones e intereses sociales, yadqui-
7 Los regímenes de partido hegemónico en los que el electorado está en-
cuadrado por una organización partidaria entrelazada con corporaciones y
las condiciones para la competencia están inhibidas constituyen una variante
atenuada, pues las dictaduras no conllevan un arrasamiento del ámbito civil
y privado.
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86 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
rían una forma organizada con adherentes y dirigentes. Ge-
neralmente, no actuaban tan solo en tiempo electoral sino en
forma permanente. Su vocación, en muchos casos, no era solo
expresiva, sino además activa en relación con los ciudadanos.
¡ El sistema de partidos se ha debilitado o ha desaparecido,
Las fuerzas políticas que se proponían reformas sociales e ins-
titucionales, o la revolución, se daban por misión modificar
el estado de la opinión y no tan solo expresarlo. Desplegaban
o penetraban una red de asociaciones civiles con fines diver-
sos en la que llevaban a cabo una acción proselitista de per-
suasión y de incorporación de nuevos adherentes. Una prensa
partidaria actualizaba los objetivos de cada organización polí-
tica y era el instrumento para unificar lo que las voces del par-
tido predicaban.
Así, el mundo de la política, ahí donde el dispositivo de la
democracia representativa se desarrolló plenamente y se con-
formó un sistema de partidos, presentaba una trama de perte-
nencias diversas que aspiraba a dar estabilidad y previsibilidad
a la vida política. Con las elecciones podía producirse una al-
ternancia en el gobierno y los opositores podían pasar a dirigir,
pero las variaciones en el caudal electoral de uno y otros no eran
generalmente dramáticas. Los "partidos de masas" de ese enton-
ces tenían adhesiones constantes y frecuentemente las variacio-
nes en los votos que recogían eran marginales, provenientes de
la franja menor de los indecisos.
La llamada crisis de la representación, a la que se alude
desde hace un par de décadas, hace hincapié en que el dispo-
sitivo institucional de la representación no es el del pasado, ya
sea que se considere que asistimos a una metamorfosis 8 o al
advenimiento de una sociedad posrepresentativa. 9 En la ob-
8 Véase Bernard Manin, Principes du gouvernement représentatif, París,
Calmann-Lévy, 1995 [trad. esp.: Los principios del gobierno representativo, Ma-
drid, Alianza, 1998].
9 Véase Pierre Rosanvallon, La contre-démocratie, op. cit. y La légitimité
démocratique. Impartialité, réflexivité, proximité, París, Seuil, 2008 [trad. esp.:
La legitimidad democrática. Imparcialidad, reflexividad y proximidad, Buenos
Aires, Manantial, 2009].
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LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 87
¡
l
i servación del proceso y del acto electoral pueden percibirse los
I signos de la mutación democrática en curso.
como resultado de la desarticulación de las organizaciones his-
!¡ tóricas Y de la emergencia de movimientos políticos inorgáni-
I
cos, como es frecuentemente el caso en América Latina; o aun
con persistencia de partidos históricos mutantes a la par de la
I emergencia de nuevos -ecologistas, extrema derecha, regiona-
listas-, constituyéndose escenarios de fragmentación, como en
varios países europeos, tanto en las elecciones como en la acti-
vidad parlamentaria. De modo que en vísperas de las elecciones
aparecen otros actores con nuevas etiquetas y una centralidad
creciente de los liderazgos personales. Incluso los actores ins-
titucionales Y los líderes se posicionan de un modo diferente.
La centralidad de los liderazgos, por una parte, y el recurso
a elecciones primarias o a encuestas de opinión, por otra -es
decir, la consulta a una ciudadanía que se presume autónoma
y que se necesita auscultar-, son los vectores de la definición
de la oferta política.
La escena preelectoral, en muchos países, si no en todos,
no remite, como ya se indicó, al sistema de partidos, es decir, a
las instancias organizacionales y a los dirigentes de estas, sino
a los líderes de popul~ridad afines a los partidos o bien emer-
gentes u outsiders. Los líderes nacionales suelen autoprocla-
marse para las elecciones presidenciales con o sin el aval de
instancias institucionales. Pesan también en la configuración
de la oferta electoral a todos los niveles, en negociación con lí-
deres regionales o locales.
Una forma de institucionalidad que parece destinada a
acreditar la popularidad, evitando una connotación totalmen-
te personalista, es el recurso a elecciones primarias o bien a
encuestas de opinión. En ambos casos, los adherentes y la or-
ganización partidaria son también secundarizados o margina-
dos por el peso de electores genéricos y de la opinión pública.
La lógica de popularidad asentada en la imagen pública
del líder y en su capacidad de conquistar un electorado fluc-
 88 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
tuante, mayoritariamente sin pertenencias o en todo caso sin
obediencias, prima por sobre la lógica de la organización o de
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í
los aparatos. Estos son necesarios para competir y para gober-
nar, pero devienen crecientemente pragmáticos y subordina_
dos al liderazgo predominante. En otras palabras, el electorado
es fluctuante, pero también lo son las redes organizacionales
I y un sentido vago de su rumbo, con componentes de negativi-
y los aparatos.
La desinstitucionalización del proceso electoral y la fluc-
I campaña electoral. Y cuando lo fueron, a la hora de ejecutar-
tuación de electores y organizaciones son más notorias cuan-
do se trata de una disputa nacional y predomina el recurso a la
I
comunicación política: la televisión, las radios y las redes so-
ciales en la web priman por sobre la movilización de militan-
tes en la calle. A nivellocaI, los vínculos son más tradicionales
cara a cara y, en algunos casos, sostenidos en redes y lealtade~
personales y grupales. Pero el alineamiento político está re-
gulado por la escena nacional; aunque esta no absorbe o rige
completamente las escenas locales, en términos generales pre-
valece sobre ellas.
Como el gobierno representativo surge de un contexto que
ha mudado, la investidura de los gobernantes reviste otras ca-
racterísticas: se hallan menos condicionados por la o las orga-
nizaciones que los postularon -es el caso de los ejecutivos a
diferentes niveles, pero también de los parlamentos, aunque
para estos últimos los condicionamientos organizacionales son
mayores, sobre todo allí donde no son votados en circunscrip-
ciones uninominales-, es decir, gozan de una mayor libertad.
Los presidentes/líderes de popularidad suelen no tener pares a
los cuales rendir cuentas, y es alto el grado de libertad perso-
nal para decidir sin consultar.
Se vota gobernantes y legisladores con frecuencia sobre la
base de una identificación por la negatividad, es decir, contra
la gestión saliente o contra quienes aspiran a ser la alternativa,
y por la exhibición de una imagen que dé verosimilitud en rela-
ción con asuntos que están en la agenda pública, pero respecto
a los cuales suele haber pronunciamientos genéricos. Pero no
hay, salvo excepciones, ni programa ni promesa. Por una par-
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO
te, porque se trata de congregar un apoyo amplio y las precisio-
nes favorecen la disidencia y la polémica conspirando contra
89
el propósito de multiplicar el electorado. Es la imagen del líder
dad y positividad, lo que cohesiona. Con frecuencia, las princi-
pales decisiones de gobierno no fueron anunciadas durante la
las tuvieron escasa capacidad de movilización por parte de los
electores adeptos. lO
Es también notorio que gobernar es cada vez más hacer
frente a contingencias y, sobre todo, a la evolución de un mundo
globalizado en donde los Estados nacionales están condiciona-
dos y se confrontan con escenarios -económicos, de seguridad
o institucionales- cambiantes. De modo que la elección de go-
bernantes y representantes por electores que presumen de sus
capacidades y su rumbo, pero que generalmente no reciben un
listado de promesas, como era el caso en el pasado, encaja con
estas nuevas condiciones.
La lógica de la popularidad predominante implica una flui-
dez en los alineamientos ciudadanos, paralela a los reposicio-
namientos de los líderes que aspiran a la confianza ciudadana.
La novedad que implica esa movilidad de unos y otros ilustra
también el debilitamiento de los condicionamientos sociológi-
cos, es decir, de la pertenencia a una clase, ya sea que esta sea
definida en términos de ingresos, de sector de actividad o bien
socioculturales o profesionales. Por cierto, un estrato socioeco-
nómico, con frecuencia predominante en un territorio, puede
10 Ha sido el caso de la ampliación del sistema de salud en Estados Unidos.
Barack Obama se propuso dar cobertura a sectores sociales que carecen de
protección, y cuando emprendió su tratamiento en el Congreso fue resistido
por una amplia movilización del Tea Party, con poco apoyo activo de quienes
lo habían votado y de los beneficiarios del plan. En Francia, entre las prome-
sas con las que fue electo presidente Fran¡;ois Hollande, figuraba el impuesto
a las grandes fortunas; los superricos comenzaron una migración fiscal e in-
cluso cambio de nacionalidad, sin que se registrara un apoyo ciudadano signi-
ficativo a la nueva legislación de intenciones redistributivas.
 90 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
asociarse con afinidades políticas aunque no de un modo sis~
temático, pero en todo caso estas preferencias son construidas
con intervención de actores específicos. 11 La fluctuación del
voto, o simplemente de identificación con tal o cuallideraz~
go, desagrega o atraviesa los anclajes sociológicos, los que por
otra parte no presentan la consistencia o la homogeneidad de
la época de la sociedad industrial.
Por sobre todo, en la actualidad es más difícil atribuir una
identificación ideológica o partidaria según la condición social.
En los países europeos, el comunismo y la socialdemocracia
-en disputa entre ellos- eran considerados como la ideolo~
gía o la conciencia de los trabajadores y de los más humildes.
La emergencia de un voto popular protestatario a favor de la
extrema derecha, e incluso la reconfiguración de esta en una
amalgama de demandas sociales, discriminación hacia los ex~
tranjeros, racismo y nacionalismo, perturban la clásica distin~
ción entre izquierda y derecha y sus anclajes sociales.
y los actores paradigmáticos de la protesta ante las con~
secuencias de la crisis ¿no son acaso los "jóvenes urbanos",
reuniendo en esta clasificación generacional vínculos comuni~
cacionales digitales y valores culturales que desbordan -hasta
cierto punto, por cierto- las fronteras de la categorización la-
boral y la solvencia o la insolvencia económica?
Entonces, cada vez menos, el voto y otras expresiones po-
líticas se presentan como emergentes de una voluntad social
preexistente. 12
La lógica de popularidad promueve vínculos representati-
vos que son el resultado de la acción, intensificada durante las
11 La relativa disociación entre condición social y sufragio es ilustrada por
el pronunciamiento al menos parcial del "voto burgués" por la izquierda mo-
derna o la ecología en las grandes ciudades, sobre todo europeas, y el voto
popular en territorios donde otrora predominaba el comunismo por fuerzas
clasificadas como extrema derecha.
12 Una voluntad preexistente es una asignación inapropiada para cualquier
tiempo, pero el partido, el sindicato y la masa eran figuras de unidad y cohe-
sión más allá de las tensiones o heterogeneidades que les atravesaran.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 91
campañas electorales. Un factor significativo en la producción
de esos vínculos es la identificación suscitada por las estrate-
gias de proximidad de un candidato que acompaña y aparece
como un igual, pero que simultáneamente en ese contacto se
muestra como distinto, calificado para la "solución de proble-
mas". Es así tal como se presenta el líder ante los demandantes
que requieren atención y contención, y son designados como
lila gente". Los temas emergentes, la seguridad, el desempleo,
la inflación, en algunos casos, son también en buena medida
transversales.
En cada circunstancia, la popularidad requiere desentra-
ñar la clave de la diferenciación política. La negatividad, con-
trarrestar una política fallida, es una línea de diferenciación
entre oficialismo y oposiciones que se revela central. Pero del
propio oficialismo suelen emerger liderazgos alternativos o di-
sidentes. y en las oposiciones las reconfiguraciones son tam-
bién frecuentes, así como los desplazamientos de un liderazgo
a otro. La negatividad suele adoptar el estandarte de la "reno-
vación política", que es un enunciado que la alberga, pues suele
ser vacío, es decir, pasible de ofrecer alternativas muy diversas
al liderazgo y al rumbo cuestionados.
La dificultad de la diferenciación reside en que existe una
tendencia a un discurso único, una convergencia en un centro
político que procura recoger todas las expectativas de "la gen-
te". La promesa del mercado libre como vector del crecimien-
to y la libertad de los individuos fue, en su tiempo, verosímil, y
era difícil encontrar otra cosa que no fuera protesta marginal.
Una variante que pretendía ser más elaborada fue el proyec-
to de la Tercera Vía, pero este quedó prisionero de un clima de
época. El siglo XXI ha sido el del retomo del Estado. Las crisis
financieras contribuyeron en mucho a descalificar la idea del
mercado regulador, 13 pero también la expansión del terrorismo
internacional y la fragilidad de los sistemas complejos habilita-
13 Véase la noción de "mercado como modelo político" en Pierre Rosan-
vallon, Le capitalisme utopique. Histoire de l'idée de marché, París, Seuil, 1999
 92 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
ron una demanda de Estado interventor y protector. No obstan_
te, ese retomo del Estado está impregnado de la desconfianza y
la resistencia ante el Estado vigilante y perseguidor.
La complejidad de la política y el gobierno contemporáneo
requiere de una inventiva de la diferencia política, que si bien
se vale de la genealogía de los principios democráticos, no pue-
de sin embargo pretenderse como la continuidad de un legado.
Las elecciones, entonces, ponen en juego la vitalidad de la
política. Las instancias institucionales y su mecánica son insu-
ficientes para contener las transformaciones sociales, pues, al
menos las del sistema representativo, están vinculadas más a
la lógica de los aparatos y de las identidades, en tanto que en la
época actual la posibilidad de la política está asociada a la re-
validación permanente de la legitimidad.
El interés del escrutinio ciudadano se activa con los proce-
sos electorales, sobre todo si los resultados no son completa-
mente previsibles y se ponen en juego alternativas conectadas
con un debate público. Pero también pueden revelar un mayor
descontento ciudadano expresado en el abstencionismo, que
en algunos casos -por ejemplo, en las elecciones para el Par-
lamento Europeo- es recurrente. Por otra parte, las eleccio-
nes, sobre todo en el contexto anglosajón, van perdiendo sus
rituales característicos. Desde siempre, el votar en un día há-
bille quitaba excepcionalidad; ahora la expansión del voto an-
ticipado y por correo va privando de contorno y dramatismo
al acto electoral.
La libertad política extendida conlleva la incitación a los
pronunciamientos explícitos y reiterados de los ciudadanos. Al-
gunos son efectivos, por la reiteración de consultas electorales,
y otros son implícitos, a través de las continuas encuestas de
opinión pública. La opinión pública, aun así considerada, es un
estado virtual del juicio ciudadano, que pesa de manera consi-
derable sobre la vida política.
[trad. esp.: El capitalismo utópico. Historia de la idea de mercado, Buenos Ai-
res, Nueva Visión, 2006].
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 93
Se vota efectivamente después de deliberar, o se constru-
yen los estados de opinión por sondeos, y estos pronunciamien-
tos reiterados dan cuenta de que en el ámbito político social la
soberanía depositada en los representantes -políticos, sindi-
cales, sociales- se encuentra acotada por expresiones alterna-
tivas, fugaces unas, virtuales otras.
En América Latina, la centralidad de las elecciones, des-
de hace cuatro décadas, es el signo saliente del enraizamien-
to de la democracia. En algunos países su vigencia está puesta
en duda, pero ese denOlninador común de democracia electo-
ral es reconocido como característico de todos los países. Hubo
discontinuidades del mandato presidencial por protestas popu-
lares o por desautorizaciones institucionales, pero esas crisis
derivaron en restituciones de la legitimidad por el voto popular.
Sin embargo, en las condiciones de la democracia continua,
la representación surgida de las urnas reviste una nueva pre-
cariedad. Se eligen gobernantes y representantes sin manda-
tos muy específicos. Por cierto, existen variaciones nacionales
considerables y, en algunos casos, las campañas electorales pa-
recen transcurrir por los senderos clásicos de identidades po-
líticas y expectativas reconocidas. No obstante, esa afirmación
general sobre la debilidad o la ausencia de promesa es válida.
Con todo, pueden reconocerse dos tipos de situaciones. Una es
la de identificar la propuesta por la negatividad, por el rechazo
a una gestión de gobierno o a lo que una fuerza política encar-
na como representación de un pasado indeseable, y ello sobre
todo ahí donde hubo crisis o traumas políticos -el pinochetis-
mo para unos, el "caos" de la Unidad Popular para otros en Chi-
le; el fujimorismo; la importación del "extremismo chavista";
el "neoliberalismo de los años noventa", etc.-, o simplemente
una gestión de gobierno descalificada; es decir que se invoca el
cambio sin definir su contorno en búsqueda de la confluencia
diversa que provoca el rechazo a una gestión de gobierno. Otra
es la que caracteriza la escena política en países como Venezue-
la, Bolivia, Ecuador y también Argentina, en que se han invoca-
do o producido cambios sociales y políticos significativos y que
94 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
se pretenden una ruptura con el pasado por obra de los gobier-
nos en ejercicio. El gobierno ha promovido un movimiento ofi-
cialista con grados diversos de heterogeneidad y organización.
Los líderes de estos procesos proclaman otra negatividad, la del
rechazo a los que han desalojado del poder pero supuestamen_
te persisten y/o amenazan las conquistas alcanzadas. De modo
que, en estos casos, los oficialismos atribuyen al voto en su fa-
vor un sentido de continuidad indirectamente negativo, pero
no hay tampoco promesa ni programa en el sentido tradicio-
nal del término.
Por lo demás, el gobierno en las condiciones contemporá-
neas de un mundo globalizado hace de las promesas, cuando
las hay, como en el caso de algunos países del hemisferio nor-
te, enunciados que son rectificados o abandonados al momen-
to de gobernar. Las promesas, cuando existen, no se valen por
sí mismas.
En las elecciones generales italianas de 2013, que renova-
ron ambas Cámaras, dominó el hastío ante las restricciones de
la crisis y el descrédito de la clase política, lo que condujo a la
emergencia fulgurante de un candidato denunciador de los par-
tidos y la representación -Beppe Grillo-, a un incremento de
la abstención y a una fragmentación del voto que dificultó la
formación de un gobierno con apoyo parlamentario.
De modo que el mismo componente de positividad en el
pronunciamiento electoral no se reduce a la substancia de los
enunciados, sino que depende de la credibilidad de los enun-
ciadores y de su desempeño en una escena electoral que debe
ser considerada en su conjunto.
El sentido del voto se deriva de escenas políticas cambian-
tes -cambian con frecuencia de una elección para la otra las
coaliciones y los candidatos- en las que intervienen compo-
nentes de voto retrospectivo -el juicio sobre la acción del go-
bierno saliente- y una perspectiva más amplia de negatividad:
votar en contra, o al "menos malo".
Pero ¿cómo debe concebirse la soberanía si no hay cesión
completa de ella en el acto electoral?
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 95
LA CIUDADANÍA
La delegación limitada de soberanía en el acto electoral supo-
ne que este tiene un sentido acotado: se eligen gobernantes y
representantes que no tienen, por cierto, mandato vinculante,
pero cada una de sus decisiones trascendentes serán juzgadas
en sí mismas. El "soberano" no se retira a la espera de la próxi-
ma elección; por el contrario, al día siguiente de los comicios
está alerta, proclive a reactivar su desconfianza y a expresar su
veto virtual como humor social recogido por las encuestas, o
a movilizarse. La ciudadanía está en el centro de la escena po-
lítica. No se trata, sin embargo, de una ciudadanía necesaria-
mente activa o participativa en la vida asociativa tradicional,
pero sí alerta, en buena parte informada y eventualmente dis-
puesta a movilizarse.
Con frecuencia, los principales desafíos a los gobiernos no
provienen de las oposiciones partidarias, sino de los movimien-
tos de la sociedad. 14 Estos suelen surgir de nuevos focos de con-
flictos precipitados por decisiones de gobierno, como fue el de
la resistencia de los lugareños a la explotación minera en Cuen-
ca, Perú, que debilitó al gobierno de Ollanta Humala a pocos
meses de ser electo en 2011 y aparejó el retiro de la izquierda
de la coalición de gobierno; o el del conflicto suscitado en Ar-
gentina en 2008 por la resistencia de los productores rurales a
una decisión administrativa que incrementaba las retenciones
a las exportaciones agrarias.
La propia difusión del término ciudadanía y la vigencia de
la sociabilidad a la que alude son ilustrativas de la mutación
democrática. La noción se ha expandido, más allá de los círcu-
los académicos, para mencionar nuevas formas de acción pú-
blica y de constitución de actores, a las que la designación de
"pueblo" no parecía cuadrar. Con frecuencia, el término apare-
ció asociado a "sociedad civil", es decir, a lo que emerge como
asociatividad fuera del Estado y de los actores institucionales.
14 Esto es particularmente notorio en América Latina.
96 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
Pero la ciudadanía refiere a una arena, formalmente la
constituida por quienes detentan los derechos políticos vincu-
lados a la nacionalidad; en otra perspectiva, a la de los intervi_
nientes, reales o potenciales, en la comunidad política, es decir,
en un ámbito de deliberación, argumentación y diferenciación.
En verdad, desde cierto punto de vista la referencia a la ciu-
dadanía es más cívica y consensual que la referencia al pueblo,
que aparece desplazada pero sigue vigente. Este último es el su-
jeto de la acción, y desde los orígenes ha sido el de la revolución:
"El pueblo no es un dato o un concepto que remite a la sociedad
empírica, sino la legitimidad de la Revolución y de alguna ma-
nera su definición misma: todo poder, toda política gira a partir
de entonces alrededor de este principio constituyente y que sin
embargo no es posible encarnar" .15 Y en consecuencia la legi-
timidad del poder remite a "ese espacio evanescente y primor-
dial que es la voluntad del pueblo". Resonancias más próximas
tienen una consigna de los años sesenta difundida en América
Latina: "El pueblo unido jamás será vencido". Suele ser evoca-
do entonces como un sujeto político en movimiento contra un
adversario o un enemigo, según los contextos.
Por cierto, en la competencia política democrática su invo-
cación suele ser el horizonte de las principales fuerzas políticas
actuantes, que aspiran a representarlo. El pueblo es invitado
a responder a un llamado electoral o a la movilización en vis-
tas a una contienda; con frecuencia, tiene la connotación de
"los de abajo", pero también alude a un todo identificado con
la Nación.
Su convocatoria a movilizarse ante un adversario o un ene-
migo tiene una virtualidad antagónica, en apariencia diferente
a la de la ciudadanía mencionada precedentemente, que remi-
te al consenso o a la conflictividad cívica. Ello aparece eviden-
te en la deriva totalitaria de su invocación: en esos regímenes,
el pueblo ya no como horizonte, ya no como enunciación de
15 Franc;ois Furet, Penser la Révolution frm1f:aise, París, Gallimard, 1978
[trad. esp.: Pensar la Revolución Francesa, Madrid, Petrel, 1980].
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 97
disputa entre variados protagonistas de una escena plural, sino
Cofi O realidad encarnada, con sus "intereses objetivos" ya fija-
dos y su dirigencia.
En el mundo tal cual es luego de la caída del muro de Ber-
lín, los antagonismos y la conflictividad no han desaparecido,
aunque las interpelaciones políticas se han hecho difusas. La
invocación al pueblo y a su unanimidad ha derivado en alu-
sión abarcadora, ambigua y poco conflictiva a "las clases me-
dias" o a "la gente" .16
"La gente", sus necesidades, sus presuntas expectativas
o reclamos son en la actualidad la referencia al común más
extendida y frecuente. La voluntad popular decae así en una
diversidad de malestares a tomar en cuenta por los represen-
tantes/administradores del bien común así entendido. El riesgo
de una sociedad reproductiva que adormezca las tensiones que
producen sentido para procurar tan solo la satisfacción de ne-
cesidades es advertido, en una perspectiva crítica, por Domini-
que Schnapper,17 quien constata que "la política tiende, de más
en más, a gerenciar las relaciones cotidianas entre los hombres
y no a lograr una manera de vivir juntos" .18
Sin embargo, la aspiración al consenso y a la unanimidad
coexiste con la irreductible conflictividad en la comunidad polí-
tica. Ambas tendencias juntas sustentan una concepción plura-
lista de la comunidad política: la de dar cabida a las diferencias
16 A ellas apelaba el presidente argentino -2003-2007- Néstor Kirchner
en sus primeros tiempos, y es la referencia recurrente de Barack Obama en
Estados Unidos cuando nombra a los beneficiarios presuntos de sus proyec-
tos y políticas redistributivas, para mencionar dos líderes característicos entre
tantos que han encontrado un nombre que parece apropiado para un mundo
y una política desociologizados.
17 Véase Dominique Schnapper, La démocratie providentielle. Essai sur l'éga-
lité contemporaine, París, Gallimard, 2002 [trad. esp.: La democracia providen-
cial. Ensayo sobre la igualdad contemporánea, Rosario, Horno Sapiens, 2004].
18 Y afirma que en particular los políticos "no formulan en absoluto gran-
des proyectos que darían un sentido de colectividad más allá de las reacciones
inmediatas, más allá de las reacciones de la opinión pública, porque tienen
el sentimiento de que sus electores no están dispuestos a escucharlos". Véase
Dominique Schnapper, La démocratie providentielle, op. cit.
98 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
ya las voces diversas, a la disposición argumentativa en el es-
pacio público y a un pluralismo más básico, el de preservación
de las minorías de creencia o identitarias.
Las decisiones no resultan necesariamente de acuerdos,
pero la aspiración al consenso no puede ser evacuada y debe
traducirse en modos de actuar que incluyan de manera amplia
los argumentos y la controversia.
Por cierto, el antagonismo, contenido por reglas comunes,
es condición para que la comunidad política no decaiga en un
organismo reproductivo ni, por el contrario, se fracture en la ad-
versatividad. Las relaciones sociales antagónicas amigo-ene-
migo, en las que el otro aparece, según la definición de Carl
Schmitt,19 como una amenaza para el modo de ser del noso-
tros, son propias de la política. Chantal Mouffe concibe un
modo de domesticación de ellas: "El agonismo establece una
relación nosotros/ellos en la que las partes en conflicto recono-
cen, sin embargo, la legitimidad de sus oponentes".20
Claro está que en los tiempos presentes la conflictividad
puede aparecer simplemente en términos de intereses, sin que
unos y otros busquen su enunciación más universal para ser
entendidos y, eventualmente, reconsiderar pretensiones en el
marco de un rumbo común, y no solo negociar en términos de
un "toma y daca".
El desafío mayor a la coexistencia entre la aspiración al
consenso y el carácter conflictivo de las relaciones sociales apa-
rece particularmente claro en dos circunstancias.
Una, cuando un daño colectivo o un cisma de identificacio-
nes han instalado el antagonismo, ambos en general cristaliza-
dos a partir de la implantación de una dictadura o un régimen
despótico. Un caso característico es el de un pasado en que re-
gímenes antidemocráticos han cometido crímenes de lesa hu-
19 Véase Cad Schmitt, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 1991
[edición original en alemán: Der Begriff des Politischen, Hamburgo, 1933].
20 Véase Chantal Mouffe, En torno a lo político, México, Fondo de Cultura
Económica, 2007.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 99
manidad y han involucrado en esa comisión a individuos e
instituciones. En algunos casos, la existencia de una guerrilla
armada que actuó antes y durante la dictadura aporta comple-
jidad a la definición de los crímenes y las violaciones a los dere-
chos humanos, pues estos tienen un grado de responsabilidad
diferente al de las instituciones y los agentes estatales, pero sin
embargo, en muchos casos, indudable. Una parte de la sociedad
puede identificarse con los regímenes dictatoriales o aun con los
crímenes cometidos; en algunos casos, ello persiste después de
que haya habido pronunciamientos judiciales condenatorios e
institucionales mayoritarios o sin oposición pública explícita.
Es decir que puede persistir el desacuerdo sobre giros fundantes
como ha sido la democratización y la revisión del pasado en va-
rios países de América Latina. En algunos casos, ese desacuer-
do convierte a ciertos ciudadanos en eventuales apologetas del
delito y pasibles de ser procesados si se expresan públicamente;
es el caso de Argentina, que condenó como crímenes de lesa hu-
manidad los cometidos bajo la dictadura militar de 1976-1983;
como lo es también, en varios países del mundo, la adhesión a
los principios del racismo, y en particular, del régimen nazi im-
perante en Alemania entre 1933 y 1945. Pero si bien la apología
de los crímenes de lesa humanidad y el organizarse política-
mente en torno a ellos son un delito, la sociedad democrática,
aun en ese ámbito, es argumentativa más que represiva, y no
persigue en forma sistemática a pensadores o creyentes. Estos
se colocan en el límite cuando se hace referencia a lo que su-
cedió, cuando se sostienen en principios -racismo, cuestiona-
miento trasgresor de las disposiciones constitucionales, etc.-.
Pero no toda discrepancia con los principios democráticos e
inscriptos en una Constitución es un delito; solo lo es con clari-
dad cuando se formula una incitación pública a la acción o una
apología de lo que ha sido tipificado como crimen en el ámbito
judicial. Es decir que el régimen democrático reniega de un pa-
ralelo con las dictaduras exterminadoras que excluían de la condi-
ción humana a quienes calificaban de "subversivos" y los hacían
pasibles de tratamientos denigratorios, torturas y muertes abe-
 '.,-
",
>T'"""
100 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
rrantes. Y aun no persigue a los transgresores de los principios
humanistas y democráticos en sus bibliotecas, reuniones o con-
versaciones de cenáculo, mientras no se trate de emprendimien-
tos para una acción pública.
Otro desafío al consenso proviene ya no de las recurren-
tes excepciones de los crímenes de lesa humanidad, sino de la
división social fuente de una conflictividad irresoluble y per-
manente que limita el alcance del consenso. Esta división es
constitutiva -aunque sus términos varían- y está sustentada
en diferentes condiciones sociales, culturales, yen diversos va-
lores y modos de representar las desigualdades, y en definitiva
ella es el motor de la vida política democrática. Las diferencias
sociales son por cierto duraderas, pero cambiantes de acuerdo
a las transformaciones tecnológicas y la división del trabajo,
por una parte, y sobre todo según el modo en que los cambios
aludidos son simbolizados en el registro de los valores prevale-
cientes en la sociedad en su tiempo.
En ese sentido, el horizonte del consenso y eventualmente
de la unanimidad -que va más allá, pues supone un acto taxa-
tivo, como una votación- debe ser entendido como una utopía
que compromete a los ciudadanos a debates argumentativos,
aunque no siempre regulados institucionalmente, sino inscrip-
tos en un sentido común de no ruptura de la comunidad polí-
tica. La comunidad no debe ser entendida como orgánica -en
cuyo caso sus miembros estarían articulados funcionalmen-
te-, sino como congregada en un espacio común deliberativo,
con líneas divisorias que son cambiantes, es decir que no deli-
nean dos campos antagónicos permanentes. De manera para-
dójica, esta conflictividad deliberativa no surge de un modo tan
espontáneo como podría creerse; se debe promover el debate
contradictorio si se quiere alentar la vivacidad deliberativa. 21
21 Bernard Manin sostiene que las discusiones públicas pueden ser insufi-
cientes para dar cabida apropiada a los desacuerdos y que es necesario pro-
mover activamente los debates contradictorios. "El debate es más apropiado
que la discusión para incluir un gran número de ciudadanos en la delibera-
ción. [oo.] El debate es más propicio que la discusión para la expresión de pun-
."
j-'
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 101
I
El consenso efectivo consistiría entonces en el reconoci-
miento de una igual membrecía ciudadana, en la aceptación
de sus reglas generales y en una pacificación, no fundada en
la coexistencia de identidades que simplemente se toleran -lo
que por cierto no es poco-, sino en la pertenencia a un espacio
de comunicación y decisión en que las identidades no se con-
ciben como inmutables.
Como se ha visto, el término que se abre paso en el análi-
sis político y en buena medida en los actores públicos, en lugar
de pueblo, es el de ciudadanía. Es un modo diferente de aludir
y concebir la fuente de legitimidad democrática. Pero también
es una designación más política y republicana -que pone de
relieve la posición de enunciadores de derechos y fuente de le-
gitimidad formal- que la de "la gente".
Puede argüirse que se trata de una limitada perspectiva ju-
rídica para designar a los individuos según sus derechos forma-
les. Pero la referencia prioritaria a la ciudadanía remite sobre
todo a un modo de concebir la configuración de las identida-
des y los sujetos colectivos.
El desplazamiento terminológico de pueblo a ciudadanía
es solo parcial, pues en verdad ambos coexisten en el vocabu-
lario corriente y en el académico. Pero la ciudadanía no es un
sujeto real ni conceptual; el término designa una arena de in-
dividuos ciudadanos donde unos y otros actores políticos pug-
nan por conquistar adhesiones, y cuya configuración fluctuante
es la de un conglomerado de individuos y de minorías, de la
fragmentación de pertenencias, algunas en competencia y otras
superpuestas.
El pueblo es un sujeto de múltiples rostros, los que le dan
quienes compiten por representarlo, los que se encuentran en
las manifestaciones multitudinarias pero de signo diverso o
tos de vista opuestos en la medida en que evita a los miembros del público el
desasosiego físico del desacuerdo cara a cara." Véase Bernard Manin, "Com-
ment promouvoir la délibération democratique? Priorité du débat contradic-
toire sur la discussion", en Raisons Politiques, núm. 42, junio de 2011.
102 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
bien, más abstractamente, en la "mayona silenciosa" que mi-
den las encuestas o que se expresa como electorado. Pero es
también una apelación que remite con frecuencia a un sujeto
que se supone real, siendo infigurable, pues la comunidad de-
mocrática está unida por la división. Quienes gobiernan lo ha-
cen en su nombre porque triunfaron en alguna competencia en
la que los electores se pronunciaron. Pero el gobierno expre-
sa un voto mayoritario -o con frecuencia una primera mino-
na- ya la vez debe tener en cuenta a la comunidad política en
su conjunto, incluyendo a sus adversarios, es decir, respetar la
Constitución y los derechos en ella consagrados.
El pueblo aparecía y aparece como una referencia socio-
lógica que presupone la pregnancia de las clases sociales en
la configuración de la acción pública. Alude a "los de abajo",
los dominados, pero también a "los nacionales" por excelen-
cia. Inhallable también, pues permanece como un horizonte,
como enunciado que no alcanza la completitud en tanto per-
sista el pluralismo democrático. Por cierto, también cobra exis-
tencia en figuraciones parciales que prometen ser el anticipo
de la totalidad popular. Esta designación pierde su fuerza en
las democracias contemporáneas junto al desdibujamiento de
la sociedad industrial; en ella el mundo laboral parecía dar un
sustento sólido a esa clasificación, por la centralidad y la con-
sistencia de los trabajadores y sus organizaciones sindicales y
políticas. 22
La ciudadanía, en cambio, es una referencia abstracta que
solo provee figuraciones fugaces y de otra naturaleza. El pro-
22 Pero la referencia a las masas populares ha quedado asociada a las imá-
genes de las concentraciones de la Plaza de Mayo en Argentina, la plaza Mu-
rillo en La Paz, el Zócalo de Distrito Federal en México, La Bastilla en París,
Piazza Venezia en Roma, La Plaza Roja en Moscú, donde se congregaban los
sindicatos o las organizaciones populares por su iniciativa, o la masa de adhe-
rentes por convocatoria del líder. Característico de esos espacios populares
era, yen algunos casos aún lo es, un diálogo entre el líder y la masa; el líder
preguntando o anunciando decisiones y la audiencia popular, en ese entonces
diversa, pero básicamente homogénea en su encadenamiento identitario, res-
pondiendo o aclamando. Ese vínculo valía como legitimación.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 103
nunciamiento del electorado -por cierto, llamado voto popu-
lar-, acto democrático decisivo en el que se disuelven por un
momento las pertenencias sociales para dar lugar al pronuncia-
miento del individuo sustraído a su particularismo ya su priva-
cidad, es una ilustración de esa condición abstracta y política.
La figuración de la ciudadanía más frecuente y habitual en di-
versas latitudes es, por su parte, la opinión pública tal como
aparece construida a través de las encuestas y, en menor medi-
da por ahora, en el termómetro de las redes sociales de Internet
y de la audiencia televisiva. Finalmente, la ciudadanía movili-
zada pero fragmentaria, ya sea en la demanda o en la protesta,
es la figuración activa. 23
El modo en que se producen representaciones -en el sen-
tido de percepciones de objetos públicos- o lazos representa-
tivos no puede ser visto como el resultado eficaz del diseño de
un hombre o de un grupo. En otras palabras, la configuración
de la opinión no tiene un creador.
La opinión pública está condicionada y, en algún sentido,
incluso constituida por los medios de comunicación -pese a
lo cual, dada la variedad de enunciadores no se puede consi-
derar que se trate de un encuadre ideológico o cultural con-
vergente-; en general, ella está cruzada por una diversidad de
influencias y no puede ser considerada como un conglomera-
do inerte que reciba improntas o que sea formateado por unos
u otros. Por otra parte, la fluctuación de la opinión en térmi-
nos de actitudes o creencias puede ser concebida como tenien-
do una dimensión más fluida y otra más sedimentada. Es decir,
23 Figuraciones emergentes diversas: los caceroleros, los indignados en di-
ferentes latitudes, los que protestan por la seguridad urbana, los #Somos132
en México que rechazan la manipulación electoral, el movimiento de Joaquín
Sicilia denunciando con sus marchas los crímenes de los carteles del narco-
tráfico, los manifestantes del Passe Livre en Brasil ilustran actores cívicos más
próximos a la "multitud" (véase Michael Hardt y Antonio Negri, Multitud.
Guerra y democracia en la era del Imperio, Madrid, Debate, 2004), que no se
asimilan, como veremos más adelante, a las tradicionales acciones populares
del pasado inscriptas estas en una lógica de relaciones de fuerza.
104 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
las costumbres y las creencias tienen perdurabilidad, aunque
tampoco son inmutables.
Ciudadanía, entonces, designa la arena de individuos y gru-
pos fluctuantes, es decir, en proceso de subjetivación, incl~yen­
do la construcción de lazos representativos y la emergenCIa de
movimientos sociales. No es que haya una frontera definida en-
tre lo popular y lo ciudadano, ni que se trate forzosamente de
condiciones sociales -ingresos, hábitat, cultura- diferentes.
Pero las nuevas acciones que llamamos ciudadanas se caracte-
rizan por la constitución pública de sujetos que adquieren un
nombre que los aglutina en la acción sin provenir de una condi-
ción social homogénea o de una localización, ni responder ne-
cesariamente a convocatorias de tales o cuales, aunque luego
del momento inicial pueden sedimentar en movimientos más
organizados, pero en general sin la configuración de un disposi-
tivo con miembros o adherentes formales. La constitución pú-
blica de actores, como se verá, va más allá de lo estrictamente
ciudadano. Los desocupados o los pobres pueden reclamar con
el corte de ruta, pero también constituyen una identidad en el
propio espacio público, sin diferenciarse por provenir de una
pertenencia laboral o social específica.
La ciudadanía es autónoma no porque cada individuo no
tenga adscripciones -aunque en términos generales son cada
vez más los que no tienen pertenencias formales si bien pre-
servan o contraen lealtades informales-, sino porque en las
condiciones de la democracia continua estas se redefinen con
frecuencia, y porque hay cada vez menos consistencia entre
los diferentes roles y ámbitos. La ciudadanía entonces es obje-
to de acciones emprendidas por actores políticos y sociales que
si son exitosos anudan lazos de representación. Estos procesos
instituyentes se dan esencialmente en el espacio público, don-
de predominan los medios de comunicación y en donde los in-
dividuos son audiencia y, en algunos casos, partícipes, pero sin
derivar su subjetivación del mundo del trabajo o del hábitat.
Como se ha destacado, la negatividad gravita hoy en día en
los rechazos y aun en las identificaciones ciudadanas. De modo
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 105
que el término acuñado por Rosanvallon, la contrademocracia,
califica de manera adecuada una posición de vigilancia y juicio
sobre las acciones de gobernantes y representantes y, eventual-
mente, de veto virtual y efectivo por medio de movilizaciones
y estallidos.
Esta actividad contrademocrática no es politizante por sí
misma, ya sea expresión de un rechazo o portadora de un recla-
mo; puede ocurrir, y sucede muchas veces, que quede confinada
en sí misma. Puede ser satisfecha -una decisión de gobierno
anulada, un reclamo acordado-, o bien frustrada, sin que por
ello la acción adquiera un rango político. Le cabe con frecuen-
cia el término impolítica, por ignorar la organización del mun-
do en común; sustraer la parcela en la que reclama o se rechaza
a una representación general de los problemas y el eludir un
modo de encarar o aceptar soluciones comunes, es decir que
subsuman el reclamo en un enunciado universal formulado en
términos de derechos. Los movimientos contrademocráticos
están sostenidos en la negatividad. No tienen miembros forma-
les, aunque pueden tener una red organizacional. Pueden ser
más o menos continuos o esporádicos, pero no se dan espontá-
neamente una finalidad "positiva", lo que equivale a decir que
no se sitúan en una aprensión global de lo que los moviliza. En
ese sentido, pueden ser impolíticos.
Pero, aun así, la movilización y la actividad ciudadana en
general constituyen un desafío, y en ello reside paradójicamen-
te su positividad.
Las acciones contrademocráticas, además de expresar un
descontento o una demanda, son reveladoras genéricas de ca-
rencias en la acción pública y particularmente estatal. La ne-
gatividad y la denuncia suelen poner en evidencia lo que está
banalizado u oculto y que no hubiera ingresado en la visibili-
dad por obra de las rutinas institucionales o la aplicación de
normativas. Es decir que estas acciones echan luz, generando
una sensibilidad que invita a la politización, pues requieren ar-
gumentación, atribución de sentido a lo que sucede arrancán-
dolo a la rutina.
 " .
'1"""
t
106 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
!
Los LIDERAZGOS DE POPULARIDAD
El enunciado "líderes de popularidad" puede parecer una tau-
tología, sin embargo los aludidos con esa designación se distin-
guen de otros líderes que recogen un reconocimiento, por ser
emblemáticos de una organización política que encabezan. En
este último caso, el nombre se sustenta en una identidad preexis-
tente, está asociado a una organización, y la eventualidad de una
escisión personalista está por lo general destinada al fracaso.
Son diferentes de los líderes populistas del pasado, cuyo
predicamento se asentaba en un vínculo directo con sus segui-
dores, pero apoyándose en una mediación institucional mucho
mayor que los contemporáneos. Los líderes de popularidad se
parecen a sus ancestros populistas -algunos con esas caracte-
rísticas pueden persistir o reaparecen en regímenes contempo-
ráneos- en que su legitimidad se deriva de un vínculo directo
con el pueblo, en un caso, o con la ciudadanía, en el otro, yen
que son instituyentes, es decir que generan un vínculo repre-
sentativo; son, en mayor o menor medida, un origen. Pero los
líderes actuales emergen, se sostienen o declinan en el contex-
to de democracias continuas y de una ciudadanía autonomi-
zada, es decir que, sobre todo si gobiernan, están obligados a
una reproducción continua de su legitimidad. La popularidad
puede sedimentar en organización, pero lo más característi-
co es la fluidez que hace que unos liderazgos sean desplaza-
dos por otros.
Estos líderes contemporáneos obtienen crédito o reconoci-
miento ciudadano por sí mismos, por las características de su
notoriedad pública, que incluye su perfil comunicacional y sus
acciones públicas; reproducen su popularidad por una relación
directa con la ciudadanía; hablan en primera persona, aunque
puedan gozar de una investidura partidaria u organizacional,
pero su reconocimiento no se deriva de esta. De todos modos,
la función pública o la notoriedad en otros ámbitos -el depor-
te, el espectáculo, el corporativo, etc.- pueden y suelen ser el
trampolín para la notoriedad política. Surgen por doquier líde-
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 107
res que responden a las características apuntadas; las de una
popularidad débilmente o en absoluto asociada a una organi-
zación partidaria.
La relación directa con la opinión pública -ciudadanía-au-
diencia- está posibilitada por las nuevas tecnologías de la co-
municación. La puesta en escena de los liderazgos en el pasado
era esencialmente el vínculo líder/masa en la concentración ca-
llejera o en la plaza, en la que el pueblo "era hablado" por ellí-
der. La transmisión de esa escena por los medios -a mediados
del siglo xx, solo los radiofónicos- era limitada, y la organiza-
ción del partido o el movimiento, la que había garantizado la
concentración, vehiculizaba en el territorio la palabra del líder.
Ahora los noticieros y los debates televisivos, o las escenas
centradas en el líder ejecutivo -los programas especiales como
Alá, Presidente; el ciclo de entrevistas a Cristina Femández (Des-
de otro lugar) y la "cadena nacional", que suelen valerse de re-
cursos de puesta en escena con componente de proximidad-,
son los recursos vertebrales de la comunicación directa. Los
eventos más tradicionales -actos, caravanas, etc.- son secun-
darios en sí mismos, pero aun así, concebidos para la trans-
misión por televisión o por las redes sociales de Internet. Una
modalidad del liderazgo directo en expansión son los tweets,
contacto directo e inmediato y con pretensión de proximidad
vertical, pues aluden sintéticamente a opiniones referidas a
acontecimientos puntuales. El número de "seguidores" que re-
gistran ciertas personalidades, incluyendo los presidentes, da
cuenta de esa audiencia virtual.
Los líderes de popularidad de nuestro tiempo son parti-
cularmente vulnerables, por el bajo componente de institu-
cionalidad de su movimiento de adherentes y por el modo de
constitución del vínculo representativo, muy tributario de la
negatividad. Pueden sedimentarse y enraizarse, pero con fre-
cuencia tienen altos y bajos, o declinaciones definitivas.
El lazo instituyente ha sido concebido de diversos modos
y con énfasis diferentes en el rol del liderazgo. Dos interpreta-
ciones consistentes y acreditadas nos ilustran.
108 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
T
¡ LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN pOLÍTICO REPRESENTATIVO
Para Ernesto Laclau, la acción hegemónica consiste en pro-
mover la articulación de los conflictos parciales -sedes de anta-
gonismo- dispersos en la sociedad, de modo que se genere una
cadena equivalencial que subsuma diferentes posiciones de suje-
to subordinados en un pueblo ante un común antagonista. Para
que esta articulación discursiva sea posible, uno de los signifi-
cantes parciales entre los antagonistas oprimidos va perdiendo
su especificidad, su literalidad, deviniendo significante vacío ca-
paz, entonces, de constituirse en representante general de las di-
versas parcialidades que se aglutinan. Esta configuración de un
sujeto "pueblo" seria, en los términos de este autor, un modo de
concebir la acción instituyente a la que aludimos. Para Laclau,
esta acción, cuando es exitosa, canaliza los conflictos parciales,
pero cabe señalar que el signo político de esa articulación es va-
riable y puede ser progresista o reaccionario según lo que resul-
te de una lucha política, que es contingente, indeterminada. 24
La teoría de Laclau impulsó estudios atentos a la cons-
titución pública de los sujetos políticos y contribuyó decisi-
vamente 25 a marginar las perspectivas deterministas, que
consideraban "lo social" y su conflictividad como un dato del
cual la lucha política era un epifenómeno o una derivación.
Sin embargo, su análisis parte de "antagonismos originarios",
por así llamarlos, cuyo modo de constitución no es objeto de
tratamiento, más allá de que quizá porque la comunidad polí-
tica misma en donde la simbolización se pone en juego no en-
tra en su perspectiva de análisis. La construcción de un sujeto
popular es presentada por este autor como una acción indeter-
minada entre proyectos, pero pareciera que el éxito en la lucha
hegemónica de uno de ellos pudiese derivar en un poder encar-
nado -un liderazgo personalista-, sin que persistan los tér-
24 Véanse Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia so-
cialista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004 [edición original
en francés: Hégémonie et stratégie socialiste, París, 1984]; y Ernesto Laclau,
Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Buenos Aires, Nueva
Visión, 2000.
25 Al menos en los estudios de teoría política en América Latina.
109
minos de continuidad sin fin de la disputa por la hegemonía,
incluyendo la rearticulación de la cadena equivalencial.
Jacques Rancü~re,26 por su parte, considera lo que podría-
mos asimilar a la acción instituyente a la que ya aludimos, lo
que resulta de la irrupción del principio igualitario en el "orden
policial", es decir, el orden funcional de reproducción de la vida
y sus legitimidades. Se habilitaria así la constitución de un su-
jeto que, al pretender la pertenencia alIagas, a la palabra, de
la que está ausente en el orden vigente, hace presente una par-
te nueva, "la parte de los que no tienen parte", constituyéndo-
se de ese modo un litigio en torno a la cuenta de las partes.
Ese sujeto emergente, que tiene diversas denominaciones a lo
largo de la historia, es el proletariado, en el nombre asigna-
do desde el siglo XIX, que seria así instituido no como traduc-
ción en el ámbito público político de una realidad sociológica,
sino como el resultado de un verdadero proceso de institución
-subjetivización es el término empleado por el autor- que no
se correspondería con el determinismo marxista que presume
una evolución de la "clase en sí" -fuerza de trabajo, explotada,
pero sin conciencia de su condición- a la "clase para sí" -pro-
letariado con conciencia de clase-o
Una teoría -la de Ranciere- cuyo epicentro es el litigio,
que da lugar a la emergencia de un sujeto y una escena política
precisamente porque hay desacuerdo sobre quiénes pertenecen
a la "comunidad hablante". Queda pendiente el concebir la es-
tabilidad de una escena de despliegue del litigio; el autor con-
sidera que la democracia ha sido propicia para esa politicidad,
pero la estima ya desvirtuada por nuevos dispositivos funcio-
nales en que el aparecer litigioso se diluye.
Para ambos autores mencionados, de un modo no determi-
nista, los condicionamientos sociales en formas más o menos
simbolizadas e inscriptas en conflictos específicos están presen-
26 Véase Jacques Ranciere, La haine de la démocratie, op. cit., y La Mésen-
tente. Politique et philosophie, París, Galilée, 1995 [trad. esp.: El desacuerdo.
Política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996].
110 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
tes a la hora de concebir el advenimiento de los sujetos políticos.
y en ese sentido son condicionamientos de la acción política.
Una parte de la acción instituyente contemporánea en la re-
lación directa del líder con la ciudadanía articula redes socia-
les, corporativas, identidades partidarias. Pero por lo esencial,
los liderazgos emergentes toman distancia de lo sedimentado,
se presentan como un nuevo inicio. Y convocan a una ciudada-
nía con pertenencias débiles o inexistentes a una nueva identi-
ficación, que no conlleva un abandono de las anteriores, pues
suele invocarlas como afluentes. El proceso instituyente da for-
ma y transforma lo que son demandas o malestares difusos, y
la posibilidad de su éxito depende de su capacidad para produ-
cir esa puesta en sentido. En parte, la de los malestares y las de-
mandas retomados en los enunciados y la figura del líder, pero
por sobre todo la inscripción de una enunciación o un relato
que tenga eco, verosimilitud y que instale una diferencia con
los adversarios en la escena política. Como ya se señaló en for-
ma reiterada, el componente de negatividad es alto; es decir, la
primera diferenciación de un liderazgo es la capitalización del
rechazo hacia los gobernantes o los opositores, yeventualmen-
te hacia otros líderes y otros poderes actuantes.
En la política contemporánea, debe tenerse en cuenta el de-
bilitamiento de los partidos ideológicos y de alternativas que
pretendan cambios radicalizados, lo que ha favorecido la con-
vergencia hacia el centro político, en temas y propuestas que
parecen ser comunes a los principales competidores. "La re-
presentación cesa de ser el instrumento de la trascendencia
política para devenir el medio de expresión de las necesida-
des y de las identidades de los individuos."27 En buena medi-
da, la instalación de una diferenciación política que favorezca
la constitución y la ampliación de un electorado depende de la
27 Pero, en esas condiciones, ¿cómo instalar un vínculo específico con un
líder diferente y verosímil? Esa dificultad ha sido remarcada: "Los electores
juzgan que los desafíos electorales son débiles, los diferentes partidos llevan
políticas que juzgan cercanas, si no idénticas". Véase Dominique Schnapper,
La démocratie providentielle, op. cit.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 111
verosimilitud de los enunciadores. Este es un rasgo que refuer-
za la personalización política.
El sentido de esa institución del lazo representativo es dis-
cernible en una escena específica, porque la inteligibilidad se
deriva del conjunto de la escena. El acto instituyente es reco-
nocible en su sentido originario que persiste, pero este, con el
transcurso del tiempo, experimenta mutaciones al menos par-
ciales. Un liderazgo de popularidad es relativamente prisionero
de sus orígenes, es una filiación que perdura. Pero la reproduc-
ción del vínculo representativo requiere equilibrios adaptativos
a los cambios en la escena y en el estado de la opinión, e inclu-
so desplazamientos incorporando nuevos enunciados en vistas
a disputar ante los desafiantes. 28
La personalización política, y en particular los rasgos apun-
tados, han sido objeto de variados tratamientos críticos, subra-
yando cuánto ese formato del poder favorece la inestabilidad,
por las altas y bajas de la popularidad de los individuos, con
frecuencia más notorias que las oscilaciones en las preferencias
partidarias del pasado. Y favorece el arbitrio de dirigentes que
actúan con poco intercambio con pares a la hora de decidir.
Pero el liderazgo de popularidad corresponde bien a la
aprensión que posibilita el mundo de la imagen en que se de-
sarrolla la comunicación política contemporánea. Esos lide-
razgos gozan de una capacidad de iniciativa rápida de la que
carecen las organizaciones, y pueden impulsar lazos de repre-
sentación captando el estado de la opinión e innovando en las
propuestas; es decir, pueden ejercer una flexibilidad difícil de
alcanzar por los partidos políticos. 29
28 Los presidentes y quienes ocupan otros cargos ejecutivos enfrentan el
desafío de persistir en un rumbo que preserve su lazo representativo y su cre-
dibilidad y, a la vez, el de tener en cuenta el conjunto de la escena y asumir su
rol -ahí donde no hay desdoblamiento de roles como en el semipresidencia-
lismo o en la monarquía constitucional- de representante general que prote-
ge los derechos y, en un sentido genérico, los intereses de todos.
29 Amén de la sospecha que pesa sobre ellas por encarnar la clase política,
descrédito que ha recaído sobre los parlamentos vistos como ámbitos de ges-
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. ",",~"
112 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
La capacidad instituyente de los líderes tiene un requeri-
miento de "notoriedad habilitante" muy variada. Una actuación
política pública meritoria invita a la escucha de la ciudadanía/
audiencia, pero también un desempeño de liderazgo sindical o
corporativo exitoso puede suscitar interés por fuera de ese ori-
gen. La popularidad de deportistas y artistas facilita la escu-
cha, dado que gozan de reconocimiento, lo que no es fácil de
lograr ante la multiplicidad de imágenes circulantes; la notorie-
dad provista en cualquier ámbito público posibilita el despla-
zamiento a la escena política, aunque no el éxito. En el pasado,
los líderes, y en particular los candidatos para la representa-
ción política, surgían de los partidos como resultado de un de-
sempeño específico y, en algunos casos, del Estado, en tanto
que en la actualidad existen los outsiders de la política que vie-
nen de sus márgenes, o de afuera de ella.
Para prosperar, los liderazgos políticos procuran sostenerse
en su popularidad, pero también dotarse con recursos organi-
zacionales para competir y, eventualmente, gobernar (cuando
se trata de cargos ejecutivos; el líder de popularidad por exce-
lencia tiene como meta cargos ejecutivos). Esos recursos no
son los mismos a nivel nacional que a nivel local. En tanto que
a nivel nacional prima la lógica de la popularidad vehiculizada
por la televisión, otros medios y las redes sociales de Internet,
a nivel local la popularidad tiene un componente más tradicio-
nal -que tampoco está ausente en el nivel nacional-, el líder
es un vecino que fomenta una proximidad de presencia. Para
los líderes nacionales, la popularidad se fomenta por medio de los
actos y las caravanas, pero su recurso principal es la puesta en
escena por spots, debates, participación en programas políti-
cos y actuaciones de proximidad de presencia local retransmi-
tidos por los medios.
tión de privilegios y negociaciones espurias, las organizaciones son eventual-
mente más deliberativas y, en su seno, han cristalizado intereses y sensibilida-
des que efectivamente requieren negociaciones que las colocan a distancia de
los requerimientos políticos, que con frecuencia son de inmediatez.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 113
A nivel local, tienen un gran peso los recursos organiza-
cionales nutridos de una actividad militante a la vieja usanza,
cuando se trata de elegir concejales, legisladores locales o inten-
dentes. El militantismo se moviliza más fácil y más eficazmen-
te en su ámbito inmediato, en tomo a candidatos conocidos por
sus vecinos y a punteros o funcionarios que han ofrecido asis-
tencia o prestaciones a algunos o muchos de los electores.
A nivel nacional, la organización cuenta en la medida en que
se trata de cubrir el territorio en su totalidad, para asegurar la
compatibilidad de los candidatos con el perfil nacional a la hora
de la oferta electoral y para controlar el escrutinio, tarea varia-
ble en su importancia según el dispositivo de votación y conteo.
Vehiculizar los mensajes, ya no tanto en el puerta a puerta sino
por las redes comunicacionales mediáticas, televisión e Internet,
es tarea de especialistas y de una cibermilitancia.
El personalismo, componente inescindible del liderazgo
de popularidad, conlleva, sobre todo a nivel nacional, la crea-
ción de un ámbito en el que, por una parte, se congregan los
expertos en comunicación, imagen y estudios de opinión, que
generalmente son más escuchados y frecuentados que los com-
pañeros de organización y de candidaturas, y por otra parte,
pesa el entorno familiar y la red de compañerismo. Círculos de
saberes técnicos y de afectos son depositarios decisivos de la
consulta de las decisiones políticas de estos líderes.
La radicalización del personalismo se encuentra en los lí-
deres refundacionales o revolucionarios; en estos tiende a es-
tablecerse una cadena sucesoria familiar en el contexto de un
liderazgo semiencarnado.
La primacía de la lógica de la opinión por sobre la lógica
de aparatos es característica de la transición a la democracia
continua. Son los líderes de popularidad los que vertebran ar-
ticulaciones políticas en vísperas de las elecciones, sobre todo
cuando estas son nacionales; coaliciones que pueden ser tanto
más efímeras si el líder no deviene presidente.
Pero la vulnerabilidad de estos liderazgos proviene de su
propia dinámica de conformación. Los líderes son tributarios
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114 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
de una escena que no controlan. Su popularidad no suele sedi-
mentarse organizacionalmente y están, aun habiendo llegado al
poder, pendientes de reproducir su vínculo de representación.
La popularidad sustentada estrictamente en cualidades perso-
nales no es suficiente para acceder al poder. La reputación con-
siste en la distancia respecto a los aparatos, la proximidad con
los ciudadanos, el no haber estado involucrado en denuncias o
escándalos, aunque el peso de los componentes es variable. Al-
gunos liderazgos de popularidad son ante todo depositarios de
negatividad o portaestandartes de rechazo a un gobierno o a
un estado de cosas, y pueden agotarse en la denuncia o el desa-
lojo de los adversarios. La continuidad del liderazgo de popu-
laridad a la hora de competir en elecciones, sobre todo para los
cargos ejecutivos, requiere exhibir capacidad de gobierno. No
necesariamente antecedentes de gestión -aunque quienes los
tienen pueden obtener ventaja-, pero sí capacidades de go-
bierno. Ello incluye no solo lo que está depositado en su figura,
sino también la coalición que puede conformar en su entorno,
los saberes que congrega, la verosimilitud de ser capaces de so-
brellevar lo que es visto como desafío o amenaza para quienes
gobiernen. El desempeño en las campañas electorales es el que
atribuye credibilidad en estos aspectos. Ese desempeño puede
configurar una imagen personalista de equilibrio entre la cana-
lización de la desconfianza hacia la "clase política" y la expec-
tativa de normalización y progreso.
En cuanto a la recuperación de la legitimidad cuando ella
desfallece, se hace más factible cuando los líderes ocupan una
posición institucional formal y pueden, desde ella, volver a ac-
tuar en vistas a reconstruir el vínculo deteriorado.
DEMOCRACIA CONTINUA, ENTRE LA DELIBERACIÓN Y LA INMEDIATEZ
La evolución hacia una democracia continua es de perfil in-
cierto: se observa una expansión de la informalidad política y
de la participación en detrimento de las elites políticas, o bien
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 115
una fragmentación creciente y una conflictividad deslizada a
la impolítica.
Las elecciones persisten como el acto ciudadano por ex-
celencia para la conformación de un gobierno y para la de-
signación de representantes parlamentarios, y más allá de esa
crucial pero limitada asignación, son el recurso para dirimir
situaciones de crisis y de alta conflictividad. Pero el sistema
representativo, como se ha expuesto, no implica más una dele-
gación completa de soberanía. La representación es ineludible
como componente para la organización de la vida en socie-
dad, pero sus instituciones, miembros y dirigentes permanecen
en una tensión originaria con las expresiones de democracia
espontánea o ajena a la institucionalidad oficial, las que han
adquirido un atractivo y una visibilidad nuevos para los con-
temporáneos. Es admisible, como sostiene Nadia Urbinati,30
que no habría consolidación y expansión democrática sin re-
presentación. Pero esta no goza en las sociedades contempo-
ráneas de una delegación de poder; por el contrario, se halla
condicionada. La desconfianza ciudadana no es necesariamen-
te reticencia, ni está solo instalada en la negatividad, aunque
este resorte es el que más promueve la movilización.
Los poderes indirectos -es decir, una multiplicidad de re-
presentaciones permanentes o intermitentes, como la justica y
los medios de comunicación; las comisiones públicas y los obser-
vatorios referidos a los temas cruciales del interés y las políticas
públicas, como los ambientales, seguridad, salud, distribución
del ingreso; o aun personalidades reconocidas por su expertise
instaladas en el espacio público- son referentes informales
de una ciudadanía viva que se hace presente también por figu-
ras pasivas -el estado de la opinión- en los debates públicos.
Por supuesto, la deliberación, en la que se configura el esta-
do de la opinión, o si se quiere la opinión pública figurada por
las encuestas pero no solo por ellas, incluye los debates insti-
30 Véase Nadia Urbinati, La mutazione antiegualitaria. Interoista sullo stato
della democrazia, Roma, Laterza, 2013.
116 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
tucionales, en particular en el Congreso. En muchos países,
el rol de esta institución ha declinado, en tanto que las cortes
constitucionales, o en algunos casos los jueces, han promovi-
do interpretaciones de las constituciones que han alimentado
sustitutivamente el debate público y la conformación de un es-
tado de opinión.
En algunas sociedades contemporáneas, ciertos bienes y
políticas públicas son objeto de monitoreo e iniciativa de ins-
tituciones públicas independientes de los gobiernos, algunas
con un estatuto público reconocido y otras como organiza-
ciones no gubernamentales (ONG). Estas son, entre otras, las
instituciones que gozan de un estatuto representativo no ema-
nado de las urnas, aunque representantes de esa proveniencia
pueden integrarlas, e intervienen en consecuencia en la deli-
beración pública. Sí tienen legitimidad representativa, es de-
cir, respaldo yeco en la opinión, alimentan el debate público,
promueven que este exista antes de adoptar decisiones y con-
dicionan de ese modo las que se adopten, o en algunos casos
promueven su veto. Algunas de ellas gozan de una "legitimidad
de imparcialidad"31 y pueden mediar o arbitrar en los conflic-
tos en virtud de esa credibilidad con una autoridad de la que no
siempre gozan los gobernantes y los funcionarios.
Otras instituciones más o menos formales -asociaciones
ciudadanas u observatorios de expertos- pueden participar
de la legitimidad ya mencionada, pero a la vez contribuir con
otro componente de la deliberación, "la reflexividad", 32 por-
que encarnan -junto a dignatarios religiosos, personalidades
del mundo literario o profesional, instituciones académicas o
científicas e incluso, a veces, del mundo artístico o deportivo-
valores socialmente estimados en los que pueden sustentarse
otros tantos puntos de vista sobre los temas de la agenda pú-
blica. Algunas de esas instituciones que tenían un carácter emi-
Véase Pierre Rosanvallon, La légitimité démocratique. Impartialité, ré-
31
flexivité, proximité, op. cit.
32 lb id.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 117
nentemente corporativo han salido de su confinamiento por
propia iniciativa, o solicitados por los gobiernos o por movi-
mientos emergentes de sociedad para formular su saber o su
opinión. 33
Dos tipos de instituciones se destacan en el conglomera-
do de representantes virtuales del espacio público contempo-
ráneo, desempeñando un rol central como referentes de la vida
pública: las cortes constitucionales y electorales y los medios
de comunicación.
La prensa oral y escrita ha visto incrementar su rol, y más
recientemente Internet, en la medida en que las nuevas tec-
nologías en innovación permanente permiten su expansión
generando una nueva sociabilidad, la de las redes sociales. Es-
pectadores y actores de la tecnología digital se constituyen en
los partícipes centrales de la comunicación a medida que las
organizaciones políticas y sociales decaen.
Su rol en la generación y la alimentación de una arena de
comunicación política es central, constituyéndose en los recur-
sos principales de reproducción de la legitimidad. En torno a
ellos se ha instalado una fuerte controversia, sobre todo en los
países de América Latina en que gobiernan proyectos refunda-
cionales. La democratización en la región incluye la aspiración
a la ampliación de partícipes activos y la multiplicación de vo-
ces en la comunicación pública.
No es evidente cómo procesar esta aspiración a la diversi-
dad, pues la existencia de medios nacionales -sobre todo la te-
levisión, que persiste como el medio de mayor alcance y más
popular-, que vehiculizan la información y los debates vistos
y oídos por todos, es un requisito de una comunicación políti-
ca no fragmentada. Lo que se dice y se polemiza, por ejemplo,
en los programas de opinión política, sobre todo en circunstan-
33 En América Latina, este tipo de instituciones representativas no elec-
torales han tenido una expansión limitada aunque no nula -salvo para las
personalidades del deporte y el espectáculo- y suelen ser desacreditadas por
su origen no sustentado en el voto popular.
118 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
cias políticamente álgidas, se comenta en el lugar de trabajo,
en la mesa familiar, en las reuniones de amigos o en las redes
sociales al día siguiente. 34
Las iniciativas gubernamentales para controlar los me-
dios, o incluso en algunos casos acallados, se derivan de la
centralidad reconocida a la comunicación en la habilitación
de vínculos instituyentes por parte de dirigentes y actores or-
ganizados, yen el empeño de los gobernantes por legitimar sus
decisiones. La arena mediática ha desplazado a las redes orga-
nizacionales, del mismo modo que los líderes de popularidad
se imponen a los aparatos políticos.
Sobre el rol de organismos imparciales en este ámbito, Ro-
sanvallon sostiene, convalidado por la experiencia: "El poder
político no podría ser considerado como garante imparcial del
interés general en el dominio sensible de la información y la
comunicación".35
Esta confrontación por el control de la comunicación se
generaliza, aunque es por cierto más intensa allí donde se ins-
talaron regímenes refundacionales y emergieron nuevas elites
políticas menos o nada afines a los dueños de grandes ~edios
de comunicación, identificados como miembros de "la clase
alta" tradicional.
La libertad en este ámbito es crucial, y se abre un interro-
gante sobre el desenlace de las disputas en curso. Lo que suce-
da repercutirá en la naturaleza del régimen político.
En América Latina, a diferencia de los países democráticos
del hemisferio norte, los poderes indirectos institucionalizados
a los que se hizo referencia precedentemente -comisiones in-
dependientes de expertos en áreas clave de políticas públicas,
observatorios de monitoreo de políticos e información oficial,
o variadas ONG- son más débiles o inexistentes en tanto que
34 Véase Dominique Wolton, "Las contradicciones de la comunicación po-
lítica", en Gilles Gauthier, André Gosselin y lean Mouchon (comps.), Comuni-
cación y política, Barcelona, Gedisa, 1998.
35 Pierre Rosanvallon, La légitimité démocratique, op. cit.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 119
cobra relieve la autorrepresentación a través de los estallidos
y las protestas ciudadanas con capacidad de veto de las deci-
siones gubernamentales y de instalación de temas en la agen-
da pública.
En todo caso, los poderes indirectos públicos, y aun las mo-
vilizaciones ciudadanas y populares, promueven un desafío que
puede ir más allá del veto e incitar a políticas con consenso e
innovación.
La democracia posrepresentativa o, en nuestros términos,
la democracia continua se desentiende de la problemática de la
gobernabilidad36 tal como ha sido tratada. La multiplicidad
de representaciones, unas surgidas de las urnas y otras insta-
ladas en el espacio público con ejercicio de una autoridad de-
rivada del reconocimiento ciudadano, requiere abandonar la
pretensión de las instituciones formales como canales únicos
de demandas y de adopción de decisiones. En las condicio-
nes presentes hay una novedosa dispersión del poder, algu-
nos de cuyos centros son efímeros y otros, permanentes. La
actividad ciudadana y los poderes indirectos ejercen influen-
cia, pues ciertamente las decisiones legales son las que ema-
nan de las instancias consagradas electoralmente, pero los
poderes indirectos y la autorrepresentación no solo ejercen
influencia, sino que tienen poder de veto eficaz y de delibera-
ción autónoma.
La forma política emergente, la democracia continua, es de
evolución incierta. Por ello puede ser reconocida como la con-
trademocracia o, desde otra perspectiva, como "el retomo de la
democracia" en su sentido primigenio, siempre presente, que
promueve la diversidad de representaciones, acotando las más
convencionales que constituyen vínculos dirigentes/dirigidos y
son acordes con la constitución de elites, y reconociendo otra
fuente de legitimidad en la emergencia de representaciones indi-
rectas así como también la protesta y el estallido. Lo más nove-
36 Es decir, de una hiperinstitucionalización gobernante que considera la
conflictividad social como disfuncional.
 120 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
dos o consiste en la emergencia de una autorrepresentación más
continua, con la nueva sociabilidad horizontal de las redes socia-
les de Internet y la deliberación asambleísta digital o territorial.
Pero el retorno de esas formas de democracia directa con-
lleva la exteriorización primaria de necesidades y pasiones
(okhlos) aunque también habilita la posibilidad de una comu-
nidad política deliberativa (demos).
. ~ El inicio de siglo, y yendo un poco más allá desde la expan-
SlOn de la democracia a otras sociedades, consecutiva a la caída
del muro de Berlín, el interrogante sobre la dinámica política
democrática no ha tenido respuestas concluyentes.
Las demandas fragmentarias, con frecuencia desencuadra-
das de las pertenencias organizacionales o de las adhesiones
ide~lógicas, han conducido a la competencia política y a los
gobIernos a una agenda de satisfacción de necesidades, a una
secuencia de políticas paliativas sin lugar a la politización, la
que consistiría en un debate orientado por principios sobre lo
justo y lo injusto.
De modo que la democracia continua podría perfilarse
como una sociedad autorreproductiva en que no se configu-
ren los conflictos en términos de principios, sino tan solo como
puja de intereses, retornando a un espacio público como ámbi-
to exclusivo de relaciones de fuerza en donde los demandantes
se presentan como actores identitarios, poniendo en juego su
capacidad de bloqueo, extorsión o ejercicio de la violencia. La
negatividad contrademocrática prevalecería y las elites segui-
rían reclamando o actuando para asegurar la gobernabilidad
es decir, procurando sortear la expansión democrática y resta~
blecer el lugar tradicional de las elites.
La invocación del bien común remite actualmente a la
sobrevivencia;37 se procura adicionar las demandas emergen-
tes para satisfacerlas todas sin una evaluación de su pertinen-
cia y factibilidad, no desde el punto de vista técnico, sino del
de una sociedad en la reflexión, y tomando en cuenta criterios
37 Marc Abéles, Le spectacle du pouvoir, Paris, LReme, 2007.
LA MUTACIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO REPRESENTATIVO 121
de justicia y de sustentabilidad (criterios distributivos, ecológi-
cos, previsión para las futuras generaciones, etc.).
La debilidad en instalar una comunicación y una compe-
tencia política deliberativa se deriva de la hipótesis ya formula-
da, la de una democracia ya no más desafiada desde sus propios
principios (como podía ser considerado el comunismo, que fi-
nalmente prometía la efectivización de la sociedad igualitaria) .
Los fundamentalismos religiosos en expansión son de otra na-
turaleza y no pueden ser desdeñados, reniegan de la Moderni-
dad y de la democracia "occidental", y su desafío suele remitir a
un modo diferente de representarse la condición humana. Por
cierto, sus pretensiones expansionistas constituyen una ame-
naza, pero ello no puede justificar una "exportación civiliza-
toria" hacia las sociedades en que se sustentan esas creencias.
Pero la democracia representativa contemporánea se cir-
cunscribe a formatos nacionales y es desafiada, en primer lugar,
por una dinámica que es mundial, en todos los ámbitos de la
vida y de la acción política. De modo que el sentimiento de im-
potencia o, en el mejor de los casos, de imprevisibilidad sobre el
futuro inmediato involucra tanto a los gobernantes como a las
sociedades. ¿ Cómo puede ejercerse la voluntad política, cómo
puede incluso esperarse algo de los representantes, si lo que su-
ceda parece fuera del alcance de los ciudadanos de la nación,
en verdad, de toda nación?
Por otra parte, se ha heredado del siglo xx un descrédito de la
política intensa, que la izquierda revolucionaria y en particular el
comunismo encamaron como proyecto de trascendencia colec-
tiva. De manera esporádica, reformas radicalizadas contemporá-
neas suscitan entusiasmo, pero difícilmente van más allá de grupos
de activistas, aun cuando se trata de proyectos gobernantes.
La expansión de activismo contestatario a la que asistimos,
en su diversidad de exteriorizaciones a través del mundo, puede
alentar una noción elemental de la voluntad popular, la del pue-
blo en acto, como si ella no requiriese de la deliberación para
constituirse. La democracia inmediata, variante de la democra-
cia continua, es entonces en nuestro tiempo una eventual deri-
122 UNA DEMOCRACIA DIFERENTE A LA QUE CONOCIMOS
T
¡
J
vación. Esa representación del pueblo se vale de la visibilidad
nueva del régimen democrático representativo como régimen 1,
mixto, para instalarse en la denuncia de la clase política y fa-
vorecer una utópica escena de pueblo en acto. SEGUNDA PARTE
La democracia continua conlleva una retracción del siste-
I
ma representativo electoral y, como contrapartida, la expansión LA DEMOCRACIA DESAFÍA
de la autonomía ciudadana, la dispersión del poder derivada de
la cesión limitada de soberanía a los gobernantes y la emergen-
LA REPRESENTACIÓN
cia de nuevos líderes y actores políticos sustentados en vínculos
de popularidad inestables. Una estabilización requiere reaco-
modamientos institucionales, pero incluye la irreductible va-
I
lidación de un sistema representativo también renovado. La
complejidad democrática supone asimismo un marco legal e
institucional.
Los gobiernos se ven compelidos a un ejercicio del poder
acorde con el nuevo contexto, y a veces son exitosos en esa
adaptación. Tomar en cuenta una ciudadanía autónoma y ac-
tiva no consiste en adaptarse a los humores cambiantes sig-
nados por la negatividad, sino en establecer modalidades de
renovación de la legitimidad. En algunos casos, los gobiernos
crean vínculos de deliberación y negociación con representan-
tes emergentes de los reclamos, las protestas o los vetos, y desa-
rrollan una política de comunicación argumentando el rumbo
que pretenden adoptar. Suelen concluir en equilibrios acordes
con la legitimidad emergente, retirando decisiones, reformu-
lándolas o tomando otras que surgen por fuera de su ámbito.
En otros casos, los gobiernos decisionistas adoptan una estra-
tegia de iniciativas incesantes procurando anticiparse a las pro-
testas, eventualmente restringir su eco y generar la renovación
de la legitimidad desde la cúspide del poder.
Es concebible que las leyes y los dispositivos instituciona-
les puedan adecuarse a esta realidad, no con la pretensión de
desalojar los poderes indirectos y la autorrepresentación, sino
procurando encontrar equilibrios entre las diferentes represen-
taciones y poderes.