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Anne-Gaëlle Costa Pascal

Anne-Gaëlle Costa Pascal


Université Paris-Est Créteil Val de Marne, Paris

LA ESCRITURA FEMENINA DE MARÍA DE ZAYAS: ENTRE SUBVERSIÓN Y


TRADICIÓN LITERARIA

Pocos novelistas españoles, exceptuando evidentemente a Cervantes, Mateo Alemán y


Quevedo, contaron en el pasado con un éxito europeo comparable al de María de Zayas, al
que d’Ouville denominaba “merveille de son sexe”1. En un principio interesó, sin duda, su
habilidad para ensartar las más diversas situaciones o para describir sucesos curiosos o
extraordinarios, en todo caso “admirables”. En nuestro siglo, en un principio las
interpretaciones oscilaron entre la alabanza del “realismo” de sus relaciones y la exaltación de
los elementos “románticos” (sueños, magia, presagios, encuentros lúgubres, etc.) de muchos
de sus textos.
En las últimas décadas ha interesado particularmente su peculiar figura de escritora.
Sorprende su resuelta defensa de las mujeres, sus numerosos desafíos a los hombres, su horror
al matrimonio o su deseo de sólo otorgar la palabra a las narradoras en su segunda colección
de novelas.
El “feminismo” de Zayas ha recibido interpretaciones contrapuestas: se ha visto en él
un anuncio de posturas que sólo siglos más tarde serían replanteadas (Sylvania 1966 /
Vasileski 1973 / Foa 1979), o un reforzamiento de las posturas tradicionales (Melloni 1976:
79-103 / Montesa Peydro 1981: 131-137). En cambio, las alabanzas son hoy unánimes para
los aspectos que hicieron que en los años veinte fuese maltratada por parte de la crítica.
Podemos pensar en su “atrevimiento” a presentar la sexualidad femenina por ejemplo […]2.
Uno de los aspectos que creemos caracteriza positivamente la escritura de María de
Zayas es el apoyarse en temas y tópicos perfectamente asimilados por la literatura, en mitos
reconocibles de inmediato para el lector avezado en la literatura ejemplar o de simple
entretenimiento para, desde ellos, mostrar un mayor grado de atrevimiento o de ruptura sobre
esa situación tópica o también a veces, reconducir la situación a su propia lógica de
ejemplaridad. De hecho, estos dos mecanismos encuentran su punto álgido en el relato
Aventurarse perdiendo que abre la serie de las Novelas amorosas y ejemplares de 1637 y que
vamos a analizar a continuación.
La narradora Lisarda inicia su historia describiendo la subida fatigosa de un peregrino
–que la sintaxis hipotáctica imita– por las “ásperas peñas de Montserrat”. Al sentarse al
margen de un arroyo para recobrar el aliento, oye una triste canción cuyo sujeto femenino
expresa la firmeza en un amor no correspondido:

¿Quién pensara que mi amor,


Escarmentado en mis males,
Cansado de mis desdichas,
No hubiera muerto cobarde? […]
Cuando de tus sinrazones
Pudiera, Celio, quejarme,
Quiere amor que no te olvide,
Quiere amor que más te ame.

1
En la portada de la edición de su traducción de seis novelas, que atribuye a María de Zayas aunque dos de ellas son de
Castillo Solórzano. (Les nouvelles amoureuses et exemplaires, composées en espagnol par cette merveille de son sexe, Doña
Maria de Zayas y Sotto Maior. Et traduites en nostre langue par Antoine de Méthel Escuier sieur Douville. Paris: Guillaume
de Luynes, 1656-1657).
2
Este atrevimiento fue destacado por Goytisolo 1972: 30-40 / Goytisolo 1977: 63-115.

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La escritura femenina de María de Zayas: entre subversión y tradición literaria

Desde que sale la aurora,


Hasta que el sol va a bañarse
Al mar de las playas Indias,
Lloro firme y siento amante. (Zayas y Sotomayor 2000: 175)

Al aproximarse a la voz que oye, Fabio –como nos lo identifica la narradora– observa
que el semblante del pastor no corresponde a su traje de pastor. Al acercarse y decirle al
pastor quién es y que no se apartará hasta que le explique el motivo de su canción, el pastor
comienza a contarle su historia, advirtiéndole primero lo siguiente:
Mi nombre, discreto Fabio, es Jacinta, que no se engañaron tus ojos en mi conocimiento ;
mi patria Baeza, noble ciudad de Andalucía, mis padres nobles y mi hacienda bastante a
sustentar la opinión de su nobleza. (Zayas y Sotomayor 2000: 179)

Su autobiografía empieza con un sueño que tuvo en el que vio a un joven galán de
quien queda enamorada. Al acercarse a él, recibe un golpe de daga en el corazón de manos del
amado. A los pocos días, Jacinta conoce personalmente al hombre de su sueño, don Félix
Ponce de León quien acaba de llegar de Flandes. Corresponde éste al amor de Jacinta y
comienzan citas clandestinas ayudados por un criado. Luego cuenta la llegada de doña
Adriana, la hermosa y rica prima de don Félix que se prende de él y enferma gravemente al
ser rechazada. Persuadido por su tía, don Félix le da palabra de matrimonio a Adriana para
que recobre su salud. Al asegurarle a Jacinta que romperá su compromiso con Adriana, la
rendida joven se entrega “en cuerpo y alma”. Luego cuenta la heroína que Adriana se suicida
debido al desamor de su primo pero antes le escribe al padre de Jacinta diciéndole que vele su
honor. Los amantes son sorprendidos y se refugian en un convento. Don Félix sale del
convento, mata al hermano de Jacinta en defensa propia y sale para Flandes. El padre de
Jacinta se apodera de las cartas de don Félix y le notifica falsamente a su hija la muerte del
amante. Justo después Jacinta toma el hábito de religiosa.
Al cabo de seis años, regresa don Félix a España, ocultándose con Jacinta en el
convento y enviando a un criado a Roma para obtener un Breve del Papa. Éste le ordena a don
Félix que se presente ante él. Jacinta le acompaña en el viaje. Son desposados por el Papa con
la condición y penitencia de no juntarse en un año. Regresan a España pero don Félix parte de
nuevo para cumplir la penitencia y muere en el extranjero, corroborando otro sueño de
Jacinta.
Para terminar, Jacinta explica que se enamora de otro galán, llamado Celio y le sigue
cuando él se marcha para Salamanca. Por maldad del guía que la deja abandonada después de
robarle, llega a Barcelona en vez de a su destino. Disfrazada de pastor, entra a servir a los
monjes de Montserrat, cuidando el ganado, como la encontró Fabio.
Ahora, es importante volver al principio de la novela y recordar el lugar ameno que
nos presenta y describe la narradora Lisarda. Descubrimos a una joven, como hemos dicho,
disfrazada de pastor, apacentando sus corderos en los parajes de Montserrat. Jacinta,
verdadero pastor de égloga, lanza al aire sus quejas amorosas. En el contexto literario de la
época, es muy posible que el lector de María de Zayas haya reconocido en la figura de Jacinta
una imitación de los tristes pastores que se lamentan en las Églogas de Garcilaso. En efecto,
para un lector avezado en la literatura pastoril y amorosa, Salicio y Nemoroso, son los
arquetipos de los amantes desgraciados, los paradigmas de los firmes amantes. Quizás María
de Zayas se inspiró de la obra del poeta toledano para crear a su personaje femenino. Quizás
también quería insertar su primer relato en un cuadro literario aparentemente convencional
para dar más legitimidad a su trabajo. Pero lo que definitivamente llama la atención es que la
protagonista Jacinta tiene las características de ambos pastores de Garcilaso. En efecto,

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sabemos que tuvo que hacer frente a la muerte de don Félix como Nemoroso llora la muerte
de Elisa; recordemos algunos versos de la Égloga I:

¿Dó están agora aquellos claros ojos


que llevaban tras sí, como colgada,
mi alma, doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,
llena de vencimeintos y despojos […]
¿Dó la columna que’l dorado techo
con proporción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya s’encierra
por desventura mía,
en la escura, desierta y dura tierra. (Garcilaso de la Vega 1995: 133)

Un poco más tarde aprendemos que Jacinta se ha visto abandonada por Celio igual que
Salicio se queja de la infidelidad de Galatea de esta manera:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas


y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea !
Estoy muriendo, y aun la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay sin ti el vivir para qué sea. (Garcilaso de la Vega 1995: 123)

Dicho de otra manera, el personaje de María de Zayas aparece dotado de la doble


experiencia de Nemoroso y Salicio, en situación de ser “Nemorosa” y “Salicia” al mismo
tiempo.
Más aún, notamos que los personajes de don Félix y Celio, que encontramos
respectivamente en la primera y segunda parte del relato, pertenecen a dos mundos diferentes,
casi antagónicos. En efecto, don Félix es un ilustre soldado, sigue las Armas mientras que
Celio es escolar y sigue las Letras. Esta dicotomía remite, claro está, a uno de los mayores
debates literarios y culturales de la época: el de las Armas y las Letras. Pero, al mismo
tiempo, permite que Jacinta, quejosa de ambos tipos de amantes, encarne de manera invertida
a dos nuevos personajes de la literatura española medieval: Elena y María. Elena y María o
disputa del clérigo y el caballero es el título de un coloquio medieval en el cual cada mujer
defiende a su amante y ataca a los ajenos. Este texto pertenece a la poesía culta del siglo XIII
(Mester de Clerecía) y se compone de 402 heptasílabos. Al final del coloquio, Elena y María
buscan el veredicto del rey Oriol pero éste queda desconocido por interrumpirse el
manuscrito. Pues, lo que nos parece interesante aquí es subrayar cómo Jacinta supera el
debate sobre el amante soldado y el amante letrado y no da la razón a ninguno de los dos. Al
contrario le explica a Fabio lo siguiente:

mis lástimas y pasiones […] son tantas y venidas por tan varios caminos que tengo por
cierto que te haré más favor en callarlas que en decirlas. (Garcilaso de la Vega 1995: 178)

Los diferentes “caminos” a los que se refiere Jacinta recuerdan de manera implícita las
experiencias amorosas desgraciadas que ha vivido. En ambos casos, la heroína ha sufrido.
Primero ha abandonado su casa para seguir a don Félix, un caballero que ha estado seis años
sin dar señales de vida. Luego, muerto éste, ha arriesgado la seguridad de su viudez por un
estudiante, Celio, que la ha plantado. Finalmente, a lo largo de la novela, Jacinta declara los
“deméritos” de uno y otro y afirma, sin decirlo, que para una mujer ya sea caballero, ya sea

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clérigo, el resultado es el mismo. Como lo indica el título de la novela, todo lo que sea
aventurarse por un hombre es perder.

Notemos de paso que no es todo. Jacinta, flor de amor como su nombre lo indica y
“Fénix de amor” como ella dice, logra encarnar la inversión de otro mito de la amatoria
masculina, el del enamorado de monja. No hay que considerar este mito como pura invención.
Al contrario, sabemos que corresponde a cierta realidad social de los siglos XVI y XVII como
lo lustra Mariló Vigil:

Los locutorios de los conventos fueron frecuentados en los siglos XVI y XVII por ‘ una flor
donjuanesca’. El tipo del cortejador de monjas fue usual en esta época. Tenían acceso a los
locutorios, unas veces solos y por sí mismos, y otras, como acompañantes de los parientes
de las religiosas. Pasaban por ‘devotos’ de la bondad de las monjas a las que visitaban y por
beneficiarios de sus pláticas piadosas. […] Las relaciones entre monjas y sus devotos no
solían pasar de charlas en las rejas y locutorios, envíos de billetes, intercambios de dulces,
dedicatorias de versos más o menos alambicados, etcétera. Se trataba de amores que en
pocas ocasiones se consumaban. (Vigil 1986: 241-242)

Pero al mismo tiempo, es un tema trillado en la literatura de la época. Dramaturgos


como Tirso de Molina por ejemplo, lo tratan con humor. El gracioso de la comedia Amar por
señas, ante un billete recibido por don Gabriel que creen enviado por una monja, aconseja lo
siguiente:

Respóndela con ternura,


Que yo seré la andadera.
Ojalá con él viniera
La santa bizcochadura ! (Molina 1946: 1776)

Según parece, los dulces de las monjas eran apreciados por su calidad. Existía un
dicho: “bizcocho de monja, pernil de tocino”. Pero ellas no sólo regalaban, también exigían
presentes y tenían fama de pedigüeñas.
Cuando el Buscón de Quevedo decidió cortejar a una monja, en seguida se cansó.
Explica:

[…] empezaron las vísperas: oílas todas; que por eso llaman a los galanes de monjas
solemnes enamorados, por lo que tienen de vísperas, y tienen también que nunca salen de
vísperas del contento, porque no se les llega el día jamás. (Quevedo 525)

Y explicando las penalidades que soportaban estos devotos, agrega:

No hay nieve que se nos escape ni lluvia que se nos pase por alto; y todo esto al cabo es
para ver una mujer por red y vidrieras, como hueso de santo; es como enamorarse de un
tordo en jaula, si habla; y si calla, de un retrato. (Quevedo 526)

En fin, al evocar en Aventurarse perdiendo la postura exactamente contraria a lo que


suelen hacer sus contemporáneos, María de Zayas sorprende a su lector. Invierte el tópico y
cuenta la historia de una joven que se enamora de un clérigo. Como lo hace Quevedo en el
Buscón, María de Zayas insiste sobre los numerosos obstáculos que existen para los amantes,
pero en Aventurarse perdiendo, las dificultades son para la mujer.
Para concluir, hemos visto que uno de los aspectos más originales de la escritura de
María de Zayas es el apoyarse en temas y tópicos perfectamente asimilados por la literatura de
la época para desde ellos mostrar un mayor grado de atrevimiento o ruptura sobre esas

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situaciones tópicas. La autora está jugando con la materia literaria tradicional para probar la
firmeza femenina. Se trata de reivindicar que la firmeza amatoria sólo está en la mujer, según
María de Zayas.

Bibliografía

-FOA, Sandra M. (1979): Feminismo y forma narrativa. Estudio del tema y técnica de María
de Zayas y Sotomayor. Valencia: Albatros.
-GOYTISOLO, Juan (1972): “El mundo erótico de María de Zayas”, en Cuadernos de Ruedo
Ibérico, pp. 39-40.
-GOYTISOLO, Juan (1977): Disidencias. Barcelona: Seis Barral.
-MELLONI, Alessandra (1976): Il sistema narrativo di María de Zayas. Torino: Quaderni
Ibero-Americani.
-MOLINA, Tirso de (1946): “Amar por señas”, en Obras dramáticas completas. Madrid:
Aguilar.
-MONTESA PEYDRO, Salvador (1981): Texto y contexto en la narrativa de María de Zayas.
Madrid: Dirección General de la Juventud y Promoción sociocultural.
-QUEVEDO, Francisco de: Vida del Buscón llamado don Pablos. Biblioteca de Autores
Españoles, libro II.
-SYLVANIA, Lena E. V. (1966): Doña María de Zayas y Sotomayor. A contribution to the
Study of her Works. New York: Ams Press.
-VASILESKI, Irma V. (1973): María de Zayas y Sotomayor: su época y su obra. Madrid:
Plaza Mayor.
-VEGA, Gracilaso de la (1995): Poética y textos en prosa. Barcelona: Crítica.
-VIGIL, Mariló (1986): La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII. Madrid: Siglo XXI.
-ZAYAS Y SOTOMAYOR, María de (2000): Novelas amorosas y ejemplares. Madrid:
Cátedra.

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