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A la edición como herramienta apeló Duhalde en diversas coyunturas: a fines de los años sesenta fundó,
junto con Rodolfo Ortega Peña, el sello Sudestada; durante el exilio siguió publicando libros a través de
la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU), organismo que cofundó, y desde el cual se
motorizaron muchas denuncias del terrorismo de Estado ante organismos internacionales. En cuanto a
Contrapunto, una de sus motivaciones centrales fue el propósito de reincorporarse a la vida pública
cuando regresó a Argentina.
En el contexto de la posdictadura, Contrapunto produjo una mediación intelectual particular para
intervenir en procesos históricos con colecciones de “libros políticos” que disputaban la hegemonía de
sentido en la reelaboración simbólica de un pasado reciente.
Esa trama de operaciones tenía que ver con un primer lector imaginado: desde la perspectiva del editor,
Contrapunto restituía la “biblioteca del militante”, aquellos libros que muchos debieron quemar en el
pasado. Pero también coincidía con la demanda de un registro documental y testimonial de ese pasado
reciente, que permitiera darle inteligibilidad, una estrategia confluyente con varias de las editoriales del
período.
El recorrido editorial de Contrapunto comenzó con algunos libros muy exitosos en términos de ventas,
como Ezeiza, de Horacio Verbistsky, y La Noche de los Lápices, de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez,
cuyas reimpresiones fueron casi semanales, pasando por más de sesenta títulos en los pocos años que duró
la iniciativa, destacándose aquellos libros que integraban la colección “Memoria y presente”, enfocada
fundamentalmente en el pasado reciente y en la dictadura. En 1989 Duhalde abordó la dirección del
diario Sur, y el control de la editorial pasó a Alberto Kohen, quien publicó algunos de los títulos ya
proyectados y sumó otros, hasta mediados del noventa, cuando Contrapunto se discontinúa, en medio de
las sucesivas crisis económicas de esos años.
Graciela “Vicki” Daleo es Licenciada en Sociología y sobreviviente de la ESMA, donde estuvo detenida-
desaparecida durante casi dos años. Activa militante a lo largo de años por el juicio y castigo a los
responsables del genocidio argentino, es actualmente coordinadora de la Cátedra Libre de Derechos
Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Graciela tuvo a su
cargo la coordinación editorial de Contrapunto entre 1985 y 1988. El 9 de diciembre de 2013 se presentó
la reedición (póstuma) de El Estado terrorista argentino, el libro que Eduardo Luis Duhalde publicó en
1983 en España, “hijo de la necesidad y de la sangre de miles” –lo definió entonces–, uno de los primeros
trabajos de sistematización de los crímenes de la dictadura. En esa oportunidad, Graciela recordó el
significado que tuvo para ella su paso por la editorial Contrapunto: “esa otra fábrica de pertrechos para la
lucha por la memoria, la verdad, la justicia, por la recuperación de la convicción de que el capitalismo no
es lo único posible para la humanidad; para conocer las experiencias de otros pueblos, con sus aciertos,
sus derrotas, sus fracasos y victorias, siempre en cuestión, siempre en proceso. Porque la escritura propia
y la de muchos otros fue, es, un territorio de lucha política y de lucha ideológica”. “Contrapunto fue, para
muchos de nosotros –continuaba Graciela–, un lugar en el mundo”.
En este texto rescatamos aquella experiencia de edición y militancia en posdictadura, a través de su voz,
reafirmando la politicidad del acto de publicar, la edición como gesto político que nos implica
socialmente, porque como decimos desde el nombre de la sección: “Todo libro es político”.
También es importante registrar que muchos de los testimonios de El Estado terrorista argentino se
recogieron durante el periodo en el que CADHU funcionaba clandestinamente en el país, que se sacaron
secretamente del país seguramente con gran riesgo de los compañeros y compañeras que lo hacían, en
papeles o guardados en su memoria.
Por eso la noche de la presentación de la última reedición de este libro dije que fue un paso hacia el
retorno para el que Eduardo, militante, investigador, escritor, abogado, compañero, nos armó con estas
páginas. Y decía “nos armó” a propósito, porque escribirlo fue parte del combate. Y el retorno era parte
del combate. Del combate a la dictadura que se retiraba de la escena visible; del combate a la impunidad.
Nos armó para que no nos contrabandearan bajo discursos supuestamente justicieros la doctrina de los
excesos, la de los dos demonios, la de la irracionalidad y la locura de algunos alucinados. Nos pertrechaba
a quienes volveríamos, a quienes todavía no, a quienes se quedaban. A quienes vivieron, resistieron,
nacieron y crecieron en el gran campo de concentración que fue Argentina en esos tiempos. Y lo escribió
para los que decían que no se habían enterado de nada, para los que aplaudieron por años y se cambiaron
la camiseta cuando empezaba la retirada. Eduardo no nos dio una radiografía, ni una foto, ni un
diccionario, ni una autopsia del Estado terrorista. Nos pertrechó con armas de razón, sentimiento, y rigor
científico, como anota en algunas páginas, para entender cómo, por qué, para qué, quiénes, y contra
quiénes el Estado terrorista mató y desapareció física y simbólicamente, en un ejercicio “pedagógico”,
hasta docente, para que el efecto fuera duradero.
Desarrollo vertiginoso
En 1986 se publican 12 libros, y en 1987, 23, con un plan editorial casi de una empresa con una cierta
estructura, y continúa hasta que Eduardo se va a Sur, a fines de 1988, principios de 1989. En esos
primeros años hay algo que funciona, aunque en términos económicos Eduardo era absolutamente caótico
y además de para cobrar, teníamos problemas para pagar, y a mí me tocaba poner la cara con los
proveedores…
Todavía estábamos en la calle Tucumán cuando se incorpora Virginia Nembrini en diagramación. Todo
seguía haciéndose en esa oficina, que tenía dos despachitos, uno de Eduardo, el otro de Carlos, y un
ambiente amplio donde en un rincón estaba el tablero de dibujo de Virginia, y estaba mi escritorio, no
había un gran aparato. Hacia fines del año 1986 se acerca Judith Said, compañera de militancia de quien
Eduardo había sido defensor cuando estuvo presa en la dictadura de Lanusse, que trajo la idea de comprar
una computadora Macintosh para armar los textos. Entonces se monta el primer taller de composición en
la editorial, en otro rincón.
Los argentinos y la guerra civil española, de Ernesto Goldar.
Colecciones
A medida que pasan los días –no puedo decir años, porque fueron tan pocos… – se van delineando
colecciones y Duhalde está detrás de todo. No hay “directores de colección”. Solamente recuerdo un caso:
Eduardo le propuso a David Viñas que se hiciera cargo de editar una Historia crítica de la literatura
argentina, de la cual solamente salió un tomo. A veces Eduardo recibía un original y a partir de ahí
inventaba una nueva colección. Esa es mi impresión, lo cual no quiere decir que haya sido así en todos los
casos, pero la colección aparecía como necesidad. No siempre se proponía “hacer una colección acerca
de…” y salía a buscar. En general los proyectos se acercaban. La que sí fue como el tronco o sello
distintivo de la editorial es la colección “Memoria y presente”.
Otra colección fue “Conversaciones”, con el libro de González Bermejo de conversaciones con Cortázar,
y el de Noemí Ulla, que entrevista a Graciela Fernández Meijide, quien ya era una figura de la APDH. De
alguna forma el movimiento de derechos humanos está en todo el catálogo.
Luego, otra línea dentro del catálogo es “Historia revisada”, una continuidad de la colección ensayada en
la editorial Sudestada muchos años antes. En la colección “De la Aldaba (llamador de puertas)” había una
búsqueda editorial de pensar fenómenos contemporáneos, intervenir en otras aristas de la realidad del
momento, y entonces publica Las sectas invaden la Argentina y Las multinacionales de la fe, de Alfredo
Silletta, un periodista dedicado a esa temática.
Todo el catálogo tiene la marca de la situación que estábamos viviendo. Busca cómo intervenir
políticamente en el momento. En esos dos primeros años, básicamente, además de “teoría política
cubana”, por ponerle un nombre, se abordan cuestiones vinculadas a los crímenes de la dictadura.
Un catálogo en proceso
Contrapunto reeditó varios textos de historia argentina y también hay mucha producción nueva, hecha en
esos años, como el libro de Celina Lacay, Sarmiento y la formación de la ideología de la clase
dominante, y el de Ramón Torres Molina, Unitarios y Federales en la historia argentina. Volver a traer
debates de la historia también era algo que le interesaba mucho a Eduardo.
Hubo libros de los que estaba claro que no iban a ser de venta masiva y que de todos modos se
publicaron, porque Eduardo tenía un compromiso con las temáticas que abordaban, como fue el caso
de Hombre negro, tribunal blanco, de Nelson Mandela. No sé cuántos ejemplares se habrán vendido, pero
para él poner ese tema sobre la mesa formaba parte de una necesidad política. Y de una necesidad ética.
Hay otros temas que ampliaron el catálogo, como el caso del libro sobre la Mona Giménez, La Mona va,
que creo que tuvo que ver con la relación con Roberto Mero, vinculado al Partido Comunista, partido con
el cual también Eduardo tenía vinculación a partir de la IDEPO. De Mero se publicó Contraderrota, libro
de conversaciones con Juan Gelman, y este periodista venía siguiendo el fenómeno social que se daba en
torno a la Mona Giménez. En su momento a algunos nos pareció descolgado, pero luego resultó un
trabajo muy interesante.
Pequeña historia del trabajo, de Augusto Bianco.
Memoria y presente
La colección “Memoria y Presente” tiene varios títulos muy importantes, entre
ellos José, escrito por Matilde Herrera. Creo que es el libro que más quisimos de ese
catálogo, un libro que todos queríamos tipear. Lo diseño Virginia diría que casi página a
página, combinando los textos de Matilde con los dibujos y cartas de José, uno de los
tres hijos de Matilde Herrera. Los tres, al igual que sus parejas, están desaparecidos.
Los libros de esta colección eran vistos como lo natural, era lo que había que hacer. Los
vivíamos como un acto militante. Queríamos además que fueran bellos, cuidados.
También hicimos el libro de los desaparecidos de la Caja Nacional de Ahorros. Lo editó
la Comisión Gremial Interna de la Caja, no tiene el sello de Contrapunto, pero se hizo
en Contrapunto.
También hicimos el primer tomo del libro Nuestros Hijos, por encargo de la Asociación
Madres de Plaza de Mayo, que página a página reproducía la foto de un desaparecido y
una serie de datos personales de cada uno que figuraban en unas fichas que nos
entregaron las Madres. Salió con algunos errores, y eso las enojó mucho, tuve que ir a
dar explicaciones, que algunas cosas se nos habían escapado en la corrección. Me
temblaban las piernas, en gran parte era mi responsabilidad pues si bien no habíamos
hecho nosotros la composición, yo lo había corregido.
Publicar estos libros formaba parte de una misma lucha, de seguir exigiendo justicia,
seguir repudiando las leyes de impunidad. Cuando se votó la Ley de Obediencia Debida
nosotros –y cuando digo nosotros lo hago como parte de la editorial– seguimos
militando por el reclamo de justicia. Ya cuando llega el segundo indulto menemista, en
diciembre del noventa, Contrapunto no existe. Pero había sido parte de esa batalla
contra la impunidad.