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Universidad de Santiago de Chile

Departamento de Historia
Análisis Histórico y Social
Primer Semestre 2019

¿QUÉ ES EL TIEMPO MODERNO COLONIAL?

Maximiliano Salinas

“Fausto: Inmenso es aún el espacio que ofrece este globo terráqueo para
las grandes acciones. Aún me siento capaz de acometer nobles empresas,
merced a la fuerza de actividad que me anima. […]. Quiero dominarlo,
quiero poseerlo todo. La acción lo es todo, la gloria no es nada.
Mefistófeles: Y no han de faltar poetas que anuncien tu fama a la
posteridad, ensalzando la demencia con la demencia.”
J. W. Goethe, Fausto. Acto Cuarto. La alta montaña, 1808.

El tiempo moderno colonial es un régimen de historicidad inaugurado en Europa en el siglo XVI y


que alcanza hasta nuestros días. Es un tiempo civilizador y barbarizador de creciente expansión
mundial (Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, 1979; Eduardo Subirats, El
continente vacío: la conquista del Nuevo Mundo y la conciencia moderna, 1994; Aníbal Quijano,
Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina, 2000; Dipesh Chakrabarty, Al margen de
Europa: pensamiento poscolonial y diferencia histórica, 2008; Zygmunt Bauman, Modernidad y
holocausto, 2008).

Concebido de una manera lineal contiene una visión característicamente occidental del ser de la
Tierra: es una filosofía del control y sujeción de la naturaleza y de la humanidad. Este régimen de
historicidad fue criticado por el escritor alemán Johann W. Goethe (1749-1832). En su obra Fausto
(1808, 1832) personifica al protagonista trágico del tiempo moderno. Para Goethe el ‘Espíritu de la
Tierra’ se ríe de Fausto: “El Espíritu de la Tierra de Goethe le está diciendo a Fausto: ¿Por qué no
luchas por convertirte más bien en un Mensch, en un auténtico ser humano?”. Fausto ansía ser
dueño del mundo, pero es acechado por las dimensiones que ha pretendido eliminar: “Súbitamente
cuatro mujeres espectrales de gris vuelan hacia [Fausto] y dicen quiénes son: son Necesidad,
Escasez, Zozobra y Culpa. Todas ellas son fuerzas que el programa de desarrollo de Fausto ha
hecho desaparecer del mundo exterior; pero se han introducido como espectros dentro de su mente.”
(Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad,
México: FCE, 2006, 28-80).

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En la visión moderna colonial de la historia la tierra es un “escenario” exterior de la historia
humana: “La Tierra, el escenario de la historia del hombre, tiene su propia historia que se ha
prolongado por millones de años […]. La Tierra se ha convertido en un escenario único, la historia
se ha hecho global.” (Ricardo Krebs, Breve Historia universal (hasta el año 2000), Santiago, 2009,
19, 520). La experiencia de controlar y dominar la Tierra es la voluntad de un ‘sujeto’ incapaz de
identificarse con la naturaleza, sino de hacerla su ‘objeto’ (“Burguesía”, André Burguière,
Diccionario de ciencias históricas, Madrid: Akal, 1991, 91-97). En Chile cierta historiografía ha
quedado determinada por este paradigma. Se piensa o se imagina la historia siguiendo el espíritu
eurocéntrico decimonónico y su defensa universitaria del sistema occidental (Cristián Gazmuri, La
historiografía chilena 1842-1970, Santiago: Taurus, 2006-2009). Se puede ver la crítica a la historia
indígena de México y la defensa de Occidente hecha por Sergio Villalobos a propósito de las
declaraciones del presidente mexicano Andrés López Obrador sobre el rol de España y la Santa
Sede en el despojo colonial de América (El Mercurio, Santiago, 30 de marzo de 2019, A 2).

¿Cuáles son las etapas características del tiempo moderno colonial?

1. Descubrimiento y conquista de la Tierra: la violencia originaria (siglos XVI-XVII)

Caracterizamos el tiempo en sus dimensiones filosóficas, políticas, económicas y artísticas.


En términos filosóficos sobresale el pensamiento de Francis Bacon (1561-1626) y René Descartes
(1596-1650). Es el despojo de la corporalidad: la supremacía de la mente sobre el cuerpo: ‘pienso
luego soy’. “De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente
distinta del cuerpo y hasta es más fácil de conocer que él, y aunque el cuerpo no fuese, el alma no
dejaría de ser cuanto es”. “En fin, despiertos o dormidos no debemos dejarnos persuadir nunca si no
es por la evidencia de la razón. Y adviértase que digo de la razón, no de la imaginación o de los
sentidos”. “Nuestra alma, es decir, aquella parte distinta del cuerpo de la que se ha dicho
anteriormente que su naturaleza es sólo pensar” (R. Descartes, Discurso del método para dirigir
bien la razón y buscar la verdad en las ciencias, Leyden, 1647).
En términos políticos es el momento de las monarquías absolutas, con estadistas como Felipe II
(1527-1598), con su intransigencia católica y su ascetismo moral (Ernesto Belenguer, Felipe II. En
sus dominios jamás se ponía el Sol, Madrid: Anaya: 1988).
En términos económicos se trata de la apropiación privada de los territorios indígenas por los
colonos europeos, quienes estiman que las tierras indias no son ‘aprovechadas’. En 1669 señaló el
primer gobernador de Massachusetts: “Los nativos de Nueva Inglaterra no tienen terrenos cercados,
ni asentamiento de población estable, ni ganado domesticado para mejorar el terreno” (Vandana
Shiva, Manifiesto para una democracia de la Tierra, Barcelona, 2006, 32-33).
En términos artísticos surge una imagen del mundo donde el ‘sujeto’ es el ser humano europeo, y
donde la naturaleza se manifiesta como un adorno. Un artista destacado al respecto es El Greco
(1541-1614): “[Evolucionó] hacia un estilo personal caracterizado por sus figuras manieristas
extraordinariamente alargadas con iluminación propia, delgadas, fantasmales, muy expresivas, en
ambientes indefinidos y una gama de colores buscando los contrastes. Este estilo se identificó con el
espíritu de la Contrarreforma.” Entre sus obras: “El sueño de Felipe II”, y “Entierro del conde de

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Orgaz” (1586-1588), donde se privilegia el tema del alma que asciende al cielo. “Su estilo final es
dramático y antinaturalista, intensificando los elementos artificiales e irreales: cuerpos muy largos
en cabezas pequeñas.” Entre las expresiones literarias y artísticas del período destaca el cronista
indígena Felipe Guamán Poma de Ayala (1534-1615), atrapado en la violencia de la colonización
española en los Andes. Poma de Ayala está angustiado por dicha violencia, pero participa de ella al
adoptar la política cristiana de Occidente, el binarismo de lo alto y lo bajo, valoración
unidimensional del espacio que desarticula las cosmovisiones indígenas andinas (el bien: el cielo; y
el mal: el infierno). Su visión histórica discrimina a judíos, moros, africanos, y mujeres (“Y ancí no
ay que fiar de negros esclavos. Es gran rregalo que tenga hierro en el cuerpo por senserro”, Felipe
Guamán Poma de Ayala, El primer nueva corónica y buen gobierno, México: Siglo XXI, 1980,
665).

2. Disputas imperiales por la Tierra: los nuevos repartos del mundo (siglos XVIII-XIX)

Una vez descubierta y conquistada por la expansión original viene a continuación un nuevo reparto
mundial de la Tierra, especialmente en el siglo XIX. Estados Unidos se anexa territorios mexicanos
entre 1836 y 1848. En 1884 y 1885 se realiza el reparto de África en la conferencia de Berlín. Las
potencias europeas discriminan a su favor algunas naciones del sur del mundo, como el imperio
alemán con respecto a Chile. Durante la guerra del Pacífico expresó un ministro de Bismarck:
“Chile es el único faro de la civilización cristiana, el único país que puede pretender el nombre de
un Estado cultural cristiano […]. Chile representa en esta guerra los intereses de la civilización […].
El Estado chileno es el más ordenado, sólido y civilizado de entre los Estados hispanoamericanos”
(Ricardo Krebs, La Guerra del Pacífico en la perspectiva de la historia universal, Boletín de la
Academia Chilena de la Historia, 91, 1979-1980, 31). En 1882 dice Benjamín Vicuña Mackenna
acerca de la Araucanía: “Araucanía es la parte más hermosa y fértil de Chile. La raza blanca está
invadiendo rápidamente esas fértiles tierras [...]. Chile, a diferencia de Perú y Bolivia [...] ha tenido
el inestimable beneficio de tener una raza homogénea y casi única raza.” (Benjamín Vicuña
Mackenna, Chile, Philadelphia: Times Printing House, 1882).
En términos filosóficos en este período surge un pensamiento aun más racionalista que el anterior.
Es la filosofía alemana de Kant (1724-1804) y Hegel (1770-1831). Hegel opone la ‘naturaleza’,
como lo reiterativo, y la ‘historia’ como lo libre, lo irrepetible. Para Hegel Europa es “el fin de la
historia universal”.
En términos políticos sobresalen los nuevos líderes de Europa como Napoleón (1769-1821), y de
América como George Washington (1732-1799), o Bernardo O’Higgins (1778-1842). El hijo del
virrey de España decide interpretar la historia desde la óptica anglosajona: “Cuanto más medito y
reflexiono sobre el Imperio Britanico y sobre las circunstancias que lo han elevado a una altura sin
parangón en la historia moderna, más me convenzo que la Gran Bretaña ha sido elegida en estos
tiempos por la Divina Providencia para ser el instrumento eficaz que lleve al máximo progreso y
felicidad a la raza humana.” (Epistolario de Bernardo O´Higgins con autoridades y corresponsales
ingleses 1817-1831, Historia, 11, 1972-1973, 439).
En términos económicos tiene lugar la expansión capitalista que destruye la economía de sustento
de la Tierra. Inglaterra destruye la industria textil de la India para crear la suya: hacia 1845 los
ingleses dominan el comercio textil. La política inglesa de deforestación se aplica en la India con la

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Ley Forestal de 1865. Así se desencadena la erosión tanto de la fertilidad de las tierras como de los
derechos de acceso a la población local a la producción forestal (Vandana Shiva, Manifiesto para
una democracia de la Tierra, Barcelona, 2006).
En términos artísticos destaca el ideal neoclásico con autores franceses destacados en su patria o en
los países americanos donde expresaron su propuesta estética. Así Eugene Delacroix (1798-1863),
“La Libertad guiando al pueblo” (1830), con la figura alegórica de Marianne, la ‘República
francesa’ en una barricada. “La humareda luminosa de los cañones sugiere una metáfora de la
burguesía, que se libera de las tinieblas […]. La bandera y la bayoneta, ascendentes y paralelas,
representan la lucha y la patria […]. Hombres, niños y cadáveres comparten la escena bajo la
presidencia de la bandera francesa” (Delacroix. Grandes maestros de la pintura, Editorial del Sol,
2008), o Raymond Monvoisin (1794-1870), retratista de la oligarquía republicana de Chile: los
personajes masculinos se manifiestan en ambientes privados y exclusivos (Manuel Bulnes, Manuel
Montt, Mariano Egaña, Andrés Bello).

3. El clamor de la Tierra: la finitud del totalitarismo (siglos XX-XXI)

Después de cuatro siglos el sistema moderno colonial termina por revelar ostensiblemente sus
consecuencias y limitaciones. Durante la primera Guerra Mundial el poeta y artista alemán
Hermann Hesse (1877-1962, premio Nobel de literatura 1946) confiesa en 1917: “‘Europa’ ha
dejado de ser para mí un ideal: mientras los hombres se matan los unos a los otros por la dirección
de Europa, toda división entre los hombres se me hace sospechosa. No creo en Europa, sino en la
Humanidad; sólo en el reinado del alma sobre la Tierra, en el cual todos los pueblos tienen su parte
y especialmente los de Asia, a quienes debemos las encarnaciones más nobles” (Carta de Hermann
Hesse a Romain Rolland, Berna, 1917, Hermann Hesse, Romain Rolland y Rabindranath Tagore,
Correspondencia entre dos guerras, Barcelona: Nuevo Arte Thor, 1985, 26). Las guerras mundiales
imponen un clima de explícita inhumanidad. Albert Einstein (1879-1955, premio Nobel de física
1921) señala en 1945: “Se ha ganado la guerra, pero no la paz. Las grandes potencias, unidas en la
lucha, están divididas ahora en relación a los acuerdos de paz. Se prometió al mundo liberarlo del
miedo, pero la verdad es que el miedo no ha hecho sino aumentar terriblemente desde que terminó
la guerra.” (Albert Einstein, Mis ideas y opiniones, Barcelona: Antoni Bosch, 1990, 101-103).
En 1974 expresa el pensador alemán Erich Fromm: “El grito falangista de ‘¡Viva la muerte!’
amenaza convertirse en principio secreto de una sociedad en que la conquista de la naturaleza por la
máquina forma el verdadero significado del progreso y en que la persona viviente se convierte en
apéndice de la máquina.” (Erich Fromm, Anatomía de la destructividad humana, 1974, México:
Siglo XXI, 1991, 24).1

En términos filosóficos se pueden advertir las últimas influencias del pensamiento eurocéntrico con
Federico Nietzsche (1844-1900). Su ideal de humanidad se funda en el racismo, en la competencia
despiadada por el poder, en el desprecio por las mujeres. Según el intelectual prusiano la compasión
y el amor al prójimo alejan de la nobleza aristocrática. En 1887 afirma en Genealogía de la moral

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En 1985 el premio Nobel de la Paz Willy Brandt (1913-1992) denuncia la militarización del Tercer Mundo
como expresión del expansionismo de las naciones poderosas del Norte. Hace un llamado a defender la
“herencia cultural del Tercer Mundo”, Willy Brandt, La locura organizada, Buenos Aires: Belgrano, 1988.

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su desprecio por los valores judeocristianos: “¡Todo se vuelve visiblemente judaizado,
cristianizado, aplebeyado (¡qué importan las palabras!). El avance de este veneno por el cuerpo
entero de la humanidad parece irresistible”. En La voluntad de poder defiende la misoginia: “[La]
mujer necesita una religión de debilidad que glorifique la divinidad del ser débil, amante y humilde
[…]. La mujer siempre ha conspirado con el prototipo de la decadencia, los sacerdotes, contra los
‘poderosos’, los ‘fuertes’, los hombres.” El ideal de Nietzsche fue la guerra. “Debes amar la paz
como medio para nuevas guerras. […]. La guerra buena santifica todas las causas”. “El más duro es
el más noble. ¡Oh, hermanos míos! Yo suspendo sobre vuestras cabezas esta nueva tabla: ¡sed
duros!” (Así habla Zaratustra, 1883-1885). Su ideal de humanidad fue el superhombre
(Übermensch).
En términos políticos este pensamiento filosófico del superhombre se expresa en el fascismo
europeo y colonial que se remonta a un ideal político decimonónico: Adolf Hitler (1889-1945),
Francisco Franco (1892-1975), Augusto Pinochet (1915-2006) (Hubert Kiesewetter, Von Hegel zu
Hitler: eine Analyse der Hegelschen Machtstaatsideologie und der politischen Wirkungsgeschichte
des Rechtshegelianismus, Hamburg, 1974; Graeme Mount, Chile and the Nazis: from Hitler to
Pinochet, Montréal, 2002; Isabel Jara, De Franco a Pinochet. El proyecto cultural franquista en
Chile, 1936-1980, Santiago: Universidad de Chile, 2006).
En términos económicos se trata del totalitarismo global empresarial que hace desaparecer a los
seres humanos y a la Tierra sustituyéndolos por dinero. El dinero reemplaza a la vida, valor sagrado
de las economías compasivas de la naturaleza y del sustento (Vandana Shiva, Manifiesto para una
democracia de la Tierra, Barcelona, 2006).
En términos artísticos se cultiva una imagen del mundo que exalta la gesta moderna colonial
europea desde un carácter nacional conservador. En Chile se distingue la obra de Pedro
Subercaseaux Errázuriz (1880-1956), artista que reivindica el espíritu de la guerra, la conquista, la
supremacía masculina, en títulos como “Epopeya de Chile” (1904), “¡Santiago, y a ellos!” (1906),
“Primera Misa en Chile” (1904), “Bendición de las banderas de El Cid” (1917), “Batalla de Maipú”
(1918), “Descubrimiento de Chile por Almagro” (1918: pintura que preside el Salón de Honor del
antiguo Congreso Nacional de Santiago) (Pedro Subercaseaux, pintor de la historia de Chile,
Santiago: Exposición Casas de Lo Matta, Vitacura, 2000). Esta visión eurocéntrica se plasmó en los
ensayos del historiador chileno Jaime Eyzaguirre (1908-1968) en 1948: “Si historia es la sucesión
consciente y colectiva de los hechos humanos, la de Chile sería inútil arrancarla de una vaga y
fragmentaria antecedencia aborigen, carente de movilidad creadora y vacía de sentido y horizontes.
Chile se revela como cuerpo total y se introduce en el dinamismo de las naciones al través del verbo
imperial de España.” (Jaime Eyzaguirre, Fisonomía histórica de Chile, 1948). En 1975 los
regímenes fascistas encarnaron este ideal europeísta: “Nuestro país culturalmente no es neutro. Por
su historia, Chile participa en la cultura occidental y cristiana.” (Política cultural del gobierno de
Chile, Santiago de Chile, 1975).

Estos postulados -que heredan una tradición sistemáticamente construida desde el siglo XVI- dejan
al descubierto su presupuesto fundamental: la falta de aprecio por la Tierra, y de los seres humanos
como parte viva y preciosa de ella. El gran descubrimiento histórico de los siglos XX y XXI es,
pues, el clamor de la Tierra, desoído por los procesos antropocéntricos protagonizados por
Occidente. Se descubre que la Tierra ha sido desnaturalizada, que se ha ‘calentado’ bajo los efectos
de la huella industrial moderna colonial. La temperatura del planeta necesita recuperar un nivel

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preindustrial. Se aprecian continentes donde es particularmente manifiesta la agresión a la Tierra:
cada norteamericano genera al año 1,5 toneladas de residuos peligrosos (Norman Myers, El futuro
de la Tierra, Madrid: 1992; James Lovelock, La venganza de la Tierra, Santiago: Planeta, 2007;
Ramón Tamames, El grito de la Tierra: biósfera y cambio climático, Barcelona: RBA, 2010).

La ‘Cumbre de la Tierra’ celebrada por Naciones Unidas en Río de Janeiro en 1992 instala un giro
epistemológico para el conjunto de la humanidad: “En todos los lugares del mundo, la naturaleza
era la morada de las deidades. Estas han conferido al bosque, al desierto, a la montaña una
personalidad que imponía adoración y respeto. La Tierra tenía un alma. Volver a encontrar y
resucitar esa alma es la esencia del ‘espíritu de Río’.” (Boutros Boutros-Ghali, Paz, desarrollo,
medio ambiente, Santiago, 1992, 66). Esta conciencia histórica emergente fue desestimada por
Estados Unidos. Reaccionando a la Cumbre de Río el presidente George W. Bush proclamó que “el
estilo de vida norteamericano es innegociable”. Con menos del 5 % de la población mundial, y
produciendo el 36 % de la polución por CO2, Estados Unidos está ‘cercando’ la atmósfera para su
propio uso y disfrute (Vandana Shiva, Manifiesto para una democracia de la Tierra, 2006, 74-77).
Con más lucidez sostiene el historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012): “Un índice de
crecimiento económico similar al de la segunda mitad del siglo XX, si se mantuviese
indefinidamente (suponiendo que ello fuera posible), tendría consecuencias irreversibles y
catastróficas para el entorno natural de este planeta, incluyendo a la especie humana que forma
parte de él […] podría resultar inhabitable para la especie humana tal como la conocemos y en su
número actual. […]. Sin embargo, una cosa está clara: si la humanidad ha de tener un futuro, no
será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases,
fracasaremos.” (Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX 1914-1991, Barcelona, 1995, 561, 576). En
2000 se proclama la ‘Carta de la Tierra’ en el palacio de La Paz en La Haya, con la participación
del teólogo brasileño de la liberación Leonardo Boff, y la primera mujer africana premio Nobel de
la Paz Wangari Muta Maathai (1940-2011). En 2012 Naciones Unidas celebra los veinte años de la
Cumbre de Río de Janeiro: “Reconocemos que el planeta Tierra y sus ecosistemas son nuestro
hogar y que ‘Madre Tierra’ es una expresión común en muchos países y regiones, y observamos
que algunos países reconocen los derechos de la naturaleza en el contexto de la promoción del
desarrollo sostenible.” (El futuro que queremos. Asamblea General de Naciones Unidas, 66 período
de sesiones, 2012).

¿Es posible imaginar un tiempo distinto a la ‘historia’ moderna colonial?

Indudablemente existe un tiempo mucho más extenso de la Tierra, distinto al breve tiempo de la
‘historia’ moderno colonial. Esta última se ha imaginado, con su triunfalismo ideológico, alcanzar
el ‘fin de la historia’ (Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man, 1992), o enfrentar
una guerra de civilizaciones desde la perspectiva histórica de Estados Unidos. Esta fue la posición
adoptada por el cientista político Samuel Huntington (1927-2008), quien justificó los bombardeos a
Vietnam en la década de 1960 (Samuel Huntington, The clash of civilizations and the remaking of
world order, 1996).2 Desde un horizonte otro, respetuoso y fiel a la Tierra, en cambio, no estamos

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El escritor estadounidense Henry Miller (1891-1980) describió la cultura moderna de Estados Unidos a fines
de la década de 1950: “Todo nuestro estilo de vida arraiga en la matanza mutua. Nunca ha habido en el

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ante un fin de la historia, sino todo lo contrario. “¿FIN DE LA HISTORIA? / Me desayuno / Cómo
va a terminar / Algo que no comienza todavía…” (Nicanor Parra, Discurso del Bío Bío, 1996).

mundo tanta avidez de seguridad, y nunca la vida ha sido más insegura. Para protegernos, inventamos los más
fantásticos instrumentos de destrucción, que prueban ser boomerangs […]. Cuando el asesino blanco
norteamericano se levante sobre sus patas traseras y comience a escupir y depredar, Europa, aquel viejo
escenario de matanzas, parecerá un puerto de paz.” Henry Miller, El mundo del sexo, 1959, Buenos Aires:
Sur, 1963.

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