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I.

LA TIERRA Y EL PUEBLO DE JESÚS


1. La tierra de Jesús. 2. Un país pequeño. 3. El pueblo. 4. Historia de Israel: su origen y desarrollo. 5.
Palestina en tiempos de Jesús. 6. Carácter profético del Antiguo Testamento.

1. La tierra de Jesús
La historia tiene siempre una geografía muy concreta en la que acontecen los hechos.
Jesús de Nazaret—el Dios hecho Hombre—tiene también su tierra, su patria. Los cristianos
la llamamos Tierra Santa, porque allí nació, vivió, murió y resucitó el Señor.
La tierra de Jesús recibió diversos nombres a través de los tiempos. En un principio se
llamó Canaán, porque allí habitaban los cananeos, hasta que fue conquistada por. Josué. Se
llamó también Palestina, que significa país de los filisteos, que eran sus pobladores.
Finalmente, desde Jacob, se la denominó Israel, que fue el nombre que recibió Jacob después
de su lucha con el ángel (Gén. 32, 28).
Palestina fue siempre un país pequeño, que cambió muchas veces de fronteras, porque,
situada en medio de grandes imperios, sufrió con frecuencia la invasión de los pueblos
vecinos. Por el norte limitaba con los imperios de Asiria y Babilonia, y por el sur con Egipto.
Estos pueblos vecinos la aventajaban en extensión, en poder y en cultura. Pero Israel
superaba a estos grandes imperios en dos cosas importantes:
1) Por su elección por Dios como pueblo portador de una particular bendición; por su fe
en el Dios único.
2) Por tradiciones religiosas singulares: el caudal de esta tradición religiosa, de sus
interpretaciones, de las palabras de sus profetas, de los dichos de los sabios, se fueron
poniendo por escrito, por inspiración de Dios, y se formó La Biblia.

2. Un país pequeño
La Palestina bíblica es un territorio mucho más pequeño que el actual Estado de Israel.
La Palestina bíblica está formada por cuatro franjas paralelas que recorren el país de
norte a sur.
a) La costa mediterránea, de blancas arenas. Es la actual Gaza.
b) La llanura costera, hoy salpicada de ciudades y de naranjos. Era el camino obligado de
viajeros, comerciantes e invasores.
c) La cadena de montañas. Comienza al norte de Galilea, en el nevado Hermón. Queda
cortada por la fértil llanura de Yezrael o Esdrelón y continúa hacia el sur con los montes
de Samaria y de Judea. Se detiene, por fin, en la ciudad de Hebrón, al borde del
desierto.
d ) La gran depresión del río Jordán, que comienza algo más al norte que el lago de
Genesaret, también llamado de Tiberiades o mar de Galilea; luego el tramo largo y
tortuoso del río Jordán; y por último el mar Muerto o de la Sal, donde desemboca el
Jordán a 397 metros bajo el nivel del mar Mediterráneo.

Este pequeño país encierra, sin embargo, gran variedad de paisajes: nieves perpetuas en
el monte Hermón; dos desiertos abrasadores: el de Judea y el de Negueb; los paisajes lunares
de la depresión del río Jordán; las llanuras fértiles de la costa; las orillas onduladas y suaves
del Tiberiades.

Abraham, Padre de los creyentes


La historia del pueblo de Israel se inicia con Abraham. Este hombre, natural de Ur, es
objeto de la elección divina. Abraham estaba casado con Sara; ella era estéril y los dos
bastante ancianos. El nacimiento milagroso de Isaac significa el primer hito de esta historia de
las intervenciones de Dios. Estamos hacia el siglo XIX antes de Jesucristo (Gén. 15, 1-10;
21, 1-22).

Moisés y el Éxodo

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Seis siglos más tarde, Moisés recibe de Dios el encargo de liberar a los israelitas de la
esclavitud que padecen en Egipto. Este hecho, conocido con el nombre de Éxodo, marcará un
momento culminante en la historia del pueblo de Israel. Moisés conduce al pueblo de Dios,
atravesando milagrosamente el mar Rojo e internándose por el desierto camino de la Tierra
Prometida. La muerte de los primogénitos de Egipto y el paso del mar Rojo son la Pascua o
«paso» del Señor, que salva y protege a su pueblo. Todo esto sucede en el siglo XIII antes de
Jesucristo, reinando en Egipto Ramsés II. El momento culminante de la peregrinación del
pueblo de Israel por el desierto lo marca la Alianza del Sinaí entre Dios y su pueblo. Muerto
Moisés, será Josué el caudillo que introducirá al pueblo en la tierra prometida.
Todos estos acontecimientos son narrados con gran viveza en los libros del Éxodo,
Números y Josué.

Los Reyes y la división del reino


Una vez instalados en Palestina, los israelitas fueron gobernados por Jueces durante siglo
y medio y, a partir de Samuel, por Reyes.
Durante los reinados de David y de Salomón (siglos XI a X antes de Cristo) se ponen por
escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, las viejas tradiciones que recogen los grandes
acontecimientos de la historia de la humanidad. Para estos escritos se sirvieron de textos
mucho más antiguos que recogían y narraban la historia sagrada desde su comienzo.
A la muerte del Rey Salomón (a. 932 a. de C.), Israel se divide en dos reinos: al norte
Israel y al sur Judá. Esta división geográfica coincide con las grandes divisiones internas entre
los mismos judíos. Se corrompen las costumbres, se alían con los reyes vecinos,
surgen los errores doctrinales y hasta llegan a adorar a los dioses de las naciones vecinas.
Pero Dios, por medio de graves castigos, advierte al pueblo de su descarrío. El año 721 a. de
C., la capital del norte, Samaria, es destruida por los asirios, y, en el año 587, los babilonios
destruyen Jerusalén, que era la capital del Estado del Sur.
Estos castigos habían sido anunciados por los Profetas, que advierten al pueblo que va
por malos caminos. Es curioso constatar cómo esta época coincide con la vida de los grandes
Profetas. En el Reino del Norte, es decir, Israel, profetizan Elías, Eliseo, Amós y Oseas. Y en
el Reino de Judá, vivían, entre otros, Isaías, el gran profeta mesiánico, Miqueas, Jeremías,
Nahum, Habacuc, etc.

El destierro
Como final de este periodo calamitoso, y a consecuencia de la infidelidad del pueblo,
éste acaba en el destierro. El rey Nabucodonosor lleva a Babilonia a los israelitas que
subsisten a la derrota de la guerra. Estamos en el siglo VI antes de Cristo.
En el destierro, los judíos supervivientes se acuerdan de las promesas de Dios y reavivan
su fe religiosa. Se reúnen a orar y a leer los libros santos; muy pronto empiezan a cumplir la
ley de Moisés y son alentados por el profeta Ezequiel que les anima a ser fieles, como
condición para volver a su país.
Al fin, Ciro el Grande, rey de Persia, permite al pueblo judío regresar a Palestina, y les
ayuda a reconstruir el Templo de Jerusalén (año 538 a. de C.).

Israel dominado por Grecia y por Roma


La historia de Israel conoce nuevamente la infidelidad y es otra vez perseguido. En esta
ocasión, cae bajo el dominio de Alejandro Magno, que, en el año 330 a. de C., lo anexiona a
su imperio. Comienza así la «época helenística», que durará hasta la dominación romana en el
año 63.
Hacia el año 170 a. de C. estalla la guerra de los judíos, acaudillados por Judas Macabeo
y sus hermanos, contra los reyes helenistas. Estas hazañas serán contadas después por los

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libros de los Macabeos. Los libros del Antiguo Testamento se cierran con el de la Sabiduría,
de clara influencia helenística.
Finalmente, en el año 63 a. de C., Pompeyo convierte Judea y Samaria en una provincia
romana. En estas circunstancias históricas, Dios enviará a su Hijo al mundo para redimir a los
hombres.

5. Palestina en tiempos de Jesucristo


En tiempos de Jesucristo la situación religiosa y política de Palestina era especialmente
tensa. Los judíos se consideran el verdadero pueblo de Dios y no querían estar sometidos al
imperio de Roma.
Existían diversos grupos sociales; más cerca de los planteamientos religiosos estaban
los esenios, los fariseos y los saduceos.
1) Los esenios eran una secta exclusivamente religiosa, que entendían su religión como
separada del mundo. Vivían en el desierto.
2) En el extremo contrario estaban los saduceos, que constituían la nobleza sacerdotal y
tenían una gran influencia política.
3) En un campo intermedio, encontramos a los fariseos, religiosamente observantes.
Entre los fariseos sobresalían los Escribas o Doctores de la Ley.
Los movimientos políticos se surtían de estos dos últimos grupos:
1) De los saduceos salían los publicanos o «colaboracionistas», que eran partidarios de
la situación de Palestina como colonia romana. Ellos eran normalmente los encargados de
cobrar el impuesto señalado por Roma.
ESTRUCTURA DEL PUEBLO JUDÍO
EN TIEMPOS DE JESÚS EMPERADOR
ROMANO

SUMO SACERDOTE PROCURADOR ROMANO


Jefe religioso y político

SACERDOTES SADUCEOS FARISEOS ESENIOS


Levitas Ley Tradición Ascetas
Templo Aristócratas Escribas Penitentes
Populistas

SAMARITANOS PUBLICANOS CELOTAS SICARIOS HELENISTAS


Cismáticos Romanizados Galileos Guerilleros Lengua Griega
Garizim Nacionalizados antirromanos Fervorosos

2) Frente a ellos, estaban otros que provenían, regularmente, de los fariseos: eran los
celotas o rebeldes, originarios de Galilea, convertidos al judaísmo y pertenecientes a 1a clase
social más baja; eran observantes como los fariseos, pero se separaban de ellos por su
radicalidad política.
3) Entre los celotas sobresalían los sicarios, partidarios de la violencia para acabar con la
situación de colonia sometida a Roma.
4) Los herodianos, partidarios de la dinastía y de la política de Herodes el Grande, en
contra del sentir del pueblo, principalmente de los fariseos, que lo aborrecían por su origen
idumeo y por sus costumbres paganas.
De este modo; se entremezclaba lo religioso con lo político. Esta situación es la que con
frecuencia fustigará Jesús, pues tales grupos habían adulterado lentamente la figura del
Mesías que había de venir. Para los dirigentes religiosos de Israel y para esos grupos, el

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Mesías sería una especie de guerrero que ayudaría al pueblo a liberarse del yugo romano.
Pero los planes de Dios eran muy distintos a los de los hombres.
Sin embargo, no todo el pueblo de Israel está representado en los grupos que acabamos
de describir. Más aún, la inmensa mayoría eran gentes sencillas y temerosas de Dios; eran
aquellas «muchedumbres» que seguían a Jesús y en quienes arraigó la predicación de su
Evangelio: fueron el verdadero «resto» de Israel, es decir, aquella parte de los creyentes que
será fiel a Dios. Representantes de ese resto de Israel son Juan el Bautista, el anciano Simeón
(que esperaba «la consolación de Israel» cfr. Lc. 2, 25), la profetisa Ana («que hablaba a
todos los que esperaban la redención de Israel», cfr. Lc. 2, 38), y de manera eminente la
Santísima Virgen y San José.

6. Carácter profético del Antiguo Testamento


Israel había experimentado cuáles eran los caminos de Dios con los hombres, a través de
las revelaciones divinas a Abraham y a Moisés. Y, al hablar el mismo Dios por boca de los
Profetas, entendió esos caminos con mayor hondura y claridad. El mismo Dios había marcado
las líneas de la historia de la salvación, las cuales se contienen en el Antiguo Testamento.
Para los cristianos, el Antiguo Testamento tiene un atractivo particular: Todo el Antiguo
Testamento mira al Nuevo Testamento, pues está orientado hacia Jesucristo y hacia el Reino
mesiánico, es decir, la Iglesia.
1) El Antiguo Testamento nos habla de Jesucristo, Redentor de los hombres, en cuanto
prepara la venida del Mesías y la anuncia profética y simbólicamente con diversas figuras,
tales como Adán, Melquisedec, José, Moisés, David, Jeremías, el Hijo del hombre, etc. Cristo
vino a cumplir las Escrituras y en El se realizan las promesas de Dios fundadas en la Alianza.
Y, «cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la
Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos de Dios»
(Gál. 4, 4). Desde este momento, el cristianismo toma origen en la persona de Cristo,
confesado Dios por la fe, y ensalza la figura de la Virgen, que ocupa, conforme a los planes
divinos, un lugar destacado en la historia de la salvación. Maria será realmente la Madre de
Dios.
2) También nos habla del Pueblo de Dios, elegido e iniciado en el Pueblo de Israel, y que
alcanza su plenitud en la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, donde Cristo ha abatido el muro de
separación entre judíos y gentiles, y donde sólo hay una raza: la de los hijos de Dios.
Los cristianos hemos de recibir con devoción los libros del Antiguo Testamento, pues
«expresan el vivo sentido de Dios, encierran doctrinas sublimes sobre Dios y una sabiduría
salvadora sobre el hombre, contiene admirables tesoros de oración, y en todos ellos está
latente el misterio de nuestra salvación» (Dei Verbum, n. 15). Pero la revelación divina
manifiesta su vigor de modo eminente en los escritos del Nuevo Testamento. En efecto, la
excelencia del Nuevo Testamento está en que, venida la plenitud de los tiempos, el Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad (cfr. Jn. 1, 14).

RESUMEN
1. La tierra de Jesús o Tierra Santa, recibió a través de los tiempos diversos nombres: Canaán
(tierra de los cananeos); Palestina (país de los filisteos); Israel (nombre que recibió Jacob). Los israelitas
tenían conciencia firmísima de que la tierra que habitaban se la habla dado Dios y de que poseían el
Libro Santo, la verdadera Revelación de Dios a los hombres.
2. La Palestina bíblica era un pequeño territorio formado por cuatro franjas paralelas de norte a
sur: a), la costa mediterránea; b), la llanura costera; c), la cadena de montañas; d), la gran depresión del
río Jordán.
3. Al pueblo, según las épocas, se le denominó con distintos nombres: Hebreos, israelitas y judíos.
Su condición de «pueblo elegido» constituye la gloria y el destino de Israel.
4. La historia de Israel es la historia de las relaciones de Dios con su pueblo. Se pueden distinguir
varias etapas: 1. Abraham y los primeros Patriarcas. 2. Moisés y el Éxodo hasta la entrada en la Tierra
Prometida. 3. La época de los Reyes (principalmente David y Salomón) y la división del reino: al norte
Israel y al sur Judá. 4. Invasión de los persas y destierro a Babilonia. 5. Israel dominado por Grecia y
Roma.

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5. En tiempos de Jesucristo existían diversos grupos sociales: Los esenios, saduceos y fariseos,
cercanos a planteamientos religiosos; entre ellos surgieron movimientos políticos que adulteraron la
figura del Mesías: publicanos, cejotas, sicarios y herodianos. Pero la mayor parte del pueblo eran gentes
sencillas y temerosas de Dios.
6. Todo el Antiguo Testamento mira al Nuevo, pues prepara y anuncia la venida del Mesías, Redentor de
todos los hombres, y la del Reino mesiánico, el nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia.

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II. Los Evangelios de Cristo
1. El Evangelio y los Evangelios. 2. La Predicación de Cristo. 3. Predicación de los Apóstoles. 4. Los
cuatro Evangelios. 5. Carácter histórico de los Evangelios. Autenticidad y veracidad. 8. Otros escritos
del Nuevo Testamento.

1. E1 Evangelio y los Evangelios


La palabra «evangelio» es la transcripción castellana de dos términos griegos—eu y
angelion—, que significan «buena noticia». La palabra «evangelio» tiene dos significaciones
precisas: 1) Evangelio es la buena noticia de que Dios salva a los hombres por medio de
Jesucristo. 2) Los Evangelios son cuatro libros inspirados que contienen el Evangelio de
Jesucristo.
Jesucristo utilizó la palabra «Evangelio» para anunciar la llegada del Reino de Dios. Este
reino es anunciado por Cristo y llega con El. Nos dice San Marcos que «Jesús se marchó a
Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: se ha cumplido el tiempo y está cerca el
Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio» (Mc. 1, 14-15).
Para los Apóstoles, el «Evangelio de Jesucristo» es la proclamación de la enseñanza, la
vida y la acción redentora de Jesús, realizada con su muerte y resurrección. Hay, pues, un
sólo Evangelio: el anuncio gozoso de los Apóstoles de que Dios ha querido salvarnos por
medio de Nuestro Señor Jesucristo.
Más tarde, cuando este anuncio fue puesto por escrito, se aplicó la palabra «evangelio»
para designar a los cuatro escritos inspirados que contienen el Evangelio predicado por los
Apóstoles: el Evangelio de Jesús está contenido en cuatro libros llamados los Santos
Evangelios.
En la formación de los cuatro Evangelios se suelen distinguir tres etapas: 1) La
predicación de Jesús. 2) La predicación de los Apóstoles. 3) La redacción de los cuatro
Evangelios.

2. La predicación de Jesús
«Recorría Jesús toda la Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio
del Reino, curando las enfermedades y las dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda
Siria, y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores,
endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y El los curaba. Y le seguían multitudes venidas de
Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania» (Mt. 4, 23-25).
Este es el resumen que da San Mateo de los primeros meses de la vida pública de
Jesucristo. No es extraño que sorprendiera a todos los judíos de Palestina. Así fue la vida
pública de Jesús: predicar, enseñar, compadecerse de la gente, perdonar los pecados, sanar a
los enfermos, anunciar el Reino de Dios, mostrar su divinidad, etc.
El final de esta historia apasionante fue la condena a ser ajusticiado y la muerte en la
cruz; pero, al tercer día, Jesús resucitó de entre los muertos. Y durante los cuarenta días que
permaneció en la tierra, se apareció varias veces a los Apóstoles.

3. Predicación de los Apóstoles


A la etapa de la predicación de Jesús, siguió el tiempo de la predicación de los
Apóstoles. Estos habían recibido el encargo de ser testigos suyos. Dieron testimonio de Jesús
predicando su Evangelio a todas las gentes, hasta los confines de la tierra, y proclamando que
Jesús seguía viviendo misteriosamente en medio de ellos, en la Iglesia que Jesús había
fundado para nuestra salvación.
Los Apóstoles fueron fieles a Jesús. Alentados por el Espíritu Santo, enviado por Cristo
el día de Pentecostés, los Apóstoles emprendieron la grandiosa tarea de difundir por todas
partes la vida y las enseñanzas del Señor.

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4. Los cuatro Evangelios
Poco después de la Ascensión de Jesús a los cielos, los que habían sido testigos oculares
de las enseñanzas y de la vida del Salvador, redactaron algunos escritos sueltos: algunos
milagros, algunas parábolas, una serie de «máximas» que Jesús había repetido con reiteración
y que encerraban enseñanzas importantes, y, especialmente, una narración de los hechos de la
pasión. Estos escritos eran como unos cuadernillos sueltos, como unos apuntes de la vida de
Cristo, que interesaban de modo especial a los nuevos convertidos que no habían conocido al
Señor.
Muy pronto, movidos quizá por el deseo de tener una síntesis de la enseñanza de los
Apóstoles, o debido a las peticiones de los nuevos cristianos, o con el fin de evitar algunos
errores que empezaban a circular en alguna comunidad alejada de Palestina, los Evangelistas
decidieron poner por escrito lo que los Apóstoles predicaban.
Mateo aprovechó algunos de esos escritos y, bajo la inspiración del Espíritu Santo,
escribió en arameo el primer Evangelio, dirigido a los cristianos de Palestina; más tarde seria
traducido al griego. Marcos, discípulo de San Pedro, recogió en su Evangelio los recuerdos de
Jesucristo tal como los relataba San Pedro en su predicación a los cristianos de Roma.
Posteriormente, Lucas puso por escrito la predicación de San Pablo a los gentiles. Ya tenemos
los tres Evangelios sinópticos. Bastante más tarde, a finales del siglo I, el Apóstol Juan
escribió su Evangelio.
El Concilio Vaticano II nos dice que «la Iglesia siempre y en todas partes ha sostenido y
sostiene que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles
predicaron por mandato de Cristo, después, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos
mismos y algunos varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito como fundamento de la
fe, a saber, el Evangelio en cuatro formas, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan» (Dei Verbum,
n. 18).

FORMACIÓN DE LOS EVANGELIOS

AÑO 30 Palestina 50 - 55
PENTECOSTES PEDRO Mateo Arameo 68-70
+67 Siria MATEO

60
Roma MARCOS 70
JESUS Destrucción
Predicación de Año 37 Asia Menor de
Los Apóstoles conversión 62 Jerusalén
de Grecia LUCAS
PABLO
+67 Roma

Palestina
JUAN 98
+104 Asia Menor JUAN

5. Carácter histórico de los Evangelios


La Iglesia siempre ha sostenido y sostiene que los cuatro Evangelios de Jesucristo son
libros históricos. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, en primer lugar, que los Evangelios
narran hechos comprobados, es decir, «transmiten con fidelidad aquello que Jesús, Hijo de Dios,
mientras vivía entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día
en que ascendió al cielo» (Dei Verbum, n. 19).

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También quiere decir que conocemos a los autores y las fechas de composición de estos
escritos. Por ejemplo, existen numerosos testimonios antiguos que señalan a Mateo, Marcos,
Lucas y Juan como autores de los Evangelios, atribuidos a ellos por la tradición.
Las fechas de composición de los Evangelios fueron objeto de polémica a principios de este
siglo. Hoy día existe una fundada certeza de que los Evangelios sinópticos —Mateo, Marcos y
Lucas—fueron escritos en tiempos muy próximos a los hechos que relatan, cuando vivían
numerosos testigos de la vida y de las enseñanzas de Jesús y que, por tanto, su garantía es total.

LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO


Mt = Mateo
Cuatro Mc = Marcos
LIBROS Evangelios Lc = Lucas
HISTÓRICOS Jn = Juan

Hch =Hechos de los Apóstoles

Rom = Romanos
1Cor = 1 Corintios
2 Cor = 2 Corintios
Gál = Gálatas
Ef = Efesios
14 Filp = Filipenses
Epístolas Col = Colosenses
de 1 Tes = 1 Tesalonicenses
San Pablo 2 Tes = 2 Tesalonicenses
DOCTRINALES 1 Tim = 1 Timoteo
2 Tim = 2 Timoteo
Tit = Tito
Film = Filemón
Hebr = Hebreos

Sant = Santiago
1 Pedr = 1 Pedro
Cartas 2 Pedr = 2 Pedro
Católicas 1 Jn = 1 Juan
2 Jn = 2 Juan
3 Jn = 3 Juan
Jud = Judas

PROFÉTICO Apoc = Apocalipsis

8. Otros escritos del Nuevo Testamento


El estudio de los Evangelios se complementa con los otros escritos del Nuevo
Testamento, escritos igualmente bajo la inspiración del Espíritu Santo. Así, por ejemplo, las
catorce cartas de San Pablo y las dos de San Pedro, fueron escritas antes de su muerte, en el
año 67 de nuestra era. Además se puede datar la fecha de algunas cartas de San Pablo, como
la I a los Tesalonicenses, escrita en el año 51; la I a los Corintios, el año 57; y la escrita a los
Romanos en el invierno del 57 al 58.
Asimismo, las reflexiones de San Pablo, tan profundas, que dicen tantas cosas de
Jesucristo y que profesan tan claramente su divinidad, fueron escritas antes que los
Evangelios. Este mismo hecho garantiza las enseñanzas narrativas de los Evangelios
sinópticos.

Autenticidad de los escritosdel Nuevo Testamento

TEXTO Y FECHA DEL FECHA DE LOS DISTANCIA ENTRE EL


AUTOR ORIGINAL MANUSCRITOS MÁS ORIGINAL Y LA COPIA
ANTIGUOS
h. 125
Juan 98-100 Papilo Rylands Entre 26 y 30 años
(un fragmento)

8
h. 200
Juan 98-100 Papiro Bodmer 100 años
(texto completo)
200-225: Papiro
Nuevo Testamento 50-100 Chester Beatty Entre 125 y 150 años
(parte del Evangelio)
250-300
AT y NT Códice Vaticano 200 años
(Texto Completo)
Virgilio 70-19 a.C. Siglo V d.C 5 siglos

Horacio 65 – 8 a. C. Siglo VIII d. C 9 siglos

J. César 100 – 44 a. C. Siglo X d.C. 11 siglos

Platón 427-347 a. C. Año 895 d. C. 14 siglos

Tácito 55 – 120 a. C. Siglos XV d. C. 14 siglos

Homero: Siglo VIII a. C. Siglo XI d. C. 19 siglos


Iliada
Y Odisea

6. Autenticidad
Otro problema a estudiar referente a los Evangelios es el de su autenticidad, es decir los
Evangelios que leemos hoy, ¿concuerdan plenamente con lo que escribieron los Evangelistas?
Además del juicio de fe de la Iglesia, contamos con numerosas pruebas que afirman la
autenticidad de los Evangelios.
Cuando se inventó la imprenta, el primer libro impreso fue la Biblia. Se editó en la
ciudad alemana de Maguncia, el año 1454. Hasta esta fecha sólo existían numerosísimos
manuscritos. Poco después, en 1514, se imprimía en Alcalá de Henares la primera edición
critica de los Evangelios, fruto de numerosas investigaciones sobre los códices griegos más
antiguos y valiosos.
Antes de ser fijado el texto a imprenta, los autores se plantearon el problema de publicar
los Evangelios con las máximas garantías de autenticidad. De ahí los estudios críticos sobre
los textos manuscritos, para eliminar las posibles corruptelas.
Como es evidente, este problema era común a toda la literatura antigua, tanto a las
Églogas de Virgilio, como a las Odas de Horacio, y a los Anales de Tácito que cuentan la
historia del Imperio. Lo mismo cabe decir de toda la literatura filosófica y científica de
Aristóteles, Platón y demás pensadores y sabios griegos.
La Biblia se encontraba en una situación de privilegio, porque, al ser un libro religioso,
era de interés para todos los creyentes, por lo que había infinidad de copias. Así, lentamente
hasta nuestros días, van apareciendo textos antiquísimos, que nos sitúan muy cerca de la
época en que se escribieron lo-s Evangelios.
Existen actualmente unas 5.000 copias—papiros, códices y leccionarios—más o menos
amplias del Nuevo Testamento. Si se compara el estudio de la autenticidad de los Evangelios
con el de la restante literatura antigua, sorprende la situación de privilegio a favor de los
libros sagrados.

7. Veracidad
Nos queda una última cuestión: ¿lo que escribieron los Evangelistas fue realmente lo que
dijo Jesús, o ellos exageraron su vida y su mensaje?
La certeza de la composición en fecha próxima a la muerte de Cristo quita ya todo
argumento a favor de una posible «manipulación» de la figura de Jesús. Después de la

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Ascensión, los Apóstoles transmitieron a sus oyentes lo que Jesús había dicho y hecho; lo
hicieron con un conocimiento muy elevado y seguro: con la inteligencia que les vino de la
Resurrección de Jesús y de la venida del Espíritu Santo.
Por su parte, los Evangelistas escribieron los cuatro Evangelios seleccionando algunas
cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito; sintetizaron otras, o las
explicaron teniendo en cuenta la situación de las comunidades cristianas a las que dirigían sus
escritos; y siempre buscaron la manera de comunicar «cosas verdaderas y sinceras acerca de
Jesús. Y lo escribieron con la intención de que conozcamos "la verdad" (cfr. Lc. 1, 2-4) de las
palabras con que hemos sido adoctrinados, basándose en su propia memoria o recuerdos, o en
el testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la
palabra"» (Dei Verbum, n. 19).
Así, pues, los Evangelistas escribieron las verdades más importantes del mensaje de
Jesús predicado por los Apóstoles, ya que lo que a todos interesaba era el mensaje de
salvación de Jesús.
RESUMEN
1. Se entiende por Evangelio la buena noticia de que Dios salva a los hombres por medio de Jesucristo.
Los Evangelios son cuatro libros inspirados que contienen el Evangelio de Jesucristo.
2. La formación de los Evangelios tiene lugar en tres etapas: 1 ) La primera corresponde a la predicación
del Evangelio por Jesucristo. 2) La segunda es la predicación de los Apóstoles, testigos de la vida y de la
enseñanza de Jesús. 3) La tercera es la redacción de algunos escritos aislados y la redacción de los cuatro
Evangelios, bajo la inspiración del Espíritu Santo, por dos Apóstoles—Mateo y Juan—y por dos discípulos de
los Apóstoles— Marcos y Lucas.
3. Los cuatro Evangelios son libros históricos, pues transmiten con fidelidad lo que Jesucristo hizo y
enseñó realmente; y porque conocemos a sus autores y las fechas de su composición.
4. La autenticidad de los Evangelios está garantizada por la existencia de numerosísimos manuscritos
muy próximos a la época en que se escribieron los Evangelios.
5. Los Evangelistas escribieron cosas verdaderas y sinceras acerca de Jesús y de su mensaje de salvación;
para ello se basaron en el testimonio de quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la
palabra.

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III. Existencia Histórica de Jesús
1. Los Evangelios y la existencia histórica de Jesús. 2. Otros indicios evangélicos sobre la historicidad de
Jesús. 3. Año del nacimiento de Jesús. 4. Testimonios extrabíblicos sobre Jesús de Nazaret. 5.
Testimonios Romanos. 6. Testimonios judíos. 7. Valor de estos testimonios.

1. Los Evangelios y la existencia histórica de Jesús


Aunque los datos procedentes de los escritores paganos acerca de la existencia histórica
de Jesucristo son muy valiosos —y a ellos nos referimos más adelante— conviene resaltar
que la fuente principal para probar la existencia real de Jesús de Nazaret son los escritos
del Nuevo Testamento y, en particular, los Evangelios, porque son el testimonio principal de
la vida y de la doctrina de Jesucristo. Después de haber estudiado el tema anterior, en el que
ha quedado demostrado el valor documental de estos libros, podrá entenderse mejor esta
afirmación. El Nuevo Testamento tiene toda la garantía de ser un libro histórico y hoy nadie
duda de que el personaje central de esos escritos, Jesús de Nazaret, tuvo una existencia real,
histórica.
Sin embargo, conviene matizar lo dicho anteriormente. Los cuatro Evangelios no son
unas biografías de Jesús. Los Evangelistas narran las palabras y los hechos más importantes
del Señor, sin pretender escribir un tratado de Historia, tal como lo entiende la mentalidad del
hombre contemporáneo. No obstante, a lo largo de los relatos evangélicos, se trasluce
continuamente el contexto histórico de la sociedad en la que transcurrió la vida de Jesús de
Nazaret.
Las circunstancias históricas que aparecen en los Evangelios y las que conocemos por
los escritos de Tácito o de Flavio Josefo (historiadores de la época) son coincidentes.
Así, por ejemplo, San Lucas señala con precisión los contornos históricos de los tiempos
en que se inicia la predicación del Señor:
«El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio
Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, y Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítide, y
Lisania tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios
sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc. 3, 1-2).
Todos estos personajes que cita San Lucas han sido plenamente verificados por la crítica
histórica. Jesús, por lo tanto, no es una figura imaginaria que aparece en una época legendaria
o perdida en la noche de los tiempos; es una figura histórica que vive en nuestra tierra, en una
de las épocas históricamente mejor conocidas de la antigüedad.

2. Otros indicios evangélicos sobre la historicidad de Jesús


Los autores que han investigado este problema aportan abundantes pruebas;
mencionamos a continuación solamente algunas de ellas:
a) Los autores de los Evangelios son personajes muy conocidos. Mateo y Juan fueron
discípulos de Jesús, es decir, testigos oculares que tuvieron conocimiento directo de Jesús,
por haber convivido con El durante tres años; nos ofrecen un testimonio de primera mano.
Marcos y Lucas son discípulos directos de los Apóstoles.
b) Los Evangelios fueron escritos muy. pocos años después de suceder los hechos, lo
que les da una garantía muy grande de veracidad; expresan lo que ocurrió.
c) Se conservan millares y millares de copias de lugares muy distantes, todas ellas
coincidentes, lo que es una prueba enorme de la fidelidad de los escritos que han llegado a
nosotros con los escritos originales de los Evangelistas.
d) Las intervenciones y las palabras de Jesús son muy sobrias; no aparece la
fantasmagoría imaginativa frecuente en los evangelios apócrifos. Incluso sus milagros se
relatan como hechos sucedidos con sencillez y enorme naturalidad: nunca aparece en ellos la
manifestación de un mesianismo ostentoso.
e) Los Evangelistas hablan de Jesús con gran sencillez, sin temor a rebajarlo de su
condición divina; esto es especialmente notable cuando nos hablan de su humanidad: come, se
duerme rendido por el cansancio, se sienta cansado en el brocal del pozo, llora ante la muerte de

11
su amigo Lázaro, etc. Hoy conocemos que algunos copistas de los siglos III y IV «se saltaron»
algunos de estos textos por considerar que rebajaban la dignidad y majestad del Señor.
f) La persona de Jesús descrita por los Evangelistas es de tal grandeza, sobrenatural y
humana, que no puede ser creación de un genio literario y, menos aún, de una colectividad
cristiana anónima, como algunos racionalistas han pretendido.

La conclusión, a partir de los datos evangélicos rigurosamente analizados, es que el Cristo


de los Evangelios es el Jesús real, el que verdaderamente existió y fue confesado como verdadero
Dios y verdadero hombre por los Apóstoles y por la primitiva comunidad creyente.

3. Año del nacimiento de Jesús


Una cuestión que ha interesado a los estudiosos de la Sagrada Escritura es la de datar con la
máxima precisión posible el año del nacimiento de Jesucristo. Las fechas del nacimiento y de -la
vida pública de Jesús se conocen con la misma precisión que las de muchos contemporáneos
suyos, como los emperadores Augusto o Tiberio, los reyes Herodes el Grande o Arquelao, el
filósofo Séneca, etc. Sin embargo, respecto a la fecha del nacimiento de Jesús hay una cuestión
que conviene precisar.
Durante muchos siglos, el tiempo se midió en Europa tomando como referencia la fundación
de la ciudad de Roma. Hace ya catorce siglos que el monje Dionisio el Exiguo tuvo el acierto de
poner el nacimiento de Jesucristo como centro de la historia de la humanidad. Con los datos de
que disponía, lo situó en Diciembre del año 753 de la fundación de Roma, y señaló el 754 como
el primer año de la era cristiana.

TABLA CRONOLOGICA DE LA VIDA DE JESUCRISTO *

AÑO MES DIA


Era Era Romana Cristiano Judaico Mes Semana
Cristiana
Nacimiento 6 a. C. 748 Dicbre Tébeth 25? --
Bautismo y comienzo 27 d. C. 780 Enero Téboth
del ministerio público (28 d. C.) (781)
Ultima Cena 30 d. C. 783 Abril Nisán 13 Nisán Jueves
6 Abril
14 Nisán Jueves
7 Abril
(33 d. C) (786) Abril Nisán (13 Nisán) Jueves
(2 Abril) Jueves
Muerte 30 d. C. 783 Abril Nisán 14 Nisán Viernes
7 Abril
15 Nisán Viernes
8 Abril
(33 d.C.) (786) Abril Nisán (14 Nisán) Viernes
(3 Abril) Viernes
* Los datos entre paréntesis son también posibles pero menos probables.

Hoy sabemos que Jesús nació antes del año 750 de Roma. Por el historiador judío Flavio
Josefo sabemos que Herodes el Grande, rey de Judea, murió en marzo o abril del año 750 de
la fundación de Roma, que corresponde al año 4 anterior a la era cristiana.
Según el Evangelio de San Mateo, Jesús, Maria y José se encontraban en Egipto a la
muerte de Herodes (Mt. 2, 15).

4. Testimonios extrabíblicos sobre Jesús de Nazaret


Los documentos ajenos a la Biblia que nos hablan de Jesucristo son más bien escasos.
Las razones también parecen claras. Los grandes historiadores de la época no podían
ocuparse de un acontecimiento que sólo tuvo por escenario la geografía de Palestina: un país
pequeño, colonia romana insignificante y que acabó con la condena de su protagonista. Una

12
muerte en la cruz, tan frecuente en el Imperio, y que no había tenido más trascendencia que
sofocar un movimiento popular de poca envergadura. Lo extraño es, precisamente, que estos
hechos hayan quedado reseñados, como así fue, por los grandes historiadores romanos.
Estos testimonios no cristianos sobre la existencia histórica de Jesús los dividiremos en
dos apartados: testimonios del mundo romano y testimonios judíos:

5. Testimonios romanos
Entre los testimonios romanos, destaca un documento oficial del Imperio. Hacia el año
112, el gobernador de la provincia romana de Bitinia, Plinio el Joven, escribe al Emperador
Trajano para informarle sobre la conducta de los cristianos, quienes, según un edicto imperial,
beberían ser condenados a muerte por negarse a dar culto al Emperador. El informe dice así:
«Los renegados afirman que todo su error consiste en que se reúnen en días fijos, antes de
salir el sol, y entonan cánticos a Cristo como a su Dios; se obligan mutuamente y con juramento
no a maldad alguna, sino a no cometer hurtos, ni latrocinios, ni adulterios, a no faltar a la palabra
dada, ni a negarse a devolver el dinero recibido en depósito. Una vez hecho esto, se retiran,
volviendo de nuevo para participar en una comida inocente.»
El historiador Tácito nos ofrece otro testimonio de la existencia de Jesucristo en su obra
Anales de Roma, escrita hacia el año 116:
«El emperador Nerón, con el fin de acallar el rumor que le acusaba como autor del incendio
de Roma, acusó, condenó y persiguió con grandes penas a los que el pueblo llamaba cristianos. El
fundador de este movimiento, Cristo, había sido ejecutado por el procurador Poncio Pilato, bajo el
gobierno de Tiberio.»

6. Testimonios judíos
Entre los testimonios procedentes del judaísmo destaca la obra Antigüedades Judías,
escrita entre los años 75-79 por el historiador Flavio Josefo. La autenticidad del pasaje que
transcribimos ha sido combatida por algunos investigadores por la afirmación «era el Cristo»
y por el testimonio de la resurrección al tercer día según el vaticinio de los profetas.
Efectivamente, estas palabras no pueden ser de un judío, sino de un cristiano. Esas
expresiones parecen ser notas marginales incorporadas al texto original por un copista
cristiano. Esto es más verosímil que rechazar totalmente el testimonio de Josefo sobre la
existencia histórica de Jesucristo.
«En este tiempo vivió un tal Jesús, hombre excepcional, si es permitido llamarle hombre,
pues llevó a cabo obras prodigiosas. Era el maestro de las gentes que se mostraban dispuestas a
recibir la verdad; arrastró a muchas gentes entre los judíos y los griegos. Se pensaba que era el
Cristo, pero, según el juicio de los principales entre los nuestros, no lo era. Por este motivo, Pilato
lo crucificó y le dio muerte. Los que desde el principio le entregaron su afecto, no dejaron de
amarle, porque él se les había aparecido vivo al tercer día, tal como lo habían predicho los
profetas» (Antigüedades Judías, 18, 3, 3).

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Otros libros religiosos judíos, como el TALMUD, recogen versiones sobre la vida de
Jesús, dando interpretaciones parciales e irreverentes; sin embargo, nunca se niega su
existencia histórica.

7. Valor de estos testimonios


Todos estos testimonios son de gran valor, porque muestran que la persona de Jesús de
Nazaret había sido la causa de la expansión del cristianismo. Y, aunque sea de modo
negativo, recuerdan casi todas las verdades que nosotros creemos y afirmamos en el Credo: el
nacimiento de Cristo, su vida pública, los milagros, la muerte en la cruz y su resurrección, y,
de modo implícito, la fundación de la Iglesia, dado que hacen mención de la extensión del
cristianismo como comunidad de gentes que siguen a Cristo, profesan su doctrina, le dan
culto y están dispuestos a perder la vida por serle fieles.
Pero es sabido cómo la fe en Jesucristo no la fundamenta el cristiano en estos
testimonios. Estos son importantes solamente en cuanto confirman, como documentos
históricos, la existencia de la persona de Jesús de Nazaret y las principales verdades en torno
a su vida. La razón más poderosa por la que el creyente cree en la existencia de Jesucristo es
la fe, don de Dios, que en lo humano se funda en el testimonio de testigos veraces.
Lugares más importantes de la vida de Jesús
LUGAR HECHO

1. Belén Nacimiento de Jesús: Lc. 2, 1-20.


2. Nazaret Vida oculta: Mt. 2, 19 - 23; Lc. 2, 39-52.
3. Jordán Bautismo de Jesús: Mt. 3, 13-17.
4. Caná Bodas de Caná: Jn. 2,1 - 11.
5. Monte de las Bienaventuranzas
Discurso de las Bienaventuranzas: Mt. 5-7.
5. Sicar Conversión de la Samaritana: Jn. 4, 1-42.
7. Cafarnaún Discurso sobre el Pan de vida: Jn. 6, 22-59.
8. Cesarea de Filipo Confesión de Pedro: Mt. 16, 13-20.
9. Monte Tabor Transfiguración: Mc. 9, 2-10.
10. Betania Resurrección de Lázaro: Jn. 11, 1-46.
11. Jerusalén Institución de la Eucaristía: Lc. 22, 15-20.
1 2. Jerusalén Muerte de Jesús: Jn.19, 25-30.
13. Jerusalén Resurrección de Jesús: Jn. 20, 2-10; 24-29.

RESUMEN
1. La existencia de Jesucristo es un hecho indiscutible
probado por multitud de testimonios y documentos
auténticos. No existe ningún personaje de la Historia antigua
de cuya existencia tengamos testimonios más numerosos,
veraces y sólidos que Jesús de Nazaret. Su existencia histórica
no sólo ha sido testimoniada por autores cristianos, sino
también por algunos no cristianos, en los cuales no cabe
sospecha alguna de haber falseado la realidad por defender
unos determinados intereses.
2. Los testimonios cristianos más importantes sobre la
existencia histórica de Jesucristo son los cuatro Evangelios y
los demás escritos del Nuevo Testamento. Los Apóstoles y
Evangelistas se presentan como testigos directos de la existencia, Pasión y Muerte y Resurrección de Jesucristo.

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Es especialmente rotunda la declaración que hace San Juan en su primera epístola: Lo que hemos oído, lo que
hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocando el Verbo de vida (...) os
lo anunciamos a vosotros» (1 Jn. 1-3).
3. Testimonios del mundo romano. Diversos personajes e historiadores del Imperio Romano nos han
transmitido noticias acerca de la existencia y algunos hechos atribuidos a Jesús Nazaret; entre ellos destacan: a)
PLINIO EL JOVEN, gobernador de Bitinia, escribe una carta al emperador Trajano (a. 112) en la que le
consulta cómo debe comportarse con los seguidores de Cristo. b) TACITO refiere en sus Ana/es (a. 116) la cruel
persecución que sufrieron en Roma los cristianos bajo el emperador Nerón, y habla de Cristo como fundador de
la nueva religión.
4. Testimonios del mundo judío. Dentro del mundo judío, especialmente próximo a la figura de Jesucristo,
destacan estos testimonios: a) FLAVIO JOSEFO, escritor judío, narra la destrucción de Jerusalén por los
romanos en el año 70 y la historia de los años anteriores a esta fecha. En sus escritos se refiere a Jesús,
calificándole de «hombre excepcional». b) EL TALMUD, libro religioso de los judíos, menciona la muerte de
Jesucristo en la cruz.

15
IV. Jesucristo verdadero hombre.

Jesucristo, verdadero hombre1


1. Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre: es el misterio central de nuestra fe y es
también la verdad) clave de nuestras catequesis cristológicas. Esta mañana nos
proponemos buscar el testimonio de esta verdad en la Sagrada Escritura, especialmente
en los Evangelios y en la tradición cristiana.
Hemos visto ya que en los Evangelio Jesucristo se presenta y se da a conocer como
Dios-Hijo, especialmente cuando declara: 'Yo y el Padre somos una sola cosa' (Jn 10,
30), cuando se atribuye a Sí mismo el nombre de Dios «Yo soy» (Cfr. Jn 8, 58), y los
atributos divinos; cuando afirma que le «ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra» (Mt 28, 18): el poder del juicio final sobre todos los hombres y el poder sobre la
ley (Mt 5, 22. 28. 32. 34. 39. 44) que tiene su origen y su fuerza en Dios, V por último el
poder de perdonar los pecados (Cfr. Jn 20, 22)23), porque aun habiendo recibido del
Padre el poder de pronunciar el 'juicio' final sobre el mundo (Cfr. Jn 5, 22), El viene al
mundo 'a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Lc 19, 10).
Para confirmar su poder divino sobre la creación, Jesús realiza «milagros», es decir,
«signos» que testimonian que junto con El ha venido al mundo el reino de Dios.
2. Pero este Jesús que, a través de todo lo que «hace y enseña», da testimonio de Sí
como Hijo de Dios, a la vez se presenta a Sí mismo y se da a conocer como verdadero
hombre. Todo el Nuevo Testamento y en especial los Evangelios atestiguan de modo
inequívoco esta verdad, de la cual Jesús tiene un conocimiento clarísimo y que los
Apóstoles y Evangelistas conocen, reconocen y transmiten sin ningún género de duda.
Por tanto, debemos dedicar la catequesis de hoy a recoger y a comentar al menos en un
breve bosquejo los datos evangélicos sobre esta verdad, siempre en conexión con cuanto
hemos dicho anteriormente sobre Cristo como verdadero Dios.
Este modo de aclarar la verdadera humanidad del Hijo de Dios es hoy indispensable,
dada la tendencia tan difundida a ver y a presentar a Jesús sólo como hombre: un hombre
insólito y extraordinario, pero siempre y sólo un hombre. Esta tendencia característica de
los tiempos modernos es en cierto modo antitética a la que se manifestó bajo formas
diversas en los primeros siglos del cristianismo y que tomó el nombre de «docetismo».
Según los «docetas», Jesucristo era un hombre «aparente», es decir, tenia a apariencia de
un hombre, pero en realidad era solamente Dios.
Frente a estas tendencias opuestas, la Iglesia profesa y proclama firmemente la verdad
sobre Cristo como Dios-hombre, verdadero Dios y verdadero Hombre; una sola Persona
(la divina del Verbo) subsistente en dos naturalezas, la divina y la humana, como enseña
el catecismo. Es un profundo misterio de nuestra fe, pero encierra en sí muchas luces.
3. Los testimonios bíblicos sobre la verdadera humanidad de Jesucristo son numerosos y
claros. Queremos reagruparlos ahora para explicarlos después en las próximas
catequesis.
El punto de arranque es aquí la verdad de la Encarnación: «Et incarnatus est»,
profesamos en el Credo. Más distintamente se expresa esta verdad en e el prólogo del
Evangelio de Juan: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Carne
(en griego «sarx») significa el hombre en concreto, que comprende la corporeidad y, por
tanto, la precariedad, la debilidad, en cierto sentido la caducidad («Toda carne es
hierba», leemos en el libro de Isaías 40, 6). Jesucristo es hombre en este significado de la
palabra «carne.»
Esta carne (y por tanto la naturaleza humana) la ha recibido Jesús de su Madre, María, la
Virgen de Nazaret. Si San Ignacio de Antioquía llama a Jesús «sarcóforos» (Ad Smirn.,
5), con esta palabra indica claramente su nacimiento humano de una mujer, que le ha
1
JUAN PABLO II, Audiencia General 27-I-88

16
dado la «carne humana». San Pablo había dicho ya que «envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer» (Gal 4, 4).
4. El Evangelista Lucas habla de este nacimiento de una mujer cuando describe los
acontecimientos de la noche de Belén: «Estando allí se cumplieron los días de su parto y
dio a luz a su hijo primogénito y le envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc 2,
6-7). El mismo Evangelista nos da a conocer que el octavo día después del nacimiento, el
Niño fue sometido a la circuncisión ritual y «le dieron el nombre de Jesús» (Lc 2, 21). El
día cuadragésimo fue ofrecido como 'primogénito' en el templo jerosolimitano según la
ley de Moisés (Cfr. Lc 2, 22-24)
Y, como cualquier otro niño, también este «Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría»
(Lc 2, 40). «Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc
2, 52).
5. Veámoslo de adulto, como nos lo presentan más frecuentemente los Evangelios. Como
verdadero hombre, hombre de carne (sarx), Jesús experimentó el casancio, el hambre y la
sed. Leemos: «Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre»
(Mt 4, 2). Y en otro lugar: «Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la
fuente... Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: dame de beber» (Jn 4,
6).
Jesús tiene, pues, un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un
cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación
de espinas y, por último, la crucifixión. Durante la terrible agonía, mientras moría en el
madero de la cruz, Jesús pronuncia aquel su 'Tengo sed' (Jn 19, 28), en el cual está
contenida una última, dolorosa y conmovedora expresión de la verdad de su humanidad.
6. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir como sufrió Jesús en el Gólgota, sólo un
verdadero hombre ha podido morir como murió verdaderamente Jesús. Esta muerte la
constataron muchos testigos oculares, no sólo amigos y discípulos, sino, como leemos en
el Evangelio de San Juan, los mismos soldados que «llegando, a Jesús, como le vieron ya
muerto, no le rompieron las piernas sino que uno de los soldados le atravesó con su
lanza el costado, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 33-34).
«Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado,
muerto y sepultado»: con estas palabras del Símbolo de los Apóstoles la Iglesia profesa
la verdad del nacimiento y de la muerte de Jesús. La verdad de la Resurrección se
atestigua inmediatamente después con las palabras: «al tercer día resucitó de entre los
muertos».
7. La resurrección confirma de un modo nuevo que Jesús es verdadero hombre: si el
Verbo para nacer en él tiempo «se hizo carne», cuando, resucito volvió a tomar el propio
cuerpo de hombre. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir y morir en la cruz, sólo
un verdadero hombre ha podido resucitar. Resucitar quiere decir volver a la vida en el
cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado, dotado de nuevas cualidades y potencias, y
al final incluso glorificado (como en a ascensión de Cristo y en la futura resurrección de
los muertos), pero es cuerpo verdaderamente humano. En efecto, Cristo resucitado se
pone en contacto con los Apóstoles, ellos lo ven, lo miran, tocan a las cicatrices que
quedaron después de la crucifixión y El no sólo habla y se entretiene con ellos, sino que
incluso acepta su comida: «Le dieron un trozo de pez asado y tomándolo comió delante
de ellos» (Lc 24, 42-43). Al final Cristo con este cuerpo resucitado y ya glorificado pero
siempre cuerpo de verdadero hombre asciende al cielo para sentarse «a la derecha del
Padre».
8. Por tanto verdadero Dios y verdadero hombre. No un hombre aparente, no un
«fantasma» (homo phantasticus), sino hombre real. Así lo conocieron los Apóstoles y el
grupo de creyentes que constituyó la Iglesia de los comienzos. Así nos hablaron en su
testimonio.

17
Notamos desde ahora que así las cosas no existe en Cristo una antinomia entre lo que es
«divino» y lo que es «humano». Si el hombre desde el comienzo ha sido creado a imagen
y semejanza de Dios (Cfr. Gen 1, 27; 5, 1), y por tanto lo que es «humano» puede
manifestar también lo que es «divino», mucho más ha podido ocurrir esto en Cristo. El
reveló su divinidad mediante la humanidad, mediante una vida auténticamente humana.
Su «humanidad» sirvió para revelar su «divinidad»: su Persona de Verbo-Hijo.
Al mismo tiempo El como Dios)Hijo no era, por ello, menos hombre. Para revelarse
como Dios no estaba obligado a ser «menos» hombre. Más aún: por este hecho El era
«plenamente» hombre, o sea en a asunción de la naturaleza humana en unidad con la
Persona divina del Verbo, El realizaba en plenitud la perfección humana. Es una
dimensión antropológica de la cristología sobre la que volveremos a hablar.

Jesucristo, plenamente hombre2


1. Jesucristo es verdadero hombre. Continuamos la catequesis anterior dedicada a este
tema. Se trata de una verdad fundamental de nuestra fe. Fe basada en la palabra de Cristo
mismo, confirmada por el testimonio de los Apóstoles y discípulos, trasmitida de
generación en generación en la enseñanza de la Iglesia: «Credimus... Deum verum et
hominem verum non phantasticum, sed unum et unicum Filium Dei» (Concilio
Lugdunense II: DS, 852) .
Más recientemente, el Concilio Vaticano II ha recordado la misma doctrina al subrayar la
relación nueva que el Verbo, encarnándose y haciéndose hombre como nosotros, ha
inaugurado con todos y cada uno: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en
cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de
hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la
Virgen María se hizo verdaderamente uno de los nosotros. semejante en todo, a
nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et Spes, 22)
2. Ya en el marco de la catequesis precedente hemos intentado hacer ver esta
«semejanza» de Cristo con «nosotros», que se deriva del hecho de que El era verdadero
hombre: «El Verbo se hizo carne», y «carne» («sarx») indica precisamente el hombre en
cuanto ser corpóreo (sarkikos), que viene a la luz mediante el nacimiento «de una mujer»
(Cfr. Gal. 4, 4). En su corporeidad, Jesús de Nazaret, como cualquier hombre, ha
experimentado el casancio, el hambre y la sed. Su cuerpo era pasible, vulnerable, sensible
al dolor físico. Y precisamente en esta carne («sarx»), fue sometido El a torturas
terribles, para ser finalmente, crucificado: «Fue crucificado, murió y fue sepultado ».
El texto conciliar citado más arriba, completa todavía esta imagen cuando dice «Trabajó
con manos de, hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre» (Gaudium et Spes, 22).
3. Prestemos hoy un atención particular a esta última afirmación, que nos hace entrar en
el mundo interior de la vida psicológica de Jesús. El experimentaba verdaderamente los
sentimientos humanos: a alegría, la, tristeza, la indignación, a admiración, el amor.
Leemos, por ejemplo, que Jesús «se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo» (Lc
10, 21); que lloró sobre Jerusalén: «Al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si al
menos en este día conocieras lo que hace a la paz tuya!» (Lc 9, 41-42), lloró también
después de la muerte de su amigo Lázaro: «Viéndola llorar Jesús (a María), y que
lloraban también los judíos que venían con ella, se conmovió hondamente y se turbó, y
dijo ¿Dónde le habéis puesto? Dijéronle Señor, ven y ve. Lloró Jesús» (Jn 11, 33-35).
4. Los sentimientos de tristeza alcanzan en Jesús una intensidad particular en el momento
de Getsemaní. Leemos: «Tomando consigo a Pedro, a Santiago y a Juan comenzó a
sentir temor y angustia, y les decía: Triste está mi alma hasta la muerte» (Mc 14, 33-34;
cfr. también Mt 26, 37). En Lucas leemos: «Lleno de angustia, oraba con más insistencia;

2
JUAN PABLO II, Audiencia General 3-II-88

18
y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra» (Lc 22, 44). Un hecho
de orden psico-físico que atestigua, a su vez, la realidad humana de Jesús.
5. Leemos, asimismo, episodios de indignación de Jesús. Así, cuando se presenta a El,
para que lo cure, un hombre con la mano seca, en día de sábado, Jesús. en primer lugar,
hace a los presentes esta pregunta: «¿Es, lícito en sábado hacer bien o mal, salvar una
vida o matarla?, y ellos callaban. Y dirigiéndoles una mirada airada, entristecido por la
dureza de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. La extendió y fuele restituida la
mano» (Mc 3,5).
La misma indignación vemos en el episodio de los vendedores arrojados del templo.
Escribe Mateo que «arrojo de allí a cuantos vendían y compraban en él, y derribó las
mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas, diciéndoles: escrito
está: !Mi casa será llamada Casa de oración pero vosotros la habéis convertido en cueva
de ladrones» (Mt 21, 12-13; cfr. Mc 11,15).
6. En otros lugares leemos que Jesús «se admira»: «Se admiraba de su incredulidad» (Mc
6, 6). Muestra también admiración cuando dice: «Mirad los lirios como crecen... ni
Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos» (Lc 12, 27). Admira también la fe
de la mujer cananea: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!» (Mt 15, 28).
7. Pero en los Evangelios resulta, sobre todo, que Jesús ha amado. Leemos que durante
el coloquio con el joven que vino a preguntarle qué tenía que hacer para entrar en el
reino de los cielos, «Jesús poniendo en él los ojos, lo amó» (Mc 10, 21 ) . El Evangelista
Juan escribe que «Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro» (Jn 11, 5), y se llama
a sí mismo «el discípulo a quien Jesús amaba» (Jn 13, 23).
Jesús amaba a los niños: «Presentáronle unos niños para que los tocase...y abrazándolos,
los bendijo imponiéndoles las manos» (Mc 10, 13-16). Y cuando proclamó el
mandamiento del amor, se refiere al amor con el que El mismo ha amado: «Este es mi
precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12).
8. La hora de la pasión, especialmente a agonía en la cruz, constituye, puede decirse, el
cenit del amor con que Jesús, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el fin» (Jn 13, 1). «Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus
amigos» (Jn 15, 13).Contemporáneamente, éste es también el cenit de la tristeza y del
abandono que El ha experimentado en su vida terrena. Una expresión penetrante de este
abandono, permanecerán por siempre aquellas palabras: «Eloí, Eloí, lama sabachtani?...
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34). Son palabras que Jesús
toma del Salmo 22 (22, 2) y con ellas expresaba el desgarro supremo de su alma y de su
cuerpo, incluso la sensación misteriosa de un abandono momentáneo por parte de Dios.
¡El clavo más dramático y lacerante de toda la pasión!
9. Así, pues, Jesús se ha hecho verdaderamente semejante a los hombres, asumiendo la
condición de siervo, como proclama la Carta a los Filipenses(Cfr. 2, 7). Pero la Epístola
a los Hebreos, al hablar de El como «Pontífice de los bienes futuros» (Heb 9, 11),
confirma v precisa que «no es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado»
(Heb 4, 15). Verdaderamente «no había conocido el pecado», aunque San Pablo dirá que
Dios, «a quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en El
fuéramos justicia de Dios» (2 Cor 5, 21 ).
El mismo Jesús pudo lanzar el desafío: «¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?» (Jn
8, 46). Y he aquí la fe de la Iglesia: «Sine peccato conceptus, natus et mortuus». Lo
proclama en armonía con toda la Tradición el Concilio de Florencia (Decreto pro Iacob.:
DS 1347): Jesús «fue concebido, nació y murió sin mancha de pecado». El es el hombre
verdaderamente justo y santo.
10. Repetimos con el Nuevo Testamento, con el Símbolo y con el Concilio: «Jesucristo
se ha hecho verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en
el pecado» (Cfr Heb 4, 15). Y precisamente, gracias a una semejanza tal: «Cristo, el

19
nuevo Adán..., manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación» (Gaudium et Spes 22).
Se puede decir que, mediante esta constatación, el Concilio Vaticano II da respuesta, una
vez más, a la pregunta fundamental que lleva por titulo el celebre tratado de San
Anselmo: Cur Deus homo? Es una pregunta del intelecto que ahonda en el misterio del
Dios-Hijo, el cual se hace verdadero hombre «por nosotros, los hombres, y por nuestra
salvación», como profesamos en el Símbolo de fe niceno-constantinopolitano.
Cristo manifiesta «plenamente» el hombre al propio hombre por el hecho de que El «no
había conocido el pecado». Puesto que el pecado no es de ninguna manera un
enriquecimiento del hombre. Todo lo contrario: lo deprecia, lo disminuye, lo priva de la
plenitud que le es propia (Cfr. Gaudium et Spes, 13). La recuperación, la salvación del
hombre caído es la respuesta fundamental a la pregunta sobre el porqué de la
Encarnación.

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V. El Evangelio de Jesucristo
1. El mesianismo judío. 2, Las tentaciones de Jesús. 2. El Evangelio de Jesucristo. 4. Dios es nuestro
Padre. 5. Los hombres somos hermanos. 6. El Reino de Dios. 7. La divinidad de Jesús. 8. La doctrina
sublime de Jesús. 8. Testimonio de Jesucristo acerca de su divinidad.

1. E1 mesianismo judío
La situación de Israel en el momento en que comenzó su vida pública Jesucristo, estaba
llena de dificultades desde el punto de vista político. Palestina era una colonia romana; y los
judíos, que se sentían un pueblo libre, dado que era «el Pueblo elegido», se resistían a estar
sometidos a Roma, no sólo por motivos de orgullo nacional, sino también por razones
religiosas.
Esta situación, junto con el acentuado nacionalismo que siempre caracterizó a Israel, fue
deformando la imagen del futuro Mesías, que desde un principio Dios les había prometido y
que los Profetas se habían encargado de recordar a lo largo de la historia del pueblo de Israel.
El Salvador, que Dios prometió a Adán después de su pecado, había de alcanzar el
perdón a los hombres y restituiría algunos de los dones que había perdido. Pero el Mesías,
por deformaciones que se fueron acumulando a lo largo de la historia, era esperado como un
liberador de las situaciones sociopolíticas, que los judíos estaban sufriendo en cada época,
por parte de los imperios que los subyugaban, y que, en aquel tiempo, era el Imperio
Romano.
En una palabra: el Mesías salvador, el que nos traería el Reino de las Bienaventuranzas,
había sido convertido, para una gran parte de los judíos del tiempo de Jesucristo, en un
libertador de la calamitosa situación política en que se encontraban.
Frente a esa mentalidad, Jesús centra la misión del Mesías: «se ha cumplido el tiempo,
y está cerca el Reino de Dios: convertios y creed en el Evangelio» (Mc. 1, 15).

2. Las tentaciones de Jesús


En ese marco, se pueden entender las tentaciones de Jesús por parte del demonio en el
desierto.
Es de señalar que la palabra griega que usan los Evangelios no es la de «tentación», sino
la de «seducción»; o sea, el Demonio trató de seducir a Jesús. Y lo trató de seducir —algo así
como «engañar con picardía»—para orientar el futuro de su misión en la línea del
pensamiento de la época. Es decir, para realizar un mesianismo político, temporal, en vez del
mesianismo espiritual profetizado.
Así se explican las tres tentaciones: se trata de hacer actuar a Jesucristo fuera de los
planes mesiánicos en una situación de triunfo humano, convirtiendo las piedras en pan,
bajando con majestad desde la torre a la plaza del templo y ofreciéndole el señorío del mundo.
Así todos creerían en El.
En este programa no aparece ninguno de los valores que Cristo nos va a enseñar: la
adoración a Dios Padre, el amor al enemigo, las bienaventuranzas, la humildad y, sobre todo,
el valor redentor del sufrimiento en la cruz. De haberse cumplido el programa de Satanás y el
deseo de los dirigentes de Palestina, la señal del cristiano no seria la cruz, sino el laurel o la
espada.
Esta escena de seducción, concluyó con una radical condena formulada por Jesucristo:
«Apártate de mi, Satanás» (Mt. 4, 10).
Pero sabemos que esa misma incomprensión la tuvo Jesús por parte de sus mismos
discípulos. También Pedro, antes de su conversión definitiva, intentó oponerse a que Jesús
realizase su mesianismo por medio del sufrimiento en la Cruz, y tuvo que oír el mismo
reproche que recibió el demonio: «Apártate de mi, Satanás, porque no entiendes las cosas de
Dios» (Mt. 16, 23).

3. E1 Evangelio de Jesucristo

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La tarea de Jesús, vista humanamente, no iba a ser fácil tendría que hacer comprender a
sus oyentes, a los Apóstoles y a las autoridades políticas y religiosas de su tiempo el
verdadero sentido de su mesianidad.
El mensaje de Jesús es, esencialmente, religioso; no es de índole social, político o
económico, aunque todos estos campos han de recibir una nueva luz desde la concepción
evangélica que El predica.
Ese mensaje es uno, pero tiene dos direcciones: Dios y el hambre. Si se tratase de reducir
a síntesis las enseñanzas—tan ricas y variadas—que encierra la predicación de Jesucristo a lo
largo de toda su vida, cabría hacerlo en estas dos afirmaciones: Dios es Padre; y todos los
hombres somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos.

4. Dios es nuestro Padre


Lo que verdaderamente resalta en la predicación de Jesucristo es la enseñanza—el
desvelamiento—del misterio de Dios como Padre de todos los hombres.
Esta verdad apenas si era conocida por el pensamiento judío y es ajena a la doctrina de
otras religiones. Cuando en la religión étnica del Imperio Griego o Romano, a Dios se le
denominaba «Pater», se trataba de resaltar la majestad y autoridad—no el amor—del «Pater
familiae». De igual modo, las religiones más primitivas llaman en ocasiones a Dios «Padre»,
pero quieren significar el poder absoluto y la subordinación total al jefe tribal. Sin embargo,
Jesucristo afirma que Dios es Padre de todos los hombres: es la paternidad basada en la
imagen de Dios impresa, por la creación, en todo hombre.

5. Los hombres somos hermanos


Pero, además de esa paternidad, el Bautismo produce, por la gracia, una nueva filiación
respecto de Dios; la llamada filiación sobrenatural. La razón es que el hombre, por el
Bautismo, se convierte en auténtico y verdadero hijo de Dios. El sacramento del Bautismo
comunica al hombre una semilla divina (I Jn. 3, 9), que regenera la vida humana, de modo
que, como escribe San Juan, «nacemos de Dios» (cfr. Jn. 1, 13), por lo que «nos llamamos y
somos verdaderamente hijos de Dios» (1 Jn. 3, 1). 0 como escribe San Pedro, «participamos
de la naturaleza divina» (2 Pedr. 1, 4).
La filiación divina del cristiano no es puramente nominal: somos más hijos de Dios que
lo somos de nuestros padres. Porque de los padres recibimos sólo el cuerpo y de Dios
recibimos el alma y la gracia sobrenatural, que es una participación en la vida divina.
Sin embargo, la Iglesia usa la expresión «filiación adoptiva», para distinguirla de la
filiación de Jesucristo, que es consubstancial con el Padre, y que procede, como Unigénito, de
modo natural de El (cfr. Credo de la Misa).
Jesucristo nos reveló estas verdades para distinguir ambas filiaciones. Por eso, en su
predicación se encuentran dos clases de textos que van como en paralelo: los testimonios que
hablan de «mi Padre» y aquellos otros que mencionan «vuestro Padre», en plural, y es la
oración del Padrenuestro; pero es evidente que aquí el plural «nuestro» se refiere a
«nosotros», los hombres que debemos rezar esa oración.
Junto a esa verdad de nuestra filiación divina, y muy unida a ella, Jesucristo enseña que
el hombre, además de hijo de Dios, es hermano de todos los hombres. Consecuencia
inmediata es que los hombres ya no vivimos como extraños, ni, simplemente, como
«prójimos», sino que somos todos «hijos de un mismo Padre que está en el Cielo» (Mt. 5,
45).

6. E1 Reino de Dios
Esa realidad de la filiación divina y de la fraternidad entre los hombres, que nos ha traído
Jesucristo, es la puerta de entrada al Reino de Dios, pues «el que no nazca del agua y del
Espíritu—es decir, quien no reciba el Bautismo—, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn.
3, 5).

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El Reino o reinado de Dios es la acción salvífica de Jesucristo sobre los hombres, que
se expresa de un modo sintético y orientador en el espíritu de las Bienaventuranzas.
En ellas se expresa el poder soberano de Dios que actúa de modo regio trayendo la
salvación a los pobres y necesitados, es decir, a los pecadores.
El Reino de Dios se acercó al hombre de un modo definitivo. Está entre nosotros y
dentro de nosotros. Esta presencia salvadora descansa en los hechos siguientes (cfr. Juan
Pablo II, Lisboa, a los jóvenes, 14-5-82):
1) El hecho de que Dios ha venido y ha asumido la naturaleza humana. El Reino de
Dios está en Cristo y por medio de Cristo. No cabe imaginar una cercanía mayor y más
intima, que la de Dios haciéndose Hombre. El Reino de Dios se inició en cada uno de
nosotros el dia del bautismo, cuando, renunciando al mal elegimos el bien en Jesucristo; ese
bien está llamado a crecer y madurar.
2) Además, el Reino de Dios está siempre ante el hombre. Cristo vino al mundo para
introducir a los hombres en el Reino de Dios, que consiste en vencer el mal y alcanzar el
bien, y hacernos participes de la dicha de las Bienaventuranzas. En efecto, las
Bienaventuranzas expresan que Jesucristo es quien trae esa salvación: es El quien anuncia la
salvación a los pobres y a causa de Cristo sufren persecución los hijos del Reino, lo que
refuerza la unión de los creyentes con Jesús.
Ahora bien; podemos aceptar el Reino de Dios, o alejarnos e incluso actuar contra él;
podemos acoger la salvación o rechazarla. El modo de acoger la salvación es participar en la
Eucaristía y en la Penitencia, con el deseo de vivir en plenitud y alcanzar la madurez del
Reino.
3) Por último, Cristo confió este Reino a los hombres. El don del Reino se impone como
una gran tarea, se convierte en un compromiso de trabajar por la salvación de los demás, de
vencer el mal con el bien.
Somos capaces de sufrir y realizar esa tarea, porque recibimos la fuerza del Espíritu
Santo en la Confirmación. Es decir, la salvación es tarea personal y comunitaria; y ha de ser
realizada con la fuerza del Espíritu Santo, que recibimos los hombres por donación de Cristo
y nos hace «hombres nuevos», los hombres de las Bienaventuranzas.
El Reino de las Bienaventuranzas es un reino de felicidad, no sólo en promesa, sino
también presente en la vida de los seguidores de Jesús. Aunque se sufra dolor, persecución o
cárcel, los seguidores del Reino se unen a los sufrimientos de Cristo y por esto mismo reinan
con El, es decir' son agentes de salvación. Los hijos del Reino son apóstoles de Jesucristo.

7. La divinidad de Jesús
La dignidad alcanzada por el hombre es consecuencia de una verdad que constituye la
esencia del cristianismo: el hecho inaudito e insondable—inmensamente rico—de que Dios
se haya hecho hombre. Los judíos de su tiempo, tanto los que le seguían entusiasmados
como quienes se mantenían críticos ante sus enseñanzas, se habían hecho muchas veces esta
o semejante pregunta: ¿Quién era realmente aquel profeta venido de Nazaret? La cuestión
definitiva se centraba en aceptar o negar el carácter divino de Jesucristo.
A este tema dedica Jesús todas sus enseñanzas. Con una pedagogía prudente y
progresiva, el Señor va mostrando a los discípulos, a las masas y a los dirigentes del pueblo
que El era el verdadero Mesías, que existía desde toda la eternidad, que procedía de Dios y
que era igual a El. En una palabra, que El era Dios y Hombre. Este es el núcleo de su
predicación y esto constituye la esencia de la fe cristiana.
El tema de la divinidad de Jesús se ha planteado frecuentemente tomando como base los
criterios externos que garantizan su divinidad. Entre estos motivos de credibilidad se
estudian, especialmente, la sublimidad de su doctrina, la realidad de los milagros y el
cumplimiento en su Persona de las profecías. Evidentemente, estos tres criterios son
suficientes para mostrar que Cristo no es sólo hombre, sino que prueban que es Dios. De los
milagros y de las profecías hablaremos después. Ahora diremos algo acerca de su doctrina.

8. La doctrina sublime de Jesús

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La sublimidad de la doctrina enseñada por Jesús, tanto en relación a Dios como a la
dignidad del hombre e incluso a las verdades humanas, es tal que hace necesario elevarse a
una sabiduría divina. Nadie ha desvelado el misterio de Dios como Jesucristo, hasta el punto
que el Dios cristiano alcanza las cotas más altas de todas las religiones y teodiceas en torno a
la naturaleza de Dios. Baste recurrir a dos verdades que conocemos por Jesucristo: el
concepto de Dios como Padre y el misterio de Dios Trino y Uno.
Lo mismo cabe afirmar en relación a la concepción del hombre. La cultura actual
caracterizada por los humanismos no logra superar el concepto cristiano de hombre, no
sólo hecho «a imagen y semejanza de Dios», sino también hijo de Dios y llamado a ser otro
Cristo. La imagen de Cristo reflejada en cada hombre, hasta el punto «de que todo lo que se
hace al hombre se hace al mismo Jesucristo» (Mt. 25, 31 -46), da a la antropología cristiana
una pauta para pensar que solamente el mismo Dios ha podido dar al hombre esa dignidad.
Por eso, Jesucristo es el prototipo de toda existencia humana: El es el Hombre.
También en torno al concepto de mundo e incluso de la materia, la doctrina enseñada por
Jesucristo supera toda concepción filosófica. A este respecto, todo sistema materialista se
queda corto frente a la sublime doctrina sobre el cuerpo humano, predicada por Jesús acerca
de la realidad del mundo, tal como aparece en sus enseñanzas. El cuerpo humano es santo y
resucitará, y este mundo material no será destruido, sino transformado. Al final de los
tiempos, junto con el hombre, también la materia cósmica será glorificada: serán «los nuevos
cielos y la nueva tierra» (2 Pedr. 3, 13; Apoc. 21, 1-10).
Tal concepción de Dios, del hombre y del mundo además de la sublimidad de la moral
predicada por Jesucristo, sitúa al entendimiento del hombre en la pista de reconocer que tal
personaje supera las dimensiones de cualquier ser humano, o sea, debe ser verdadero Dios.

9. Testimonios de Jesucristo acerca de su divinidad


Pero estos argumentos, a pesar de su fuerza probatoria, deben dar paso a las mismas
afirmaciones de Jesucristo sobre su verdadera personalidad.
Con frecuencia aparece en los Evangelios la denominación Hijo de Dios. En una ocasión
se defiende: «vosotros decís que blasfemo, porque dije: Soy Hijo de Dios. Si no hago las
obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, por más que no me creáis a mi, creed a las
obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mi y yo en el Padre» (Jn. 10, 36-38).
En otro momento de especial solemnidad, Jesucristo asiente a que El es, efectivamente,
el Hijo de Dios. El Sumo Sacerdote le pregunta en el momento del juicio: «Te conjuro en
nombre de Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.» Y Jesús responde:
«Tú lo has dicho» (Mt. 26, 63-64). Y esta confesión de su divinidad será el falso pretexto
para condenarle a muerte: «Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Ellos respondieron:
"Reo es de muerte"» (Mt. 26, 66). La confesión de su divinidad suena a sus oídos como una
blasfemia. Y se lo recuerdan los fariseos cuando ya está muriendo en la Cruz: «Ha puesto su
confianza en Dios; que El le libre ahora, si es que quiere, puesto que ha dicho: Soy Hijo de
Dios» (Mt. 27, 43).
Esta «blasfemia» había suscitado controversias muy fuertes durante su predicación
pública. En una ocasión, los judíos intentan matarle, «porque siendo hombre te haces Dios»
(Jn. 10, 33). 0 a causa de esta otra acusación: «porque llamaba a Dios Padre, haciéndose
igual a Dios» (Jn. 5, 18).
También explicita su divinidad cuando manifiesta su poder para resucitar a los muertos
(Jn. 5, 21); o cuando asevera que preexistía desde la eternidad, junto al Padre (Jn. 16, 14-15;
17, 10), hasta el punto de pronunciar esta frase inaudita: «El Padre está en mi y yo en el
Padre» (Jn. 10, 38); o esta otra: «Quien me ve a mi, ve a mi Padre» (Jn. 14, 7-9). La razón es
profunda y convincente, porque «el Padre y yo somos una sola cosa» (Jn. 10, 30).

RESUMEN
1. En los tiempos de Jesucristo, el pueblo de Israel habla desfigurado la misión del Mesías
prometido: lo redujo a ser un mero libertador de la calamitosa situación política en la que se encontraba.

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2. Las tentaciones de Jesús expresan ese afán del demonio de desviar en sentido terrenal la misión
salvífica del Mesías.
3. El mensaje de Jesús es esencialmente religioso. Nos revela que Dios es Padre de todos los
hombres; nos revela también que los creyentes en El, por el Bautismo, somos hechos sobrenaturalmente
hijos de Dios y hermanos de todos los hombres.
4. Jesucristo nos anuncia y nos trae el Reino de Dios, un reino de salvación cuyo espíritu de vida
son las Bienaventuranzas.
5. Jesucristo se revela como Dios. Es el Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos.
6. Los motivos para creer en la divinidad de Jesús son muchos, especialmente los milagros que
hizo, el cumplimiento en su Persona de las profecías mesiánicas y la sublimidad de su doctrina.
7. La doctrina de Jesús nos revela el misterio de Dios, la dignidad del hombre y la bondad del
mundo creado por Dios, a quien también alcanza la acción redentora de Cristo.
8. Jesús afirma muchas veces su divinidad: se deja llamar Hijo de Dios; afirma que El está en el
Padre y el Padre en El; hace las obras del Padre; se hace igual a Dios.

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VI. Los Milagros signos del Reino de Dios.
1. Qué se entiende por milagro. 2. Carácter histórico de los milagros de Jesús. 3. Fundamento de
su historicidad. 4. Significado religioso de los milagros de Jesús. 5. Significados concretos. 6. La fe y los
milagros.

1. Qué se entiende por milagro


La palabra «milagro» se deriva del verbo latino mirari, que significa admirarse. En
nuestro idioma, esa palabra puede significar dos cosas diferentes, 1) En el lenguaje ordinario
y coloquial, suele significar cualquier cosa maravillosa o extraordinaria, que produce
admiración; o también el estupor o sorpresa que brota de un hecho inesperado, asombroso o
difícil de conseguir. Así, por ejemplo, tenemos las expresiones «vivir de milagro», «hacer
milagros» con las manos, con el sueldo, o «salvarse de puro milagro» de un peligro estimado
como cierto. 2) Pero aquí nos interesa el concepto cristiano. Al ojear la Sagrada Escritura
vemos, en primer lugar, que se utilizan diversas palabras para designar los milagros: signos,
obras, maravillas, prodigios, etc. En segundo lugar, vemos que se trata realmente de
intervenciones de Dios, de señales que expresan la protección y la ayuda especial de Dios
sobre su pueblo; esas señales incitan a consolidar la fe y la esperanza en Dios, pues son
anticipaciones de la plenitud del Reino. En sentido más estricto, los milagros son las obras
del Mesías, los hechos salvíficos de Jesucristo. Según la enseñanza de los Apóstoles, el signo
esencial es la Resurrección de Jesús, comienzo de la nueva creación (Hch. 2, 24-27; 32-36).
Los demás milagros son signos, prenda, anticipaciones de la Resurrección de Jesús, y, por
consiguiente, de la plenitud del Reino de Dios.
En todo milagro encontramos dos elementos fundamentales: 1) Un hecho extraordi-
nario, admirable, maravilloso, que suscita admiración: la resurrección de un muerto, la visión
de un ciego de nacimiento, etc. 2) Una acción de Dios que basca la salvación del hombre.
Todo milagro es una llamada, una luz' un reto, una invitación apremiante. Por eso, los
milagros son acciones poderosas de Dios que tienen carácter de signo. En otras palabras,
todo milagro es un signo de Dios, un testimonio divino que sólo produce sus efectos cuando
es recibido por el hombre en un clima de fe y de adhesión religiosa.

2. Carácter histórico de los milagros de Jesús


Los milagros ocupan un lugar destacado en la vida de Jesús; «recorría toda Galilea
enseñando en las sinagogas, y proclamando el Evangelio del Reino, y curando las
enfermedades y dolencias del pueblo» (Mt. 4, 23); «cuando se enteraba la gente dónde estaba
Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. Y en las aldeas, pueblos o caseríos a donde
llegaba, ponían a los enfermos en las plazas, y le rogaban que les dejase tocar al menos el
borde del manto; y los que le tocaban se ponían sanos» (Mc. 6, 55-56).
Además de los numerosos milagros anónimos, los Evangelios narran más de treinta
milagros concretos de Jesús (véase el cuadro adjunto) en los que cura enfermos, da vida a los
muertos y expresa su señorío sobre la naturaleza material.
A partir del siglo XIX, los racionalistas pusieron en duda la historicidad de los milagros
de Jesús; decían que no se trataba de acontecimientos reales, sino de mitos y fantasías.
Algunos siguen pensando de esa manera, pero la mayor parte de los que han estudiado los
Evangelios aceptan los milagros como hechos históricos.

3. Fundamento de su historicidad
Las principales razones en favor de la historicidad de los milagros de Jesús son las
siguientes:
1. El mismo Jesucristo recurre a sus propios milagros como señal de su divinidad: «las
obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí... Yo y el Padre somos
uno» (Jn. 10, 25.30).
2. La primera predicación de San Pedro, el mismo día de Pentecostés, presenta a Jesús
como «el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros,

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prodigios y señales que conocéis» (Hch. 2, 22). San Pedro apela a los milagros ante un
auditorio que era testigo de la vida pública de Jesús, y que hubiera podido contradecirle si no
fuesen verdaderas las palabras del Apóstol.
3. Los propios enemigos de Jesús recurren a los milagros para comprobar si es el
Mesías esperado, y le persiguen por los milagros realizados; «se presentaron los fariseos y se
pusieron a discutir con El; para ponerle a prueba, le pidieron un signo del cielo» (Mc. 8, 11);
ante la resurrección de Lázaro, «los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el sanedrín y
dijeron: ¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros. Si le dejamos asi, todos creerán
en El» (Jn. 11, 47-48).
4. Las narraciones de los milagros son los relatos que primero se han puesto por escrito.
Antes de escribirse los Evangelios, existían ya narraciones sobre los milagros de Jesús. Los
mismos contemporáneos de Jesús testificaron por escrito sus milagros. Esas narraciones
fueron recogidas por San Marcos en su Evangelio (escrito hacia el año 60) y en la primera
redacción del Evangelio de San Mateo (escrito entre los años 50 y 55).

4. Significado religioso de los milagros de Jesús


Los milagros realizados por Jesús se caracterizan por su significación religiosa. Jesús
no pretende llamar la «atención», ni siquiera suscitar la «admiración» de los que le ven; Jesús
no se queda en lo «extraordinario» o «maravilloso» de sus obras. Jesús realiza sus milagros
con una finalidad precisa: son signos de una realidad religiosa y sobrenatural, de los nuevos
tiempos.
Todo profeta debía probar la autenticidad de su misión por medio de «signos» y
«prodigios» realizados en nombre de Dios. Jesucristo realizó los signos que nos relatan los
Evangelios para estimular a los hombres a creer en su misión divina, ya que esas «obras» de
Jesús atestiguan que Dios está con El. «Al hacer estas cosas, Jesús quería decirnos que con
El ha llegado el Reino de Dios, y que creamos y confiemos en El» (Jesús es el Señor, pág.
21).
El mismo Jesús resalta ese significado religioso y sobrenatural: «Para que veáis que el
Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados... entonces le dijo al
paralítico: Contigo hablo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa» (Mc. 2, 10-11). Así lo
reconoce el fariseo Nicodemo en el comienzo de la vida pública de Jesús: «pues nadie puede
hacer esos milagros que tú haces si Dios no está con él» (Jn. 3, 2).

5. Significados concretos
En los milagros de Jesús encontramos los siguientes significados:

1) Los milagros son signos de que Jesús inicia el Reino de Dios. Cristo recorría las
ciudades y las aldeas curando los males y enfermedades de las gentes, en prueba de la venida
del Reino de Dios: «Si expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino
de Dios ha llegado a vosotros» (Lc. 11, 20), dice Jesús.
Ese Reino significa la liberación de las miserias y maldades que oprimen al hombre.
Para ello, Jesús se presenta como el Siervo de Yavé que, para salvarnos, toma nuestras
dolencias y carga con nuestras enfermedades (cfr. Is. 53, 4; Mt. 8, 17). Jesús se nos
Estos milagros de Jesús son todo un símbolo del hombre nuevo, del hijo de Dios elevado
al orden sobrenatural, liberado por Cristo de las esclavitudes del pecado y llamado a la
plenitud de la vida cristiana por la identificación con Jesucristo.
4) Por último, los milagros significan que Jesús es el Mesías esperado: sus obras y
milagros revelan que Jesús es el Mesías verdadero, pues manifiestan que Dios está con El y
que tiene un poder que va más allá de la capacidad humana. La autoridad soberana de Jesús
(a quien los Evangelios llaman Señor, Cristo, Maestro e Hijo del Hombre) se extiende sobre
la naturaleza material, sobre el demonio y sobre la enfermedad y la muerte.

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6. La fe y los milagros
Por último, para comprender el significado y los frutos de los milagros, es necesario
considerar las condiciones para que Jesús realice milagros. La condición exigida es la fe de los
hombres en Jesús. «La fe es una condición para que Jesús haga el milagro. Jesús ve fe en el
leproso, quien no duda en la posibilidad de ser curado; la descubre en el centurión, a quien alaba,
lo mismo que en los que traen al paralítico, y en la mujer que sólo desea tocar el borde de su
manto para estar segura de su curación. Esta condición que pone Jesús es un humilde acto de

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confianza en su persona. Supone renunciar a apoyarse en sus propias fuerzas; abandonarse a
Jesús, en cuya palabra el enfermo cree. Y en último término, en la bondad y en el poder de Dios,
cuyo Reino Jesús hace presente» (Biblia para la iniciación cristiana, 2, 39-40).
Si no hay fe, Jesús no hace milagros. Pero, los milagros, ¿llevan necesariamente a la fe? La
respuesta es negativa, porque la fe es fruto de la gracia de Dios y de la respuesta libre del
hombre. El Evangelio nos muestra una reacción doble ante el mismo milagro: la fe de la gente
sencilla y el rechazo de los fariseos ante la curación del endemoniado mudo: Jesús «echó al
demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: Nunca se ha visto en Israel cosa igual. En
cambio, los fariseos decían: Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios» (Mt. 9,
33-34).
Como dice el Concilio Vaticano II, Cristo «apoyó y confirmó su predicación con milagros,
para excitar y robustecer la fe de los oyentes, pero no para ejercer coacción sobre ellos»
(Dignitatis Humanae, n. 11). Los milagros no obligan a creer, pero son una gran ayuda para
confirmar y fortalecer la fe.

RESUMEN
1. Los milagros son acciones admirables y extraordinarias de Jesucristo —o de personas santas que
se fundamentan en la acción de Jesús—por las que el Señor nos dice «que con El ha llegado el Reino de
Dios, y que creamos y confiemos en El» (Jesús es el Señor, pág. 21 ).
2. Los milagros de Jesús no son mitos ni fantasías, sino hechos reales comprobados
históricamente. Los milagros de Jesús están confirmados como hechos reales y objetivos por el mismo
Jesús, por la primera predicación de San Pedro ante testigos de la vida de Jesús, y hasta por los propios
fariseos y los sumos sacerdotes que se opusieron a Jesús. Además, los Evangelios de Marcos y de Mateo
recogen la tradición oral más antigua sobre los milagros de Jesús.
3. Los milagros de Jesús son signos religiosos: de que Jesús es el Mesías en el que debemos creer y
la plenitud de la revelación; de que con El ha llegado el Reino de Dios a la tierra; y de que Jesús hace
hombres nuevos a sus seguidores y trae una nueva creación.
4. La fe es necesaria para que Jesús haga milagros; al mismo tiempo, los milagros son una gran
ayuda para confirmar y fortalecer la fe y la esperanza en Jesús, pues son anticipaciones de la plenitud
del, Reino.

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VII. Pasión y Muerte de Cristo
1. Los relatos evangélicos de la pasión. 2. Causas aparente s de la condena. 3. Causas reales de la muerte
de Cristo. 4 El verdadero motivo: la salvación de los hombres. 5. Valor redentor de la muerte de Jesús. 6.
Jesús, Redentor del hombre. 7. Significado de la Cruz. 8. La Virgen asociada a la obra de la redención
del hombre.

1. Los relatos evangélicos de la pasión


La historia de la pasión y muerte de Jesucristo es la narración más extensa de los cuatro
Evangelios. Más aún, los cuatro Evangelistas en ninguna otra narración son tan coincidentes
como en consignar las diversas circunstancias que llevaron a Jesús hasta la cruz, así como en
describir los acontecimientos más sobresalientes del juicio y condenación de las autoridades
judías y romanas.
El motivo nos es conocido. Por una parte, desde muy pronto se consignó por escrito esta
apasionante historia, que interesaba vivamente a todos los que se convertían. Además,
formaba, junto con la Eucaristía y la Resurrección, las tres verdades proclamadas como
«confesiones de fe» desde el origen mismo del cristianismo: muerte en la cruz, Resurrección y
presencia de Cristo en la Eucaristía era un buen resumen de la fe cristiana. Un claro ejemplo
lo encontramos en la predicación de San Pablo, en la I Carta a los Corintios escrita en el año
55: «Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, en la
noche en que iba a ser entregado tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es
mi cuerpo"» (I Cor. 11, 23-24). Más adelante San Pablo expone ampliamente la doctrina
acerca de la Resurrección.
Pero esa coincidencia fundamental no es obstáculo para que cada Evangelista destaque
aquellos aspectos que podrían interesar más a los cristianos a quienes dirigía su Evangelio.
Por eso la lectura de cada uno de los Evangelistas logra darnos una visión exacta de la pasión
y muerte de Jesucristo, que es el hecho del cual poseemos más datos históricos.

2. Causas aparentes de la condena


En el proceso de Jesús se distinguen dos juicios: uno religioso, según el procedimiento
judío; y otro civil, según las leyes romanas. En el primero, las autoridades judías condenaron
a Jesús a pena de muerte por declararse el Hijo de Dios; es decir, por motivos religiosos. Pero
las autoridades romanas habían reservado para si las condenas a muerte. Por eso, el Sanedrín
promovió el juicio civil, alegando que Jesús había cometido un delito contra el Emperador de

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Roma, e implicando a Pilatos: «Si sueltas a ése no eres amigo del César, pues todo el que se
hace rey va contra el César»(Jn. 19, 12).
Si repasamos el Evangelio, resulta que éstas son las acusaciones que emplean sus
enemigos contra Jesús: se le acusa de que ha quebrantado el Sábado (Mt. 12, 1-14; Mc. 2,
23-28; Lc. 6, 1-11; Jn. 5, 16-18); de que se hace Dios, dado que perdona los pecados (Mc. 2,
13-17; Lc. 7, 24-35); en otras ocasiones, el motivo fue la curación de un enfermo (Mc. 3, 6) y
porque, ante sus milagros, muchos «creerán en El» (Jn. 11, 46); también, con ocasión de la
expulsión de los mercaderes del Templo, los jefes buscan la manera de «acabar con El» (Lc.
19, 47). A estas causas hay que añadir el hecho fundamental de que Jesús se declare el
Mesías y asegure ser el Hijo de Dios (Mc. 14, 61-64; Jn. 7, 30).
Le acusaban de que había dicho que podría destruir el Templo y reedificarlo en tres días
(Mc. 14, 58-59); que se hacia pasar por «rey de los judíos» (Mc. 15, 2; Jn. 18, 33-36); que
negaba que se pagase el tributo a Roma y que sublevaba al pueblo (Lc. 23, 1-5) e iba contra
el César (Jn. 19, 12); etc.
No es difícil detectar cómo estas acusaciones eran calumniosas. Jesús, precisamente,
había dicho lo contrario: por ejemplo, que El no había venido a destruir lo anterior, sino a
darle su «plenitud», su acabado cumplimiento (cfr. Mt. 5, 17-20).

3. Causas reales de la muerte de Cristo

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Pero las causas que decidieron su muerte fueron otras. Los Sinópticos son unánimes en
afirmar que el verdadero motivo fue la confesión de su mesianidad. La condena del Sanedrín
provoca la pregunta directa del Sumo Sacerdote: «Dinos si realmente eres el Mesías, el Hijo de
Dios». La respuesta afirmativa de Jesús es una blasfemia a los oídos de los «príncipes de los
sacerdotes y todo el Sanedrín» (Mt. 26, 59-66; Mc. 14, 61-64; Lc. 22, 67-7 1).
Es evidente que, en apariencia Jesús muere por un motivo político: por declararse rey.
Esta es la formalidad que justifica la sentencia de Pilato y que aparece en la tablilla de la cruz.
Conforme al Derecho romano, Jesús muere por insurrección al poder constituido. Pero esta es,
precisamente, la gran excusa calumniosa, porque Cristo ha dejado claro que no era rey temporal
y, en ningún caso, se insubordinó contra el poder romano. En esto, como en todo, su conducta
había sido ejemplar. La muerte de Cristo muestra, por contraste, su vida entregada en defensa de
la verdad, aunque la legalidad esté contra El.

4. E1 verdadero motivo: la salvación de los hombres


Son, pues, motivos religiosos los que han conducido a Cristo a la muerte. Pero estas causas
son aún más profundas que las que provocan el escándalo de blasfemia a los jefes del pueblo.
San Juan apunta que el verdadero motivo es que debía de morir para salvar a todos (Jn. 18,
14; 11, 49-50).
Después de la Resurrección, los Apóstoles alcanzarán a ver la causa última de la pasión y
muerte de Jesucristo, o sea, la redención del género humano. Por eso dirán que los que le
condenaron estaban «ignorantes» (Hech. 3, 17), que «no sabían lo que hacían» (Lc. 23, 34), o
que fueron instigados por las fuerzas ocultas de Satanás (I Cor. 2, 8). Pero todas estas razones
son entendidas después de la Pascua, cuando los Apóstoles predican que, gracias a la muerte de
Cristo, los hombres han sido liberados y que las fuerzas del mal han sido vencidas. La muerte
redentora de Cristo estaba ya profetizada, pero se descubrió, en toda su profundidad, después de
su Resurrección.
Los cristianos «creemos que Nuestro Señor Jesucristo, por el Sacrificio de la Cruz, nos
rescató del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de
nosotros, de modo que, según afirma el Apóstol, donde había abundado el pecado, sobreabundó
la gracia (cfr. Rom. 5, 20)» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 17).
En efecto, los cristianos creemos que: 1) La redención: de la esclavitud del pecado es el
cumplimiento de toda la Revelación divina. En ella se ha verificado lo que ningún hombre jamás
hubiera podido pensar o hacer: que, en Cristo, el Dios inmortal se inmoló en la Cruz por el
hombre y que la humanidad mortal ha resucitado en Cristo. 2) La redención es la suprema
exaltación del hombre, ya que le hace morir al pecado con el fin de que participe de la vida
misma de Dios. 3) Cada hombre y la historia entera de la humanidad conocen la plenitud de su
significado por la redención de Cristo: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que cree en El no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3, 16) (cfr. Bula Aperite
portas Redemptori, 6-1-1983, n. 10).

5. Valor redentor de la muerte de Jesús


La muerte de Cristo fue una muerte salvífica, es decir, una muerte que dio origen a la
salvación del hombre. Tal sentido estaba ya profetizado en el Antiguo Testamento (Isaías, cc.
42-53). Y desde la primera página de la Biblia, posterior al pecado original, Dios había
prometido enviar en su día a un Salvador. Por eso, el ángel dirá a José que el Mesías «se llamará
Jesús, que quiere decir Salvador, porque salvará al mundo de sus pecados» (Mt. 1, 21). De este
modo, Jesús asume su oficio de Redentor.
La REDENCION en el Nuevo Testamento se caracteriza por dos notas específicas: es obra
de Cristo y tiene una dimensión exclusivamente religiosa: «El Hijo del hombre ha venido a servir
y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc. 10, 45).
Los demás escritores del Nuevo Testamento, bajo la inspiración del Espíritu Santo,
descubrirán las raíces profundas de la redención alcanzada por Jesucristo.
El hombre, por el pecado «estaba bajo la ira de Dios» (Rom. 1, 18) y éramos «enemigos
suyos» (Rom. 5, 10). Pero con el fin de salvarnos, «El mismo se hizo maldición, pues escrito
está: maldito todo el que es colgado del madero» (Gál. 3, 13).

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6. Jesús, Redentor del hombre
Por su muerte, «hemos sido liberados de la maldición de la ley» (Gál. 4, 5) y «del poder de
las tinieblas» (Col. 1, 13) y hemos `<alcanzado el perdón de nuestros pecados» (2 Cor. 5, 21;
Rom. 3, 21-26). Por medio de su muerte, «E1 quiso reconciliar todas las cosas así las del cielo
como las de la tierra, pacificándolas con la sangre de su cruz» (Col. 1, 20). Como confiesa una
antigua fórmula cristiana: «Jesús nos liberó del pecado, del demonio y de la muerte eterna.»
Así, Jesucristo se convierte en Salvador de todos los hombres (I Tim. 2, 3; 4, 10; Tit. 3, 4),
pues hemos sido redimidos por su sangre (Rom. 5, 10-11). Esta salvación alcanza no sólo al
hombre, sino que todas las cosas han sido reconciliadas por la muerte redentora de Cristo (2
Cor. 5, 19; Col. 1, 20).
De aquí que el titulo fundamental de Jesucristo sea el de Redentor. La Iglesia ha
explicado siempre la muerte de Cristo como acto de redención y liberación del pecado. El
Credo del Pueblo de Dios, de Pablo VI, afirma: «Cordero de Dios, que lleva los pecados del
mundo, murió por nosotros, clavado a la cruz, trayéndonos la salvación con la sangre de la
redención» (n. 12). El valor redentor de la cruz ha sido confesado siempre por la fe cristiana.

7. Significado de la Cruz
La Cruz es la señal del cristiano. Lo que había sido signo de ignominia y de desprecio se
ha convertido, con Cristo, en señal de victoria.
Pero la Iglesia no asume la Cruz como puro signo, emblema o distintivo, sino por los
valores significados en ella. Detrás de la Cruz, la fe cristiana ha descubierto una gama
inmensa de valores:

1.° La Cruz es la explicación más solemne y acabada del tema del dolor. Todo el
pensamiento antiguo se había preguntado ansiosamente por el origen del mal y del dolor.
Todavía el Antiguo Testamento no nos comunica una doctrina acabada. La respuesta nos la da
Jesucristo, pero no con palabras, sino con su ejemplo. Desde que Cristo asume las situaciones
límite del dolor humano, el hombre sabe que el dolor tiene un valor salvífico y que el creyente
puede sumar sus dolores a la cruz de Cristo (Col. 1, 24).
2.° El precio de nuestros pecados. El cristiano no ama el dolor por el dolor, lo mismo
que tampoco lo amó Cristo, sino que sabe descubrir detrás la realidad del pecado. La ofensa
a Dios cometida por el hombre, y agrandada a través de la historia por la ingente multitud de
los pecados de la humanidad, ha sido la causa de la pasión de Cristo. La Cruz ha sido el
precio por nuestros pecados.
3.° La razón última que explica el dolor y los sufrimientos de Cristo es el amor de Dios
al hombre. Cristo en la cruz es el símbolo de su amor a los hombres. El mismo lo había
afirmado: «Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos» (Jn. 15, 13). Y
San Pablo, al considerar la muerte de Cristo en la cruz, repetirá: «Nos amó y se entregó a la
muerte por nosotros» (Ef. 5, 2; Jn. 4, 9-10). Y en otra ocasión, la aplicará a cada uno de los
hombres en una traducción personal del amor de Jesucristo: «Me amó a mí y se entregó a la
muerte por mí» (Gál. 2, 20).
4.° Sacrificio y expiación. Esos tres valores no agotan las verdades cristianas que Cristo
nos ha querido manifestar por medio de su muerte. El verdadero valor de la cruz está en lo
que ha provocado y en sus efectos: la cruz expresa el valor religioso sumo del «sacrificio» y
de la «expiación» que redimen al hombre. La muerte redentora de Cristo es el sacrificio
ofrecido a Dios en expiación por los pecados del hombre. Su muerte ha sido una muerte
expiatoria.

8. La Virgen asociada a la obra de la redención del hombre


La Virgen María -Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre nuestra- ha estado
asociada, tomando parte activa, a la obra de la salvación de la humanidad.
La Virgen no es una persona «secundaria» en la historia de la Salvación. Desde el primer
momento, Dios determinó que en la redención del hombre colaborase de modo activo la

33
presencia de la Virgen María. El Mesías bajó del Cielo, pero «engendrado de una mujer»
(Gál. 4, 4).
Asimismo, la Encarnación del Hijo de Dios exigió la cooperación de María, mediante su
consentimiento. De este modo, la Virgen coopera a toda la acción salvadora de la humanidad.
El Credo del Pueblo de Dios, del Papa Pablo VI, que recoge la última formulación de la fe
cristiana, profesa del siguiente modo esta verdad: «La Virgen María está ligada por un
vínculo estrecho e indisoluble al misterio de la Encarnación y de la Redención» (n. 15).
Esta doctrina, repetida continuamente por las enseñanzas de la Iglesia, ha sido recordada
por el Concilio Vaticano II, mediante esta explicación: «Así también, la Bienaventurada
Virgen fue caminando en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo
hasta la cruz, donde estuvo de pie (cfr. Jn. 19, 25), no sin designio divino, sufrió
vehementemente junto con su Hijo y se asoció con maternal corazón, consintiendo
amorosamente en la inmolación de la víctima nacida de ella» (Lumen Gentium, n. 58).
De este modo junto a Cristo como Redentor, la Iglesia ha llamado a la Virgen la
Corredentora. Y es, precisamente, en la cruz donde Jesús nos la entrega como Madre de
todos los hombres.

Motivos de la condena de Jesús


Quebranta el sábado Mt. 12, 1-14
Blasfema porque se llama Mesías e Hijo de Dios Mt. 26, 57-67
Perdona los pecados Mc. 2, 1-11
Come y bebe con los pecadores Mc. 2, 13-17
No cumple la ley del ayuno Mc. 2, 18-22
Hace curaciones en sábado Mc. 2, 23-28
Los fariseos planean el modo de acabar con Jesús Mc. 3, 1-6
Dice que puede destruir el Templo Mc. 14, 58-59
Dice ser el Mesías, el Hijo de Dios Mc. 14, 61-64
Blasfema al perdonar los pecados Lc. 5, 20-24
Quebranta el sábado realizando curaciones Lc. 6, 1 -11
Come y es amigo de publicanos y pecadores Lc. 7, 24-35
Denuncia el legalismo de los fariseos Lc. 11, 37-54
Acusa a los vendedores de haber convertido
el Templo en cueva de bandidos Lc. 19, 45-48
Desenmascara las injusticias de los escribas
y de los sumos sacerdotes Lc. 20, 9-26
Decía que no se pagase el tributo a Roma Lc. 23, 1-5
Los judíos acusan a Jesús porque cura en sábado
y se hace igual a Dios Jn. 5, 1-18
Acusa a los judíos de no amar a Dios Jn. 5, 31-47
Afirma que El es el pan vivo que ha bajado del cielo Jn. 6, 41 -71
Se declara Mesías y enviado de Dios Jn. 7, 25-33
Acusa a los judíos de esclavos y pecadores Jn. 8, 31-42
Dice ser el Mesías y se hace Dios Jn. 1 0, 22-33
Hace muchos milagros y la gente cree en El Jn. 11, 46-57
Se hace pasar por rey de los judíos Jn. 18, 33-36
Va contra el César Jn. 19, 12
RESUMEN
1. La historia de la pasión y muerte de Jesucristo es /a narración más extensa y coincidente en los cuatro
Evangelios. Fue escrita en una época muy cercana a los hechos narrados.
2. En los Evangelios encontramos numerosas causas aparentes de la condena del Señor: Quebrantar el
Sábado, perdonar pecados, curar enfermos, blasfemias, ser amigo de pecadores, declararse rey, etc.
3. El verdadero motivo fue la confesión de que Jesús es el Mesías e Hijo de Dios. Según San Juan debía
morir para salvar a todos los hombres, como el amigo que da la vida por sus amigos.
4. La muerte de Jesús tiene valor redentor; es decir, Jesús ofreció voluntariamente su vida para
liberarnos del pecado, del demonio y de la muerte eterna. Con su muerte fuimos perdonados por Dios Padre.
5. La Cruz de Cristo tiene varios significados: 1) Da sentido de salvación al dolor humano. 2) Es el
precio de nuestros pecados. 3) Es el símbolo del amor de Dios a los hombres. 4) Expresa el valor religioso
sumo del sacrificio y de la expiación que redimen al hombre.

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6. La Virgen Maria, Madre de Jesucristo, es Corredentora. Está vinculada estrechamente al misterio de
la Redención, pues sufrió junto a la cruz y se asoció maternalmente consintiendo en la inmolación de su Hijo en
el Calvario.

VIII. La Resurrección de Jesús


1. Relatos sobre la resurrección. 2. El testimonio de S. Pablo. 3. Coincidencias en los relatos. 4.
Explicación de las disparidades. 5. Estilo literario de las narraciones.

1. Relatos sobre la Resurrección


El hecho de la Resurrección de Jesucristo y sus apariciones a los discípulos están
expuestos en los testimonios de primera mano de la tumba vacía y de las apariciones del
Resucitado que nos llegan en muchos textos de los Evangelios y de los Hechos de los
Apóstoles. También San Pablo atestigua el hecho de la Resurrección y las apariciones del
Resucitado en la primera confesión de fe recogida en la carta a los Corintios, 15.

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En el cuadro sinóptico del anexo se recogen las apariciones del Señor resucitado, tal
como se encuentran en los textos sagrados. Aquí nos referimos brevemente a los relatos más
importantes.
San Mateo, con un estilo inconfundible que quiere decir más de lo que expresa, pues se
manifiesta en un género literario propio de los judíos, es el único que describe con género
literario propio algunos hechos que siguieron inmediatamente a la Resurrección: «Y
sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y acercándose removió la
piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como relámpago, y su vestidura
blanca como la nieve. De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos»
(Mt. 28, 2-4).
San Mateo refiere dos apariciones de Jesucristo resucitado: a) a las santas mujeres,
mientras regresan del sepulcro a contar a los Apóstoles lo que han visto; b) la aparición de
Jesús a los discípulos en Galilea, al enviarles a predicar el Evangelio por todo el mundo.
San Marcos relata la llegada de las mujeres al sepulcro y el anuncio que les hace el ángel
de que Jesús ha resucitado. Luego menciona tres apariciones: a Maria Magdalena, a los
discípulos de Emaús y a los Apóstoles.
San Lucas recoge también el anuncio del ángel a las mujeres y narra después
minuciosamente la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús; añade varias apariciones a
los Apóstoles.
San Juan refiere cuatro apariciones del Señor: a) a Maria Magdalena la mañana del
domingo; b) a los Apóstoles la noche del domingo, estando Tomás ausente; c) ocho días
después, también a los Apóstoles, ante la presencia de Tomás; d) a orillas del mar de Galilea,
cuando concede a Simón Pedro el primado sobre la Iglesia.
A estos relatos es preciso añadir la importancia del anuncio de la Resurrección que hace
San Pedro en sus primeros discursos, tal como diremos en el tema siguiente.

2. E1 testimonio de San Pablo


Desde que Pablo de Tarso se encontró con Jesús en el camino de Damasco, el tema de la
Resurrección ocupa el centro de sus enseñanzas. Entre sus textos, destaca, por su inmenso
valor histórico, este de la primera carta a los Corintios: «Lo primero que yo os transmití, tal
como lo había recibido, fue esto: que Cristo Murió por nuestros pecados, según las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le
apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a
la vez, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a
Santiago; más tarde, a todos los Apóstoles; por último, se me apareció también a mi...» (I
Corintios 15, 3-8).
Estamos probablemente ante la confesión de fe o «credo» más antiguo del cristianismo,
ya que estas palabras las escribió San Pablo en la primavera del año 55. En este texto se
afirma lo siguiente:

1) Jesucristo murió verdaderamente, hecho histórico indiscutible.


2) Murió «por nuestros pecados», con lo que se confiesa el sentido salvador de la muerte de
Jesús.
3) Cristo fue sepultado, confirmación de la realidad de su muerte.
4) Cristo resucitó al tercer día, como habían anunciado las Escrituras (cfr. Mt.12, 39ss. y Jn.
2, 19); Jesús vive, porque Dios lo ha resucitado.
5) Cristo se apareció vivo a Pedro, Santiago, los demás Apóstoles, el mismo Pablo y más de
«quinientos hermanos» (cfr. Hch. 9).
6) Cuando escribe Pablo, «la mayoría» de los que habían visto a Jesús resucitado, «viven
todavía».
7) Esta verdad fue creída desde el principio, y a Pablo se la enseñaron en el año 37, cuando
se convirtió.

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Los cristianos «confesamos que Jesús se dejó ver, se presentó, se mostró a los
discípulos, llevándoles a la convicción de su Resurrección y a la alegría de su victoria sobre la
muerte. Jesús permitió a algunos testigos privilegiados experimentar su presencia de
resucitado con todo su ser, de una manera única e inefable» (Biblia para la iniciación
cristiana, 2, 418).
La certeza de que Jesús resucitó y vive entre nosotros, constituye el mensaje central de la
fe cristiana: lo fue ayer, lo es hoy y lo será siempre en la Iglesia.

3. Coincidencias en los relatos


Entre las numerosas coincidencias que encontramos en los relatos de las apariciones de Jesús
a los discípulos, tienen especial importancia las siguientes:

1) Seguridad absoluta de los testigos. Los relatos de las apariciones nos transmiten la
convicción absoluta de los discípulos de que han visto al Señor y que han hablado y comido
con El.
Al principio, los discípulos aparecen temerosos y abatidos, después de la muerte del Señor.
Incluso algunos de ellos no lo reconocieron de inmediato cuando se les apareció (Lc. 24, 16),
pues la imagen de Jesús resucitado era diferente de cuando Jesús recorría Palestina con los
discípulos.
Poco después, los discípulos muestran una firmeza inquebrantable y recobran la alegría, la
seguridad y el valor (cfr. Lc. 24, 31-35; Hch. 2 a 5). El cambio entre estas dos actitudes
diametralmente opuestas no se puede explicar sin la intervención de un hecho nuevo y
poderosísimo.
Según el testimonio personal de quienes fueron testigos: 1) Los discípulos se encontraron
con Jesucristo corporalmente resucitado. Este nuevo modo de presencia de Jesús resucitado es
una realidad objetiva dotada de aspectos exteriores que caen bajo la experiencia sensible: las
apariciones. En este aspecto, es un hecho histórico demostrado y demostrable. 2) Al mismo
tiempo, es un misterio estrictamente sobrenatural percibido por la fe; los discípulos testifican la
Resurrección de Jesús, como una realidad objetiva, con la garantía absoluta del Espíritu Santo
que recibieron el día de Pentecostés (Hch. 2, 1-36). 3) Con la fuerza del Espíritu, los discípulos
confiesan que Jesús es Señor y Cristo (Hch. 2, 36). Por eso se afirma que la Resurrección es una
realidad misteriosa.
2) El sepulcro vacío. Los cuatro Evangelios nos dicen que el sepulcro, en el que se había
depositado el cuerpo muerto de Jesús en la tarde del viernes, fue encontrado vacío en la
madrugada del domingo, o primer día de la semana judía. Los enemigos dieron la versión de que
«vinieron los discípulos de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos» (Mt. 28, 13). San
Agustín, con su gran sentido común, escribe: «¡Estúpida astucia! Alegas testigos que estaban
dormidos.»
A pesar de esta versión, ampliamente difundida' los discípulos dieron siempre una gran
importancia al hecho del sepulcro vacío. Este hecho, unido a los testimonios sobre las apariciones
del Resucitado, prueba que Dios resucitó al cuerpo muerto de Cristo que había sido depositado en
el sepulcro.
Con todo, aceptar la Resurrección de Jesús supone un acto de fe. Además de una realidad
objetiva, de un hecho histórico perceptible por los sentidos, algunos dicen que es también
«metahistórico», porque va más allá de la experiencia sensible. Propiamente, la Resurrección de
Jesús, además de un hecho histórico sometido a la experiencia sensible es un hecho o realidad
sobrenatural conocido por la fe, y del que el hombre, por la gracia de Dios, puede tener y tiene
experiencia.
3) La misión de los Apóstoles. Los relatos de la Resurrección expresan la misión que Jesús
resucitado confió a los Apóstoles (Mt. 28, 18-20); Mc. 16, 15-16; Lc. 24, 46-48; Hch. 1, 8,
21-26; 2, 32-33; 10, 39-42). Antes de volver al Padre, Cristo resucitado confió a los Apóstoles la
misión y el poder de anunciar a los hombres lo que ellos mismos habían visto y oído, lo que
habían contemplado y palpado con sus manos sobre Jesucristo. Al mismo tiempo, les confió la
misión y el poder de explicar con autoridad lo que Jesús había enseñado, sus palabras y sus
actos, sus signos y sus mandamientos.

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4. Explicación de las disparidades
Algunos críticos racionalistas han argumentado en contra de la veracidad de los relatos
evangélicos sobre la Resurrección del Señor, aduciendo que se dan en ellos discrepancias
difíciles de explicar.
Así, por ejemplo, los cuatro Evangelios recogen el dato de las apariciones a las
mujeres, pero San Mateo menciona a dos de ellas, mientras que San Marcos y San Lucas
hablan de tres y San Juan cita exclusivamente a Maria Magdalena.
Lo mismo cabe decir de las apariciones de los ángeles: Mateo y Marcos hablan de un
solo ángel; Juan y Lucas mencionan dos.
Tampoco existe coincidencia absoluta sobre el lugar de las apariciones. Según San
Mateo ocurrieron en Galilea y según San Lucas en la ciudad de Jerusalén; San Juan menciona
apariciones ocurridas en ambos lugares.
¿A qué se debe esta disparidad? No lo sabemos, pero cabe dar dos explicaciones, ambas
convincentes e incluso complementarias:
1. Como ya hemos visto en el tema 8, los Evangelios contienen hechos históricos, pero
narrados conforme a la instrucción catequética de sus oyentes. Los Evangelistas no
intentaron darnos en detalle la cronología de los hechos, sino que Cristo había resucitado y
se les había aparecido repetidas veces; pero las circunstancias, los lugares y otros detalles
carecen de importancia en su narración.
2. Es posible que cada Evangelista narre su propia experiencia y se refiera a hechos
distintos. Seria semejante al caso de cuatro periodistas rigurosos que acuden al lugar de un
suceso importante, cargado de detalles; lo ordinario es que cada uno narre cosas distintas y
complementarias, pero todas verdaderas, porque cada uno ha sido testigo de hechos diversos
que se completan entre si.
La dificultad de armonizar los hechos—cualquiera que sea la causa de la disparidad—
nunca ha sido una dificultad para aceptar el hecho de la Resurrección de Jesucristo. No lo fue
para los contemporáneos de Jesús, que leían estas narraciones diferentes; tampoco lo será
para nosotros. Esta disparidad es más bien un argumento en favor de la veracidad de los
hechos, pues si hubiesen querido inventar una historia, les habría sido muy fácil ponerse
previamente de acuerdo.
Por eso, la predicación de los Apóstoles proclamará repetidamente esta verdad: Cristo
ha resucitado. San Pablo deduce las consecuencias de este hecho: Si Cristo no resucitó,
nuestra fe es falsa y nosotros somos los más desgraciados de los hombres.
Pero San Pablo contra argumenta: ahora bien, como es verdad que Cristo resucitó,
también nosotros resucitaremos (cfr. 1Cor. 15, 12-20).

5. Estilo literario de las narraciones


Las diferencias que encontramos en los relatos sobre la Resurrección del Señor también se
deben al estilo literario que utilizan los Evangelistas.
Así, por ejemplo, ningún Apóstol vio la Resurrección de Jesús. Como sabemos, casi todos
los hechos de la vida de Jesucristo fueron presenciados por testigos que más tarde lo narraban y
describían. Los mismos discípulos conocían los hechos y dichos de Jesús a lo largo de su vida
pública. La Resurrección, por el contrario, no tuvo lugar a la vista de los Apóstoles.
Por este motivo, ningún Evangelista narra el hecho de la Resurrección, salvo San Mateo,
que emplea un género literario propio de los judíos, con grandes imágenes plásticas: tembló la
tierra; el ángel del Señor descendió con «aspecto de relámpago» y «su vestido era blanco como la
nieve»; los centinelas quedaron «como muertos». Los demás Evangelistas hablan solamente del
«sepulcro vacío», y San Pedro, junto con San Pablo, prefirieron expresar sencillamente algunas
apariciones.
Asimismo, el cuerpo de Jesucristo no era lo mismo que cuando paseaba por los caminos de
Palestina, dado que era un cuerpo glorioso, y, por tanto, no estaba al alcance de los sentidos del
hombre. De aquí que los Apóstoles digan con razón que le «han visto», que le «han oído», que le
«han tocado», y que «han comido con El», pero es porque el Señor «se les ha aparecido». El
carácter objetivo de las apariciones está expresado por los verbos «vimos» y «fue visto» (1Cor. 9,
1; 15, 5-8).

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Finalmente, el lenguaje humano no sabe expresar adecuadamente qué es con propiedad el
hecho de resucitar. Por este motivo, los Apóstoles emplean expresiones tales como «Dios le ha
exaltado», «fue glorificado», etc.
En consecuencia, los testimonios de los Apóstoles son testimonios de fe, pero no nacen sin
fundamento real alguno en el alma de los Apóstoles; al contrario, éstos relatan que «han visto a
Jesús» porque El se les «ha aparecido», de lo cual ellos «son testigos» y «su testimonio es
verdadero». A partir de estos datos objetivos sobre Jesús, los Apóstoles predican la fe en
Jesucristo muerto y resucitado.

Apariciones de Jesucristo Resucitado

MATEO MARCOS LUCAS JUAN OTROS


ESCRITOS
Las mujeres en el sepulcro 28, 1-8 16, 1-8 24, 1-11 20, 1 --
Pedro y el otro discípulo en el sepulcro -- -- 24, 12 20, 2-10 --
Aparición a la Magdalena -- 16, 9-11 -- 20, 11-18 --
Aparición a las mujeres 28, 9-10 -- -- -- --
Soborno de los soldados 28, 11 -15 -- -- -- --
Aparición a los discípulos de Emaús -- 16, 12-13 24, 13-35 --
Aparición a los discípulos en Jerusalén -- 16, 14 24, 36-43 20, 19-20 Hch. 1, 4;
1Cor 15,5
Aparición a más de quinientos -- -- -- -- 1Cor 15,6
Misión universal de los Apóstoles 28, 18-20 16, 15-20 24, 47-48 20, 21-23 Hch. 1, 8
Promesa del Espíritu Santo -- -- 24, 49 -- Hch. 1, 4
Aparición a los discípulos y a Tomás -- -- -- 20, 24-29 1Cor. 15, 7
Primera conclusión del cuarto Evangelio -- -- -- 20, 30-31 --
Aparición en Galilea y misión universal 28, 16-20 16, 15-16 24, 47 -- Hch.1, 8
Aparición a orillas del lago Tiberiades -- -- -- 21, 1 –14 --
La triple confesión de Pedro -- -- -- 21,15-19 --
Destino del discípulo amado -- -- -- 21, 20-23 --
La Ascensión -- 16, 19 24, 50-53 -- Hch. 1, 4-14
Segunda conclusión del cuarto Evangelio. -- -- -- 21, 24-25 --
Aparición a Pablo camino de Damasco -- -- -- -- 1Cor. 15, 8

La posición atea
La posición atea, que histórica y sociológicamente constituye una excepción, afirma qué tras la muerte
no sobreviene nada; el hombre queda totalmente extinguido.
Esta respuesta es falsa; está en contradicción con los datos que nos ofrece la prehistoria, la historia y
la filosofía. El tema de la inmortalidad del alma es uno de los temas más antiguos de la filosofía.
Puede concederse categoría universal al convencimiento, ya desde el paleolítico, de que el hombre
sobrevive de alguna manera tras la muerte. Esa creencia se refleja: en el hecho mismo de enterrar los
cadáveres pigmentados con ocre rojo, símbolo de la vida; la colocación del cadáver en dirección a
Oriente, símbolo de la salida del alma junto con la del sol; el ajuar funerario, signo de la vida futura; los
monumentos megalíticos en los enterramientos; etcétera.
Reencarnación
Otra explicación al tema de la muerte es la transmigración o reencarnación de las almas; es decir, la
convicción de que una misma alma humana pasa de unos seres humanos a otros e, incluso, a animales y
plantas. Esta doctrina es común a todas las religiones de origen indio; se fundamenta en la necesidad de
purificación total antes de llegar a la contemplación de la divinidad.
Esta doctrina no explica nada, a pesar de su difusión: es contraria a la experiencia personal; está en
contradicción con la ética, que nos responsabiliza de nuestras propias acciones; y filosóficamente no es
admisible, pues las almas humanas son individuales, no comunes, y están unidas sustancialmente, cada
una, a su cuerpo, y son inmortales por naturaleza.
Inmortalidad del alma
La tercera explicación del problema de la muerte está en la inmortalidad del alma huma na. Esta es
una constante en las religiones y en casi todos los sistemas filosóficos. El alma humana es inmaterial,
espiritual; por lo tanto, no puede descomponerse por razones internas a su naturaleza, ni tampoco puede
desintegrarse por fuerzas externas, dada su misma naturaleza inmaterial.
La biología afirma que existe una relativa independencia entre el alma que subsiste—el «yo»—y la
materia informada que se renueva incesantemente (cada día se destruyen y, al mismo tiempo, se

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reproducen unos 500.000 millones de células en cada cuerpo humano). Esta independencia es una
garantía científica de la capacidad del alma de subsistir tras la muerte.
Además, el hombre trasciende, es decir, supera con una diferencia esencial, al mundo y a los
animales, por su pensamiento, por su libertad, por su concien cia, por su técnica, por la alegría, por el
habla. Más aún; el hombre se transciende a si mismo en cuanto piensa, decide con liber tad, quiere con
afán insaciable de felicidad. Estas realidades y experiencias universales son signos de la espiritualidad y,
al mismo tiempo, argumentos de la inmortalidad del alma humana, pues la realización de esas ansias de
felicidad sólo tiene lugar en el más allá: en el trato personal con Dios después de la muerte.

La fe de la Iglesia
Sobre la realidad de la vida eterna la Iglesia cree: 1) En la resurrección de los muertos, refe rida a todo
el hombre: para los elegidos es la extensión de la misma Resurrección de Cristo a los hambres. 2) En la
subsistencia del alma después de la muerte, elemento espiritual dotado de conciencia y de voluntad, que
constituye el mismo «yo» humano. 3) En la gloriosa manifestaci6n de Jesucristo. 4) En la Asunción de
la Virgen Maria; su glorificación corp6rea es anticipo de la glorificación reservada a to dos los elegidos.
5) En la felicidad de los justos que estarán un día con Cristo; en el castigo eterno que espera al pecador
en el infierno, privado de la visión de Dios; y en la eventual purifica ción de los elegidos en el purgatorio,
previa a la visión divina (cfr. Declaración de la S. C. para la Doctrina de la Fe, 17-5-1979).

RESUMEN
1. Los cuatro Evangelios narran con toda claridad que Jesús ha resucitado. También lo afirman los
Hechos de los Apóstoles. Estos relatos nos transmiten el testimonio sobrenatural de unos hombres que le
han visto y oído, que tienen experiencia personal de la Resurrección.
2. Entre los numerosos testimonios destaca la experiencia de San Pablo sobre Jesús resucitado: en
su conversión, en su predicación, en las consecuencias que deduce, especialmente del texto de la primera
carta a los Corintios: Jesús vive entre nosotros.
3. Casi todas las narraciones coinciden en los siguientes puntos: 1 ) La seguridad absoluta de que
Jesús se apareció resucitado a los discípulos. 2) El hecho del sepulcro vacío. 3) La misión de los
Apóstoles de difundir la fe en Jesús resucitado.
4. En los relatos evangélicos sobre la Resurrección de Jesús también encontramos disparidades. Su
explicación puede ser: 1 ) Los Evangelistas no tratan de hacer una crónica detallada y completa de los
hechos. 2) Es posible que cada Evangelista narre su propia experiencia y se refiera a hechos distintos y
complementarios.
5. La Resurrección de Jesús es una realidad misteriosa, sobrenatural, de difícil narración. Tiene
aspectos que caen bajo la experiencia sensible, pero otros sólo se perciben por la fe, pues se trata de un
misterio estrictamente sobrenatural. El lenguaje humano es pobre para expresar con propiedad el hecho
de resucitar, aunque el testimonio de los testigos es verdadero y objetivo, pues está fundado en que han
visto a Jesús porque El se les ha aparecido.
6. La Resurrección de Jesús es una realidad misteriosa, que supera todas las demás resurrecciones
que conocemos: Jesucristo resucita de forma gloriosa para nunca más morir.
7. Jesús de Nazaret es un personaje histórico que tiene diversos modos de existencia: 1 ) Presencia
histórica durante su vida terrena; 2) Presencia oculta y misteriosa en los cuarenta días que mediaron
entre la Resurrección y la Ascensión; 3) Presencia gloriosa en el Cielo después de la Ascensión; 4)
Presencia sacramental en la Eucaristía.
8. Los Apóstoles predican la Resurrección de Jesús; así se inicia la predicación cristiana. El centro
de la predicación de San Pedro es Cristo resucitado. San Pablo habla de la Resurrección como misterio
de fe.
9. Los Apóstoles transmiten su propia experiencia: La fe que ellos tienen en la Resurrección del
Maestro, a partir de las apariciones, y la Resurrección como portadora de un mensaje de salvación.
10. Las consecuencias de la Resurrección podemos sintetizarlas así: 1 ) Jesucristo vive. 2) La
doctrina cristiana es verdadera. 3) El mundo ha sido redimido y está salvado. 4) El hombre resucitará.

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En los sinópticos se nos muestra con claridad la divinidad de Jesús:
—Es el Emmanuel-Dios con nosotros. Mt 1, 23: "...darás a luz un hijo, a quien llamarán
Emmanuel, que significa Dios con nosotros".
—Jesús tiene el poder divino de perdonar los pecados. Mt 9, 6: "Pues para que sepáis que el Hijo
del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados...".
—Es reconocido como Hijo de Dios por los discípulos. Cfr Mt 16, 16:"Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo". Mc 1, 1-24: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios...".
—Jesús afirma no sólo que es hijo de David, sino que es Señor y Dios: Lc 20, 41:"¿Cómo dicen que
el Cristo es Hijo de David", dice citando palabras del Salmo 110.
La divinidad de Jesucristo se manifiesta, con especial fuerza, en el evangelio de S. Juan:
—En el Prólogo se afirma que el Verbo es Dios y Unigénito de Dios, y que preexiste a la
encarnación. Cfr Jn 1, 1-18.
— Jesús afirma que, si le conociéramos a El, conoceríamos al Padre. Jn 8, 19: "Si me conociérais
a mí conoceríais también al Padre". Jesús es la manifestación visible del Dios invisible, la revelación
máxima y definitiva de Dios a los hombres. Cfr Jn 14, 9: "...el que me ha visto a mí ha visto al Padre".
—Dios es Padre suyo de manera diferente a como es en los demás hombres: Jn 20, 17: "...pero ve a
mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios".
—En la Humanidad del Señor se manifiesta la gloria del Padre: Jn 1, 14: "...y hemos visto su
gloria, gloria como de Unigénito del Padre".
—El que le ve a El ve también al Padre. Jn 14, 8-11: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre".

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