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Figuras de la madre
EDICIONES CÁTEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA
INSTITUTO DE LA MUJER
Consejo asesor:
Ñ I P O : 207-96-007-5
© Carmen Alda, Regina Bayo-Borrás, Nuria Camps, G em m a Cánovas i Sau,
Anna Goldman-Amirav, Ana Iriarte, Yvonne Knibiehler, N icole Loraux,
Luciana Percovich, M artha Inés Rosenberg, Esther Sánchez-Pardo, Margarita
Sentís, Enrique Sentís, Silvia Tubert, Silvia Vegetti-Finzi, Linda M. G Zerilli
Ediciones Cátedra, S. A.., 1996
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
Depósito legal: M 32.054 -1996
I S B N : 84-376-1462-7
Printed in Spain
^¡ip re so en Gráficas Rogar, S. A.
Navalcarnero (Madrid)
Introducción
S il v ia T u b e r t
La maternidad en el discurso
de la cultura occidental
«Mira, Yahveh me ha hecho estéril»*
A nna G oldm an - A mirav
D e l parto c o m o e m p r e sa c ív ic a
La m a d r e q u e se ad u e ñ ó d e su d e s c e n d e n c ia
27 Medea, 248-251.
28 Sobre la pluralidad de elementos cuya combinación trágica da lu
gar a este desenlace fatal, ver A. Iriarte, «Las razones de Medea», en
J. Monleón (ed.), Tragedia griega y democracia, Mérida, 1989, pági
nas 97-106.
29 I. Paraíso de Leal, «Contribución a la semántica de Medea (Eu
rípides, Séneca, Unamuno)», en AA. W , Investigaciones Semióticas, II.
Lo teatral y lo cotidiano, Universidad de Oviedo, 1988, págs. 303-315.
30 1325,.
todos los seres animados y dotados de pensamiento las mu
jeres somos los más desdichados. Pues, en primer lugar, te
nemos que comprar un marido con excesivo gasto de dine
ro y conseguir un dueño de nuestro cuerpo, pues ésta es una
desgracia más dolorosa aún. Y el combate supremo consis
te en conseguirlo malo o bueno. Las separaciones no repor
tan buena fama a las mujeres, y no es posible repudiar al es
poso. Cuando una ha arribado a nuevas costumbres y leyes
menester es que sea adivina, sin haberlo aprendido en casa,
de cómo tratará mejor a su compañero de lecho. [...] Un
hombre cuando se hastía de convivir con los de dentro, yén
dose fuera, calma el fastidio de su corazón tras dirigirse a
casa de un amigo o de uno de su edad. Para nosotras, al con
trario, es forzoso dirigir la mirada a un solo hombre»31.
La novedad que para esta mujer oriental representan las
«costumbres y leyes» griegas la convierten en la figura tea
tral adecuada para enjuiciarlas con distancia. De ahí que
Medea pueda aparecer como representante de genos gynai-
kón — de esa «raza de las mujeres» especialmente presente
en esta obra de Eurípides—- y reclamar la complicidad fe
menina para sus propósitos32. Dicho en otras palabras, es
con respecto a la problemática de la filiación patrilineal in
herente al matrimonio político que se explica no sólo el acto
criminal de Medea sino la previa decisión de Jasón de casar
se con una princesa griega, tal y como sugieren las palabras
del propio héroe: «... mi propósito era... educar a mis hijos
del modo que mi casa merece y, tras engendrar yo unos her
manos para tus hijos, darles a todos el mismo rango y ser fe
liz después de haber reunido a mi raza (génos). Pues, ¿qué
necesidad tienes de hijos? A mí me interesa que los hijos
que nazcan ayuden a los que ya viven»33.
31 230 y ss.
32 Ver, por ejemplo, verso 823.
33 567-569 Cfr. 593-597: «... no contraje por mor de una mujer el
matrimonio real que ahora mantengo, sino, como dije antes, por deseo
de salvarte a ti y de procrear, como hermanos de mis hijos, unos hijos
soberanos (tyránnous paídas), baluarte de mi casa».
El planteamiento de Jasón, aunque no desprovisto de ci
nismo, es coherente con respecto a las normas de esa Atenas
del 431 desde y para la que escribe Eurípides. El héroe re
conoce que no puede reprochar a Medea esa falta de des
cendencia34 que constituye la razón esencial para la deman
da de divorcio. Lo que teme — en relación con la ley de Pe-
ricles a la que antes nos referíamos35— es que los hijos que
le han nacido de esta mujer «sin ciudad» (ápólis)36 sean re
legados socialmente, cosa que él cree poder remediar en
parte proporcionándoles unos hermanos que les permitan la
integración en un oikos plenamente griego. A primera vista,
esta operación parece un tanto inútil, dado que, en el nuevo
hogar, los descendientes de Jasón pasarían de ser «hijos de
una extranjera» al estatus similar de nóthoi, lo que sigue su
poniendo la exclusión del cuerpo ciudadano37. Pero hay que
tener en cuenta que el propio Jasón, aunque griego, es un
«refugiado» al que su unión con una bárbara excluía doble
mente de la polis gobernada por Creonte, su nuevo suegro.
El matrimonio que va a formar con la única hija de Creon
te, con una hija epiclero, invierte el sistema ordinario en la
medida en que es el hombre quien se desplaza a casa de la
esposa para perpetuar el linaje de ésta. Aceptando este pac
to, que en cierta forma lo feminiza, Jasón sí que conseguiría
un mayor grado de integración para sus hijos: aunque en ca
lidad de bastardos, éstos tendrían acceso al tipo de hogar y
de educación que Jasón cree que les corresponde como des
cendientes de un griego.
Por otra parte, de la concepción, a la que aludíamos, de
38 236 y 237.
39 W E. Thomson, «Athenian Marriage Patterns: Remariiage», en
California Studies in Classical Antiquity, 5, 1972, pág. 211 y ss.
40 669.
41 Medea, 679 y 681. Plutarco, Teseo, III.
Egeo confía a Medea este enigma en nombre de la sabi
duría presciente que la caracteriza42. Pero, por todo descifra
miento, la heroína le explicará la situación límite en la que
se encuentra y le rogará que la asile en su hogar ateniense,
en donde promete sanar su esterilidad con los hechizos que
ella domina. Sólo teniendo en cuenta —como sin duda lo
hicieron los oyentes de Eurípides— que Medea y Egeo en
gendrarán en Atenas a Medo, se entiende que, al exponer su
caso, la maga está revelando43 al mismo tiempo la, hasta ese
momento incierta, reconstrucción de su vida y la incógnita
que martiriza al rey de Atenas. Y resulta significativo que
sea, precisamente, tras constatar la importancia que Egeo
atribuye a la paternidad cuando Medea toma la decisión de
asesinar a su marido matando tanto a los hijos que ya tiene
como a la nueva esposa que iba a procurarle otros44.
De forma explícita la temeridad de la asesina de sus pro
pios hijos sólo será calificada de bárbara: «No existe mujer
griega que jamás se hubiera atrevido a eso» —afirma Ja
són45. Sin embargo, el texto de Eurípides proporciona los in
dicios suficientes para interpretar este «acto de barbarie»
como la asunción del principio paterno griego por parte de
una madre más que como la simple reacción histérica de
una mujer desconocedora de las leyes griegas. Dicha asun
ción pasa, para empezar, por el hecho de que, al matar a sus
hijos, Medea está haciendo uso de un derecho que en terri
torio griego sólo el padre puede poner en práctica. En efec
M a t e r n id a d v ip e r in a
L a s m a d r e s , l a s n o d r iz a s
19 Emilio, Libro V
Cuando Eva da a luz, «Adán se retira del paraíso», escribe
Michelet en El amor. En 1879, el doctor Gamier, autor de
un libro de gran éxito sobre el matrimonio, escribe que un
marido enamorado entregará su hijo a la nodriza. Sin em
bargo, en el curso del siglo xix los hombres comienzan a
practicar el coito interrumpido (al menos, en Francia). Pero
este método anticonceptivo, por una parte, no es seguro y,
por otra, las mentalidades no progresan tan rápidamente
como las prácticas.
El principal resultado de la ofensiva filosófica consistió
en modificar las relaciones de clase. Las grandes damas es
clarecidas se empeñaron en favorecer la lactancia materna...
entre las mujeres del pueblo. Fundaron asociaciones feme
ninas hacia finales del siglo x v iii en las grandes ciudades;
por ejemplo, la Sociedad de caridad maternal, en París, o la
Junta de Damas, en Madrid20. Tenían por objetivo socorrer
a las madres más pobres, bajo diversas condiciones; entre
ellas, la de dar el pecho a sus hijos. Estas sociedades se mul
tiplicaron en el siglo xix.
Las burguesas escucharon otra parte de la lección: a sa
ber, que ellas debían desconfiar de las nodrizas y conservar
a sus bebés junto a ellas. De ahí la costumbre que domina en
el siglo xix: se hace venir a la nodriza al domicilio de los pa
dres. Entonces se plantea un nuevo problema: el de las rela
ciones, a veces difíciles, entre la señora y su «sustituía». La
joven madre comienza a mostrarse celosa de sus prerrogati
vas; a veces ha gastado una fortuna para el ajuar, la cuna, los
muebles del cuarto del niño; quiere apropiarse de su bebé y
disfrutar de las primeras sonrisas pero no osa contrariar a la
nodriza, cuya leche podría alterarse. Esta, jugando con esta
ventaja, se muestra a veces exigente y caprichosa.
La nodriza en la casa es ante todo un cuerpo, bien trata
do, pero domesticado21. Como constituye un signo exterior
20 Mónica Bolufer Peruga, «El plantel del Estado: educación física
de las mujeres y los niños en la literatura de divulgación médica del si
glo x v i i i » , Universitat de Valencia, inédito.
21 Fanny Fay-Sallois, Les nourrices á Paris au 19e siécle, París, Pa-
yot, 1980,
de riqueza para sus patronos siempre está coquetamente
atildada. En la casa se la mima: su salario es elevado, recibe
muchos regalos. Duerme en el cuarto del niño y no en una
buhardilla como los demás empleados domésticos. Se le
exige una limpieza rigurosa pero come lo que le gusta y no
trabaja demasiado: algo de lavado o de costura. En la ruda
existencia de una mujer pobre se trata de un extraño parén
tesis que puede dejar huellas indelebles.
Pero la experiencia comporta sacrificios duros. La no
driza abandona su familia. Viene a presentarse con su pro
pio bebé en la oficina de nodrizas de la ciudad que funcio
na, en cierto modo, como un mercado de ganado. Antes de
contratarla el médico palpa sus senos, prueba su leche, hue
le su aliento, examina a su hijo (algunas mujeres llevaban
uno prestado...). Después del contrato debe separarse de su
bebé, que una «portadora» acompañará hasta el pueblo; las
portadoras iban cargadas, frecuentemente, de varios bebés
al mismo tienípo, sin muchos miramientos. Si no se prohí
ben las relaciones sexuales a la nodriza (no se osa apartar to
talmente al marido), al menos se las desaconsejan firme
mente. Un médico lo dice con crudeza: «...una nodriza ha
de ser considerada solamente como una vaca lechera. Des
de el momento en que pierde esta cualidad se la debe despe
dir inmediatamente». La sensibilidad democrática, que se
incrementa en Francia bajo la Tercera República, denuncia
esta condición como escandalosa y la asimila a la de la pros
tituta: una mujer que vende su cuerpo.
L a s m a d r e s , l o s m é d ic o s
I n t r o d u c c ió n
Los TRES r e g i s t r o s : u n m o d e lo c o n c e p t u a l p a r a p e n s a r l a
m a te r n id a d .
La m a t e r n id a d e n l a s r e d e s d e l o s g r a n d e s s a b e r e s
19 íd , pág. 577.
Esta frase ha sido erróneamente traducida en la edición castellana
citada como: «nuestra falsedad hubiera sido vituperada por la verdad»
[N, de laT J
20 C. Kerényi, Gli dei egli eroi della Grecia, 2 vols. (1951), Milán,
II Saggiatore, 1963.
to de la identidad sexuada, antes de la oposición de los gé
neros, antes de la existencia de un sujeto capaz de decir
«yo». Como tal, es una forma del Ello, de su existencia im
personal y atemporal. Una forma que el icono representa
mejor que la palabra, si es cierto que el sueño transforma los
pensamientos del inconsciente, para sustraerlos a la censu
ra, en imágenes, en una puesta en escena. A través de las
formas de la condensación y del desplazamiento, en efecto,
es posible hacer coexistir tiempos y espacios diversos, con
tenidos opuestos, deseos contradictorios.
Si admitimos que las figuras gozan, ante las barreras de
la censura, de un privilegio con respecto a las palabras — en
el sentido de que los ojos de la mente pueden ver lo que los
oídos interiores no son capaces de oír—, la talla de la Gran
Madre amenaza probablemente con transmitir significados
excluidos de la tradición verbal.
E l e n ig m a d e l a s M atres M a tu ta e
21 S. Freud, «El tema de la elección del cofrecillo», op. cit, pág. 971
136
Figura 1
sentar aquello que, en lo psíquico, carece de representación
y, en cierta medida, de aceptación. Sin embargo, estas for
mas simbólicas polivalentes amenazan con enviar al ser hu
mano, recalcitrante a reconocerse como mortal, un mensaje
fundamental: «él era también una parte de la naturaleza, y
se hallaba sometido, por tanto, a la ley inmutable de la
muerte»22.
El sentido de la caducidad pasa, para nosotros, a través
del «sentimiento oceánico» de pertenencia a la naturaleza.
Como si la aceptación del límite se alcanzara sólo después
de haber franqueado las barreras narcisistas del Yo.
Por el hecho de ser exteriores con respecto al tiempo vi
vido y al espacio de la identidad individual, las Matres Ma-
tutae constituyen una ocasión de afrontar la verdad sobre
nosotros mismos, una experiencia iniciática, aniquiladora y
liberadora al mismo tiempo.
Descubiertas casualmente en 1845, durante los trabajos
de sistematización del fondo Patturelli, situado en la perife
ria de la actual Santa María Capua Vetere, estas grandes es
tatuas de tufo (sentadas miden más de un metro y medio) re
presentan una divinidad materna cuyo nombre desconoce
mos. Adornaban un gran templo que se erguía en tomo a
una elevada ara votiva. Los imponentes restos del santuario
y del área sagrada circundante, incluida a su vez en una vas
ta necrópolis cercada de murallas, habían sido destruidos
por el propietario del terreno y por las sucesivas excavacio
nes «científicas», interesadas solamente en la recuperación
de preciadas terracotas. De las numerosas estatuas femeni
nas encontradas, ciento cincuenta fueron adquiridas por el
Museo de Capua. Estas representaciones tan alejadas de la
estética imperante en ese momento suscitaron un profundo
desconcierto, a tal punto que uno de los primeros estudio
sos, Mancini, las definió como «tan compactas y monstruo
sas que parecen escuerzos».
El estudio de las antefijas que decoraban el santuario
permite atribuir el conjunto a la primera mitad del siglo vi o
N e g a c ió n d e l a m a t e r n id a d
y a d q u is ic ió n d e l a s u b je t iv id a d
4 Ver, por ejemplo, Evans (1985); Young (1990) Evans escribe que
«en cierta tradición del feminismo contemporáneo, la maternidad — en
todas sus manifestaciones físicas— se considera como fundamental
mente activa y normal (!), en tanto que todos los intentos de despojarla
de esas cualidades se entienden como propios de la denigración patriar
cal de las actividades de las mujeres». Beauvoir, prosigue, «ha interna
lizado a tal punto la ideología patriarcal» que no puede concebir sino
una imagen masculina del embarazo (63).
jer en oposición al significado cultural de una maternidad
«natural» que se autorrealiza.
Puesto que escribía en el contexto de una sociedad que
equiparaba (y continúa haciéndolo) la capacidad reproduc
tora con la función social, Beauvoir tenía que cortar, en pri
mer lugar, las conexiones supuestamente naturales entre ser
mujer y ser madre, y entre ser una madre y estar satisfecha
y realizada. Cuestionando el saber tradicional de que «el
embarazo es un proceso normal» que «no es peligroso» y
que en algunas ocasiones hasta puede ser «benéfico» para la
madre, Beauvoir escribe que «en contraposición a una ima
gen optimista que tiene una utilidad social demasiado obvia,
la gestación es una tarea fatigadora que no tiene un benefi
cio individual para la mujer sino que, por el contrario, re
quiere pesados sacrificios. Con frecuencia se asocia en los
primeros meses con pérdida del apetito y vómitos, que no se
observan en las hembras de los animales domésticos y que
señalan la revuelta del organismo contra la especie invaso-
ra» (1974, 33). A diferencia de algunas comentaristas que
leen, demasiado literalmente, «la revuelta del organismo
contra la especie invasora» como una descripción divertida
e ingenua (cuando no perturbadora) del cuerpo materno en
los primeros estadios de la gestación5, propongo una lectura
simbólica de esa frase, como una escenificación aguda, una
representación feminista del cuerpo materno que desfami
liariza lo familiar y desnaturaliza lo natural. Si «lo que exis
te realmente no es el cuerpo-objeto descrito por los biólogos
sino el cuerpo tal como es vivido por el sujeto» (42)
— como dice Beauvoir, citando aprobadoramente la afirma
ción del psicoanálisis— entonces el discurso científico pue
gundo sexo fue cr iticado por esta misma razón, se podría afirmar que la
cantidad de ejemplos, hechos, parábolas, historias, mitos, etc., que pre
senta el texto, ponen en duda el carácter obvio de la pregunta inicial de
Beauvoir: ¿Qué es una mujer? Hacia el final del libro, el lector no tiene
la menor idea de lo que es una mujer ; ése fue el logro sorprendente de
Beauvoir.
8 Se debe observar, sin embargo, que en la panoplia de voces feme
ninas que presenta Beauvoir faltan completamente las de mujeres de
otros orígenes étnicos, raciales y, en menor medida, de clase, Para una
crítica de la categoría de mujer en Beauvoir, ver Spelman (1988). Emily
Martin (1987) demuestra cómo tales diferencias entre las mujeres mo
delan sus concepciones de la maternidad.
9 Aunque Kristeva tiene razón cuando afirma que (la innombrada)
Beauvoir no propuso significados alternativos de la maternidad, se re
quiere bastante mala fe para acusarla de haber ignorado lo que tienen
que decir las mujeres acerca de la maternidad. De hecho, E l segundo
sexo contiene más enunciaciones sobre la maternidad hechas por muje-
voir, sin embargo, no es sugerir un significado alternativo
para la maternidad sino exponer lo que está en juego, para
el orden patriarcal, en la representación monolítica de la
madre.
Oponiéndose a la pretensión de que la maternidad es la
modalidad más natural de creatividad femenina, Beauvoir
observa que el embarazo «es una extraña suerte de creación
que se realiza de una manera pasiva y contingente» (553).
Porque la madre, afirma Beauvoir, «no hace realmente al
niño, éste se hace dentro de ella; su carne engendra sólo car
ne, y ella es completamente incapaz de establecer una exis
tencia que tendrá que establecerse por sí misma. Los actos
creadores que se originan en la libertad establecen al objeto
como un valor y le asignan la cualidad de lo esencial; en
tanto que el hijo no se justifica de este modo en el cuerpo
materno; sólo es un crecimiento celular gratuito, un hecho
bruto de la naturaleza, tan dependiente de las circunstancias
como la muerte, con la que mantiene una correspondencia
filosófica» (554). Este pasaje parece afirmar lo que Kriste
va (en otra referencia velada a Beauvoir) llama el «mito
existencialista» de la creatividad (1986b, 298). En este pun
to del texto, sin embargo, Beauvoir en realidad está tratando
de comprender cómo opera una fantasía de creatividad para
reparar la fragmentación que las mujeres experimentan en el
embarazo. Beauvoir no discrepa con Kristeva, entonces,
cuando considera que la pretensión de control es ilusoria.
Más que construir la fantasía de control como una fantasía
infantil semejante a las mistificaciones religiosas, sin em
bargo, Beauvoir la interpreta como un problema político de
orden superior. Que una madre imagine que hace un niño es
una respuesta comprensible y profundamente perturbadora
en una sociedad en la que se le niega a la mujer el estatus de
amor materno» (1987a, 252). La madre amante, cuyos deseos están des-
erotizados y centrados exclusivamente en su hijo, dice Kristeva, es un
velo ideológico que cubre «el abismo apenas oculto en el que se pueden
hundir nuestras identidades, imágenes y palabras» (1987b, 42). Aunque
Kristeva ha hecho mucho por desarr ollar esta crítica de la madre, debe
mos reconocer que sus elementos clave se encuentran en El segundo
sexo.
Beauvoir habla de lo que vincula a la niña con la madre pero
también de lo que la aleja de ella. Por ejemplo, la niña está
«horrorizada» ante la visión del cuerpo materno porque
contempla en él «todo su destino» (336). Al temer el cuerpo
de la madre, tiene miedo también del suyo, cuya madura
ción llega a simbolizar a la madre a la que la niña permane
ce unida pero que representa «una finalidad que la aleja de
sí misma» y «la destina al hombre, a los hijos y a la muer
te» (345).
Es importante observar, sin embargo, que al insistir en
la enorme ambivalencia, miedo y quizás también odio que
la niña siente hacia su madre y hacia la posibilidad de ser
madre, al embarazo y al parto, Beauvoir revela las razones
socialmente explícitas de esa ambivalencia en la cultura pa
triarcal, e insiste en la importancia de que las teorías femi
nistas den cuenta de ello. Cuando la intensa lucha por sepa
rarse de la madre se entiende como un problema masculino,
o cuando se interpreta la expresión del horror al cuerpo ma
terno como una visión masculina de la separación primaria,
las feministas corren el riesgo de reinscribir una imagen
nostálgica y romántica de la maternidad que puede sostener,
aunque involuntariamente, las representaciones masculinis-
tas de la madre amante. El odio y la rabia hacia la figura
materna es algo que las feministas deben afrontar cuando se
ocupan de la cuestión de la subjetividad femenina. Al hablar
de esas emociones inexpresables, Beauvoir enunció, una
vez más, la realidad de las contradicciones femeninas. Así,
en lugar de traicionar al debate feminista sobre la relación
madre-hija, Beauvoir lo hizo progresar al reformularla
como una relación social atrapada en el contexto terrible de
una cultura patriarcal y no como una relación natural ya
dada en el destino biológico de todas las mujeres. Al hacer
lo, El segundo sexo sostiene que la transformación de la re
lación madre-hija debe involucrar una lucha personal y po
lítica y que su futuro no radica precisamente en lograr la ar
monía sino en el reconocimiento de la diferencia, del
conflicto, de la ambigüedad.
El empleo discursivo de lo materno en Beauvoir, como
he sugerido, pone en cuestión al sujeto masculino de la mo
dernidad que algunas críticas pretenden encontrar en su
obra. En realidad, en la medida en que el texto demuestra
que el sujeto masculino soberano necesita a la madre como
la condición misma de su pretensión de dominio y autono
mía, revela también hasta qué punto la crítica de la materni
dad es fundamental para la refutación de los términos an-
drocéntricos del humanismo de la ilustración. Aun cuando
las mujeres se nieguen a aceptar el papel masculinista de la
madre, sostiene Beauvoir, no pueden acceder al estatus del
sujeto idéntico a sí mismo, desencamado. Porque ese sujeto
necesita una madre, un Otro, una diferencia absoluta de sí
mismo sin la cual se vería forzado a reconocer la alteridad
dentro de sí mismo, es decir, sin la cual no existiría.
El esfuerzo de Beauvoir por distinguir entre un sujeto-
madre y las células que se dividen en el interior del cuerpo
materno, entonces, no se puede interpretar como una fanta
sía humanista de dominio si se entiende que esa fantasía im
plica la postulación de un sujeto soberano creado a través de
la aniquilación de los orígenes, de la negación del cuerpo,
de la interdependencia humana y todo lo que sirve para huir
de la alteridad y la vulnerabilidad que existen en todo ser
humano. Kristeva tiene razón cuando sostiene que el recha
zo a reconocer lo extraño dentro de uno mismo precipita la
creación de víctimas propiciatorias y, cuando el sujeto es el
hombre, ese rechazo constituye a la mujer como la víctima
propiciatoria de la cultura occidental. Pero la sugerencia de
que Beauvoir está atrapada en esta ilusión de dominio supo
ne una lectura equivocada de El segundo sexo.
Aunque El segundo sexo prefigura elementos de la crí
tica del sujeto de la modernidad enunciada por Kristeva,
como he sugerido, Beauvoir propone una teoría alternativa
de la subjetividad que la opone tanto al postmodemismo de
Kristeva como al existencialismo de Sartre. Aunque no es
tán nítidamente definidos, los esbozos de la teoría del suje
to de Beauvoir pueden comprenderse al resumir sus diferen
cias con Kristeva acerca de la maternidad. Existe una pro
funda diferencia entre sostener que la madre como sujeto es
una ilusión y afirmar, como creo que hace Kristeva, que
todo intento de conferir subjetividad a la futura madre es
una ilusión. Beauvoir fue quien mostró que la idea masculi-
nista de la madre como sujeto es una ilusión precisamente
porque es el sujeto mudo que asegura el poder masculino y
los bordes de la identidad masculina. La madre marca el lu
gar en el que las mujeres son por cierto no sujetos, los no su
jetos de la «maternidad forzosa». La madre como sujeto
existe, entonces, allí donde las mujeres como sujetos no
son: ausentes no a causa de su localización cósmica en un
espacio materno más allá del tiempo paterno sino en razón
de su situación social en una cultura patriarcal. Esa pérdida
de subjetividad es lo que alimenta la necesidad psíquica de
la mujer gestante de insistir en su control sobre el proceso
en el que «la antítesis de sujeto y objeto deja de existir». Por
lo tanto, si deseamos promover una experiencia menos rígi
da de los límites psíquicos y corporales, una concepción
más fluida de la identidad, la respuesta no puede ser, por
cierto, colapsar a la futura madre en el silencio del espacio
materno no significable.
Así, el problema para el feminismo no es la madre como
sujeto sino las mujeres como no sujetos, como ideal mater
nal, la madre como sujeto mudo. En oposición a Kristeva,
Beauvoir nos recuerda que el orden patriarcal no se puede
cuestionar asignando a las mujeres un espacio ajeno al dis
curso, sino sólo modificando su posición dentro de él. Para
algunas mujeres este proyecto no implica necesariamente el
rechazo de la maternidad pero, para todas, requiere claramen
te el rechazo del «eterno maternal». Es ciérto que Beauvoir
temía tanto al segundo que no pudo comenzar a articular la
primera; sin embargo, abrió un espacio conceptual en el cual
las feministas podrían proponer significaciones alternativas
de lo materno, elaborando una concepción del sujeto femeni
no que no esté definido por la maternidad. Además, demarcó
una posición que toma en consideración el cuestionamiento
al dominio que representa el cuerpo femenino y advirtió con
tra el riesgo de reanimar los mitos masculinistas.
Beauvoir recusa tanto el no sujeto de lo materno de
Kristeva como el sujeto dominante de la modernidad porque
comprende cómo el primero puede servir para sostener al
segundo. Kristeva utiliza la heterogeneidad materna para
desestabilizar al orden simbólico, pero no logra darse cuen
ta de que afirmar a la futura madre como no sujeto puede
dar crédito, aunque paradójica e involuntariamente, a los
portavoces de los derechos jurídicos del feto. Hemos obser
vado que se puede postular al feto como un sujeto cuyos de
rechos tienen pr eeminencia sobre los de la madre, cuando la
madre como sujeto hablante ha sido obliterada, reducida a
un mero recipiente reproductor. De modo similar, la llama
da maternidad de alquiler también se funda en el silencio de
la mujer-madre. Basta con recordar a Mary Beth Whitehead
para reconocer que es precisamente la madre quien habla,
reclama, se niega a ser una incubadora a la que se reduce al
silencio mediante la calificación de lunática, de «mala ma
dre». Aunque Kristeva sería la primera en reconocerlo, tene
mos todas las razones para preguntamos si su celebración
de la «vía de pasaje» sin sujeto, sin lenguaje, del cuerpo ma
terno no sostiene, más que contestar, el orden patriarcal.
Beauvoir, por su parte, nos dice que no deberíamos afir
mar que las madres controlan un proceso que, ciertamente,
pone en cuestión la posibilidad misma del control. Sin em
bargo, también nos dice que debemos insistir en el lenguaje
femenino y en el establecimiento de un límite simbólico
dentro del cuerpo materno, si queremos oponemos a que las
mujeres sean consideradas como las portadoras pasivas de
una teleología de la especie. La lucha retórica de Beauvoir
contra el eterno maternal, entonces, no indica simplemente
a las feministas que rechacen la maternidad; más bien, les
ofrece una estrategia compleja para cuestionar, en términos
de Kaja Silverman, «a la dominación desde dentro de la re
presentación y la significación y no desde el lugar de una
biología que resiste de una manera muda» (1988,125). Y en
un mundo de «derechos del feto» y de «maternidad de al
quiler», concluimos, hay razones suficientes para volver a
leer y a pensar sobre la polémica descripción de la matemi-
cad de El segundo sexo.
A d am s, Parveen, y B rown , Beverly, «The Feminine Body and Fe-
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B e au vo ir , Simone de (1949), The Second Sex, ed. y trad. H. M.
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Las Madres de Virginia Woolf
E s t h e r S á n c h e z -P a r d o G on zález
M a d r e s S u s t it u t o r ia s
M a d r e s e n l a F ic c ió n
M a d r e s y a u t o b io g r a f ía : l a e s c r it u r a c o m o t e r a p ia
De la familia a la polis
Posiciones amorales y relaciones éticas
L u c ia n a P e r c o v ic h
N a c e r d e m u je r
E l p e n s a m ie n t o m a t e r n o
Educar no es conservador
E r o t iz a c ió n d e l d o m in io
Padre e hija
P o s ic io n e s a m o r a l e s y r e l a c io n e s é t ic a s
Normas y relaciones
La visibilidad política
La madre simbólica
B ib l io g r a f ía
9 Piera Aulagnier, «Quel désir pour quel enfant?», Topique, núm. 44,
París, 1990, pág. 201.
10 Pierre Legendre, L’inestimable objet de la transmission, París,
Fayard, 1985, pág. 48.
bitualmente integradas— culmina normalmente en la cons
titución de una relación de reconocimiento mutuo de alteri-
dad y semejanza —característica y fundante de las relacio
nes entre humanos— que al posibilitar el surgimiento de un
nuevo sujeto — el hijo— permite resignificar a los genitores
como padre o madre. Se agrega así una generación al linaje.
El niño que las Abuelas de Plaza de Mayo buscan, des
de lo real de su pérdida, es el suyo, el desaparecido, símbo
lo de su fecundidad biológica y social cercenada. Un hijo o
una hija, que se hizo a su vez padre o madre en un momen
to en que no pudo sostener su deseo de descendencia con su
propia vida, que le fue arrebatada simultáneamente con el
niño, producto gestado de ese deseo. Ambos extraídos vio
lentamente del ámbito familiar originario y volcados a una
sociedad que elabora -su cuestionadora existencia y los san
ciona por medio de las subestructuras de la represión ilegal,
tales como las fuerzas armadas, el poder judicial venal y las
familias apropiadoras o adoptantes, cómplices o ignorantes.
Las relaciones de poder existentes —las mismas que de
terminaron la derrota y la muerte del hijo— se expresan en
estas instituciones, con las que guardan una relación más o
menos directa, con diferentes grados de complejidad y de li
bertad respecto de los determinantes macrosociales. Cabe
preguntarse cómo opera en la subjetividad de las Abuelas la
negación de que la Justicia, de cuyos representantes concre
tos — los jueces— han esperado y esperan la restitución de
sus nietos, son (salvo contadas excepciones) los mismos que
les negaron los habeas corpus de sus hijos durante la dictadu
ra. Como si para ellas la decisión dictatorial de interrumpir la
transmisión de la ideología que sustentaba la práctica política
de los desaparecidos, por medio de la captura y expropiación
de sus hijos, fuera imposible de creer. Más allá de que fuera
declarada públicamente por los represores y que guardara
evidentemente relación especular con la hipótesis de los mi
litantes sobre el papel de la reproducción biológica en el sos
tenimiento de su lucha: debían tener hijos —no obstante el
riesgo de vida que corrían, que podía impedirles criarlos—
para dejar su semilla ideológica en la sociedad.
Esta imposibilidad de creer en la efectividad — aún vi
gente— de esta forma de represión, se funda en una concep
ción abstracta y acrítica del poder judicial, que es deseado,
solicitado e instituido como representante de la tutela de in
tereses y derechos declarados universales; en la imposibili
dad de ver en él —a pesar de su cruel experiencia— el mon
taje formal jurídico de la dominación política en cada situa
ción histórica.
A esta «legalidad», que sólo difícil y esporádicamente
logra convertirse en justicia, se agregan permanentemente
las infracciones de las normas vigentes por parte del apara
to judicial, que redoblan las injusticias inherentes al orden
que dicen proteger, y que caricaturizan el papel de los jue
ces como avales de la corrupción y el delito.
Que el hijo sea irrecuperable para la mujer madre es la
pérdida que marca la integración de lo biológico en lo cul
tural, condición social de la vida humana. Dar vida es darla
a un individuo que forma parte de un grupo que lo recono
ce como integrante del mismo y le otorga en él un lugar se
gún sus leyes. La prohibición del incesto familiariza a las
mujeres con la pérdida del hijo en beneficio de la sociedad.
Pero que la apropiación del hijo por el Estado (representan
te de la comunidad) se haga literalmente dándole muerte
(y no infligiéndole cualquiera de sus metáforas mortifican
tes, que admiten y promueven la continuidad de un discur
so) es intolerable, ya que pone de manifiesto —una vez más
y en otro nivel— la cercanía paradójica de la vida y la muer
te en lo real: si ese hijo se singulariza subjetivamente, iden
tificándose con valores revolucionarios, desear su vida es
—no imaginaria, sino objetivamente— enfrentar su muerte.
De hecho, es lo que encuentran a consecuencia de su exce
lencia ética, traducida en la coherencia de sus actos con sus
ideas políticas. Se hacen culpables de transgredir un orden
injusto porque creen que puede ser cambiado y se responsa
bilizan por su creencia.
La desesperación causada por la pérdida sufrida pro
mueve en las Madres y Abuelas una sensibilidad especial
para detectar algunos puntos de inconsistencia en este blo
que social adverso. Hubo y hay algunas excepciones entre
los jueces, pero a pesar de sus inveterados esfiierzos, no se
ha logrado instalar el problema del esclarecimiento de las
desapariciones y de la recuperación de los niños secuestra
dos, como una necesidad asumida institucionalmente por la
justicia, ni mayoritariamente por la sociedad civil. Esto es lo
que testimonian las Leyes de Punto Final, Obediencia Debi
da, dictadas durante el gobierno de Alfonsín y el Indulto a
los integrantes de las Juntas Militares concedido por el pre
sidente Menem y el rápido acallamiento de los reclamos po
pulares por la justicia debida a los delitos del gobierno mi
litar.
¿Deberíamos pensar, tal vez, que estos niños no están
faltando a toda la sociedad, sino sólo a sus familias? ¿Cuá
les son los requisitos para que este penar privado sea toma
do como deuda social y no abandonado al resultado de sus
propios esfuerzos — en cuyos logros se hace difícil recono
cer algo más que una reparación individual de los derechos
inherentes a la relación de parentesco— conseguido con la
colaboración de grupos solidarios que son pequeños en re
lación al efecto social de los crímenes cometidos?
Podríamos ver en esta relación entre lo individual y lo
colectivo un paradigma de la alienación del trabajo repro
ductivo de la maternidad (infusión del programa biológico
sin sujeto en el propio cuerpo de un sujeto simbolizante, al
decir de J. Kristeva)11 en las estructuras sociales que funcio
nan sordas a los sentidos particulares que en ellas se sus
citan?
El clamor de las Abuelas por sus nietos desaparecidos,
que busca ser compartido con el resto de la sociedad, no es
como se dice12, la insistencia del deseo de sus hijos, sino la
del suyo propio, reinterpretado y recuperado a partir de la
desaparición.
COKNELIUS CASTORIADIS 1
D u elo de d uelos
M a r í a : e l d e s e o d e l d e s e o d e hijo
M i r e i a : u n a m ir a d a d if e r e n t e
H era o l a b ú s q u e d a d e s e r m u je r
302
embarazada, y para conseguirlo optó por solicitar que la in-
seminaran artificialmente en otro país. No sabemos si la im
potencia de su marido estaba unida a una esterilidad deriva
da de su enfermedad crónica.
Las entrevistas con la madre primero y con Sonia des
pués fueron revelando aspectos significativos de ambas.
Respecto de Hera destacaremos los elementos singulares
que parecían convergir en la renuncia a su sexualidad:
— La elección de pareja se originó a través de su her
mano enfermo y se hallaba impregnada de un marcado ca
rácter incestuoso. Durante el tiempo de vida en común,
Hera se había dedicado fundamentalmente a cuidar a su ma
rido, a atenderlo «como si tuviera un niño»: bañarlo, vestir
lo, darle la comida, y todo tipo de cuidados materiales. De
cía que «tenía que hacérmelo sola», aludiendo a la inexis
tencia de vida sexual entre ambos.
— Cuando se planteó quedarse embarazada, fue tam
bién a «hacerlo sola». Para ello recurrió al ámbito médico,
próximo al contexto profesional en que ella se desenvolvía.
La inseminación artificial se llevó a cabo con donante anó
nimo. De esta manera se produjo una confluencia de cir
cunstancias que confirmarían en el plano fantasmático su
plenitud o autosuficiencia.
— Tras una primera y única inseminación, logró un
embarazo que se desarrolló sin complicaciones. Tiempo
después del nacimiento de la niña, a la que le pusieron sig
nificativamente un nombre fonéticamente idéntico al del
padre legal, aparecieron conflictos que fueron en aumento.
La relación de pareja se iba deteriorando progresivamente.
Tras el nacimiento de la niña, Hera tenía que «cuidar a dos»,
y el marido estaba celoso de la recién llegada.
In m a c u l a d a o e l d e s e o d e t e n e r u n hijo
PARA EVITAR SER MUJER
C ar m e n A ld a
Psicoanalista. Miembro del T.I.P. Adopciones Internacionales y
Nacionales, Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña. Direc
ción General de Atención a la Infancia (Generalidad de Catalu
ña). Coordinadora del Grupo de Investigación sobre la «Adop
ción» del Colegio de Psicólogos de Cataluña. Coordinadora de
LAF, Centro de Atención Psicológica en Cerdanyola.
R e g in a B a yo - B or rás
Psicoanalista. Co-fundadora y docente de la Escuela de Clínica
Psicoanalítica con niños y adolescentes. Docente-colaboradora de
la Universidad Autónoma de Barcelona. Psicoterapeuta de niños y
adultos en el Centro de Higiene Mental de Comellá de Llobregat.
N u ria C am ps
Psicoanalista. Psicóloga adjunta del Servicio de Psicología del
Instituto de Urología, Nefrología y Andrología de la Fundación
Puigvert. Autora de «Dinámica emocional de las parejas en la in
fertilidad» (1986), en Sexto Curso de Andrología para posgra
duados, Servicio de Andrología F. Puigvert, Barcelona, Reunio
nes y Congresos F. A. Madrid.
G em m a C án ovas i S au
Psicoanalista. Psicoterapeuta del centro de Atención Psicopeda-
gógica Infantil de Comellá de Llobregat. Asesora psicológica de
Tu hijo, Ed. Planeta.
A nna G o l d m a n - A m irav
Escritora y periodista sueca. Ha publicado dos libros en Suecia:
Vara bibliska módrar (Nuestras madres bíblicas), un análisis fe
minista de las mujeres del antiguo testamento, y Den sista Kvin-
nan fran Ur (La última mujer de Ur), una novela sobre Sarah.
A na I r ia r ie
Profesora de la Universidad del País Vasco, ha consagrado su in
vestigación al estudio antropológico de la Grecia clásica. Autora
de Las redes del enigma. Vocesfemeninas en elpensamiento grie
go (Madrid, Taurus, 1990). Ha colaborado en numerosas publica
ciones colectivas y revistas especializadas tanto en Historia anti
gua como en Mitología clásica.
Y vonne R nibiehler
Profesora emérita de Historia en la Universidad de Provence. Es
pecializada en la historia de las mujeres, de la familia y de la sa
lud. Ha publicado: L ’histoire des méres (en colaboración con Cat-
herine Fouquet), Montalba, 1980,2.a ed., Hachette, 1982; traduc
ción al japonés en prensa; Nous les assistantes sociales.
Naissance d ’uneprofession, Aubier Montaigne, 1980; De lapu-
celle á la minette (en colaboración con M. Bemos, E. Ravoux-
Rallo y E. Richard); Temps Actuéis, 1982, 2.a ed., 1989; Lafem-
me et les médecins (en colaboración con C. Fouquet), Hachette,
1983; Cornettes et blouses Manches. Les infirmiéres dans la so-
ciété frangaise 1880-1980, Hachette, 1984; La femme au temps
des colonies (en colaboración con Regine Goutalier), Stock,
1985, 2.a ed., 1990; Les peres aussi ont une histoire, Hachette,
1987; colaboración en el tomo IV de Histoire des femmes bajo la
dirección de Georges Duby y Michelle Perrot, Plon, 1991 [Trad.
esp.: Historia de las mujeres, Taurus, 1992-1994]; Des Frangais
au Maroc (en colaboración con G. Emmery y F. Leguay, prefacio
de Tahar Ben Jelloun) Denoél, 1992.
N ico le L o r a u x ^
Profesora de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de
París. Especialista en la cultura ateniense de la época clásica, ha
propuesto un fructífero método de interpretación del discurso
griego sobre lo político y la feminidad. Entre sus publicaciones
más significativas se cuentan: L’invention d'Athenes. Histoire de
l ’oraison fúnebre dans la cité classique (París, Mouton, 1981);
Les enfants d ’Athéna. Idéesathéniennes sur la citoyenneté et la
división des sexes (París, Maspero, 1981) y Fagons tragiques de
tuer une femme [trad. esp.: Maneras trágicas de matar a una mu
jer, Madrid, Visor, 1989].
L u cia n a P ercovich
Licenciada en lenguas y Literaturas extranjeras modernas por la
Universidad de Milán. Profesora de Comunicación Lingüística e
Inglés en el Instituto Experimental de Comunicación Visual y
Lingüística de Milán. Entre 1972 y 1987 dirige la colección de
ensayos II Vaso di Pandora (La Salamandra Edizioni) y luego co
labora con La Tartaruga Ed. De 1975 a 1986 forma parte de la Li
brería de Mujeres de Milán. Ha publicado: Passaggi, momenti de-
lla construzione di sé, 1993; Guerre che non ho visto, sull’ag-
gressivitá femminile, 1995; L’Etica necessaria, ereditá materna
e passione política, 1993; Verso il luogo delle origini (compila
dora, con Gabriella Buzzatti), La Tartaruga, 1992; ganadora del
Premio Cittá de Monselice por la traducción literaria y científi
ca del Diario di un ’astronauta de Naomi Mitchison, La Tartaru
ga, 1990.
Ha dictado cursos y seminarios en la Universidad Libre de Muje
res de Milán, la Asociación cultural Le Melusine; colabora con
el Centro de Documentación de Mujeres de Florencia y el Cen
tro de Cultura de Mujeres Margaret Fuller de Pescara; entre
1993 y 1995 forma parte de la Comisión Consultora sobre Te
mas de la Mujer de la Provincia de Milán.
M ar th a In és R osen berq
Psicoanalista argentina, estudia e investiga cuestiones de la con
dición de las mujeres. Ha publicado trabajos en diversos medios.
Integra el Consejo Editor de la revista El Cielo por Asalto. Forma
parte de la dirección del Foro por los Derechos Reproductivos de
Buenos Aires.
E sther S án ch ez -P ar d o
Profesora Titular de Literatura Norteamericana en el Departa
mento de Filología Inglesa de la Universidad Complutense de
Madrid. Ha trabajado principalmente en crítica postestructuralis-
ta, literatura postmodernista norteamericana y canadiense, en es
tudios del género, psicoanálisis y literatura de minorías. Su inves
tigación se ha desarrollado en las universidades de Madrid, Madi-
son (Wisconsin) y Toronto, becada por diversas instituciones es
pañolas y extranjeras. Ha publicado: Posímodemismo y Metafic-
ción (UCM, 1991) y una edición de autobiografía norteamerica
na del xix: La vida y experiencia religiosa de Jarena Lee (Taller
de Estudios Norteamericanos, León, 1995), así como numerosos
artículos sobre la teoría de Roland Barthes, Freud, Lacan, Kris
teva, Cixous y autores como Oscar Wilde, Virginia Woolf,
Radclyffe Hall, Hilda Doolittle, Audre Lorde, Marylinne Robin-
son, Margaret Atwood, Lee Maracle y Mary Daly.
M a r g a r ita S entís
Psicoanalista. Centro de Planificación Familiar de Santa Coloma
de Gramanet. Centro de Planificación Familiar de la L’agosta,
CAPI.
E n rique S entís
Psicoanalista. Director de Centres de Salut Mental de Badalona.
S ilvia T ubert
Doctora en Psicología, Psicoanalista. Profesora de Teoría Psi-
coanalítica en el Colegio Universitario C. Cisneros (Universi
dad Complutense de Madrid) y en el Master en Teoría Psicoa-
nalítica de la Universidad Complutense de Madrid. Ha funda
do y dirigido el Primer Centro de Psicoterapia de Mujeres en
España (Madrid, 1981-1990). Publicaciones: La muerte y lo
imaginario en la adolescencia (Madrid, Saltés, 1982); La se
xualidad femenina y su construcción imaginaria (Madrid, El
Arquero-Cátedra, 1988); Mujeres sin sombra. Maternidad y
tecnología (Madrid, Siglo XXI, 1991), y artículos en obras co
lectivas y en revistas especializadas españolas y extranjeras,
como Revista de Occidente, Clínica y Salud, Tres al Cuarto,
Letra Internacional, Debate Feminista (México), Acta Psi
quiátrica y Psicológica de América Latina (Buenos Aires),
Genders (USA), Mosaic (Cañada), Esquisses Psychalytiques
(Francia) y Psyche (Alemania), en su mayor parte referidas a la
feminidad, la sexualidad femenina y la maternidad.
S ilvia V egetti -F inzi
Licenciada en Pedagogía y especializada en Psicología Clínica.
Profesora de Psicología Dinámica en el Departamento de Filoso
fía de la Universidad de Pavía. Ha trabajado durante muchos años
como psicoterapeuta de niños y familias. Obras publicadas: Sto-
ria della Psicoanalisi. Autori opere teoríe (Milán, Mondadori,
1986); II bambino della notte, Divenire donna Divenire madre,
Milán, Mondadori, 1990. [Tra. esp.: El niño de la noche, Madrid,
Cátedra, 1993]; II romanzo della famiglia. Passioni e ragioni del
vivere insieme, Milán, Mondadori, 1992. Es miembro del Comité
Científico Internacional de Biologica. Saperi della vita e scienze
dell ’uomo; del Instituto Gramsci de Roma; de la Casa de la Cul
tura de Milán y de la dirección de la Consulta de Bioética. Ac
tualmente desarrolla un trabajo de difusión en Italia de la cultura
feminista en lengua española: ha presentado y prologado las si
guientes obras: Clara Coria, II denaro della coppia (Roma, Edi-
tori Riuniti, 1994); Emilce Dio Bleichmar, Ilfemminismo dell’is-
teria, Milán, Cortina, 1994 y Silvia Tubert, La sessualitá femmi-
nile e la sua costruzione immaginaria, Roma, Laterza, 1996.
r
Indice
In t r o d u c c ió n .......................................................................................... 7
LA MATERNIDAD
S egun da parte
T ercer a parte
DE LA FAMILIA A LA POLIS
Posiciones amorales y relaciones éticas. Luciana Percovich ..
Aparecer con vida. Martha Inés Rosenberg......................
Q uinta parte