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TIEMPO HISTÓRICO, CRISIS Y FIN DE CICLO EN AMÉRICA LATINA:

PERSPECTIVAS.

Patricio Quiroga Z 1.

La relación entre la crisis mundial y el fin de un ciclo histórico


continental ha estado presente en América Latina en tres oportunidades
(1874, 1929,1974) y se caracteriza por el derrumbe del Estado, del modelo
económico, de la inserción internacional y de la cultura; convulsiones
acompañadas por formas diversas de violencia, conculcación de los
derechos humanos y cambios en la hegemonía. La coincidencia, entonces,
de la crisis con el fin de ciclo, ha tenido consecuencias catastróficas para la
región. Las sucesivas recomposiciones del capitalismo han tenido efectos
graves para la convivencia democrática y especialmente para los
subalternos. Ahora bien, a partir de la recomposición iniciada en 1974,
pareciera estar emergiendo en el horizonte regional una cuarta posibilidad de
conjunción de crisis y fin de ciclo. Por eso, en el interés por conocer las
historias del tiempo presente y del pasado reciente, la relación crisis/fin de
ciclo es una demanda urgente que, además, se inscribe en lo que se está
denominando como el malestar latinoamericano. La incertidumbre en el
centro y las posibles repercusiones en la periferia demandan una reflexión
para entender la perspectiva de nuestras sociedades.

Tiempo histórico, recomposición capitalista, crisis en el


centro, fin de ciclo latinoamericano.

El tiempo histórico.- En América Latina, hacia mediados de la década del setenta el


advenimiento del autoritarismo pavimentó el camino para la recomposición del capitalismo,
cambio caracterizado por el impacto neoliberal facilitado por la globalización, contexto en que
colapsó la matriz estadocéntrica comenzando la expansión de la matriz mercadocéntrica,
paradojalmente profundizada por los posteriores procesos de transición a la democracia. Por
doquier proliferaron los planes de ajuste estructural estabilizándose las economías nacionales al
tiempo que se contenía la inflación; sin embargo, en los noventa los problemas
microeconómicos, los estructurales, la inequidad y el impacto de dos crisis económicas, volvieron
a abrumar a las sociedades de la región. Tendencia profundizada por la crisis de 2008 y por la
contracción de las economías latinoamericanas que se observa desde mediados de 2013,
reponiéndose la incertidumbre, la protesta y la exigencia de cambio, tendencia que condujo a lo
que se está visualizando como la apertura del período posneoliberal.

Esto no significa que el neoliberalismo haya sido aventado, la tendencia es cambiante, pues
mientras algunos países mantienen los fundamentos neoliberales (Chile), otros buscan
recomponer la matriz estadocentrica (Argentina) e incluso algunos buscan el “socialismo del siglo
XXI” (Venezuela). En suma, en el curso de una recomposición capitalista frustrada, de crisis en el
centro y un probable fin de ciclo latinoamericano, el tema de la apertura de una fase
posneoliberal podría estar trazando una vía de cambio regional, perspectiva que requiere del
análisis de las tendencias del sistema mundial y continental. La incertidumbre de la crisis en el

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Patricio Quiroga, Historiador, Prof. Titular, Universidad de Valparaíso, Chile.

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centro y las posibles repercusiones en la periferia demandan, por lo tanto, una reflexión para
entender la perspectiva de nuestras sociedades.
En esa orientación, esta contribución centra el enfoque desde un punto de vista histórico por dos
factores; a saber; i) la creciente lejanía del análisis del factor externo que caracteriza a nuestra
historiografía, y ii) por la apertura de nuevos campos disciplinarios. Ahora bien, dado el peso de
la historiografía tradicional por la exigencia de dejar pasar un tiempo para hacer historia, este
propósito se complejiza por la intención de centrar la atención en un tiempo histórico
prácticamente abandonado en el análisis. En fin, el interés, por conocer el pasado reciente es
evidente, aunque al respecto, dada la creciente especialización de la historiografía debemos
diferenciar entre historia del tiempo presente e historia reciente. La antigua historia
contemporánea, dilatada por el discurrir del tiempo, ha dado paso desde hace algún tiempo a
una nueva dimensión y comprensión del tiempo histórico en el contexto de sociedades que
demandan un mayor conocimiento del presente, especialmente de aquellas que han
sobrellevado el impacto de un pasado traumático y afanosamente buscan mejoramientos en su
calidad de vida, buscando comprender la configuración de su tiempo.

La historia del tiempo presente, constituida hace ya casi medio siglo, es “la historia de la propia
vida” (E. Hobsbawm), es la historia de un ciclo-con-sentido que relaciona conciencia histórica,
uso público del pasado y memoria, ese ciclo en la historia-mundo se abre en 1945 (fin de la II
guerra) y se cierra en 1974 (recomposición universal del capitalismo), en la memoria española se
inicia con la guerra civil y culmina con la transición, en Chile se inicia con el gobierno de la
Unidad Popular y aún se mantiene. Esto es, estamos ante ciclos de alrededor de
cuarenta/sesenta años, el tiempo de “la generación a que pertenecemos” (Roncayolo), es el
tiempo del recuerdo. Estamos ante una vía de entendimiento, un enfoque historiográfico sobre la
realidad vivida y la narración de ese girón de tiempo en combinación con la memoria, teoría y
método. Ahora bien, aceptar este punto de vista implica una ruptura epistemológica con el punto
de vista prevalente que reclama el paso del tiempo para “hacer historia”. Lo nuevo es, entonces,
la promoción del encuentro entre pasado y presente, entre la vida discurrida y el instante
reflexionado, esfuerzo en que se le asigna un papel muy importante al estudio de las líneas de
trayectoria que vienen del pasado inmediato para unir cabos desde el tiempo presente, y para
rebasar la actual tendencia a partir de lo inmediato y efímero, siendo la meta, entonces, devolver
el pasado al presente, devolviendo la historicidad pérdida en las últimas décadas volcando la
mirada sobre los indicadores más relevantes para comprender la historia de nuestros días.

Por su parte, la historia reciente, a partir de 1993, se está constituyendo como “un nuevo campo
de conocimiento” (M. López). En un contexto de creciente predominio eurocéntrico en el análisis,
de valorización de la globalización mercantil y de subvaloración de la región, es decir de alto
impacto de la cultura europea-norteamericana, de los tratados de libre comercio por sobre las
alianzas regionales y de desaparición del entorno geopolítico, se constata una creciente pérdida
de noción de los espacios geográficos, simbólicos y económico-sociales, haciéndose necesaria
la operación contra-hegemónica para entender la desaparición de los espacios de contexto.

Aunque, el análisis del tiempo inmediato requiere, por el encuentro entre pasado y presente,
reflexionar sobre su propio objeto de estudio a fin de evitar la acusación de presentismo /
coyunturalismo / subjetividad. En esa perspectiva la vivencia (pasado) y la expectativa (futuro)
requieren de un método propio y de atención epistemológica. Reconstruir la historia obstruida
implica la ruptura con la tradicional división entre historia mundial, continental y nacional, el uso
de nuevas fuentes (especialmente orales y periodísticas), enfoques comparativos y
acercamientos pluridisciplinarios. Ahora bien, en el caso latinoamericano, dada la cercanía con el
terror de Estado, el estudio del tiempo inmediato debe hacerse cargo de los temas traumáticos

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contenidos en la memoria reciente. En ese sentido, ubicamos el punto de partida de la historia
inmediata de Nuestra América en el espacio-tiempo de coincidencia entre los golpes de Estado
de Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina, con el inicio de la recomposición capitalista catapultada
por la crisis de 1974, trance relacionado con la guerra del Yom Kippur, la crisis petrolera y el
derrumbe del dólar, coyuntura a la que deben sumarse los acontecimientos que, poco más tarde,
explosionaron con las acciones de la Línea del Frente en África. Por supuesto, esta opción,
como cualquier otro análisis historiográfico requiere de tiempos más largos para su cabal
comprensión; dicho de otra manera, se trata de entender la secuencialidad y conexión con
procesos históricos anteriores.

El estudio del tiempo inmediato es riesgoso por la subjetividad de los actores; de manera que la
pregunta es ¿cómo reducir el riesgo del desequilibrio? En ese sentido, por su claridad, hacemos
nuestra la propuesta de Souza Santos respecto a lo que denomina como una epistemología del
Sur; a saber:

“Entiendo por epistemología del Sur la búsqueda de conocimientos y de criterios


de validez del conocimiento que otorguen visibilidad y credibilidad a las prácticas
cognitivas de las clases, de los pueblos y de los grupos sociales que han sido
históricamente victimizados, explotados y oprimidos, por el colonialismo y el
capitalismo globales. El Sur es, pues, usado aquí como metáfora del sufrimiento
humano sistemáticamente causado por el colonialismo y el capitalismo. Es un
Sur que también existe en el Norte global geográfico, el llamado Tercer Mundo
interior de los países hegemónicos. A su vez, el Sur global geográfico contienen
en sí mismo, no sólo el sufrimiento sistemático causado por el colonialismo y por
el capitalismo globales, sino también las prácticas locales de complicidad con
aquellos. Tales prácticas constituyen el Sur imperial. El Sur de la epistemología
del Sur es el Sur antiimperial.”

La crisis.- Desde 2007/2008 estamos recibiendo información sobre la crisis iniciada en los
Estados Unidos. En un principio, la noticia giró sobre el tema de las subprimes. Luego viró sobre
la quiebra de bancos (Morgan Stanley), los problemas de grandes empresas (Crysler, la industria
naviera coreana), a continuación apareció la posibilidad del no pago de la deuda (Islandia,
Grecia), y luego los problemas sociales que acompañan la explosión de cesantía que aún está
afectando al mundo del desarrollo (Indignados). Como si fuera poco, estos últimos años se
afrontó la especulación con los precios del petróleo, los alimentos y el drama que comienza a
girar en torno al agua. Aquellos eran días de zozobra; pero lo peor, todavía había de venir, por la
asimetría que constituía el PIB mundial de 70 billones de dólares y la existencia de un mercado
de obligaciones de 95 billones, una situación insostenible porque el capital especulativo era
mayor que la economía real.

En 2009, la hegemonía norteamericana se resintió, abriéndose paso a nuevas variables de


desarrollo geopolítico (Brics), a la (posible) revalorización de los enfoques de cooperación
multilateral y de la industria nacional. También se puso en discusión la necesidad de una nueva
arquitectura financiera mundial. Pero, la solución no llegó y quedó entrampada en los grandes
foros mundiales (G-8, OCDE); por el contrario, la crisis se profundizo desde principios de 2012,
trasladándose ahora a Europa (sin haberse resuelto en el centro-mundial), asolada por la crisis
fiscal de los Estado en torno al Euro. Sin embargo, esto no es todo, porque los países del viejo
continente deberían enfrentar un problema común como son la devaluación y el
desapalancamiento del capital, esto significa que el financiamiento público para recapitalizar está

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poniendo en peligro la reproducción económica y política del propio Estado nacional. Situación
particularmente conflictiva porque la recomposición iniciada en 1974 no logró superar totalmente
la depresión experimentándose una serie de crisis en la periferia que ahora se traslado al centro.

En este complejo contexto la pregunta es, ¿qué pasará con América Latina? Pero, antes de
examinar la relación crisis/fin de ciclo señalaremos que América Latina no está en crisis, nuestra
hipótesis es que la crisis no es en la periferia, sino en el centro . Aún más, la economía regional
creció en los últimos años por la relación comercial con China (especialmente, Brasil, Argentina,
Chile y Perú), las cuentas fiscales están en orden, las remesas del exterior que se enviaban,
hasta el estallido de la crisis en el centro, se convirtió en virtuosa, la inflación ha sido contenida,
se ha logrado sanear la deuda externa (incluso Chile la pagó), contribuyendo a esta tendencia
también la paz pos transiciones. Aunque, también es importante tener en consideración que el
“beneficio” a las mayorías ciudadanas ha sido por la vía del derrame.

Pero, como lo demuestra la historia comparada de la economía-mundo todas las crisis


capitalistas han sido expansivas. Ahora en un mundo globalizado e interdependiente que ya
ingresó a la segunda fase de la crisis el actual orden se hace insostenible. Aún más, la crisis se
ha hecho necesaria para reorganizar el sistema, lo que explica que la derecha haya tomado la
ofensiva mundialmente, por lo tanto, una vía de salida a la crisis es con un nuevo ajuste
neoliberal, de manera que, la posibilidad de ahondamiento de la crisis de la economía mundial
puede repercutir seriamente en una región en que los indicadores sociales, institucionales y
macroeconómicos aún son retos pendientes.

América Latina.- En esa perspectiva, la historia comparada y el análisis de trayectoria, de


América Latina entregan importantes pistas para la reflexión. Descritas las tendencias, sin el
menor ánimo apocalíptico, y motivados por una gran preocupación sobre el destino regional,
adelantamos, entonces, nuestra hipótesis. Al respecto partiremos señalando, desde la historia
comparada, que la región ha vivido entre el siglo XIX y lo que va corrido del XXI tres situaciones
de aguda inestabilidad por la combinación de la crisis y el agotamiento de un ciclo histórico.

La primera crisis financiera mundial, iniciada en Austria en 1873, constituye un hito clave pues
interrumpió el cuarto ciclo de desarrollo ininterrumpido que estaban experimentado Alemania,
Inglaterra, Francia y Estados Unidos, situación que fue revertida solamente con la ola expansiva
de 1896. Ahora bien, las fluctuaciones de la crisis impactaron también fuertemente sobre
América Latina haciéndose notar en la caída de los precios de las mercaderías exportadas, en
una grave dislocación del sector bancario/financiero y en la deuda externa. El impacto fue grave
porque interrumpió el ciclo de reconstrucción pos independentista y viabilizó la vía oligárquica al
capitalismo, retardando el desarrollo de este. Ahora bien, en cuanto a la profundidad del
impacto, este fue desigual en Suramérica, en Argentina la crisis fue de corta duración, en Perú
produjo una debacle financiera y Chile enrumbó, como salida de la crisis, hacia la guerra de
1879. La crisis mundial, entonces, aceleró un fin de ciclo terminado con guerras internacionales,
el asalto al poder de la oligarquía (captura del Estado), crisis económica, expansión oligárquica y
exclusión de la mayoría. En fin, aquella constituyó la primera crisis y el agotamiento de un ciclo.

La segunda crisis (en la primera globalización) fue empujada por nuestros desarrollos internos,
por las contingencias de la primera guerra y por la crisis de 1929. Aquella crisis aceleró el
derrumbe del predominio oligárquico. El edificio que este había montado, basado en el
predominio del modelo primario-exportador, en la economía de enclave, en una estructura
política excluyente, en una visión-de-mundo autoritaria (sustentada en el positivismo), en fuerzas
armadas profesionalizadas orientadas hacia la represión del emergente movimiento obrero y

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hacia la expulsión del indio de sus tierras, avalada, además por el denominado “ideal de
cristiandad” en que se mantenía la iglesia católica…se derrumbó.

El derrumbe dio paso a un nuevo tipo y forma de Estado, esto es al capitalismo de Estado con
una variable de Estado Benefactor; produciéndose también, como diría E, Hobsbawm “una
especie de matrimonio entre liberalismo económico y socialdemocracia”, pasos que posibilitaron
la transición a un nuevo sistema. La solución a los traspiés anteriores fueron una economía mixta
que planificó, modernizó y trasnacionalizó la economía, elevó la demanda, la capacidad
productiva y aprovechó la revolución científico-técnica, lo que permitió una cierta
industrialización, sistemas de seguridad social y participación política producto de un auge
cultural y democrático.

Pero, lamentablemente, para la región, el crecimiento demográfico, la dependencia, la presencia


del latifundio y la persistencia de desigualdades sociales, amplió la brecha con el mundo
desarrollado, precipitándose nuevamente una situación de desestabilización desde mediados de
los ’60, apareciendo en el horizonte varios modelos de desarrollo para enfrentar el problema del
rezago latinoamericano: la revolución socialista (Cuba), la propuesta militar-nacional (Perú), la
vía político-institucional (Chile), imponiéndose finalmente la vía de la revolución conservadora…
neoliberal, precipitándose la tercera crisis.

El tercer fin del ciclo del capitalismo-de-los bordes se vivió en 1974 por el agotamiento del ciclo
abierto tras II guerra mundial, acompañado de desordenes monetarios, desequilibrios
comerciales, desocupación, inflación y dependencia. Por otra parte, la guerra del Yon Kippur, con
el consiguiente aumento del precio del petróleo y la devaluación del dólar, desestabilizó la
economía planetaria con un impacto negativo para América Latina. El desarrollo del capitalismo
demandaba, ahora una nueva y profunda recomposición. El impacto de la nueva crisis y la
derrota del subalterno organizado (Chile), de los militares nacionalistas (Perú) y de otras formas
de alteridad permitió la recomposición capitalista, por eso esta fue tan dramática, el paso del
capitalismo de Estado al neoliberalismo, se levantó sobre las ruinas del modelo anterior y del
terror de Estado.

Ahora bien, si observamos los ciclos de alta (A) y baja (B) veremos que las dos primeras crisis
se caracterizaron por el cierre del ciclo prosperidad/recesión/depresión/recuperación . En el caso
de la crisis de 1974, un dato importante es que el nuevo ciclo A no logró una recuperación total,
por el contrario, en la fase de recuperación coexistió con una serie de traspiés como fueron la
crisis de Europa (1982), la crisis del “Tequila” (1994), el “crac asiático” (1997), la crisis del
“vodka” (1998), la crisis de 2007 y ahora la de 2012. Dicho de otra manera, estamos entrando en
la cuarta crisis sin que la recomposición capitalista de 1974 haya cumplido el ciclo de salida; así,
la humanidad entró a una nueva crisis sin haber resuelto la anterior. La crisis intermitente quedó,
entonces, en estado de latencia.

Sin embargo, a pesar de la intermitencia de la crisis, el centro impulsó una nueva fase en el
desarrollo del capitalismo caracterizada por la transición a la mundialización/globalización, la
revolución de la informática, la reconstrucción de la economía mundial y de los sistemas
políticos, el derrumbe del socialismo y del capitalismo de Estado, la aparición de limites
ecológicos, la modificación de las relaciones sociales y la transformación del modo de vida. Este
proceso que, no estaba definido ni planificado, produjo cambios significativos en América latina;
impactos que, evidentemente, golpearon sobre la región, donde tras la concentración del poder
por la vía del terror de Estado, fueron desmantelados el sistema político, el modelo económico,
cancelado la industrialización, y liquidados los movimientos de contrapoder. “Schok”

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acompañado de un profundo cambio cultural. Modificación de los patrones de vida que en la
actual coyuntura están siendo resignificados críticamente en el convencimiento que ese cambio
es feble, debilidad que podría gatillar una crisis de insospechadas consecuencias.

Cambio: corto y mediano.- Desde esa perspectiva, si se acude a la historia comparada la


primera conclusión es reconocer que dada la integración del capitalismo a escala universal las
dificultades se trasmiten con gran velocidad. Como señala Marichal, refiriéndose a la primera
crisis, “los desequilibrios bancarios en cualquier rincón del mundo se transmitían ahora con gran
celeridad a otros centros distantes, produciéndose así un cortocircuito económico generalizado,
aunque con desigual intensidad”. Aquella celeridad de transmisión de la crisis, aumentada con la
globalización, puede transformarse en el detonador de una depresión larga cuyos puntos de
inicio son hechos de corta y mediana duración. En el corto plazo, la crisis en el centro
probablemente conduzca a una salida ultra conservadora a través de la profundización de
medidas neoliberales; a saber, extensión de la jornada laboral, recortes de sueldos y salarios,
flexibilización laboral, cancelación de prestaciones sociales, ajuste fiscal, etc. Por otra parte, el
fin de la primavera árabe con el paso a los derrocamientos de antiguos líderes del tiempo de la
guerra fría (Kaddafy), o, el incentivo a la guerra interna (Siria), muestran que la amenaza del
recursos a la guerra está presente, como lo estuvo en 1914 y 1939.

La crisis en el centro también está produciendo readecuaciones de mediano plazo muy


peligrosas para la región con el cambio de dependencia del comercio con China, que si bien es
cierto, ha mejorado las condiciones de intercambio, probablemente generará conflictos con
Europa y especialmente con los Estados Unidos. El factor chino representa una enorme
complejidad porque está estimulando la especialización primaria, a imagen y semejanza de
como lo hicieron los europeos en el siglo XIX, forma de neocolonialismo globalizado que emerge
como un desafío de futuro, por la afectación a la competitividad industrial. Tendencia que en el
mediano y largo plazo terminará por dar otro golpe a la “industrialización trunca” de América
Latina, liquidando de paso las posibilidades de exportar manufactura, bienes de consumo y
servicios. Dicho de otra manera, estamos avanzando a una nueva forma de dependencia de la
materia prima/commoditie, sin que hasta ahora, no obstante la ebullición social de algunos
países (Ecuador, Venezuela) haya logrado contener la nueva ola neocolonial, a excepción de
Bolivia a instancias de la nacionalización de sus riquezas básicas; nación que, además, ha
puesto en el horizonte regional temas como el de la vía político-institucional, el del Estado
plurinacional, y la pertinencia de la colonialidad, entre otros.

En fin, las ciencias sociales tienen por objetivo representar la realidad, una realidad compleja
para los europeos, muy difícil para los japoneses; los españoles ya saben que pasarán más de
15 años para recuperar sus recientes niveles de vida, pero, nuestras disciplinas tienen también el
objetivo de intentar adelantarse a lo que viene, porque, quisiera insistir: ¿qué pasará con
nuestros commodities, con los precios del trigo o la carne?, ¿qué pasará con el “cholo” peruano,
el “cipote” hondureño o con los habitantes de la Villas Miserias, las poblaciones “callampas” o los
Pueblos Jóvenes (barriadas)? El objeto de pensar la crisis es para entender los mecanismos
histórico-globales que condujeron a los derrumbes para proponer variables alternativas. Tarea
de enorme envergadura, por cierto, dadas las enormes desigualdades económica, políticas y
geográficas

Pero, la “desigual intensidad” de la crisis golpea sobre territorio fragmentado, donde los intereses
nacionales son distintos. Existen diversas miradas, Argentina y Brasil tienen distintos intereses
geopolíticos. Venezuela, Ecuador y Bolivia, coinciden en la aspiración de cambio. Nicaragua y El
Salvador, construyen democracia desde la guerra. Saliendo del D.F. México muestra dos

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realidades. Chile y Colombia son entornos neoliberales. Los mismos acuerdos regionales
muestran la fragmentación y diversidad de intereses como lo demuestran la existencia del
Mercosur (Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay), ALCA (Venezuela, Cuba, Bolivia,
Dominicana, Honduras, Nicaragua, Ecuador, San Vicente, Granadinas, Antigua y Barbuda), o los
TLC, entre otros.

En este contexto, evidentemente, hay dos vías para enfrentar los desafíos. La primera, es la de
la profundización del neoliberalismo, la del crecimiento sin desarrollo, la de la dispersión, la de la
lucha por el mercado y el “chorreo” como forma de redistribución.

En la segunda, no tienen cabida las invocaciones decimonónicas sobre la hermandad


latinoamericana. Lengua e historia son ahora insumos para enfrentar unidos, en el contexto del
sistema-mundo el creciente colapso de la economía-mundo con el fin de construir una sociedad
mejor que, respetando las particularidades, se enmarque en un plano más amplio, el de la
humanidad en su conjunto, sobre todo en momentos en que la evidencia parece indicar que
enfrentamos un nuevo cambio histórico-universal.

Pensar el tiempo.- Los acontecimientos que han afectado a Japón


(terremotos/maremotos/crisis nuclear), Europa (desplome del Euro) y Estados Unidos (recesión),
sumados a la protesta social que (re)emerge, pareciera que van acelerar la irrupción China antes
visualizada hacia 2020/25. De hecho, en estos momentos ocupa el segundo lugar de la
economía mundial. El cambio pareciera ser inexorable; pero, ¿cuál será el precio? Ahora bien,
¿qué pasará si se reafirma la revolución neoconservadora?, ¿cuál será el precio, como dice J.
Fontana, para “los de a pié”? Insisto en esta idea: la salida a la crisis puede ser a costa de más
neoliberalismo y más autoritarismo. Sin el menor espíritu catastrófico y alejado de cualquier
lectura de carácter apocalíptica, debe entenderse que se hace necesario comprender que
estamos en una fase de cambio que puede durar décadas en la que habrán avances y
retrocesos. Dicho de otra manera, el primer tercio del siglo XXI podría ser el de la recomposición
de la lucha de los subalternos y de todos aquellos afectados por la revolución neoconservadora.

Ahora bien, ¿cómo asumir el desafío que se presenta?, ¿se aceptará el dogma vigente que
señala que dos trimestres sucesivos con crecimiento negativo sitúan ante una recesión? , o
¿ debe intentarse una relectura del acontecer histórico?, un acontecer complejo porque lo que
podría estar afectando a la humanidad no son dos trimestres con crecimiento negativo, sino una
combinación de herencias negativas, neoliberalismo, crisis financiera, fin de ciclo, y ahora las
secuelas de la recaída en la crisis. La ola autoritaria de los ‘70 constriñó el debate sobre el
tiempo histórico y para quienes liderizaron la recuperación democrática el tema no fue relevante,
había otras urgencias. Por eso, el tiempo se acaba, porque para algunos estamos ante la
Primera Depresión del Siglo XXI; otros hablan de una tercera depresión en el ciclo sometido al
análisis, ubicándolas en 1873, 1929 y 2011. Dicho de otra manera estaríamos pasando ya de la
recesión a la depresión. Posibilidad que agravaría la tendencia mundial.

Para I. Ramonet es la arquitectura financiera internacional la que se está tambaleando al


esfumarse 250.000 millones de euros; por su parte, E. Hobsbawm opinaba que esta es la crisis
más grave del capitalismo desde 1929, en tanto que Wallerstein anuncia que esta no es una
recesión, sino el camino a una depresión acompañada con desempleo masivo, culminando el
ciclo iniciado en 1974. Aún más, desde las antípodas P. Krugman señala que ni el Gran Pánico ni
la Gran Depresión “fueron épocas de declive ininterrumpido, sino por el contrario, en ambas
hubo períodos en los que creció la economía”…por lo tanto, es muy difícil postular que hay
economías nacionales blindadas.

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Estas opiniones (provenientes de distintas escuelas de pensamiento) han puesto en el tapete
una vieja discusión que producto del pensamiento único estaba quedando en el trasfondo
siendo, tal vez, una de las últimas polémicas de referencia la que escenificaron E. Mandel y G.
Arrighí en 1980, cuando debatieron sobre las ondas largas de la economía bajo las condiciones
de la crisis de esos años, circunstancias en que Mandel afirmaba que se estaba ante una crisis
de sobreproducción, en tanto Arrighí afirmaba que la crisis tenía origen en la caída de la tasa de
ganancia. Hoy el tema vuelve a ponerse de pié, especialmente en los trabajos de los
institucionalistas y los de la teoría del sistema-mundo. Ahora bien, los nuevos estudios sobre el
tiempo histórico tienen en Marx (“La llamada acumulación originaria”) y en Braudel (“El
Mediterráneo en la época de Felipe II”) dos obras aún insustituibles, a las cuales deben
agregarse, naturalmente las teorías de los ciclos de Kondratieff y Shumpeter.

A nuestro juicio lo que comienza a tambalear es el sistema-mundo vigente, al igual como ha


ocurrido en otras ocasiones en los últimos 500 años.

Sobre el tema, partiremos señalando que siempre existieron economías-mundo algunas de las
cuales se transformaron en imperios (China, Roma). Ahora, una de esas economías-mundo,
situado en una coyuntura favorable logró experimentar el gran salto. Hacia 1300-1450 en el
contexto de la gran “crisis feudal”, Portugal se puso a la cabeza de Europa, seguida de España,
la que tuvo su gran oportunidad cuando los Habsburg, bajo la conducción de Carlos V, intentó
ejercer la hegemonía mundial, ensayo fracasado hacia 1557 cuando Felipe II declaró en
bancarrota el imperio. Pero, el carácter de capitalismo intermediario de los españoles los
desplazó a favor de Holanda, favorecida por la Paz de Westfalia (1648). Empero la
reconfiguración del mapa europeo estuvo ligado con la colonialidad, la piratería y la esclavitud.
La siguiente hegemonía mundial, la de Inglaterra también fue compleja. Doblegada Holanda y
demolidos los sueños napoleónicos, después de Trafalgar (1805), la economía insular británica
encontró nuevos mercados en ultramar en medio de infinitas guerras.

Ahora bien, en cada uno de estos ciclos encontramos un centro hegemónico de acumulación
donde se organizó el dominio a escala mundial a partir del desplazamiento a los espacios más
rentables, para luego abandonarlos cuando comienzan a decaer las ganancias, de manera que
cuando se deprime la rentabilidad el capital adopta la forma de capital financiero…recordemos
que Ámsterdam se convirtió en el banquero de Europa como después lo hizo Inglaterra
abandonando la revolución industrial. Lo mismo sucedió con Inglaterra respecto a los Estados
Unidos en la coyuntura de la crisis de 1874, para reafirmarse en el período 1914-1945.

Ciclo que pareciera repetirse ahora en su propio detrimento. Complejidad recientemente


formulada por los argentinos Rapoport/Brenta con las siguientes palabras…

”¿Le tocará ahora a EE.UU., vivir una lenta decadencia como a que tuvo Gran
Bretaña desde finales del siglo XIX hasta la segunda posguerra? ¿Podrá
recuperarse como en el pasado gracias, en buena medida, a circunstancias
excepcionales, como las guerras; o la posibilidad de descargar sus crisis sobre
otros países; o al repentino derrumbe de sus rivales, como pasó con la URSS; o
debido a un salto tecnológico basado en innovaciones que aún no se
vislumbran?”

Palabras finales.- En medio de guerras (Afganistán), conflictos regionales (primavera árabe),


dislocaciones ecológicas y crisis de la economía-mundo, se está produciendo el cambio. China

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comienza a recuperar el lugar que ostentaba en el siglo XV, incluso la OCDE pronostica que
arribará a ese sitial en 2016, llegando en 2030 a controlar el 28% de la economía mundial. Aún
más, en el mapa global se calcula que en cincuenta años la preeminencia China seria
acompañada por la India, con un aporte planetario del 18% del PIB mundial, acompañada de los
Estados Unidos con un 16% y de la zona del Euro con un 9%. Esta tendencia podría modificar la
relación centro-periferia permitiendo acortar distancias, puesto que, el centro crecería a tasas de
1,7% anual hasta 2060, en tanto la periferia lo haría con un promedio de 3%...pero, ¿es posible
rebasar la “gran divergencia” convertidos en colonias globalizadas, sin industria, poco valor
agregado, y plagados de inequidades?

Los magros resultados de las teorías extrativistas (mejoramiento de las políticas públicas,
formulación de programas asistenciales, combate a la extrema pobreza) se han mostrado
inconsistentes. El fracaso de las teorías del crecimiento, la crisis de la economía mundial y la
tendencia al cambio civilizatorio han repuesto el tema del desarrollo. El caos civilizatorio está
demandando nuevas formas de pensamiento para enfrentar la situación caracterizada en
América latina por tasas de crecimiento por debajo de la media del sistema mundial, la
desnacionalización de sus riquezas, la cancelación de la industrialización, dependencia
tecnológica y explotación (vía restricción salarial, extensión de las jornadas y flexibilidad laboral).

En medio de este panorama también hay motivos para pensar en una revolución de las
expectativas porque, luego de la crisis permanente, que afectó a las ciencias sociales de la
región, desde distintos puntos se están dando pasos significativos en la consolidación de nuevas
líneas de pensamiento, entre otros, la historia del tiempo inmediato, la teoría del sistema-mundo,
los estudios subalternos, los estudios postcoloniales los estudios sobre la gran divergencia, y la
revalorización del pensamiento crítico, perspectivas que están superando la mirada fragmentada
sobre la historia. La atemperación del impacto neoliberal coincide, por otra parte, con la
emergencia de un nuevo ciclo intelectual, puesto que cada 40 años (aproximadamente) se
experimenta un florecimiento intelectual, como lo demuestran la Carta de Jamaica (S. Bolívar,
1815), la Iniciativa de la América (F. Bilbao (1856), el artículo Nuestra América (Martí, 1891), los
7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana (Mariátegui, 1928), y la producción
dependentistas-marxista y la de la teología de la liberación en los ’60 y ’70 del siglo pasado.

En fin, si se toma en consideración que el impacto de la economía neoliberal vino acompañado


de un severo retroceso de la teoría social, del descalabro de la teoría de la dependencia, del
marxismo latinoamericano, de la teología de la liberación, del pensamiento cepaliano y de
diversas formas de nacionalismo de izquierda, la presente discusión indica que se está
remontado ese severo retroceso.

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