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Yasser Olvera Ureña

05/04/2019

Tiempos de explotación humana


Para inicios de este año 2019 salió a la luz una parte importante del informe sobre el
experimento de ingreso básico universal, en Finlandia. Tal experimento consistía en dotar por un
monto de 685 dólares a dos mil personas escogidas al azar, durante dos años, para luego evaluar, entre
otras cosas, si las ayudas servían para que las personas beneficiadas pudieran encontrar trabajo
rápidamente. Lo que concluyó el informe fue que el impacto en el empleo resultó bastante modesto,
es decir, con muy poca diferencia a la media finlandesa que no percibe ese subsidio. Sin embargo, sí
se pudo comprobar una mejora significativa en la calidad de vida del grupo experimental.
Lo curioso —aunque no sorprendente— es que muchos medios de información le han dado poco o
nulo valor a esta última parte positiva del experimento, de modo que el acento mediático ha colocado
todos sus esfuerzos en resaltar el “fracaso” del experimento por no cumplir con las expectativas en
cuanto a lo laboral.1 En otras palabras, llama poco la atención la relevancia del experimento a nivel
humano, pues si no es útil para la economía entonces, según estos medios y demás grupos de interés,
no es útil para nada.
Este caso no es aislado. Raro es el país que no vea cuestionada su legitimidad o eficiencia
cuando sobrepone los intereses de las personas por sobre los intereses económicos. La premisa básica
es que la economía funciona bien como está y por ello no hay que tocarla. El problema, claro está, no
es solo la deficiente maquinaria económica que cada dos por tres salta con una crisis económica; el
problema real son los engranajes que la conforman. Engranajes compuestos de empleados explotados,
mal remunerados, con pocos o sin ningún derecho real y cuyos años de vidas comienzan a ser
exprimidos —chupados— desde el primer día de trabajo.
Y esto no es algo nuevo o propio de estas últimas décadas. Hace poco menos de cien años
Charles Chaplin nos demostró el carácter deshumanizador que posee cualquier industria cuando se
trata de la búsqueda insaciable de rentabilidad. Fue su película, Tiempos modernos, la precursora del
tratamiento del realismo social ya no solo desde lo literario, sino ahora expresada desde el lenguaje
visual. Las largas colas para entrar al trabajo, los horarios restringidos y la rutina agobiante son unos
cuantos aspectos que se puede encontrar entre líneas, al momento de despejar el encantador trato
cómico y sutil que le da Chaplin.
Del mismo modo existe otra película más contemporánea de mediado de los noventas, llamada
Energía pura, que también trabaja este aspecto social de la condición humana. La diferencia está en

1
Un ejemplo es https://www.lanacion.com.ar/economia/renta-basica-finlandia-que-fracaso-este-experimento-
nid2219114
que si en Tiempos modernos se transmite la normalización y adecuación a la “realidad social” del
mundo, en Energía pura se nota su inconsistencia. El personaje principal, un joven albino y von
poderes especiales apodado Powder, vive de manera distanciada al resto las personas “normales”. No
se entiende con ellos aun cuando los tiene cerca, o, más bien, ellos no logran comprenderlo por el
simple hecho de que es distinto. De ahí lo interesante del pensamiento de Everton Sanches (Educação,
2012), autor de un artículo que comenta justamente estas dos películas y su carácter social y humano.
Él habla sobre la adecuación o lo inadecuado que se da en cada realidad de este sistema económico,
sin importar el tiempo o espacio. Es así que, a su modo de ver, existe las personas adaptadas que
pasan como “normales”, como el el caso de Carlitos en la película de Chaplin, y las inadaptados que
son “anormales” y su condición extraña y diferente les hace “merecedores” del repudio social.
Si miramos con detenimiento estas dos películas del siglo pasado nos damos cuenta que nada
ha cambiado hoy en día. La explotación, al igual que los encasillamientos sociales y sus respectivos
(mal)tratos siguen en pie. Algo que no alcanzan a reflejar los dos filmes es el poder detrás de todo
este sistema de opresión social. Uno de ellos se vuelve evidente si retomamos las noticias acerca del
experimento de la renta básica universal. Existe unos lineamientos sociales a los cuales los grupos de
poder controlan que nadie se salte. No es nada recomendable pensar y tener conocimientos, casi que
dicen ellos. De ahí que el sistema necesita de explotación, pues solo de esta manera se logra
domesticar al trabajador. Y es que tal como demostró Simone Weil en sus estudios de campo en las
fábricas automotriz, junto a operarios franceses: “el único recurso para no sufrir es sumirse a la
inconsciencia” (Weil, 2010, p. 148). De ahí que la interrogante abierta es cuántas películas sobre
precariedad humana necesita el mundo para cambiar de una vez por todas. Las ciencias sociales son
una fuerza transgresora a esa maquinaria que rige el mundo, pero la responsabilidad no cae en que
halla cada vez más intelectuales, sino que los intelectuales que hay, sean pocos o muchos, estén o se
mantengan comprometidos con el trabajo constante de cambio social. Un cambio que comienza con
la resistencia y avanza hacia aspectos como la organización social, la presión a los gobiernos, etc.
Mientras se logre aumentar el número de personas conscientes del mundo y su realidad, más
posibilidades tendremos de construir nuevos y mejores paradigmas. De ahí el verdadero potencial de
las ciencias sociales, así como de las humanidades que, por medio de la literatura o el cine, ayudan a
comprender mejor el mundo y apreciarlo desde otra óptica, una más crítica.
Bibliografía
WEIL, S. La condición obrera. Madrid: El cuenco de plata, 2010.
SANCHES, E. De “Tempos modernos” a “Energia pura”: adequação e inadequação do homem na
sociedade contemporânea. Educação, Batatais, v. 2, n. 1, p. 35-50, junho, 2012.

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